II. Tomar el timón requiere más que girar de dirección

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Vendí mi alma al llamado, vendí mi alma a una dulce melodía*.

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El silencio en la línea le indicó que la llamada había terminado, despacio retiró el móvil de su oreja y miró incrédulo la hora en la pantalla, 8:15 a.m.

«¿¡Qué demonios!?»

—Abogado Bakura —llamó una voz a su espalda.

Ryō, en un traje de tres piezas y el cabello recogido en una trenza, se giró para encontrarse con una mujer en traje oscuro.

—¿Sí?

—El juez Tsuruoka —pronunció áspera—, lo recibirá ahora.

Ryō apretó la mandíbula, entendía que estaba rompiendo el protocolo, pero eso no justificaba la actitud de la asistente. Respiró profundo e hizo una reverencia.

—Agradezco mucho su apoyo, señorita Gekkō.

—Por aquí, por favor.

Bakura se incorporó, antes de entrar al despacho del juez, intercambió una significativa mirada con Alister, el ex miembro de Paradius ahora fungía como su mano derecha.

Dos hombres lo esperaban en la oficina, uno era el antiguo mentor de Bakura, el otro, alto de cabellos oscuros y calculadores ojos azules, el fiscal de distrito, Rukawa. Ryō odiaba no tener el control, sin embargo, podía jugar con la inesperada situación.

—Abogado Bakura —saludó el juez.

—Juez Tsuruoka —devolvió Ryō solemne—, fiscal Rukawa.

El fiscal hizo una leve inclinación de cabeza.

—Por favor —indicó el juez, señalando las sillas frente al escritorio. Rukawa permaneció de pie—. Abogado Bakura, espero que comprenda que esta situación es extraordinaria y no volverá a repetirse.

Ryō esbozó una encantadora sonrisa.

—Comprendo, su señoría, y agradezco la amabilidad de haberme recibido sin previa…

—Tiene diez minutos —interrumpió el juez—, abogado.

Una ceja de Ryō se arqueó por un momento.

—Es una cuestión que involucra los intereses de mi representado...

—Intereses —argumentó Tsuruoka— que espero no impliquen doblar la ley, abogado.

Ryō tuvo que morderse la lengua.

—Aunque podría considerarse un caso simple y burocrático, su señoría. —Sin bajar la vista, extendió una carpeta sobre el escritorio—. Es un tema delicado que también involucra…

El juez alzó la cabeza del documento.

—Abogado, ¿está solicitando un veto informativo** para una demanda por uso indebido de un fideicomiso, bajo el argumento de posibles afectaciones a los intereses de la ciudad?

Ryō se inclinó un poco hacia el escritorio.

—Si dicha demanda no interfiriera con potenciales alianzas comerciales para la ciudad. —Puso otra carpeta en el escritorio—. Tenga por seguro, su señoría, que no me hubiera atrevido a ser tan insistente.

Tsuruoka tomó la carpeta, dirigió una rápida mirada al imperturbable fiscal y comenzó a leer.

—Muy bien sustentado, abogado. —Dejó ambas carpetas al borde del escritorio—. Pero no es suficiente para impedir que los medios se enteren.

«¡Ah, viejo zorro!», maldijo Bakura sin expresión, «ya mostraste tus cartas».

—Si el grupo Nosaka —intervino Rukawa, dándole un rápido vistazo a la segunda carpeta— está ofreciendo adquirir al grupo Honda, un escándalo de esta índole sería contraproducente en las negociaciones y, por ende, en los intereses de la ciudad.

Ryō barajó sus diferentes opciones, por un lado, los documentos no hacían mención de las negociaciones con los Nosaka, si confirmaba se pondría en un lugar muy complicado. Por otro lado, Rukawa le estaba lanzando un comodín.

—Su investigación sobre el grupo Nosaka y su interés por adquirir predios en la ciudad ¿tiene cabos sueltos, señor fiscal?

Rukawa dibujó una leve sonrisa.

—Estoy seguro de que el juez Tsuruoka coincide conmigo, abogado, en que el veto informativo podría proceder siempre y cuando los intereses de la ciudad y el de su representado sean los mismos.

Los ojos castaños de Bakura se encontraron con los gélidos del fiscal.

—Como podrá constatar, señor fiscal, mi representado siempre ha velado por los intereses de la ciudad, incluso cuando Kaiba Corp. establecía las reglas.

La sonrisa del fiscal se ladeó.

—No lo dudo, abogado, solo espero que las circunstancias no desvíen los intereses de su representado.

Una pesada atmósfera inundó la habitación.

—Comprendo, señor fiscal, que hay ciertos grupos que se comportan como si Ciudad Domino fuera un pueblo sin ley, pero tanto mi representado como yo confiamos en las instituciones y en los funcionarios que velan por la legislación.

Un rayo cruzó los ojos azules de Rukawa.

—Como todo ciudadano que se respete, abogado, pero eso no responde a mi solicitud.

Bakura se puso de pie, la diferencia de estaturas era notoria, no obstante, la energía que emanaban era igual de poderosa.

—Le puedo asegurar, señor fiscal, que los intereses de la ciudad son los mismos que los de mi representado y no hay intención de modificarlos.

El fiscal lo evaluó con la mirada e hizo una leve inclinación de cabeza.

—Ha sido un placer, abogado, como siempre. Juez Tsuruoka. —Y salió de la oficina.

—¿La partida —profirió Bakura cuando la puerta se cerró— te salió como planeaste?

Las facciones del juez adquirieron un tono rojizo.

—Nada perdía con intentarlo y, como lo veo, ambas partes salieron ganando.

Ryō se abstuvo de debatirlo, ya sacaría ventaja de pactar con la fiscalía.

—¿Podrías firmar y sellar la solicitud? Creo que mis diez minutos terminaron hace cinco.

El juez Tsuruoka soltó una carcajada más parecida a un graznido.

—Hubieras sido un grandioso fiscal.

Bakura hizo una mueca, recién graduado lo había considerado, ahora era otra historia.

—Lástima por el sistema. —Tomó las carpetas, hizo una reverencia y se encaminó a la puerta.

—Bakura —El aludido giró el rostro por sobre el hombro—. Asegúrate de que esto no termine con un duelo como en el Viejo Oeste.

Ryō apretó la mandíbula.

—Y tú de que la fiscalía no muerda la mano que lo alimenta.

Alister lo esperaba afuera, la señorita Gekkō se acercó.

—Sería más eficiente si la documentación está en el lugar adecuado antes de que se abra la oficina. —Bakura arqueó una ceja, el silencioso intercambio duró unos instantes, él cedió—. Buen día, abogado.

—Ni siquiera voy a preguntar cómo lo lograste.

—Es una dama —contestó Alister sin apartar la vista de su teléfono.

Caminaron hacia las escaleras de emergencia, entre menos personas supieran que estaban ahí, mejor. Ryō sacó su móvil, la pantalla mostraba un mensaje del cortafuego.

—¿Hackeaste mi teléfono, otra vez?

El ex miembro de Paradius elevó la mirada.

—Facilita mi trabajo.

—Entonces, ¿tenemos un topo?

—No y no me sorprende que el fiscal esté al tanto de las negociaciones.

—¿Negociaciones?, eso sería demasiado loable. ¿Quién es su hombre?

—El nuevo inspector… O'Brien, recién ascendido, pero tiene un récord impresionante.

—¿Por qué no sabía de él?

—La mayoría de sus casos poco tienen que ver con tu elegante cartera de clientes. ¿Lo quieres en tu agenda?

Ryō lo analizó por un momento.

—No, la fiscalía no tardará en contactarnos. ¿Miss Piggy?

—Según el localizador está a punto de llegar, pidió una rueda de prensa para las once.

—Predecible. ¿El abogado?

—Toda su carrera la ha hecho en Okinawa y pocas veces va a juicio.

—Hombre de acuerdos, interesante. ¿La junta directiva tiene vínculos en Okinawa?

—Ninguno, pero los Nosaka tienen una sede en la prefectura.

Ryō se detuvo y, aunque estaban solos, bajó la voz.

—¿En cuánto tiempo tendrías listo una operación de extracción?

—Depende de la ubicación del objetivo.

—Tienes dos horas. —Alister parpadeó perplejo—. Como si no hubieras rastreado la llamada de hace rato, me extraña que no hayas escuchado.

El ex miembro de Paradius ni se inmutó.

—Debo asumir que no fue el presidente Nosaka invitándote a que te unas a su equipo.

—Su hermana.

—Creí que te odiaba.

—Al parecer, fue a visitar a sus padres y ya no pudo salir.

—Si está retenida contra su voluntad, ¿cómo consiguió el teléfono? ¿Por qué no llamó a Wheeler o a la policía?

Bakura mordió el interior de su mejilla.

—¿Realmente crees que iba a contactar a Joey o a la policía?

Un brillo de entendimiento iluminó los ojos violetas de Alister.

—Involucrar a Wheeler sería ponerse bajo el radar del Dragón de Ojos Azules y la policía no hará nada contra los Nosaka, no por el momento. Sin embargo, eso no quita la posibilidad de que esté manipulando la información, ¿ya se te olvidó lo que aseguró el día de tu boda?

El estómago de Ryō se encogió, su amistad con Miho se había desgastado a través de los años, él que eligiera pasar el resto de su vida a lado de Rebecca terminó por romper la relación.

—Si está coludida o no, es lo de menos... ¿Y si me quitas de la ecuación? —El ex miembro de Paradius lo observó con el ceño fruncido—. Ya sabes, caos, explosiones, lo que te encanta.

Un brillo maniático se apoderó de los ojos del pelirrojo.

—Tardaría más de dos horas. —Volvió la vista a su móvil, sus dedos volaban por la pantalla—. ¿Alguna preferencia para atribuir el incidente?

—Confío en ti.

A punto de cruzar la puerta de emergencia, Bakura exclamó:

—Asegúrate de que Kojirō no haya programado una reunión con el representante de los Nosaka para hoy y, si lo hizo, que la reprograme.

Alister volvió a parpadear desconcertado.

—Taylor te matará si lo haces.

—Me lo agradecerá cuando la junta directiva llame a una reunión de emergencia para destituirlo.

Alister siguió la mirada de Bakura, en el estacionamiento, de una camioneta Cadillac Escalade blanca bajaban Harumi, Jōji y su novia, un tipo con un excéntrico traje morado y el accionista mayoritario de la junta directiva, el señor Kokurano.

—¡Lo sabía! —farfulló el pelirrojo—. ¡Sabía que Miss Piggy y su Cerdito no eran tan inteligentes!

Bakura coincidió con un movimiento de cabeza.

—Nos vemos en la oficina.

—¿Qué vas a hacer?

Atar cabos. —Cuidando de no tropezar por las escaleras, Ryō buscó entre los contactos del móvil, acercó el teléfono a sus labios y susurró—: Josephine.

Del otro lado de la ciudad, la notificación de un nuevo mensaje pausó la melodía que el móvil estaba reproduciendo.

Mil veces he caído —entonó Joey—, mil voces muertas a mis pies*.—Bebió un sorbo de té y siguió escribiendo en una laptop.

Estaba sentado en una silla en el balcón donde colgaban la ropa, tenía las piernas cruzadas y los pies sobre la baranda. A su espalda el ruido y movimiento comenzó a hacerse presente. Guardó la información en un USB. El sonido de la loza estrellándose contra el piso fue precedido por gritos y la televisión. Ahogando un bostezo, se puso de pie, de la nada, una bola rosa se aferró a sus piernas.

—¡Katsuya! —La voz de Serenity retumbó por el departamento—. ¡Deja en paz a Joey! —El pequeño se apretó más—. Y ven a recoger tu desastre, jovencito.

El rubio se rascó la nuca.

«Y ni siquiera son las nueve». Tomando en brazos al pequeño, saludó—: ¡Buen día, Algodón de Azúcar! ¿Dormiste bien? —Besó el cuello del pequeño, haciéndolo reír—. Vamos a recoger tu desastre y a disculparnos con Serenity.

Katsuya mordió su labio inferior, pero asintió con la cabeza. Joey le dio un rápido vistazo a la estancia, Shizuka y Jōnouchi ponían los cuencos de comida en la mesa de centro, mientras Serenity terminaba de servir. Dejó a Katsuya en el piso, tomó la escoba y le extendió el recogedor al pelirrosa.

—¡Gracias por la comida! —exclamó minutos después. Cerró los ojos saboreando la sopa de miso. «Todo saldrá bien», se animó, por un segundo quiso perderse en un sueño profundo, «hay cosas que atender». Abrió los ojos, arrugó la nariz ante el panorama frente a él—. Si no comen —advirtió, limpiando el arroz de las mejillas de Katsuya a su derecha—. Voy a apagar la televisión y eso te incluye también a ti, Serenity.

La pelirroja desvió la vista avergonzada.

—Joey, me llamaron del hospital…

Cierta tirantez se alojó en el estómago de Joey.

—Llámame si vas a doblar turno.

Serenity le dio una débil sonrisa.

—¿Por qué no fuimos a la escuela si todavía no es sábado? —preguntó Shizuka.

Joey acunó la mejilla de la niña a su izquierda.

—Después de anoche, ¿querías ir a la escuela?

La pequeña lo pensó un momento.

—No, todavía tengo sueño, pero mi pancita tenía hambre.

Joey esbozó una afable sonrisa, por el rabillo del ojo notó que su pelirrojo hermano se removía nervioso.

—Jōnouchi. —Palmeó el tatami, el niño se levantó, rodeó la mesa y se sentó entre Shizuka y Joey, el rubio lo abrazó—. Serenity, como la hermana inteligente que es... —Las risitas hicieron eco en la habitación—. Avisó a tu escuela y a la de Shizuka que hoy pasarían todo el día conmigo.

El niño se apartó emocionando.

—¿De verdad?

Síp, de hecho, después del desayuno iremos a visitar al tío Tomoya. —Los ojos de Serenity se abrieron en una mezcla de sorpresa e intriga—. Y luego nos quedaremos con el señor Mistoffelees.

Los gritos infantiles anegaron la estancia.

Cuando el rubio terminaba de lavar la loza y los niños estaban alistándose en su habitación, Serenity se le acercó.

—¿Qué estás planeando?

El rubio se volvió hacia su hermana.

—Creo que después de anoche, lo mejor es que nos quedemos en casa de Duke.

—Últimamente pasas más tiempo ahí que aquí.

—Es claro que el señor Mistoffelees me ama más que a Ryō.

La pelirroja rodó los ojos.

—El punto es, ¿estás seguro de que podrás con ellos? Podemos pedirle a la señora Yamamoto...

La mandíbula de Joey se endureció.

—Al parecer somos personas no gratas en el edificio y no es la primera vez que me hago cargo de ellos, Serenity.

La pelirroja elevó las manos en son de paz.

—¿Ella fue la que vino mientras me estaba cambiando? —La mueca de disgusto en su hermano le hizo saber que mejor pasaba al siguiente tema—. No lo tomes a mal, pero si vas a hacer lo que creo que vas a hacer, no creo que llevarlos contigo sea lo más adecuado.

—Que Mai y Tomoya compartan la oficina facilita ciertos trámites, y no creo que llevar a los niños conmigo los dificulte. —Una ceja roja se arqueó, él bajó la voz—: ¿Qué quieres que haga Serenity? ¿Esperar un Flores en el ático o que terminen en el sistema mientras peleo por su custodia completa?

Serenity lo miró con intensidad.

—Está bien, pero asegúrate de que no quede ningún cabo suelto, Joey, ninguno.

El rubio esbozó una suave sonrisa.

—Que no te quepa la menor duda, hermanita. Alístate, Trudge nos recogerá en una hora, te dejaremos en el hospital.

—¿Y me lo ibas a decir cuando ya estuviera aquí? —El rubio se encogió de hombros, ella suspiró—. Me pregunto qué más estás maquinado en esa cabeza dura que tienes.

Joey dio un rápido guiño.

—Nada que amerite terminar en el hospital o la cárcel, o en otro país… o dimensión.

—¡Mamá! —El grito de Katsuya los sobresaltó.

—Yo haré el control de daños —estableció Joey—, tú, apresúrate a estar lista.

Después de hacer que todo cupiera en las maletas, gritos y llanto —no precisamente infantil—, los Wheeler estaban a las diez con veinte afuera del edificio.

—Joey —masculló Serenity con un tic en el ojo al observar las maletas en el suelo, ella traía un pequeño bolso—, ¿cuántos días se supone que nos vamos?

El rubio cargaba una mochila en su espalda y a un enfurruñado Katsuya.

—Hombre prevenido vale por dos.

—Eso no lo dudo, pero eso no responde a mi pregunta.

Joey soltó un resoplido, no quería tener esa conversación ahí.

—¡Es Yūgi! —gritó Jōnouchi emocionado.

Una Nissan Serena NISMO negra se detuvo frente a ellos.

—¡Hola! —saludó el tricolor desde el asiento del copiloto y con lentes oscuros.

Joey parpadeó desconcertado.

Hermano, ¿no deberías estar descansando?

Yūgi puso los lentes en su cabeza.

—Hay cosas que no pueden esperar. —Bajó de la minivan—. Serenity, pequeños.

—Yūgi. —La pelirroja devolvió el saludo sin despegar la mirada del rubio.

—Joven Joey —llamó Trudge—, ¿es todo?

—Es Joey —corrigió, odiaba que sus excompañeros lo trataran con una deferencia que, según él, no se había ganado— y sí, es todo.

Trudge hizo una leve inclinación. Yūgi abrió la puerta, detrás del asiento del conductor estaba sentado un curioso Solomon.

—¡Abelito! —corearon los niños.

La sonrisa de una dentadura postiza brilló, el pelirrosa se removió para bajarse, Shizuka y Jōnouchi se abalanzaron sobre el automóvil, Serenity tensó los arneses de seguridad para evitar que los niños salieran corriendo.

¡Ey! —alzó la voz Joey, dejando al pelirrosa en el suelo Serenity tomó el arnés y la mano del niño—, uno por uno y tomen asiento en los asientos de atrás, no se olviden de ponerse los cinturones. —Se giró hacia el tricolor—. Admito que tu camioneta es mejor que el auto elegante de Tris.

—Me alegra ser de ayuda, Joey.

El rubio iba a replicar, lo pensó mejor y subió a la minivan. Cuarenta minutos después la Nissan Serena NISMO se estacionó frente a un edificio en el centro de la ciudad.

—No se alejen de mí —riñó el rubio, tensando los arneses de seguridad e intentando acomodarse la mochila en un hombro.

—Dame un momento —dijo Yūgi, extendiendo una manta en las piernas de Solomon— y estoy contigo.

—¿Quiere que lo ayude? —preguntó Trudge detrás de la silla de ruedas.

El tricolor agradeció y tomó de la mano a Shizuka.

El edificio era de dos plantas con pocas oficinas ocupadas, sin elevador y un jardín interior.

—Bienvenidos —Tomoya los recibió en el vestíbulo con una reverencia—, señor Mutō recibí su mensaje, en un momento estaré con usted. —Le dio una mirada de disculpa al rubio—. Lo siento, Joey, puedes llevar a los niños al jardín...

Wheeler hizo un ademán, restándole importancia.

—Iré a saludar a Mai. —Se volvió para preguntarle a Trudge si podía cuidar de los niños, aunque dudaba de que Katsuya quisiera quedarse con un extraño.

—Sakuragi ya baja —agregó el contador, adivinando su predicamento.

Joey soltó el aire que estaba reteniendo, los niños adoraban al aprendiz de Hanasaki.

Yūgi le dio un par de instrucciones a Trudge, susurró algo al oído del abuelo Mutō y siguió al contador al segundo piso. No pasó mucho tiempo para que una alta figura bajara por las escaleras y las voces infantiles retumbaron:

—¡Sakuragi!

El aludido saludó a Joey e inició una conversación unilateral con Trudge. El rubio se apresuró a una oficina del primer piso, del lado opuesto al jardín.

—¡Vaya! —exclamó Mai, después de permitirle la entrada a su oficina—. ¡Joey Wheeler! ¿A qué debo el honor de tu visita?

Joey arqueó una ceja, tomando asiento.

—Nos vimos la semana pasada.

—No es lo mismo, tú estabas trabajando y yo en una cita. —Negó con la cabeza como si estuviera ahuyentando un mal recuerdo—. ¿En qué te puedo servir?

Joey sacó una carpeta de la mochila, Mai reconoció los papeles.

—Hace seis años te dije que lo mejor era que fueras el guardián legal designado por ambos padres y me respondiste que confiabas en Nosaka, ¿te recuerdo a quién escogió?

—Téa no es mala opción. —Valentine hizo una incrédula mueca—. Lo sería si tan solo estuviera en el mismo continente.

La rubia se recargó en la silla.

—Si vas a dar este paso —declaró con voz firme— no hay vuelta atrás, nada de "Es que es su madre".

Joey se tragó el nudo en la garganta.

«¡Demonios!», clamó en su cabeza, respirando profundo, arguyó—: No puedo cambiar el pasado Mai, hice lo que consideré correcto, lo que sí puedo cambiar es obtener la custodia completa y al decir completa es nada de apelaciones de su parte o por parte de su familia.

La rubia dio un respingo.

—¿Qué tienen que ver los Nosaka en esto?

Joey giró la mirada a la ventana, los niños estaban entretenidos con los bonsáis.

—Jōnouchi no es hijo de mi padre.

Los ojos de Valentine se abrieron sorprendidos.

—Si los Nosaka se enteran pelearán por su custodia. —Las facciones de Wheeler se endurecieron—. ¿Alguien puede probar que no están emparentados?

Joey volvió su atención a la abogada.

—El ADN.

—¡Ja!, que gracioso.

—Hasta donde tengo entendido, ella cubrió muy bien sus huellas, no nos eligió por casualidad.

—Sin duda salió más astuta que su familia. —Valentine tomó un bolígrafo y abrió una libreta—. Bien, ¿qué desencadenó que ahora busques la custodia completa?

—Les dijo a los niños que iría a visitar a sus padres y sigue sin volver.

—¿Contactaste a los Nosaka? ¿Denunciaste a la policía?

—Serenity llamó a la mansión esta mañana y el ama de llaves muy amablemente le dijo que, si bien, estuvo en la mansión, su visita fue breve.

—¿Le crees?

—¿Tengo opción? —La rubia cabeceó de acuerdo—. Con la policía, si no aparece en 72 horas será considerada jouhatsu***, el reporte fue en línea y está en la carpeta.

—Bien, ¿algo más?

—Mi padre.

—Tienes la custodia paterna, Servicios Sociales no hará alboroto porque los niños se queden contigo hasta que ella aparezca, si aparece. Pero eso ya lo sabías, así que…

Joey sopesó lo que diría a continuación.

—Creo que Joseph Wheeler hizo un pacto con el diablo y éste por fin se lo cobró.

Valentine apretó los labios.

—¿Qué quieres decir?

El rubio sacó la memoria pendrive del pantalón.

—La primera vez que Jōnouchi terminó en el hospital por pulmonía. —Puso la memoria en el escritorio—. Le pedí a Mokuba que me enseñara a poner cámaras en el departamento.

—¿Y?

—En ese momento, las cámaras no mostraron nada que me hubiera dado la custodia completa, pero Mokuba hizo algo más. Rastreó sus cuentas bancarias, todo registro en línea y me lo envió.

—Como no era tu información no indagaste, pero algo hizo que ahora prestaras atención.

La tensión se acumuló en la nuca del rubio.

—Durante todo este tiempo, una cosa se mantuvo constante. —La rubia arqueó ambas cejas—. Cada domingo mi padre, sin falta, la llamaba.

—Y este domingo no lo hizo.

Wheeler tragó duro.

—… Ni el anterior. Entonces, mi padre se desvanece y lo primero que hace es ¿buscar a sus padres? ¿Los mismos que la repudiaron? No tiene sentido.

—Así que echaste un vistazo, ¿fue así como te enteraste de que Jōnouchi no es tu hermano?

—No.

El tono tosco le hizo saber a Valentine que no debería seguir por ahí.

—Lo que sea que esto contenga. —Alzó el USB con dos dedos con manicura perfecta—. Te dará la custodia completa.

—Y sin apelaciones.

—Está bien. —Mai tomó su agenda—. Iniciaré el proceso, es probable que en un mes nos den fecha con el juez.

Wheeler se levantó y puso las manos sobre el escritorio.

—Mai —murmuró, provocando un escalofrío en la columna de la rubia—, necesito que el fallo se dé en menos de dos semanas. —La abogada lo miró boquiabierta—. Revisa la información, ellos no pueden volver con ella o terminar bajo la custodia de los Nosaka.

La rubia pasó saliva.

—De acuerdo. —La tensión en los hombros de Joey bajó un poco. Mai se giró hacia la computadora—. Aunque me debes una cena. No juegues a ser el héroe. —Señaló las vendas bajo la chaqueta del rubio—. Tenemos suerte de que Servicios Sociales no se hayan enterado, yo que tú los esperaría más pronto que tarde.

—Bien, nos mudaremos a casa de Duke. —Valentine giró tan rápido que las vértebras del cuello tronaron—. No me mires así, Servicios Sociales da puntos extra por una casa bonita y un trabajo estable.

La rubia se apretó el puente de la nariz.

—Por favor dime que tienes una razón para mudarte y que Servicios Sociales no lo considerará secuestro.

Joey esbozó una tensa sonrisa.

—El administrador del edificio, el señor Takahashi, me ha hecho saber que tenemos dos semanas para desalojar. —Se encogió de hombros—. Aún no se lo he dicho a Serenity... cruzaré ese puente cuando tenga que hacerlo.

Okey, puede funcionar —declaró la abogada, pasando una mano por la frente—. La casa está en un buen vecindario y es céntrica. —Inhaló y exhaló despacio—. ¿Tienes el acuerdo, el depósito…?

—En la carpeta. —Mai inclinó la cabeza hacia a un lado—. Hace tiempo que llevamos hablándolo.

—¿Sabes que esto sería más fácil si me compartieras tus planes?

—¿Y en dónde queda la diversión?

Ella soltó una irónica carcajada.

—Tengo la sospecha de que te estás inventando el plan sobre la marcha.

Joey pareció ofendido.

—Soy un grandioso duelista, ¡planeo y analizo mis estrategias!

La rubia se le quedó mirando.

—Te daré el beneficio de la duda. —Regresó la vista a la computadora—. Suerte con el puente llamado Serenity. Ahora, shu.

El rubio hizo una reverencia, antes de salir, preguntó:

—¿El próximo jueves a las cinco?

—Sin falta.

Los fantasmas y los demonios vienen gritando mi nombre* —tarareó Joey, caminando hacia el jardín.

Los niños estaban en un semicírculo alrededor de Solomon, frente a ellos, Sakuragi estaba hincado y les mostraba algo en sus manos. Por el rabillo del ojo, Joey distinguió a Yūgi bajar raudo, dirigirse a la puerta de entrada y salir, volvió la vista al jardín, topándose con Trudge, su excompañero hizo una leve inclinación de cabeza, devolvió el gesto y giró hacia la calle.

—No me importa —argumentó Yūgi al teléfono, caminando de un lado a otro— lo que tengas que hacer, Rebecca, pero esto tiene que resolverse. —Se podía percibir un dejo de furia en sus palabras—. Hanasaki te está enviando todo lo que necesitas. —Joey permaneció unos pasos atrás. Mutō levantó el rostro al cielo y cerró los ojos—. Si no hay otra forma. —Del otro lado de la línea debieron decir algo que lo hizo fruncir el ceño, su voz salió estrangulada—: ¡Hazlo! —Cortó la llamada.

—¿Yūgi? —Joey se aproximó, poniendo una mano en el hombro del tricolor—. ¿Hermano?

Yūgi abrió los ojos y encaró al rubio.

—Mi… —Los labios le temblaron, parpadeó para evitar que las lágrimas se derramaran, abrió la boca, pero no pudo decir nada.

Joey dio un leve apretón.

—Tengo que ir a la estación de bomberos, ¿me acompañas? —Mutō hizo una leve inclinación de cabeza—. Dame un momento para recoger unos papeles con Tomoya y avisarle a Trudge.

—¡Abuelito! —Yūgi intentó moverse, Joey lo tomó por ambos hombros.

—Tranquilo, está bien, está con los niños, Sakuragi y Trudge. —La angustiada mirada amatista se encontró con la castaña—. Todo está bien, ¿vale? Les pediré que los lleven a la cafetería. —Señaló el local contiguo al edificio—. En lo que regresamos, ¿te parece?

Eso pareció sacar al tricolor de su ataque de pánico.

—Sí, está bien. —Buscó entre su ropa para sacar la cartera—. Te-ten. —Le entregó varios yenes, Joey hizo amago de retirarse—. Abuelito suele almorzar ligero y a las doce le toca su medicamento, está en el bolso detrás de la silla.

Ok, enseguida vuelvo.

Yūgi se quedó ahí, mirando sin ver. Sentía una fría y, podía jurar, metálica punzada en la nuca extenderse hasta la coronilla.

«¡Tienes que tranquilizarte!», se dijo, respirando profundo, los músculos se tensaron más.

—Yūgi.

El tricolor parpadeó desconcertado, ¿en qué momento había regresado?

—¿Qué…?

El rubio le extendió una taza desechable que tomó por reflejo.

—Es té, bebe un poco, te hará bien. —Inseguro, el tricolor dio un sorbo, el líquido caliente atravesó la garganta y se alojó en el estómago, por un instante la calidez pareció envolverlo—. ¿Nos vamos?

Caminaron en silencio, en algún punto Yūgi se dio cuenta de que el rubio permanecía estratégicamente cerca, quiso decirle que no era necesario, aunque siendo sincero no se sentía del todo bien.

—Mi madre… —susurró—, hizo sus maletas y se fue, ya se veía venir, ¿sabes? —Hizo un mohín con los labios—. Hace tiempo que debió haberse ido con mi padre…, ella dijo algo que no encajaba. —Soltó una irónica carcajada—. En todo lo que no cuadra en nuestras vidas, ya sabes. —El rubio coincidió con una breve sonrisa—. Le pedí a Hanasaki que revisara las cuentas… —Su mirada se perdió en el líquido, respirando profundo, alzó la vista y musitó—: Hipotecó la tienda, la misma que mi abuelo tardó años en pagar y ella simplemente... —Una lágrima resbaló por la mejilla—. ¿Lo peor? Transfirió los ahorros de mi abuelito a una cuenta en Okinawa a nombre de mi padre y yo… —Las lágrimas se desbordaron, no supo en qué momento terminó sostenido por el rubio y el té en el suelo—. Yo no me di cuenta…

—Lo arreglaremos, Yūgi —dijo Wheeler entre dientes, pasando un brazo bajo los hombros del tricolor lo condujo hasta a una banca a mitad de la acera—, lo haremos. —Joey le extendió un pañuelo desechable—. Ahora, necesito que respires.

Mutō afirmó con la cabeza, pasó las manos por sobre sus ojos, retirándose las lágrimas.

—Hanasaki ya se está haciendo cargo de contactar al banco. —Quitó una rebelde lágrima con los dedos—. Rebecca del proceso legal, es probable que les expidan una orden de arresto por fraude y... —Un sollozo se le escapó—. ¿Cómo terminamos así? Sabía del resentimiento de mi padre, pero esto es ridículo, Joey.

Hermano solo puedo imaginar el dolor y la traición que estás sintiendo. —El rubio se sentó a su lado—. Aunque no quisiera ser el pobre diablo que se enfrente a Rebecca. —Yūgi soltó una débil risa—. Pero como lo veo esta es una gran oportunidad. —El ex Rey de los Juegos arqueó una ceja—. Como bien lo dijiste en la mañana, ya es hora de tomar las riendas. Tu trabajo y la tienda… —"Tu familia" quedó implícito—. En vez de ser el impulso, te han mantenido aquí cuando deberías estar conquistando el mundo.

—Joey, mi abuelo…

El rubio elevó las manos.

—Yūgi, ambos sabemos que hay opciones. —Mutō intentó replicar, él continuó—: No estoy hablando de internarlo y hay lugares maravillosos, el abuelo de Rebecca está en Tsumago, según Ryō, está involucrado en un proyecto con las leyendas del pueblo y el parque tal vez, la compañía, el lugar podrían estimularlo y darle la paz que tanto está buscando, y tú por fin aceptar esa beca en Alemania. —Movió las cejas, insinuante.

—Pero, ¿cómo podría siquiera pensar en abandonarlo? Ha hecho tanto por mí.

—No lo estás abandonando, la tienda ya no le da la satisfacción de antes, ¿cuándo fue la última vez que la atendió o siquiera salió de su habitación? —Yūgi mordió su labio inferior—. Mira, haciendo a un lado la situación legal y financiera, sé que esta decisión no es fácil, Kame Game es la obra de su vida, pero a veces requieres dejar ir cosas que crees que son importantes para enfocarte en lo que realmente lo es.

El distante sonido de un reloj de instituto, anunciando que pronto sería mediodía, puso en alerta a Joey, echó un vistazo a su alrededor, estaban a una calle de la estación de bomberos.

—Ve —exhortó Yūgi—, estaré bien.

El rubio salió corriendo, regresó segundos después para recoger la taza y volver a irse. Yūgi se sintió avergonzado, sin atreverse a levantar la mirada del suelo, se quedó ahí, sin pensar, esperando no sabía qué. El viento sopló, despeinando sus cabellos. Debió quedarse dormido porque el sonido del teléfono lo despertó.

El mensaje era un escueto «Necesito que arregles el archivo 4fkds», los ojos amatista lo observaron por un par de segundos antes de contestar un «Renuncio». La llamada de Saruwatari no tardó en entrar, Yūgi lo dejó sonar y escribió «Cualquier queja sobre mi trabajo trátalo con mi abogada», la llamada se cortó. Lo pensó un momento y agregó «Espero el pago por mi trabajo», los tres puntos, indicando que Saruwatari estaba escribiendo, aparecieron. Una sonrisa torcida se dibujó en los labios del tricolor. «Cualquier problema que tengas con mis honorarios, por favor, insisto en que lo trates con Rebecca», los puntos desaparecieron.

—¡Eso fue genial! —exclamó, sintiendo como la satisfacción se expandía por su pecho, algo en sus hombros se liberó—. Debí mandarlo al diablo hace tiempo. —Abrió su correo electrónico y buscó los mensajes de Shin'en Multimedia y la Universidad Técnica de Múnich. El dolor de cabeza persistía, la culpa y una agridulce sensación todavía se anudaban en el estómago, sin embargo, nada perdía con echarles un vistazo.

Estudiaba la vigencia de la propuesta de trabajo y beca cuando la voz de Jōnouchi lo hizo girar la mirada.

—¡Yūgi, te trajimos un onigiri!

El niño se acercó con un contenedor de plástico, seguido de Shizuka y de Sakuragi, que cargaba a un medio adormilado Katsuya. Un par de pasos atrás, Trudge empujaba la silla de ruedas.

—Joey nos llamó —se adelantó Sakuragi con una mano en la nuca— y necesito volver a la oficina.

Mutō se puso de pie e hizo una reverencia.

—Gracias. —Se incorporó, despeinando los cabellos rojos del niño, tomó la comida con una mano, con la otra palpó el pantalón.

Sakuragi negó con una mano.

—No es necesario —dijo abochornado—, con el almuerzo es suficiente.

—Y le prometí —declaró Joey, caminando hacia ellos— que este sábado le prepararía una cena para dos. —Las puntas de las orejas de Sakuragi se tiñeron de rojo. Katsuya le extendió los brazos al rubio, este lo cargó—. Muchas gracias, Sakuragi. —Joey hizo una media reverencia. El alto pelirrojo le entregó los arneses de seguridad de los niños—. Denle las gracias a Sakuragi.

En lo que terminaban de despedirse, Yūgi se acercó a Trudge.

—¿Todo bien? ¿Almorzaron?

—Algo ligero, como indicó joven Mutō.

El tricolor evitó hacer un mohín. Una lata de té verde apareció frente a sus ojos.

—Gracias, abuelito. —Solomon lo observó hasta que bebió—. Tenía sed. —Una pequeña sonrisa iluminó el rostro del anciano.

—Entonces, ¿quién quiere conocer la estación de bomberos?

Los vítores infantiles fueron acompañados por un brillo emocionado en los ojos de Solomon y Trudge. El tricolor se encontró con la mirada de Joey, el rubio guiñó.

Yūgi no tardó en darse cuenta de que la situación del restaurante era más complicada de lo que el rubio le había contado. Sentado en una mesa-banca cercana al camión de bomberos y a una cancha de básquetbol improvisada, observó a Joey en la oficina del capitán —al fondo de la cochera— con el investigador de incendios, el contratista, el representante legal de la familia Satō y el del seguro discutir por cerca de una hora. Los niños, Trudge y su abuelo estaban tan encantados con los bomberos que se preguntó quién lloraría más cuando tuvieran que retirarse.

—Joven Mutō. —Sintió su ojo derecho temblar, alzó la cara para encontrarse con un fornido y ruborizado bombero—. ¿Me permitiría? —Le extendió una libreta y una pluma.

Yūgi sonrió tímido.

«Es el quinto en media hora», se dijo, tratando de no prestar atención a la vergüenza combinada con un calorcito muy parecido al orgullo en su pecho, firmó. El bombero hizo una reverencia y regresó con sus compañeros, de vez en vez, le daban furtivas miradas y soltaban risitas, las mejillas de Yūgi se sintieron calientes.

La puerta de la oficina del capitán se abrió, el abogado de la familia Satō fue el primero en salir, giró sobre sus talones para estar frente a Joey e hizo una reverencia.

—La familia Satō —dijo en voz alta, todos en la estación guardaron silencio— está muy agradecida por su trabajo y dedicación, joven Wheeler. —El rostro del rubio se encendió en rojo bermellón—. Por favor, siga cuidando del restaurante y de sus empleados.

Joey, totalmente rígido, correspondió la reverencia.

—Gracias, abogado Yoshimori. —Se incorporó, por sus facciones Yūgi supo que quería que la tierra se lo tragara—. Seguiremos en contacto, gracias por su trabajo. —Se volvió para detener al representante del seguro que ya se estaba inclinando.

El tricolor no pudo evitar morderse el labio inferior para evitar soltar una carcajada, Joey anhelaba la fama y toda la parafernalia que venía con el Duelo de Monstruos, pero en cuestiones más mundanas le parecía innecesario.

«Solo hago mi trabajo, Yūgi».

—¿No es adorable? —preguntó una voz con acento americano.

Yūgi dio un pequeño salto, a su lado estaba un hombre maduro con el uniforme de un oficial de bomberos y los ojos azul-cielo más bellos que había visto.

«¿En qué momento se sentó?».

—Soy Ian Lee. —El hombre extendió la mano—. Comandante del departamento.

El tricolor correspondió el saludo, el apretón y los intensos ojos azules lo hicieron sentir deseado.

—Mutō Yūgi.

—Un placer, ¿puedo llamarte por tu primer nombre?

Yūgi sintió un nudo en la garganta, ¿qué diablos estaba pasándole?

—S-Sí.

—Yūgi me encantaría seguir platicando contigo —expresó Ian con una seductora sonrisa—, pero tengo que hacer que el atolondrado de mi sobrino deje de intentar acosar a tu amigo.

El tricolor volvió la mirada, el capitán de bomberos se mantenía demasiado cerca de un Joey que había sobrepasado los tonos del rojo, regresó la atención al comandante.

—E-Está bien. —El bombero dio un fuerte apretón a la mano de Yūgi y se alejó, el tricolor llevó la mano a su pecho. Algo en su corazón vibró con pasión. Sacó el móvil, entró a la página del registro civil y canceló el proceso de registro de Atem. «Si quieres ser mi familia tendrás que demostrar que quieres serlo», segundos después le llegó la notificación de que requería confirmarlo vía presencial dentro de los siguientes tres días hábiles, reenvió la información al correo del Faraón. «La pelota está en tu cancha, Yami». Bloqueó el contacto. «Si no vienes, no haré nada para estar contigo».

—¡Abelito! —La alegre voz de Shizuka llamó su atención, Solomon tenía en el regazo a la mascota de la estación, un golden retriever—. ¡Te está dando besos!

La alegría en las facciones de Solomon le hizo saber a Yūgi que tenía que pensar en una solución para su abuelo, entre más pronto mejor, los labios le temblaron, las lágrimas amenazaron con salir.

—Kaori —llamó Joey, parándose al lado del tricolor le lanzó una reconfortante mirada antes de prestar atención al contratista—, muchas gracias por venir y adelantar nuestra cita. —Hizo una reverencia, las mejillas del contratista se sonrojaron.

—N-No es necesario, joven…

Antes de que continuara Joey añadió:

—Él es Trudge. —Señaló al aludido con un casco de bombero sobre su cabeza—. Fiel guardaespaldas del presidente Taylor y un gran amigo mío al que le encantaría ser parte de la reconstrucción del restaurante. —Los ojos negros de Trudge brillaron acuosos, Kaori caminó hacia él como si estuviera frente a alguien importante. Joey se giró hacia Yūgi—. Creo que es hora de volver a casa. —Aunque nunca especificó cuál casa.

A las dos de la tarde, Yūgi se encontró frente a la casa de Duke. Por fuera parecía una fortaleza, con sus altas paredes tapizadas de enredaderas y grandes ventanas. La pesada puerta metálica de la cochera se abrió para dar paso a la Nissan Serena NISMO.

—Nada de molestar al señor Mistoffelees —ordenó Joey, ayudando a los niños a bajar del vehículo—, un baño, una siesta y después comeremos.

—Pelo no tengo sueno —replicó Katsuya con los ojos bizcos.

—Se nota, Algodón de Azúcar —dijo cargando al pequeño.

—¿Joven Joey? —inquirió Trudge con la mitad de las maletas.

—En la habitación principal, por favor. —El rubio se dirigió hacia Jōnouchi y Shizuka—. Directo al baño, voy en un momento. —Se volvió hacia el tricolor—. El abuelo Mutō estará cómodo en la habitación de invitados contigua al estudio.

Yūgi parpadeó, parecía que Joey lo tenía todo calculado. Al notar que Solomon cabeceaba, se apresuró a entrar.

La casa estaba basada en diseños occidentales: la cochera techada se conectaba a una amplia habitación con un ventanal lateral que funcionaba como gimnasio y cuarto de lavado. Yūgi se quitó los zapatos y limpió las ruedas de la silla.

La cocina en un tono gris Oxford con paredes claras era el sueño de todo chef profesional, sus ventanas daban hacia la calle y estaba separada del comedor por una barra americana, detrás de la mesa de madera oscura para ocho personas se alzaba un jardín horizontal con plantas aromáticas y comestibles bajo un tragaluz.

La estancia estaba dos escalones abajo, las paredes de un tono gris-azulado hacían un elegante contraste con la sala de cuero blanco, al fondo, un ventanal de piso a techo mostraba un jardín rodeado por una alta muralla tapizada de enredaderas. Del lado izquierdo estaba empotrada una chimenea, sobre esta, una enorme pantalla plana. Entre la chimenea y el jardín horizontal, la puerta del estudio estaba abierta. Del lado derecho había cuatro grandes escalones que conducían a la habitación principal y a la escalera hacia el segundo piso. Entre la escalera y la cocina, un pasillo conducía a un medio baño, el genkan con un armario y la puerta principal.

Yūgi se dirigió hacia el estudio, ventanal al fondo, paredes de un rojo oscuro contrastando con el tono claro de los libreros, un sofá-cama, el escritorio de cristal y dos sillas. Frente a la puerta había otra que conducía a una habitación en tono blanco con un baño con ducha y dos ventanales en forma de L con vista al jardín.

—¿Necesitas ir al baño? —preguntó a su abuelo, ayudándole a ponerse una yukata que encontró en el armario del baño, Solomon negó con la cabeza—. Conociendo a Joey, pronto tendrá la comida lista, ¿o ya tienes hambre?

—Estoy bien, hijo —balbuceó Solomon sonriéndole—. Una pequeña siesta estaría bien. —Lo acomodó en la cama matrimonial, iba a cerrar las persianas—. Déjalas así, me gusta sentirme rodeado de plantas.

El estómago de Yūgi se encogió.

«Quizás contactar al señor Hawkins no sea tan mala idea», pensó, depositando un beso en la frente de Solomon, susurró—: Descansa. —En la mesa de noche puso un pequeño monitor y lo sincronizó con su móvil.

Encontró a Joey en la habitación principal, nunca había estado ahí, así que se permitió saciar su curiosidad, el ventanal de piso a techo daba a una terraza con una escalinata hacia el jardín, un par de sillones blancos, una mecedora de estilo moderno y una mesa bajo un domo decorado por las ramas de un árbol de cerezo. Paredes en tonos claros y muebles oscuros, la cama king size en la pared de la izquierda estaba bajo un tragaluz en forma de yin yang, enfrente una chimenea empotrada, a lado de la chimenea estaba la puerta del vestidor con un baño completo.

—Es hermosa —murmuró entrando al vestidor donde Joey terminaba de secar el cabello de Shizuka.

Jōnouchi y Katsuya ya roncaban en la cama con el señor Mistoffelees a sus pies.

—Listo —indicó Joey, besando la regordeta mejilla—, ahora a dormir. —La rubia musitó algo y salió—. Y pensar que Duke la diseñó. —Dejó la secadora en uno de los cajones, revisó que sus hermanos estuvieran cómodos y guio al tricolor a la cocina.

—¿Y Trudge?

—Lo mandé a descansar a una de las habitaciones de arriba. —Joey empezó a sacar todo para preparar okonomiyaki de verduras, camarón y carne—. Puede que esté acostumbrado al trabajo duro, pero mi trío galaxia agota a cualquiera. —Sirvió un poco de jugo de uva en dos copas—. Deberías tomar la otra habitación.

—Después de comer. —Yūgi bebió un poco, el jugo era natural—. Si me duermo no creo que despierte hasta pasado mañana.

—Suena a un buen plan.

—Lo importante aquí es, ¿cuándo te mudaste?

El rubio casi deja caer los huevos.

—¿Tan obvio es?

—¿Tus libros en el estudio, tu ropa en el vestidor, la cocina lista para un festín, no se hable del jardín horizontal? Sí, bastante, diría yo.

El rubio soltó un resignado suspiro.

—Hace unas semanas Duke me dijo que solo volvería si nuestro amigo saca su cabeza de su trasero y se lo pide de rodillas, y me hizo una oferta que no pude resistir.

La cara de sorpresa de Yūgi le sacó una carcajada.

—¿Tristán y Duke?

—¡Oh, por favor!, hasta un ciego puede ver que esos dos llevan años enrollándose y desenrollándose.

«¿En dónde tendré la cabeza que no me di cuenta?», se preguntó Mutō.

—… Inicié los trámites de compra, empecé a decorarla y a traer mis cosas. —Hizo una pausa para admirar el parque frente a la casa—. No tenía prisa, ni siquiera se lo he dicho a Serenity y el señor Mistoffelees sigue aquí...

—Querías que fuera sorpresa.

—Pensaba contarles en la cena y hacerlo oficial a fin de mes, pero… —Se encogió de hombros—. Supongo que no todo sale como planeamos.

Yūgi le acercó la otra copa.

—Por tu nueva casa. —Alzó su copa.

Joey lo imitó.

—Salud. —El timbre sonó, Joey dejó la copa para observar el monitor de las cámaras de seguridad—. Hablando del rey de Roma.

—¿Tris? —El rubio hizo amago de quitarse el mandil, Yūgi se le adelantó—: Yo voy. —Al intentar empujar la puerta se dio cuenta de que abría hacia dentro, el bochorno subió por su cuello, «Duke y su estilo occidental», se recompuso, abrió, topándose de frente con un desencajado Tristán—. Te esperábamos más tarde.

Taylor se descalzó, colgó la gabardina, el saco y la corbata en el armario como si lo hubiera hecho desde siempre.

—Bakura —gruñó, adentrándose, arrugó el entrecejo cuando Yūgi lo miró como si hubiera tenido una revelación—. ¿Sucede algo?

El tricolor se aclaró la garganta y se dio media vuelta.

—Joey está haciendo okonomiyaki.

—Por lo menos alguien cumple sus promesas. —Se quedó paralizado ante la nueva decoración de la estancia, las rodillas le temblaron—. ¿Cuándo ibas a decírmelo? —Volteó a mirar a Wheeler.

El rubio alzó la vista de la plancha.

—En la cena.

Tristán no pudo evitar soltar una mordaz carcajada.

—Idiota. —Se acercó tomando la copa de Yūgi.

—Lo dice el imbécil que dejó ir al amor de su vida.

El castaño le enseñó los dientes después de beber hasta el fondo.

—¿No tienes algo más fuerte?

Joey arqueó ambas cejas.

—Tengo niños en casa. —Tristán entrecerró los ojos—. Lo tengo y tengo niños en casa. —El castaño esbozó una blanca sonrisa y se dirigió hacia el cuarto de lavado—. Ahí no está la cava.

Tristán regresó sobre sus pasos.

—Tuve un día horrible —se quejó—, gracias a Bakura y Kojirō que parecen olvidarse que yo soy su jefe, ¿y me dices que no puedo tener una copa de buen vino?

Wheeler terminó de picar la verdura, todo su lenguaje corporal indicaba que estaba contando hasta diez.

—Estoy seguro de que Ryō —expresó Yūgi, atrayendo las miradas— hizo lo que tenía que hacer para mantener tus intereses. —Le dio un mordisco a una manzana—, así que no lo tomaría tan personal.

—Tú no…

—Yūgi tiene razón —secundó Joey, vertiendo los ingredientes en la plancha—. Si de algo estoy seguro es que Ryō defenderá tu reino, presidente Taylor.

Tristán quiso gritarles que había pasado meses buscando con su equipo una contraoferta para los Nosaka y cuando por fin habían logrado una que beneficiaría a ambas empresas, resultó que Bakura había dado órdenes para reprogramar cualquier cita y ¡ni siquiera se dignó a contestarle el teléfono! Sus sienes empezaron a punzar de solo recordarlo.

Después, una máquina del proceso básico se descompuso y pasó la otra mitad de la mañana implementando estrategias para no parar la producción porque la bendita máquina tomaría un par de días en ser reparada. Por lo menos se había perdido la intempestiva visita de Harumi al mediodía, Kojirō no supo explicarle el motivo, pero ya se imaginaba la discusión que lo esperaba en casa. Luego, la junta directiva llamó a reunión de emergencia y cuando iba para allá, Bakura simplemente se apareció, le prohibió que se presentara y lo corrió de la fábrica.

«¡Kojirō me dijo que no has comido! Es grandioso que Joey esté en casa de Duke», le había dicho el pérfido abogado con una sonrisa de oreja a oreja, mientras hacía que dos de sus hombres lo acompañaran hasta su carro. «Lo que sea que cocine dile que me guarde dos porciones» y había terminado ahí, solo para enterarse de que Devlin lo había abandonado.

—Bueno —exclamó Joey en tono plano—, por lo menos esta vez no pidió para todo su equipo, los ex Paradius comen como si fueran veinte. —Tristán parpadeó—. Sí, sigues hablando en voz alta cuando haces berrinche. ¿Sabes? Ni en sus peores rabietas Katsuya lo hace. —El rubio colocó tres okonomiyaki en platones, Yūgi los tomó y los puso en la mesa—. Y siempre puedes quedarte. —Joey lo miró directo a los ojos—. En cuanto a Duke, ¿realmente quieres tener esa conversación con el estómago vacío?

Tristán abrió la boca.

—¡Mamá!

—Esa es mi señal. —El rubio limpió sus manos en el trapo sobre su hombro—. Hoy ha sido un día largo para todos —dijo, al pasar a lado del castaño le dio un par de palmadas en la espalda—, anda a lavarte.

Taylor mentiría si dijera que no había sido la comida más divertida y caótica en la que había estado, varias veces tuvo que disimular la carcajada porque las pequeñas narices se arrugaban al no entender qué era lo gracioso en la letanía de porqués de Katsuya o en el decreto de Shizuka de adoptar a Trudge, o de la insistencia de Jōnouchi de no dejar solito al señor Mistoffelees, aunque el felino prefería mantener su independencia.

«¡Estúpido gato!», pensó, sobándose la mano se dirigió a la terraza para esconderse, adoraba a los niños, pero tenía su límite. «No tengo idea de dónde saca Joey tanta paciencia».

Tomó asiento en el sillón de la esquina, paseó la vista por el lugar: Yūgi estaba profundamente dormido en la habitación principal, Joey, Trudge y los terremotos mayores hacían los deberes en la mesa de centro de la sala, en el extremo opuesto del jardín, Solomon y Katsuya se balanceaban con suavidad en el sofá-columpio, el señor Mistoffelees pronto se les unió, acomodándose en el regazo del abuelo, Tristán no pudo evitar entrecerrar los ojos, el maldito gato lo había arañado cada vez que tuvo oportunidad.

«Sabe que eres el causante de que su dueño se haya ido», le había murmurado el rubio idiota.

Dejó escapar un suspiro, recargando la nuca en el respaldo del sillón cubrió sus ojos con el brazo. Aunque temía por la represalia de los Nosaka, no le preocupaba el centésimo intento de destitución por parte de la junta directiva.

«Sería más fácil si el imbécil de Bakura me involucrara en sus planes», rezongó. Cerró los ojos, un recuerdo no apto para menores en esa misma terraza se instaló en su cabeza. No es que no amara a Duke, lo hacía tan intensamente que creía que no podría sobrevivir sin su presencia. Ahogando un sollozo, tartamudeó—: Pero el amor no es suficiente.

Nop —prorrumpió Joey, terminando de subir las escaleras—, no lo es, sobre todo si lo que se requiere es que saques tu cabeza de tu trasero. —Le extendió una cerveza.

—Creí que nada de alcohol porque hay niños en casa.

El rubio apartó la botella.

—Si no la quieres… —En un movimiento Tristán le arrebató la botella—. Uno que te consiente y tú te comportas como un antediluviano.

—Tienes que dejar de leer el diccionario. —Joey tomó asiento en el otro sillón, bebió un poco de su propia cerveza—. ¿Te corrieron? —Tristán señaló con la barbilla hacia la sala.

El rubio hizo un puchero.

—Al parecer Trudge explica mejor las multiplicaciones y tiene una letra más bonita.

—¡Quién lo iba a decir!

—Y yo que siempre dudé de su inteligencia.

Se quedaron en silencio, la brisa jugueteó con las ramas y anegó el jardín de una dulce fragancia.

—Creí que estarías organizando al personal del restaurante.

Joey parpadeó como si hubiera sido sacado de profundas reflexiones.

—Las entregas están cubiertas por un par de días. —Hizo una pausa, repasando sus próximas actividades—. Pasado mañana será una locura.

El castaño asintió con la cabeza.

—¿Piensas hacer más cambios?

Joey apuntó al fondo del jardín.

—Quiero poner un huerto, creo que a los niños les encantará participar.

—Eso será toda una aventura.

El rubio sonrió.

—Vale la pena… Aunque suelo molestarte. —Tristán supo que la conversación no podía postergarse más—. Sabes bien que decidas lo que decidas te apoyaré y lo siguiente que diré solo lo haré por esta vez.

—Joey…

Wheeler alzó una mano.

—Tienes la oportunidad de ser feliz, Tristán.

—No es tan simple…

El rubio rodó los ojos.

—No estoy hablando de si es simple o complicado, estoy hablando de que Duke te ama, no entiendo por qué, pero te ama, eso es más de lo que muchos desearíamos tener.

Tristán bebió despacio, dejó la botella en la mesa y cruzó las piernas.

—Sé que Yūgi y tú esperan que tenga esta epifanía, dé un cambio total a mi vida y salga corriendo por Duke y conquiste el mundo. —Miró directo a los ojos del rubio—. Pero, bien sabes que la vida no es así, no te despiertas un día y decides que empacarás tus cosas, y te mudarás a la India para encontrar la iluminación y luego escribirás un libro.

—Algunos lo hacen.

—Sí, pero el resto de los mortales tenemos responsabilidades, Joey, vidas dependen de mí y de mis acciones. No es como cuando éramos adolescentes y jugábamos al Duelo de Monstruos creyendo que lo sabíamos todo, así no funciona y lo sabes. —Joey apretó los labios—. Amo a Duke como nunca creí amar, pero… —Bajó el tono de su voz—: Necesito estar aquí, me necesitan aquí.

Por varios minutos el susurro del viento entre las hojas fue lo único que se escuchó.

—Hasta hace unas semanas —articuló Joey, perdiendo la mirada en algún punto del jardín—, creí que lo tenía todo resuelto, Duke prácticamente me regaló la casa. —Una mueca de dolor cruzó la cara de Taylor—. Encontré un posible patrocinador no solo para mí como duelista sino también para la beca de Serenity…

—¡Feli…!

—Mi padre se estaba rehabilitando y enviando dinero. —Volteó hacia el castaño—. ¿Sabías que encontró un trabajo?

Tristán arrugó el entrecejo.

—¿Miho?

Wheeler asintió con la cabeza.

—Como asistente en una oficina o algo así… Ingenuamente creí que podía mudarme a la casa de mis sueños y dedicarme, por fin, a lo que tanto había soñado… —Pasó saliva—. Hace menos de tres horas firmé un contrato con la familia Satō por otros cinco años. Así que sí, comprendo perfectamente a lo que te refieres con "aquí me necesitan". —El intercambio de miradas fue intenso, Tristán sintió formarse un nudo en la garganta—. No quiero que tengas una epifanía, Tris, ni que te mudes a Machu Picchu. Sé perfectamente lo que implica que te quedes donde estás. —Los ojos chocolate de Joey brillaron—. De lo que estoy hablando es de la oportunidad que tienes enfrente.

—Joey, yo…

—Temes que al estar juntos solo complicarán sus vidas. —La voz de Yūgi los hizo dar un salto. El tricolor estaba recargado en el dintel de la puerta de la habitación con una manta sobre sus hombros—. Que si descubren que estás con un hombre todo lo que has conseguido se derrumbará. —Tristán sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal—. Pero ¿a qué costo, Tris? ¿Casarte con una chica para seguir con las apariencias?

—Si llego a enamorarme, ¿por qué no?

El silencio que siguió fue tenso, los tres sabían que aunque Taylor no se definía hetero o bisexual, Duke era el amor de su vida y difícilmente le daría oportunidad a alguien más. Joey se aclaró la garganta.

—¿Te despertamos? —se dirigió a Yūgi porque si volteaba a ver al castaño lo golpearía—. Lo siento.

Mutō le restó importancia, tomando asiento en la mecedora.

—A las cinco y media le toca a abuelito su terapia. —Tomó la cerveza de Taylor y se la acabó—. El reto más grande no es tener una epifanía ni conquistar el mundo. —Los ojos amatista se clavaron en Tristán—. El reto más grande es hacer pequeños cambios que te harán amar la vida que tienes, la pregunta es ¿qué cambiarás? —Se giró hacia el rubio—. Joey poco a poco está construyendo la casa de sus sueños. —Paseó la mirada por el jardín—. Un trabajo que, aunque se la pasa quejándose, le apasiona…

—Podría ganar —bromeó Joey—, un par de estrellas Michelin.

—Con tu sazón y creatividad —expuso Taylor—, sin duda. Pagaría por ver la cara de Daisuke.

Wheeler se rio de tan solo imaginarlo, le dio un sorbo a la cerveza.

—Una familia —siguió Yūgi— y podría tener una pareja si dejara ir a Kaiba.

Joey se atragantó, Tristán estiró el brazo y le golpeó la espalda.

Hermano —murmuró, entrecerrándole los ojos al castaño para que dejara de palmearle la espalda—, el día que le pongas un ultimátum al Faraón y te vayas a conquistar el mundo, yo mandaré al diablo al Ricachón y aceptaré la cena con el sexi capitán de bomberos. —Antes de que Yūgi dijera algo, agregó—: Y si este idiota se muda de casa de su madre y le hace una épica propuesta de matrimonio a Devlin, tienes un trato.

El tricolor abrió la boca para decirle que el ultimátum ya había sido enviado.

—Vale. —La voz de Taylor los hizo voltear a verlo—. Si mandas a Kaiba al diablo aquí y ahora, haré los cambios que considere necesarios y hablaré con Duke sobre volver y vivir juntos.

El rubio lo miró indignado.

—¡De eso no se trata Tristán!

—Es lo que ofrezco, ¿lo tomas o lo dejas?

La frente del rubio se arrugó, estaba a punto de replicar que el hecho de enviarle mensajes a Seto y que Kaiba respondiera —si tenía suerte— semanas después, no establecía una relación. Impulsivo, sacó el móvil y se puso de pie.

—Puede que no reconozca el número y no escuche el mensaje, ¿contará eso para ti?

Tristán chasqueó la lengua, dudaba de que Joey lo hiciera, llevaba demasiados años en esa tóxica dinámica con Kaiba, probablemente el CEO había tenido infinidad de parejas mientras el rubio seguía esperando por una oportunidad.

—¿Haría una diferencia?

La furia subió por el estómago de Wheeler, marcó el número de memoria, como lo supuso, Kaiba no contestó, mandándolo al buzón de voz.

—¡Ey, soy yo! —El buzón se cortó—. Estúpido Kaiba. —Las manos le temblaban por la ira, buscó la aplicación de mensajes, ubicó el contacto y encendió el micrófono—. ¡Esto se acabó! —casi gritó, empezando a caminar de un lado a otro—. No puedo ni quiero seguir así, esperando que te dignes a siquiera a darme una oportunidad para conocerte, para que me conozcas y ver… —Hizo una pausa para calmarse—. Ni siquiera te pedía una relación de pareja, ¿sabes? Pedía que nos conociéramos más allá del Perro y Ricachón, nunca quise imponerte mis sentimientos y me disculpo si lo hice, pero no merezco esto, tu displicente actitud y funesta manera de tratarme. Pudiste haberme dicho que no estabas interesado y yo seguir con mi vida, pero en cambio me dijiste que podríamos conocernos, ¿se suponía que tenía que interpretarlo como tu amable manera de rechazarme?

En el fondo se escuchó la voz de Yūgi:

—¿Qué fue ese ruido?

—Pues lamento informarte —continuó el rubio— que no, ¡la gente normal no lo interpretaría de esa forma! La gente normal, como yo, agradecemos los sentimientos de las personas y les dejamos saber de manera cordial que no podemos corresponder sus sentimientos. ¡Demonios Seto! —Su voz se tiñó de decepción—. Y lo peor es que ni siquiera estoy enojado contigo, ¡estoy enojado conmigo por creer que tenía una oportunidad contigo!

Un estruendo hizo vibrar las ventanas, Joey bajó el teléfono a su pecho, volteó a ver a los otros dos, sin mediar palabra, Tristán y Wheeler se apresuraron a la sala, Yūgi corrió por su abuelo y Katsuya.

—Quédate aquí —ordenó Tristán a Trudge.

Joey acarició con una mano la cabeza de Shizuka.

—No se separen de Yūgi. —Clavó la vista en Jōnouchi—. Ya sabes qué hacer. —El pelirrojo afirmó con la cabeza y se apresuró a asistir a Mutō con Katsuya. Otro estruendo sacudió las ventanas, el rubio revisó las cámaras de seguridad—. No parece que sea aquí.

Tristán abrió la puerta principal.

—Parece que es en la zona residencial.

Las sirenas de la policía y del camión de bomberos no tardaron en escucharse. Wheeler salió a la acera con la mirada hacia el norte, Tristán se quedó bajo el dintel de la puerta. En las colinas, cerca de donde Joey ubicaba la mansión Kaiba, un humo negro empezaba a elevarse.

—Creo que fueron explosiones…

—Así que aquí vive Duke Devlin.

Joey giró sobre sus talones, a un par de metros, el novio de Daisuke Satō lo observaba con una ladina sonrisa.

¿¡Cabeza Hueca!? ¿No estabas de camino a Tombuctú?

El tipo no respondió, lentamente —o así le pareció a Joey— metió la mano en la chaqueta, en un movimiento muchas veces visto en la televisión.

—¡Oh por Kami! —gritó Tristán sin procesar del todo lo que estaba pasando. El cañón del arma se elevó, Wheeler apretó el teléfono contra su pecho—. ¡Joey! —El sonido del disparo retumbó en los oídos y el mensaje a Kaiba fue enviado.

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Oh, dame ese fuego, dame ese fuego. Arde, arde, arde*.

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*Fragmentos traducidos de Fire, Barns Courtney.

**El término «veto informativo» es utilizado por cuestiones de trama y mi limitado conocimiento de Derecho. Sin embargo, el veto informativo no es un Derecho/Obligación/instrumento legal que forme parte de alguna ley (o por lo menos no en las de mi país).

***En Japón el término "Jouhatsu" (evaporación) se refiere a las personas que desaparecen a propósito y ocultan su paradero, a veces durante años, incluso décadas. Debido a las fuertes políticas de privacidad del país, la policía no intervendrá a menos que exista otra razón, como un crimen, sospecha de suicidio o un accidente.