La pluma se veía frágil, delgada y fácil de romper. Liz no pudo evitar preguntarse cómo es que en algún momento había sido capaz de escribir con ella a diario, parecía bastante incómoda de utilizar.

El pergamino estaba en peor condición. Liz nunca había entendido porqué el pergamino mágico siempre se veía amarillento a más no poder y cada vez que lo tocaba parecía estar a punto de deshacerse. Sin embargo, nunca lo hacía, se mantenía firme.

La tinta, por otro lado, no le provocaba ninguna sensación. Eso era algo con lo que se sentía completamente cómoda de tocar. No le provocaba ningún nerviosismo, pues no se veía para nada mágica. Al menos hasta que te dabas cuenta de que podías usarla por varios meses sin que se agotara.

Hace días se había mantenido firme ante su madre, pero lo cierto es que, en lo más recóndito de su habitación, donde nadie podía observarla, era cuando más confundida y ansiosa se sentía. Le temblaban las manos de tan solo pensar en la pluma que tendría que agarrar.

Había pensado en escribir con un bolígrafo común y corriente. Tal vez fuera el hecho de que las plumas fueran usadas en el mundo mágico lo que la ponía tan nerviosa. Sin embargo, cada vez que se dirigía a agarrar uno, algo en su interior la hacía pararse. Escribir una carta dirigida a un mago con un bolígrafo, sea por el motivo que fuese, se sentía… ilegal. Aunque no lo fuera.

Los objetos estuvieron encima de su escritorio por una semana entera antes de que Liz se dignara a, de una vez, sentarse y ponerse a escribir algo.

Con un último suspiro de exasperación, decidió acercarse a la mesa. No podía tenerle medio a simples objetos que ningún daño podían hacerle.

Se había acostumbrado tanto a usar bolígrafos en el mundo muggle que la pluma se sentía ajena en su mano. Rápidamente, antes de que su valentía se esfumara, se dispuso a escribir las primeras frases de una carta que lo cambiaría todo.

Querido Remus…

La relación entre Beth y Eleonora se mantuvo igual que siempre, a pesar de la pequeña discusión que tuvieron al día siguiente de su llegada. Eleonora continuó reprimiendo a su nieta por todo, y esta última siguió mofándose de ella apenas de daba la vuelta.


—Te has vuelto a cortar. ¿Cuantas veces te tengo que decir que peles las papas hacia el otro lado? —la reprendió Eleonora mientras agarraba su mano y la ponía bajo el grifo para limpiarla. Beth se mordió el labio. Cuando su abuela se ponía así, lo mejor era guardar silencio—. Mejor vete a tu habitación, que aquí solo estorbas —continuó—. Y de paso dile a tu madre que me baje ayudar.

Beth solo asintió con la cabeza y se fue rápidamente.

A pesar de lo que muchos pudieran pensar, Beth creía que su familia era perfecta. Cierto era que las discusiones nunca faltaban y podían escalar con rapidez, especialmente cuando eran iniciadas por su abuela, pero Beth no lo querría de otra manera. Había algo en la manera en que ella le reprendía, que sabía que extrañaría en algún momento de su vida. Sin embargo, en ese momento, no era el caso.

Refunfuñando, decidió ignorar sus instrucciones y se dirigió al patio trasero.

Beth estaba acostumbrada al calor de Castelobruxo, pero a veces se le hacía insoportable. Sin embargo, en su casa el sol siempre estaba en el punto exacto. Y lo prefería más a las cuatro de la tarde, cuando no hacía ni mucho frío ni mucho calor. Era perfecto.

Le recordaba un poco a cuando era más pequeña y solían viajar hasta el lago más cercano junto a la familia Rodríguez. Ella y Arturo se la pasaban jugando con su padre a las orillas del lago, mientras que sus madres cuidaban las cosas. Su abuela por lo general se quejaba unas cinco veces, como mínimo, antes de meterse en el agua.

Beth extrañaba eso. Cuando era tan pequeña e inocente que no entendía el porqué de las cosas, no entendía porqué Arturo tenía un padre y ella no, y no entendía que la magia era algo que debía de mantenerse en secreto. A veces quería volver a esos días, pero luego recordaba Castelobruxo y se le pasaba.

Ella sabía lo mucho que Arturo la extrañaba, quién, a pesar de ser bastante amigable y carismático con todos, tenía muy pocos amigos. Beth, por otro lado, era bastante tímida, pero aún así había logrado conseguir buenos amigos en Castelobruxo. Era justamente por eso que, en ocasiones, se sentía extremadamente culpable por no querer volver a su vida de nom. Un par de meses eran aguantables, después de todo, ese era su hogar, pero toda una vida así… Beth no quería ni imaginárselo.

Su madre y su abuela no lo sabían, pero Beth era buenísima en escuchar conversaciones a escondidas y no ser pillada. Cuando tenía nueve años, había escuchado una conversación entre ambas. Para ese entonces ella ya sabía que era una bruja y que debía mantenerlo en secreto. El problema estuvo mas bien en lo que se estaba discutiendo en sí.

Creí que eso no estaba permitido —replicó su abuela.

No hay ninguna ley en su contra —contestó su madre—. Son los padres quienes deciden, al fin y al cabo. Creo que Beth estaría más segura estudiando en casa que yendo a esa escuela. Además, no estudié allí y no sé qué tan segura sea.

Había discutido el tema por un par de minutos más y luego lo dieron por zanjado. Por primera vez, habían llegado a un acuerdo. Para su corta edad, Beth sabía a qué se referían. Había una escuela de magos y ella no sería partícipe de ella.

Como ella no era el tipo de persona que se metía en asuntos de otros (a pesar de que este claramente lo hacía), no dijo nada. Se lo calló. Y fue justamente por eso que se sorprendió tanto cuando, un par de semanas antes de su onceavo cumpleaños le llegó una carta afirmando su estancia en Castelobruxo. Su madre había reaccionado de manera positiva y esa misma tarde la llevó a comprar sus cosas.

Todo parecía tan sencillo en ese entonces. Y a decir verdad lo seguía siendo. Beth simplemente estaba enojada con su abuela y tenía ganas de quejarse de la vida mientras observaba un bello atardecer.

Sabiendo que eso no la llevaría a nada, decidió hacerle caso e ir a buscar a su madre.

—La abuela quiere que bajes a ayudar —dijo al llegar—. ¡Tienes una carta! ¿Irás a la lechucería? ¿Puedes llevar un par de cartas por mí?

Su madre estaba sentada en la silla del escritorio y sellando un sobre. Ella simplemente sonrió y le contestó que al día siguiente por la mañana le podría entregar todo lo que quisiese enviar. Beth no quiso incomodarla, por lo que no le preguntó el porqué su voz estaba tan temblorosa y porqué parecía que estuviera a punto de llorar. Ella sabía que, a veces, cuando pensaba en su padre su madre se ponía así. O al menos eso le había dicho su abuela. Beth no dijo nada, solo sonrió y asintió

Justo cuando disponía a salir de su habitación, la susodicha se asomó por la puerta luciendo completamente enojada.

—¡Llevo más de veinte minutos esperándote!

—Me distraje y recién le avisé, Abu —contestó Beth cabizbaja.

Eleonora le contestó con un entrecejo fruncido y le ordenó a Liz bajar a la cocina. Esta le hizo caso, era su casa después de todo. Sin embargo, su abuela no la siguió en su camino. Beth comenzó a disculparse, pues pensaba que la iba a reprender por segunda vez en el día. Sim embargo, esta la interrumpió en medio de su discurso.

—¿Qué tanto sabes sobre tu padre?

La chica simplemente la miró con ojos como platos. Su padre era un tema tabú en su casa. De pequeña, había preguntado por él en varias ocasiones. Su madre siempre le contestaba con un "No es algo de lo que te tengas que preocupar, Bethany", y su abuela simplemente fingía no haberla oído. En ocasiones, cuando era de noche y todos se encontraban durmiendo, o cuando la dejaban sola en casa, solía buscar entre las cosas de su madre. Qué esperaba encontrar, no lo sabía, pero nunca hallaba nada. Con el paso de los años, había terminado por rendirse.

En ocasiones, solía mirarse en el espejo en busca de rasgos que hubiese podido heredar de él, pero era difícil encontrarlos si nunca había visto una foto suya. A excepción de sus ojos grisáceos. Todos en su familia los tenían de color marrón.

Beth había llegado a la conclusión de que estaba muerto y hacía años que se había hecho con la idea. Una vez había visto a su madre llorando con un anillo en la mano. Claramente, era su anillo de bodas.

Sabiendo a dónde se dirigía con esa conversación, cerró la puerta de la habitación y se sentó en la cama de su madre. No había manera en que fuera a desaprovechar tal oportunidad.

—Solo que a mamá no le gusta hablar de él —contestó.

—Nunca me agradó. Su familia era de la peor calaña, y bien se sabe que el fruto nunca cae lejos de su árbol —comenzó—. Creo que amó a tu madre, pero no lo suficiente como para mantenerse a su lado.

Beth frunció el ceño.

—¿Dices que la abandonó? —su abuela simplemente la miró de reojo y apretó los labios. Eso era un sí.

Beth quedó anonadada. Eso era algo decepcionante.

—De lo más bajo, ya te digo yo. Se lo dije a tu madre y nunca me escuchó. Ella te dirá que fue un buen hombre, pero dime tú qué tan bueno puede ser alguien que se encuentra en la cárcel.

Beth sabía que su abuela tenía muy poco tacto, pero soltarle una bomba, así como así... Beth seguía en shock, no sabía cómo reaccionar ante tal noticia. Una cosa era pensar que estaba muerto. Otra, que las había abandonado. Pero saber que era un delincuente… eso daba mucho que pensar.

—¿Cárcel? —preguntó.

—¡Y sin juicio! Bien merecido. Se quedará en ese lugar de por vida —La voz de su abuela temblaba del enojo. A Beth le temblaban las manos—. Un delincuente, asesino, eso es lo que es —continuó.

—No digas más —la cortó—. Creo que con eso ya tengo suficiente.

Le temblaban las manos, las piernas, todo el cuerpo. Beth no creía tener suficientes fuerzas como para moverse. Sin embargo, logró conseguir las necesarias como para pararse e irse de la habitación.

No quería saber más. Su padre era un asesino. Ella era la hija de un asesino. Llevaba su sangre en sus venas.

No lograba entender porqué su abuela decidiría que aquel era el mejor momento para contarle tal horror. Tampoco quería saberlo. Lo único que deseaba en ese momento, era salir corriendo.

Siempre había soñado en cómo hubiera sido la vida con un padre a su lado. Había llegado a idealizar la figura paterna que nunca tuvo. Creía que, si su madre lo seguía llorando y que, si no quería hablar de él, era porque lo extrañaba. Y para extrañar a alguien debes amarlo. ¿Cómo podría su madre amar a un asesino? ¿Un monstruo?

Beth no tenía que saber los detalles de lo sucedido como para concluir que debió de ser bastante horrible como para ser llevado directamente a la cárcel y sin juicio. Su abuela lo había dicho. Que eran de la peor calaña. La familia de él. Y ella, a pesar de nunca haberlo conocido, era parte de su familia. Era su hija. ¿Qué hacía eso de ella?

Beth estaba confusa, decepcionada, pero por, sobre todo, enojada. Y ese enojo estaba especialmente dirigido a su madre. Se sentía traicionada. Y ni siquiera sabía porqué.


—¿Era eso tu respuesta a Remus? —preguntó Eleonora nada más entró en la cocina.

Liz soltó un suspiro y siguió revolviendo el caldo. Su madre ya estaba de mal humor cuando la fue a buscar. Y ahora parecía estar peor. De segura la reprimenda que la había dado a Beth la había dejado así.

—Sí.

Eleonora parecía querer atravesarle en cráneo con los ojos. Liz podía sentirlo. También podía sentir un olor a quemado, que bien podía ser lo que se estaba preparando en el horno, o el cabreo que traía su madre.

—Bien —respondió. Liz se paró en seco—. Bien.

—¿Bien? —preguntó dándose la vuelta. Algo estaba mal. Su madre parecía estar a punto de explotar, sus palabras no tenían sentido.

—Exacto. Porque ahora tendrás que decirle todo a Beth. No se lo va a tomar para nada bien.

Liz rodó los ojos. Solo había respondido a una carta. Eso no quería decir nada. Beth seguiría yendo a Castelobruxo y ella continuaría con su trabajo muggle. Nada iba a cambiar. Su madre lo estaba exagerando todo. Era verdad que Liz se sentía algo paranoica, pero luego de pensar las cosas con cabeza fría se dio cuenta de que esto no tenía porqué cambiar sus vidas. Estaban exagerando.

—De hecho —continuó—. Ya le he contado un par de cosas.

Liz no hizo más que suspirar profundo. Sabía que su madre intentaría algo así tarde o temprano, solo esperaba que Beth no fuese a tomárselo de muy mala manera.


Capítulo corto. Debo admitir que no estoy muy contenta con el resultado :/

Subiré otro (mejor y más largo) el próximo domingo, que tengan una linda semana