Capítulo 3: Pensamientos.
—'Brackium emendo' —Hermione recitó con voz firme.
Inmediatamente, el rictus de dolor que Harry había mostrado se suavizó. Dio a Hermione un suave beso en la mejilla.
—Gracias. El hechizo 'Férula' no hace falta, por favor—detuvo a Hermione, imperativo—. No me atrevía a que Ron o Ginny ejecutasen este hechizo. Con un brazo de goma ya tuve bastante —dijo, mirando a ambos con una sonrisa torcida.
—Ja, ja —el aludido respondió, con cara de pocos amigos—. Gracias por proteger a Ginny —añadió, sin embargo.
—No se merecen. He estado meditando este asunto… Es necesario poner a Ginny un guardaespaldas.
Ron asintió, totalmente de acuerdo.
—¿Un qué? —Ginny preguntó, atónita e indignada—. De eso, nada.
—Sólo durante tus salidas, Ginny —él respondió, con paciencia—. Alguien que te acompañe a los sitios, que te recoja después y que te escolte hasta tu casa sana y salva; nada más.
—Yo lo haré —Ron se ofreció, inmediatamente.
—Tú no puedes hacerlo —Harry negó, tajante—. El embarazo de Hermione está siendo muy complicado. No es aconsejable que estés alejado de ella más tiempo del imprescindible. Por eso te he asignado trabajos de despacho hasta que nazca el bebé, ¿o no?
—Demonios… Entonces, protégela tú.
—Lo haré con mi vida, si es necesario. —Ginny lo miró, alarmada—. Pero no puedo alejarme de mis responsabilidades aquí. Haré todo lo que esté en mi mano para protegerla; pero para los momentos en que yo no pueda hacerlo, he pensado en asignar uno de los aurores más expertos y competentes para que la acompañe.
El dolor y la angustia que sentía por Harry, por escucharle hablar de entregar su vida por ella, se convirtió en rabia disimulada cuando Ginny pidió con sencillez:
—Que sea hombre y que sea guapo. Si me tiene que acompañar a cualquier lugar que yo vaya o a cualquier evento al que yo asista, y si la prensa lo tiene que relacionar conmigo sí o sí, al menos que valga la pena.
Por un momento, Harry la miró fijamente a los ojos, muy serio. Escribió algo en un pequeño pergamino, ejecutó un leve movimiento con su varita e, inmediatamente, el papel salió volando del despacho, cuando Ron abrió la puerta. Escasos minutos después, unos golpes de nudillos se hicieron notar.
—¡Adelante! —Harry ordenó.
—Buenos días. ¿Me necesitas, jefe?
—Sí. Por favor, Nate, pasa. Nathaniel Edwards, Ginevra Weasley —hizo las presentaciones, señalando a ambos.
—Mucho gusto, señorita —el auror la saludó, con voz tímida y amable.
Ginny lo miró, atónita. Nathaniel no poseía el irresistible atractivo varonil de Harry; era un Adonis rubio, delicado, cuya belleza casi trascendía lo terrenal. Sin duda, era el hombre con los rasgos más perfectos que había visto jamás. Alto, delgado, sus movimientos eran gráciles, sus ademanes ligeros y elegantes. Y su sonrisa, sencillamente encantadora.
—Igualmente —se vio obligada a responder, admirada.
—Nate es uno de los aurores más diestros y competentes de que dispone el Ministerio de Magia. Además, posee sobrada experiencia en labores de escolta —Harry explicó —. Él se encargará de tu protección.
Nate miró a Harry, sorprendido.
—¿D-desde cuándo? —él quiso saber.
—Desde ahora mismo. Por favor, acompaña a Ginny al campo de entrenamiento de las Harpies o a donde sea que ella desee ir. En principio, me preocupan más los momentos en que ella se encuentre a solas fuera de su hogar, los desplazamientos, etc. Mantente alerta frente a cualquier tipo de ataque; no tiene porqué ser directo. En cuanto yo pueda liberarme del trabajo más urgente aquí, me pondré en contacto contigo para ponerte al día de la situación y de lo que espero de ti. ¿Entendido?
—Entendido —respondió, decidido—. ¿Qué, o a quién, estamos buscando?
—Ese es el problema: todavía no lo sabemos.
Nate asintió, haciéndose cargo de la situación.
—Señorita Weasley, ¿a dónde puedo tener el placer de acompañarla? —le ofreció, educado.
—Esta mañana tan sólo necesito que usted me deje en casa. Sin embargo, esta tarde, deberá acompañarme a los entrenamientos de quidditch en el campo de las Hollyhead Harpies —ella enumeró, sin poder evitar mirarlo con admiración.
—Perfecto. ¿Me acompaña, pues?
Ginny adelantó a Nate fuera del despacho y él cerró la puerta tras ambos.
Hermione se sentó en la silla de Harry, con cansancio. Y Ron lo observó, enarcando una ceja.
—Nate es el mejor, después de ti —Harry argumentó, intuyendo el rumbo que los pensamientos de su mejor amigo habían tomado.
—Lo sé. Pero…
—Además, le he proporcionado exactamente lo que ella ha pedido.
—Ese es el problema —Hermione opinó. Tras un suspiro, ofreció la mano a su esposo para que la ayudase a ponerse en pie.
—¿Qué has querido decir? —Harry la miró, inquisitivo.
—Nada. Cuídate, Harry. —Le dio una abrazo cariñoso y se encaminó hacia la puerta—. ¿Me acompañas a mi despacho? —pidió a Ron.
Ron miró a Harry y él asintió con la cabeza.
—Cuídate tú, también. Te veo luego, Ron.
Una vez se hubo quedado a solas, Harry se sentó en la silla y se abstrajo en sus pensamientos, mientras se acariciaba la barbilla en un gesto reflejo.
OO00oo hp oo00OO
Ginny se sentía agotada por el entrenamiento de quidditch. Aún así, agradecía la compañía de Nate. Él había causado sensación entre sus compañeras de equipo. Se había empeñado en presenciar los entrenamientos desde las gradas, en no mantenerse alejado de ella ni por un momento… Aún así, se sentía decepcionada. En el fondo, habría preferido que quien la acompañase hubiese sido… Negó para sus adentros, obstinada. Y sonrió a Nate con amabilidad, ante su puerta:
—Por mi culpa, no has probado bocado desde hace más de seis horas. Puedo preparar la cena para ambos, si quieres —le ofreció.
—Señorita, no sé si debería…
—Ginny, por favor.
—Ginny, no sé si debería…
—Por supuesto que debes —se escuchó la voz de Harry tras él.
Ambos dieron un respingo, se había materializado de la nada frente a sus narices.
—Tú y yo vamos a repasar los hechizos de los que hay que dotar a esta casa inmediatamente —Harry ordenó—. Sin esperar respuesta por parte de ninguno de ambos, entró en casa de Ginny, se dirigió a la sala de estar y se sentó frente a la mesa auxiliar—. ¿Vienes? —pidió a Nate, impaciente.
—Con permiso —el rubio pidió. Le sonrió a modo de disculpa.
—Cómo no. —Ginny suspiró, entró tras él y cerró la puerta tras de sí con resignación.
«¿Cómo llevas los encantamientos 'escudo' y 'carga defensiva'?», Ginny escuchó a Harry preguntar, desde la cocina. Tomó un vaso de agua y, resignada a preparar cena para tres a pesar del cansancio que llevaba acuestas, caminó hasta su habitación, se puso ropa cómoda y volvió a salir, dispuesta a ser una buena anfitriona. Recordó que casi tenía vacía la nevera: verdura y poco más. Así que, pensó, mejor era preguntar a sus dos 'invitados' si preferían que pidiese comida a domicilio. Pero no pudo entrar en la sala de estar; desde el pasillo, quedó hipnotizada por lo que vió. Harry, quien se había arremangado la camisa dejando al descubierto sus poderosos antebrazos, se afanaba en plantear a Nate una estrategia de defensa; se desabotonó el cuello de la camisa, ante la mirada lasciva de Ginny, de un modo distraído. Y Nate, el Adonis contemporáneo, escuchaba sus palabras con los cinco sentidos dedicados a ello. Un hombre rabiosamente atractivo y sexy… Otro hombre realmente guapo… ¿Pero en qué estaba pensando? Desterró aquellos pensamientos de su mente, con enfado. Aún así, continuó escuchando y observando.
—Encantamiento protectores: 'antiintrusos', 'perdición del ladrón', embrujo 'anti desaparición'… Todos los hechizos menores que se nos ocurran para proteger a este lugar y a Ginny —Harry afirmó, resuelto.
Y Nate asintió con la cabeza, totalmente concentrado.
—Por supuesto, voy a ejecutar el 'Cave inimicum'. Por el momento, no ejecutaré los encantamientos 'Repello inimicum', 'Protego maxima' y 'Fianto duri'; no considero que debamos hacer uso de la barrera impenetrable hasta llegado el caso de que las cosas se pongan feas, pues os aislará a ambos dentro. Pero son una opción que no voy a descartar…
Escuchar cómo Harry estaba sopesando realmente ejecutar los hechizos para crear la barrera casi impenetrable que descendió sobre Hogwarts durante la última batalla de la Segunda Guerra, fue más de lo que se sintió capaz de soportar.
—Ambos, fuera de mi casa. Ahora —ordenó, indicándoles la salida con un gesto de la mano mientras irrumpía en el cuarto.
—Señorita, ¿pero qué…? —Nate se puso en pie inmediatamente, azorado. Seguido por Harry, quien se cruzó de brazos mirándola con advertencia.
—Ahora estoy en mi casa. Así que estoy protegida. Los dos, fuera —repitió, con voz que no admitía réplica.
—Márchate, Nate. Y descansa —Harry ordenó a su subordinado, dándole una palmada tranquilizadora en la espalda—. Te quiero aquí mañana a primera hora.
—Por supuesto, jefe. Buenas noches, Ginny.
Ruborizado, pasó por delante de la chica y volvió a despedirse con un torpe ademán de la mano, poniendo los pies en polvorosa.
—Tú también, Harry —insistió, cabreada.
Pero él, aún con los brazos cruzados frente a su pecho, caminó hasta ella y la enfrentó con una mirada severa.
—Eso no va a suceder, Ginny —Negó, autoritario—. No, hasta que yo haya dotado a esta casa de todos los encantamientos y hechizos pertinentes.
—¿Voy a poder evitarlo?
—No.
—Hazlo, pues. Pero termina cuanto antes.
Sin responder, Harry pasó ante ella, camino del jardín. Media hora después, cuando Ginny ya había cenado y aguardaba sentada en el sofá, adormecida, el sonido de una puerta al abrirse la alertó.
—Hecho. Deberías irte a la cama, Ginny —él opinó. Todavía conservaba la misma mirada dura y severa que a ella tanto molestaba.
—Soy adulta, Potter. En mi casa hago lo que me da la gana —respondió de malos modos.
Él asintió, en silencio. Cuando Ginny creía que se marcharía sin dedicarle ni una sola palabra de despedida, ya en el pasillo de salida, sin embargo, se giró para preguntar:
—¿Es lo suficientemente guapo para ti?
—Sin duda —ella aseguró, con rabia. ¿Por qué él, precisamente él, tenía que preguntarle eso?, pensó con cabreo—. Tráelo este fin de semana a la comida para celebrar el cumpleaños de mi hermano; no creo que a Ron, a Hermione y a los demás, les importe. Me gustaría… conocerlo mejor fuera del trabajo —añadió con toda intención.
—Eso está hecho, si él quiere venir. Que descanses.
Para su infinita sorpresa, Harry se marchó; sin más.
NOTAS DE LA AUTORA
Este capítulo lo dedico a patriciamartin151197 y a Natesgo, las dos maravillosas personas que me han dejado comentarios al capítulo anterior, cargándome las pilas para escribir el siguiente.
A medida que voy escribiendo, voy modificando algunas de mis ideas originales. Los relatos siempre están vivos, siempre van creciendo y evolucionando 'por su propia cuenta'. Siempre me ha fascinado este hecho y es uno de los motivos que más me anima a escribir pues, ni siquiera yo misma, sé exactamente cómo va a terminar una historia hasta que la he concluido.
Nos vemos en el próximo capítulo.
Un abrazo.
Rose.
