II

El principio del fin

" Siempre acabamos llegando

a donde nos esperan "

José Saramago

Llegó a la pensión entrada la tarde, le desilusionó un poco que nadie fuera a recogerla a la estación, pero de sobra sabía que tanto Yoh como Anna no eran personas amantes de las formalidades.

Observaba atenta la enorme casona, en un inicio no reconoció del todo la pensión, había algo de escombro y material de construcción en el jardín. Se veía a todas luces que el proyecto del hotel de aguas termales era todo un hecho.

Sus ojos brillaban emocionados y en su estómago revoloteaban las mariposas de los nervios. Con paso vacilante entró y llamó a la puerta.

Una mujer alta y de cabellos largos y azules le abrió la puerta, le dirigió una mirada de arriba abajo y le sonrió sarcástica. Tamao tembló levemente y agacho la mirada, reconocía en esa figura femenina a Kanna Bismarch.

- Es que te piensas quedarán ahí parada todo lo que resta del día- espetó la mujer con frialdad mientras que con un leve movimiento de cabeza le indicaba que pasara.

La joven obedeció y fue detrás de ella, la siguió a través de los pasillos bien conocidos, pero ahora llenos de polvo y semi destruidos. Subieron la escalera para acceder a las habitaciones del piso superior, que se encontraban ya en su totalidad remodeladas. Kanna se detuvo al pie de la escalera, dónde encendió un cigarrillo, después de exhalar una bocanada de humo extendió uno de sus largos y delgados dedos para indicarle a su acompañante que la esperaban en la segunda habitación del lado derecho.

Tamao conocía muy bien esa habitación, era la que el joven Yoh había ocupado antes del viaje a Norteamérica.

Caminó un tanto insegura, después de tanto tiempo volvería a verlo. No, no, no, negó con su cabeza, para despejar su mente y sacudir su corazón. Odiaba seguir teniendo sentimientos hacia él, no era correcto.

Se detuvo frente a la puerta, se sintió apabullada, tímidamente dio unos golpecitos a la puerta.

Toc, toc, toc

- Adelante - escuchó que una voz femenina y familiar le decía desde adentro.

La joven deslizó la puerta y entonces los vio, apenas si podía reconocerlos, aquel viaje los había cambiado. Los encontró más altos, con cabelleras más largas, pero Anna aún conservaba su aguda mirada e Yoh su eterna sonrisa.

La pareja se encontraba sentada frente a una mesita con el servicio de té ya puesto. El joven chamán sostenía a su hijo quien insistía en jalar sus cabellos.

- ¡Qué gusto de verte Tamao! - exclamó el Asakura en lo que intentaba inútilmente controlar a su bebé.

Tamao se ruborizó al escuchar el saludo, agachó la cara para tratar de disimularlo y se aferró a su maleta como el náufrago a una tabla.

Esta acción no pasó desapercibida por Anna, quien elevó una ceja con suspicacia, por el contrario, Yoh ni siquiera se percató del revoltijo emocional que todavía le provocaba a la chica de pelo rosa.

La adolescente estaba apenada, con sólo un saludo había perdido la compostura y lo peor es que sentía la filosa mirada de la rubia itako clavada en ella. No se atrevía ni a levantar la mirada y se sintió incapaz de articular palabra alguna.

Fue entonces que Hana entró a su rescate.

El niño, molesto de que su papá no lo dejara proseguir halando de su cabellera, le propinó un golpe en la cara con su pequeño puño cerrado para después soltarse a llorar. Esto provocó que Anna apartara la mirada de la atribulada muchacha y dirigiera su atención hacía su retoño.

- ¡Por Dios Yoh! ¿Qué le haces al niño? - exclamó en lo que le retiraba a Hana de los brazos y lo cargaba ella. Al instante el bebé paro los chillidos.

- ¿Yo? - pronunció el aludido - Si él es quien me ha pegado- se quejó mientras sobaba su mejilla.

- No es posible- la rubia llevó una de sus manos a su sien- Parece que, en vez de un hijo, tengo dos.

Tamao no pudo evitar soltar una risa animada, aquel incidente había relajado el ambiente y ahora podía verlos con tranquilidad. Sus ojos se posaron en el pequeño rubio que Doña Anna colocaba con suavidad en el suelo.

En un dos por tres el niño había gateado en su dirección hasta quedar justo enfrente de ella, sus ojos ambarinos la miraban con curiosidad. Ella doblo sus rodillas para agacharse y quedar a la altura del pequeñín, lo miró con ternura y le sonrió con afecto. Estaba igual o más hermoso que cuando dejo de verlo.

Anna e Yoh contemplaban la escena conteniendo la respiración y bastante expectantes, este encuentro era decisivo. Conocían muy bien a su hijo, era huraño y voluble, jamás permanecía más de cinco minutos con nadie que no fueron ellos.

Tamao extendió sus brazos en un claro gesto de querer cargarlo, al notarlo Hana hizo un puchero para después comenzar a berrear como si no hubiera un mañana. Extremadamente sonrojada y sin saber qué hacer, la joven se incorporó confundida y se alejó lo más que pudo.

Tanto la itako como el chamán intercambiaron miradas de resignación y pesar, el pequeño tirano, como lo llamaban a veces las Hana-Gumi, había vuelto a hacer de las suyas.

Anna entonces se acercó y volvió a tomarlo en sus brazos, una vez más por arte de magia, el bebé dejo el berrinche por la paz.

-No te preocupes Tamao- dijo Yoh con una sonrisa tímida- No es culpa tuya, Hana es así- rasco con una de sus manos su cabeza- Últimamente solo parece quedarse quieto cuando esta con su mamá.

- Pero se va a tener que acostumbrar a que yo no esté aquí para siempre- apuntó Anna con voz entrecortada.

Yoh dejó de sonreír al escucharla y coloco sus manos sobre los hombros de su esposa, fue casi imperceptible, pero los apretó con suavidad para tratar de mitigar la pena que empezaba por embargar a su mujer. Al sentir la suave presión, Anna recobró la compostura.

Tamao los observaba confundida, no entendía ni jota de lo que había escuchado y presenciado en el breve instante que duro la acción. Sentía que estaba contemplando un momento amargo, pero no encontraba el motivo.

- Al mal paso darle prisa- indicó la rubia rompiendo con el silencio que se había formado en la habitación- No estamos para seguir perdiendo el tiempo.

Elevó con sus brazos a su hijo hasta que el pequeño quedó a la altura de su cara, lo miró fijamente y arqueó una de sus cejas. Hana apartó sus ojitos de los de su mamá, a pesar de su corta edad había entendido la indirecta. Lo colocó sobre una manta en el suelo y le acercó varios juguetes para entretenerlo, ya no quería más interrupciones. Tanto ella como su esposo volvieron a ocupar sus lugares frente a la mesa, sirvió el té y le pidió a Tamao que se sentara frente a ellos.

La peli rosada obedeció al instante, en un segundo todo se había vuelto bastante solemne. Con sus blancas manos tomó la taza que la itako le ofreció y de inmediato se lo llevó a los labios, sí que habían tardado puesto que el té ya estaba tibio.

- Creo Tamao, que desconoces el motivo por el que estas aquí- inició Anna, sus ojos clavados en el rostro de la niña.

- Las indicaciones que me dieron es que ustedes precisaban de mí y que era momento de servir a la familia Asakura- habló con seriedad- Estoy dispuesta a sacrificar mi vida si es necesario para apoyar y proteger a esta familia.

Anna esbozó una débil sonrisa, era justo lo que necesitan oír.

- Pues bien, lo que tanto Yoh como yo queremos que hagas… - contuvo por breves segundos la respiración, pronunciar las siguientes palabras eran dolorosas y agrías- es que te hagas cargo de la crianza de Hana.

¡Hola! Aquí de nuevo con otro capítulo, amo escribir esta historia, me tiene muy motivada. No pude evitarlo y puse otro momento YohxAnna, pero ellos son parte importante de la (por así decirlo) primera parte de esta historia. Nuevamente agradezco a LyMon y a Allie por seguir esta historia. De verdad chicas, muchísimas gracias por leerla. Espero disfruten este capítulo. ¡Feliz inicio de semana y feliz vida!