Apartamento del ADA Rafael Barba, 592 10th Ave.
Vaya día de mierda.
Al despertar, Rafael Barba nunca pensó lo que le pasaría una hora y media más tarde. Empezó su día normal, se levantó, aseó, y se bebió al menos medio litro de café para funcionar de forma decente en las primeras horas laborales del día. Se cambió su sobria pijama y se puso su elegante traje azul marino, casi negro a la medida, y se terminó de atar su corbata de color oro, denotaba magna elegancia con los detalles escarlata que la adornaban y que además, como siempre, combinaba con su pañuelo y tirantes.
El silencio de su elegante y amplio apartamento de colores neutros se rompía por el sonido de las notificaciones que llegaban a su celular: mensajes de su madre, de Carmen, de los deficientes abogados defensores de turno, informes concluidos, órdenes por firmar, avisos de nuevos memorándum… lo típico de todas las mañanas.
Salió de su apartamento en dirección a un comedor de estilo cubano que quedaba a unas cuadras de su hogar, pues suele ir allí cuando no tiene ánimos o tiempo para cocinar él mismo. Además, la sensación de calidez y familiaridad que siente cada vez que está ahí provoca que siempre vuelva a visitar, aunque eso es algo que nunca va a admitir en voz alta.
Estaba pasando en frente de un callejón oscuro cuando todo sucedió.
Y sólo bastó que se distrajera un momento mirando su reloj.
Alguien lo agarró con fuerza del brazo y lo arrojó a una de las paredes del sucio callejón, no tuvo tiempo para abrir la boca cuando el frío metal de un cañón de pistola presionó su sien. Una mano lo mantuvo pegado a la pared y un latigazo ardiente recorrió por completo su cuerpo, uniéndose al pánico y terror que sentía, envolviéndolo en una burbuja de confusión y desconcierto.
—¡Dame to' tu cualto o te lleno de plomo!— La voz femenina y un poco ahogada lo hizo abrir los ojos.
Quien lo estaba atracando era una mujer al menos dos centímetros más alta que él. La piel marrón enfermiza resaltaba las ojeras de sus ojos y su aspecto demacrado; el montón de mechones desordenados que salían de la capucha negra de su abrigo eran rizados, negros, quebradizos y débiles. Las pupilas casi no se notaban en sus ojos mieles y las manos -incluyendo la que sujetaba el arma- temblaban de forma salvaje igual que su cuerpo y un pañuelo desteñido negro cubría la parte inferior de su cara.
—¡Ahora!
El instinto de supervivencia se apoderó de él, todo parecía tan irreal, como si estuviera fuera de su cuerpo y observara, estupefacto, cómo su mano entraba al bolsillo de su pantalón y sacaba el dinero en efectivo para dárselo a la ahora tambaleante y agitada desconocida. Con fuerza, la mujer le arrebató el dinero, observó con expresión ida los dólares en su mano y sacudió su cabeza como si estuviera organizando sus pensamientos.
Casi salta de su piel cuando el cañón se posicionó en su cuello y notó que, aparte de que tenía el seguro quitado, ni siquiera agarraba correctamente la pistola, haciendo que su inexperiencia con las armas y su estado de intoxicación la vuelvan más peligrosa de lo que ya es.
La asaltante puso el dinero de forma apresurada y torpe en el bolsillo delantero de sus shorts deshilachados y sucios, dio unos pasos hacia atrás y con el arma todavía agarrada de forma precaria, salió del callejón, dejando a Rafael congelado en su lugar como si todavía tuviera la pistola en su cabeza.
De alguna forma llegó a la cafetería sin muchos inconvenientes -claro está, si ignoramos el hecho de que después que la mujer se fue, él vomitó todo el café que bebió esta mañana en el callejón- y como si no hubiera pasado nada, pidió un plato de Yuca con Moho y una taza grande de café.
Sí, se suponía que debería ir al departamento de policía y denunciar de inmediato el asalto, y más si es el fiscal de la UVE, pero ni en un millón de años aparecería en la estación en un estado tan agitado y nervioso como está.
Ignorando el revoltijo en su estómago, se obligó a comer todo lo que la camarera Juana le trajo, la joven acostumbraba a tener pequeñas charlas con el fiscal mientras le servía, pero ese día notó que estaba mucho más espinoso de lo normal, así que dio sólo un pequeño asentimiento y se retiró.
Rafael tardó más de lo normal en desayunar, volvió a tomar el control total de su cuerpo mientras se fijaba en cada detalle de la decoración rústica y hogareña del comedor, los cuadros pintados a mano de las paredes que reflejaban escenas cotidianas de Cuba, el mostrador elaborado en madera, los mostradores repletos de bebidas… pensó detenidamente en todos los pasos que haría después de salir, y mientras más pensaba, más enojo y molestia sentía hacia esa mujer que tuvo las agallas de atracarlo. Con su trabajo aprendió de forma muy rápida que no se podía confiar en drogadictos, esas personas eran demasiado impredecibles y con una lealtad y voluntad frágil, casi inexistente; definitivamente no dejaría que alguien tan peligroso como ella siga libre.
Ella se dará cuenta de que asaltarlo fue una idea muy estúpida.
Distrito 16, Manhattan.
Barba entró a la estación con su típico andar rápido y confiado, como si fuera el rey del lugar, se dirigió a la oficina de la Teniente Benson, pero antes de eso pasó por el escritorio de Carisi.
El detective de pelo trigo y hoyuelos estaba concentrado llenando unos papeles, de alguna manera supo que había alguien cerca de él, cuando levantó su cabeza, sus ojos azul bebé lo miraron directamente y sonrió de inmediato, su gesto hizo que un calorcillo se posara en su estómago que ignoró como siempre.
—¡Hola fiscal! Estoy a finalizar mis apuntes del caso Jackson, y- oiga, ¿Está usted bien?— su sonrisa se transformó rápidamente en un ceño fruncido lleno de preocupación.
El fiscal alzó su ceja —Estoy perfectamente bien, gracias.
—¿En serio? Porque siento que no tienes la misma vibra de siempre.
—No sabía que era un lector de vibras, todo el tiempo viví engañado creyendo que era un detective— antes de que Carisi refutara, lo cortó en seco, —¿Dónde está Benson?
Frustrado, Carisi cruzó sus brazos provocando que sus bíceps envueltos en una camisa impecable blanca se abultaran -ganándose una mirada prolongada de parte de Rafael- y movió su cabeza en dirección a la oficina de Olivia.
Barba le dio una minúscula sonrisa burlona en respuesta y luego entró al despacho después de tocar la puerta.
Olivia levantó la cabeza de los documentos que estaba leyendo y sus ojos chocolates lo miraron a través de sus lentes de lectura.
—Barba, ¿Qué haces aquí? Todavía no hemos terminado los informes del caso.
—No estoy aquí por los informes, quiero que tus chicos me resuelvan un pequeño problema de seguridad que tengo.
—Nos encargamos de crímenes sexuales, creo que te equivocaste de lugar.
—Lo sé, pero tus detectives son ligeramente más eficientes que los demás detectives y policías de New York.
Suspirando, Benson dejó sus lentes en el escritorio, sabía que no se iría hasta recibir una respuesta afirmativa, así que le indicó que se sentara en la silla enfrente de ella para que procediera a explicar lo que le pasaba.
—Es sencillo, sólo quiero que atrapen a la adorable dama que me atracó a punta de pistola esta mañana.
