—Entonces, ¿habéis venido al Ahtohallan para saber dónde está tu madre, Hipo?
—Sip —confirmó él—. Una magnífica y tardía idea, ¿verdad?
—Más vale tarde que nunca —dijo Elsa alegre al ver cómo sus amigos por fin iban entrando en calor—. Está bien, pues, ¿qué os parece sí vamos dentro y le preguntamos?
—¡Vaya! ¡Te veo muy segura! ¡La última vez fue tremendamente complicado! —exclamó Astrid impresionada por la actitud de su amiga.

Elsa se levantó y fue derecha hacia la entrada del glaciar.

—Hace cuatro años de aquello y he estado viniendo a menudo desde entonces. Incluso, creo que le entiendo mejor y… que él me entiende a mí también.
—¿Qué? ¿El Ahtohallan te entiende? —dijo Astrid boquiabierta.
—Eso creo, sí… —contestó Elsa algo avergonzada.
—¿Crees que él… ello… él… tiene conciencia? ¿Está vivo? —preguntó Hipo fascinado.
—Estoy segura de ello. Y permíteme decirte que tiene un sentido del humor muy peculiar.
—¡Ja! ¡Quién lo habría dicho! —dijo Astrid divertida.

Los tres caminaron a través de los pasadizos helados mientras el frío se iba dejando sentir más y más hasta que llegaron a la sala se los recuerdos.

—Este lugar es impresionante… —murmuró Hipo asombrado mientras miraba el techo.
—Ya te lo dije —le dijo Astrid disfrutando de aquella increíble vista de nuevo.
—Sólo no vayáis más allá de esta sala u os ahogaréis —les advirtió Elsa sintiendo un escalofrío causado por sus vívidos recuerdos.
—¿Ahogarnos? —preguntó él claramente preocupado.
—Da igual. Simplemente no vayáis. Y ahora, ¡vamos a ello! Necesitamos un punto de partida. Ahtohallan —dijo Elsa dirigiéndose al glaciar, —¿podrías, por favor, mostrarnos algún recuerdo del último día en que Hipo vio a su madre?

En ese momento, una impresionante luz mezcla de verdes y rosas brilló por todas partes y la imagen de algo similar a una persona tumbada comenzó a mostrarse volviéndose cada vez más nítida hasta dejar ver claramente a un desnudo Hipo yaciendo sobre una desnuda Astrid, ambos sumidos en un coordinado baile de gemidos, besos y apasionadas miradas.

—¡Ey, ey, ey! ¡No queremos ver eso! —gritó Hipo tremendamente avergonzado.
—¡Mierda! ¡Otra vez no! —gritó también Elsa cubriendo sus ojos y girándose.
—¡¿Otra vez?! —gritó esta vez Astrid.
—¡No! ¡No es lo que pensáis! No me malinterpretéis, yo sólo… ¡Ahhh! —protestó Elsa. —¡No puedo pensar con esos ruidos! ¡Por favor, Ahtohallan, quítalo!
—¡Espera! —se apresuró a decir Astrid.
—Espera, ¿qué? —exclamaron los otros dos a la vez.
—M'Lady, tengo que admitir que quedo bastante menos patético de lo que me imaginaba, pero…
—¡No es eso, idiota! Y por supuesto que no eres patético. ¿Qué clase de gustos crees que tengo? Yo he elegido a todo este puro vikingo patas de pollo, ¿verdad? —dijo ella señalándole de arriba a abajo con una sonrisilla maliciosa.
—Tenía que sacar lo de las piernas… —refunfuñó él poniendo los brazos en jarra.
—¡Chicos! ¿Qué tal si dejáis esa charla para otro momento? Por favor —casi imploró Elsa con los ojos aún cerrados y tapando sus oídos.
—Ah, perdona —contestó impasible Astrid. —Lo cierto es que el Ahtohallan nos ha enseñado lo que le hemos pedido. Este es el momento de justo después de la última vez que vimos a Valka. Ahtohallan, —le dijo al glaciar. —¿Puedes, por favor, mostrarnos el momento de antes de que Valka saliese de la habitación?

La imagen de la pared cambió para tranquilidad de Elsa e Hipo, y él y Astrid aparecieron de nuevo en la misma habitación, pero esta vez completamente vestidos y hablando con Valka.

—Te quiero, hijo. Y estoy muy orgullosa de ti —dijo Valka acariciando con delicadeza la mejilla de Hipo.
—Gracias, mama. Yo también te quiero. ¿Nos vemos luego?
—Eh… claro… —Valka contestó dubitativa y, con la culpa dibujada por toda su cara, salió de la habitación. —Nos vemos luego, Hipo.

—Lo sabía… —dijo Hipo en un leve susurro—. Ella sabía que no nos íbamos a volver a ver, ¿no es así?
—Hipo… —Astrid intentó reconfortarle dejándole sentir su mano en la espalda.
—Ahtohallan, por favor, muéstranos a dónde fue entonces —pidió él apremiante.

Las imágenes de la pared de hielo cambiaron de nuevo y mostraron a Valka subiendo a un barco y zarpando al mar.

—Pero, ¿por qué? ¿Puedes mostrarnos a dónde fue con aquel barco? —pidió Astrid.

En ese instante, la figura de Valka giró por un rincón del muro. Parecía que la historia continuaba en otra sala.

—¡Demasiado lejos! —se apresuró Elsa a gritar antes si quiera de que pudiesen pensar en seguirla.
—Pero… pero y entonces, ¿qué? ¿No tenemos nada? —dijo Hipo devastado. —¿Podemos saber dónde estaba Valka esta mañana, por favor? —pidió Elsa determinada a ayudar a su amigo.

Una vez más, el muro brilló y en él se pudo ver a Valka apoyando sus brazos sobre la barandilla de un balcón de madera.

—Eso es…

Elsa no pudo terminar la frase. Antes de que lo hiciese, Anna apareció junto a Valka con una sonrisa haciendo que los tres abriesen los ojos como platos.

—¿Cómo te sientes hoy, Ondina?
—¡Oh! Buenos días Anna. Me siento… bien.
—Peeero... —dijo Anna percibiendo algo más que un 'bien' en su tono.
—No es nada, sólo estaba pensando en lo que debo haber dejado atrás...

—No sé, a tu hijo, ¿quizás? —dijo Hipo irritado.

—A ver, ¿qué tal un buen desayuno y un paseíto con Olaf y Sven? Kristoff y yo estamos bastante liados hoy con, ya sabes, un montón de esos aburridos compromisos de la realeza, y tengo la sensación de que se sienten un poco abandonados —propuso Anna animadamente.
—Suena bien —ofreció Valka con una suave sonrisa en respuesta. — Gracias por estar tan pendiente de mí. Sabéis que no tenéis por qué hacerlo.
—Ni mencionarlo. Deja de preocuparte por esas tonterías y vamos corriendo a por ese súper desayuno. Todo pinta mejor con la tripa llena.

Anna la cogió de la mano y ambas desaparecieron de la escena adentrándose en el castillo entre risas.

—¿Qué se supone que ha sido eso? ¿Qué hace mi madre en tu castillo? —preguntó Hipo confuso.
—No… no lo sé. Hace ya unos meses que no voy por allí.
—Y, ¿Ondina? ¿Está usando un nombre falso? ¿Por qué? —preguntó Astrid esta vez.
—Al menos está viva… —dijo Hipo dejándose caer sobre sus rodillas ante el alivio de, esta vez, no haber perdido a su madre.
—Bien. Sólo hay una forma de contestar a todas esas preguntas —dijo Elsa en tono firme justo antes de guiñarles un ojo. —¿Habéis echado de menos Arendelle?
—Tienes razón, te sigo —contestó Hipo con determinación.
—Vale, vale. Hagamos eso. Pero yo tengo una pregunta que hacer antes —dijo Astrid frunciendo el ceño. —Elsa, hace un momento has dicho "Otra vez no". ¿De qué iba todo eso?

Elsa se puso tan colorada que incluso sus orejas lucían un rojo brillante.

—Sí, supongo que os debo una explicación.
—Sí, sí, nos la debes —dijeron los dos vikingos al unísono.
—Veréis… Anna y yo no estamos teniendo mucho tiempo para vernos últimamente, por lo que he estado viniendo a menudo aquí para ver qué tal le va. El caso es que, la última vez que vine para verla, este retorcido glaciar, me mostró a Anna y a Kristoff, ehm… pues eso… manteniendo relaciones conyugales. —Ugh, qué desagradable ver a tu hermana en esa situación, ¿no? —dijo Hipo tratando de mostrar empatía.
—Pues… no creas que tanto.
—¡¿Qué?! — dijo la pareja de nuevo a coro.
—A ver, tampoco os penséis que soy una pervertida ni nada de eso. Por supuesto que no me gusta ver eso de mi hermana, pero… de algún modo, fue bonito.

La pared del Ahtohallan brilló tras Elsa y, sin ella darse cuenta, comenzó a mostrarles los recuerdos de los que estaban hablando.

—Lo sé, es muy siniestro lo de ver a tu hermana teniendo sexo, ¡y por supuesto que no me quedé mirando! ¡Fueron sólo unos segundos! Sin embargo, aun en tan poco tiempo, la pasión y el cariño que había entre ellos, me enseñó un tipo de conexión que nunca he experimentado y, la verdad, parecía bastante… deseable. Desde entonces, he estado pensando en lo maravilloso que sería tener algo como eso y… bueno, todo eso ya es otro tema. ¿Podríais por favor decir algo para que deje de parlotear sin rumbo?

Elsa miró a sus amigos a los ojos y se los encontró completamente boquiabiertos mirando algo tras ella con las mejillas sonrosadas. Entonces, se giró ella también para ver de qué se trataba y se encontró nuevamente cara a cara con su cuñado desnudo mientras le hacía el amor a su hermana con el placer y la felicidad dibujados por toda su cara.

—¡Venga ya! ¡¿Me estás tomando el pelo?! —se giró de nuevo hacia sus amigos—. ¿No me podíais haber avisado?
—Hay cosas que las palabras no pueden expresar —dijo Hipo sin retirar su mirada ni un ápice de aquella escena.
—¡Parece sacado del mismo molde que un dios nórdico! Madre mía, ¿cómo se supone que voy a mirarle ahora a los ojos?— exclamó Astrid en el mismo estado que Hipo.
—Sí, creo que he vuelto al rol de marido patas de pollo; no hay color...

Las dos chicas rompieron a reír.

—Vámonos, anda. Esta noche dormiremos en el bosque encantado y saldremos hacia Arendelle al amanecer. ¿Os parece? —dijo Elsa secándose una lagrimilla de la risa.
—A tus órdenes —respondió Astrid cogiendo a su marido por la cintura.
—Y tú, glaciar malvado, me las pagarás —gruñó Elsa saliendo de allí.

En aquel momento, el brillo del glaciar se desvaneció y los tres hicieron el camino de vuelta hacia el exterior dispuestos a enfrentarse de nuevo al Mar Oscuro.