¡Buenas!

Juli: Está desorientada y le va a costar mucho acostumbrarse. Esmeralda y Sybil harán lo que puedan, pero le tienen miedo a Ursula.

Hasta la próxima!

Capítulo tres

Un día normal

Mildred salió de la habitación de su madre, ya cambiada y con el uniforme del colegio en una pequeña cesta de mimbre que usaba para recoger la ropa sucia. Lo puso en la lavadora y luego recordó que necesitaba también poner el uniforme de Ethel. Volvió sobre sus pasos y golpeó la puerta de su habitación.

—¿Ethel? ¿Ya te cambiaste?

Ethel abrió la puerta y se quedó quieta al ver a Mildred.

—¿Qué llevas puesto? —le preguntó, con mezcla de confusión y desaprobación

Mildred arqueó una ceja. Vestía un sueter celeste que decía WINTER en letras blancas con un copo de nieve y unos jeans, mientras que Ethel vestía una túnica fucsia que le lastimaba los ojos.

—Ropa —respondió Mildred, encogiéndose de hombros.

—¿Esa ropa es normal en tu mundo?

—Si, al igual que las túnicas y que la gente solo se vista de un color en el mundo de las brujas. ¿Me pasas tu uniforme? Lo pondré a lavar.

Ethel se quedó de pie unos segundos antes de tomar la ropa que estaba sobre la cama y entregársela. Mildred fue a la cocina, puso el uniforme de Ethel dentro de la lavadora, puso el jabón para la ropa, el suavizante y lo echó a andar, mientras Ethel miraba todo asombrada.

—¿Nunca viste una lavadora? —le preguntó.

—No, nunca —dijo, a la defensiva. Mildred le sonrió.

—Tranquila, yo también estuve muy desorientada en el mundo de las brujas… de hecho, todavía estoy… —comenzó a decir, pero se interrumpió cuando escuchó un ruido de llaves desde la puerta de entrada. Mildred salió corriendo a recibir a su madre.

Julie Hubble era una mujer joven, de unos treinta años, de cabello corto, rubio y rizado. Sus ojos eran azules y muy profundos. No se parecía en nada a su hija, excepto en que ambas eran muy despistadas. Entró caminando de costado como un cangrejo, con dos enormes bolsas de supermercado que a duras penas podía cargar.

—¡Mamá! —saludó Mildred, sacándole una de las pesadas bolsas para abrazarla.

—¡Mildred! —ella soltó la otra bolsa con cuidado para devolverle el abrazo—. ¿Cuándo llegaste?

—Hace unos diez minutos —respondió, ya separándose de su madre y ayudándola a llevar las provisiones a la cocina. Solo ahí notó a Ethel.

—¡Hola! —la saludó —. Te vi en la fiesta de Halloween, pero no nos presentamos. Soy Julie, la mamá de Mildred.

Ethel se llevó la mano a la frente y se inclinó para saludarla.

—Ethel Hallow, mucho gusto.

—¿Tienen hambre? Voy a preparar el almuerzo.

—¡Claro que tengo hambre! ¡Extrañé tanto tu comida! —suspiró Mildred de manera teatral—. La comida del colegio es horrible.

—Por lo que probé en la fiesta, sé que no estás exagerando —se rió su madre.

—¿Te ayudo con la comida?

—No, querida. Ve a divertirte con tu amiga. Ya las llamaré cuando termine.

—Está bien, mamá. Ethel, vamos a mi habitación.

Mildred tomó a la rubia de la mano y la llevó hasta su habitación. Se la veía bastante triste.

—¿Pasa algo, Ethel?

Ella negó con la cabeza.

—Nada. Tu mamá es genial —comentó, como quien no quiere la cosa, pero Mildred notó el dolor de su voz. Fue hacia un cajón y sacó una baraja de cartas.

—¿Qué es eso? —le preguntó Ethel.

—Cartas —explicó Mildred, poniéndola sobre la cama—. Se puede jugar muchos tipos de juegos, pero te enseñaré uno muy fácil: el juego de la memoria. Este mazo que tengo es especial para jugar este juego. ¿Quieres jugar?

Ethel miró a Mildred y luego a las cartas antes de asentir y dejar que le explicara las reglas. Era un juego muy sencillo, así que Ethel lo comprendió enseguida. Jugaron varias partidas, donde la rubia ganó la mayoría. Eso le levantó un poco el ánimo y mejoró aún más cuando el olor a pescado frito inundó el ambiente.

—¿Qué es ese olor tan delicioso? —preguntó Ethel cuando ya iban por la cuarta ronda.

—Pescado con papas fritas —respondió Mildred—. Es una de mis comidas favoritas.

Ethel levantó las cejas y Mildred parpadeó, sorprendida. ¿Acaso nunca había probado pescado con papas fritas? Imposible. ¿Qué comían las brujas además de la insulsa comida del colegio?

Siguieron jugando unas tres partidas más hasta que su madre asomó la cabeza por la puerta.

—¡Niñas, ya está el almuerzo!

Mildred saltó como un resorte y salió corriendo a la cocina a lavarse las manos antes de sentarse a la mesa del comedor.

—Oye, oye, tranquila, pareces un lobo hambriento — la calmó su madre, sonriendo—. Espera a que Ethel se siente.

Ethel se lavó las manos con mucha más calma de lo que Mildred había hecho y se sentó con toda la delicadeza del mundo a la mesa, como si estuviera en un banquete real.

—¡A comer! —exclamó su madre, dando la señal para empezar con el almuerzo.

Apenas Ethel probó el primer bocado de pescado, sus ojos se iluminaron, como si nunca hubiese probado algo tan delicioso en toda su vida.

—¡Esto es delicioso! —exclamó Ethel, haciendo que Julie se sonrojara ligeramente.

—Gracias —respondió—. He visto lo que comen en el colegio y se merecen comer algo rico mientras estén en casa.

El almuerzo fue muy agradable. Hablaron del colegio, las clases, las actividades… Mildred tuvo especial cuidado de no mencionar nada que hiciera parecer que el colegio era peligroso. Que creyera que lo que había pasado con la piedra fundamental solo fue un accidente aislado. Nada de nombrar a Agatha Cackle ni a su secuaz.

Su madre, en cambio, habló de su trabajo, de lo cerca que estaba de graduarse de la escuela de arte y de los proyectos artísticos que tenía. Todo muy normal y tranquilo, nada que ver con la vida agitada de su hija.

Cuando terminaron de comer, Mildred ayudó a su madre a limpiar los platos de la cocina y ella le dio un par de chocolotines para que los comiera con Ethel como postre. Luego de comerlo, salieron al exterior para armar un muñeco de nieve. La gente que veía a Ethel con su túnica la miraba de manera maliciosa o se burlaba abiertamente de ella y Mildred tuvo que prestarle su chaqueta para que no se notara tanto su túnica y pareciera un vestido.

—Son muy groseros —comentó Ethel.

—Así se comportan cuando ven algo que para ellos es raro —respondió Mildred—. No les hagas caso.

—No traje otra ropa. Solo tengo los uniformes de verano, los de educación física, el pijama y lo que tengo puesto. Obviamente no voy a encajar aquí.

—Te prestaré algo de mi ropa, no te preocupes.

Terminaron armando dos muñecos y luego iniciaron una batalla campal de bolas de nieve por diversión hasta que Mildred empezó a estornudar y volvieron al departamento, donde su madre las esperaba con chocolate caliente.

Cuando se hizo de noche y ya era hora de dormir, Julie sacó un colchón que tenía guardado en vaya a saber en que lugar y lo puso en el suelo al lado de la cama de Mildred, junto con mantas y almohadas. Mildred pensó que Ethel haría una pataleta, pero estaba extrañamente resignada a su destino. Cuando ya se disponían a dormir, Ethel le preguntó.

—¿Sabes por qué mi mamá no me quiere? —le preguntó.

Mildred no se esperaba esa pregunta a esas horas.

—No lo sé. Se supone que todas las madres deben querer a sus hijos, pero la tuya…

—La mía es malvada. Incluso quiso echar a la directora falsificando firmas. Vi todo el historial de mi familia en los últimos siglos y resultó que todos son malvados. ¡Y estaba siguiendo el mismo camino! ¿Mis hermanas están destinadas a lo mismo?

Mildred se inclinó sobre la cama.

—Esmeralda y Sybil son muy buenas, Ethel, y tu quieres cambiar. Si ustedes tres no siguen el paso de sus padres… el apellido Hallow comenzará a limpiarse.

—¿Tú crees?

—Claro que lo creo.

Ethel sonrió un poco.

—Gracias. Por confiar en mí a pesar de todo.

—Para eso estamos las amigas.

Ethel se quedó callada unos segundos, aparentemente conmovida por lo que había dicho.

—¿Soy tu amiga? —preguntó.

—Claro.

—¿Cómo lo eres con Maud y Enid?

Mildred tardó unos segundos más en responder. Realmente no, no era su amiga como Maud y Enid, pero su objetivo era que así fuera.

—Como lo soy con Maud y Enid —mintió.

—¿Ellas saben que estoy aquí?

—No —vio a Ethel ponerse tensa —. Si les decía, tendría que explicar lo que había pasado y no quería que lo supieran.

Ella se relajó enseguida.

—Oh —dijo—. ¿Crees que ellas me acepten? No es que me importe, claro —agregó rápidamente.

—Pueden que tarden un poco, especialmente Enid, pero no son malas. Tarde o temprano te aceptarán.

Ethel asintió, pero no se la veía muy convencida. Mildred no sabía que más decirle.

—Buenas noches —murmuró Mildred.

—Buenas noches —respondió Ethel, ya dándose la vuelta.

Mildred la entendió. Estaba sola en un mundo que desconocía, repudiada por sus propios padres. Todo en ella era incierto, pero lo único que podía hacer ahora era cerrar los ojos y ver que era lo que les esperaba mañana.