Los dos se la pasan acostados debajo de las sábanas. Abrazados en el ambiente silente, en donde solo vienen las respiraciones calmadas o aceleradas, los sonidos del exterior de la vecindad, y las sensaciones del cuerpo; el bombear frenético de su corazón, tan en sus cercanías.
—¿Sientes como late mi corazón... ? —preguntó Steven en un hilo de voz apenas perceptible.
Ella asiente. Esta ruborizada, desvía la vista, y no es necesario que haga el mismo comentario, aquel ya siente que es así con tan solo compartir el lecho.
Y es algo nuevo ciertamente. Días atrás, dichas funciones fisiológicas aceleradas, no eran tan notorias como ahora, en donde claramente pueden percatarse de estas cosas.
Antes, solo compartir el espacio de la habitación, ver la televisión mini del cuarto en el suelo; la película (aleatoria o repetida) del canal dos, a las cuatro de la tarde, y jugar al Nintendo 64, que Steven siempre ponía uno diferente de su colección mediana de cartuchos, todos diversos en sus obtenciones: intercambios por diversos objetos en la escuela, en la vecindad por la venta de garaje de su ahorro monumental, yendo a los bazares de los alrededores de la residencia, donde elegía en base a la portada intacta o gastada, que encontraban en las cajas de plástico de los locales. Fue uno de esos precisamente, en donde encontró a Lapis bajo su impermeable negro gastado, sentada en el suelo bajo el chaparrón.
Ahora no prenden la mini TV del cuarto, o toman los controles morado y azul transparentes cableados, que siempre descansan en la alfombra.
Lazuli vierte la vista por las paredes cuando ambos se encuentran compenetrados en el abrazo; El pequeño solía dormirse en calma en esta composición de silencio, ulteriormente, no estaba tan exaltado como ahora. Con el pasar de los soles y sus respectivas lunas, ya habrá quedado prendado de ella.
Él lo sabe, porque no la ve con los mismos ojos con los que la vio mientras taciturnos, se fueron en el autobús. El que se ponga nervioso a su lado, el que empiece a sentir todas estas emociones nunca despiertas hasta ese preciso momento, le tiene alerta y disperso en el extraño empujón de la emoción, del profuso enamoramiento.
Recuerda que la beso; Son sus labios suaves, levemente húmedos, que definitivamente no podrá borrar. "¿Cuánto habrá durado?" se pregunta inocente. Fue de una eternidad, ya que lo recordaría para toda la vida. Son los recuerdos los que se mantendrá en perpetuidad en su memoria.
Lapis sabe de ello, por eso no quiere ondear en sus recuerdos. Ellos son oscuros, trágicos, tristes, decadentes, traumáticos, angustiantes. Solo basta ver cómo disociaba al principio; ahí parada o sentada, sin poder articular palabra alguna, en el cuarto; Asustada a los ruidos fuertes, estrábica, en un estupor difícil de disipar.
Le habrá confiado todo, le ha dado de todo lo que dispone. Se aferra a su cuerpo, y siente la necesidad irrevocable de querer protegerla y quererla.
—Me gustas —soltó de repente el pequeño.
Ella encarneció sorpresiva.
—¿Te gusto?
—Sí, muchísimo... —dijo apenado ocultándose en su pecho —. Creo que quiero casarme contigo.
—¿Casarte conmigo?
—Sí. Tener una casa, un jardín, y... —se sonrojó y se rascó la ceja tímido —. No sé.. Tal vez... Tener algunos hijos, no lo sé...
Lapis evocó una risita sincera y linda. Steven pasa a descubrir su rostro para verla.
—¿De qué te ríes? —cuestiona el niño como si pensara que le sonará incrédulo —¿No me crees?
Los dos tuvieron contacto visual.
—¿Sí? Entonces, dices, ¿qué te gusto? —pregunta la de los iris azules.
—Lo hago —y le es imposible no colorarse, pero compone seriedad nunca antes vista —. Creo que te amo...
Ella le mira sus ojos negros brillantes y melosos, y vuelve a reír gustosa y feliz.
—Steven, ¿qué dices? —dice la adolescente —Haces que me sonrojé... Eres muy dulce en verdad...
—Soy muy capaz de todo también —aseguró con mirada decidida —. Yo podría ser todo por ti, y... —dijo y ocultó su cabeza tímido a su torso, para decir en voz más baja —...me alegra que nuestros caminos se hayan encontraron... Que te haya visto ese día...
Lapis le escucho, y no hablo. La garganta se le tenso, sintió la saliva, esa asfixia extraña que trae el amargo vestigio que la sigue; la tortura del día a día; la tristeza, el asco, la culpa.
Lapis suspira, abraza más a Steven. Se enrosca más, siente su cuerpo, y aquel se adentra por completo.
—Sí... —murmura la adolescente —. Fue bueno que me encontraras...
