III
En los primeros meses la discusión se fue haciendo evidente, hasta que un día amanecieron con su brutal claridad en forma de batalla devastadora: La Aldea necesitaba un único líder. Los clanes menores quedaron relegados de la discusión, y estaban de acuerdo con eso. Un líder que dirigiera tremenda alucinada empresa solo podía salir o bien de los generosos y mitológicos Senju o mal de los despiadados y vengativos Uchiha. Acordaron, con sorpresa para sí mismos, que el puesto de Hokage sería alternado entre un clan y otro, así cuando se hicieran reformas que afectaran a un bando, el otro solo debía esperar el recambio para volverlas en contra de sus creadores. Por ese entonces el poder del Hokage era absoluto, y definir quién iba primero era la absoluta diferencia.
Hashirama y Madara, líderes ambos, viejos amigos, mejores secretistas, se enfrentarían en el valle donde el río Sang se convierte en el Río Kou. Aunque nadie fue testigo del combate, se contaron grandes cosas de este; de cómo utilizaron técnicas devastadoras inéditas e irrepetibles, de cómo Hashirama invocó a sus sapos varios venenosos y armados mientras Madara a una gama majestuosa de halcones y águilas, de cómo parecía el encuentro entre 2 ejércitos de un solo hombre cada uno, de cómo estuvo próximo a acabar con el mundo como lo conocemos –que casi sería una buena acción por cómo iban los imperios-, y en fin, de cómo marcó el hundimiento de una era y el comienzo de otra. Aún no saben cuál, pero una.
Hashirama volvió, destrozado de huesos, arrastrando un pie, una oreja arrancada de un mordisco, y más cortado que un jamón, pero victorioso. Madara estaba irreconocible. Nadie se percató que el bulto que Hashirama arrastraba era el líder Uchiha. Solo los suyos lo atendieron y aunque olvidaron usar las hierbas relajantes que disipan el dolor y no le desinfectaron del todo bien las heridas, Madara sobrevivió reciamente. El combate lo había trastornado, y ahora hablaba de hacer cumplir una Profecía Uchiha, que él afirmaba estaba tallada en una piedra lisa como un papel. Se negó a asistir a la ceremonia de nombramiento de Hashirama, lo que le rompió el corazón. Aun así, estaba dispuesto a colaborar, siempre que los Uchiha permanecieran en cargos claves, pero siempre eran enviados a misiones peligrosas más allá de las difusas fronteras, de las que volvían los escuadrones con bajas aceptables: dos Uchiha y un random.
Madara, mascullando rezos incomprensibles, sospechaba de la propuesta de distribuir las actividades administrativas en clanes específicos y renegó de la proporción de los Uchiha en los escuadrones, invitando al líder del clan que quiera a enfrentarse a él donde sea. Cada vez más asilado en la casa principal de los Uchiha, donde lo mantenían por respeto a sus muertos padres, hermanos, primos y discípulos, solo conseguía hacer llegar sus planes a los jóvenes que le llevaban su comida, llegando a entusiasmarlos mucho sobre un futuro Konoha totalmente uchihistico. Al enterarse los padres que Madara le calentaba las orejas a sus hijos, fueron a encararlo, pero este los recibió con una retórica cuya fuerza de convencimiento solo recordaba a sus mejores momentos. Los invitó a beber y recordar las batallas juntos, y para el final de la noche los había sumado a su complot. Solo debían esperar una instigación.
Creyó que el colmo de las cosas llegaba cuando le denegaron a Madara una audiencia con Lord Hokage.
—¿Qué, tan ocupado está ese hijo de puta que no puede darme 5 minutos?
Usualmente la más mínima ofensa se castigaba con un golpe en los dientes y el encierro por 20 días, pero nadie le pondría una mano al líder Uchiha, aunque fuera por compasión. Cuando quiso regresar a su casa, esta estaba encadenada. Se metió por el patio, donde descubrió a los nuevos líderes Uchiha considerando si era mejor recluirlo o expulsarlo.
—¿Qué? ¡Mi hermano murió para esta mierda! —Los encaró Madara.
—¡Te comiste sus ojos! —Lo acusaron—, ¡vives obsesionado con esas viejas leyendas Tengu, maldito loco!
Madara suspiró con tonos desaprobatorios.
—Yo que voy a discutir la subida de impuestos con el Hokage, y ustedes pensando en cómo desahuciarme, ¿es que acaso han olvidado todo el odio, olvidaron el Ojo por Ojo y el Jutsu por Jutsu? ¿Están locos o son Uchiha?
Pero nadie le hizo caso. Nadie quería reiniciar una guerra absurda, todos sentían más bien sus posibilidades de alcanzar el cargo de Hokage se desvanecían cada que Madara habría la boca en las reuniones de los clanes. Relegado a un viejo tronco sin hojas, el único en toda la Aldea, Madara congregó a su séquito, y declaró que era el momento propicio para recuperar Konoha.
—Hoy es. Reúnan a todos —ordenó.
—Somos todos.
Los clanes menores de su lado habían declarado que seguiría al clan Uchiha, y no a Madara Uchiha. Algunos Uchiha habían comentado estar de acuerdo con Madara y que debían tomar el poder por la fuerza y tal, pero no se presentaron, aguardando un cambio de condiciones. Otros aseguraron que le apoyarían una vez ya fuera Hokage. Aun así, Madara confío en la calidad por sobre la cantidad, presentó sus respetos a la Piedra Uchiha y la escondió bajo el séptimo peldaño de la escalera en el templo Tengu, y ajustándose la bandana, se arrojó al ataque. Eran él y 6 Uchiha más, conformados por 3 hijos y sus 3 padres. La intentona Uchiha –bautizada como la Intentonta- fue aplastada en menos de media hora. Los 6 murieron, y Madara consiguió escapar para ocultarse en los bosques, ante el beneplácito de los vigías y el perdón de Hashirama.
Lo supo entonces. Si no podía reunir aliados dentro de Konoha, tendría que buscarlos fuera. Curado del cólera, abandonó el indeciso País del Fuego.
