Our diabolikal rapture.

Advertencias: Monsterfucking, trans!charas, piss kink, bestiality. NSFW.

Para la Sukufushi week 2021

Día 3: Body Swap/Role Reversal & Shikigami/Curse Power Play.


¿Cómo es que las cosas habían terminado de esta manera?

¿Estás seguro de lo que estás haciendo?

La voz burlona, ligeramente expectante de algo completamente diferente.

Llevaban algo de tiempo frecuentándose, y era difícil decir a ciencia cierta quién de los dos había iniciado o quién había buscado a quien. Pero por cuentas iguales, como casi siempre… ese día Megumi había logrado sorprenderlo.

Quiero que cambiemos de cuerpo.

El rey de las maldiciones se quedó mirando al precioso rostro del menor de los Fushiguro, los ojos verdes decididos y el cuerpo entre sus piernas. Sukuna se encogió de hombros y no pasó demasiado antes de hacer que ambos cambiaran de cuerpo.

Megumi miró a todos lados, las costillas volviéndose más nítidas en sus ojos y los colores danzando en tonos que él nunca había percibido, el brillo de la laguna de sangre y las texturas en la ropa o la piel de su acompañante. Sukuna le miraba desde su cuerpo esperando por lo siguiente. Todo desde esa altura se veía diferente, ondas de algo parecido al poder, o la fuerza, danzando entre sus ojos.

Cierra la boca, mi amor —se burló la maldición, acomodándose mejor sobre el regazo del joven hechicero. Él lo miró por otro par de segundos antes de llevarse una mano al rostro, acariciando la piel, palpando las diferentes texturas de la carne blanda.

¿Entonces cómo había llegado allí?

—Megumi —exclamó la maldición con la voz ahogada.

—Cierra la boca, Sukuna —se mofó el muchacho desde el trono de huesos, el rostro recargado en una mano observando el cuerpo que era (su) cuerpo quedando de rodillas sobre la laguna de sangre.

Se levantó con pasos perezosos para dirigirse a él y obligarlo a invocar a sus shikigamis. Era increíble como la fuerza y el poder corrían dentro de ese cuerpo, ¿así se sentiría Yuji también? ¿Tan lleno de fuerza? ¿Tan lleno de energía maldita?

Vio a Sukuna estremecerse probablemente en enojo cuando dos de sus shikigamis, Orochi y Kon aparecieron detrás de él y el lobo fue el que le sostuvo de los brazos para que no fuera a moverse. La maldición descubrió en cuerpo ajeno, que Megumi era realmente frágil. Con más fuerza de la necesaria sus huesos parecían volverse de papel, y aunque nunca había infravalorado sus habilidades, ahora le causaba mucha más inquietud como es que sobrevivía en cada batalla llevándose una paliza.

—Tenía muchas ganas de hacer esto —confesó el jovencito, con la voz que no le pertenecía, acercándose al rostro ajeno para acariciarle la piel.

Huh, curioso, muy curioso el tacto que tenía contra su piel. Era una textura desconocida para él, como si todos sus sentidos se amplificaran. Era suave y rugoso, mixto al mismo tiempo, cada centímetro era completamente diferente al anterior.

—Date cuenta de lo que estás haciendo, Fushiguro Megumi.

Oh, Megumi por supuesto que sabía lo que estaba haciendo, entendía perfectamente que las manos de Sukuna estaban desabrochando el uniforme y quitándoselo. Que su mente ordenaba y el cuerpo de Sukuna obedecía hasta tener (su) cuerpo desnudo. Con otro movimiento de dedos, Orochi trepó sobre la pierna desnuda, las escamas recorriendo la piel, rozándola.

La serpiente había sido reducida de tamaño por sus ahora increíbles habilidades, volviéndola ligeramente más grande que una serpiente normal. Sus brazos fueron apretados contra sus costados por el cuerpo de la serpiente que se enredó en su abdomen impidiéndole moverse.

Megumi le ayudó a levantarse, aún extrañado de ver su propio cuerpo allí enfrente de él, suponía que no se acostumbraría en un buen rato. Era capaz de observar a Sukuna moverse con algo más que inquietud, era una especie de desesperación apoderándose de su cuerpo por saberse humano.

Ah, qué bello era tener al rey de las maldiciones ligeramente asustado de lo que podría pasar después.

Ahogado en la horrible realidad de volver a ser humano, finito.

Kon movió las piernas de Sukuna siendo Megumi y tomó los muslos blancos entre sus garras. No hubo un aviso previo cuando el lobo ya mantenía el cuerpo de Megumi con las piernas abiertas. El frío del interior del dominio erizaba su piel y hubo algo de pecaminoso en el hecho de que Megumi se observara a sí mismo con otros ojos.

Sukuna bajó la vista a su entrepierna. El cuerpo de Megumi respondía positivamente a los ligeros estímulos de su alrededor y un escalofrío le recorrió el cuerpo completo cuando se dio cuenta del pene del lobo que se refregaba entre sus nalgas. La longitud de color negro y tan gruesa como sus muñecas asomaba el glande justo sobre su agujero, humedeciéndose al instante por la expectación de lo que iba a pasar después.

Tragó pesado observando a Megumi frente a él, sonriéndole casi como si supiera lo que estaba pensando, Sukuna no estaba asustado de ver las expresiones en su cuerpo, o en el cuerpo de Yuji, ¡lo que sea que fuera! Pero sentía que había caído en un juego en el que no sabía que quería participar, y aún no entendía cómo es que Megumi lo había atrapado con la guardia baja.

¿A él, el rey de las maldiciones?

—¿Asustado, Sukuna?

Había confianza plena en su voz, revitalizado con el espectáculo frente a él.

—Nah.

Pero aun así era difícil hacer ceder al rey de las maldiciones.

¿Qué era lo peor que podía pasar? Se preguntaba Sukuna, no podía ser nada muy serio. Megumi podía ser todo menor una mala persona, aunque intentara demostrar lo contrario y quisiera convencerse a sí mismo de que sí lo era, en el fondo estaba demasiado pendiente del resto como para herirlos realmente. Podía tratar, pero el pene frotándose entre sus piernas no le indicaba nada fuera de lo extraordinario. No sería la primera vez que la técnica de las sombras de los Zenin fuera utilizada para algo así, Sukuna había vivido lo suficiente para poder contar al menos tres generaciones que hicieron lo mismo.

—Debo confesar, Megumi —musitó la maldición con la voz ligeramente temblorosa, el glande de Kon golpeando insistentemente su clítoris, sus piernas luchando por cerrarse—, que siempre he sabido que de los dos, tú eres más sádico que yo.

Megumi se rio, la voz subiendo los decibeles pues ahora poseía otros pulmones.

Y de una estocada el lobo se introdujo en él.

Un relámpago electrizándole la espina dorsal y el cuerpo derritiéndose entre las garras. El dolor que le había dejado la intromisión era uno que nunca había experimentado. Incluso aunque había sido reemplazado por el placer natural de la penetración, había cierto escozor allí. Tuvo que morderse los labios un par de veces porque su cuerpo reaccionaba de manera involuntaria.

¿Así era como se sentía tener vagina?

Infiernos, su interior hacía sonidos obscenos por su propia humedad, la sentía resbalar, espesa y perderse entre el charco de sangre debajo de ellos. Parpadeó varias veces seguidas porque las estocadas del lobo eran cada vez mayores dentro de él, miró a Megumi frente a él con su cuerpo, quien no podía despegar la vista de lo que pasaba entre sus piernas.

—¿Te… gusta lo que ves? —le preguntó con la voz ahogada, los labios entreabiertos sin poder evitar que la saliva se le acumulara en las comisuras.

Megumi no dijo nada, pero sus pasos lo llevaron entre sus piernas y se hincó enfrente de él. Sukuna tuvo un orgasmo en el mismo instante en que la boca de Megumi se cerró en torno a su clítoris. Sus ojos se cerraron por la intensidad, a pesar de la experiencia de más de mil años, a Sukuna nunca se le había pasado por la cabeza estar en el cuerpo de una mujer, principalmente porque ninguna había sobrevivido después de comerse uno de los dedos, pero ahora… El rey estaba seguro de que nunca había sentido un placer así de abrasador. Que su interior nunca había sido revuelto de esa manera por el miembro poderoso que intentaba anudar en él.

La lengua de Megumi se deslizó entre sus labios y pliegues que chorreaban, sorbiendo todo a su paso hasta que se encontró con la longitud de color negro que entraba y salía de él con fuerza. Podía ver la piel de la entrada de su vagina que se coloreaba de rojo por las fuertes embestidas y sentía los temblores de sus muslos calientes. Cerró los ojos sin poder evitarlo cuando su lengua tocó finalmente el pene de Kon que entraba y salía de (su) cuerpo, tragándose el sabor de ambos.

Había algo terriblemente excitante en sorber los restos del orgasmo del pene de su shikigami.

Los siseos del lobo no lo detuvieron ni un segundo. Sukuna había contenido la voz lo mejor que podía, pero ahora mismo solo estaba temblando contra el cuerpo de orochi y sus piernas luchaban desesperadas por cerrarse, Kon le enterraba las garras con más fuerza, haciendo que sus piernas y sus brazos se juntaran para evitar que pudiera escaparse. Megumi había decidido succionar su clítoris una y otra vez. El pequeño monte de carne estaba enrojecido y si lo sostenía entre sus labios podía sentirlo palpitar.

—Meg…

Nunca había escuchado que a Sukuna se le fuera el aire.

Parecía casi una visión, ya se había venido dos veces cuando lo observó con las lágrimas bañando sus mejillas y la saliva recorriéndole el mentón. Megumi entendía que era su propio cuerpo, pero dentro de ese cuerpo estaba Sukuna, necesitado, quien estaba prácticamente rogando por más. El estremecimiento y los ojos nublados no eran solamente por las reacciones de su cuerpo: Sukuna realmente se estaba dejando ir en el placer.

Megumi nunca había sentido demasiado afecto por su propia persona, pero ver a Sukuna así de derrotado lo dotaba de un control irreal sobre el rey de las maldiciones.

—Puede que tengas razón… —le dijo con la voz ahogada en su propio placer, sacándose el pene de entre el kimono. La larga extensión tenía el glande rojizo y húmedo ya, preparado para aquello—, puede que en el fondo yo sea peor que tú…

Sintió el cuerpo tensarse un poco más entre sus manos tras tomarle de las caderas cuando el glande le rozó el clítoris. Megumi se quiso reír por las reacciones involuntarias de su propio cuerpo.

—N-no va, ahhh, ahhh… ¡ah! —Sukuna lloró en su hombro cuando su propio miembro empezó a hacerse hueco en el estrecho pasaje de su vagina.

No había entrado nada más que la punta y ya sentía que sus paredes y el pene de Kon lo estaban estrangulando. Un gemido ronco se le escapó de la garganta cuando forzó un poco más la entrada, apenas la mitad antes de moverse al mismo tiempo que Kon. Sukuna temblaba en su cuerpo, viniéndose una vez más, esta vez a chorros con un estremecimiento mayor. Junto con su orgasmo Megumi observó el líquido amarillo de la orina resbalar hasta sus piernas. No le importó en absoluto.

Sukuna estaba gimiendo algo parecido al dolor. Las manos apretadas en puños al punto que cuando volviera a su cuerpo, Megumi iba a tener que curarse las palmas Sentía el pene de Sukuna y sus testículos bañados, Kon tenía la lengua de fuera cuando en un movimiento más violento que los anteriores terminó metiendo su nudo en la estrecha vagina que le pertenecía.

El lobo gruñó, conteniéndose por orden de su dueño de morderle el hombro para marcarlo.

—Mmghh, no tenía idea que se sentía así de bien… —le dijo el joven hechicero, moviendo lentamente su miembro dentro de la vagina que se estremecía. Los sonidos acuosos mezclándose con los gemidos y gruñidos del trío. La lengua de Orochi enredándose en los pezones de (su) cuerpo. No pasó demasiado tiempo antes de que las embestidas en el estrecho pasaje cobraran el ritmo suficiente para venirse dentro de él, Megumi gruñó por la sensación abrasadora, sin soportar más la asfixia a su pene para sacarlo. Sukuna había entrado en un estado de sopor donde solo mantenía la boca abierta pero no salía ningún sonido de él.

Las piernas temblando, el pecho subiendo y bajando de manera errática, incluso con todo ello Megumi fue capaz de observar el bulto que se formaba en su vientre con el semen de Kon. El abultamiento se volvía mayor, como un globo siendo rellenado. Megumi acercó el rostro para succionar los testículos de Kon y la base del nudo junto a la entrepierna de (su) cuerpo. Su boca moviéndose de un lado a otro, jalando el clítoris para luego soltarlo.

Sin perder un segundo más, hizo que Kon le bajara las piernas a Sukuna para que se acomodara entre su cara. El peso del cuerpo recayendo en parte de su cuello y los hombros. Y cuando estuvo listo en una posición ligeramente incómoda, desvaneció a ambos shikigamis.

El semen espeso de Kon le cayó en la boca junto con el jugo del interior de su cuerpo. Sukuna gritó una última vez cuando sus labios succionaron su abusada entrada, palpitaba entre sus labios y se contraía ante los toques. El sabor de los fluidos vaginales, el semen y la orina hicieron que Megumi rodara los ojos en su cuenta, las uñas de Sukuna enterrándose en su cabeza para atraerlo más a él.

Megumi tragó tanto del agujero como pudo, incluso si un poco se le escapaba al mentón y le corría por el cuello. Cuando terminó de limpiar su entrepierna con la lengua, le sostuvo entre sus brazos para caminar cuesta arriba y sentarlos a ambos en el trono. Sukuna no hablaba, tenía los pulmones casi colapsados por la falta de aire y todo él se estremecía entre la vorágine de sensaciones por la sesión tan intensa.

—Espero que te haya gustado —le susurró besando su mejilla con suavidad impropia, Megumi no era demasiado afecto a las muestras de cariño ni le importaba ser blando con Sukuna, incluso si el rey de las maldiciones a veces lo era con él. Sukuna no contestó, todavía ido en las sensaciones que había experimentado.

Los dedos de Megumi se movieron perezosamente para sentarlo sobre su regazo y obligarlo a abrir las piernas para él. Sus pantorrillas cada una a los lados del trono en la pose más obscena en la que Sukuna había estado alguna vez. Su mano derecha se movió hasta encontrarse con la entrepierna enrojecida. Su pene aún erecto se mecía entre las nalgas y la entrada de su vagina, los dedos introduciéndose en él para limpiar el residuo de sus paredes. Los dedos viscosos salieron de su interior y lo sintió temblar, se llevó los dedos a la boca para seguir probando lo que hubiera quedado, con su una sonrisa. Sin perder un segundo más, obligó a Sukuna de nuevo, en su cuerpo, a invocar a otro shikigami.

Mahoraga.

El shikigami esta vez se encontraba desnudo. El pene de color hueso se erguía frente a ellos, del tamaño de un brazo, Megumi sonrió cuando observó a Sukuna abrir los ojos como si tuviera miedo, mirándolo de reojo.

—Oye, mocoso…

—Shh —le dijo Megumi antes de besarlo, su lengua abriéndose paso entre la boca de su acompañante para que fuera capaz de probar los fluidos que habían salido de él. Sus dedos se deslizaron otra vez en movimientos circulares sobre el clítoris para hacerlo gemir, un poco rápido sin tener que esperar demasiado para volver a sentirlo humedecerse bajo sus caricias.

—¿Listo para la segunda ronda?

—¡Meg…

Sukuna no tuvo tiempo de protestar cuando Mahoraga ya se había acercado a ellos. El hechicero no había hecho que el shikigami fuera de tamaño normal, y su miembro definitivamente no iba a entrar en él. ¿Acaso el hechicero se había vuelto loco? ¿Qué creía que iba a pasar cuando recuperara su cuerpo?

—Shh, shh… tranquilo, Mahoraga es paciente —le susurró el hechicero.

¿Qué? ¿Megumi ya había…?

El rey de las maldiciones tensó todo el cuerpo cuando el miembro del tamaño de un puño efectivamente entró en la vagina, succionándolo más adentro. Los ojos cerrados con fuerza y la boca abierta, aunque no emitía ningún sonido. Su entrepierna ardía y un hilo de sangre corrió fuera debido al desgarre que sufrió. No hubo más movimientos por unos minutos, su pecho subiendo y bajando con fuerza sin ser capaz de comprender del todo lo que estaba pasando.

Su cabeza se sentía explotar, ya ni siquiera fue consciente de que el hechicero le había estado abriendo las nalgas y pellizcando la carne hasta que sintió un dedo enterrarse en su ano. Quiso moverse una vez más, pero si lo hacía, sentía que sería partido en dos.

Una risa nerviosa abandonó sus labios cuando Megumi tomó su pene para empezar a meterlo en el agujero de su trasero. Los oídos le zumbaban y todo comenzaba a desdibujarse a su alrededor. Los roncos gemidos de Megumi en su oído y los labios succionando su cuello no lograron distraerlo del palpitante dolor en sus partes bajas.

Cuando estuvo por completo dentro de él no esperó ni lo más mínimo para empezar a moverse. Sukuna solo gemía con la cabeza hecha hacia un lado, incapaz de luchar por más tiempo. Mahoraga empezó a moverse cuando su amo se lo pidió, el hechicero emocionado de ver el bulto en el abdomen que le pertenecía. Entraba y salía de él con lentitud, pero la fuerza necesaria para que Sukuna se viniera otra vez. Sus sollozos ahora tenían algo de risa mal contenida.

Estaba quebrado.

—Ohh, esto en serio te está gustando —se mofó sin dejar de moverse dentro de su ano, una y otra vez golpeando el interior observando sin recato alguno la entrepierna enrojecida y el abdomen inflándose cada vez que el pene del shikigami lo golpeaba. Los golpeteos se volvían cada vez más fuertes y Megumi le había volteado la cabeza a la fuerza para poder besarse lentamente, en contraste a lo que pasaba en sus entrepiernas.

Un lloriqueo más fuerte que los anteriores lo hizo abrir los ojos para darse cuenta del abdomen que se inflaba más, como un globo a punto de reventar por el semen caliente del shikigami que bombeaba en su interior, incluso si ya se había venido demasiadas veces, con un fluido ligeramente más viscoso y orina de nuevo debido a los esfínteres relajándose, Sukuna se vino otra vez.

—Ahh, ah… ¡AH! —gritó una vez más enterrándole las uñas en las piernas a Megumi removiéndose con fuerza, como si estuviera asustado. Megumi lo sostuvo entre sus brazos sin dejarlo moverse, el semen de Mahoraga era demasiado, su vientre en serio iba a explotar.

—Megh- ahhh —lloró otra vez Sukuna por la sensación en sus entrañas que eran bañadas con el líquido caliente.

—Shh, shhh… mira —lo obligó a bajar la vista una vez que el pene de mahoraga salió de él para que viera el semen caer como un chorro de entre sus piernas a los pies y los cráneos de su trono. Megumi le abrió las piernas que instintivamente se querían cerrar y sin aguantarlo un segundo más, él también se vino dentro de su ano. Sukuna apretó los ojos vidriosos una vez más, los dedos de Megumi pellizcando el clítoris. La palma de su mano extendió por completo el semen en la entrepierna de su cuerpo, obligando después a Sukuna a abrir la boca para probarlo.

—Mhh… —Sukuna gimiendo por sus dedos lo hizo sonreír un poco, y decidiendo tener piedad, le dejó descansar en sus brazos.

No hubo palabras de consuelo ni le ayudó a acomodarse, dejaría que se vaciara por completo del semen en su interior, acariciándole la barriga para ayudarlo. El cuerpo seguía estremeciéndose entre sus brazos, la respiración agitada y ligeros sollozos saliendo de sus labios.

—Deberíamos repetirlo otra vez.