3. Sonrisa.

Media hora de charla banal, luego veinte minutos de silencio deben pasar hasta que Innis, la hija de Duo, se acerque corriendo hacia el banquillo que los dos hombres ocupan.

Jadea por el ejercicio realizado en los juegos, tiene las mejillas arreboladas y el cabello alborotado, ya que una de las pequeñas trencitas se ha deshecho. Heero observa atentamente cómo Duo, sonriendo resignado, peina su pelito con los dedos antes de sacudirle la ropa, manchada con tierra en codos y rodillas.

Innis no puede dejar de moverse, narrando en voz alta todo lo que hizo, incluyendo en el relato los nombres de sus nuevos amigos: dos niños y un perro que se acercaron a la plaza a jugar también.

Heero nota que es tan parlanchina y sociable como puede llegar a serlo Duo, un claro indicio de su influencia en ella, y muy en el fondo admira que lo sean. A él sigue costándole ser más abierto con las personas, más sincero hablando de sus propios sentimientos. Quizás por eso las cosas con Relena no han funcionado bien…

—Papá, ¿él es amigo?

La pregunta es clara y dicha en su dirección, lo aleja de su pensamiento. Heero parpadea dos veces y analiza el rostro de la niña apenas un segundo antes de alzar la vista a Duo, quien le está contestando afirmativamente.

¡Ellos no se parecen en nada! A excepción del color de pelo, no comparten ningún rasgo facial. Supone que Innis debe parecerse a su madre… lo que lo lleva a pensar en el porqué ha perdido tanto tiempo ahí cuando, ni siquiera, se ha atrevido a hacer las preguntas correctas.

De hecho, los dos han evitado referirse a los temas más importantes. Por ejemplo, que notó antes a Duo observar su sortija de matrimonio, pero no hizo comentarios al respecto. Él tampoco ha querido saber cómo nació esa niña, que sonríe de oreja a oreja sin cesar.

Heero entrecierra los ojos entonces, detallando en la interacción que se suscita frente a él: Duo ha sentado a Innis sobre sus piernas y le está contando, en muy resumidas palabras, cómo se conocieron los dos hace ya tantos años. La niña asiente, sus mejillas coloradas y rellenitas suben cuando la sonrisa se agranda para mostrar todos…, bueno, casi todos sus dientes.

—¿Cómo te llamas?

—Heero Yuy —responde en automático.

—¿Quieres ser mi amigo, Heero?

Duo sonríe con afecto y le acaricia el pelo y las mejillas a la pequeña, quien ha volteado a sonreírle. Recién en este instante, Heero nota un parecido más: sus sonrisas guardan la misma esencia. No sabe cómo, no logra entender por qué, pero en el amoroso y positivo gesto existe un trasfondo triste y doloroso, de una infancia difícil.

—Me gustaría ser tu amigo —dice al fin, dirigiendo su mirada firme a los ojos almendrados de Innis. Recibe una sonrisa agradecida de Duo y una carcajada fascinada de la niña que, inesperadamente, le calientan un poquito el corazón.