AVA

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.

Esta historia participa en el reto anual "El retorno del Long Story" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


3

A QUIET PLACE

"Lo siento muchísimo, William.

Te he fallado a ti y me he fallado a mí misma. En mi descargo sólo puedo decir que he intentado por todos los medios evitar que se lleven a Ava, pero he fracasado estrepitosamente. Ni siquiera el amigo abogado de Angela ha podido hacer algo por nosotras. Dice que todo está en orden y que no puedo hacer nada para recuperar la custodia de Ava. Y yo no lo entiendo. Te juro que no lo entiendo, William. Se suponía que todo estaba arreglado. Creí que lo habías dejado todo en orden, que todo estaría bien, pero no he podido evitarlo.

Supongo que querrás que te explique lo que ha pasado. No hay mucho que decir en realidad. Dos días después de nuestra reunión con Percy Weasley, ese maldito cabrón cumplió con su promesa y volvió a casa. No me dio muchas explicaciones. Me puso un papel delante de la cara y me explicó que no estoy capacitada para cuidar de Ava. Y se la llevó. Yo… Ni siquiera sé qué le dije o qué hice, pero te aseguro que fue horrible. Y lo peor de todo fue ver la cara de Ava. Sonreía, William. Parecía contenta de irse y no lo entiendo. Siempre he buscado la manera de cuidarla, de quererla y pese a todo me odia. ¿Por qué? ¿Qué he hecho mal?

Tienes todo el derecho del mundo a estar enfadado. Sé que todo es por mi culpa. Si tú estuvieras aquí no hubieras permitido que se la llevaran. La casa está demasiado silenciosa sin ella y os echo de menos a los dos. No sé qué hacer con mi vida, William. ¿Crees que debo seguir cuidando de la granja? Te prometí que la convertiría en un hogar para nosotros y ahora estoy sola. Podría volver a Londres y buscar trabajo allí. Angela dice que es mejor que no me precipite. Me ha aconsejado que me tome unos días de vacaciones, pero no puedo irme ahora. Cuatro de nuestras ovejas parirán en los próximos días y tenemos que organizar la feria agrícola del mes que viene, aunque no me apetezca nada.

El otro día me acordé de nuestra primera feria, cuando me caí en ese charco. ¡Qué poca gracia me hizo! Hoy lo miro desde otra perspectiva y me parece que fue divertido. Fue un gran año. Y los posteriores tampoco estuvieron mal del todo. Era muy bonito celebrarlo en familia, con Ava vestida de calabaza y yo procurando no clavarle las tijeras de podar a la señora Cole. ¿Cómo crees que puedo afrontarlo todo este año? Estaré sola, William. Completamente sola. Y será por mi culpa. Porque no he sabido cuidaros a ninguno de los dos. No me di cuenta de lo que pretendías hacer y no fui capaz de ver lo peligroso que era avisar a Percy Weasley. ¿Cómo pude ser tan estúpida? ¿En qué momento se me ocurrió confiar en que un desconocido solucionara todos mis problemas?

No sé qué más puedo decirte. Me duele la cabeza y estoy cansada. Espero que algún día puedas perdonarme por perder a tu hija. Yo la hubiera querido hasta el fin, pero ya no sé qué más puedo hacer. Lo siento mucho, William.

Audrey"


Audrey apoya el hombro en el dintel de la puerta de la cuadra. Desde allí puede ver cómo Amber, la veterinaria, se agacha junto a la oveja sin nombre número veintisiete. Observa como maniobra con gran destreza y recuerda que su primera impresión de ella no fue demasiado buena. Para empezar, creyó que era demasiado joven para tener estudios superiores, aunque en realidad ya hubiera cumplido los veinticinco años. Amber tiene el pelo rojo y la cara llena de pecas que le dan un aspecto aniñado. Y es una veterinaria muy buena, la mejor que han tenido en la comarca en los últimos tiempos. No se parece en nada al viejo Charles, un tipo gruñón que se marchó a vivir a España después de jubilarse.

Al cabo de diez minutos, ya cuenta con un nuevo cordero en la granja. Es la oveja sin nombre número cincuenta y cuatro. No cuenta con el rebaño más numeroso de la zona, pero siempre han dado una lana muy buena. En el pasado, William ganó un par de concursos de esquiladores. Gracias a ese dinero pudieron permitirse aquel viaje tan delicioso por las islas griegas, cuando Ava aún era pequeña y la desgracia no había sacudido sus vidas.

Audrey parpadea para borrar esos recuerdos de su mente. Le prometió a Angela que dejaría de estar deprimida y ver prosperar la granja debería darle motivos para estar menos triste. Piensa en la próxima feria rural y en la nueva variedad de manzana que tiene pensado presentar. Si es que se maduran a tiempo, por supuesto. Fue una idea de William, pero ha sido ella la encargada de hacer prosperar el proyecto y espera de todo corazón que le salga bien. No necesita más fracasos en su vida. Audrey sonríe cuando Amber se detiene frente a ella. Ya se ha lavado las manos y le sonríe ampliamente, satisfecha después de llevar a cabo un buen trabajo.

—Todo ha ido bien. Tú no tienes que preocuparte por nada. La nueva mamá sabe muy bien qué hacer.

Audrey aprieta los dientes. Hasta las ovejas saben cuidar de sus crías mejor de lo que ella cuidó de Ava. Está bastante convencida de que Amber no está capacitada para leerle la mente, aunque capta rápidamente su gesto de dolor y le frota un brazo para reconfortarla. No sirve de mucho, la verdad.

—Me he enterado de lo que pasó con Ava. Lo siento muchísimo, Audrey.

No es capaz de decir nada. No encuentra las palabras adecuadas para explicar cómo se siente. Además, la amargura que se instala en su garganta está a punto de hacerla llorar y a Audrey no le apetece nada llorar en público. Asiente y agarra con suavidad la mano de Amber, que sigue sonriéndole.

—Si hay algo que yo pueda hacer, sólo tienes que decirlo.

—Te lo agradezco, pero me temo que tengo las manos atadas.

—¿Ya has hablado con un abogado?

—No hay solución, Amber. —Audrey se encoje de hombros—. Ava no es hija mía. Por lo que sé, van a encontrarle una familia más adecuada que yo.

—Lo siento mucho.

—Yo espero que tenga suerte. —Audrey suspira y logra enjugarse una lágrima que amenazaba con escurrirse por su mejilla—. Quiero decir que me gustaría que esté con gente buena. Quiero que sea feliz.

—Por supuesto. Todos queremos eso y creemos que Ava estaba muy bien aquí, contigo. Deberían dejar que vuelva.

Audrey asiente y comienza a andar en dirección al límite de la finca, donde Amber dejó aparcado al coche. Ella también quiere que Ava regrese a su lado, pero es consciente de que ese hecho posiblemente no se producirá jamás y debe acostumbrarse a la idea de estar sola. Será tan doloroso como cuando William se fue, pero lo superará. Tiene que hacerlo.

—Apuesto a que no todo el mundo piensa eso.

Amber parece un poco sorprendida por su afirmación.

—¿Por qué dices eso?

—El otro día escuché algo.

Fue a la salida de la tienda de comestibles. Dos de las vecinas del pueblo, a las que William siempre calificó como maestras del cotilleo, estaban cuchicheando sobre ella y Ava. Decían que si se habían llevado a la niña era por una buena razón y acusaban a Audrey de ser un auténtico desastre. Tampoco le sorprendió escuchar esos comentarios. Desde que puso un pie en el pueblo, la gente la había mirado de mala manera. Llamarla desastre es lo más suave que han dicho de ella en mucho tiempo.

—Ya sabes cómo son en los pueblos pequeños— Amber le quita hierro al asunto aún antes de escuchar sus temores—. La gente se aburre y necesitan estar entretenidos de alguna manera.

—A mí no me gusta estar en boca de todos.

Cuando se mudó al pueblo con William, encontró que todo era fascinante. Después de pasar toda su vida en una ciudad como Londres, adaptarse al silencio, el aire limpio y el paisaje verde no le resultó nada difícil. En cambio, soportar a las vecinas cotillas nunca fue de su agrado. William se partía de la risa cada vez que dejaba cortada a una de las viejas chismosas, aunque en ese momento de su vida Audrey ha dejado de responder a sus tonterías. Ya no tiene ni ganas ni fuerzas para hacerlo. Sólo espera que se cansen pronto de ella.

—Ni a mí tampoco. No es agradable pero no deberías dejar que te afecte nada de lo que digan. Son unas idiotas y no tienen ni idea de nada.

Audrey se cruza de brazos y, una vez más, se encoge de hombros. Ya han llegado hasta el coche de Amber y teme el momento en que tenga que verla partir. Ya es tarde y los empleados de la granja se fueron a casa hace rato. A Audrey no le hace nada de gracia tener que quedarse sola. La casa es muy grande y silenciosa y las paredes se le caen encima. Mira hacia el cielo y comprueba que sigue despejado. Es extraño, pero desde que Ava se fue el sol no ha dejado de brillar.

—Si surge algún problema con los animales, ya sabes que puedes llamarme cuando quieras —dice Amber mientras se mete en el coche—. Y si te apetece tomarte algo en el pub, tengo libre la noche de mañana.

Le guiña un ojo y cierra la puerta. Audrey siente cómo el estómago se le encoge cuando escucha el ruido del motor y busca algo que decir antes de que se aleje para siempre. Bueno, tal vez sea un poco exagerado afirmar que es para siempre, pero ciertamente se queda sola un día más. Observa el coche hasta que toma una curva bastante cerrada y desaparece de su vista. Sólo entonces Audrey se mueve. Vuelve a la cuadra y se pasa un buen rato observando como la mamá oveja cuida de su hijito recién nacido. Después, se asegura de que todo el rebaño esté en el redil y cierra todas las puertas que deben ser cerradas cada noche. Pasea alrededor de la casa para revisar los macetones en lo que tiene sembradas hierbas aromáticas y echa un vistazo para ver si localiza al gato que suele cazar en su propiedad. Es un gato negro callejero que jamás se acerca a los humanos y que hace un buen trabajo como exterminador de ratas. Audrey a veces piensa que no está solo, pero jamás ha visto a ninguno de sus supuestos compañeros.

Rodea la casa, comprueba por enésima vez ese día que el buzón está vacío y procura no pasar por delante del viejo garaje. Odia ese sitio. No tuvieron tiempo para reformarlo cuando William estaba vivo y ella no lo ha tocado desde que murió, así que el tejado ha empezado a caerse y tiene un par de ventanas rotas. Además, la puerta de acceso está estropeada y Audrey prefiere no pensar en el aspecto que presentará el coche que está guardado en su interior. Es un trasto viejo que perteneció al padre de William y que Audrey también odia con todas sus fuerzas. De hecho, de todas las cosas que Audrey Miller odia en esa casa, el coche es la que más desprecio le genera. A veces se imagina que abre el garaje y ya no está allí. Nunca se atreve a comprobar si ya ha sido corroído por el óxido.

Es completamente de noche cuando deja de pasearse sin sentido y se mete en el interior de la vivienda. Hace frío, pero no piensa encender la calefacción. ¿Para qué? Está sola. Bastará con envolverse en una manta antes de irse a dormir. Camina hasta el sofá y enciende la tele, sin molestarse en preparar algo de cena. No tiene nada de hambre. Cambia de canal varias veces y no encuentra nada que sea de su agrado. William quiso poner la tele por cable una vez, pero a ella nunca le gustó la idea porque era consciente de que a él sólo le interesaban los canales de deportes. Y no existe nada más aburrido del mundo que ver deportes por televisión. Audrey da fe de ello.

Está a punto de quedarse dormida cuando alguien llama a la puerta. Sobresaltada, Audrey tiene la certeza de que es Percy Weasley. Se imagina que la nueva familia de Ava ya se ha cansado de una niña tan antipática y que ocasiona tantos problemas y le alegra enormemente que vayan a devolverla. Sin embargo, cuando acude a abrir se encuentra con cuatro rostros muy familiares y queridos pero que, pese a todo, no consiguen despertarle una sonrisa.

—¡Vaya cara, Audrey! —Oliver chilla tanto como siempre mientras agita una botella de vino—. Hemos traído bebida.

—Y la cena —Franklin le muestra dos cajas de pizza que huelen deliciosamente bien y, a lo mejor, despiertan un poco su apetito.

—Yo dije que no te haría ninguna gracia que invadamos tu casa —asegura Connor, el más que desabrido marido de Angela.

—¡Tonterías! Audrey está contentísima. ¿Verdad que sí?

Angela le da un abrazo fortísimo y, aunque al principio Audrey está tensa e incómoda, al final se deja hacer y nota cómo todo su cuerpo se afloja en busca de un poco de consuelo. Sus amigos la arrastran hasta la cocina, donde ya fue debidamente instalada la cristalera rota, y comienzan a organizar todo lo necesario para la cena sin contar con su ayuda para nada. A Audrey la han hecho sentarse en su lugar habitual de la mesa y se limita a observarlos en silencio, maravillada por la forma que tienen de moverse y de hablar entre ellos.

—Como sabíamos que no vendrías a cenar con nosotros —Oliver le pone una copa de vino delante—, hemos decidido venir aquí para despedirnos de ti. Nos vamos mañana.

A Audrey le sorprende escuchar esa afirmación. Ha estado tan ocupada sumergiéndose en su vida de mierda que se ha olvidado por completo de que Oliver y Franklin se marchan a Bath. Debería alegrarse por ellos, puesto que tienen a su alcance una gran oportunidad de futuro, pero en vez de eso nota como se le llenan los ojos de lágrimas porque, joder, va a perderlos a ellos también. Está a punto de sollozar, pero Angela le planta el dedo índice prácticamente en la cara.

—Nada de llantos. He tenido que suplicar a mi suegra para que se quede con Alice, así que no te pongas depre. Hemos venido a pasarlo bien.

A Audrey no le apetece nada pasarlo bien, pero ve los rostros sonrientes de Oliver y Franklin y recuerda lo bien que se portaron con ella al principio de estar en el pueblo y decide hacer de tripas corazón. Por ellos y porque sabe que Angela y su suegra se llevan rematadamente mal. Así pues, deja que las dos primeras copas de vino se le suban a la cabeza y al cabo de un rato está comiendo su tercera porción de pizza y ha dejado de acordarse de Ava, de William y de todo lo demás. Durante un par de horas vuelve a ser una persona normal y se alegra por ello. Lamentablemente nada dura eternamente y poco después de la media noche, Oliver y Franklin deciden marcharse.

—Mañana tendremos que madrugar un montón. El camión de la mudanza llega a primera hora y aún nos quedan unas cuantas cosas por guardar en cajas.

Oliver le da un abrazo.

—Os voy a echar mucho de menos.

—Llámanos. Y ven a visitarnos cuando te apetezca. Bath no está tan lejos.

Franklin le da un beso en la frente.

—Lo haré. Os lo prometo.

Audrey está dispuesta a cumplir con su palabra porque ya ha perdido a demasiada gente y un trayecto de dos horas en coche no es nada comparado con la lejanía que la separa de William y de Ava. Ni siquiera sabe dónde está la niña y un nuevo nudo amargo se le instala en la garganta. Otra vez está a punto de echarse a llorar, pero Connor también se despide de ella y eso la sorprende un poco porque Angela ni siquiera ha cogido su abrigo.

—Yo me voy a recoger a Alice. Mi madre debe estar furiosa.

—Eso —Angela habla con desparpajo—. Tú suavízala para que mañana no me eche la bronca. No me apetece discutir con ella.

—Seguro que no.

Connor y Angela se besan en los labios y cuando Audrey parpadea, ya no hay chicos a la vista. Está parada en la puerta de casa, escuchando el ruido del motor del coche de Connor y acompañada por Angela, quien parece muy tranquila después de los últimos acontecimientos. Audrey alza el pulgar y señala a su marido.

—¿No te vas con él?

—He decidido quedarme a dormir contigo esta noche. Esta mañana te he notado un poco rara y no quiero que estés sola.

Audrey suspira. Una parte de ella se siente molesta. No le gusta que la gente la trate como a una niña pequeña ni que tomen decisiones en su nombre. La otra parte se alegra profundamente porque esa noche necesita compañía. En un día como aquel, no puede estar sola. Si William estuviera vivo hubiera cumplido treinta y cinco años.

Cuando Audrey se despertó aquella mañana, lo primero que hizo fue extender el brazo en busca de William. Era algo totalmente estúpido puesto que ya había pasado mucho tiempo desde su muerte, pero a veces le pasa. Un movimiento provocado por su inconsciente, como si quisiera castigarse a sí misma con aquello que ya no tiene remedio. Después de comprobar que él no estaba a su lado, Audrey recordó que era su cumpleaños y eso la sumió en una tristeza difícil de explicar. A Angela se la encontró cuando fue a echar la carta al buzón de correos y no pudo ocultarle sus emociones. Por supuesto que no comentaron nada al respecto, pero era obvio que ella preparó esa encerrona nocturna.

—No hace falta, Angie.

—Sí que hace falta.

Angela la coge de los hombros para meterla en la casa y cerrar la puerta con la soltura que proporciona la confianza de muchos años. Después, comienza a subir la escalera y Audrey se ve impelida a seguirla.

—Vas a tener que prestarme un pijama porque me dejé la bolsa de aseo en casa. Intenté convencer a Connor para que fuera a buscarla, pero no quiso. Es mucho menos simpático que antes. Dice que intento convertirlo en mi esclavo.

—¿Y no es verdad?

—Para nada. Si esa fuese mi intención, ya lo hubiese logrado.

Audrey sonríe y se sienta a los pies de su cama. Ve a Angie rebuscar en la cómoda del dormitorio, justamente en el cajón donde guarda la ropa de dormir. No tarda nada en seleccionar un pijama con estampado de corazones y procede a ponérselo allí mismo, haciendo que Audrey se sienta un poco fuera de lugar porque ella sigue vestida y calzada y están en su propia casa. No debe ser normal que una invitada se meta en la cama antes que la dueña de la vivienda.

—¿Es que vas a dormir en vaqueros?

—Hemos comido mucho y no quiero acostarme todavía.

—Yo tampoco tengo sueño, pero estarás más cómoda. Venga, cámbiate.

Audrey pone los ojos en blanco y obedece. Guarda su propio pijama debajo de la almohada, así que lo coge y aprovecha para echar la colcha hacia atrás. No le gusta dormir demasiado arropada porque acostumbra a tener mucho calor por las noches. Aunque, por otro lado, ahora que no enciende la calefacción corre el peligro de quedarse helada, así que deja la colcha donde está. Mientras tanto, Angela se ha levantado y está mirando por la ventana. Las vistas desde allí son bonitas, aunque poco emocionantes. No puedes esperar presenciar una persecución policial mirando ese paisaje, aunque no sería nada extraño ver a los perros ovejeros copulando en el prado cercano.

—Sé que ha sido un día duro, Audrey.

—He sobrevivido.

—Pero no se trata de eso y lo sabes —Angela se sienta junto a ella y la abraza con fuerza—. Tienes que aprender a vivir otra vez.

Audrey solloza. Lleva demasiado tiempo aguantándose las lágrimas y siente que no puede más. Angela le entrega un pañuelo y la deja en paz hasta que logra calmarse un poco. Vaya día de mierda. Vaya vida de mierda.

—¿Cómo se hace eso, Angela?

—No tengo ni idea, pero voy a estar aquí para ayudarte. No estás sola, Audrey.

Asiente y sabe que es verdad. Recuerda cómo era su relación en el pasado y los mocos se mezclan con una sonrisa triste.

—Cuánto hemos cambiado, Angie.

—¿Por qué dices eso?

—Cuando nos conocimos no me soportabas y míranos ahora.

—Ya —Angela estrecha su abrazo—. Eso era porque te consideraba una rival para Rosemary.

A Audrey no le extraña nada escuchar esas palabras porque Angela ya le explicó en su momento por qué sintió tanta inquina hacia ella al principio. Después de todo, Angie y Rosemary se habían criado juntas en el pueblo. Fueron las mejores amigas del mundo y Audrey llegó al pueblo en calidad de mujer de William Miller, en gran amor de Rosemary. Para los vecinos de esa localidad, William y Rosemary fueron una suerte de Romeo y Julieta rurales. Su historia de amor tuvo un final trágico y muchos veían romanticismo donde sólo existió desgracia, así que Audrey se convirtió en una especie de enemiga a batir. Algo que nunca tuvo demasiado sentido, puesto que ella ni siquiera llegó a conocer a la desdichada madre de Ava.

—Estaba muerta.

—Eso daba igual porque le quitaste a William. Tú. A mi amiga.

Audrey libera un resoplido de risa y cierra los ojos cuando Angela le besa la sien. Se aferra a su brazo con entrega absoluta, ansiosa porque su amiga encuentre la manera de hacerla sentir mejor. Por desgracia, Angela no está capacitada para hacer milagros.

—Me alegro mucho de que decidieras quedarte en el pueblo después de que él muriera, Audrey. Has conseguido que la granja funcione y has sido una gran madre para Ava. No sé en qué puñetas pensaba ese gilipollas cuando decidió quitártela, pero ha cometido un gran error. Más tarde o más temprano se dará cuenta.

—Yo no creo que eso pase. Weasley tiene razón en una cosa. Yo no soy la madre de Ava.

—¿Cómo que no? ¿Y qué pasa con todos los pañales que has cambiado, las heridas que has curado y las noches en vela que has pasado?

—A mí no tienes que convencerme de nada, Angela —Audrey se acomoda un poco mejor. Angela deja de abrazarla y ambas apoyan la espalda en el cabecero de la cama—. Sé cuál fue mi papel en la educación de Ava. Lo hice lo mejor que supe, pero esta es la realidad. Es lo que hay.

Angie fija su mirada en la pared de enfrente y permanece callada durante un rato. Después, le agarra de una mano y aparece algo amargo y triste en su expresión.

—Lo siento mucho, Audrey. Todo esto es culpa mía —Audrey la mira sin entender a qué se refiere—. Yo te convencí para avisar a ese cura. Si no lo hubiéramos llamado, Weasley nunca hubiera venido a esta casa y Ava seguiría contigo. Fui una idiota.

Audrey suspira y niega con la cabeza mientras le aprieta la mano para tranquilizarla.

—No fue tu culpa. Tú sólo estabas preocupada por Ava, como todos. Lo que ocurría con ella escapaba a nuestro control e hiciste lo que cualquier amiga hubiera hecho: intentar ayudar. No tenías forma de saber que terminaríamos así.

—Es muy injusto.

—Lo es, aunque tal vez deba verlo como una oportunidad —Angela la mira, interrogante—. Era muy joven cuando me enamoré de William. No pensé que ocurriría, pero en algún momento decidí seguir su proyecto vital. Dejé Londres y le seguí hasta aquí y no me arrepiento de nada porque fuimos felices. Ahora que todo ese plan se ha ido al garete, tengo la oportunidad de pensar en lo que yo quiero hacer.

—¿Y qué es lo que quieres?

—Aún no he pensado nada a largo plazo. Por el momento, quiero que salga bien el asunto de las manzanas.

—Eso también fue un proyecto de William.

—Pero a mí me encanta. Me he encargado personalmente de todo desde que él murió y quiero triunfar en la feria agrícola.

—Estoy segura de que lo harás. Esas manzanas tienen una pinta estupenda.

—Aún no sé si madurarán a tiempo. Las veo muy verdes todavía.

Angela le da un nuevo achuchón.

—Ten fe. No puede salirte todo mal.

Audrey alza una ceja y resopla de pura frustración.

—¿Qué te apuestas?

—¡Venga ya! No seas tan negativa.

—Soy realista, Angie.

—Vale. Te estás poniendo mustia otra vez. —Angela se pone de rodillas sobre la cama—. Vamos a suponer que creas tu propia manzana. ¿Cómo vas a llamarla?

—No lo he pensado aún.

—Pues ya tienes una tarea. Piensa en un buen nombre y prepárate para hacerte rica.

Audrey comienza a reírse, aunque no tarda demasiado en acordarse de William. Cuando estaban en Londres, fantaseaban bastante a menudo con la posibilidad de ser millonarios. William decía que tendrían una mansión, una limusina y un avión privado para viajar por el mundo. Ella aseguraba que contrataría a su propio diseñador de ropa y se haría una casa sólo para guardar todos sus pares de zapatos. Es inevitable que la risa se apague poco a poco y que el labio inferior vuelva a temblarle. Y realmente no quiere hacer esa pregunta (duda que Angie tenga una respuesta) pero se le escapa.

—¿Por qué tuvo que hacerlo?

Angela vuelve a abrazarla y también tiene cara de estar a punto de echarse a llorar.

—No lo sé. Creo que estaba cagado de miedo.

Eso fue más que evidente desde el principio. Audrey tuvo ocasión de ver el pánico en los ojos de William Miller, pero jamás pensó que se atrevería a hacer lo que hizo. De haberlo sospechado, no le hubiera dejado solo. Nunca.

—Yo hubiera estado con él hasta el final.

—Lo sé. Y William también lo sabía.

—¿Crees que lo hizo por mí?

Para liberarla, para no forzarla a un destino terrible. Nota como Angela le aparta el cabello de la cara y agradece que le acaricie la espalda con suavidad, como si fuese una niña pequeña.

—No, Audrey. Creo que lo hizo por sí mismo, porque no quería terminar como su padre.

Audrey tarda un rato en asimilar esas palabras y asiente lentamente. Su mente se llena de recuerdos del pasado y busca desesperadamente una explicación que encaje todas las piezas. No se conforma con lo que Angela acaba de decirle. Necesita saber por qué hubo un momento en que logró cumplir todos sus sueños y ahora no le queda nada. Necesita algo más. Necesita que William mueva el trasero hasta su casa y hable con ella. Lleva necesitándolo desde que se lo encontró muerto en el estúpido coche de su padre. Quiere protestar, repetir una y mil veces que todo es injusto, pero Angela sigue acariciándole la espalda y de pronto se siente tan cansada que se queda dormida.

Por una noche, consigue no soñar con nada.


Hola, holita :)

Muchas gracias por leer y comentar.

Besetes.