Llevaba allí tantos días… Ni el tránsito del sol ni las comidas que rechazaba sistemáticamente la ayudaban a saber cuántos eran. Habría jurado que Malfoy se pasaba a verla varias veces al día y de ella solo salía:

«Bien».

«Mal».

«Sí».

«No».

Nadie más había ido a verla. No sabía ni siquiera si los habían avisado. Tampoco se habría sorprendido de que no fueran aunque lo hubieran hecho. Todo lo que se debían, toda la amistad, había quedado en nada con su actitud de los últimos tiempos. Sabía que era culpa suya, pero también sabía que había dejado de ser útil para ellos. Había dejado de ser la amantísima novia, la fiel amiga. Ya no valía nada para ellos. Menos que nada. Siempre había sido la herramienta del niño que vivió, la más dispuesta en la cama de su mejor amigos.

Pensar en ello hizo que le empezara a faltar el aire y sabía que lo que venía a continuación era aún peor. La garganta se le cerró, sintió que se moría y unas luces rojas empezaron a pasar delante de sus ojos. Después de las luces siempre llegaban las imágenes. Los muertos. Sus cuerpos. El olor de la carne quemada. El olor a perro mojado y los dientes torcidos de Bellatrix.

Parecía que una maldición la poseía, pero era solo su cabeza. Y no podía soportarlo. Se tiró al suelo de rodillas con la cabeza contra el suelo y las uñas clavadas en las palmas de las manos. El frío del suelo contra la frente le procuró cierto alivio, pero era un alivio momentáneo. Sabía que estaba perdiendo el control, pero no sabía cómo recuperarlo.

O, bueno, en realidad era demasiado lista para engañarse. Así que sí, sí que sabía cómo recuperar el control. era experto en ello y ni siquiera era imprescindible la varita para hacerlo.

Fue a por la silla.

Cogió la silla y la destrozó con un golpe seco contra la pared. Los ataques de pánico parecían darle fuerza sobrehumana. Habían sido tan estúpidos que no había ningún hechizo que protegiera el mobiliario. Saltaron astillas. Cogió una de ellas, la que parecía más afilada, y presionó su borde contra el costado. En el momento en el que la madera superó la barrera de la carne sintió que volvía a respirar.

Entonces oyó cómo alguien entraba de golpe en su cuarto. El ruido debía de haber llamado la atención de alguien. Tenía los ojos cerrados para disfrutar de la calma, así que no podía ver quién era. Pero identificó su olor mientras le sujetaba los brazos desde atrás y se quedó sin aire cuando la abrazó para contenerla mientras le susurraba al oído:

—Estúpida, estúpida, estúpida…

Pasaron varios minutos así, pero a Hermione ya no le importaba, ya estaba tranquila. Entonces Malfoy se levantó y se puso delante de ella:

—Vamos, rodea mi cuello, tenemos que curarte.

No se resistió, no hizo ningún esfuerzo por resistirse sino que alzó el brazo y rodeó su cuello mientras que la levantaba como si no le costara nada.

—No pesas casi nada, Granger, se ve que la sangre sucia es más ligera.

Hermione frunció el ceño, pensando en protestar, pero algo en los ojos de él la retuvo. Solo pretendía provocar alguna reacción en ella.

—Lo siento, voy a tenerte que quitar la camiseta para curarte, ¿te importa? ¿Prefieres que llame a alguien más? —Aquel gesto de sensibilidad la sorprendió, pero se apresuró a negar fuertemente con la cabeza. —Vaya, vaya, parece que empiezas a estar muuuuuy cómoda conmigo. Pues si quieres que sean estas preciosas manos las que te curen vas a tener que pedírmelo. Un Malfoy no se vende barato.

Hermione lo miró con cara de rabia. Volvía a ser el Malfoy de siempre. El presumido y orgulloso Malfoy de siempre. Pero incluso aquello la reconfortaba. Algo en él la tranquilizaba y se acababa de dar cuenta de ello. Por eso cedió.

—Malfoy, por favor, ¿podrías curarme? —La sonrisa le llegó a los ojos. Y era sorprendente. Nunca le había visto sonreír con los ojos. Parecía más… humano.

Le quitó la camiseta con delicadeza y cuando vio las heridas su boca se transformó en una línea recta.

—¿Por qué lo has hecho, Granger? ¿Quieres pasarte la vida aquí? ¿Quieres que te quiten definitivamente la varita? —Entonces se frenó, parecía arrepentido de su reacción. Tan arrepentido que Hermione sintió la necesidad de hablar, de tranquilizarle. Aquello era alarmante, era la primera vez que sentía la necesidad de algo desde que llegó. Preocuparse, necesitar… aquellas eran cosas que no se podía permitir, que harían que volviera a explotar. Aquello no le gustaba. Estaba cansada de ser la "demasiado sensible Hermione", la que lloraba cuando se sentía rechazada y no era capaz de controlar la rabia o las palabras.

—Yo… yo… lo siento —su voz sonó rasposa. —No pude evitarlo.

Un amago de sorpresa se formó en la expresión de Malfoy. No había esperado que contestara.

—¿Por qué no has podido evitarlo? —Su pregunta sonó firme pero no intimidante.

—A… a… a veces me pasa. Me pasaba. Me quedo sin respiración y las cosas vuelven a mí y pierdo el control. Y solo lo puedo recuperar así.

—¿Por eso los ignara?

—Por eso y por… por… las pesadillas. No quiero sentir ni soñar.

—Comprendo —se quedó pensativo unos segundos. —¿Qué te parece si intentamos mejorar eso que me dices de los sueños?

—¿Cómo?

—Venga, Granger, me habían dicho que eras muy inteligente. Sabes dónde estás, aquí podemos tratar eso.

—No creo que podáis hacer nada por mí aquí —había pensado que él la entendía, que sencillamente la acompañaría hasta que aquello acabara. Que pretendiera curar lo incurable hacía que se sintiera aún más desesperanzada.

—¿Y si me das una oportunidad? Venga, piensa que en algo tengo que ser mejor que tú. Hay un par de cosas en las que sé que lo soy. Y en esta soy realmente bueno —dijo Malfoy alzando las cejas con autosuficiencia. —¿Sí? ¿Me dejas?

—Como quieras —respondió ella en tono monocorde.

—¡Bien! —Exclamó y volvió a sonreír con los ojos. —¿Empezamos mañana después del desayuno?

Hermione asintió. Ya que tenía que estar allí…

—Bueno. Entonces. ¿Estás más tranquila?

—Estoy más tranquila, puedes marcharte —de pronto tenía muchas ganas de quedarse sola.

—Bien. entonces me voy —apretó su mano, sorprendiéndola con el calor que desprendía. ¿Cómo de fría estaba para que una serpiente le resultara tan cálida? —Si sientes la tentación de romper más mobiliario llámame, al Ministerio no le sobra el dinero y a nosotros no nos sobran las sillas.

—Perdón —dijo sintiéndose profundamente culpable.

—Eh, Granger, solo bromeaba. Venga, relájate y haz algo que te agrade. Nos vemos.

Besó su mano, se levantó y fue hacia la puerta. Cuando estaba girando el pomo Hermione no pudo evitar preguntar:

—Malfoy, ¿por qué te tomas tantas molestias por una sangre sucia como yo?

Él negó con la cabeza y sonrió con tristeza.

—Granger, no vuelvas a llamarte así, por favor.

—¿Me puedes contestar?

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que me das pena? ¿Eso es lo que quieres oír? Eso reforzaría tu idea de que no te entendemos, ¿verdad? —Lo dijo con más pasión de la que Hermione se esperaba y rápidamente cambió a un tono más dulce, un registro aún más sorprendente. —Hermione, me preocupas. Me preocupa que alguien con tu capacidad, con tus dotes, con todo… ¡Salazar! Le das mil patadas a Potter y a Weasley, si no hubiera sido por ti todos estaríamos muertos. O peor, en el bando equivocado. Te debemos y te debes mucho. Y ya te lo he dicho, soy el mejor en esto, si está en mi mano voy a ayudarte.

Paró un momento a tomar aire y con medio cuerpo ya en el pasillo se volvió a girar.

—Además, te has convertido en mi proyecto favorito.

Se despertó con sensación de pesadez en la cabeza. Siempre era igual después de una crisis. Fue al baño y allí se levó al cara con agua muy fría, se recogió el pelo en un moño y volvió a su habitación esperando el desayuno.

Los minutos pasaban mientras miraba por la ventana. Fuera parecía hacer frío aunque dentro la temperatura era estable. Mirando una rama desnuda le pareció sentir el aire frío en la cara, una bufanda, un gorro y el vaho saliéndole por la boca. Lo echó de menos y detestó echar de menos algo.

Llamaron a la puerta. Un carrito con el desayuno entró seguido de alguien a quien aún no esperaba.

—¿Cómo está hoy mi paciente favorita? —Exclamó Malfoy con una sonrisa de oreja a oreja. Pero las grandes ojeras bajo los ojos contradecían el derroche de energía.

Hermione alzó una ceja casi divertida.

—¿Demasiado efusivo?

—Más que demasiado. ¿Ya vamos a empezar?

—Guau, yo también me alegro de verte, Granger. Y sí, ya, he tenido grandes ideas para ti esta noche. ¿Qué te parece si terminas este maravilloso desayuno que he preparado con mis propias manos y vamos a dar un paseo?

—¿A la calle?

— A la calle.