Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de eien-no-basho y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Nota de la autora: En este capítulo hago uso de mucha terminología japonesa, así que he decidido explicar algunas palabras que creo que algunos lectores pueden no conocer.
Ofuda: trozo de papel con kanji (normalmente algún canto budista o mantra) usado para repeler la maldad o incluso crear una zona de protección.
Youkai: demonio completo (pero creo que la mayoría ya conocéis esta).
Houshi: monje de una orden budista (aunque estoy segura de que la mayoría también conocéis esta).
Tennō: más o menos «emperador divino» o «emperador celestial». Término para el emperador de Japón. Se pensaba que descendía de la diosa del sol, Amaterasu, que era el centro de la religión Shintō. También es un concepto específico de las épocas Nara y Heian (desaparecido con el nacimiento del bakufu en la Kamakura).
Daigokuden: literalmente «salón de grandes audiencias». Edificio del palacio de Heian utilizado para ceremonias importantes y asuntos gubernamentales diarios.
Burakuden: edificio del palacio de Heian utilizado para celebraciones oficiales, banquetes y entretenimiento.
Shakujou: bastón de espiritista que porta Miroku. De madera y chapado en oro, con anillos colgantes.
Juni-hito: literalmente «doce capas». La vestimenta de las mujeres de la corte durante la época Heian. Pensad en un kimono con muchas, muchas capas de seda y de diferentes largos (con un cordón, pero sin obi). Aunque el nombre indica doce, no era inusual encontrar a mujeres con hasta cuarenta capas. Pesado y extremadamente extravagante.
Karaginu/haori: la chaqueta roja de Inuyasha en la serie. También es una de las capas superiores de un juni-hito. Se lleva abierta y desatada sobre las demás capas. Pensad en un abrigo largo hasta los muslos.
Taiji-ya: exterminadores de demonios. Sango lo es en la serie.
Hiraikotsu: búmeran de hueso. El arma de Sango en la serie.
Sakura: cerezo (se refiere tanto al árbol como a las flores).
Yukata: kimono ligero para dormir.
Sashinuki: los pantalones rojos que Inuyasha viste en la serie. También se les puede llamar hakama, pero tienen este nombre especial por la forma en la que se inflan en los tobillos.
Capítulo 3: De nuevos lugares y encuentros nocturnos
Los días pasaron sin incidentes después del ataque del youkai ciempiés. Se estableció una rutina.
Kagome y Miroku se levantaban al amanecer, comían y cabalgaban para cubrir el mayor terreno posible mientras había luz en el cielo. Por la noche escogían un lugar para asentarse. Miroku rodeaba su pequeño campamento colocando guardas y ofudas para evitar más incidentes.
Los dos comían entonces una vez más antes de meterse en sus respectivos futones para pasar la noche. A Kagome le llevó una cantidad exorbitada de tiempo convencer a Miroku de que las noches no eran ni de cerca lo suficientemente frías para justificar que se metiera en el futón con ella.
Kagome estuvo inquieta todo el tiempo, demasiado preocupada como para pensar mucho en el hecho de que estaba dejando su aldea cada vez más atrás. Había sido capaz de tomarse a risa el primer ataque porque Miroku y ella habían escapado relativamente ilesos, pero tras considerar el incidente, se había quedado con varias preguntas irritantes.
El hecho de que los espíritus y los youkai estaban inquietos era incuestionable. Llevaban bastante tiempo estándolo, pero el objetivo que el youkai ciempiés había parecido tener al atacar le había resultado extraño.
Había ido directamente a por ella, sin ni siquiera dirigirles la mirada a Miroku o al caballo, que habrían sido una presa fácil si hubiera sido eso a por lo que iba. Tampoco se había limitado a devorarla cuando tuvo la oportunidad, sino que había parecido estar buscando algo en su persona. Había murmurado algo parecido a «Shikon», o algo así.
Miroku no había ofrecido ninguna explicación u opinión al respecto. En ocasiones, no obstante, Kagome lo había sorprendido mirando fijamente las llamas de su campamento de una forma que sugería que sí le preocupaba.
Además, Kagome podía sentir a otros youkai cerca casi a cada momento del día y la noche. Eso en sí no habría sido extraño, pero había una cierta sensación de concentración y propósito en la forma en la que los seguían al houshi y a ella con tanto empecinamiento.
Nunca se aventuraban demasiado cerca, pero siempre acechaban en la periferia del sentido espiritual de Kagome. Por la noche, casi podía sentirlos presionados contra las barreras que levantaba Miroku, con todos los ojos fijos en ella. Kagome dormía a ratos.
Las palabras de Miroku, anteriores al ataque, también seguían reconcomiéndola, aunque nunca se atrevía a abordar el tema de nuevo con él. ¿De verdad había sido ella la causa de todos los ataques? ¿Los youkai habían ido tras ella? ¿Era culpa suya?
La culpa que le provocaba ese pensamiento en ocasiones casi la ponía enferma. Lo hacía a un lado, no obstante, con la seguridad de que al menos ahora estaba haciendo lo correcto al irse para recibir un entrenamiento adecuado.
A pesar de todo, Kagome no pudo evitar disfrutar un poco del viaje. Pasaron por montañas cubiertas de nieve, tan grandes que los picos rozaban las nubes y Kagome se preguntó si se podría encontrar a un kami al subir hasta la cumbre.
Viajaron a través de bosques tan profundos que sus centros estaban en total oscuridad, los altos árboles se apiñaban tanto que sus ramas tapaban el sol. Kagome podía sentir espíritus por todas partes en esos bosques, rozando sus sentidos a cada paso. Era una sensación placentera el estar rodeada de tanta vida y energía.
Cabalgaron por ondulantes llanuras y altos pastos que parecían extenderse hacia delante en pequeñas eternidades ondeantes. Incluso pasaron por pequeñas aldeas por el camino y Kagome sintió tal nostalgia ante la visión de las diminutas cabañas y la cruda gente, que bien podrían haber pasado mil años desde que se había ido de casa.
Aprendió que la tierra en la que vivía era más hermosa de lo que nunca se hubiera imaginado, llena de mucho más que un río embarrado que tendía a inundarse y diminutas colinas de tierra. Esperaba secretamente que le permitieran viajar más una vez que hubiera sido entrenada adecuadamente en la corte.
El mes que más o menos les llevó llegar hasta la corte pasó con sorprendente rapidez. A Kagome le pilló con la guardia baja que Miroku anunciase que probablemente podrían ver la capital y la corte en algún momento del día siguiente.
La noche del anuncio yació en su futón tras haber cenado, cansada y a la vez incapaz de descansar. Su estómago se le revolvía de forma horrible ante la idea de lo que le esperaba al día siguiente. Aunque en su mayor parte había sido capaz de evitar pensar en ello durante su viaje, todas las preocupaciones latentes en Kagome ahora se solidificaban en una presión que descansaba directamente sobre su pecho.
No estaba acostumbrada a vestir con ropa elegante, a bañarse regularmente, a hablar respetuosamente en todo momento, a hacer el papel de dama delicada, a ser constantemente ingeniosa y entretenida, a deferirse ante todo el que conociera. Nada de eso había sido necesario en su aldea.
Era consciente de su ignorancia en comparación con los nobles. Sus viajes con Miroku se lo habían demostrado varias veces, aunque él nunca se había burlado de ella por ello.
Pero ¿exactamente cuán ignorante demostraría ser? Estaba preparada para que ellos recelasen de ella por su baja cuna, pero ¿exactamente cuán en contra de ella estarían? Sabía que estaba desentrenada en comparación con muchos otros espiritistas, entonces ¿sería capaz de soportar el entrenamiento que le iban a dar?
Las dudas la atosigaron durante toda la noche como mosquitos picajosos, pero en algún momento Kagome se sumió en un sueño inquieto.
Por la mañana se despertó sintiéndose más cansada que antes de irse a dormir, pero la pura costumbre hizo que recogiera el campamento y montara detrás de Miroku.
—¿Te encuentras bien, Kagome-chan? —preguntó Miroku, poniendo el caballo al trote.
Estaban de camino.
Kagome asintió débilmente y entonces, al recordar que él no podía verla, graznó un «estoy bien».
Su ligero «mmmmm» en respuesta le dijo que no aceptaba esa contestación.
—¿Nerviosa por nuestra llegada a la capital? —presionó.
—He dicho que estoy bien —repitió Kagome con testarudez, forzando un poco más de ánimo en su tono.
A pesar de la amistad inusual que había crecido entre ellos a lo largo del viaje, era reacia a compartir sus preocupaciones con Miroku. Al final del día, seguía siendo un noble y probablemente no podría entender sus inquietudes. No tenía sentido molestarle con sus tribulaciones.
—En lugar de escuchar lo que dicen las mujeres, prefiero escuchar lo que quieren decir —soltó Miroku, como si fuera el hombre más sabio de todo Japón. Kagome soltó una risotada, incapaz de contenerse.
—Entonces obviamente cree que, cuando las mujeres dicen «hola, Houshi-sama», quieren decir «siéntase libre de poner sus manos donde guste», ¿verdad? —bromeó Kagome.
—Me gusta pensar que sí —replicó Miroku jovialmente. Kagome se rio entre dientes a pesar de sí misma, negando con la cabeza.
—Es usted un pervertido —dijo.
—Soy un hombre de fe, Kagome-chan. Es imposible que sea un pervertido —dijo Miroku con una sonrisa—. Pero lo que es más importante, ¿te encuentras mejor?
La sonrisa se desvaneció del rostro de Kagome al darse cuenta de que había estado intentando animarla, siendo reemplazada por una expresión más suave y cariñosa. Sintió una ola de afecto por el houshi y se le ocurrió brevemente que era como el hermano mayor inadecuadamente afectuoso que nunca había pedido. Lo abrazó ligeramente desde atrás, silenciosamente agradecida.
—No me va a abandonar cuando lleguemos a la corte, ¿verdad? Puede que usted sea el único amigo que vaya a tener —murmuró Kagome.
—Si a alguien se le permite conocerte como te he conocido, estoy seguro de que tendrás muchos más amigos que solo yo. No obstante, prometo no abandonarte —juró Miroku.
—Gracias, Miroku-sama —dijo Kagome en voz baja.
—Bueno, unos forasteros de la corte como nosotros debemos permanecer unidos —dijo Miroku en voz baja.
Kagome frunció el ceño, asomándose para mirar su rostro de cerca.
—¿A qué se refiere? —dijo.
—Ah, bueno, desafortunadamente mi historia es innoble, mi querida Kagome-chan —dijo Miroku, un ápice de incomodidad se arrastró en su tono—. Nací y crecí en la corte, pero no soy de la corte. No pertenezco a ninguno de los clanes nobles que tienen poder aquí. Mi padre simplemente era un humilde houshi errante antes de que el anterior Tennō-sama lo invitara a la corte para trabajar como espiritista. Pero, invitado o no, mi padre seguía siendo un plebeyo y estaba casado con una mujer de similar rango, dejándome a mí en una posición un tanto incómoda en lo concerniente a la corte.
—Han… ¿han sido desagradables con usted porque no es noble de nacimiento? —se arriesgó a decir Kagome, captando un leve matiz de un pasado dolor en el frunce de su ceño.
—Desagradables no, Kagome-chan. La gente de la corte es demasiado refinada como para hacer algo tan vulgar como ser desagradable. En su lugar, son fríos. O tal vez condescendientes, en ocasiones. Su cortesía es de la clase que puede incidir como el corte de un cuchillo —dijo Miroku, fingiendo un encogimiento de hombros despreocupado. Aun así, había una tristeza en sus ojos que lo traicionaba.
—Lo siento —fue todo lo que Kagome consiguió decir, aunque se reprendió por la debilidad de tal sentimiento—. Debe de haberle resultado difícil.
Podía simpatizar con la soledad de crecer en un lugar sintiéndose distinto de todos los demás y siendo incapaz de hacer nada al respecto. Le dolió el corazón al pensar en un joven Miroku completamente solo en medio de la corte, portando su relajada sonrisa para ocultar su tristeza. Alzó una mano para apretar la tela de su túnica, un pequeño gesto de apoyo.
—Ya, ya, Kagome-chan. No es necesario disculparse por mi vida, y menos tú. Además, hay cosas mucho peores en el mundo que un poco de exclusión. Por ejemplo, nunca he tenido que luchar a diario para sobrevivir como lo habéis hecho tanto tú como muchos de los aldeanos empobrecidos —remarcó Miroku, desviando con cuidado la charla de su pasado.
—Supongo —respondió en voz baja. Y luego, obligándose a deshacerse de la tristeza, dijo—: Ahora todo irá bien en la corte. Para los dos, estoy segura.
Miroku asintió con benevolencia y Kagome no vio la preocupación que arrugó su frente en esta ocasión.
Siguieron cabalgando hacia la capital.
El sol se estaba hundiendo en el cielo cuando Miroku le dio un empujoncito a Kagome con su codo. Ella se movió, saliendo del aturdimiento en el que se había sumido. Girándose un poco para aliviar sus músculos agarrotados, se frotó sus ojos somnolientos para despejar el abotargamiento.
Se echó hacia delante y, al abrir la boca para preguntarle a Miroku por qué la había despertado, Kagome se quedó paralizada.
Nunca en su vida se habría imaginado que algo tan lujoso pudiera existir en el mundo de los vivos. Su abuelo había intentado describírselo, al igual que algunos mercaderes que pasaban por su aldea, pero se dio cuenta de que no habían conseguido hacerle justicia.
En el fuerte rojo del sol poniente brillaba un largo muro bajo y beige que se extendía de este a oeste hasta donde a Kagome le alcanzaba la vista. El muro estaba cubierto por un tejado verde claro de madera de ciprés, inclinado suavemente hacia abajo con una cima puntiaguda.
—Esa es la puerta de Suzakumon. Cerca todo el Gran Palacio, ya que se extiende de sur a norte. Dentro de los muros puedes ver los tejados de los edificios Daigokuden y Burakuden. Tal vez puedas ver también algunas de las residencias de los clanes y los baños —le informó Miroku, señalando los edificios mientras hablaba.
Moviendo la mirada, Kagome pudo ver las grandes estructuras justo al otro lado del muro. Sus tejados se alzaban por encima de la puerta de Suzakumon, de un verde más oscuro que el del tejado de la puerta exterior, pero con las mismas tejas de madera de ciprés.
También descendían desde una punta aunque, como los edificios estaban alineados de norte a sur, Kagome pudo ver que el tejado descendía a ambos lados en forma triangular, con un ligero saliente sobresaliendo en todos los lados. Lo que podía ver de los muros era un blanco puro e impoluto con bordes de pilares de color rojo oscuro asomando por debajo de los salientes.
—Es… es tan grande —exhaló Kagome, asombrada.
—Literalmente no has visto ni la mitad.
—¡Qué! ¿Cómo voy a orientarme ahí dentro? Debe de ser como un laberinto con todos esos edificios y muros —dijo Kagome, intimidada ante la mera perspectiva.
—Dudo que vayas a tener que preocuparte de conocerlo todo. Las residencias de los nobles ocupan la mayor parte del Gran Palacio y solo se puede entrar en ellas con invitación. El Daigokuden se usa principalmente para cuestiones de Estado, así que es improbable que te llamen ahí. Y el Palacio Interior es la residencia principal del Tennō-sama y de sus consortes, junto con sus damas de compañía. A menos que el Tennō-sama se interese bastante en ti, no vas a ir ahí —dijo Miroku.
—De acuerdo —dijo Kagome, aunque su preocupación solo se redujo un poco. Siguió estudiando las estructuras con los ojos bien abiertos, impresionada por la idea de que alguien hubiera construido tal cosa.
Cuando las dos grandes puertas de madera por las que iban a entrar estuvieron más cerca, tuvo que hacer un esfuerzo consciente por respirar. Vieron a cuatro guardias completamente armados, equipados con lanzas y escudos. Kagome flexionó las manos con nerviosismo donde se agarraban a la túnica de Miroku.
—Cálmate, Kagome-chan. Respira hondo —le indicó Miroku amablemente, deteniendo el caballo delante de los guardias.
Uno de los cuatro hombres dio un paso adelante y Kagome respiró hondo, intentando calmar su corazón. Ahora no había vuelta atrás.
—Nombre, rango y objetivo —dijo el guardia con brusquedad.
—Shingon Miroku. Espiritista Imperial de la Primera Orden. Vuelvo de mi misión para entregar mi informe —respondió el houshi con igual formalidad.
—Sello —dijo el guardia, extendiendo una mano expectante.
Kagome le dirigió una mirada interrogante a Miroku, pero él se limitó a meter la mano en su túnica y a sacar un cuadradito de madera roja lacada. Se lo tendió al guardia, que lo estudió por un momento antes de devolvérselo.
Miroku volvió a guardarlo en su túnica antes de que Kagome pudiera echarle un buen vistazo. Suponía que era alguna especie de insignia.
—Bienvenido, Houshi-sama. Si quiere desmontar, nos ocuparemos en breve de su caballo y pertenencias.
Miroku asintió y se bajó con facilidad. Uno de los guardias avanzó para ayudar a desmontar a Kagome, su duro rostro impasible. Miró al hombre, vacilante, desde la silla.
Miroku avanzó tranquilamente como si no hubiera visto al hombre y extendió sus brazos para ayudarla. Con una sonrisa de agradecimiento, le permitió que la ayudara a bajar.
—¿La señorita también tiene alguna identificación? —preguntó el hombre que parecía ser el líder de la guardia.
El cuarto guardia atravesó la puerta mientras los otros dos la abrían, conduciendo al interior a su caballo y pertenencias.
—Es mi invitada —declaró Miroku, enderezándose con aire de autoridad. El guardia ni siquiera parpadeó.
—Disculpe, Houshi-sama, pero si no tiene nada que verifique que su presencia en la corte es bienvenida, no podemos dejar que entre —respondió el guardia.
Le lanzó una mirada desdeñosa a Kagome, con la boca ligeramente torcida. De repente fue muy consciente de lo harapiento de su burdo kosode y de la suciedad que portaba de la cabeza a los pies. Se sonrojó y bajó los ojos, dividida entre la indignación y la vergüenza.
—Aunque no se la espera, le aseguro que la señorita no es persona non grata —discutió Miroku.
—Tenemos órdenes, Houshi-sama, y nadie salvo el Tennō-sama está por encima de ellas. Usted puede pasar si lo desea, pero la chica debe quedarse fuera.
El guardia hizo una reverencia que tenía la intención de reflejar pesar, pero salió más como una reacia formalidad. Por el rabillo del ojo, Kagome vio que el hombre hacía una mueca de dolor mientras se incorporaba.
Miroku pareció solo ligeramente alterado por este giro inesperado, pero la forma en la que agarraba con más fuerza su shakujou y tensaba la mandíbula indicaba una agitación que Kagome rara vez le había visto. El silencio se estiró tenso y supo que él estaba desconcertado.
Kagome hizo a un lado su bochorno y obligó a su mente a ponerse en acción, sintiendo que era hora de que ella hiciera su parte. Pasó la mirada de su reservado amigo al guardia y viceversa, pensando.
No tenía nada como el sello que Miroku había mostrado y a nadie en la corte para dar fe de su presencia. Miroku la había traído a la capital más por capricho que por una orden, esperando que el Tennō y la corte encontraran sus habilidades espirituales lo suficientemente impresionantes para garantizar su estancia. Un ligero movimiento del jefe de los guardias llamó su atención y Kagome vio que se estaba frotando discretamente la espalda con el rostro contraído.
Se le ocurrió una idea de la nada. Era una posibilidad remota, pero…
—Disculpe, señor —dijo Kagome, dando un paso hacia delante desde detrás del escudo humano que Miroku había creado para ella. Tanto el guardia como el houshi se centraron en ella, la mano del guardia bajó de su espalda—. No pretendo ser insolente al decir esto, pero Houshi-sama ha sido lo suficientemente amable y atento para traerme hasta la corte porque vio algo de valor en mis habilidades espirituales. Honorable señor, si también pudiera mostrarle algo válido para entrar en la corte, ¿estaría dispuesto a permitirme el paso?
Miroku la observó, esperando para ver a dónde quería llegar con esto. El guardia abrió la boca para responder, una negativa ya escrita en su severo rostro. Kagome lo interrumpió rápidamente.
—Por ejemplo —dijo con su voz y expresión más modestas—. Le duele la espalda, ¿no es así? Una distensión, diría yo. Podría curársela fácilmente.
El guardia abrió los ojos como platos, su mano se deslizó inconscientemente sobre la dolorida zona.
—¿Cómo…?
—Lo he sentido, honorable señor. Hay una pequeña perturbación en su flujo espiritual —mintió Kagome piadosamente, avanzando con su ventaja.
Podía sentir una perturbación en su espalda ahora que sabía qué buscar, pero había sido su comportamiento el que la había puesto sobre aviso.
—¿Me permite sanársela?
El hombre parecía nervioso, la mano se flexionaba con incertidumbre en su espalda. Negó lentamente con la cabeza, una negativa en sus labios.
—Le aseguro que es bastante habilidosa. La he visto haciendo milagros curativos con solo un toque de la mano —interrumpió Miroku.
Había recuperado su habitual compostura, la relajada sonrisa reposaba vagamente en su rostro. Kagome suprimió una sonrisa, sin sorprenderse de la comodidad con la que mentía.
—No tiene nada que perder, honorable señor —añadió ella, obligándolo a retroceder un último pasito contra la figurada esquina—. O soy capaz de curarle o demuestro que soy inútil y no tendrá que permitirme la entrada.
El guardia titubeó bajo su doble asalto, mirando a sus compañeros en busca de apoyo. Ambos estaban ahora observándolos con atención, con curiosidad por ver qué podía hacer la chica. El jefe de los guardias suspiró, sabiendo que parecería un cobarde si se negaba ahora.
—Bueno, de acuerdo entonces, pero que sea rápido y sepa que no prometo nada.
Con un chillido interno de victoria, Kagome hizo una reverencia y avanzó un paso. Rodeó una vez al hombre, cerrando los ojos y sintiendo exactamente dónde estaba el problema.
Era en la parte superior de la espalda, cerca del hombro izquierdo y probablemente causado por una suerte de distensión al trabajar con una espada. Extendió la mano sobre la zona dolorida. El guardia la observó con cautela, luchando para no apartarse.
Kagome empezó a entonar un suave cántico, invocando las palabras que le había enseñado Kaede para aliviar las sobrecargas. Los sonidos bailaron alegremente en el aire al salir de sus labios, una suave luz se reunió en sus manos extendidas. Presionó las puntas de los dedos suavemente contra su espalda para evitar sobresaltarlo. La zona brilló por un breve instante y terminó.
—Intente mover el hombro —indicó Kagome, retrocediendo un paso para inspeccionar su trabajo.
El guardia así lo hizo, rotándolo cautelosamente. Todo su rostro pareció fruncirse hacia abajo con asombro mientras fruncía el ceño.
—No… duele —dijo en voz baja, impresionado. Kagome sonrió ampliamente.
—Entonces se alegrará de permitirle atravesar la puerta —dijo Miroku, sin dejar al hombre un momento para recuperarse de su sorpresa. Era más una afirmación que una pregunta.
—Supongo —masculló el hombre, aturdido, todavía rotando su hombro.
Miroku agarró a Kagome del brazo, tirando de ella a través de las puertas y diciendo sobre su hombro:
—Muchas gracias por su comprensión y, por favor, envíe nuestras pertenencias a la residencia Shingon.
Se alejaron de la puerta tan rápidamente que a Kagome le dio vueltas la cabeza. Lo único que pudo ver del interior del Gran Palacio y su gente durante un tiempo fueron borrones mientras Miroku la llevaba con un ritmo rápido.
Se detuvo en los escalones de lo que parecía ser un templo en un pequeño patio sin gente. Kagome alzó la mirada hacia la gran estructura una vez hubo recuperado el equilibrio, con la cabeza mareada por el asombro.
Los colores del edificio eran tenues en comparación con los rojos, blancos y verdes brillantes que había visto mientras se acercaban. Las tejas del tejado eran de un suave gris; los muros, de un blanco apagado; y los pilares y los detalles, de un marrón discreto.
El edificio estaba asentado sobre una base de madera elevada y tenía el aspecto de tres edificios apilados el uno sobre el otro, cada uno con su tejado propio. La capa inferior era de tamaño medio, el medio era excepcionalmente delgado y la superior era un edificio mucho más pequeño y rectangular situado encima de los dos cuadrados, el único con el mismo tejado descendente triangular que había visto en los demás edificios.
—… me-chan. Kagome-chan —llamó Miroku, tocándole ligeramente el hombro. Kagome le dio la espalda al edificio para centrarse en él.
—¿Eh?
—Llevo un rato llamándote, pero creo que estabas demasiado ocupada admirando el Shingonin. Es el único templo budista que hay dentro de la corte —dijo, divertido—. Pero quería alabarte por tu actuación de ahí fuera. Requirió de más ingenio del que sé que muchos poseen.
—Bueno, no podría haberlo conseguido si usted no hubiera intervenido —objetó Kagome, ruborizándose ante tales alabanzas y todavía sonrojada por su victoria.
—¡Qué modesta, Kagome-chan! Pero estoy seguro de que debes ser la mujer más encantadora, inteligente y hermosa que he…
—¿Houshi-sama? —llegó una voz, deteniendo al hombre en su exagerado embrollo. Kagome se giró con gratitud hacia la persona que estaba al pie de las escaleras.
Era una mujer, y bastante hermosa, además. Su largo pelo oscuro estaba atado en las puntas con un lazo blanco y un polvo rosado cubría los párpados de unos grandes ojos castaños con largas pestañas.
Las capas de su juni-hito visibles para Kagome eran blancas con puntos rosas, cayendo hasta el suelo y halagando su piel pálida como la luna. Las mangas de su sobretodo karaginu envolvían sus brazos en su totalidad, no asomaba ni la punta de un dedo. Debajo de su silenciosa admiración de la mujer, Kagome se dio cuenta de que parecía disgustada.
—¡Sango-sama! —exclamó Miroku, poniéndose extrañamente tenso—. ¡Es un gran placer volver a verla!
Se inclinó con rigidez desde la cintura. El houshi parecía más incómodo de lo que Kagome lo había visto nunca.
La mujer estaba callada, mirándolo con expresión inescrutable. La mirada de Kagome se desplazó entre los dos, ambos parecían no ser conscientes de su presencia. Había una especie de extraña tensión estirándose como un cable entre ellos, algo a lo que no podía ponerle nombre. Se preguntó qué relación había entre ellos.
De la nada, a Kagome le empezaron a picar los ojos, seguidos de su nariz. Estornudó, el fuerte sonidito cortó el silencio.
El cable se rompió y ambos giraron las cabezas hacia ella. Kagome sonrió con timidez.
—Disculpen.
—¡Ah! —jadeó la joven, levantando una larga manga para cubrirse la boca delicadamente—. ¡Por favor, disculpe mi terrible grosería! Me llamo Tachibana Sango, del clan Tachibana. Servimos fielmente a los gobernantes de Japón como taiji-ya.
Juntó las manos a través de sus extensas mangas e hizo una elegante reverencia.
Los buenos modales dictaban que Kagome debía responder con su propia presentación. Lo hizo a regañadientes.
—Me llamo Kagome. Plebeya. Sirvo como miko en mi aldea.
—Oh.
Sango puso cara larga, asimilando la burda apariencia de Kagome por primera vez.
—La he traído a la corte por sus inmensos poderes espirituales —dijo Miroku, saliendo en ayuda de Kagome. Sango desplazó la vista hacia él, con la mirada de sus bonitos ojos más agudizada.
—Ya veo.
Sintiendo que se avecinaba otro silencio incómodo, Kagome carraspeó.
—Entonces, Houshi-sama, ¿qué planea hacer ahora exactamente?
—Debo reunirme con el Tennō-sama para informarle de mis hallazgos —respondió—. Durante mi informe, intentaré concertar una presentación entre Su Majestad y tú, Kagome-chan. Creo, sin embargo, que sería mejor que te… aseases antes de ser presentada.
—¿Puedo ofrecer mi ayuda? —intervino Sango—. Podría acompañarla a los baños y organizar un atuendo adecuado mientras usted hace su parte.
—Si no es mucha molestia, se lo agradecería mucho, Sango-sama —dijo Miroku, con una amplia y auténtica sonrisa extendiéndose por su rostro—. De verdad que es usted muy amable.
—En absoluto. ¿Por qué no nos ponemos en marcha, Kagome-san?
Sango se dio la vuelta y empezó a caminar con pasos gráciles y comedidos, obviamente esperando que Kagome la siguiera. Se despidió rápidamente del houshi antes de seguirla, sus pasos eran considerablemente menos refinados.
—Gracias de nuevo, generosa Sango-sama. Dejo a Kagome-chan en sus hermosas y competentes manos, estoy deseando verlas a las dos más tarde —llamó Miroku. Kagome vio que Sango se sonrojaba levemente, inclinando la cabeza para ocultarlo.
—Muchas gracias, Tachibana-sama. De verdad que aprecio que haga esto por mí —dijo Kagome, sintiendo que era adecuado que expresara ella misma ese sentimiento.
—Ah, no, en absoluto, Kagome-san. Estoy segura de que debe agradecer estar al fin lejos del houshi. Aunque probablemente ya sea consciente de ello, tiene una tendencia hacia… lo indecente —dijo Sango con crispación, su encantador rostro se tensó momentáneamente con irritación.
—No, de verdad que no fue para tanto, Tachibana-sama. Es decir, Miroku-sama… —comenzó Kagome de modo apaciguador.
—Entonces ¿aceptó sus avances? ¿Acaso le ha cogido cariño? —interrumpió Sango, el hielo restallaba en su voz. Sus elegantes andares se habían convertido en pequeños pisotones con sus sandalias geta de madera bajo el dobladillo de sus ropas.
—¡En absoluto, Tachibana-sama! —exclamó Kagome, perpleja por el comportamiento de la otra mujer—. Puede que suene presuntuoso que yo lo diga, pero Miroku-sama y yo nos hemos convertido en buenos amigos durante nuestro viaje. Como… hermanos, casi.
Sango se detuvo, girándose hacia Kagome con una pregunta sin formular en sus ojos. Kagome negó enérgicamente en respuesta. La rápida sucesión de alivio seguido de una vergüenza rojiza en el rostro de Sango casi resultó cómica de observar, pero Kagome consiguió no reírse.
—Me disculpo, Kagome-san, por mi extraño comportamiento, pero ha sido un día complicado —dijo Sango, haciendo una reverencia—. El solo pensar que el houshi haya podido haberla molestado con sus avances indecentes no me ha sentado bien.
—No hay necesidad de disculparse, Tachibana-sama. Todos tenemos un mal día e, incluso en un día tan complicado, usted se ha ofrecido a cuidar de mí. Ciertamente, debe de ser una persona muy generosa —replicó Kagome amablemente, más tranquila por el alivio de la tensión entre ellas.
Sango pronunció algunas negativas en aras de la humildad, reanudando su caminata sin prisas. Kagome la siguió, intentando imitar disimuladamente sus diminutos pasos.
La actitud de la noble hacia la miko se volvió considerablemente más cariñosa mientras avanzaban por los caminos de piedra, rodeando residencias nobles cercadas y pequeños edificios oficiales de varios rojos, verdes y blancos. Todos tenían alguna variación arquitectónica de un edificio cuadrado sobre una plataforma elevada con paredes blancas, tejados triangulares verdes descendentes y pilares rojos de apoyo bajo los aleros, con algunas pocas excepciones aquí y allá.
Sango señaló cada edificio a su paso, dando su nombre, función y un poco de la historia de su clan si era una residencia. Kagome escuchó con atención, intentando almacenar toda la información para el futuro.
Entre medias, Sango preguntaba por la vida de Kagome en la aldea, haciendo su parte de atenta escucha. Kagome le relató cada detalle en el que pudo pensar y la otra mujer pareció absorberlo todo con el máximo interés.
Kagome no pudo evitar su sorpresa, aunque eso le hizo sentirse un poco mezquina por haber dudado de la mujer sin saber en realidad nada de ella. La reacción inicial de Sango a su estatus había parecido un muy mal presagio, pero ahora parecía como si simplemente hubiera sido una reacción instintiva.
Cuanto más hablaban, más demostraba Sango que era afable y abierta de mente, ni siquiera puso caras raras cuando Kagome trastabilló con la etiqueta o con su discurso… o cuando simplemente trastabilló, como consiguió hacer un par de veces debido a su nerviosismo inicial.
Los demás cortesanos con los que se cruzaron, sin embargo, no demostraron ser tan tolerantes como la acompañante de Kagome.
De vez en cuando, el par se encontraba con un grupo que había salido a dar un paseo vespertino, la mayoría eran mujeres, y Sango se detenía para dar el reconocimiento que la etiqueta dictaba como adecuado.
Presentaba a Kagome, además, y cada vez la miko tenía el gran placer de observar las expresiones de los cortesanos tornándose en distintos grados de disgusto. Ciertamente, Sango estaba resultando ser la excepción en lugar de la regla. Kagome se encontró vagamente desanimada por los breves encuentros, pero olvidó la mayor parte de su turbación en vista del cariño de Sango.
La oscuridad había cubierto completamente el cielo para cuando llegaron a la casa de baños, un edificio grande de madera roja, mucho más sencillo en estilo que los demás. De una chimenea en lo alto salía una continua nube de vapor, soplando suavemente hacia la negrura del cielo nocturno.
—¿Los baños están calientes? —preguntó Kagome, mirando hacia arriba.
—Claro —respondió Sango, divertida por la emoción que podía ver surgiendo del rostro de la mujer más joven—. ¿Le gustaría entrar?
Kagome asintió con entusiasmo, olvidando sus modales por un momento y entrando corriendo antes que Sango. Sango simplemente sonrió y negó con la cabeza cuando ella se dio la vuelta para disculparse.
El interior de los baños estaba lleno de vapor, la húmeda calidez las envolvió al entrar. El suelo estaba hecho completamente de madera, no había nada de tierra, que era a lo que Kagome estaba acostumbrada.
Un espacio más bajo nada más entrar proporcionaba un lugar para que las dos dejaran los zapatos, lo cual hicieron antes de seguir hacia el interior. En el extremo más lejano de la sala había dos bañeras grandes construidas en el suelo. El agua se derramaba por los bordes de vez en cuando, a medida que se movían las cortesanas que estaban dentro.
—Estos son los baños grupales —explicó Sango—. Son para aclararse por última vez antes de abandonar la casa de baños. Primero tenemos que subir a los baños más privados.
Kagome asintió y la siguió mientras subía las escaleras que había a la derecha. En la segunda planta había un pasillo con una serie de cortinas a ambos lados. Sango caminó por él antes de seleccionar una cortina y hacerla a un lado para entrar.
Dentro había una sala de tamaño mediano, con una pequeña bañera caliente en el centro y unos estantes en la pared del fondo. Sango revisó los estantes y sacó de ellos unos frascos de colores y paños de aseo. Empezó a sacarse las capas superiores de su juni-hito.
—¿Usted también se va a dar un baño, Tachibana-sama? —preguntó Kagome, sintiendo que debía violar alguna regla no escrita el que una noble y una plebeya se bañaran juntas.
—Por supuesto. Necesitará que alguien la ayude a lavarse adecuadamente y, de todos modos, tenía pensado darme un baño pronto.
La respuesta fue informal y despreocupada. Kagome se sintió un poco conmovida.
—¿Kagome-san? ¿Le importa ayudarme con mi juni-hito? Lamento molestarla, pero normalmente me traigo una ayudante. Se acerca el invierno y ya llevo quince capas —dijo Sango con timidez.
—Oh, claro —dijo Kagome, caminando hacia ella. Se maravilló en silencio de que Sango hubiera sido capaz de moverse con quince capas de pesada seda.
Sacaron las capas de finas telas y bordados entre las dos, colocándolas con cuidado en los estantes. Kagome se quitó sus pocas capas y las dos se metieron en la bañera.
Kagome sintió que todos sus músculos doloridos se relajaban en la calmante calidez, un suspiro de placer escapó de ella. Estaba segura de que nunca había sentido nada tan agradable en toda su vida, hundiéndose dichosamente en el agua hasta la barbilla. Sango observó a la chica con divertido afecto, relajada por la naturaleza modesta de su compañía.
Tras unos momentos de estar alegremente a remojo, Sango le tendió un paño a Kagome y ambas empezaron a lavarse. Sango añadió un poco de algo de un frasco de cristal tintado de rosa y el aroma del aloe y del sándalo se alzó con el vapor para llenar la sala.
Kagome inhaló profundamente, frotando todavía su piel con el trozo de tela. Era extraño ver el trapo volviéndose marrón con la suciedad, mientras parches de su piel empezaban a asomar.
—Sumerge la cabeza, Kagome-chan, así te lavaré el pelo —sugirió Sango cuando las dos hubieron terminado. Kagome percibió el cambio en la forma de dirigirse a ella y sonrió.
—De acuerdo.
Kagome sumergió la cabeza debajo del agua caliente, cerrando los ojos y saboreando la breve sensación de ingravidez. Cuando emergió, Sango se puso detrás de ella con un frasco púrpura en las manos.
Vertió de él un líquido espeso, frotándolo entre sus manos antes de ponerlo en el pelo de Kagome. La más mayor trabajó lenta y cuidadosamente, desenredando numerosos nudos e integrando la sustancia meticulosamente. Tenía un aroma placentero y ligero, y Kagome encontró que se le cerraban los ojos por voluntad propia.
—Mmm… ¿Tachibana-sama? —dijo Kagome.
—Sango.
—¿Eh?
—Puedes llamarme Sango, Kagome-chan. Tachibana-sama no parece adecuado viniendo de ti —dijo Sango, sus manos seguían trabajando diligentemente.
—Ah… de acuerdo, entonces. Gracias, Sango-sama —dijo Kagome en voz baja. La concesión de tal informalidad no era un gesto pequeño.
Sango se rio entre dientes.
—Supongo que eso servirá por el momento. ¿Querías preguntarme algo?
—Solo me preguntaba… y, por favor, dígame si es demasiado presuntuoso por mi parte preguntarlo, pero tengo curiosidad por saber de qué se conocen Miroku-sama y usted —se aventuró Kagome, pisando con cautela sobre la fina línea del decoro. Siempre había sido demasiado curiosa para su propio bien.
Las manos entrelazadas en su pelo oscuro se quedaron quietas. Kagome se tensó, dándose cuenta de que había llevado demasiado lejos la amabilidad de Sango. Le dio vueltas mentalmente, intentando encontrar algo que decir, pero las manos volvieron con rigidez a su trabajo y cerró la boca.
—Ja, ja, ja, ja… Vaya, no hay ninguna relación en particular entre el houshi y yo. Somos apenas conocidos, en realidad. Es decir, qué mujer podría desarrollar una relación con un… un hombre tan indecente —dijo Sango en un tono de voz un poco demasiado alto.
Sus dedos se flexionaron contra el cuero cabelludo de Kagome, rascando ligeramente. Kagome hizo una mueca, pero permaneció en silencio.
—Ya veo —dijo, agradeciendo no haber perdido a una amiga por su impertinencia. Decidió no forzar más el tema, a pesar de la sospechosa respuesta de Sango—. ¿Y qué hay de su clan, Sango-sama? Mencionó algo sobre taiji-ya —dijo Kagome, devolviendo la conversación a terreno seguro.
—Aclárate —ordenó Sango.
Kagome volvió a sumergir la cabeza. Le emocionó descubrir su pelo suave, sin nudos y con un olor agradable cuando volvió a la superficie, pasando los dedos a través de los resbaladizos mechones, maravillada.
—¿Te importaría devolverme el favor? —preguntó Sango, tendiéndole a Kagome el frasco antes de sumergirse bajo el agua.
Kagome repitió las acciones anteriores de Sango, echando la sustancia en sus manos y poniéndola en el pelo de la noble cuando resurgió.
Trabajó con indecisión, temiendo cometer errores. El pelo de Sango era mucho más bonito que el suyo, notó distraídamente, largo y suave, con pocos nudos.
—Mi clan lleva sirviendo al Tennō-sama desde hace generaciones y generaciones —empezó Sango—. Somos taiji-ya de profesión, cada uno de nosotros entrena en el arte de la exterminación de youkai desde muy temprana edad. Así fue cómo ganamos en un principio nuestro estatus noble hace tantos años.
—¿Usted está entrenada en el arte?
—Por supuesto —respondió Sango, con un atisbo de orgullo en su voz—. Me he entrenado desde pequeña en todas las artes guerreras, pero me especializo en el Hiraikotsu.
Parecía tan complacida consigo misma que Kagome dudó si preguntar, pero aun así lo hizo.
—¿Qué es un Hiraikotsu?
—Ah, perdón, olvido que la mayoría de la gente no sabe lo que es —dijo Sango, riéndose tímidamente—. Es… bueno, es… ¿Qué te parece si te lo enseño? No estoy muy segura de cómo explicártelo de una forma que le haga justicia.
Kagome asintió.
—¿Ha estado a menudo en el campo de batalla? —preguntó.
—A menudo no. Pelear demasiado es inadecuado para una mujer noble —dijo Sango, las palabras estaban ensayadas y eran de resignación en la forma de una lección aprendida a regañadientes—, pero he estado lo suficiente para comprender lo que ocurre. En general, solo se nos emplea para defender la propia capital, pero a veces he estado más lejos. Las aldeas están prácticamente indefensas y la gente siempre parece estar pasando por tiempos difíciles.
—Siempre lo están —admitió Kagome en voz baja, bajando a la realidad ante el recuerdo de su pequeña aldea.
Sango hizo una mueca, dándose cuenta de que había metido el dedo en la llaga accidentalmente.
—Me disculpo, Kagome-chan. Debe haber sido duro para ti —dijo con dulce sinceridad.
—Un poco —dijo Kagome despectivamente, negando con la cabeza para despejarla—, pero ahora está bien. Mi aldea estará bien y usted ha sido lo suficientemente amable para no ponérmelo difícil en este lugar.
—Bueno, si alguna vez necesitas algo… —Sango dejó la frase en el aire, pero Kagome lo entendió perfectamente.
—Gracias, Sango-sama. No dudaré en pedirlo.
Terminaron su baño en amigable silencio, recogiendo sus cosas y bajando para el último lavado antes de secarse. Se aplicaron algún tipo de loción de aloe de un tercer frasco verde sobre su piel antes de volver a vestirse y dirigirse a la residencia de Sango.
La residencia era grande y extensa, situada cerca del centro del Gran Palacio y, le informó Sango a Kagome, cerca del Palacio Interior, donde residía el Tennō. Había varios edificios más pequeños esparcidos por el espacio cerrado, conectados a la casa principal con pasarelas cubiertas.
Había un jardín grande en la parte de atrás, lleno de caminos y árboles de sakura, debajo de los cuales había un estanque koi. Kagome tuvo la continua y desorientadora sensación de haber entrado en un mundo alterno, limpio, hermoso y lleno de buenos olores de una forma que su pequeño mundo en la aldea no lo había sido nunca. Era impresionante.
Pero incluso en su asombro, se dio cuenta de lo vacía que estaba la residencia, salvo unos pocos sirvientes esparcidos aquí y allá. Sango explicó que muchos de los miembros de su clan se encontraban fuera en esos momentos, de servicio, por toda la agitación entre los youkai.
Kagome se sintió silenciosamente aliviada por no tener que lidiar con ningún otro noble. Habría sido tonto por su parte asumir que todos en el clan de Sango eran tan amables y abiertos como había demostrado serlo Sango.
En un momento dado, Sango se detuvo para hablar con una sirvienta, solicitando que le trajera ropa a Kagome hasta que Sango pudiera organizar para que le hicieran alguna. Kagome protestó ante esto, pero Sango no quiso ni escucharla.
La mayor parecía haber convertido en su misión personal el encargarse de la felicidad y de la comodidad de Kagome. Kagome acabó por rendirse, contenta en secreto por la preocupación de Sango hacia ella.
Después de que las dos terminaran de recorrer la residencia, Sango condujo a Kagome a una de las casas independientes, donde hizo que prepararan una habitación. La ropa que había pedido estaba dispuesta en el cuarto cuando llegaron, incluyendo dos juni-hito, un traje tradicional de miko y una ligera yukata para dormir.
Kagome hizo una reverencia, se disculpó y le dio las gracias a la noble profusamente por tomarse la molestia, pero Sango le quitó importancia con despreocupación. La noble pronto la dejó para que durmiera, pues se había hecho tarde.
Con la ayuda de la sirvienta a la que había llamado Sango, Kagome se consiguió poner las dos ligeras capas de la yukata para dormir. La sirvienta se habría llevado su ropa vieja para quemarla, pero Kagome la detuvo. De alguna forma no se atrevía a despedirse de ella, sin importar lo fuera de lugar que demostrara estar en la corte.
La sirvienta le dirigió una mirada de extrañeza, pero le hizo una respetuosa reverencia y dejó que Kagome se retirase para dormir. Kagome se metió en el futón grande que le habían preparado. Era cálido, estaba limpio y era cómodo.
No podía dormir.
El tiempo se extendía de forma interminable en la oscuridad y a cada momento Kagome se sentía más despierta. Sabía que debería haber estado cansada después de tan largo día. Incluso intentó discutir esto con su poco colaborador cuerpo. Aun así, no podía encontrar descanso y, al final, se frustró tanto que tuvo que levantarse y moverse.
Al principio se conformó con pasearse por el interior de su habitación, esperando cansarse. Eso pronto se volvió irritantemente repetitivo y se preguntó si tal vez un poco de aire fresco le ayudaría a calmarla lo suficiente para dormir. Estaba acostumbrada a dormir cerca del exterior, después de todo, y a oír el susurro del viento y el canto de los pájaros mientras se quedaba dormida. Se arrastró silenciosamente hacia el jardín que había detrás de la casa principal.
Era una noche especialmente oscura y Kagome se dio cuenta de que había luna nueva, pero, incluso con poca luz, los capullos cerrados de las sakuras eran hermosos de contemplar. Tenía ganas de que llegara la primavera, cuando florecerían, imaginándose sentada debajo de ellos compartiendo una comida con Sango y Miroku.
La noche estaba razonablemente cálida, a pesar de que el invierno se aproximaba rápidamente. Durante un tiempo, Kagome se entretuvo caminando por los caminos sin rumbo, intentando asimilar todo lo que había ocurrido. Todo parecía demasiado surrealista, incluso mientras estaba en medio de ello.
Cuando al fin se vio obligada a abandonar su paseo debido al muro bajo que cercaba la residencia Tachibana, alzó los ojos al cielo para buscar la estrella más brillante. La localizó rápidamente, junto con un árbol Enoki enorme que se extendía tan alto hacia el cielo que las estrellas parecían colgar de sus gigantescas ramas.
Kagome estiró la cabeza hacia atrás para observar ese mastodonte con los ojos muy abiertos. Parecía estar brillando a la vista de su sentido espiritual, su aura era de un fuerte dorado como nunca antes había visto. La sentía… cálida, de algún modo.
Llevada por una repentina urgencia, Kagome empezó a correr lo más silenciosamente que pudo, serpenteando para salir de los jardines y por la puerta principal de la residencia.
Hizo falta un poco de rastreo y de correr en círculos, pero al final consiguió llegar al árbol. Destacaba majestuosamente en el centro de la zona de jardines abiertos a la que Sango había llamado En no Matsubara, presidiendo con silenciosa autoridad.
Kagome redujo su acercamiento, con veneración en cada paso. Su aura pulsaba suavemente mientras avanzaba, envolviéndola con su propia calidez sobrenatural. Estiró las manos hacia el tronco, el aliento se quedó atrapado en su garganta cuando sus palmas entraron en contacto con la áspera corteza.
—Por los siete infiernos, ¿qué haces?
Kagome dio un gritito de sorpresa, el corazón le saltó en el pecho. Sus ojos buscaron frenéticamente en la oscuridad que la rodeaba, en busca de la fuente de la inesperada voz.
La borrosa silueta del que, suponía, era un joven, estaba sentada, casi oculta entre el revoltijo de raíces que sobresalían al pie del árbol. Era difícil distinguir mucho de él a la tenue luz de las estrellas, pero sus ojos oscuros parecían casi brillar mientras la observaban.
Su pelo, largo y tan oscuro que casi se fundía con el cielo nocturno, estaba acomodado descuidadamente entre las raíces, y tenía puesto un karaginu y un sashinuki negros de un material de aspecto elegante. Definitivamente, daba el pego como noble.
—Yo… ah, lo siento… yo… yo no pretendía… yo… —balbuceó Kagome, casi sin conseguir decir nada debido a su mortificación porque la hubieran visto. Hizo una profunda reverencia, con la cara ardiendo ante su intrusión accidental.
—No te pedí una disculpa, mujer —resopló el hombre y hubo un ligero crujido mientras se adentraba más en el cobijo de las raíces.
Kagome frunció el ceño, mirándolo desde su reverencia. Él ondeó una mano en gesto desdeñoso en su dirección.
—Me refiero a que eres libre de perderte. Molestas.
Apartó la mirada como si esas fueran sus últimas palabras sobre el tema.
Kagome se incorporó de su reverencia, su espalda se enderezó con indignación. Puede que fuera un noble, pero eso difícilmente le daba el derecho a tratarla con tanta grosería.
—¡No le he dirigido ni dos palabras! ¿Qué derecho tiene a decir que molesto? —replicó con la barbilla alzada con petulancia.
—Es bueno saber que puedes formar una frase completa. Así que lo volveré a intentar, lentamente para ti esta vez: Por los siete infiernos, ¿qué haces aquí fuera? —respondió, pareciendo no preocuparle el hecho de que le hubiera regañado alguien inferior a él en estatus.
—El árbol —dijo Kagome a regañadientes—. Sentí su aura y quise venir a verlo de cerca.
—¿El Goshinboku? ¿Sentiste su aura? —Esto pareció llamar su atención y el hombre salió de su lugar de descanso en las raíces, poniéndose en pie. Tenía rasgos muy fuertes, obvios incluso en la oscuridad.
—Soy una miko de la orden Shintō. El árbol… tiene un aura muy fuerte —explicó, su ira se enfrió momentáneamente al cesar el torrente de insultos.
—¿Eh? Por supuesto que el Goshinboku tiene un aura. Es antiguo. Debes de ser bastante lerda si nunca antes la has sentido.
La irritación estalló de nuevo rápidamente.
—¡No soy lerda! ¡Este es mi primer día en la capital!
—¿Qué? —dijo, avanzando ligeramente para examinarla—. Bueno, no recuerdo haber visto antes tu cara, pero todos en la corte tienen prácticamente el mismo aspecto, en cualquier caso.
—Bueno, yo no soy de la corte. Llegué hoy. Me trajo el houshi Miroku-sama —dijo Kagome.
—¿Ese baboso? —soltó con los ojos abiertos como platos—. No estás embarazada de él, ¿no?
—¡No! ¡No! ¿Qué? ¡No!
Él resopló.
—¿Entonces por qué te ha traído?
—Por mis habilidades espirituales. Miroku-sama cree que demostrarán ser útiles —dijo Kagome con las mejillas encendidas por la indecencia de su anterior sugerencia.
—Así que eso es lo que hizo cuando estuvo fuera —murmuró el hombre, más para sí que para ella—. No me sorprende que haya encontrado la forma de traerse una mujer. Naciste en una aldea, ¿eh?
—Sí. Mi nombre es Kagome —ofreció, años de entrenamiento de etiqueta hicieron del ofrecimiento de su nombre casi un acto reflejo.
—¿Kagome? —repitió como si estuviera probando la palabra y de alguna forma no le sorprendió la libertad que se tomó con su nombre—. Eres bastante bocazas para ser una miko.
—Y usted es bastante grosero para ser un cortesano —replicó Kagome, enfureciéndose una vez más. Sus ojos se encontraron en la oscuridad, aguantando la mirada por un largo momento en silencioso desafío.
—Feh. Da igual.
Con un resoplido, el hombre se giró para mirar hacia el horizonte. Había algo vagamente ansioso en su mirada y Kagome también se giró para mirar. Lo único que podía ver eran las estrellas.
—No le he preguntado por qué está aquí en mitad de la noche —dijo, se le había ocurrido de repente.
—¿Eso quiere decir que me lo vas a preguntar ahora? —dijo, mirándola de soslayo.
—Estoy haciéndolo.
—No sonó como una pregunta.
—Bien. ¿Qué hacía aquí en mitad de la noche? —suspiró Kagome. Era como hablar con un niño pequeño.
—Pensar —respondió.
—¿Pensar?
—Sí, pensar. Probablemente sea algo con lo que no estás muy familiarizada —bromeó. Había un mínimo atisbo de sonrisilla resistiendo en las comisuras de sus labios y Kagome podría haber jurado que se estaba divirtiendo de alguna forma con todo esto.
—¿En qué estaba pensando aquí fuera a estas horas de la noche, oh, gran sabio? —dijo Kagome, resistiendo la necesidad de poner los ojos en blanco.
—¡Keh! En muchas cosas.
—¿En muchas cosas? —repitió con incredulidad, presionando una mano agobiada contra su frente—. Gracias por ser tan terriblemente franco conmigo.
—Qué palabra tan culta, mujer.
—Solo para usted.
Kagome ya se encontraba a media mirada fulminante para cuando empezó a preguntarse por qué habían vuelto a degenerar en eso. Pero era extraño. Debajo de toda su cólera… una parte de ella estaba disfrutando un poco de esto. Era un alivio hablar tan libremente y el brillo de los ojos de él en la oscuridad sugería que tal vez no lo pensaba ella sola.
El hombre desvió la mirada súbitamente. La luz empezaba a teñir los bordes del cielo y hubo alarma en su rostro.
—Tengo que irme.
Empezó a marcharse, pero se detuvo y se dio la vuelta hacia ella.
—Hasta la próxima luna nueva, niña.
—¡Soy Kagome! —llamó, pero ya se había ido.
Con una pequeña risa, la joven se dio la vuelta y volvió a la residencia Tachibana. Cuando se acostó en su futón por segunda vez, se quedó dormida al instante, dándose cuenta justo antes de dormirse de que no había obtenido el nombre del extraño.
Por la mañana, cuando una sirvienta entró a despertarla, Kagome descubrió que se sentía extrañamente bien descansada a pesar de lo poco que había dormido.
La sirvienta la ayudó a vestirse antes de que pudiera reunirse con Sango para desayunar, aunque Kagome optó por ponerse el traje de miko, consistente en un karaginu blanco de manga larga y un hakama rojo con calcetines de tabi y sandalias zori. Tenía miedo del esfuerzo que haría falta para ponerse uno de los juni-hito de quince capas.
La sirvienta trajo después una palangana de agua para que se lavara la cara antes de ayudarle a peinarse su largo pelo. Una vez se determinó que estaba presentable, la sirvienta la condujo a un salón grande que tenía una mesa de comedor baja y larga, de madera oscura y brillante. Miroku y Sango estaban sentados sobre cojines a la mesa, aparentemente esperando su llegada para empezar a desayunar.
—¡Kagome-chan! Vaya, estás aún más encantadora de lo que podría haber imaginado —exclamó Miroku, saltando de su sitio en la mesa para conducir a Kagome hasta un asiento.
El gesto era claramente fraternal, pero no pudo evitar mirar a Sango para ver su reacción. Su amiga giró la cabeza rápidamente.
Kagome murmuró un incómodo agradecimiento y se sentó, todavía mirando ansiosamente a la noble. La taiji-ya se giró para mirar la mesa después de indicarle a una sirvienta que trajera el desayuno. Tenía una sonrisa demasiado amplia estampada firmemente en el rostro.
Kagome hizo una mueca, mirando hacia Miroku para ver si se había dado cuenta. Estaba esforzándose por parecer indiferente más de lo que ella creía necesario, examinando sus hashi con gran interés.
—¿Qué tal dormiste, Kagome-chan? Y, tal y como ha señalado tan amablemente el houshi, estás encantadora. El traje de miko te queda muy bien —dijo Sango con rigidez, aunque un poco de sinceridad se filtró al final. Parecía ser su propio intento de parecer indiferente.
—Dormí… bien —dijo Kagome, optando por no contarles su encuentro nocturno.
Parecía un poco demasiado atrevido para ser apropiado y, a la luz del día, medio pensaba que solo había sido un extraño sueño producto de los nervios.
—Y gracias de nuevo por la ropa, Sango-sama. Probablemente sea lo más elegante que me he puesto en toda mi vida. Me alegro de que piense que me queda bien.
La sonrisa de Sango se suavizó en las comisuras.
—En absoluto, Kagome-chan.
—Hoy tenemos que hacer algo muy importante, Kagome-chan —intervino Miroku, sintiendo que se había disipado la tensión en la sala—. No pude reunirme anoche con el Tennō-sama debido a que Su Majestad no se encontraba bien. Sin embargo, sí conseguí hablar con algunos miembros del Consejo de Estado para concertar hoy una reunión. Tras conversar sobre el tema, los miembros del Consejo creyeron que era mejor que tú y yo fuéramos presentados juntos ante Su Majestad.
—Oh, de acuerdo —dijo Kagome, aliviada por la idea de tener a Miroku con ella cuando se reuniera con el Tennō. El houshi, sin embargo, parecía un poco avergonzado.
—Me temo que eso no fue todo lo que decidieron —confesó—. También dijeron que sería mejor que nuestra reunión con el Tennō-sama fuera pública en lugar de privada. Todos los que actualmente residen en la corte estarán invitados a una ceremonia de bienvenida para verte con sus propios ojos.
Kagome se había quedado fría con las palabras «ceremonia de bienvenida». Una ceremonia centrada en ella y tan pronto tras su llegada… no estaba preparada en lo más mínimo…
—Lo siento de verdad, Kagome-chan —dijo Miroku, su rostro mostraba sincero pesar—. Intenté informar al Consejo de que seguramente te resultaría incómodo tal arreglo, pero no cedieron. La verdad, así es como se hacen las cosas en la corte.
—Kagome-chan —dijo Sango con compasión, yendo a arrodillarse junto a su amiga. Echó hacia atrás una de las mangas de su karaginu, apoyando una mano reconfortante sobre la de la miko.
—Estoy bien —consiguió decir Kagome, intentando convencerse a sí misma. La mano de Sango sobre la suya le devolvió un poco de calidez. Le dirigió a la mayor una sonrisa de agradecimiento—. Es decir, estoy un poco asustada, pero Miroku-sama se ha esforzado mucho para traerme a la corte, para empezar, así que tengo que comenzar a hacer mi parte en todo esto. Estaré bien, lo prometo.
—Ese es el espíritu —dijo Miroku con aprobación. Sango asintió enérgicamente, concordando, dándole una palmadita en la mano a Kagome antes de volver a su sitio.
—¿Cuándo va a tener lugar esta «ceremonia de bienvenida», Miroku-sama? —preguntó Kagome, cogiendo los hashi e intentando dar unos bocados. Notaba el estómago revuelto.
—Cuando el sol esté en su punto más alto en el cielo. Todavía tenemos un poco de tiempo —respondió Miroku, empezando a comer él también.
El delicioso pescado que Kagome había estado masticando se convirtió en arena en su boca, pero se obligó a tragar y a seguir comiendo. Sabía que necesitaría cualquier fuerza que pudiera reunir.
—¿Y cuántos cortesanos va a haber exactamente? —se obligó a preguntar, preparándose internamente para la respuesta.
—Oh, ni de lejos tantos como solía haber en la capital. Actualmente solo hay unos centenares —dijo Sango en lo que pretendía ser una forma alentadora.
Para una aldeana que no había visto ni a cien personas en sus quince años de vida no era tan alentador.
—Muchos de los cortesanos volvieron a las residencias de sus propias tierras cuando el actual Tennō-sama ascendió al trono.
—¿Los cortesanos tienen residencias separadas fuera de la capital? —preguntó Kagome, curiosa y agradecida por la momentánea distracción.
—¿No lo sabías? —dijo Sango—. Supongo que tu aldea no es de las que está conectada a un clan, entonces. Bueno, casi todos los clanes adecuadamente establecidos tienen una gran cantidad de tierra otorgada por el Tennō-sama y la capital es propiedad exclusiva del propio Tennō-sama, aunque se permite que los cortesanos tengan residencias aquí para estar cerca de la corte.
»Pero casi todos tienen también residencias en sus tierras y normalmente sus tierras coinciden con algunas aldeas en las que se ha establecido gente. Por tanto, al clan al que le pertenece la tierra también le pertenece la aldea y es responsable de su cuidado.
—Eso tiene sentido —dijo Kagome contemplativamente—. Debe ser bueno para esas aldeas tener la protección de los cortesanos, especialmente en estos tiempos.
—No tanto, aunque pueda parecer así a primera vista —dijo Sango, frunciendo el ceño—. Las aldeas obtienen un poco de protección, pero la mayoría de los esfuerzos de los guardias y espiritistas se centran en proteger la propia residencia. Además, las aldeas tienen que pagar un porcentaje de sus cosechas en impuestos al clan a cambio de que se les permita trabajar los campos de sus tierras.
»Bueno, las aldeas reciben herramientas mejores y terrenos y sistemas de irrigación con los que trabajar, pero mucha de la cosecha sigue yendo a la riqueza del clan. Puede que acaben estando peor que las aldeas no conectadas como la tuya, que se las arreglan con sus propios medios.
—Eso… no parece correcto —dijo Kagome, atribulada. ¿Su aldea se volvería así ahora que estaba conectada a la capital?
—Desafortunadamente, también es así cómo funciona la corte —dijo Miroku con cierta cantidad de resignación.
No debería serlo, no pudo evitar pensar Kagome. Terminó su comida en silencio y se levantó, haciendo una reverencia a sus amigos.
—Muchas gracias por la comida. Estaba deliciosa —dijo Kagome, pero era una pequeña mentira. Aunque era cierto que debía de estar deliciosa, sus frustraciones habían evitado que saborease la mayoría de ella—. ¿Le importaría que fuera a meditar al jardín hasta que sea hora de irnos, Sango-sama? Me gustaría intentar serenarme antes de la ceremonia.
—De acuerdo. Iré a por ti un poco antes de que tengamos que marcharnos para que podamos asegurarnos de que tienes el mejor aspecto posible. Probablemente no te sorprenderá enterarte de que las apariencias son muy importantes aquí en la corte.
—¿De verdad? Nunca me lo habría imaginado —bromeó Kagome, toqueteando la fina tela de su karaginu. Salió hacia los jardines.
La dentellada del invierno volvía a estar en el aire a pesar de la fuerte luz del sol, pero Kagome descubrió que el frío no penetraba en su ropa nueva de la forma en la que lo había hecho en la vieja.
Escogió un lugar bajo un árbol de sakura cerca de un estanque koi, sentándose con las piernas cruzadas y las manos descansando sobre sus rodillas. Cerró los ojos y empezó a concentrarse en su respiración.
Sintió punzadas de pánico unas cuantas veces en la periferia de su mente, intentando devolverla a la preocupación sobre la inminente ceremonia y los aprietos de las aldeas, pero Kagome las expulsó con cada exhalación.
A través de las palmas en sus manos, extrajo pequeñas cantidades de energía espiritual del árbol hibernante que tenía detrás y de los peces que nadaban sin prisas en el estanque, absorbiendo su paz hacia su interior. Pronto consiguió perderse entre el pulso tranquilo y continuo de la naturaleza que la rodeaba. El tiempo pasó por su distraída forma como el paso de un río sobre las suaves piedras.
Cuando el sol ascendió en el cielo, una mano vacilante se estiró y le dio un toquecito en el hombro. Kagome volvió a introducirse en su cuerpo como si resurgiera de las profundidades del agua. Sango estaba allí, con expresión apenada por haberla molestado.
—¿Es hora de prepararse? —preguntó Kagome, rotando los hombros para eliminar su rigidez. Sango asintió.
—Sí. Mis disculpas. Parecías tan tranquila así. La verdad es que pasé por tu lado un par de veces y ni me di cuenta de que estabas aquí sentada. De alguna forma parecías parte de la naturaleza.
—Ese viene a ser el objetivo —dijo Kagome, complacida por la admiración en el tono de su amiga.
—¿Podrías enseñarme a hacerlo en alguna ocasión? Probablemente me resultaría útil antes de ir a una misión —dijo Sango, ayudando a Kagome con sus torpes intentos por ponerse en pie. Las piernas de la miko se habían dormido completamente.
—Claro —dijo Kagome inmediatamente.
Sango la ayudó a ir con su cojera hasta la casa independiente, que era su actual residencia. Kagome contuvo risitas nerviosas de dolor por los pinchazos que circulaban por sus piernas mientras recuperaban la sensibilidad. Sango ayudó a Kagome a lavarse la cara a conciencia y a volver a peinarse.
—¿Estás segura de que no quieres ponerte uno de los juni-hito? El azul resaltaría mucho tus ojos —dijo Sango, sosteniendo en alto el karaginu de dicho juni-hito.
—Así está bien, Sango-sama. Tengo la sensación de que no voy a ser ni de cerca tan grácil como usted las primeras veces que me ponga un juni-hito y no creo que esa sea la impresión que quiera causar en la corte. Además, me estoy presentando como espiritista, así que debería parecer que lo soy.
—Cierto —concedió Sango, un poco decepcionada mientras dejaba el sobretodo entre las demás capas.
Sango estaba ansiosa por ver cómo le quedaría a su nueva amiga el atuendo formal de la corte. Anticipaba que demostraría ser una belleza clásica, puede que incluso una belleza de la corte. Eso conseguiría fácilmente la aprobación de los cortesanos, por lo menos.
—¿Hemos terminado, entonces? —preguntó Kagome, inspeccionándose en el espejo redondo de mano que le había dado Sango. Sí que parecía lo suficientemente limpia y arreglada como para no destacar tanto.
—¡Ah! ¡Solo una cosa más! —exclamó Sango, apresurándose tanto como le permitió su juni-hito hacia un pequeño baúl ornamentado de madera. Lo abrió y sacó una caja circular de marfil, llevándola luego hasta Kagome.
Sango se arrodilló a su lado, sacando la tapa de la caja y depositándola a un lado. Dentro había una serie de brochas de diferentes tamaños y varios polvos de diferentes tonos.
—Tu piel está un poco bronceada por el tiempo que has pasado bajo el sol. Podemos usar polvo para hacerte parecer pálida hasta que se desvanezca —explicó Sango, sacando una de las brochas y hundiéndola en el polvo blanco.
Pasó la brocha ligeramente por el rostro y el cuello de Kagome hasta el borde donde el traje se encontraba con la piel. Kagome observó en el espejo que su piel se volvía tan pálida como la de Sango. De repente, sus ojos grises parecían resaltar mucho en contraste.
—Huele un poco raro —dijo Kagome, arrugando la nariz—. ¿De qué está hecho?
—Probablemente prefieras no saberlo —respondió Sango, volviendo a meter la brocha en la caja. Kagome puso mala cara.
—Mmmm —canturreó Sango, girando el rostro de Kagome a un lado y a otro para examinar su trabajo—. Así está bien, hace que te resalten un poco más los ojos, pero todavía falta algo…
Sango levantó una brocha más pequeña y la hundió suavemente en un polvo azul intenso, ordenándole a Kagome que cerrase los ojos. Pintó ligeramente sobre sus párpados.
Kagome abrió los ojos cuando Sango hubo terminado y examinó su rostro en el espejo. Era impresionante cómo podía alterar el polvo a una persona, reflexionó. Giró la cara a un lado y a otro, admirando el efecto en su reflejo.
La pálida piel y la sombra azul cubriendo sus ojos la hacían parecer regia de una forma distante, con sus inusuales ojos grises nítidos y claros. Era una ligera ventaja por la que daba gracias.
—Gracias, Sango-sama. Creo que ahora estoy mucho más adecuada para enfrentarme a ellos.
—Estarás bien, Kagome-chan. El houshi parece tener mucha fe en ti y sé que no pone su fe en nada a la ligera —dijo Sango con ternura, guardando la caja de marfil.
Y eso que los dos solo eran «apenas conocidos», observó Kagome astutamente. Asintió igualmente, aceptando el halago.
—Bueno, es hora de que nos vayamos. ¿Estás lista? —dijo Sango.
—Tan lista como puedo estar.
—Vamos, entonces.
Sango cogió la mano de Kagome y juntas se encaminaron al Daigokuden para la reunión que decidiría el destino de Kagome.
Cuando llegaron al edificio amenazante de múltiples tejados, a Sango se le permitió entrar, mientras que a Kagome se le indicó que permaneciera fuera hasta que los cortesanos terminasen de llegar.
Sango se separó de su amiga a regañadientes, apretándole las manos y deseándole suerte antes de entrar para unirse a su clan.
El miedo empezó a abrirse paso en el corazón martilleante de Kagome debido a la separación, pero lo contuvo con valentía con el recuerdo de su anterior paz en el jardín. Tenía que mantener la compostura para superar esto.
Miroku pronto se unió a ella para esperar en el exterior, informándole de que solo era cuestión de momentos antes de que se les permitiera entrar. De verdad que esperaba que así fuera, porque la espera estaba empezando desgastarla.
Al fin, un guardia de la corte emergió del edificio y les informó de que era momento de que entraran.
Miroku le dirigió una amable sonrisa y le apretó la mano tranquilizadoramente. Ella asintió, le retumbaba fuertemente el corazón en la boca del estómago. Correspondiendo a su asentimiento, Miroku atravesó primero las puertas. Kagome pasó detrás de él, se le alzó una onda vertiginosa de sangre que le retumbó en sus orejas.
La visión que la recibió casi fue más de lo que podía asimilar.
El edificio era espacioso y de techos bajos en el interior, rodeado de paredes con pilares rojos. Tanto a su izquierda como a su derecha se arrodillaba un mar de nobles sobre el pulido suelo de madera, en un despliegue de sedas coloridas y de galas tan radiantes y variadas que Kagome pensó que podría quedarse ciega. Formaban un largo pasillo por el que Miroku caminaba lentamente. Kagome lo seguía con pasos tan pequeños y cuidadosamente comedidos como le había visto dar a Sango.
Al final del pasillo, que le pareció eterno, había una tarima elevada con unos peldaños que conducían a ella. En lo alto se encontraba un ornamentado trono de oro y marfil, con imágenes de la diosa del sol, Amaterasu, talladas en la base.
El trono, no obstante, estaba parcialmente oscurecido por una pantalla de listones de seda dorada situada enfrente. A través de ella, Kagome podía distinguir la borrosa silueta de un hombre, que solo pudo asumir que sería el mismísimo Tennō. Recordó que Miroku le había mencionado una vez que el Tennō siempre se sentaba detrás de una pantalla, y solo permitía que aquellos de más alto rango y sus sirvientes directos vieran su sagrada persona.
A la derecha del trono estaba arrodillada una mujer impresionantemente hermosa e increíblemente pálida, vestida con un juni-hito rojo y blanco sobre un cojín de intrincada seda bordada. Su rostro, a pesar de la finura de sus facciones, parecía terriblemente frío.
Toda la sala había empezado a alborotarse con la entrada de Kagome, los abanicos se movían animadamente en todas las manos, pero cayó el silencio cuando el houshi y la miko llegaron a arrodillarse a los pies del trono. Ambos hicieron una profunda reverencia.
Kagome esperó a que Miroku se irguiera antes de levantar su cabeza, intentando concentrarse en él y desconectar de todo lo demás. No se atrevió a buscar a Sango entre las extrañas caras pintadas de la multitud.
—Su Majestad —comenzó el houshi grandiosamente, levantando la voz para que se desplazara por toda la sala—. He regresado del honor de mi encargo para informar de mis hallazgos sobre la situación en la frontera meridional.
Se detuvo, esperando la respuesta.
—Continúa —llegó la voz desde detrás de la pantalla. Kagome se sorprendió un poco por su matiz brusco.
Miroku se inclinó rápidamente y continuó:
—Por desgracia, he sido incapaz de encontrar la fuente exacta de los disturbios. Sin embargo, fui capaz de descubrir la aldea que había sobrevivido a los ataques y la razón de que se hubiera salvado, que creo que está relacionada con los disturbios.
Hizo un gesto de barrido en dirección a Kagome. Ella se esforzó por no encogerse mientras todos los ojos se giraban hacia ella, reiniciándose el parloteo de la multitud en menor grado. Sentía como si la sangre de su cuerpo hubiera subido para calentarle la cara.
—Kagome —llegó de nuevo la voz desde detrás de la pantalla.
Miroku frunció el ceño y Kagome notó que ella hacía lo mismo. Nadie había mencionado su nombre todavía.
—Ah… El Consejo Nos lo ha dicho —dijo el Tennō rápidamente.
La noble a su derecha le dirigió una mirada vagamente inquisitiva, el primer atisbo real de expresión que Kagome había visto en su rostro desde el inicio de la ceremonia. Al menos eso confirmaba que no era simplemente una extraña muñeca de porcelana de tamaño real.
—Sí, por supuesto —dijo Miroku, aunque no pareció completamente satisfecho con la respuesta.
Kagome oyó el nombre del Tennō entrando en la charla que la rodeaba, seguido de unas risitas nerviosas. Frunció el ceño, preguntándose la razón.
—Continúa con tu explicación, Houshi —ordenó el Tennō. Miroku volvió a hacer una reverencia.
—Por supuesto, Majestad —dijo Miroku—. Como iba diciendo, Kagome-san fue la fuente de salvación de la aldea. Fue capaz de levantar una barrera lo suficientemente amplia y fuerte como para repeler los ataques youkai usando sus habilidades espirituales. Así, su aldea se salvó.
»Desafortunadamente, Kagome-san está relativamente falta de entrenamiento en las artes espirituales y creo que puede haber sido su poderosa y perceptible aura la que estaba atrayendo a los youkai a la zona desde un principio.
Kagome hizo una mueca, se había olvidado de ese detalle en medio de todo lo demás. Las exclamaciones se extendieron por la multitud. Los abanicos y las bocas enloquecieron, charlando y batiéndose en un loco caos.
—¡Callaos! —bramó una voz y a Kagome le sorprendió darse cuenta de que era la del Tennō. Su forma de hablar no era mejor que la de muchos de los hombres más vastos de su aldea—. Estamos seguros de que la corte se pregunta por qué has traído a la niñ… mujer aquí cuando piensas que ha sido ella la causante de ese desastre —continuó Su Majestad y Kagome sintió de nuevo curiosidad por su desliz.
¿Este era el hombre que se suponía que descendía de la propia kami del sol?
—Como he mencionado antes, Majestad, creo que Kagome-san posee habilidades espirituales que pueden no tener rival. Siendo ese el caso, pensé que la mejor opción sería traerla aquí para que se le entrene adecuadamente en su uso y control —explicó Miroku—. De esta forma, los disturbios de la frontera meridional cesan y Su Majestad gana una poderosa espiritista que emplear a su discreción. Creo que demostrará ser particularmente útil en tiempos como en los que nos encontramos, Majestad.
—¿Sabes lo poco ortodoxo que sería aceptar a alguien de baja cuna dentro de la corte? —preguntó el Tennō.
—Soy consciente, Majestad. Sin embargo, creo que Kagome-san es completamente capaz de adaptarse a cualquier situación y no creo que su estatus de nacimiento vaya a entorpecerla en modo alguno —declaró Miroku con convicción.
La sala volvió a quedarse en silencio, todos esperaban la decisión del Tennō. Miroku se giró parcialmente hacia Kagome, ofreciéndole una pequeña sonrisa. Kagome consiguió corresponderle al gesto, agradecida por la fe que había demostrado tener en ella. Se preparó para conocer su destino, volviendo la mirada con expectación hacia la pantalla de seda. Sus manos temblaban ligeramente donde las tenía entrelazadas en su regazo.
—Houshi, Hemos considerado tu opinión —intervino finalmente el Tennō. Kagome respiró hondo.
—Y Determinamos que la miko Kagome tendrá permitido quedarse con la condición de que complete con éxito todo el entrenamiento de la corte.
La sala se puso en movimiento una vez más y Kagome oyó que se alzaban varios gritos de protesta. Miró con ojos bien abiertos a Miroku, que le sonreía ampliamente en medio del clamor. Una sonrisa igual se extendió por su rostro. En la lejanía, pudo oír a Sango vitoreando.
—Silencio.
Una voz resonó por encima del clamor. Los ojos se volvieron hacia la fuente y los abanicos se detuvieron poco a poco.
Era la mujer que estaba en el lado derecho de la tarima, y no parecía complacida.
—Aunque no pretendo contradecir la palabra del Tennō-sama, que todos sabemos que es la ley, siento que es mi deber como futura emperatriz expresar mi opinión —dijo, su voz resonó con la claridad y nitidez de una campana—. Mi señor y Majestad, no creo que sea apropiado permitir que una plebeya entre en la corte, por muy cuestionablemente dotada que pueda estar. Si los kami no han visto adecuado darle un estatus noble desde su nacimiento, entonces no está destinada a estar entre nosotros más que cualquier otro plebeyo.
Muchos de los cortesanos empezaron a vitorear y a aplaudir.
Cómo es eso no contradictorio, se preguntó Kagome. La futura emperatriz cruzó la mirada con la miko por un breve instante, pero no había nada del desagrado o descontento que Kagome había esperado ver en los profundos ojos castaños de la otra mujer. Permanecieron vagamente indiferentes.
—Kikyou, Entendemos lo que quieres decir, pero no te corresponde a ti tomar esas decisiones —intervino el Tennō.
—Simplemente no es apropiado, mi señor —persistió la mujer, Kikyou, sin emoción—. No tenemos más que la palabra del Houshi de que posee dones espirituales notables e, incluso si es así, tendrían que ser bastante considerables para albergar siquiera la idea de traerla a la corte.
—¿Qué te hará cambiar de opinión, entonces? —preguntó el Tennō, pareciendo ceder un poco.
Kagome frunció el ceño, preguntándose por qué alguien con autoridad absoluta se permitía ser dirigido de esa manera.
Kikyou consideró sus palabras por un momento.
—Hay un nido de youkai cerca de las tierras de mi clan, al este, que ha demostrado ser particularmente molesto. Si esta chica fuera allí y se deshiciera de todo el nido, solo con el conocimiento espiritual que tiene ahora y sin entrenamiento de la corte que le asista, entonces cambiaría de opinión y diría que de verdad se encuentra entre los agraciados por los kami.
—Kikyou… —dijo el Tennō con incredulidad.
—Con todo el debido respeto a la futura Majestad y a Su Majestad —interrumpió Miroku, poniéndose en pie—. Creo que esta prueba es irracional. Tal mandado sería una sentencia de muerte para casi cualquier espiritista…
—Entonces obviamente no estaba destinada a estar aquí, Houshi-sama —le cortó Kikyou—. Devuélvala a su aldea.
Su mirada volvió a encontrarse con la de Kagome, los ojos de la futura emperatriz no mostraban preocupación por el destino de la miko. La ira se alzó como bilis en la garganta de Kagome.
—Lo haré —declaró en voz bien alta.
Miroku se dio la vuelta para mirarla, con expresión de terror.
—Kagome-chan…
Ella negó con la cabeza y se puso en pie, sus ojos no abandonaron en ningún momento los de Kikyou. La futura emperatriz parecía un poco sorprendida, con una delicada ceja arqueada.
—No vayas a pensar que me sentiré mal si pereces en el intento —dijo Kikyou con frialdad.
—No lo hago. Después de todo, si muero, entonces significará que esa era la voluntad de los kami para mí —replicó Kagome.
—Como desees. Partirás dentro de una semana. Prepárate.
En medio de los vítores y de los aleteos de los resplandecientes abanicos de los cortesanos, el destino de Kagome quedó así sellado.
Nota de la autora: Vaya, qué capítulo tan largo. Al menos me pareció largo cuando lo escribía. Siento someteros a mis terribles descripciones arquitectónicas, pero creo firmemente en establecer el escenario, así que lo único que puedo decir es que lo he hecho lo mejor que he podido.
Además, como apunte, he errado en algunos detalles históricos en este capítulo. Lo hice a propósito y me disculpo ante los que os guste la historia por si esperabais un retrato más fiel de la época Heian. Los puntos principales que he alterado con el propósito de avanzar con la historia son:
1) Los hábitos de baño en el período Heian: aunque probablemente había una especie de casas de baño en la capital, el ritual de baño que es popular hoy en Japón no había despegado en el período Heian. En otras palabras, no se bañaban mucho, pero encontré más fácil apegarme a un ritual de limpieza más parecido al del Japón moderno, porque lo conozco más y necesito utilizarlo en mi trama.
2) Las mujeres y su estatus: aunque el período Heian fue una época en la que se valoraba mucho a las mujeres (fue uno de los pocos períodos en la historia japonesa en el que se valoraba más a una niña que a un niño), las mujeres aun así llevaban vidas de relativa reclusión.
Solo sus maridos tenían permitido verles los rostros (el resto del tiempo en el que se encontraban con hombres lo hacían a través de una pantalla) y no eran físicamente muy activas. Además, el ideal de belleza de Heian era de ojos pequeños, con todos los dientes ennegrecidos (para que la boca pareciera vacía al sonreír, por alguna razón pensaban que los dientes eran desagradables), el pelo muy largo y oscuro, y las cejas completamente depiladas y repintadas en líneas rectas, más o menos dos centímetros por encima de la línea natural.
Obviamente, no me he apegado a la mayor parte de esto porque ni quería escribir una historia en la que Kagome y Sango estuvieran sentadas peinándose todo el día, ni una historia en la que sus aspectos estuvieran alterados de forma tan drástica por la falta de dientes y cejas que sonaran irreconocibles.
Además, en cuanto a los apellidos de Sango y Miroku, el de Miroku lo saqué del nombre de la secta budista más popular durante el período Heian. El apellido de Sango es el nombre real de uno de los cuatro clanes que eran particularmente poderosos durante el período Heian. Kagome, por otra parte, carece notablemente de apellido a pesar de tenerlo en el canon porque durante la época Heian solo los de la clase dominante tenían apellido. Por tanto, se queda simplemente como Kagome para nuestros propósitos narrativos.
Para los que os disteis cuenta y pensasteis «¿qué demonios?», hice que el Tennō se refiriera a sí mismo en plural en la última escena. Estaba intentando ser auténtica, ya que los emperadores japoneses normalmente se refieren a sí mismos con la palabra «yo», que se traduce en plural. No estoy completamente segura de las razones de esto, pero tiene algo que ver con que el emperador sea una especie de «casa» en la que pueden residir los dioses (creo).
Si tenéis cualquier otra pregunta que no haya respondido aquí, ¡hacédmela sin problema!
Nota de la traductora: No me voy a extender mucho, porque el capítulo en sí ya es lo suficientemente largo. Solo quiero daros las gracias una vez más por todo vuestro apoyo en forma de reviews y de favoritos y alertas, me alegran muchísimo el día y me ayudan a seguir traduciendo con fuerzas.
¡Hasta la próxima!
