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La llegada a Los Ángeles es tranquila y, cuando veo a Sasuke con los pequeños esperando a Sakura, sonrío. Qué tío, se desvive por mi amiga y los niños, y eso me hace tremendamente feliz.

Observar cómo Sasuke y Sakura se abrazan, se miran y se besan me llena el alma, aunque siento una pequeña punzada en el corazón al ser consciente de que yo nunca tendré algo así.

Una vez me despido de mi amiga, de Sasuke y de los peques, voy hasta el parking del aeropuerto. El día anterior dejé mi coche allí para ir a Oregón.

Al entrar en el vehículo, el olor de Candela inunda mis fosas nasales. Bueno, más que su olor, es el olor a chuches y bollos deshechos en la parte trasera del coche. Pero no importa. Es mi coche y el de mi hija y, aunque lo mancha cada vez que se sube, se lo perdono.

Una vez llego al barrio donde viven Chōji y su novia Karui, aparco. No sé de qué quiere hablar mi ex conmigo, pero sin duda parecía importante.

A paso rápido, llego hasta el portal, lo abro y subo en el ascensor hasta la quinta planta, donde sonrío al oír la voz de mi pequeña cantar. Es una cantarina, se pasa el día cantando como su tía Sakura y, cuando Chōji abre la puerta y mi cantarina corre a mis brazos, soy muy... muy feliz.

La abrazo. Me deshago en mimos hacia ella, luego la miro y digo:

—Dame un mua... muy... muy grande.

Encantada, mi niña se apresura a quitarse el chupete y posa sus dulces labios sobre los míos para besarme. Espachurra su carita contra la mía y yo me siento la mujer más feliz del universo.

¡Me encantan nuestros muas!

Cuando acaba nuestra demostración de amor, la miro y pregunto:

—Gordincesa, ¿qué haces con el chupete?

Candela hace una de sus caídas de ojos, ¡pero qué artista que es mi niña!, se quita el chupete de la boca y susurra:

—Mami..., el tete es mío.

Sonrío. Claro que el tete es suyo.

Nos está costando Dios y ayuda desarraigarla de su tete, como ella dice, pero bueno, hemos decidido tomárnoslo con filosofía. Digo yo que, cuando tenga diez años, ya no lo querrá.

Tras besitos y arrumacos, Karui, que, todo sea dicho, es un amor de mujer, se lleva a Candela a ver la televisión y Chōji me hace una seña para que lo siga a la cocina.

Allí, saca dos cervezas y, tendiéndome una, dice:

—Siéntate.

Esa palabra de pronto me asusta. Malo..., malo. Lo miro e indico:

—Oye, Chōji, me estás asustando. ¿Qué pasa?

Me siento como ha pedido y él se sienta frente a mí y dice:

—Ayer, cuando cerramos el restaurante, apareció tu jefe.

—¿Y?

Chōji da un trago a su cerveza.

—Al parecer —prosigue—, va a cerrar el restaurante donde trabajas; ¿lo sabías?

¡¿Qué?!

¡¿Cómo?!

El estómago se me revuelve y, como puedo, murmuro:

—Nooooo... —Chōji asiente y yo añado—: Pero si va muy bien. Hay lista de espera para cenar allí. Es uno de los mejores restaurantes de Los Ángeles. Pero ¿qué dices?

La incomodidad que veo en mi ex se hace más palpable cuando explica:

—Ya sabes que tu jefe es amigo de mi socio, y nos contó que hace quince días se jugó en Las Vegas el restaurante y lo perdió. En el plazo de un mes, el nuevo dueño va a cerrarlo para abrir una casa de apuestas.

Ay, madre...

Ay..., ay, madre..., ¡que me da!

Ahora entiendo cosas que en los pasados días habían llamado mi atención, como el hecho de que el jefe estuviera últimamente con varias copitas de más en el restaurante y que los proveedores hubieran dejado de traer tantísimos suministros como traían.

Chōji me mira. Yo no sé qué decir.

De ser eso cierto, sin duda alguna significa que me quedo sin trabajo.

—Puedo hablar con mi socio —dice él entonces—. Tiene muy buen concepto de ti como repostera. Si quieres, yo...

—No —lo corto—. No quiero volver a trabajar con él y lo sabes.

—Escucha, Temari. Riazzia ya ha olvidado lo que ocurrió entre él y tú. Te aprecia y sabe lo buena que eres trabajando. Me lo hace saber siempre que puede cuando hablamos y, además, él también se disculpó cuando...

—Lo sé..., sé que se disculpó tras lo ocurrido, pero no quiero trabajar de nuevo con él. No me apetece. No... no quiero.

El pobre Chōji me mira. Tuerce el gesto e insiste:

—Temari, te vas a quedar sin trabajo, ¿todavía no te has dado cuenta de lo que he dicho?

Uf..., qué agobio que tengo.

¡¿Cuenta?! ¡Claro que me he dado cuenta de lo que ha dicho!

Pero tengo muy claro que no quiero trabajar con su socio. El tal Riazzia es un maleducado que no para de gritar y soltar improperios a todo quisqui en la cocina, y yo odio trabajar así. Aún recuerdo el día que me fui, las cosas que le dije y las cosas que él me dijo. Regresar sería un gran paso atrás.

Así pues, miro a Chōji y replico:

—Te aseguro que volver será mi última opción.

Él suspira. Yo me encojo de hombros y, tras darle un trago a mi cerveza, voy a levantarme cuando Chōji me agarra del brazo y dice:

—Tengo algo más que comentarte.

Me acomodo de nuevo en la silla. Lo miro e, intentando sonreír a pesar del mal cuerpo que me ha dejado su noticia, contesto:

—Tú dirás.

Mi ex se arrellana en la silla, vuelve a dar otro trago a su cerveza y empieza:

—Como te dije, en septiembre, Karui y yo hemos pensado casarnos en Perú. Estaremos allí un mes y medio con la familia y se me había ocurrido llevarme a Candela.

Nos miramos. Ninguno parpadea hasta que, al ver mi gesto, Chōji añade:

—Lo sé..., lo sé..., sé que es mucho tiempo y...

—¡¿Un mes y medio?! Pero ¿cómo voy a estar un mes y medio sin ver a mi niña?

La expresión de Chōji me hace saber que entiende lo que digo. Desde que nuestra niña nació, nunca me he separado de ella más de siete días.

Suspiro e insisto:

—De verdad, sabes que me alegro por lo de la boda, pero...

—Temari —me corta—, cuando te fuiste con Candela veinticinco días a Tenerife, yo no dije nada. Entendí que querías que tu familia disfrutara de la pequeña tanto como tú. ¿Acaso no crees que a mí me gustaría lo mismo?

Cierro los ojos. Sé que tiene razón, sé que me estoy comportando como una egoísta. Aun así, mirándolo, murmuro:

—Pero un mes y medio es mucho tiempo, Chōji. Es muy chiquitita, yo necesito sus muas y se puede olvidar de mí.

No digo más. Chōji, el hombre que me dio lo mejor que tengo en el mundo, me abraza y con cariño susurra:

—No se va a olvidar de ti porque yo no se lo voy a permitir, como tú no permitiste que se olvidara de mí. Te lo prometo. Si es necesario, te llamaré desde Perú todos los días para que hables con ella. Pero, por favor, entiende que yo también quiero que mis padres y mi familia conozcan a mi preciosa hija. Por favor.

Mirarlo a los ojos es tener que decir que sí.

Chōji es un buen ex, un buen padre y una buena persona. Finalmente, y convencida de que Candela debe conocer a sus abuelos paternos, accedo.

—Vale...

—¡¿Sí?! —pregunta él sorprendido. Asiento y Chōji, volviendo a abrazarme, sonríe—. Gracias, Temari. Gracias de todo corazón. Sabía que lo entenderías.

Yo no sonrío. No puedo. Pensar en estar un mes y medio separada de la cosita que más quiero en el mundo me acaba de descabalar la vida, pero él es su padre y tiene los mismos derechos que yo.

—Felicidades por tu enlace —consigo decir—. Karui es una persona encantadora y sé que vais a ser muy felices.

—Gracias —asiente él mientras yo le doy un trago a mi cerveza.

Cojo fuerzas. Lo que voy a decir no me resulta fácil, pero finalmente lo suelto:

—No espero una llamada todos los días, pero sí a menudo, ¿de acuerdo? Y ni que decir tiene que quiero que estés pendiente de Candela las veinticuatro horas del día. Si algo le pasa, te aseguro que te despellejo vivo.

Chōji sonríe. Veo gratitud en su mirada, al igual que veo que sabe que sería capaz de hacer lo que he dicho.

—Será la niña más cuidada y consentida de Perú —asegura.

Finalmente sonrío. No me cabe la menor duda de que así será.

Media hora después, salgo del apartamento de mi ex con mi pequeña de la mano. Juntas caminamos hasta nuestro coche. Cuando llegamos a él, la siento atrás y la sujeto en su sillita homologada. Entonces, ella me enseña un CD que lleva en la mano y pregunta:

—Mami..., ¿quiede ve Fosen?

—¿Frozen? —pregunto al ver sus ojazos verdes mirándome. Mi niña adora esa película, la habremos visto dos millones de veces, y yo, guiñándole un ojo con complicidad, propongo mientras le quito el chupete y lo guardo en el bolsillo de mi vaquero—: ¿Con pizza y palomitas en casa?

—Síiiiiiiiiiiiiii —grita aplaudiendo.

Encantada, feliz y con el corazón pleno por mi pequeña, me olvido del disgusto del trabajo, asiento y vuelvo a guiñarle un ojo.

—Muy bien, Gordincesa —le digo—. Hoy tendremos una noche de chicas.