Disclaimer: Kimetsu no Yaiba/Demon Slayer; los personajes no me pertenecen, créditos a Gotōge-sensei. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo alterno]. Situaciones exageradas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.
Nota de autora: No es mi culpa, es culpa de Disney.
Abecé del KanaGen
C: Cavar
—Cavar, cavar, cavar, cavar y luego excavar...
Una voz ronca que no hace eco viaja por los alrededores del abierto bosque. Una especie de canto salvaje que ahuyenta a los animales más grandes y llana la atención de los más pequeños. Pero ningún par de ojitos salvajes se atreve a acercarse a la bestia humana que se encuentra en medio de su labor.
—Cavar, cavar, cavar, cavar...
Entre el canturreo sin sentido, poco melodioso y que es acompañado solamente por el seco sonido de una pala clavándose en la tierra, la figura imponente de un joven vestido de colores oscuros contrasta con el verde en todos lados. Verde en el suelo. Verde en los troncos. Verde en los árboles. Verde en las telas a un lado. Verde. Verde. Verde. Y café, porque él sigue escarbando un hoyo grande, más grande que él, sin descanso. Creando una montaña justo a su lado, que con un mal cálculo bien podría aplastarlo.
Pero eso no lo mataría.
—Para aprender bien a escarbar, muchos años hay que practicar —continúa diciendo, con una ligera sonrisa. Pero eso dura poco y, al mismo tiempo que para de cantar, para de cavar, y para de sonreír. Se yergue inmediatamente—. Mierda, ya me sé esa canción de memoria.
Se lamenta el haber tenido que ver la misma maldita película infantil hasta el punto de conocer de memoria todas sus canciones. Si no fuera por sus hermanitos y su poder de convencimiento para conseguir arrastrarlo a esas boberías, no estaría haciendo el ridículo mientras terminaba su trabajo del día.
Al menos agradece que alrededor no hubiera nadie que le viera actuar de esa manera tan lamentable.
—¿Blancanieves?
Oh, pero no podía tener tanta suerte.
La pala, que había soltado al salir del hoyo, pronto regresa a su mano izquierda, y la levanta firmemente. Gira a toda velocidad en dirección a la voz, en tanto su mano derecha va al bolsillo donde se esconde su arma.
Empero, pronto se queda absolutamente quieto. Segundos después traga pesado, y baja lentamente otra vez la peligrosa herramienta para excavar, mientras suspira pesadamente. Sus manos viajan a su rostro, ocultándolo, sin que le importe mucho el hecho de que ahora se lo ha manchado de tierra oscura y húmeda.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, con la voz amortiguada.
—Tu hermano tenía miedo de que te perdieras.
Genya baja las manos, mientras un intenso rubor cubre sus mejillas manchadas. Hace como si nada y vuelve su atención hacia las sábanas verdes envueltas alrededor de algo casi tan grande como él. Lo agarra mientras se pierde en el pensamiento de su hermano preocupándose por él, y también en lo molesto que era tener el físico de su padre que, con pesar, le servía tanto en su trabajo que maldecirlo era maldecirse a sí mismo.
Aunque realmente no le importaba maldecirse a sí mismo.
—Gracias, supongo... —masculla, inseguro. No quiere mirar a la chica, que a diferencia de él, es tan llamativa entre el bosque que sería imposible no darse cuenta de su presencia aún si estuviera muchos metros más lejos. El problema era, por supuesto, que los metros eran escasos—. Aunque no hacía falta. Conozco este lugar.
—Lo sé —su voz es tan suave, tan diferente a la suya. Es casi como el viento, y su expresión amable era tranquilizadora incluso cuando Genya miraba sus manos llenas de barro y sangre—. Pero está bien. Yo también quería saber si te encontrabas bien.
—Estoy bien —balbucea, frunciendo el ceño, limpiándose descuidadamente los dedos con su camisa oscura en tanto evita mirar a Kanata—. Sólo... No soy yo quien debería cuidarse. Tú eres... eres...
Cierra la boca, sintiendo que el calor vuelve a subir a su cara. Su mirada viaja al suelo, mientras escucha una risita suave de parte de la joven. Con prisa, agarra la pala y empieza a volver a poner toda la tierra donde antes hubo estado, ocultando la evidencia de su último encargo.
—Trabajas muy bien, Genya —ella vuelve a hablar. Sus vacíos ojos color carbón fijos sobre la espalda del tosco muchacho, mientras la sonrisa dulzura permanece sobre sus labios rosados. Se acerca un poco más a él, cuidando no ensuciar sus cómodos zapatos con el moho y la tierra oscura. Su cabello blanco se mueve suavemente ante la pequeñísima brisa que se cuela entre los troncos. Sin embargo, su preciosa imagen no brilla en lo absoluto—. Si sigues así, pronto podrás trabajar directamente con la familia Ubuyashiki.
—Eso... estaría bien... —acepta, todavía con la voz entorpecida por los nervios de estar hablándole a una chica tan bonita. La cotidianidad nunca aparecería cuando se trataba de ella—. Me pregunto a quién me asignarán.
—Espero que a mí.
Genya se detiene de golpe otra vez, pala en las manos, con la hoja enterrada entre el barro. Su rostro ahora es una acuarela de tonos rojos, mientras suda por completo. No se atreve a abrir la boca, ni soltar otro sonido. Y sus latidos empeoran en cuanto ella se acerca más, sonriendo radiante.
—Así podría seguir escuchándote cantar canciones infantiles.
Genya piensa que estaría bien cavar otro hoyo y enterrarse en él.
—Ya veo.
¿fin?
Cavar: Levantar y mover la tierra. Ahondar, profundizar en algo.
