Capítulo 2

Para Zack, caminar hasta la ciudad no era una tarea que le desagradara. Sentía qué haciéndolo se olvida un poco de su realidad y ganaba fuerzas. Nunca se le hizo una caminata demasiado larga o pesada; hasta ese día. Para su sorpresa, Rachel se cansó de caminar apenas encontraron la ruta para guiarse hasta su destino. Al principio, trato de obligarla a que continuase un poco más por su cuenta, pero al darse cuenta que iba a ser en vano, se vio obligado a cargarla. Ahora, tenía una carga de doce kilos en su espalda, la cual estaba bien sujetada de él por el agarre a su cabello y abdomen. A pesar de su pequeño tamaño, tiene fuerza que dolorosamente lo hacía sentirse más tranquilo. Esa virtud le daba esperanzas a que la niña pudiera defenderse mejor si es que la volvían atacar, hecho que dudaba por la simple razón de que los otros le tendrían miedo. En la mente del chico, la mocosa contaba con una bendición grande que le aseguraba inmunidad ante posibles intentos de revanchas: la aceptación del monstruo del orfanato.

No era un apodo muy agraciado, pero lo entendía y aceptaba cada día más. Después de todo, las cicatrices por quemaduras no las tienen todo el mundo. Por otro lado, su gran resistencia ante las condiciones más desfavorables eran otra prueba para los demás de que lo que veían día a día no era un ser humano. Lentamente, con el pasar del tiempo, el joven se fue resignando y envolviéndose a su apodo sin chistar. Cada persona que conocía se encargaba de demostrarle que eso era verdad. Las miradas de horror; los malos tratos; los susurros indiscretos sobre su condición; los trabajos forzados; los días sin comer y aún así estar lúcido; la infinidad de golpes recibidos y sin embargo seguir de pie. Todo eso era su pan de cada día, a veces junto y otras veces separando, pero siempre estaban. Lo único que no podría acostumbrarse jamás sería a su nueva tarea especial: enterrar a los muertos. Oler esa descomposición; cavar un pozo lo suficientemente grande para varios cuerpos (con la posibilidad de encontrarse con antiguos compañeros de habitación); tirar uno por uno para luego volver a poner la tierra en su lugar. Era un ciclo sin fin, en el que él era el esclavo. Nunca aceptaría ese trabajo degradante como propio. Jamás.

—Zack— la voz de la rubia lo hizo volver a la realidad.— ¿Falta mucho?

El chico gruñó. Mierda, si que era cansador tener que cuidar a alguien más. De nuevo recordó cuando tenía que cuidar a sus hermanos menores. Por lo menos ella era más tranquila a comparación de los otros.

—Nunca dije que fuera un viaje corto.— respondió— Pero es necesario, más que todo por vos. Como ya dije, no quiero enterrar otra fosa tan pronto.

—¿Qué es una fosa?— preguntó con curiosidad.

¡Carajo! ¿Ahora cómo le explicaba? Anteriormente le había dicho que tenía que enterrar cadáveres, pero ahora que estaba más descansado se daba cuenta que lo mejor era que evitara hablar con ella de esos temas.

—Es un pozo.— dijo a secas.

—¿Por qué cavas pozos?— habló nuevamente.

—Es una tarea que tengo que hacer, y no quiero hablar más del tema.— sentenció sin saber que más decir si llegaba a indagar un poco más.

Sintió el suspiro de la menor mientras acomodaba su cabeza en su hombro. Un alivio para él. Odiaría verse acorralado a decir la verdad, porque para Isaac Foster mentir no era una opción. Era lo que más odiaba de toda la existencia y nunca la aceptaría como opción a un problema. Preferiría traumar a Rachel antes que hacer eso por más doloroso que fuese para ella.

Frunció el ceño al percatarse que tomaba a esa enana muy en cuenta, cuando seguramente moriría pronto o lo traicionaría al momento de llevarse mejor con los demás. Después de todo, era una mocosa linda y pequeña, pero sobre todas las cosas: era una mujer. Hoy sería la excepción, mañana tendrá que aprender a arreglárselas solas. Que ni piense que él será su niñero o algo por el estilo, él no está hecho para eso.

—Zack, ¿por qué traes vendas?— preguntó de repente. Esa niña no entienda de sutilezas.

—No te interesa.— fue lo único que dijo ante su pregunta.

Recordar era más doloroso que las heridas físicas. Hace más de un año cargaba con sus memorias y heridas, las cuales seguían ardiéndole, pero aún no sabía si esa molestia era física o psicológica. Sus heridas fueron tratadas solo por la mano del tiempo, ni un médico o especialista lo había vuelto a revisar desde ese día. Esa era otra razón por la que tenía el apodo. Una persona común se hubiera muerto si esas quemaduras no eran tratadas como debían. El sistema inmunológico de Zack sería un gran misterio entre los científicos sin duda alguna.

Rachel por su parte estaba colgada de la espalda del chico mayor que ella. Observaba cada vez que avanzaban el pasto moverse por la brisa y las hormigas haciendo su recorrido. De vez en cuando pasaba un auto sin dignarse a detenerse a preguntar si necesitaban ayuda y por momentos fortalecía su agarre para sentirse más protegida. Era una linda sensación, extraña pero cómoda, la cual no dudaba que podría acostumbrarse rápidamente. Trató de evocar un recuerdo parecido a lo que estaba viviendo con alguno de sus padres; pero nada, había un vacío de cariño que dolía muy en el fondo de su corazón. Recordó cuando trató de obtener atención de su maestras de kínder, pero solo recibió expresiones de incomodidad disimuladas mientras se iban a ver otros niños, quienes eran más alegres, tiernos y carismáticos que ella. Con sus sonrisas perfectas y sus ojos vivaces que transmitían inocencia pura. Algo que ella no podía alcanzar aunque intentase. Trató de imitarlos más de una vez, pero recibió miradas de susto y burlas por parte de los demás. Tras sus intentos fallidos de buscar amor, se dedicó a simplemente tratar de aprender a leer con los pequeños y grandes libros que habían en el salón. Casi sin la ayuda de sus docentes, pudo aprender a leer y escribir -aunque no se salvaba de las faltas de ortografía-. Inclusive logró contar hasta 70. El abecedario escrito se lo sabia casi todo, a excepción de algunas letras que no lograba memorizar por su similitud a otras (como la s y la z). Su inteligencia era una maravilla que se debía a la falta de atención y sociabilidad. Para su desgracia, nadie lo supo ver y quedó sin saber ella misma lo inteligente que era.

Fijo su vista al cabello de Zack y sin pensarlo lo olió un poco. No era lo más rico que haya olfateado en su vida, pero tampoco era tan desagradable. Nuevo se podría decir.

—¿Qué estás haciendo, mocosa?— escuchó al otro irritado. Le ponía de nervios que hiciera eso y más que le dijera por todos los nombres, menos por el suyo.

—Oliendo. Y mi nombre es Rachel.— respondió con tono ofendido.

—¿A caso eres rara? Y ya se que te llamas así, enana.— dijo el joven, sin saber que la primera frase denotaba algo especial en ella. Cómo si un interruptor cambiara de posición y función. Si los demás supieran para que servía, estarían muy asustados. Increíblemente, se contuvo y prefirió dejarlo pasar por esta vez.

—Entonces dime así.— ordenó con frialdad, haciendo que el niño ralentizara su paso.

—No me gusta tu nombre, es muy largo y elegante.— dijo su compañero algo impactado por su tono de voz.— Te diré Ray, es más corto y fácil. ¿Te parece?

La rubia lo pensó por un rato. Nadie le había llamado por un apodo que tuviera que ver con su nombre y sin ninguna connotación negativa. Sus mejillas se calentaron un poco y agradecía que el castaño no la viera en esos momentos. Era tan raro que alguien la pudiera subir y bajar del cielo con tanta facilidad y sin esfuerzo alguno.

—Sí.— dijo sin más, mientras volvía a poner su rostro en el hombro del otro, buscando más la calidez que le había generado.

—Bien, Ray, sigamos más rápido.— atinó en decir mientras volvía aumentar la velocidad de sus pasos.

...

Llegar a la ciudad tardó su tiempo. Normalmente, Zack hubiera tardado menos de la mitad de tiempo, pero con Rachel se habían complicado las cosas. Cuando ya no estaba cansada quería caminar, lo cual no duraba mucho y terminaba nuevamente en la espalda del otro. El trayecto estuvo bien, no hubo complicaciones y la niña no volvió a hacer preguntas que no pudiera responder. Miraba con atención cada animal que se le atravesaba: vacas, liebres, caballos. El que más le llamó la atención fue un perro adulto con su collar y pañuelo en el cuello. Ese les había acompañado un tramo para la felicidad de la pequeña. El chico ya lo conocía, así que solo le dio una caricia en la cabeza y siguió como si nada. En cambio, la rubia estaba deleitada con él. Le encantaban los animales, en especial los caninos. Su mirada no se perdió ni uno de sus movimientos hasta que se fue.

—¿Tiene casa?— preguntó al no verlo con ellos.

—Supongo, está bien cuidado.— respondió sin darle mayor importancia.

Ahora, estaban a unos pocos pasos de adentrase en ella, por lo que Zack la bajó para que fuera por su cuenta.

—Mira, lo que te voy a decir puede no ser de tu agrado pero es lo qué hay, así que te aguantas.— empezó a decir con severidad.— Acá no regalan comida, así qué hay que ganárnosla.

—¿Cómo?

—Buscando en la basura.

La cara de la pequeña fue algo que realmente temió el pequeño. La noticia logró que su rostro pasara de la indiferencia absoluta a la decepción y desagrado máximo. No hubo una gran expresión, pero si la suficiente para incomodar y ganarse un golpe en la cabeza por parte del muchacho.

—¡No me mires así! No es mi culpa que esta sea la única opción— dijo Zack a la defensiva.

Ray quedó pensativa por unos segundos mientras miraba a las personas pasar. La idea de comer restos mezclados con residuos simplemente no era una opción digna para ninguno de los dos. De repente, una idea fugaz se le cruzó por su mente. La idea era bastante arriesgada, básica e infantil para cualquier adulto que lo viera desde su punto de vista, pero para una niña de tres años -a pesar de demostrar signos de ser una superdotada- era perfecta. Solamente tenía que perfeccionar la táctica y no permitir que terminen como aquel perro y gato al final del episodio. Sí, su idea surgió de una caricatura que sabía mirar en las tardes. No era lo más original del mundo, pero bastaría para sobrevivir ese día.

La pequeña rubia miró al chico y lo tomó de la mano. Mientras más rápido se pusieran de acuerdo mejor.

...

—Carajo.— dijo Zack entre dientes, viendo desde su escondite a una hamburguesería. Internamente se estaba arrepintiendo de haber traído a la remilgada niña con él. "Sin duda esa mocosa tiene que aprender rápido cómo son las cosas" se dijo. Era el mediodía, es decir, hora del almuerzo. Al ser sábado, la gran mayoría de las personas del pueblo salían a comer al centro, entre ellos jóvenes ingenuos. Suspiró de frustración al ver la cantidad de testigos que habría y lo mal que la pasaría si algo llegaba a fallar. Estaba a punto de renunciar a la misión, pero sintió un pinchazo en su nuca; supo que ella estaba viéndolo.

No había de otra.

Comenzó a analizar mesa por mesa cual les convenía más, estás al estar al aire libre eran blancos medianamente fáciles. Su atención se fijó en la tercera mesa. En ella, habían tres adolescentes, los cuales no pasaban de los diecisiete años. Era un blanco perfecto. Miró a su pequeña acompañante y asintió, dando por comenzado el plan.

Un grito de dolor se hizo escuchar por la vereda donde estaban las mesas. El grupo de chicos levantó la mirada y vieron cómo una pequeña estaba tirada en el suelo, mientras abrazaba sus rodillas. Instintivamente, ellos se levantaron para socorrer a la chica, dejando todo lo que tenían en la mesa. Ante eso, Zack corrió rápidamente y tomó los alimentos, poniéndolos en una bolsa que había encontrado. En esa movida, se percató de dos objetos en particular: una billetera de color cafe y otra negra. De ella se escapaban unos billetes de gran valor y le provocó un recuerdo de su vida anterior. Su madre le encargaba que fuera a comprar lo esencial en el supermercado cercano a su casa dándole algunos billetes arrugados. Ese pequeño flashback hizo que su mano cobrara vida propia y tomara las billeteras de paso. Todo fue tan rápido. Cuando se estaba yendo logro escuchar el grito de una señora, advirtiendo que fue descubierto. Los jóvenes dejaron de preguntarle a la niña sobre el paradero de sus padres y pusieron su atención en el hurto. Dos de ellos comenzaron a correr detrás del pequeño ladrón, mientras que el otro se quedó para seguir ayudando a la menor. Sin embargo, esos segundos de distracción fueron los suficientes para Rachel de poder escapar cómo pudo, escondiéndose detrás de unos conteiner de basura. Desde su lugar, vio al adolescente buscarla con la mirada y maldecir por lo bajo, suponiendo que ella tenía que ver con la movida. Una pequeña sonrisa surcó en sus labios y al verlo rendirse en su búsqueda, se fue corriendo al punto acordado de encuentro con Zack.

...

—¡Hijo de perra!— escuchó decir a lo lejos a uno de sus perseguidores, provocándole una carcajada. Agradecía en esos momentos su gran estado físico que le permitió salir victorioso de ese robo. Aún así no se detuvo hasta llegar a un callejón, en donde empezó a recobrar el aliento lentamente. Ahora, solo restaba que la mocosa lograra llegar hasta el lugar sin ser atrapada. Para su desgracia tuvieron que recurrir al plan B. La idea original en un principio fue en que él tendría que agarrarla así escapaban juntos, pero al haber sido expuestos por esa señora, hubo un cambio de planes a último momento.

—Maldita.—dijo entre dientes al recordar el rostro de indignación de esa señora remilgada. Se veía de lejos que aquella mujer no comprendía que era estar prácticamente en situación de calle. Y no precisamente por el aviso a las personas de lo que estaba haciendo, sino por el asco que se veía en su rostro. Cada vez que veía una persona de su clase sentía unos deseos extraños, los cuales nunca pudo explicar que significaban y cómo calmarlos.

Sin más, se sentó al lado de unas cajas grandes que cubrían bien su presencia. Abrió la bolsa con ansias y al oler las deliciosas hamburguesas, su estómago se removió de impaciencia. Tres grandes hamburguesas con sus doradas papas fritas.

—Acordamos que me ibas a esperar.— esa voz hizo que diera un pequeño salto del susto. Levantó la mirada y con lo primero que se encontró fue con la mirada de reproche y acusadora de la enana rubia. Vio cómo su frente caía un poco de sudor y su respiración era algo agitada.

—¿Y que crees que estaba haciendo, mocosa? ¿Acaso me vez con comida en la boca?— reclamó Zack, golpeándole en la cabeza, pero sin lograr ninguna mueca de dolor.

Rachel lo miró resignada y sin más se sentó sobre sus piernas.

—¿Qué crees qué haces? ¡Bájate!— le gritó el castaño furioso.

—El suelo está muy sucio y aquí es más cómodo.— respondió con simpleza mientras se acomodaba mejor.

—¡Yo no soy tu silla, idiota!— se quejó, pero antes de que pudiera empujarla, vio cómo su pecho seguí subiendo y bajando; seguía agitada. —¿No haces ejercicio, cierto?— al ver que asintió, solo suspiro con pesadez y dejo el asunto así, por lo menos esa vez se la dejaría pasar.— Esta bien, pero si me canso te empujo.

...

Al terminar de comer las dos primeras hamburguesas, guardaron la tercera para la noche junto con dos bolsitas de papas. Aun sentados, ambos miraban las billeteras que habían conseguido.

—Me sorprende que se te hubiera ocurrido.— susurro incrédula Ray, ganándose una mirada de odio del chico.—Tal vez lo mejor sea quedarnos solo con el dinero y dejar el resto en algún lugar.

—Supongo, siempre y cuando no nos atrapen.— dijo Zack. — ¿Qué haremos con el dinero?

—Lo mejor será guardarlo y usarlo cuando en verdad lo necesitemos. Tal vez con lo qué pasó las personas empezaran a ser más cuidadosas. —respondió monótonamente, a su vez que metía su mano en el bolsillo del chico.

—¿Qué haces?— decir esa frase le costo, ya que tartamudeo varias veces. Sentía sus mejillas arder y agradecía internamente que tuviera vendas para que la pequeña no lo viera.

—Quiero asegurarme de que tus bolsillos estén bien.— dicho esto, sacó su mano de allí. — Esta todo en orden, puedes guardar el dinero.

—¡Me pudiste haber preguntado!— él odiaba el contacto y cercanía de los demás, por eso había sido así su reacción anterior.

—Para más seguridad.— respondió con simpleza volviéndose a sentar en su regazo.

—Que no soy tan idiota.— renegó al ver su trato hacia él, pero al ver que no se le movió ni un pelo ante su reclamo cerró los ojos fuertemente y contuvo un grito de frustración. Al volver a abrir sus párpados, fijó su mirada al cielo. Todavía era temprano.

—¿Quieres quedarte aquí un rato más?— preguntó el joven. Instintivamente, la chica asintió al mismo tiempo que se levantaba.

—¿Podemos caminar por la plaza que vimos antes?— pidió, mirándolo con algo de suplica. Zack solo asintió y comenzó a caminar sin darle importancia a la petición. En cambio, Rachel sonrió levemente feliz y agradecida. Hace tiempo que no iba a una, cada vez que quería ir a algún lado, sus padres se negaban rotundamente. Por primera vez, alguien aceptaba en ir con ella a algún lugar.

—¿Vienes o no?— exclamó molesto el chico, despertándola de sus pensamientos y provocando que comience a correr hacia su búsqueda.— Si que eres lenta.

...

La plaza que Ray había querido ir era demasiado tranquila. Casi no había personas circulando por ella. Eso se debía a dos simples razones: estaba en un barrio algo peligroso y se encontraba descuidada. El pasto estaba largo (más de cinco centímetros de largo) y los juegos que tenía se encontraban en un mal estado. Sin embargo, la niña no le molestaba aquello. Ella solo se columpiaba tarareando una melodía algo pegadiza. Por su lado, Zack solo estaba recostado, mirando hacia el cielo. Normalmente le molestaba tanta tranquilidad, pero esta era tolerable. Habían pasado horas en ese lugar y para su suerte no se cruzaron con ninguna persona que vieron en la mañana. El cielo lentamente comenzaba a tornarse naranja con tonos rosados, lo cual significaba que dentro de un rato anochecería. Lo mejor para ellos sería comenzar a volver al orfanato antes de que aquello pasase, ya que sería más peligroso por los animales salvajez y la falta de visión. Sin pensarlo más se reincorporó y fue a buscar a su compañera. Desde que llegaron, Ray no se había cansado de usar el columpio a pesar de que este no estuviera en las mejores condiciones. Al llegar atrás de ella le dio un leve puñetazo en la cabeza para que se diera cuenta de su presencia. La rubia soltó un leve quejido y lo miro fulminantemente.

—Será mejor que comencemos a volver, de noche será más peligroso.— dijo mientras la cargaba y comenzaba a caminar fuera del lugar. No espero por la respuesta de la joven, pero era obvio que había aceptado sin oposición alguna.

Por su parte, en todo ese tiempo Ray pensaba en todo lo que estaba viviendo actualmente. De hija de padre policía alcohólico y madre violenta, pasó a estar por su cuenta. Para su suerte el chico que la llevaba se encargo de cuidarla ese día, sin embargo tenía miedo. Miedo que esa tranquilidad y protección que sentía cuando estaba a su lado se esfumara sin aviso. A pesar de ser gritón y gruñón, sorprendentemente se apegó muy rápido a Zack. Tal vez esos pequeños detalles que hacía por ella para él no fueran nada, más significaban una muestra de esperanza. No quería que eso terminara, a pesar de que no fuera preocupación cien por ciento genuina. Sentía que debía prolongar esa sensación lo más que pueda. Lo único que se le ocurrió fue en ser su cerebro y apoyo. Hoy demostró que podía serle útil, si lo seguía siendo él no se alejaría de ella. ¿Verdad? Aunque, una parte suya decía que ella no era suficiente para él, que pronto se cansaría de ella. Lo que pasó en la mañana pudo haber sido una excepción, porque en realidad ella no es nada más que un...

—Zack.— llamó Rachel.

—¿Mh?

—¿Crees que...— un nudo en su garganta no le permitió seguir hablando. Sintió un miedo horrible al pensar que si terminaba su frase él se diera cuenta de la realidad. Ante esto, el niño se detuvo y quedó allí por varios segundos, como una forma de exigir que terminara de decir lo que quería. Al ver que pasaba el tiempo y seguía sin emitir un sonido empujó un poco más la situación.

—Dilo.— ordenó.

—¿Soy un estorbo?— soltó de golpe, sorprendiéndolo por la profundidad de esa pregunta. Tanto que lo dejó sin una respuesta clara. Ayer a la noche la conoció y todavía no sabía bien como era. Lo único que compartieron fue esa tarde. Meditó el porqué de su pregunta hasta que entendió lo obvio. Apenas había sido abandonada y probablemente se preguntaba que hizo para eso. Después de todo, él también lo pensó cuando lo dejaron a su suerte allí.

—Bueno... —comenzó, sin saber cual sería la respuesta correcta.— No te conozco mucho para asegurar o no algo como eso. —sonó rudo pero era cierto— Pienso que eres una mimada, algo pesada, cabeza dura... Pero no creo que seas una carga, supongo.

—¿Te soy útil?— eso último era lo esencial para ella. Si decía que sí, sería la señal de que podría estar con él por más tiempo.

—Em... —eso si era raro para él, aún así no la iba a dejar con la duda—Creo que sí, gracias a ti pudimos comer bien y obtener dinero.

—¿No me mientes?— eso logró molestar a Zack y ella se dio cuenta al ver como su semblante se volvía serio.

—Escúchame bien, Ray. Yo odio las mentiras, y detesto a un mentiroso. Espero que con eso quede claro.— la miró fijamente al decir eso y pudo apreciar como una leve sonrisa se atravesó en su rostro, pero no era como la de alguien normal. Sus ojos le daban una sensación tan extraña que lograban incomodarlo.— Eso si, tienes que mejorar esa sonrisa. Da miedo.— tras esto, desvió su vista hacia el camino nuevamente y retomó su caminata.

Él no le prestó atención, pero las mejillas de la pequeña se tiñeron de carmesí. ¡Él la quería! ¡Alguien la quería! Así fueron sus pensamientos una y otra vez. Y es que a su corta edad aprendió lo que era el amor de manera errada. O tal vez no tanto. Nadie le explicó lo que conllevaba el amor, más sin embargo trató de deducirlo, llegando a la conclusión que ser útil para alguien era sinónimo de amor. Cualquier persona que se hubiera preocupado por saber de ella se habría preocupado por la mala concepción que tenía sobre ese sentimiento. Pero siempre estuvo sola y nadie la pudo sacar de su error. Abrazó fuertemente al joven, sonriendo sin que pueda verla. Zack sintió algo raro en ese contacto, pero prefirió no indagar en ello, lo que importaba ahora era llegar bien.

...

Antes de entrar a la propiedad, volvieron a donde fueron a la mañana, cerca del canal. Allí, buscaron un escondite para sus ahorros. Rachel pensó que lo mejor sería enterrar de bajo de una piedra pesada para que nadie pudiera saber de su existencia. El niño juntó sus fuerzas y logró mover la piedra para que la rubia pueda cavar el escondite. Previamente, envolvió el fajo de dinero en el papel de aluminio que cubrió la hamburguesa para evitar sus daños. Las billeteras con la documentación prefirieron dejarlas en un pequeño quiosco para no tener mayores problemas en un futuro. Habían esperado a que el dueño se distrajera y sin perder tiempo dejaron los documentos antes de irse sin ser vistos por nadie.

Al terminar de enterrar la plata, le indico a Zack que ya podía dejar la piedra. Previamente a volver al sitio, se lavaron un poco en el agua y se fueron sin más a la casa para poder descansar finalmente. Después de todo, ya eran pasadas las ocho de la noche, lo que quería decir que la gran mayoría ya estarían durmiendo. Al entrar al galpón, Zack se fue a su lugar para descansar, seguido de la pequeña. Muchos de los que todavía seguían despiertos vieron con incredulidad cómo la chiquilla de tres años, la cual habían golpeado duramente, iba a tras del demonio. Y lo peor: que este la aceptara y la protegiera. Sin duda entre monstruos se entienden, pensaron estupefactos mientras desviaban su mirada de ellos, ya que les incomodaba demasiado ver como la mocosa de ojos muertos abrazaba por la espalda al otro, sin que este se quejase.

Sin embargo, lo que nadie vio fueron los ojos de susto de Zack al sentir su contacto. Y no por el hecho de que lo estuviera tocando, sino como pudo bajar su guardia tan fácil ante ella. No pudo quitarla de su lado porque su mente no se lo permitía. Finalmente comprendió todo. Ellos dos se necesitaban. Ella necesitaba los cuidados de alguien mayor, ya que a pesar de haber demostrado ser inteligente aún seguía siendo una mocosa. Él, en cambio, estaba cansado de estar solo y sentía que había encontrado de cierta forma una hermana menor. A diferencia de Rachel, él la veía como una hermana pequeña y él se sentía su hermano mayor. De alguna forma eran familia ahora.

Una verdaderamente extraña y peculiar familia.