Seguía corriendo a las mazmorras, en busca de una cama donde poder desahogar mis años de sufrimiento. Muerte, eso quería Izzie para mí la muerte. Pero lo que quería yo para ella era dolor y penas. Que tuviese tanta miseria como fuera posible. Quería arrancarle los ojos de las órbitas, colgármelos al cuello, y luego cocinar su carne y servirla a la mesa de Slytherin. Sin duda aquello sería muy poético, sería maldad poética. Al bajar hasta mi sala común encontré algunas serpientes que no habían ido a comer; estaban allí sentadas hablando de no sé quién cuando me vieron llegar. Como un grupo de aves, actuaron a la vez: su mirada fría y asesina me seguía. ¡Ya estaba en casa con mis queridas serpientes! Pasé de ellas y subí a mi habitación, bueno la habitación compartida. Miré si había alguien… Nadie. No pude controlarme más, cerré la puerta con furia y corrí a mi cama a llorar.
Desperté lentamente. Me había quedado dormida sin darme cuenta, la verdad necesitaba dormir después de tanta tensión acumulada. Pero claro me había saltado pociones. Oh no, el profesor Snape me va a echar a patadas del castillo. Maldita sea. Durante los últimos años, el profesor Snape nos había estado castigando continuamente a mi hermana y a mí. Más que nada, por nuestras peleas, éramos buenas estudiantes; Isobel era buena para defensa contra artes oscuras y a mí se me daba mejor pociones. Siempre teníamos peleas por cualquier cosa, aunque fuese una mirada. Snape estaba cansado de nosotras.
―Quiero que se muera. Quiero que Izzie muera.
Mi corazón seguía acongojado. Parecía que me había llevado un susto de muerte.Más bien que mi hermana soltará aquello, delante de todos, había sido la guinda del pastel. Ya no había ninguna esperanza de que en su interior seguía viviendo la pequeña Izzie, dulce y tierna. Eso sí que me dolía. Isobel era una extraña; era una chica de 16 años, fría y calculadora. Se movía entre los peores Slytherins y se comentaba, que se había liado con casi todos los chicos de nuestro curso. Era una bruja manipuladora. Siempre conseguía lo que deseaba, y si alguien se interponía... Bueno lo mejor era no hacerlo, no le importaba el daño causado, ni los cadáveres que dejase por el camino. Era una bruja de cambio, había sido muy distinta antes de llegar aquí.
Mi pequeña hermana Izzie, era la niña más encantadora de todo el pueblo. Tenía muchos más amigos que yo. Todos querían estar con ella. Yo quería mucho a Izzie, ella era mi adorada hermana. Siempre tenía una sonrisa para mí, para todos mis males. ¿Cómo podía haberse convertido en ese cruel ser de ahora? Pero había pasado. Suponía que en su interior, se escondía esa serpiente traicionera. Aguardando para salir a morder a todo ser principio insistía en hacerla entrar en razón, pero solo recibía puñaladas y cada día era peor. Desistí en mi intento de traerla al bando bueno, porque había olvidado que era una Slytherin en toda su condición. Era inú ía perdido para siempre a mi hermana.
―Tengo que irme, es hora de un castigo.
Salí de la alcoba con pesadez. Gracias a Merlín todos estaban en sus clases. Estuve ante la puerta del aula de pociones antes de lo que me esperaba. Toqué dos veces antes de aventurarme a entrar. Nadie respondió. Abrí la puerta despacio, aunque eso no evitó que chirriase al abrir. Allí estaba el aula de pociones completamente vacía, bueno, estaba Snape tras su mesa. Examinando unos trabajos.
―Señorita Rosenberg. Que detalle que me haya evitado la molestia de buscarla.
―Verá profesor Snape...
― ¡Silencio! No quiero oír su repetida excusa, me avergüenzo de usted. Ya sabe cuál es el castigo por faltar a mi clase.
Al entrar en la sala pude observar algunos calderos derramados en el suelo, seguramente fueron los chicos de primero. Malditos críos. Ya sabía de sobra cual era mi castigo.
―Deprisa. Tengo otra clase en cinco minutos.
