Aquí de nuevo, reportándome desde la penumbra nuevamente :D esta vez les traigo un pequeño OS soft con mi bb Gojo. O al menos, traté de hacerlo un poco soft.
En fin, espero que les guste. Sus comentarios son bien apreciados en la cajita de abajo.
Balanceándose entre la medianoche y los daifuku todavía a medio comer, se hallaba el cuerpo de Satoru Gojo recargado sobre tu desnudez, viendo sin prestar demasiada atención una película en un televisor pequeño, colocado sobre un estante igual de pequeño y bajito. El sueño todavía no hacía nido en ustedes, y la madrugada apenas estaba abriendo sus puertas; miraste el reloj en la pared a tu izquierda y supiste que tenían toda la noche para ustedes. Agradeciste por ello.
No era que te disgustaran en realidad esos bollos rellenos de pasta dulce, pero sin dudas preferías alguna comida o snack que sí llenara tu estómago. El hombre de cabello blanco y ojos tan azules como cristales, por otra parte, era un prosélito incurable de las cosas muy dulces y un goloso por naturaleza, poseedor un paladar tan fino y exquisito que no se podía satisfacer con cualquier clase de apretivio. Dos requisitos necesarios para conquistar el estómago y el gusto de Gojo, sabías, eran el azúcar abundante y sus derivados, y la esponjosidad, todo en un mismo dulce.
Por eso era que las pequeñas masas esponjosas y coloridas habían sido decoradas con una abundante cantidad de miel, cortesía del propio albino.
—¿No es demasiado dulce? —inquiriste mientras Satoru se llevaba un bollo de color rosa a la boca.
Te gustaban los dulces, pero no los que eran demasiado dulces.
—Nunca es demasiado —respondió él llevándose el segundo y último bocado a sus fauces.
Tragó y se relamió los labios, finos y tan suaves como el algodón, que hacía un rato habías tenido la oportunidad de probar hasta el hartazgo. Esbozaste una sonrisa al ser testigo de aquel gesto, tan mayestático y elegante ejecutado por sus facciones, como sólo Satoru Gojo podía hacerlo. Y él te correspondió la sonrisa.
Llevabas un rato delineando con tus pupilas cada centímetro de su rostro, y el cabello blanco que se adhería a su frente como un adorno, producto del sudor; te percataste en los primeros minutos, que él no era poseedor de una sola imperfección para tu gusto. Ojos brillantes y pálidos con iris semejantes a cristales veraniegos, labios finos y suaves que confirmaste con tu propia boca, sabían a dulce —propio de Satoru, probablemente—. Una quijada firme y pómulos marcados, nariz pequeña y mejillas suaves, que eran salpicadas con un tierno tono rosado, como consecuencia de la sangre que se acumulaba allí.
Era perfecto. Arriba, y abajo.
Habían comenzado hacía poco con aquella jugarreta. Ser un chamán debía de ser estresante, o quizás habías tenido una falsa primera impresión de él la noche que lo conociste; te pareció cuando lo viste un hombre ocupado, atragantado con su propia rutina aburrida y harto del mundo a su alrededor. Enfundado en ropa negra y sencilla, y con una misteriosa venda rodeando sus ojos, parecía alguien que tal vez necesitaba ser rescatado de un mar de monotonía.
Cuando intercambiaron palabras supiste que era todo lo contrario. Gojo bromeaba, reía y se divertía a cal y canto, ajeno al hecho de que algunas personas a su alrededor lo miraban con mala cara producto de sus carcajadas estridentes, o de que había tomado del supermercado una lata de cola sin pagarla. Te gustó al instante en que abrió la boca; un hombre cuya alma contrastaba con su apariencia te pareció algo novedoso en tu vida.
Concordaron para una primera cita en un motel, porque también te percataste de que el albino no era romántico ni se esforzaba en serlo. Hendidos más tarde en aquellas cuatro paredes, se besaron y tocaron hasta el cansancio, conocieron nuevas secciones de cada uno, y entre risas y placer acordaron que esa noche a medias improvisada, no debía de ser la única entre ustedes. Eran desconocidos, pero también eran curiosos con el otro.
La noche se hizo día, el día se volvió semana, y la semana se tornó un mes. Todavía no te acostumbrabas al poco usual estilo de vivir de Gojo ni a su extraño sentido del humor, o a sus horarios laborales de maestro; te había asegurado que era un poderoso cazador de maldiciones, criaturas que vivían entre los humanos y hacían estragos con ellos también. Te confesó que enseñaba a otros estudiantes a convertirse en cazadores de las mismas; no tan buenos como él. Te había explicado algunas cosas extrañas, como que no todos los humanos eran capaces de ver maldiciones. Y aquellos que podían hacerlo eran casi siempre reclutados, en su mayoría por él.
Te suplicó que guardaras el secreto. Y pensaste de inmediato que si todo eso era real, y en verdad debía de ser un secreto, él era muy malo callándolo.
No le creías en absoluto.
Pero nada de eso era impedimento para sus pequeños encuentros fortuitos, donde tocabas y eras tocada, donde besabas y eras besada. Donde ambos disfrutaban sin la necesidad de palabrería.
Esta era la segunda noche del segundo mes. Y también la primera noche que Gojo permanecía contigo después del sexo, completamente desnudo y adherido a tu cuerpo. No te importaba el sudor o la incomodidad del pequeño sofá en donde estaban; tu atención se enfocaba en las facciones del albino.
—¿Crees que Fushiguro está muy flaco? —preguntó de pronto, trayéndote a la realidad. Su mentón recargado en tu pecho, sus ojos observándote y las comisuras sonrientes manchadas con un poco de miel, que te viste tentada a retirar con la lengua— Lo veo un poco más delgado de lo habitual, pero no me parece que esté fuera de lo saludable.
—¿Quién es Fushiguro? —preguntaste, ese nombre no te era familiar.
—¿No te lo presenté? Recuérdame que lo haga mañana —mustió relamiéndose los labios de nuevo, intentando infructuosamente retirarse los restos de miel de las comisuras.
—Nunca me presentas a tus estudiantes —hiciste un puchero.
Satoru recargó su mejilla sobre la piel desnuda de tu pecho, enredaste tus dedos entre sus hebras pálidas y le acariciaste con suavidad el cuero cabelludo. No era habitual que se tomara el tiempo de permanecer contigo después de una sesión de besos y placer, pero no te disgustaba tener su cuerpo entrelazado con el tuyo. Sentir su piel caliente y sudada contra la tuya era una sensación a la que te habías aficionado desde la primera noche entre ambos, pues era inevitable que ambos se tocaran entre el cúmulo de gemidos y orgasmos.
Pero nunca se habían acurrucado. Y aquello solo enviaba una suave descarga eléctrica a tu pecho.
—Lo olvido siempre —se defendió él—. Recuérdamelo mañana.
Su cabeza reptó por tu cuerpo hasta tu rostro, y el albino de ojos brillantes depositó un fugaz beso en tus labios. Un gesto ejecutado con total naturalidad, que fue seguido por un segundo beso, esta vez sobre la piel sensible de tu cuello. Sonreíste de nuevo y también lo besaste, no solo su boca tersa y suave; te tomaste unos segundos para saborear sus mejillas cálidas, trazaste un pequeño camino de besos y mordidas por su mandíbula firme.
Tu pierna rodeó una de las suyas, sentiste el miembro flácido del chamán rozar la cara interna de tu muslo izquierdo, y él emitió un suave jadeo en tu oído, sepultado tras el sonido de sus dientes halar del lóbulo de tu oreja. Hundiste tus dedos entre sus hebras como nieve y halaste de ellas, atrayendo su rostro de nuevo hacia el tuyo, le diste un beso rápido. Liviano, que aún así provocó que otro jadeo brotara de las fauces de Satoru, y a su vez un ligero cosquilleo te recorriera por entero.
No te preocupaba su excitación, sabías bien que no podría hacer nada por una larga media hora. Así que continuaste haciendo de su rostro perfecto un mapa de huellas húmedas y fugaces, pero decidiste escalar un par de peldaños esta vez.
Tu boca asaltó una vez más la suya y no tenías intención de ser parsimoniosa esta vez. Satoru te dio la bienvenida abriendo su boca, introdujiste tu lengua en su cavidad y él succionó, saboreaste la miel y la pasta dulce en su paladar. Sus manos delinearon la curvatura de tu cintura, los dedos largos y fríos sobre tu piel todavía caliente, producto del revoltijo de placer que habían producido hace menos de media hora. El albino asió con fuerza los dedos en el comienzo de tus caderas sin intención de lastimarte; probablemente dejaría alguna marca más tarde.
De pronto el sofá dejó de sentirse incómodo, más bien pareció el espacio perfecto para ambos. El rostro del albino se hundió entre el tuyo propio y tu pecho, y comenzó otro sendero de besos húmedos, saludando a tu piel y dándole la bienvenida a una ligera punzada de placer; que osciló entre tu pecho y tu vientre bajo. Aquella boca hacía maravillas con tus emociones, el albino era capaz de moldear tu cordura como arcilla, una debilidad a la que aún no te habituabas del todo.
Jadeaste mientras tus dígitos se ramificaban sobre su cabello pálido, atrayéndolo más a tu piel fanática de sus labios de algodón, que los recibían en júbilo. Satoru mordió el comienzo de tus senos y detuvo el camino de saliva y microscópicas esquirlas rojas, prueba de su paso por tu cuerpo. Te miró, con sus ojos como cielos brillando de una excitación que todavía no podría sentir.
Una suave descarga de estática recorrió cada vena de tu cuerpo desnudo en protesta al detenimiento de besos. La piel de Gojo haciendo fricción sobre la tuya, mezclada con el olor y calor de su cercanía, armaron el rompecabezas perfecto para que la excitación hiciera eco entre tus piernas. Él no podría hacer ni sentir nada por media hora, pero tú sí.
—¿No vas a esperar a que me recomponga? —inquirió el de cabello blanco dirigiéndose nuevamente a tus labios jadeantes.
Tus caderas se movieron por inercia sobre las del propio Satoru, tu sexo vociferaba por un poco de su atención. Pero te pareció por un momento, que sería injusto si solo tú disfrutabas del momento, aunque se tratasen de unos cortos minutos.
Así que decidiste esperar, contrario a lo que tus sistemas pedían a gritos.
—Treinta minutos —mustiaste mirando de nuevo el reloj en la pared—. Es mucho tiempo, pero está bien.
—Tal vez se puedan negociar —bromeó Satoru, amplió su pequeña sonrisa y te obsequió un beso en la comisura izquierda.
Sabía cómo tentarte.
