El coleccionista
Sumario: Algo extraño está sucediendo con Draco. Al menos, Harry sabe que el Draco que él conocía en Hogwarts no permitiría que lo tratasen de esta manera.
Género: Drama/Romance.
Claves: Casefic. Drarry/Harco. Post-Hogwarts. EWE. Harry sí es Auror, Draco tiene problemas…y adiós canon.
Disclaimer: Si HP fuese mío, esto sería canon. Ya que no lo es, saben lo que significa.
III
"¿Será posible que nuestro joven héroe haya sido reclamado por una de las bonitas piezas de exhibición…?" el título, por supuesto, no podía pertenecer a nadie más que Rita Skeeter, como dejaba en claro la firma de la editora abajo del encabezado.
Cuando Hermione lo leyó, dejó caer El Profeta contra la encimera de Grimmauld Place, caminó de brazos cruzados a la cocina, y volvió con una taza expansible de un litro de chocolate, todo ante las miradas atentas de su esposo y mejor amigo. Dio un largo trago.
—Indignante —juró, por lo bajo—, simplemente indignante. Esa mujer ha cruzado demasiadas líneas de ética, de moral…
Cuando observó a su mejor amigo, Ron se limitó a encogerse de hombros.
—CEM, ya sabes —la excusó. Harry soltó un bufido de risa y lo disimuló con una tos, cuando Hermione estrechó los ojos en su dirección.
El artículo del periódico hablaba, a medias y con ciertos detalles fuera de contexto y exagerados, sobre la situación en el local la noche anterior. Según Skeeter, había pasado de héroe traumatizado y con necesidad de terapias mágico-mentales, a un protector enamorado de un "chico malo". No quería imaginarse cuánto vendió la historia.
Cuando su amiga le preguntó al respecto, él contestó con simpleza.
—Un idiota le vació una botella encima, le dije que se detuviese, no me escuchó y llamé a Dennis para que se lo llevase y dejase de hacer tanto escándalo.
No había nada más que contar. Sin embargo, Hermione lo observó, en silencio, durante unos segundos más, a la espera de una explicación que no llegó.
—0—
Draco observaba, atónito, el trozo de pergamino que estaba frente a él. Se trataba de un permiso para retirar una suma de una bóveda de Gringotts, bajo el concepto de una multa pagada por "daños menores de agresión mágica" frente al Ministerio. Harry no tenía idea de cuál era la suma por algo semejante.
—¿…y es mío? —Draco vaciló. Aún no se animaba a recogerlo.
Hermione asintió con ganas y lo instó a tomarlo.
—Es completamente tuyo, Ma- Draco —Tuvo que corregirse. Algunos hábitos no eran tan fáciles de vencer—. Incluso el Ministro y el Jefe de Ley Mágica lo han firmado, ¿ves?
Una expresión extraña contrajo su rostro al oírla.
—¿El de Ley Mágica lo firmó? —Entonces sí que lo sujetó, lo hizo girar entre los dedos y lo examinó— ¿lo cruciaste, Granger?
Hermione negó, riéndose.
—Él tenía que ser absolutamente razonable al respecto de la situación, Draco.
Él elevó las cejas. Ya que volvían a estar en el restaurante cerca del Ministerio, dio un vistazo alrededor, como si tuviese que comprobar que se encontraban lo bastante alejados del resto de los trabajadores; la hora del almuerzo había pasado hace rato, Ron estaba en una misión de rescate, Hermione y él acordaron comer más tarde de lo usual, porque su amiga quería esperar a que Draco pudiese reunirse con ellos, para darle la noticia.
—Yo no le contaría a nadie si lo cruciaste un poco, ¿sabes? —Intentó, en tono confidente, y por muy raro que fuese, más amigable. Tanto como podía ser Draco, por supuesto—. Se lo merecía.
Hermione parpadeó, confundida, y le dirigió una mirada inquisitiva. Harry recordó el Atrio, un escándalo, un collar que se rompía.
No le dijo nada.
—Tengo entendido que se conocen y puede que no estén…en sus mejores términos —señaló la bruja. Draco bufó—, pero quienes tienen cargos como el suyo deben ser profesionales al momento de aceptar o no el recibo de denuncias sobre agresión a magos de toda la comunidad.
—En un mundo perfecto, así sería —Con un resoplido desdeñoso, Draco deslizó el pergamino de permiso para Gringotts dentro de un bolsillo de su capa.
Hermione tenía el entrecejo arrugado.
—¿Hay alguien más que te haya agredido y no haya pasado el proceso de Ley Mágica, Draco?
La pregunta no tenía un deje acusatorio, ni siquiera exigente. Sonaba a llana curiosidad, neutral, suave.
—Si fuese a decirte quién lo ha hecho y salido impune, nos tomaría toda la tarde, Granger —replicó Draco, con una indiferencia que sonaba a falsedad, a la vez que se ponía de pie. Volvió a alisar pliegues imaginarios de su capa—. Supongo que…no haces tan mal tu trabajo.
La mujer sonreía, con los codos apoyados en el borde de la mesa y el rostro recargado en las palmas.
—Sé que eso fue un cumplido —avisó Hermione, divertida, pero él no contestó. Se despidió con formalidad y se marchó del local, sin girar el rostro hacia ninguna de las personas que murmuraban a su paso. Hermione aguardó a que hubiese salido, y a través de las vitrinas, lo hubiesen visto Aparecerse—. Harry.
—¿Hm? —Desde que comenzaron a hablar de procedimientos de multas, papeles, y la historia de lo ocurrido en el Fénix Azul, Harry se dedicó a devorar su tarta de melaza y prestó poca atención al resto.
—¿Puedes ayudarme a investigar algunas cosas?
Él frunció el ceño, pensativo.
—¿Qué cosas?
La respuesta se demoró unos segundos en llegar.
—Unas personas, más bien.
—0—
—Ronald Weasley, llévale la tarta de limón a tu esposa.
—¡Pero, mamá…!
—¡Sin peros! —Molly era implacable. No importaba que estuviese de espaldas y concentrada en las florituras de varita con que preparaba la cena, su voz se oía con claridad en la planta baja y hacía que todos se encogiesen, el señor Weasley incluido—. Te dije que se la lleves, Ronald.
Harry vio a su mejor amigo resoplar y mascullar, mientras hacía levitar una porción de tarta hacia la mesa, ocupada por Hermione, Angelina y Fleur, quienes mantenían una conversación sobre bebés y crianza.
Ya que Hermione estaba embarazada, el clan Weasley pasaba por una fase que los hombres de la familia decidieron apodar la favorita. Cuando una de sus nueras estaba en cinta, Molly se convertía en el ser más complaciente del mundo; preparaba sus comidas favoritas, la consentía, la abrazaba más veces, la colmaba de halagos, preguntas, la acompañaba a hacer elecciones sobre el cuarto del futuro miembro de la familia, su ropa, juguetes, las llenaba de consejos. Por supuesto, también estaba la contraparte masculina, que sufría sus reprimendas y estallidos de mal humor y sobreprotección repentina.
—Si no te ibas a hacer responsable, debiste pensarlo antes, Ronald —insistió su madre, desde la cocina, cuando lo sintió completar su tarea. Ron rodó los ojos y la imitó con sorna, en silencio, hasta que un sartén levitó hacia él y le golpeó un lado de la cabeza. Se quejó, dando un brinco—. Te vi hacer eso.
—¡Sólo le dije que esperase un momento, no que la fuese a abandonar o algo así!
—¡Ni siquiera uses esa palabra, Ronald!
Harry no hizo más que carcajearse de la expresión indignada de su amigo, mientras se acariciaba el área recién lastimada. Por suerte, el tiempo de favoritismo sólo se extendía seis meses tras el final del embarazo.
No que Molly dejase de apreciarlas en ese momento, pero se contenía más. Entonces Ron no tendría que recibir el jalón de orejas de un hechizo cuando intentó protestar, y todo a causa de que su madre hubiese escuchado el comentario de Hermione, desde la mesa, de que tenía ganas de comer tarta.
—¿Otra vez el discurso de "deja tu varita dentro del pantalón, si no quieres cuidar del regaloque viene después"? —De improviso, Ginny tomó asiento a un lado de él, entregándole una taza de chocolate caliente, y ambos observaron la escena de un Ron adulto que pretendía, sin éxito, vencer a su madre en un duelo de miradas. George hacía apuestas sobre quién ganaría con Bill y su padre desde el otro lado de la sala.
—Nunca la he escuchado decir eso.
La bruja se encogió de hombros.
—Es un resumen de lo que dice, en general.
Acababa de abrir la boca para contestarle cuando Victoire, la hija mayor de Bill y Fleur, apareció como un torbellino desde el jardín, recibiendo suaves reprimendas de su madre por la falta de delicadeza al correr y dejar la puerta abierta, y una pequeña lechuza aprovechó la oportunidad para entrar.
Harry siguió su trayecto con la mirada. La conocía.
Cuando el ave lo localizó, emitió un chillido. Descendió en picada para dejarle un trozo de pergamino, y se marchó de inmediato, sin darle la oportunidad de ofrecerle una golosina o caricia.
Ignorando las miradas curiosas de los Weasley, desdobló el papel con el sello de las notas no-oficiales de los Aurores, y le dio un vistazo.
"El mago anteriormente conocido como Draco Malfoy acaba de ser capturado por el escuadrón Nro. 4 de Aurores.
Creí que debías saberlo. Lamento molestar en tu día libre, jefe.
Dennis C."
—0—
—…dime, una vez más, para el informe, qué fue exactamente lo que pasó.
Draco le dirigió una mirada mordaz, que podría haber hecho paralizar al propio Voldemort. Pero el Lord Oscuro no estaba en esa sala de interrogatorio, y Harry sí, apretándose el puente de la nariz y diciéndose que, muy a su pesar, aquello también formaba parte de las obligaciones de un buen Auror.
Que Hermione le hubiese dicho que fuese para asegurarse de que no serían injustos con Draco también fue un incentivo, por supuesto.
—Puedes asesinarme dentro de tu cabeza toda la noche, si quieres —Harry hizo girar la pluma entre los dedos, con aire distraído, y se reclinó contra el respaldar del asiento, echando la cabeza hacia atrás al momento de estirarse. Eran pasadas las diez de la noche—. Yo no tengo prisa.
Cuando llegó al Ministerio por flu, Dennis lo recibió con una breve e imprecisa explicación de la situación en que lo encontraron. Aparentemente, se creía que Draco irrumpió en casa de un mago conocido en la comunidad, y lo atacó; a partir de ese punto, el resumen de Dennis, la historia con que trabajaban los Aurores del escuadrón 4, y la que contaba el involucrado, eran diferentes.
Dennis hablaba de algún tipo de duelo, dada la manera en que quedó la escena. Los Aurores insistían en que fue un ataque premeditado, basado en el odio, y la razón de que Draco no estuviese en una celda provisional esa noche, era que Harry entró a la sala de interrogatorios, esperando obtener algo que le ayudase a esclarecer todo aquello.
Draco tomó una bocanada de aire. Tenía los brazos cruzados desde hace rato, las piernas extendidas por debajo de la mesa que los separaba. Por momentos, sus dedos jugueteaban con la pieza rota al final de la cadena de oro-plata.
—Él sabe que…
Ahí iba otra vez. Harry rodó los ojos.
—Independientemente de lo que el señor Reed supiese o no, o de su relación personal —insistió Harry, de acuerdo al protocolo, y podía ver cuánto hastiaba al otro que lo hiciese—, te metiste a una propiedad privada, y hay señales de que has agredido al dueño de dicha propiedad. Draco, sólo dame una razón válida.
Procuraba utilizar un tono suave, tranquilo. Lejos de ser acusador, esperaba conseguir que le dijese esa verdad de la que se negó a hablar con los otros Aurores, y que supo que existía, en cuanto puso un pie en la sala de interrogatorios y notó que Draco no les decía ni una palabra a los demás.
—Yo tenía llave. Y algunas cosas allí. Y por supuesto que no fue una agresión, por Merlín-
Aquella información era nueva. Harry parpadeó, aturdido. Al reaccionar, se acomodó los lentes y echó una ojeada al informe incompleto del caso; como suponía, ninguno de los otros Aurores obtuvo ese detalle relevante, y él comenzó a anotar. Salvo algunos casos, no podían considerarlo allanamiento si el dueño le dio una llave.
Cuando Draco se percató de que estaba añadiendo la información, debió comprender lo que pretendía, ya que carraspeó y prosiguió.
—El señor Reed —Draco escupió el apellido como si fuese veneno. Le recordó a los años de estudio en Hogwarts, cuando pronunciaba su nombre de forma semejante, y la comparación le causó gracia— y yo nos conocemos desde hace un par de años.
—¿Cuál es su relación con el señor Reed?
Estrechó los ojos. Harry arqueó las cejas, encogiéndose de hombros. Aún tenía la pluma en mano.
—…nefactor…—masculló, entre dientes.
—¿Puedes repetirlo? —Harry correspondió a la expresión de odio de Draco con una de cortés disculpa, que lo hizo resoplar y echarse el cabello hacia atrás.
—…era- fue mi benefactor, ¿de acuerdo? —Ante la mirada confundida que Harry le dirigió, un ligero color rojizo le cubrió los pómulos—. Fue nuestro benefactor, nos- nos recibía, él nos-
—¿A ti y a quién más?
Draco apretó los labios y meneó la cabeza, como si se arrepintiese de lo poco que acababa de soltar.
Con un suspiro, Harry abandonó la pluma a un lado del pergamino del informe del caso, y dio un vistazo alrededor, de la manera más disimulada que podía. Sabía que otros Aurores estarían detrás del vidrio de visión unilateral que ocupaba una pared completa de la sala.
Con un movimiento de muñeca, deslizó la varita fuera de la capa de Auror, que se tuvo que poner antes de salir para entrar al Departamento fuera de su turno, y realizó una floritura que debía bastar para arruinar la imagen que tenían de ellos, reemplazándola con una ilusión.
Se inclinó hacia adelante, flexionando los brazos en el borde de la mesa.
—No te puedo ayudar, si no hablas —susurró Harry, a pesar de que la falsa escena los tendría lo bastante distraídos como para no enterarse de lo que decían.
—¿Por qué querrías ayudarme, Potter? —Draco lo imitó, acercándose desde el otro lado de la mesa.
—Es mi trabajo.
Era cierto. Además del comportamiento irritable de Hermione y el verse envuelto en esa situación gracias a su insistencia, cuando decidió ser un Auror, continuar poniendo en riesgo su vida, no pensó en misiones peligrosas en condiciones extremas.
No. Ya había vivido una guerra, ¿por qué querría repetirlo?
Cuando se juramentó, al finalizar la Academia, fue para ayudar.
Si, lamentablemente, incluía soportar la desconfianza de su ex rival, bueno, habría que hacerlo también. Tanto si era por el estúpido complejo de héroe del que Ginny siempre se quejó, o un sentido del deber, no podía dejarlo en manos de agentes dispuestos a acusarlo sin oír una palabra.
—Tu trabajo consiste en atrapar y encerrar personas como yo.
—No has hecho nada malo —recordó Harry, con la misma suavidad contenida. Estaban inclinados desde los extremos de la mesa, cerca, muy cerca. Se miraban a los ojos—, a menos que se pueda demostrar lo contrario.
Draco arrugó el entrecejo. Se tomó un momento para considerarlo, se relamió los labios, y se volvió a enderezar.
Apretaba la pieza rota del colgante entre los dedos, cuando empezó a hablar.
—El señor Reed fue el primer benefactor que Blaise, Pansy y yo tuvimos después de la guerra.
Harry encantó la pluma para que hiciese anotaciones sola, se reacomodó y asintió, instándolo a continuar. Draco vaciló.
—No tengo prisa —repitió, con suavidad.
Y sea lo que sea que vio en él, lo hizo continuar.
Draco le contó la historia en fragmentos.
Conocí al señor Reed alrededor de la época de los Juicios. Estaba interesado en Pansy. Siempre estuvo interesado en ella.
Nos llevaba varios años. Era amable.
Nos llevaba comida cuando esperábamos en el Atrio, nos invitaba a salir. Pensamos que quería una relación con Pans. Lo dejamos pasar. Nos hacía ir a buenos lugares, era- era agradable.
Era agradable después de pasar noches en celdas provisionales, o sentados en las salas del Ministerio, y esperar veredictos de magos viejos, que nunca escucharon una palabra de lo que decíamos, o de lo que querían explicarles nuestras familias.
Recuerdo que coleccionaba piezas de museo muggle, tenía un par, por aquí y por allá, y planeaba abrir uno para la comunidad mágica. Una vez, nos dijo que éramos la mejor exhibición que había encontrado.
Blaise tuvo un mal presentimiento en ese momento. Y…yo también pensé que era raro.
Draco llenaba la sala de interrogatorios con voz tersa, pero monótona. No paraba de juguetear con su colgante mientras lo hacía.
Además de sus palabras, el único sonido que había era el rasgueo de la pluma encantada. No se atrevía a interrumpirlo porque tenía la impresión de que, apenas abriese la boca y Draco cayese en cuenta de con quién hablaba, se callaría. Y probablemente, sería la primera y única vez que le diría algo, lo que fuese.
No queríamos. Lo sabía, lo hablamos, pero no queríamos.
No podíamos.
Estábamos desesperados.
Cuando nos alejaron de nuestros padres y nos quitaron las herencias, quedamos en la calle. Ni un knut. Nadie en el mundo mágico nos dejaba acercarnos, y el mundo muggle…nos atemorizaba. Lo intentamos, pero no había forma de mezclarnos con ellos, no teníamos los documentos que ellos requieren, no podíamos conseguir un equivalente, nos llevarían de vuelta al Ministerio si empezábamos a hechizar muggles, incluso si sólo hubiesen sido confundus, y…y realmente no los entendíamos.
Reed tenía una casa grande, cuartos separados, cómodos, y estaba- él estaba dispuesto a recibirnos por un tiempo.
Así que fuimos.
Reed trajo un sastre muggle a la casa. Nos mandó a hacer ropa a los tres, a la medida, de acuerdo a nuestros gustos. Nos hacía preguntas, enviaba elfos a servirnos las tres comidas.
Era tan atento que ninguno estaba seguro de qué hacer. Habíamos pasado por una guerra, habíamos sido acusados de lo que hicimos y lo que no, y el nos acogía sin reclamarnos por errores que nos obligaron a cometer.
Blaise y yo intentamos conseguir un empleo en base a nuestros TIMO's, cuando creímos que las cosas se calmaron. No pudimos. Los tres presentamos los ÉXTASIS gracias a McGonagall, pero-
Pero no importaba.
Nadie nos aceptaba. Ni siquiera para los empleos más simples, ni hablar de la Academia.
Reed nos consentía cuando volvíamos de un día de búsqueda sin resultados. Nos dejaba hacer lo que quisiéramos, nunca le importó si sus socios nos veían por la casa, si les hablábamos, si interveníamos. Cosas que otros no habrían permitido, él sí lo hizo.
Y luego una mujer, una bruja que Reed conocía de negocios en otro país, no puedo recordar cuál, se fijó en Blaise. Sí recuerdo bien lo que vino después. Lo invitó a una fiesta, Reed le regaló la capa formal. Era de esas…esas fiestas aburridas en que hay que llevar a alguien para quedar bien.
Blaise estaba radiante cuando volvió. Habló de la discreción, la cortesía con que lo trataron, el ambiente familiar. Era todo aquello para lo que nos educaron.
Era todo lo que conocíamos.
Draco se detuvo. Él temía que hubiese llegado a su límite y aguardó, en silencio.
De pronto, el aire desafiante se había ido.
Se veía como un niño al que enviaron a un sitio que desconoce, y ahora no encontraba el camino de vuelta.
Ella lo invitó a varios eventos. Lo exhibía. Lo sabíamos. Blaise lo sabía.
Supongo que había algo bueno en volver a sentirse respetado, admirado.
Un día, Reed se llevó a Pansy, y la bruja a Blaise. Recuerdo haberlos visto en un recorte de periódico al día siguiente.
Uno de los socios de Reed se me acercó y comencé a salir también. Nos invitaban lo que quisiéramos. La comida, el lugar, qué hacer después; lo elegíamos nosotros. Reed se aseguraba de que no nos tocase nadie que no quisiéramos cerca. De que ni siquiera nos hablasen si decíamos que no.
Cuando nos dimos cuenta de qué pasaba, estábamos la mitad de las noches de la semana fuera, y algunos días también. Reed concertaba nuestras citas, incluso las de Pansy, pero rara vez dejaba que ella saliese con alguien más.
Nos tenían rodeados de lujos y era como si la guerra nunca hubiese ocurrido para nosotros. Sólo había que pedirlo y era nuestro. A cambio, controlaban nuestras idas y venidas, nuestras relaciones-
Todo.
Reed lo controlaba todo.
Solía dejarnos elegir tanto.
Luego comenzó a controlarnos a nosotros.
Harry no estaba seguro de qué expresión tenía. No fue difícil unir los puntos dentro de su cabeza.
Aun así, preguntó.
—¿Qué pasó después?
Draco apretó los labios, de nuevo. Él esperó, callado, la pluma detenida.
—Blaise se enamoró de una chica de nuestra edad —murmuró—; no tenía dinero, pero sí era influyente entre la comunidad de medimagos, una científica en ascenso. A Reed no le gustaba.
—¿Le impidió acercarse?
La respuesta se demoró unos segundos en llegar.
—Se lo prohibió.
—¿Como si fuese- como si tuviese alguna autoridad sobre él? —Se corrigió a sí mismo. Draco asintió—. ¿Qué hizo Blaise?
—Se enojó.
—Lógicamente —Harry estuvo de acuerdo.
—Se pelearon, nos escapamos…—siguió Draco.
—¿Tú también te fuiste en ese momento?
Draco asintió.
—Podría haber sido nuestra única oportunidad de irnos.
—Asumo que eso tampoco le agradó al señor Reed.
Draco se tardó un instante en negar.
—¿Hizo algo para que entrases a su casa esta noche? —Ya que no hubo respuesta, Harry decidió insistir, con suavidad:—. Lo que me digas, podría ayudarte también. Si esta es una historia larga, y él tiene motivos contra cualquiera de ustedes…
—Él tiene motivos.
—¿Les hizo algo?
Otro titubeo. Harry volvía a inclinarse hacia adelante.
—Draco, ¿él les hizo algo?
—Imperio. Tiene un- bueno, trabajó con hechizos durante años, tiene algo parecido a un Imperio. No deja el mismo rastro y no aparece en el registro de su varita al usarlo, es…bastante astuto, se cuela directamente en la cabeza de los demás con la orden que quiere que cumplan.
La pluma rasgó el pergamino, por accidente. Durante un instante, la sala estuvo en absoluto silencio.
—¿Se lo lanzó a los tres?
—A Blaise y a mí —aclaró Draco, en un susurro. No lo miraba.
—¿Qué quería que hicieran?
—Que nos quedáramos. Sólo que nos quedáramos.
—Y no funcionó.
Lo escuchó emitir un vago sonido negativo en respuesta.
—No tardé mucho en quitármelo y se lo quité a Blaise también. Ya lo conocía, había practicado para deshacerlo si me lo lanzaba.
—¿Hay alguna denuncia de esto?
—¿Alguien nos hubiese creído?
Silencio, de nuevo. Ahora sí lo observaba. Tenía el ceño fruncido.
Harry no respondió.
—¿Tú me crees?
Era una pregunta extraña. No sonaba a recriminación, ni frustración.
Le dolió pensar que, para Draco, era lógico que no les creyesen.
—Sí.
Era absurdo imaginarse que alguien, incluso Draco, fuese a inventar una historia como aquella, y a verse así mientras la contaba.
—¿Por qué, exactamente, entraste a su casa hoy?
—Pansy —replicó Draco, con un hilo de voz.
—¿Qué ocurre con ella?
Draco bajó la mirada.
—Se quedó para dejarnos salir. Fue su idea, sabe que es más "suave" con ella- la veía con frecuencia, hablábamos, estaba tan bien como podía estar ahí, y ya estaba por sacarla- —Hizo una pausa, en la que negó—. Pero ella quería ponerme a salvo y él se dio cuenta.
