Capítulo 2
Konohagakure
La Aldea Oculta de la Hoja fue una visión maravillosa para sus ojos, un punto de luz en la niebla opaca.
Minato paseó su mirada por la montaña donde estaban esculpidos las caras de los Hokages por un segundo —los rostros que definieron la historia tallados en piedra— y la resolución que había construido por todo el camino tambaleó momentáneamente aún antes de atravesar la encontrada que daba a la villa. Si bien en la penumbra plateada de la noche no podía distinguir con precisión las figuras de los dirigentes de Konohagakure, era capaz de diferenciar cuatro rostros cincelados en la roca. La última vez que había visto la insignia de su aldea, justo antes de partir para la misión de Rōran, solamente había tres; Shodaime, Nidaime y Sandaime. Los mismos tres rostros que habían estado en lo alto de la villa desde que Minato tenía memoria.
La noción de que alguien reemplazase a Sarutobi Hiruzen en el papel era vaga en sus pensamientos. Lógicamente, él sabía que el mandato del Tercer Hokage no podría durar para siempre. Alguien tendría que sucederlo. Sin embargo, Sarutobi llevaba más de dos décadas en su puesto y se veía igualmente capaz, fuerte al frente de las fuerzas de Konoha, de lo que había estado durante los últimos años. Su benevolencia y amabilidad lo habían hecho popular y muy querido por todos de el pueblo. Sin mencionar el hecho que su regencia había superado unos cuantos conflictos bélicos.
Tenía que enfrentarse a la posibilidad de que habían avanzado en el tiempo más de lo que esperaban.
Más de lo que había querido imaginar. Más de lo que quería considerar.
—¿Cuánto tiempo habrá pasado? —preguntó Kakashi. Ninguno de los dos había podido estimar una cantidad durante el trayecto, debido a la falta de conocimiento. No había habido muchos cambios en los pasajes entre los países de Fuego y Viento—. No parece haber sido mucho.
Kakashi no estaba mirando la montaña Hokage. Sus ojos se habían fijado en uno de los árboles que adornaba la entrada a Konoha. Minato registró la diferencia una vez que fijó su atención en el mismo árbol de cerezo que había visto durante toda su vida. Los árboles crecían constantemente, fieles y tenaces. Eran mejores señaladores del paso del tiempo que las piedras.
—No debemos especular mucho —dijo Minato, más para sí mismo que para Kakashi—. ¿Tienes la máscara que te di?
Era una costumbre ANBU llevar máscaras con caras de animales, pero Minato había tomado la precaución de llevar algunas consigo para Rōran debido a la naturaleza de la misión. La reina de Rōran había requerido los servicios de ninjas especialistas de sellado después de todo —los maestros de Fūinjutsu escaseaban— y sabía que había enviado la petición a varias Aldeas Ocultas. Su identidad era uno de los bienes más preciosos que poseían y las máscaras servirían perfectamente para ocultarlos. Pese a que Kakashi ocultaba su rostro parcialmente todo el tiempo, su aspecto era muy distintivo para correr libremente por la aldea. Minato también era fácilmente notable en una multitud.
Ninguna de las máscaras tenía una boca. La de Kakashi era redondeada pero dejaba la impresión que estaba frunciendo el ceño debido a las líneas de color que se marcaban en la altura de la frente. La de Minato era más alargada, con un contorno triangular. y garabatos alrededor de los ojos. En Konoha todos los aldeanos estaban acostumbrados a la presencia de hombres enmascarados, a los secretos que representaban, que sabía que no llamarían la atención. Más de la mitad de los habitantes de la aldea no sabían quién era y quién no era ANBU si los cruzaban a plena luz.
—Parece que estamos en época de festival —comentó Minato, una vez que se adentraron en la villa. Había demasiada claridad en las calles de Konoha para que se tratase de un día cualquiera. El colorido ambiente, las calles adornadas y llenas de luz en la noche, señalaba a alguna festividad.
No había forma de saber cuál de todas las celebraciones se trataba.
Kakashi y Minato habían partido de la aldea en su misión a Rōran en la primer quincena de agosto, un mes antes de que Kakashi Kakashi hubiese cumplido los diez años. Si la época era la misma, descartaba varios días festivos como el Hanami de los días de marzo o las celebraciones de Año Nuevo en los albores de enero. El Festival Rinne era bastante particular para ser confundido en los primeros del invierno. Y el clan Nara tenía su celebración con el incendio anual en el bosque, visible desde la aldea, que era apreciado por todos en Konoha como un símbolo de resurgimiento tras las guerras y los tantos conflictos de los que su pueblo había participado, sobrevivido. La mayoría de los festivales eran celebrados tras el solsticio de verano y la coreografía de la mayoría de ellos estaba tan arraigada que eran fácilmente reconocibles. Si estaban adentrados en el mes de octubre, entonces tendrían que estar los preparativos para celebrar el Tsukimi pero no había indicios de que ese fuese el caso. La celebración de la Luna tenía un aire más solemne, más contemplativa.
El ambiente era agradable, de cualquier manera. Konoha estaba en tensión en la época de la que ellos provenían —los rumores de una declaración de Guerra estaban sonando fuertemente— por lo que el cambio era más que una buena noticia.
Era prometedor.
—¿Todavía piensa que es buena idea presentarnos directamente? —dudó Kakashi.
Minato quería decir que «sí». En realidad no importaba quién era el Hokage en un sentido real porque de todas formas los registros de Konoha estaban destinados a ser documentos permanentes. Y ellos eran shinobis de la Hoja por lo que recibirían ayuda, si la solicitaban.
Aún así… No le gustaba en absoluto desconocer la identidad del sucesor de Sandaime.
La condición para ser Hokage era ser reconocido por el pueblo más que otro elemento en la ecuación. El poder importaba, desde luego, pero el reconocimiento tenía mérito mayor. Había varios ninjas populares en el tiempo de Minato. Los Sannin, por ejemplo. Los rumores decían que alguno de los tres tomaría el manto de su maestro.
Él esperaba que fuese Jiraiya-sensei .
Resistió el impulso de estudiar el rostro en la roca de los Hokages para ver si reconocía a Jiraiya. Tenían otras cosas más apremiantes en las que pensar.
—Quizá debamos informarnos un poco mejor —admitió en voz baja. Su maestro amaba la aldea pero también le gustaba viajar. Era impredecible lo que pasaría con él, siempre—. Me gustaría ver si encuentro a Jiraiya-sensei primero.
Minato se tensó. Una presencia se materializó repentinamente en su campo receptivo —exageradamente cerca— pero no hubo ningún tipo de acercamiento hostil.
Se preguntó si su llegada había sido obvia. Si estaban siendo descuidados. Afianzó el control de su chakra un poco más.
—Hay alguien siguiéndonos, ¿cierto?
Minato hizo una pausa. La presencia se había alejado hasta ser un murmullo lejano. —Puede que sí. Pero no hagas caso... Somos turistas aquí después de todo.
Kakashi se quedó en silencio contemplativo. —¿Debemos separarnos? —La voz de Kakashi era su susurro lleno de tensión—. No soy tan rápido.
Se recordó que le había dado a Kakashi un kunai y, además, que estaban en Konoha. Tal vez no era la aldea que recordaban pero era su hogar, su aldea. Sabían cómo funcionaba. Y Kakashi tenía razón.
Minato era más rápido.
—Lo haremos, pero solo por un tiempo. Mantén el perfil bajo. Quédate cerca de la gente...Y si puedes averiguar algo, mejor. No dejes que te-
—Sensei. —La voz de Kakashi estaba llena de algo que Minato no podía identificar. Frustración, quizá. Kakashi había tenido que lidiar con la desconfianza en más de una faceta y resentía la idea de que dudasen de él—. No te decepcionaré. Te encontraré en veinte minutos.
No se trata sobre eso, quería decir.
Minato había perdido a sus dos compañeros de equipo, sus amigos, durante la Segunda Guerra Shinobi, cuando apenas habían alcanzado a salir al mundo. El desarrollo del Hiraishin no jutsu había nacido como una respuesta exacta para esas pérdidas —la técnica se basaba en la rapidez para desplazarse— y no quería seguir fallándole a sus compañeros. A sí mismo.
No tenía idea cómo articular esas palabras a Kakashi, sin que sonasen tan emocionales. Su alumno odiaría esa muestra de debilidad.
Era lo más complicado de tratar con el pequeño. Sin importar lo que Minato sintiese, Kakashi prefería lidiar con lo puramente superficial en lo referente a las emociones.
—Sé que no lo harás —optó por decir. Kakashi hizo un asentimiento; una confirmación, y se esfumó en el mar de gente.
Lo único bueno era que su máscara llamaría aún menos la atención en el festival.
«Deberías dejar de preocuparte todo el tiempo, dattebane. Envejecerás más rápido». La voz de Kushina, vivaz, impetuosa y alegre, hizo eco en sus pensamientos. Era curioso que ella dijese esas cosas porque Minato era el más optimista de los dos —Kushina podía inventarse treinta problemas en un minuto—, pero él también solía ser quien más se obsesionaba con las ideas y necesitaba que lo sacasen un poco de su cabeza.
Si pensaba en ella podía ver el rojo furioso de su pelo largo, el mar violeta de sus ojos. Y sentir el tacto contra la punta de sus dedos. Si pensaba en ella las cosas se saldrían de foco y era lo que menos necesitaba.
Minato se fue a buscar a su maestro.
La villa principal de Konoha era diferente a lo que Minato recordaba pero él no podía encontrar el punto exacto en el que fallaba el contraste. Era como ver un libro que conocías perfectamente guardado en un orden distinto al que acostumbraba estar dentro de la biblioteca. Uno no podía percatarse del detalle hasta que lo examinaba con cuidado o regresaba a su lugar. Pero el error persistía en el fondo de la mente, fulminante. Rogando para que alguien lo descubriera.
Los rostros de las personas que se movían por las calles no eran del todo familiares —algunos sí eran dolorosamente conocidos pero eran la minoría— y su maestro brillaba por su ausencia. No estaba en ninguno de los sitios en los que solía frecuentar ni tampoco había podido encontrar a Tsunade-san ni a Orochimaru-san.
No podía evitar preguntarse por qué no sentía la presencia de Kushina con claridad. Había una sensación de lejano reconocimiento pero no lo suficiente como para señalarlo. No siempre había estado en sintonía con ella, con su energía, pero Minato era un sensor decente. Podía percibir con facilidad el chakra de los que estaban en las cercanías si tocaba el suelo pero era aún más sencillo con gente con la que convivía a diario ya que no necesitaba hacer más que concentrarse. Kushina, además, poseía un chakra muy distintivo.
La tienda de Ichiraku —a la que había ido con la esperanza de, aunque sea, ver a Kushina— estaba en el lugar de siempre, constante y firme, desconociendo el paso de los años. Minato sonrió al ver que la hija de Teuchi, que era apenas una niña en sus memorias, salía de su tienda para atender a los clientes que se habían quedado fuera junto con un par de jóvenes que no conocía. Él decidió que podía hacer una compra también.
—Eh, nee-chan —La voz de un niño, aguda y chillona, pellizcó sus oídos cuando él se movió tras haber recibido su pedido. Teuchi no había cambiado en absoluto, por lo que podía ver—. ¿No hay Miso ramen?
—Este es el especial del día —escuchó que Ayame anunciaba en respuesta—. Es Tsukimi ramen.
Estaban en el Festival de la Luna, entonces. Uno más alegre, aparentemente.
Octubre.
—Ah. ¿Y qué tiene de diferente al Miso ramen?
—¡Eh, Akamaru, espera! —Minato se movió para esquivar al niño que corría intempestivamente por medio de la calle junto con un cachorro, y se alejó completamente de la tienda.
No encontró ninguna cabellera roja.
Minato había tratado de no pensar en su presente —su futuro— pero una vez que dejó atrás el barullo de los comercios y las risas de los niños se encontró dando vueltas en cuestiones irrelevantes mientras contemplaba el colorido de los adornos de las calles.
Había una cosa que no le sentaba bien, Además de las obvias ausencias de sus conocidos. Los Uchiha, la policía, solían estar presentes en los eventos festivos también —Minato siempre veía al menos a un par de ellos haciendo rondas alrededor del centro porque se tomaban su labor con la seriedad que ameritaba— y no estaban en ningún lugar a la vista, tampoco.
La presencia de Sandaime, por el contrario, era clara como el día en medio de la oscura nube de confusión que se impregnaba en cada idea deshilachada.
—Encontré al Sandaime Hokage —La voz de Kakashi surgió, súbita, entre las sombras. Minato no se sorprendió. Pese a que no había estado siguiendo el progreso de su alumno de forma consciente, el chakra de Kakashi hacía tiempo que había dejado de sentirse como una amenaza. A menos que estuviesen entrenando, Minato lo reconocía como algo seguro—. Va a dar un discurso en el escenario del parque.
Miró en la dirección en la que se congregaba la multitud. Los discursos de Sandaime en los festivales siempre atraían gente y muchos aprovechaban la oportunidad para verlo. En especial, aquellos que vivían lejos de la villa principal y no tenían tanto contacto con él. Los Hyuga tenían grandes porciones de tierra fuera de la villa principal, igual que los Nara, los Akimichi y los Yamanaka. Los Inuzuka. Y los Aburame. Solo los clanes pequeños y los aldeanos vivían en el pueblo.
Minato había nacido y crecido en la villa principal. Igual que Kakashi.
—Vamos a escuchar que tiene para decir —le dijo a su pupilo.
Tenían que averiguar la forma en la que regresar al lugar en el que se suponía que debían estar —al tiempo en el que debían estar— pero Minato no podía sacudir la incomodidad creciente en su estómago.
Tenían que saber más.
El saber es poder.
Kakashi lo siguió a través del gentío con diligencia, ignorando las miradas curiosas que algunos niños les lanzaban, y Minato agradeció inmensamente la fe de su alumno. Y su lealtad.
No había llegado a las primeras filas cuando se detuvo. Estaba lo suficientemente cerca del escenario principal y el centro de atención como para ver lo que ocurría, pero no en el frente para ser rápidamente marcado. Con suerte, sería otro rostro olvidable en la memoria.
Kakashi se adelantó un poco más, un lujo que podía darse por su tamaño, y Minato bloqueó los murmullos de la gente que estaba a su alrededor mientras que se enfocaba en los protagonistas de la velada. Podía ver a Sandaime junto a sus consejeros —los mismos rostros que siempre lo acompañaban— pero Fugaku no estaba presente. En el sitio que antes había ocupado el líder del clan Uchiha, a la derecha de los consejeros, ahora estaba la cabeza del clan Hyuga. Si bien Hiashi se veía mucho mayor de lo que Minato recordaba fue la imagen de Sandaime, quien se veía totalmente agotado, la que se fijó en sus pupilas. Las arrugas de su rostro se habían marcado, acentuado, por el peso del tiempo.
La pipa era una de las pocas cosas de antaño que no lo había abandonado.
—Sensei. —Los susurros de Kakashi eran apenas audibles. Minato se preguntó si estaba viendo lo mismo que él. Sintió un tirón en la manga y bajó la mirada para ver a Kakashi. La máscara enojada le impedía adivinar su expresión real pero acompañaba muy bien el tono de su voz—. Creo que veo a Gai.
Definitivamente no estaba viendo lo mismo que él.
—¿Gai? —Minato alejó la mirada del Hokage y vio a un grupo de shinobis a un lado del escenario —en primera línea, el lugar de los jōnin— y, si bien había varios conocidos allí —Chōza, Shikaku, Inoichi, Shibi—, notó fácilmente el objeto de la atención de su alumno. Minato tenía el rostro de Maito Dai claro en su mente pero la imagen de su hijo, el niño persistente que solía seguir a Kakashi ocasionalmente para retarlo a duelos, se afianzó al ver al hombre de cabello oscuro.
—Es Maito Gai —insistió Kakashi, su voz un poco apretada por la repentina comprensión—… Maito Gai es un jōnin.
No estaba seguro si la nota de emoción que percibía en la voz de Kakashi se debía a lo inesperado que era la imagen —una clara, absoluta e irrevocable señal que estaban muy lejos de casa—, la amargura ante la perspectiva de que su amigo estuviese en un puesto mayor —uno para el que Kakashi aún no estaba calificado— o la maravilla ante lo que pasaba.
Podía ser una enredada combinación de las tres.
Minato abrió la boca para decir algo, pero al ver que Sandaime se acercaba al centro del escenario, tocó el hombro de Kakashi en un claro intento de tranquilizarlo. La tensión en la espalda de Kakashi no desapareció por completo pero la postura se suavizó lo suficiente como para pasar desapercibida. Ellos no deberían llamar la atención en absoluto. El murmullo de la gente fue silenciándose a medida que Sandaime se acercaba al centro del escenario en clara muestra de respeto.
La voz de Sandaime era profunda, familiar pero igualmente estaba cargada de emociones. De repente su voz se atoró en las palabras Tercera Guerra Mundial Shinobi y Minato lo vio todo claro.
—Hora de irnos —le dijo Minato a Kakashi repentinamente mientras apretaba su hombro con la mano por un segundo antes de retirarla. Kakashi valoraba mucho el espacio personal.
—¿Sensei?
Kakashi lo siguió respetuosamente a través del mar de gente.
—Hay ninjas sensores por aquí —explicó en voz baja, una vez que escaparon del sonido y la agitación. Los Yamanaka, los Aburame y los Inuzuka estaban pendientes del discurso por lo que su presencia sería fácil de ocultar pero nunca estaba de más ser precavido—. Vámonos. Tengo un lugar a donde podemos ir.
Minato dejó que el silencio los envolviese mientras revisaba la casa. Las habitaciones estaban vacías, cubiertas de polvo en una señal clara de abandono, pero todo estaba en perfecto orden. Su kunai marcado descansaba en el sitio exacto en el que lo había dejado, pero el resto de sus cosas —sus pertenencias, libros, rollos de sellado— no estaban en ningún lugar a la vista. Alguien había limpiado la casa meticulosamente, barrido toda huella personal y cerrado el paso a los curiosos.
Se preguntó si, quizá, había sido él. Su versión de ese tiempo.
—¿Dónde estamos? —La pregunta lo devolvió bruscamente al presente.
Kakashi se había dedicado a examinar por su cuenta la casa a la que Minato los había movido. Había sido tanto una necesidad para encontrar un refugio, un lugar para pensar, como una prueba —quería saber si las marcas del Hiraishin todavía funcionaban para él a pesar de que no era el mismo que las había hecho en primer lugar pero, tal como había imaginado, funcionaba. Él tenía la misma signatura de chakra que tenía el Minato de ese tiempo y sus sellos eran imborrables.
—Esta es una de mis casas de seguridad —respondió. Los shinobis generalmente priorizaban los resultados por encima de la forma por lo que el tiempo que Minato le dedicaba a sus jutsus no era un tema de conversación usual. Excepto con unos pocos. Jiraiya-sensei, Shikaku y Kushina, que le habían enseñando varias de sus técnicas, estaban interesados en lo que hacía. Y Kakashi, desde luego, en algunas medidas—. Compré varios lugares alrededor de la Aldea para practicar el Hiraishin no justu. Y varios otros.
—Ninguno de nosotros estaba en esa multitud —dijo Kakashi, de repente—. Nunca te pierdes los festivales, sensei.
Era cierto. Minato se rio un poco, consciente de sí mismo.
—Tal vez estábamos en una misión juntos —dijo.
—Tal vez nunca volvimos de la misión que hicimos a Rōran. Chōza-sensei y Shibi-san estaban allí.
Minato tenía que conceder el punto.
Reprimió la tentación de pasarse una mano por el rostro.
Había muchas implicaciones que no había considerado a la hora de involucrarse más en ese tiempo. Una cosa era conocer lo básico sobre una situación para no ir a ciegas y otra distinta era aprender cosas que podían cambiar radicalmente la línea del tiempo. Para bien. O para mal. Estaban aprendiendo cosas que no deberían saber. Por culpa de su curiosidad, desde luego. Podrían seguir aprendiendo cosas que no deberían saber.
Influir en el flujo del tiempo podía ser catastrófico.
Había demasiados ausentes. Y había habido una Guerra —La Tercer Gran Guerra Shinobi— y algunas tragedias más a las que Sandaime había hecho alusión en su discurso. Posiblemente alguna de esas cosas estaba relacionada con los Uchiha, lo que explicaría su ausencia en el festival. Y los Sannin —que explicaría por qué ninguno de los tres famosos shinobis no estaba en la aldea para la celebración pese a que Jiraiya siempre había amado las celebraciones en Konoha...
O Kushina, a quien había creído percibir pero que no había visto.
Kushina, que a los seis estaba enojada con el mundo, a los diez se había ganado su apodo y a los trece había sido secuestrada por ninjas que querían su chakra —y el poder que escondía en su cuerpo. Kushina, que era fuerte y valiente y notable, incluso en la distancia.
—¿Crees que nos notaron?
—Puede que alguno de ellos lo haya hecho —admitió—. Pero no pueden seguirnos hasta aquí. No te preocupes por eso.
—No estaba preocupado, Minato-sensei —replicó Kakashi de inmediato. Sus ojos estaban llenos de emociones en conflicto. Y podía simpatizar.
Decidió darle una salida.
—¿Qué conclusiones has sacado de lo que has visto?
—No había muchos rostros conocidos en las calles —elaboró Kakashi—. La vida de un shinobi es dura. Y Maito Gai parecía mayor que tú... Mucho mayor.
Considerando que Minato aún no cumplía veintiuno eso daba un amplio margen de error.
—Si nuestra desaparición afectó este tiempo el hecho de que aparezcamos de repente puede ser un problema —concedió.
—Hay una forma de averiguar si creen en si vivos o no —dijo Kakashi con un hilo de voz—. El memorial de los Héroes.
Minato no iba a permitir que Kakashi fuese a buscar su propio nombre a la piedra del memorial. Su expresión debió ser lo suficientemente elocuente.
—Si no vamos a hablar con nadie ni podemos estar seguros de si estamos aquí o no, ¿cuál es la mejor forma de cerciorarnos de si estamos o no afectando el tiempo? ¿Si lo afectamos ya y nos dieron por muertos?
—Chōza y Shibi están vivos y están aquí —le recordó Minato—. Ellos no pudieron haber traído nuestros cuerpos.
Porque no había cuerpos que encontrar.
—¿Y qué crees que pensaron cuando nos envolvió esa luz del Ryūmyaku? Seguramente pensaron que estábamos muertos.
—¿Estás asumiendo que Chōza y Shibi terminaron la misión sin intentar encontrarnos?
Kakashi se tensó. —No podían saber si nuestros cuerpos estaban en condiciones, siquiera. La luz posiblemente los cegó al principio y nosotros ya no estábamos después. Lo más lógico era considerarnos perdidos en acción.
Era una sólida deducción pero no lo suficientemente buena para Minato.
—Si solamente uno de nosotros hubiera desaparecido en esa luz, ¿habrías dejado de buscar? ¿Habrías dejado de buscarme? —preguntó.
Era una pregunta capsiosa. Posiblemente tocaba más de una fibra sensible en Kakashi.
—La misión era sellar el Ryūmyaku y proteger a la reina Sēramu y a su hija. Al pueblo. Asegurarse que Rōran podía mantenerse sin la protección de su fuente de energía —recitó Kakashi en una clara evasiva—. Eran fuertes prioridades.
Además que una desaparición dejaba a tres miembros en el equipo para distribuirse las tareas de búsqueda.
—Tienes razón —dijo Minato. Kakashi estaba sonando cada vez más agitado conforme entraban en la discusión. Decidió no presionarlo más—. Las prioridades de la misión eran exactamente esas. No vamos a pensar en ello, no tiene caso. El Hokage nos informará mejor.
Kakashi exhaló.
—¿Tienes hambre?
Kakashi alzó una ceja. —¿Hay algo comestible aquí?
Contento con tener que dejar de pensar por un momento y con la tensión disuelta, Minato levantó su bolsa.
—Pasé por Ichiraku Ramen —respondió. El ramen siempre era una buena opción en Konoha—. Ven. Vamos a comer primero y luego pensaremos qué más hacer mañana.
Se sentaron en el suelo, sin mucho reparo, y contemplaron la calma oscura que se asomaba por la ventana. Era una noche fresca, típica de la época otoñal.
—Se supone que es estamos en el Festival de la Luna —comentó Minato. La luz de la luna llena pintaba el aire de oro platinado—. Y creo que eso quiere decir que aquí ya pasó tu cumpleaños. ¿Te importaría si te saludo de todas formas?
Kakashi dejó de comer por un inusualmente largo espacio de tiempo, sin decir una palabra, y Minato se sintió compelido a mirar en su dirección. Su alumno tenía la cabeza gacha y, pese a que se había deshecho de la máscara que le había dado, no podía ver más que su cabello plateado y las líneas de su placa shinobi en la penumbra.
—Supongo que deberíamos celebrar el Tsukimi —prosiguió Minato, tomando el silencio como lo que era: la dificultad de Kakashi para reaccionar ante la pregunta simple que nada tenía que ver con el mundo ninja. Trató de sonar ligero y tranquilo—. No tenemos las ofrendas ni el altar pero al menos podemos comer Tsukimi ramen para-
—No me importaría.
Minato parpadeó. Su cerebro tardó un par de segundos en darle sentido a las palabras.
—Bien, entonces —Minato no pudo evitar que una sonrisa se le escapase—, feliz cumpleaños, Kakashi-kun.
Nota:
Tsukimi, que significa literalmente «observar la luna», es una tradición que llegó a Japón hace más de mil quinientos años desde China y que se popularizó durante la era Edo. Coincide con el decimoquinto día del octavo mes del calendario lunar.
