Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la escritora Jennifer Niven, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados como ansiedad, depresión, suicido, bullyng, etc. se recomienda estar consciente de ello a la hora de leer. Pueden encontrar el libro a la venta en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.


Bella

A 154 días de la graduación

Viernes por la mañana. Despacho de la señora Marion Kresney, psicóloga del instituto, que tiene unos ojos pequeños y bondadosos y una sonrisa excesivamente radiante para su cara. Según el certificado que cuelga de la pared, por encima de su cabeza, lleva en el Instituto de Forks quince años. Esta es nuestra duodécima reunión.

El corazón me late aún a toda velocidad y me tiemblan las manos después de haber estado en esa cornisa. Me muero de frío y lo único que deseo es meterme en la cama. Espero que la señora Kresney diga: «Sé lo que has estado haciendo durante la primera hora de clase, Isabella Swan. Tus padres están de camino. Los médicos ya están aquí para acompañarte al centro de salud mental más próximo».

Pero empezamos como siempre.

—¿Qué tal estás, Bella?

—Bien, ¿y usted?

Me siento sobre mis manos.

—Bien. Pero hablemos de ti. Quiero saber cómo te sientes.

—Estoy bien.

Que no haya sacado el tema no quiere decir que no lo sepa. Casi nunca pregunta nada directamente.

—¿Qué tal duermes?

Las pesadillas empezaron un mes después del accidente. Me pregunta por ellas cada vez que voy a visitarla porque cometí el error de mencionárselas a mi madre, que luego se las comentó a ella. Es una de las principales razones por las que estoy aquí y por las que he dejado de contarle cosas a mi madre.

—Duermo bien.

Una cosa curiosa de la señora Kresney es que siempre sonríe, siempre, pase lo que pase. Me gusta.

—¿Alguna pesadilla?

—No.

Antes las escribía, pero ahora ya no. Soy capaz de recordar todos los detalles.

Como los de la que tuve hace cuatro semanas en la que me fundía, literalmente. En el sueño, mi padre me decía: «Has llegado al final, Isabella. Has alcanzado el límite. Todos lo tenemos, y el tuyo es ahora». «Pero yo no quiero», pensaba. Mis pies se convirtieron en charcos y desaparecieron. Luego fueron mis manos. No dolía, y recuerdo que pensé: «No debería importarme porque no duele. Desaparezco, y ya está». Pero sí me importaba. Miembro tras miembro, acabé volviéndome completamente invisible antes de despertarme.

La señora Kresney se mueve nerviosa en su asiento, la sonrisa inamovible. Me pregunto si sonreirá cuando duerme.

—Hablemos sobre la universidad.

El año pasado, por esta época, me encantaba hablar sobre la universidad. Esme y yo lo hacíamos a veces cuando mamá y papá se iban a la cama. Nos sentábamos fuera, si el tiempo lo permitía, y dentro si hacía demasiado frío. Nos imaginábamos adónde iríamos y la gente que conoceríamos, muy lejos de Forks, Washington, con una población de 14.983 habitantes, donde nos sentíamos como alienígenas de un planeta lejano.

—Has solicitado plaza en UCLA, Stanford, Berkeley, la Universidad de Florida, la Universidad de Buenos Aires, la Northern Caribbean University y la National University de Singapur. Una selección muy diversa, pero ¿por qué no aparece la NYU?

El programa de escritura creativa de la NYU ha sido mi sueño desde el verano previo a que cursara séptimo. Y todo fue a raíz de la visita que realicé a Nueva York con mi madre, que es profesora universitaria y escritora. Se graduó en la NYU, y durante tres semanas estuvimos los cuatro en la ciudad y conocimos a sus antiguos profesores y compañeros de clase: novelistas, dramaturgos, guionistas, poetas. Mi plan era solicitar plaza para entrar en octubre. Pero luego se produjo el accidente y cambié de idea.

—Se me pasó el plazo para enviar la solicitud.

Hoy hace una semana. Cumplimenté todo el papeleo, redacté incluso el trabajo que debía adjuntar, pero no envié nada.

—Hablemos sobre escribir. Hablemos sobre la página web.

Se refiere a HerSister. Esme y yo la pusimos en marcha cuando nos vinimos a Forks. Queríamos crear una revista online que ofreciera dos perspectivas (muy) distintas sobre la moda, la belleza, los chicos, los libros, la vida. El año pasado, Carmen Denali, amiga de Esme y estrella de la webserie «Rant», nos mencionó en una entrevista y nuestro número de seguidores se triplicó. Pero no he vuelto a tocar la página desde que murió Esme, ¿qué sentido tendría? Era una página de dos hermanas. Además, en el instante en que nos atravesó aquel guardarraíl, mis palabras murieron también.

—No quiero hablar sobre esa web.

—Tengo entendido que tu madre es escritora. Sus consejos deben de resultarte muy útiles.

—Jessamyn West dijo: «Escribir es tan difícil que los escritores, habiendo tenido su infierno en la tierra, se librarán después de todo castigo».

Su rostro se ilumina.

—¿Tienes la sensación de estar siendo castigada?

Habla sobre el accidente. O tal vez se refiera a lo de estar aquí, en este despacho, en este instituto, en esta ciudad.

—No.

«¿Tengo la sensación de que debería ser castigada?» Sí. ¿Por qué, si no, me habría cortado yo misma el flequillo?

—¿Te consideras responsable de lo que sucedió?

Me tiro del flequillo. Está torcido.

—No.

Se recuesta en su asiento. Su sonrisa decae una milésima. Ambas sabemos que miento. Me pregunto qué diría si le contase que hace una hora han tenido que convencerme para que me alejara de la cornisa del campanario. A estas alturas de la conversación, estoy segura de que no lo sabe.

—¿Has vuelto a conducir?

—No.

—¿Has subido al coche con tus padres?

—No.

—Ellos quieren que lo hagas.

Esto no es una pregunta. Lo dice como si hubiese hablado con uno de ellos, o con los dos, y lo más probable es que lo haya hecho. Me los imagino a los tres hablando de mí con la boca torcida en una mueca de dolor y los ojos rebosantes de preocupación.

—No estoy preparada.

Son las tres palabras mágicas. He descubierto que sirven para salir airosa de casi todo. Ella se inclina entonces hacia delante.

—¿Has pensado en volver a ser animadora?

—No.

—¿El consejo estudiantil?

—No.

—¿Sigues tocando la flauta en la orquesta?

—Estoy en la última fila.

Eso no ha cambiado desde el accidente. Siempre estuve en la última fila porque no soy muy buena tocando la flauta.

Se recuesta de nuevo. Por un instante pienso que ya ha terminado. Pero entonces dice:

—Estoy preocupada por tu evolución, Bella. Francamente, deberías haber avanzado más a estas alturas. No puedes pasarte la vida evitando los coches, sobre todo ahora que estamos en invierno. No puedes seguir sin hacer nada. Tienes que recordar que eres una superviviente, y eso significa que...

Nunca sabré lo que significa porque en cuanto oigo la palabra superviviente me levanto y me voy.

De camino a la cuarta hora de clase. Pasillo del instituto.

Al menos quince personas —algunas que conozco, otras que no, algunas que llevan meses sin hablar conmigo— me paran de camino al aula para decirme lo valiente que he sido por haber evitado que Edward Cullen se suicidara. Una chica del periódico del instituto quiere hacerme una entrevista.

De toda la gente que podría haber «salvado» Edward Cullen es la peor elección, puesto que es una leyenda en el instituto. No le conozco muy bien, pero sé cosas de él. Todo el mundo sabe cosas de él.

Hay quien lo odia porque piensa que es un bicho raro que se mete en peleas, es expulsado del instituto y hace lo que le da la gana. Hay quien lo venera porque es un bicho raro que se mete en peleas, es expulsado del instituto y hace lo que le da la gana. Toca la guitarra en cinco o seis grupos distintos y el año pasado grabó un disco. Pero digamos que es... extremista. Un día se presentó en el instituto pintado de rojo de la cabeza a los pies, y eso que no era ni siquiera la semana que dedicamos a las actividades lúdicas. A unos les contó que era una protesta contra el racismo y a otros les dijo que protestaba contra el consumo de carne. El curso pasado se pasó un mes entero vestido con capa, partió una pizarra por la mitad con un pupitre, robó todas las ranas que diseccionamos en clase de ciencias y celebró un funeral antes de enterrarlas en el campo de béisbol. La gran Anna Faris dijo en una ocasión que el secreto para sobrevivir en el instituto consiste en «pasar inadvertido». Edward hace justo lo contrario.

Llego cinco minutos tarde a clase de literatura rusa, donde la señora Mahone y su peluca nos ponen un trabajo de diez páginas sobre Los hermanos Karamazov. Todo el mundo protesta menos yo, porque por mucho que la señora Kresney piense lo contrario, tengo Circunstancias Atenuantes.

Ni siquiera escucho lo que dice la señora Mahone sobre cómo quiere el trabajo. Me entretengo tirando de un hilillo de la falda. Me duele la cabeza. Seguramente por culpa de las gafas. Los ojos de Esme estaban peor que los míos. Me quito las gafas y las dejo sobre el pupitre. Me quedan mal. Sobre todo con flequillo. Aunque quizá, si llevo las gafas el tiempo suficiente, podré ser como ella.

Podré ver lo que ella veía. Podré ser las dos a la vez para que nadie la eche de menos, sobre todo yo.

La cuestión es que hay días buenos y días malos. Me siento culpable por decir que no son todos malos. A veces, alguna cosa me pilla desprevenida —un programa de la tele, una frase ingeniosa de mi padre, un comentario en clase— y río como si no hubiera pasado nada. Hay mañanas que me levanto y canto mientras me preparo para ir a clase. O pongo música y bailo. La mayoría de los días voy al instituto andando. Los otros cojo la bicicleta, y a veces mi mente me engaña y me induce a pensar que soy una chica normal que sale a dar un paseo.

Alguien me da unos golpecitos en la espalda y me pasa una nota. La señora Mahone nos obliga a entregar el teléfono móvil al entrar en clase y por eso nos comunicamos como antiguamente, con notas escritas en trozos de papel.

«¿Es verdad que has salvado a Edward del suicidio? x Ryan.»

Solo hay un Ryan en el aula, y tal vez habría quien dijera que solo hay un Ryan en todo el instituto, incluso en todo el mundo: Ryan Cross.

Levanto la vista y veo que me mira. Es muy guapo. Ancho de hombros, cabello rubio dorado, ojos verdes y las pecas suficientes como para que parezca un chico accesible. Fue mi novio hasta diciembre, pero ahora nos hemos dado un descanso.

Dejo la nota reposando sobre el pupitre durante cinco minutos antes de responder.

Al final escribo: «Estaba allí por casualidad. x B».

Menos de un minuto después recibo otra nota, aunque esta vez no la abro. Pienso que a muchas chicas les encantaría recibir una nota como esta de Ryan Cross.

Y la Isabella Swan de la primavera pasada sería una de ellas.

Cuando suena la campana, me retraso un poco en el aula. Ryan deambula por allí a la espera de ver qué hago, pero cuando ve que sigo sentada, recoge su teléfono y se marcha.

—¿Isabella? —dice la señora Mahone.

Antes, diez páginas no me suponían ningún problema. Cuando un profesor pedía diez páginas, yo escribía veinte. Si quería veinte, le entregaba treinta. Escribir era lo que mejor se me daba, mejor que ser hija, novia o hermana. La escritura y yo éramos lo mismo. Pero ahora, escribir es una de las cosas que soy incapaz de hacer.

Apenas tengo que decir nada, ni siquiera «No estoy preparada». Es una regla del juego de la vida que ni tan solo está escrita, y que constaría bajo el título «Cómo reaccionar cuando un estudiante pierde un ser querido y está, nueve meses después, pasándolo aun realmente mal».

La señora Mahone suspira y me entrega el teléfono.

—Escríbeme una página o un párrafo, Bella. Haz lo que puedas.

Mis Circunstancias Atenuantes me salvan el pellejo.

Ryan está esperándome fuera. Veo que está intentando solucionar el rompecabezas para poder recomponerme de nuevo y convertirme en la novia divertida de antes.

—Hoy estás muy guapa —dice.

Tiene el detalle de no mirarme el cabello.

—Gracias.

Por encima del hombro de Ryan veo que se acerca Edward Cullen. Me saluda moviendo la cabeza, como si supiera alguna cosa que yo no sé, y sigue andando.


Como vemos, Bella también tiene sus propios problemas. Está pasando por un momento duro, tratando de lidiar con el duelo que supone perder a su hermana y al parecer eran muy unidas. Siempre quise tener una hermana con quien compartir, pero al ser la mayor, más bien soy la hermana con quien compartir de mis hermanos pequeños. Pienso, y no puedo encontrar como seria perderlo a alguno de ellos y en el proceso, a mí misma. Edward se menciona en el capítulo, algo así como un extraño chico rudo y salvaje. Ya veremos cómo evoluciona la relación de estos dos.

Las leo en los reviews siempre y recuerden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.

Ariam. R.


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