Los cálidos rayos de un sol primaveral atezaban su piel blanca, mientras su ser reposaba en aquella silla playera, junto a la piscina.

Tenía puesto un boxer negro y unas gafas espejadas; aunque éstas no imposibilitaban que de reojo admirara a quien custodiaba la existencia de su primo. Un sujeto de piel blanca, cabellos tan ardientes como lava y vestido siempre con ese traje y lentes negros que cubrían unas pupilas caoba, haciéndolo más irresistible.

Aquél hombre le había cautivado desde la primera vez, en que por accidente, cruzaron una mirada; no obstante el comportamiento que tenía con él no era del todo afable. Siempre buscando un pretexto para insultarlo, hacerle sentir inferior o... llamar su atención.

De acuerdo. La principal razón por la que lo hacía se debía a eso, el esperar que le mirara con reprensión, o que incluso se atreviera a responderle a sus insultos con ironía o con palabras agraviantes. Después de todo se sentía herido, lastimado, ofendido por que se hubiera olvidado de quien era; por no recordar que no era la primera vez que se veían.

Camus Noiret era su nombre. Guardaespaldas de su primo, persona de confianza de su propio custodio. El ser que era culpable de todos y cada uno de los latidos acelerados y cambios de humor que el aristócrata podía tener.

Como odiaba amarlo en secreto. Cuanto sentía tener que comportase de aquella manera despreciativa tan sólo para hacerle pagar su olvido.

Cerró los ojos y se dispuso a descansar.

Quizá ese día tan sólo compartirían los insultos del desayuno y una que otra mirada molesta, nada más.

- Me encantan las vacaciones - Escuchó el comentario de su primo, sentando a estribor mientras se colocaba el bronceador. Ignoró sus palabras y todo ruido que interrumpiera su siesta, cuando un sirviente se aproximó a ellos. El pelirrojo se acercó a la par

- Señor Everett, tiene una llamada - Dijo el mayordomo acercándole el teléfono a su amo; pero antes de que el rubio se incorporara y lo tomara, el custodio estiró la mano para hacer su trabajo. - El señor Weaver revisó primero la llamada - Informó el sirviente, por lo que el francés desistió de la idea mientras el otro atendía con un «Aló?». El mozo hizo una leve inclinación y abandonó el lugar, seguido por el galo, quien retornó bajo su árbol.

Y como cada vez que Camus se acercaba, Milo dejaba hasta de respirar para poner atención en cada gesto y movimiento de éste, incluso para que sus tímpanos percibieran el sonido de la suave exhalación que dejaba emanar.

- De verdad? - Preguntó Shaka emocionado, olvidando sus acostumbrados modales para brincar del plácido asiento y ponerse en pie. Su familiar gruñó molesto por haber sido sacado abruptamente del majestuoso cuadro, donde la melena rojiza del galo le hipnotizaba al moverse al compás de sus pasos. Le dirigió una mirada fulminante mientras se deshacía de las gafas de sol - Ahí estaremos! - Y terminó la llamada con aquella exclamación y ante el asombro del otro.

- En donde? - Preguntó el griego al saber que ese 'nosotros' oculto lo encerraba también a él.

- Me acaba de llamar Mu Modigliani - Comenzó a explicar sentándose nuevamente en la silla de playa y con una gran sonrisa en los labios.

- Tu padre firmará otro acuerdo con su empresa? - Preguntó el otro de forma aburrida

- No! - Exclamó dándole un suave golpe en el brazo. -Dará una fiesta en su mansión y estamos invitados - Las pupilas del rubio crespo enfocaron la silueta del francés

- Y supongo que tu perro guardaespaldas irá con nosotros, no? - Shaka sonrió ante su comentario. Él era muy suspicaz y sabía perfectamente que ese brillo, cada vez que la identidad del galo salía a relucir, se debía a cierto amor negado por parte de su primo.

Sin responder la pregunta se puso en pie, haciéndole una seña al pelirrojo con la mano para que se aproximara a ellos. Milo trató de ejercer control sobre sí mismo.

- Mañana tendremos una fiesta por la noche y necesitamos que Weaver y tú nos escolten - Dijo sonriendo de una forma que solo usaba con él y con el guardaespaldas de su primo, en secreto.

- Le avisaré, señor - E hizo una leve inclinación de la cabeza.

- Y tráeme agua - Ordenó el rubio crespo levándose de su asiento y mostrando el cuerpo escultural del que hacía gala, mientras chocaba el vaso de cristal contra el pecho del francés y esperaba a que lo tomara. Su primo se regocijó con ese ligero temblor en sus pupilas y el ridículo que hacía al observar que a Camus le era totalmente indiferente.

- No soy su gato, señor - Y procuró que el último vocablo sonara lo más despreciativo posible. El puño de Milo comenzó a crisparse con fuerza.

- Sólo te estoy buscando más usos, perro - dijo, levantando los hombros.

Para Shaka la situación era bastante entretenida, mucho más al recordar que Kanon le había mencionado las de veces que el pelirrojo se había contenido por no sacar el arma que guardaba entre la pretina de su pantalón; pero, siendo conocedor de la atracción que su primo le profesaba a su custodio, se sintió con la responsabilidad de frenar las cosas... aunque sólo fuera para hacerle rabiar un rato.

- Tranquilos... - Dijo situándose en medio y obligándoles a separarse. Le dirigió una sonrisa extraña a su primo antes de virarse hacia Camus y jugar con su corbata. - Tráele un poco de agua, por favor. - El otro rubio sintió que la sangre le hervía y que ésta ascendía hasta sus pómulos, coloreándolos. Shaka le retiró los lentes de sol a su custodio al mismo tiempo que le tomaba la mano, colocaba el teléfono y en la otra el vaso de su familiar.

- Basura... - Se escuchó el murmullo malhumorado de Milo. El pelirrojo fijó sus pupilas sobre las cerúleas del otro.

Por lo menos el rubio había logrado su objetivo: una mirada. Fría, distante, casi podría describirse sin vida. En lo absoluto parecida a la de aquella noche: enardecida, dolida e incluso confundida.

No le conocía como para asegurar que fuera así; pero él sentía que el pelirrojo había revolucionado su forma de ser, y no precisamente para bien...

- No le hagas caso, Camus - continuó diciendo Shaka con su tono seductor en la voz. Su primo bufó con molestia al ver como el otro era engatusado, por lo que simplemente se echó al agua sin importarle que pudiera mojar a ambos, los cuales le dirigieron una mirada que expresaba reproche.

Para cuando el rubio dejó de prestarle atención al galo, Milo había nadado hasta el extremo de la alberca de espaldas. Caminó hacia él con una sonrisa pintada en sus labios, pensando lo celoso que podía llegar a ser y lo mal que había hecho al confirmarle que estaba enamorado del pelirrojo; aunque por dentro no se alegraba... la mirada de Noiret a veces lo asustaba, era como si no sintiera, como si esas pupilas carecieran de todo brillo o se negara a experimentar, sentir e incluso... vivir.

En el momento que se puso en cuchillas para quedar al mismo nivel de su rostro, éste suspiró con nostalgia.

- Qué quieres? - Refunfuñó Milo dándole la espalda

- Hablar con el gruñón de mi primo - Comentó haciéndose el gracioso, por lo que el otro le aventó un poco de agua con la mano

- No quiero cruzar ni media palabra contigo - Y comenzó a nadar de nuevo hacia el otro lado. Shaka exhaló y fue tras él, rodeando la piscina; por ello, cuando Milo llegó a la orilla, su primo ya le esperaba

- Has notado lo tristes que lucen los ojos de Camus? - Preguntó sin darle más vuelta al asunto, tratando de hacerle tema de conversación para que le escuchara.

Claro que se había percatado que tras la figura imponente y segura del galo se encontraba un corazón roto! No por nada podía presumir de conocerle desde antes que él.

Milo emitió una respiración entrecortada, derrotada. Ascendió hasta quedar sentado en la orilla de la piscina, dándole la espalda al otro.

- No. Como siempre trae esos ridículos lentes de sol...

- Por favor. Sé que has visto sus ojos, incluso más veces que yo - Colocó una mano sobre su hombro mientras se sentaba a su lado y movía los pies dentro del agua. - Estoy seguro que has notado la soledad que lo embriaga; porque aunque Kanon parezca ser el único amigo que tiene, estoy seguro que Camus es una persona que se encierra en sí mismo. - El rubio crespo no respondió, en su lugar recordó todas y cada una de las veces que ambos se habían cruzado a lo largo de su vida, y las cuales, el galo parecía haber olvidado

- Si. Noté que no es feliz. Incluso creo que no quiere vivir - Por más que lo intentó no pudo evitar que su voz sonara llena de tristeza

- Eso mismo pienso yo. Y si me lo preguntas, creo que sufre mal de amores - Su primo le observó con asombro. Eso mismo creía él, que aún después de un año del fallecimiento de su prometida, Camus siguiera pensando en ella.

- Y sabes qué? - Prosiguió haciendo caso omiso a la mirada de su familiar - Dicen que es hermoso cuando una persona con un corazón roto vuelve a amar, porque el trabajo para salvar aquella parte oscurecida en él se recompensa cuando logras traerlo a la vida y se te entrega por completo...

- Qué quieres decir? - Preguntó confundido. Shaka dejó de ver el vacío para situar sus edenes en los de él y tomarle la mano.

- Tú eres su única esperanza. Es muy claro que lo amas, aunque siempre actúes como si lo odiaras. - Milo le rehuyó la mirada cuando el peso de sus palabras parecían hacer que la sangre tiñera su faz. Y es que no pensaba contarle que él era de quien habían hablado en el cementerio, como tampoco (con lujo de detalles) la forma 'casual' en que se conocieron; eso sin olvidar mencionar las otras veces que se habían visto.

- Ohh... bien! Ten en cuenta que deberás actuar de forma diferente con él y dejar de ser tan grosero como si te debiera algo. Tu mejor estrategia es volverte su amigo y quizá decirle cuanto lo quieres, eso le hará saber que a alguien le importa, así como darle motivos suficientes para levantarse.

Nuevamente Milo volvió a quedarse callado, encerrado en sus propios pensamientos y recuerdos; con esa mirada llena de fuego tatuada en su mente, y que ahora lucía opaca.

Se echó al agua y nadó hacia el otro lado, analizando las palabras de su primo y las imágenes del pasado.

Si Camus tenía una llaga en su corazón y Shaka tenía la certeza de que él podía suturar esa herida, quizá tuviera la razón. Y es que él conocía el motivo de su pesar. Fue testigo de uno de los que pudieron haber sido los momentos más dolorosos del francés, y sabía perfectamente a que atenerse, incluso la reacción que el otro, siendo una persona heterosexual, podría tener en el instante que le confesara su profunda atracción.

Quizá Milo fuera el salvavidas interpuesto para que el francés no se ahogara en el profundo mar de perdición, sufrimiento y abandono.

Tal vez era hora de olvidar la pequeña deuda del custodio y seguir los consejos no pedidos de su primo, quien después de todo, sólo actuaba en beneficio de ambos: de él porque le encantaba el cotilleo, y de su familiar por volver a verle feliz.

Y es que si en algo se parecían Camus y Milo, era que ambas vidas estaban marcadas por el dolor y la soledad.

Le resultaría fácil conquistarlo?

— —

El pelirrojo daba enormes zancadas desde la puerta que conectaba al jardín, hasta la cocina, con un semblante que denotaba claramente su enojo.

- Estúpido pedante - Maldijo llegando al refrigerador y sacando una botellita de agua

- No me digas. Te volviste a pelear con Milo - Comentó divertido su compañero de misiones, Kanon. El galo le dirigió una mirada llena de reproche

- Qué diablos haces aquí?

El peliazul dio una mordida a un emparedado que traía en las manos y respondió con la boca llena de comida, algo más parecido a «tomo mi descanso». Camus golpeó la mesa con la palma de su mano

- Tú descanso comienza a las cuatro! - Consultó su reloj, asustado - Te faltan dos horas! - El más alto tragó enseguida

- Creí que sería prudente que cambiáramos horarios; después de todo, tienes que salir en unas horas para recoger nuestra siguiente misión - Esto último lo agregó en un susurro, como temiendo que las paredes escucharan su oración. El colorado decidió que eran suficientes golpes para su vesícula, por lo que sostuvo un poco de aire, lo liberó y volvió a repetir la misma operación hasta que sintió que poco a poco se calmaba. Se dirigió a la mesa y tomó asiento junto a su colega.

- Tú ganas; pero la próxima vez avísame - Apretó la botellita de plástico que traía en la otra mano. Kanon observó su acción con cierta mueca solaz en sus labios

- Aquí hay amor del bueno - Comentó en forma de broma intentando morder su pan; mas el galo, escuchando su comentario, le retiró su alimento y lo estrelló con enojo contra la mesa antes de levantarse

- No es divertido - Refunfuñó

- Camus, dime una cosa - El pelirrojo detuvo su andar, mirándole por arriba del hombro. - Hemos hecho tantas misiones que sería imposible hablarte de todas y cada una de ellas...

- Ve al grano - Cortó dando la vuelta para mirarlo con su mismo gesto frío, uno que había adquirido cuando ella se fue...

- De acuerdo. - Kanon se levantó y caminó hacia él para tomar sus hombros, poniéndose serio, algo anormal en él. - A pesar de que en algunas ocasiones has tenido que besar hombres por tu trabajo, piensa que esta es muy difícil. Debes conquistar a Shaka, casarte con él y ganar su confianza para asegurar terreno en la compañía de su padre y beneficiar a nuestra organización y a nuestro país. ¿No lo comprendes? Esto no es como sólo besar a alguien... tendrás que dormir con él.

- Y cual es el problema? Hace mucho tiempo que dejaron de importarme esas cosas...

- Es que... - El galo se deshizo de su agarre

- Te agradezco tu consejo, pero no lo necesito. Tú mejor que nadie sabe que esto es trabajo y que hay que acatar las ordenes - Volvió a dar la vuelta cuando Kanon le dio una estocada

- Esto lo haces personal, sólo porque te dijeron que Mariah era una agente con la obligación de seducirte...

- Calla... - Trató de silenciarle

- Debes entender que no todas las personas son como ella y que tú no tienes porque convertirte en su igual... - Llegando a su limite, Camus se abalanzó contra él tomándole por el pecho de la ropa hasta hacer que su lomo se estrellara contra la mesa

- Dije que te calles!... Tú no entiendes nada, Kanon. No es fácil sufrir por la muerte de alguien que amabas, para enterarte que era una traidora a la nación que protegías... y por si no fuera poco... saber que... AHGG!

Golpeó la mesa y se dispuso a partir, dejando al otro con una expresión de horror que no tenía precio. El mayor se incorporó, encontrando a su amigo con la mano apoyada sobre la pared, reteniendo lo que tanto le lastimaba.

- Yo no quise...

- El señor Everett y su siempre 'tan amable' primo, asistirán mañana a una fiesta - Indicó omitiendo el sonido de su disculpa - Ten todo listo a mi vuelta - Trató nuevamente de abandonar la cocina, cuando Kanon le tomó por el brazo, y aunque no obtuvo su mirada mancillada logró detenerlo

- Camus, enserio, no quise molestarte. Eres mi amigo y quiero lo mejor para ti. - Y es que si algo tenía era el ser tan suspicaz como Shaka, y deducía que toda esa hostilidad en Milo se debía a una fuerte atracción - Sólo responderme una cosa...

- Cuál? - Resopló cansado

- Nunca has sentido nada al besar a un hombre?

- Aparte de repulsión por mi mismo?

- Te lo digo enserio, Camus - Reprendió el mayor, a lo que este contestó virando sobre sí hasta enfocarlo con sus caobas

- Y yo también - Permanecieron en la misma posición, observándose detenidamente, analizando las facciones del otro. - Puedo irme ya? - Inquirió arqueando una de sus cejas francesas.

- Si - Respondió soltando su extremidad. - Pero... - El francés exhaló con cansancio - Estoy seguro que te volverás a enamorar. Lo amarás tanto que estarás dispuesto a sacrificarlo todo por él... incluso tu vida...

- Yo no soy gay - Acotó con disgusto

- Y sin embargo te enamorarás de un hombre, lo harás desde el momento en que te bese, porque ese beso será muy diferente a cualquiera que hayas recibido antes - Camus se quedó sorprendido por sus palabras, pero no mostró ningún síntoma de impresión.

- Como digas. - Dijo concluyendo la conversación, mientras hacia un ademán sin importancia con la mano y abandonaba la cocina.

- Incrédulo - Murmuró Kanon cruzándose de brazos y observando la puerta con una mirada desdeñosa. Otro de sus talentos radicaba en sus nombradas corazonadas, las cuales nunca se equivocaban.

Y quién sabe, tal vez el tiempo le diera la razón.