Eleanor decidió dejar a un lado los interrogatorios personales y pasar a un asunto más amable:

-Muchas gracias por traerme aquí. Nunca había comido tan bien y nunca nadie me había invitado a comer… ni a cenar, ni a nada –confesó la pastelera sonriéndole con timidez y cogiéndole la mano sobre la mesa.

-¡De nada, Nell-Nell! –respondió Bellatrix recobrando repentinamente la alegría- Me alegro de que te haya gustado. Yo nunca había tenido una cita con un muggle, ¿todos son tan adorables y parlanchines o solo tú?

Eleanor rió y Bellatrix tuvo la sensación de que era la primera vez en años que lo hacía. Era realmente guapa. Mientras la pastelera se lanzaba a hacer otra disertación sobre el carácter de la gente no-mágica, el mâitre reapareció. Se interesó por qué tal habían comido y suspiró aliviado cuando vio que ambas estaban satisfechas. No permitió bajo ningún concepto que Bellatrix le diese un solo galeón. "Sería una aberración cobrarle algo a la salvadora del mundo mágico y la más reputada bruja y representante de los Sagrados Veintiocho" sentenció. Con un suspiro de frustración, la exmortífaga tuvo que aceptarlo.

De nuevo en el ascensor, Bellatrix volvió a sacar el sobre con dinero y masculló:

-Pues esto hay que gastarlo.

-Quédatelo, ¿qué más da? –preguntó la muggle.

-¡Yo no necesito quedarme el dinero de una sangre sucia gryffindor estúpida! –exclamó la bruja airada- Necesito gastármelo en algo que me haga feliz porque eso le joderá mucho…

Eleanor la miraba de reojo. Había vivido una vida peculiar y conocido a gente de toda calaña, pero desde luego nunca a nadie como Madame Black. Estaba haciendo una lista mental de los trastornos que podía aunar cuando llegaron a la calle. Bellatrix volvió a agarrarla de la mano para que no se perdiera entre la marabunta de magos y brujas que circulaban por la zona.

-Nos vamos de compras –informó-, ¿qué tipo de ropa te gusta?

-Eh… Como la que llevas tú… Vestidos largos de estilo victoriano, colores oscuros, con escote y encaje…

-Si no nos casamos ahora mismo es solo porque no quiero hacerlo el mismo día que Sevy y su chucho –respondió la bruja poniendo rumbo a su boutique favorita.

Eleanor asintió como si nada. Ya empezaba a acostumbrarse al extraño hilo de pensamiento de su nueva amiga. Le contó que aunque siempre amó ese estilo, antes tenía que vestir más discreta para que no se pensaran que era gótica o que se había equivocado de siglo. Pero desde que conocieron la existencia de los magos y brujas, la moda victoriana había vuelto con fuerza. Así que estaba encantada.

Y en eso invirtieron la tarde: visitaron todas las tiendas de la zona más exclusiva del mundo mágico. Pronto la suma del cheque se agotó y Bellatrix empezó a pagar de su cuenta (eso en los sitios donde le permitían pagar); lo consideró el dinero mejor invertido. Compraron vestidos, zapatos, ropa interior y camisones. Ambas sintieron la necesidad de probárselo todo y comprobar cómo le quedaba a la otra. Eleanor se dijo que se debía a que nunca había ido de compras con nadie (porque no tenía amigas ni dinero para ello); sin duda su fascinación con el cuerpo de Bellatrix era algo natural y no significaba nada.

-Bueno… -murmuró la bruja mirando el reloj- Las ocho de la tarde… Debería llevarte ya con Siri o se cabreará de verdad.

-¿Podemos antes tomar una cerveza? –pidió la muggle que de nuevo parecía bastante nerviosa.

-Mm… A ti no puedo decirte que no, Nell-Nell –respondió Bellatrix encaminándose a un pub.

Al final fueron varias cervezas de mantequilla y algún whisky: ir de compras era agotador, debían recuperar energía. Casi una hora después, no pudieron prolongarlo más. La muggle parecía profundamente angustiada por tener que despedirse.

-Volveremos a quedar cuando cierren tu caso –prometió la bruja-. Mañana van a investigar vuestras casas e interrogarán al barbero. Como probablemente llegue a un acuerdo y confiese, terminarán enseguida. Así que no te dará tiempo a echarme de menos, Nell-Nell.

La muggle asintió y Bellatrix la abrazó para aparecerla en casa de Sirius. Se recreó unos segundos en su agradable olor a violetas y notó que la castaña temblaba mucho. Antes de que pudiera preguntarle si le daba miedo aparecerse, Eleanor se separó y a toda velocidad suplicó:

-Ayúdame, ¡por favor, ayúdame, Bella! Sí que soy cómplice. Yo estaba enamorada y quería ayudarle, pensaba que así me querría y… ¿tú me entiendes verdad? Cuando Sweeney confiese me detendrán y…

La exmortífaga la había soltado y la miraba sorprendida. Aunque ya esperaba algo así…

-¿A qué le ayudaste exactamente? ¿Sabes dónde está la gente que ha desaparecido?

Eleanor asintió a punto de llorar de los nervios y del miedo. Empezaba a arrepentirse de haber confesado ante la prima de un auror, pero ya no había marcha atrás.

-Muertos. Los mataba a todos. Se volvió loco cuando perdió a su mujer. Mandaba los cadáveres a mi sótano y yo los descuartizaba y convertía en pasteles de carne que luego vendía a mis clientes.

Bellatrix ahogó una exclamación de repugnancia y sacó su varita de forma inconsciente. Por supuesto que sospechaba que aquella muggle no era tan inocente como parecía, pero creyó que en el peor de los casos, estaría al tanto de las actividades delictivas del barbero. No se le ocurrió pensar que fuera parte activa, que fuese una psicópata tan enferma. Le costó varios minutos reaccionar. Al final decidió que ya que había confiado en ella, podía echarle una mano.

-Está bien –aceptó-. Te acompaño a hablar con Sirius y se lo explicamos. Si tú confiesas primero conseguirás un trato mejor. Estabas enamorada y él te amenazaba e intentó matarte, todo eso serán atenuantes y…

Al principio la pastelera la había mirado con ojos brillantes de la emoción. Pero cuando empezó a desarrollar su plan, negó con la cabeza con todas sus fuerzas.

-¡No, no! ¡No, por favor, no quiero confesar nada! ¡Tienen que creer que soy inocente o iré a Arkabaz! Hay restos de cadáveres en mi sótano y sangre por todas partes, lo descubrirán y me condenarán pa siempre. ¡No quiero ir a la cárcel, por favor, no quiero morir en la cárcel!

A Bellatrix le hacía gracia que los muggles sabían poco de cultura mágica pero Azkaban lo conocía todo el mundo. No obstante, no le gustaba cómo se estaban desarrollando los acontecimientos. Con los brazos cruzados sobre el pecho y tono frío preguntó:

-¿Por eso me has seguido el juego durante todo el día? ¿Para que te ayudara a librarte de esto?

-¡No, no, claro que no! –respondió Eleanor cuyo tono seguía sonando desesperado- ¡De verdad que me caes muy bien y lo he pasao muy bien! Pero no tengo familia, ni amigos, ni nadie que vaya a ayudarme y…

-¿Y por qué iba a hacerlo yo?

-Porque tú me entiendes. Entiendes que no lo hice por maldad sino porque no me quedó otra… Yo amaba a Sweeney aunque él jamás me viera y todo lo hice por él… Intentó matarme y nunca me quiso, ¿no es eso suficiente castigo?

Bellatrix la observaba impasible. Claro que aquella historia le resultaba familiar, pero no le gustaba sentirse utilizada.

-Ayúdame, por favor –repitió la pastelera con más suavidad acercándose a ella-. Te estaré eternamente agradecida y… haría cualquier cosa por ti…

Bellatrix la apartó casi con repugnancia. Se miraron a los ojos durante lo que fue casi un minuto. La bruja comprobó la hora y se dio cuenta de que era muy tarde, debía volver con Sirius para que no se preocupase. Así que tomó una decisión sospechando que se arrepentiría. Se subió la manga izquierda del vestido bajo la que se distinguía un tatuaje. Era un cuervo con las alas desplegadas que cubría la marca que antaño lució en ese mismo lugar. Desempeñaba una función parecida. Presionó su varita sobre ella y pensó en la persona a la que deseaba llamar. Medio minuto después, un mago atractivo, varonil y muy elegante apareció ante ella.

-¿Qué necesitas, Belle?

La mortífaga se acercó a él y susurró indicaciones en su oído. Su compañero asintió varias veces y finalmente murmuró que no se preocupara, él se encargaba.

-Muchas gracias, Rod –respondió ella abrazándole.

Rodolphus Lestrange le devolvió el gesto, le guiñó el ojo y desapareció. En ocasiones como esa Bellatrix pensaba que le habría ido mejor si se hubiesen casado. Pero ambos decidieron que funcionaban mejor como amigos y lo fueron hasta el final. Por eso, cuando Bellatrix entregó a Voldemort, colaboró con el Ministerio en un programa de rehabilitación para integrar a sus excompañeros en la sociedad. Adujo que se unieron a los mortífagos bajo coacción y amenazas y merecían una segunda oportunidad. Como el Ministerio quería empezar de cero, aceptaron. Así que tras cumplir tres años en un Azkaban más humanizado y finalizar el programa, los dejaron en libertad. Sabían que le debían su vida a Bellatrix y juraron ayudarla con cualquier problema. El patronus de la morena era un cuervo y ahora sus excompañeros de más confianza lo llevaban en la muñeca. Por supuesto este último dato solo lo conocían ellos.

Eleanor la miraba impaciente sin saber quién era ese hombre ni qué había pasado. No se atrevió a preguntar.

-Debemos ir con Sirius ya –fue lo único que dijo la bruja.

Su compañera asintió compungida. Iba a abrazarla para que las apareciera, pero la morena la agarró del brazo con brusquedad y al momento se esfumaron. Aparecieron ante la puerta del ático en el centro de Londres donde vivía Sirius. Bellatrix se lo regalo cuando él detuvo a Pettigrew y lo condenaron por el asesinato de los Potter. Su prima sabía que odiaba Grimmauld Place y aquel sitio era muy diferente: moderno, amplio, muy luminoso, con todo tipo de comodidades y sin ningún retrato que le gritara insultos. Así que Sirius se instaló ahí y cedió su casa familiar a Harry.

No les hizo falta ni llamar a la puerta. En cuanto su oído canino escuchó el ligerísimo "crack" de la aparición, Sirius abrió la puerta con rabia.

-¿¡BELLATRIX, SE PUEDE SABER QUÉ DIABLOS TE PASA!? ¿¡TE PARECE NORMAL LLEVARTE A UNA TESTIGO DE UN CASO SIN AVISAR, SIN SER AUROR Y SIN NI SIQUIERA PEDIRME PERMISO!? ¡PODRÍA DETENERTE POR ESTO!

Era evidente que iba a seguir gritándole, así que Bellatrix le interrumpió y murmuró:

-No, Sirius, tenías razón. No debería haberlo hecho, lo siento.

La sinceridad y el desconsuelo de sus palabras tomó por sorpresa a Sirius, que había esperado burlas y reproches por su inflexibilidad y su falta de confianza. Pero no hubo nada de eso. Así que tras unos segundos para calmarse y viendo que todo estaba en orden, suavizó el tono:

-Bueno, lo importante es que la has traído, no vuelvas a hacerlo y ya está. Pasa, Eleanor. Ya sabes, la habitación del fondo, avísame si necesitas algo.

La muggle asintió con rapidez sin atreverse a mirar a ninguno de los dos y se alejó por el pasillo a toda velocidad.

-Veo que habéis aprovechado el día –murmuró el mago observando la cantidad de bolsas que llevaban.

-Sí, ha estado bien –respondió Bellatrix sucinta-. Buenas noches, Sirius, ya me contarás.

"¡Espera!" la frenó él agarrándola del brazo para que no se marchara. Bellatrix cerró los ojos con pesar. No le gustaba mentirle a su primo. Se giró hacia él y le preguntó si necesitaba algo más.

-Quédate un rato y hablamos. Te has perdido el brindis de Harry, el pobre casi vomita de los nervios de ver a su profesor preferido casado con Snivellius.

Bellatrix forzó una sonrisa. Una de sus rutinas favoritas era la de emborracharse con su primo mientras criticaban a todo el mundo. Pero esa noche no le apetecía.

-Es que he quedado ahora con unos amigos y…

-Bah, solo un whisky. Tus amigos te perdonarán que llegues unos minutos tarde, al fin y al cabo los libraste de la cárcel… -comentó con una mirada suspicaz.

Sirius sabía de sobra quiénes eran los únicos amigos de su prima. Por supuesto él los detestaba y la regañaba por seguir viéndolos, pero aceptaba que había pasado con ellos toda su vida y no tenía a nadie más… Además, ahora eran hombres libres que habían cumplido su deuda con la sociedad y él no era quién para gestionar la vida de Bellatrix, así que lo toleraba.

-Bueno, está bien –suspiró la bruja pensando que difícilmente empeoraría su día.