-Esta historia es una narración de la vida de la reina María de Aragón, que hasta el día de hoy no ha sido debidamente representada en la literatura ni en la ficción. La trama contiene ficción, pero para desarrollar los acontecimientos históricos que sucedieron realmente. Muchos de los personajes pertenecen por completo a Masashi Kishimoto, más otros personajes, los hechos y la trama corren por mi cuenta y entera responsabilidad para darle sentido a la historia. Les sugiero oír "Somewhere" de Within Temptation para Sakura, "Part of Me" de Evanescence para Takara, "Evermore" de Josh Groban para Sasuke, "Saturn" de Sleeping At Last para Ino, y "Nightcall" de London Grammar para el contexto del capitulo.
Salamanca, 4 de Octubre de 1497
Los festejos de la boda ya habían terminado y el príncipe Sai y su bella esposa recorrían el reino para dejarse ver en las principales ciudades, felices gracias a la reciente noticia de que había un bebé en camino, pero cuando la felicidad parecía insuperable y la reina Seina se encontraba en Valencia de Alcántara—la frontera de Castilla con Portugal—para entregar a su hija la princesa Takara en matrimonio al rey Sasuke, el rey Pein que la acompañaba recibió la noticia de que su hijo el príncipe Sai había caído gravemente enfermo y se apresuró en regresar a Castilla, recorriendo los pasillos del Palacio de Salamanca hacia los aposentos de su hijo. En tanto, en sus aposentos la archiduquesa Ino yacía de rodillas en su reclinatorio sollozando mientras oraba incansablemente porque su amado Sai recuperase la salud, ella lo necesitaba más que a su propia vida, y el bebé en su vientre necesitaba de su padre. Acompañada por sus cuñadas, las infantas Sakura y Mirai, que oraban con idénticos fervor, Ino parecía mucho mayor que la muchacha que pocos meses atrás había llegado a Castilla, inexpresiva y al mismo tiempo silentemente sufriente, con los ojos rozos e hinchados a causa de las lágrimas, diciéndose que en realidad nada de eso había sucedido, que lo que vivía no era más que una horrible pesadilla, que pronto despertaría y se encontraría en los brazos de su amado Sai. Las puertas de sus aposentos se encontraban abiertas, por lo que fue fácil para la archiduquesa escuchar la voz de su suegro y de lord Hidan Akatsuki.
—Debéis ir al lado de vuestro hijo, ansia despedirse de vos— informó el peligris únicamente, sabiendo que las palabras sobraban en ese momento.
Escuchando aquella conversación desde su reclinatorio, la archiduquesa Ino se sujetó la falda y levantó velozmente de su lugar, seguida muy de cerca por sus jóvenes cuñadas las infantas Sakura y Mirai que nunca la dejaban sola, mucho menos ahora que estaba embarazada y que encima de todo las tres compartían su preocupación y angustia. Aunque se hubiera adaptado relativamente bien a la corte castellana, la archiduquesa seguía vistiendo sus galas flamencas, un bello y elegante vestido amarillo de escote redondo y acentuado a su figura, con falda lisa, encima una capa o chaqueta superior de seda azul con falda horizontal a la altura de las rodillas, de escote en V—forrado en piel negra en el corno del escote—, ceñida bajo el busto por un fajín dorado, con mangas ceñidas que terminaban en holanes de encaje blanco. Alrededor de su cuello yacía una guirnalda de perlas con cuatro dijes de oro de los que pendían perlas en forma de lagrima, a juego con sus pendientes y el tocado de plata forrado en seda azul sobre su cabeza y del que pendía un largo velo blanco que casi conseguía ocultar sus largos cabellos rubios que caían tras su espalda. Haciendo gala de su emocionalidad flamenca, muy diferente a la conducta de los castellanos, Ino se aferró a uno de los brazos de su suegro el rey de Aragón, entre lágrimas, los galenos le habían dicho que no se acercara a su esposo Sai, porque la enfermedad que padecía podía resultar peligrosa, pero a ella no le importaba.
—No me dejan acompañar a mi esposo— habló Ino finalmente, entre sollozos, —os ruego vuestro permiso para estar a su lado en este trance— no quería abandonar a su amado.
—Lleváis en vuestro vientre el futuro de dos reinos, si enfermáis se malogrará— recordó Pein, forzado a seguir lo que los galenos habían decretado. —Evitad que a esta desgracia le suceda otra— intentó consolar, instándola a pensar en el bebé en camino.
No era intención de Pein ser tan frio, distante y hosco, pero no podía ser más directo, si en el peor de los casos su hijo Sai llegaba a morir, la sucesión pendería de un hilo, el reino de Aragón no aceptaba mujeres como soberanas, era necesario un varón y quizás la única esperanza de un heredero fuera el bebé que Ino llevaba en su vientre, por lo que había que tomar precauciones. Dicho esto y acompañado por el leal amigo y consejo de su esposa, Hidan Akatsuki, Pein continuó su camino hacia los aposentos de su hijo, orando y suplicando para si al altísimo que no le arrebatase a su hijo, no podía hacerlo, entonces todo se volvería un caos y tanto Castilla como Aragón pagarían el precio. Habitualmente serenas por igual, como infantas de Castilla y Aragón que eran, Sakura apartó la mirada con lágrimas en los ojos mientras Mirai sollozaba por lo bajo, incapaces de imaginar una vida en que amado hermano, el ángel de la familia, desapareciera para siempre, lo mismo que para Ino que sin vergüenza sollozo y expreso su dolor entre lamentos y oraciones que murieron en sus labios, dejando que sus jóvenes cuñadas y amigas la sujetaran de los brazos y le impidieran desplomarse sobre el suelo, abatida y aturdida por el inmenso dolor que sentía. ¿Cómo podía ser este el destino?, ¿cómo podía ser voluntad de Dios terminar con toda la felicidad que habían experimentado, de esta manera? Ino, Sakura y Mirai sentían que se les estaba rompiendo el corazón a causa de la tristeza y la angustia.
Si Sai moría, nada volvería a ser igual, para nadie.
Mientras lord Hidan esperaba fuera de la habitación para que padre e hijo pudieran pasar un momento juntos, el rey Pein se detuvo en el umbral, siempre se había sentido muy diferente de su hijo, más banal y mundano ya que todos veían y consideraban a su hijo Sai como un ángel dadivoso, siempre había sentido que su hijo y él eran polos opuestos, pero esa expresión nunca fue más evidente que cuando el rey de Aragón centro su mirada en su hijo, que yacía tumbado sobre la cama, rodeado de los galenos y físicos que lo trataban minuciosamente, pálido como nunca antes, como si estuviera más próximo de la muerte, con parte de su rostro pintado por finas marcas rojizas y marrones, muy parecidas a la de la viruela, pero los médicos habían concluido que no lo era, no presentaba los síntomas típicos. Su hijo siempre había tenido una salud frágil, muy diferente a su hijo ilegitimo el arzobispo de Zaragoza, pero nunca antes Pein lo había visto en tal estado, mortalmente pálido, con la piel perlada de sudor y la respiración tanto agitada como dificultosa, levantando ligeramente la cabeza de las almohadas al sentirse observado, volviendo la mirada hacia el umbral de la habitación, observando a su padre. Sai había temido que, enfermo como estaba y privado de la compañía de su amada Ino, muriera solo o no supiera aguantar hasta que llegaran sus padres desde la frontera con Portugal, pero se sintió tranquilo mientras su padre ingresaba en la habitación y se acercaba a él.
—Padre…— saludó Sai, esforzándose por hablar con las fuerzas que le quedaban.
—Dejad que os de fuerzas— contestó Pein, arrodillándose junto a la cama, a la diestra de su hijo. —Vivid, aferraos a la vida— alentó, estrechando sus manos entre las suyas.
—No puedo— negó el príncipe, casi sin aliento. —Perdonadme, os lo ruego— rogó, avergonzado.
—¿Qué habría de perdonaros?— cuestionó el rey, confundido con sus palabras.
—Querría haber sido mejor hijo…fuerte, y sabio, el sucesor que vos y el reino merecíais— aclaró Sai con la voz apagada. —Os he fallado— reconoció con gran pesar.
—Decís mal— protestó Pein cuanto antes. —Gracias a vos hay un heredero en camino, aquel que hará de los reinos uno solo— no era un logro menor para alguien tan joven. —Nunca ha habido un padre más orgulloso que yo— estaba orgulloso de su hijo.
Ciertamente Sai era muy diferente de su hijo ilegitimo el arzobispo de Zaragoza, uno de los tantos bastardos que había engendrado con sus amantes en Aragón, pero era su hijo legítimo y heredero, ¿cómo podía Pein no estar orgulloso? Había llevado una vida digna de admirar por todos hasta el día de hoy, había unido su vida a la de la encantadora archiduquesa Ino, y concebido un heredero que quizás lograra lo que él no había podido; unir los reinos de las Españas, ¿qué padre podría no enorgullecerse? Quizás Pein, en el fondo, había deseado que su hijo hiciera más, pero el destino había decretado lo contrario y él no podía oponerse. Esbozando una nueva sonrisa, Sai agradeció las palabras de su padre, eran un consuelo en sus últimos momentos aunque supiera que eran una mentira, sabía que era el hijo predilecto de su dulce madre la reina Seina, pero no de su padre, como rey su padre había tenido que conformarse con él como su único heredero varón, y le había adjudicado la carga de gobernar aunque Sai jamás la hubiera deseado, él habría vivido feliz siendo quien era y disfrutando de formar una familia al lado de Ino, pero ni siquiera eso había podido, y ya no tenía fuerzas para soportar aquella carga. Sabiendo que no moriría solo, pues su padre estaba a su lado, sin importar que añorase a su madre la reina Seina, Sai estaba en paz con todo, con la vida, con su familia y el destino, estaba resignado y tranquilo, porque en medio de todo había alcanzado la felicidad.
—Decid adiós…a mi madre— fue todo cuanto Sai pudo pedir, con sus últimas fuerzas.
Incluso en sus últimos momentos y aunque deseara que Ino pudiera estar a su lado y acompañarlo, aunque deseara despedirse de ella, los pensamientos de Sai moraban con su madre, de quien deseaba haber podido despedirse, haberle pedido perdón por no haber estado a la altura de su expectativas como soberana, pidiéndole con sus últimas fuerzas que perdonara su debilidad, que perdonara el no haber podido hacer más, pero ya no tenía fuerzas para ello. Sobrecogido por aquella solicitud, el rey Pein fue incapaz de pronunciar palabra alguna, y el silencio fue tan perfecto que pudo percibir con lujo de detalle la agitada respiración de su hijo que no hizo desaparecer la sonrisa en su rostro mientras lo observaba, y que poco a poco se tornó aún más lenta y dificultosa, hasta que ceso por completo. Tomo un par de segundos que Pein comprendiera que su hijo había muerto, enterrando el rostro entre sus manos para ahogar un sollozo, alzando la mirada hacia el rostro de su hijo y alargando una de sus manos para cerrar sus ojos y sus labios, manteniendo aquella expresión de paz que tanto lo caracterizaba, incluso en la muerte…
Valencia de Alcántara/Frontera entre Castilla y Portugal
El palacio en la frontera de ambos reinos, Valencia de Alcántara, era una edificación realmente maravillosa, asentado a ambos lados de la frontera, con estancias tanto castellanas como portuguesas, lo que proveía de algo de sosiego a la princesa Takara, que se paseaba nerviosamente por la estancia, no porque estuviera ansiosa o curiosa por volver a ver a Sasuke, había una delgada línea de indiferencia en cuanto a él respectaba, en realidad Takara no podía dejar de pensar en su amado Izuna, ¿perdonaría que se casara con Sasuke?, ¿perdonaría que siguiera los deseos de sus padres y callara su latente y permanente duelo por él? La princesa portaba un sencillo y austero vestido gris oscuro, pues se negaba a abandonar el luto, de escote alto y cerrado con encaje en el borde, de mangas holgadas que se ceñían en las muñecas con holanes de encaje, y falda lisa, con una capa superior compuesta por un corpiño de seda negra que se cerraba por finos botones de plata desde el cuello alto y cerrado hasta la cintura, donde formaba una falda superior abierta bajo el vientre, y sobre los hombros un manto negro con finos bordados plateados, y sus cabellos naranjas—que sobrepasaban la altura de los hombros—estaban peinados por una diadema de cuentas plateadas y ónix. Sonriendo con fascinación, sin nadie más cerca para acaparar su atención, la reina Seina se acercó a su hija, acariciando sus cabellos con veneración al ver la mujer en que se había convertido…desearía haberle dedicado más tiempo, pero al ser la primogénita muchas veces había quedado al margen.
—Estáis bellísima— elogió la reina con orgullo. —Sasuke se va a sentir muy afortunado cuando os vea— cualquier hombre se sentiría afortunado por tenerla como esposa.
—Yo también estoy preocupada por Sai, madre— empatizo Takara, esbozando una tenue sonrisa para su dulce madre.
Aquellas no eran meras palabras vacías, qué más quisiera Takara que ser el centro de atención de su madre, ¿qué hija podría no desear lo mismo?, pero no podía ser egoísta; durante todo el viaje hasta llegar aquí, su madre no había hecho sino mentar a Sai y a su futuro hijo, extasiada de felicidad, una felicidad que había trastabillado con la llegada de noticias de Salamanca, de que su amado hermano estaba enfermo, ante lo que su padre no había dudado en partir de regreso a Castilla, dejando una gran inquietud con su partida…Takara desearía haber retrasado su partida, así estará al lado de su hermano, de Ino, Sakura y Mirai. Esbozando una sonrisa, feliz porque su hija pudiera comprender lo que sentía, la reina Seina se sintió inmensamente tranquila, una estampa que pudo mantener cuando sus anfitriones finalmente ingresaron en la estancia. Al frente se encontraba su tía lady Mikoto, que de inmediato sonrió al verla, así como a su hija Takara, lucía un regio vestido de escote alto y cuadrado con bordados de oro en el frente y un broche en forma de rosa decorado con rubíes y falda con bordados ocre y plateados, encima una chaqueta verde opaco con rosas rojas y amarillas estampadas, que permanecía abierta, con mangas ligeramente ceñidas y hombreras difusas, su largo cabello azabache peinado por una diadema de rosas y hojas adornadas con rubíes, pendientes ovales de oro y rubí con una lagrima al final, al igual que la guirnalda alrededor de su cuello.
—Altezas— reverenció Mikoto, dándoles la bienvenida a sus encantadoras huéspedes.
—Mikoto— correspondió la reina con un asentimiento, —mucho me complace veros de nuevo— siempre era motivo de alegría ver a su amada tía.
—¿Sucede algo?— curioseo ella ante el pétreo exterior de su sobrina. —Parecéis inquieta— la conocía lo suficiente como para comprender que ocultaba algo.
—Os dejo a mi hija para siempre— obvió la soberana, controlando sus preocupaciones lo mejor posible, —¿no es razón suficiente para mi desvelo?— cuestionó con sorna.
—Es más que suficiente— comprendió Mikoto con una sonrisa. —Querida, el tiempo juega en contra de todos, menos de vos— celebró al centrar su mirada en la princesa, —¿no es cierto Sasuke?— preguntó, volviendo la mirada por sobre su hombro, hacia su hijo.
Hasta ahora en silencio, eligiendo aguardar a que su madre dialogara como buena embajadora que era, Sasuke finalmente se situó a su diestra, inclinando respetosamente la cabeza ante su prima y reina de Castilla, que hizo igual, reconociendo su poder y viceversa, un trato amable entre dos soberanos que mucho habían luchado por asentar su respectivo poder. Y entonces es que Sasuke finalmente pudo centrar toda su atención en su futura esposa, que si bien ya no era la adolescente que él recordaba, de esos salvajes años de supervivencia en la corte del rey Tajima, ahora era una mujer, y aunque se mostraba sombría y distante, seguía siendo tan encantadora como él recordaba. Los años no habían cambiado mucho a Sasuke, seguía siendo igualmente galante y guapo, mucho más alto que Takara que apenas y le llegaba a la mitad del pecho con su escasa estatura, ataviado en un elegante traje de tafetán azul oscuro que formaba una camisa de cuello alto y cerrado, por finos botones de plata, pantalones de igual color y botas de cuero, y encima una chaqueta de aspecto metálico con bordados plateados y ocre, de cuello en V con dobladillo de seda, mangas ceñidas que se tornaban abullonadas a la altura de los codos y terminaban ceñidas en las muñecas, humilde al no llevar la corona de Portugal sobre su cabeza, sin apartar sus ojos de la princesa y tendiéndole un pequeño cofre.
—Este presente apenas expresa mi felicidad por casar con vos, Takara— presentó Sasuke, rompiendo el silencio con su electrizante voz.
Como podían dejar en claro sus vestimentas luctuosas y la sencillez de su presencia pese a ser una princesa, Takara no era dada a lujos y fastos, por lo que al momento de recibir el pequeño cofre y abrirlo, la princesa por poco y sintió que perdía el aliento ante los finos pendientes de oro y rubíes que yacían al interior y que eran más que dignos de una reina…de inmediato las mejillas de Takara se colorearon ante tan halagador presente, las palabras que lo acompañaron, y lo que implicaban; Sasuke había expulsado a los judíos de su reino simplemente porque deseaba casarse con ella. Al encontrar sus ojos con los de su futuro esposo, o ahora esposo por poderes—dado que el matrimonio se había celebrado a través de sus respectivos embajadores—, y sin dejar de ser observada por él, Takara recordó su llegada al palacio de Lisboa hacia tantos años atrás para desposar a su amado Izuna, con quien había confundido a Sasuke al verlo de pie junto al trono, más alto, mayor y galante. Ambos habían llegado a entablar amistad, y tras el triste día de la muerte de Izuna, Sasuke se había convertido en el más bondadoso y comprensivo de sus amigos, pero ahora deseaba ser algo más, deseaba ocupar el lugar que Izuna había dejado con su muerte, y aunque no había hecho más que demostrarle la fuerza de sus sentimientos por ella, Takara no se sentía capaz de corresponderle, ¿cómo podía hacerlo?, nadie jamás podría ocupar el lugar de Izuna, ella solo había aceptado este matrimonio porque era deseo de sus padres, no porque lo deseara realmente.
—Son muy hermosos— reconoció Takara, recuperando el aliento, —os lo agradezco— expresó finalmente.
—Mi hija es de gustos sencillos, pero que eso no os impida agasajarla y colmarla de atenciones— advirtió la reina a futuro yerno.
—No tengáis duda de que así lo haré— prometió Sasuke, sin apartar la mirada de su futura esposa.
—Sabed también que si su vanidad no es exigente, si lo es su corazón— aclaró la soberana, enfocando la mirada en su hija, —mucho habréis de amarla para hacerla feliz,, y contentarme a mí— si su hija era feliz, ella también lo seria.
—Os ruego disculpéis a mi madre, pues ha de partir hacia Castilla sin demora— informó la princesa en nombre de su soberana y madre.
—¿Por qué motivo?, ¿ocurre algo?— Mikoto se preocupó de inmediato por su sobrina.
—Asuntos de gobierno reclaman mi presencia en la corte— justificó la reina serenamente.
Con anterioridad y cuando su esposo Pein había partido a Castilla, la reina Seina había decidido permanecer junto a su hija, esperando que llegaran nuevas de Castilla, pero ahora que se encontraba libre de contratiempos que la retuvieran, podía partir al lado de su esposo y de su hijo, orando porque su condición no fuese grave. Intentando mantener la esperanza, pese a saber cuan despiadada podía parecer a veces la voluntad de Dios, la princesa Takara se acercó a su madre para compartir un último abrazo, su corazón le decía que este no sería el último, sentía que la despedida sería breve, pero prefirió callar este presentimiento al encontrar su mirada con la de su madre, que la beso en la frente antes de proceder a despedirse del rey portugués y de su tía. Cuando la reina de Castilla abandono Valencia de Alcántara, sabía que dejaba a su hija en buenas manos, su tía y su primo cuidarían de ella de la mejor de las formas, confiaba ciegamente en ello cuando subió a su carruaje y ordeno al cochero que galopara a toda prisa de regreso a Castilla, observada desde una de las ventanas del palacio por su hija la princesa Takara, que se encontraba a portas de convertirse en reina de Portugal, apretándose nerviosamente las manos, pidiendo fuerza y clemencia al altísimo; su destino pronto la llevaría de regreso a Castilla, Takara lo sentía en su corazón, aunque no hubiera compartido con su madre su temor de que su hermano no sobreviviera.
Pronto regresaría a Castilla, lo sabía.
Incluso durante la noche, la reina de Castilla no había dejado que los corceles de su carruaje pararan en ningún momento, loca de preocupación por su adorado hijo, una preocupación que no hizo sino crecer cuanto más cerca se encontraba de la ciudad de Salamanca, no habían encontrado a ningún mensajero en el camino, por lo que no había nada que comunicarle sobre la condición de su hijo, algo que solo contribuyó a asustar aún más a la reina cuando el carruaje se detuvo a las pertas del palacio y ella pudo descender de él. Sujetándose la falda del vestido, la reina recorrió los pasillos del palacio de Salamanca, portaba un vestido apenas distinguible bajo un pesado manto celeste grisáceo de profundo escote en V con mangas holgadas y abiertas bajo los brazos, solo eran distinguibles las mangas ceñidas a las muñecas—encima unas holgadas y abiertas desde los hombros, hechaw de seda crema con bordados ocre—con largos holanes de encaje, falda crema con detalles dorados, y la impoluta cofia blanca enmarcaba su rostro, con su largo cabello cayendo como una coleta tras su espalda. En su camino a los aposentos de su adorado Sai, una figura oscura emergió en el pasillo, ataviado en usares de luto y con una expresión entre estoica y melancólica al mismo tiempo, se trataba de su esposo el rey Pein, que se volvió un obstáculo en el camino de la reina, que aminoro su andar y lentamente se acercó a él, como si no quisiera o no pudiera entender el motivo por el que vestía así, ¿qué había pasado en su ausencia?
—¿Cómo está?— fue todo lo que Seina pudo preguntar.
—Su último pensamiento fue para vos— contestó Pein únicamente.
No había dejado que mensajero alguno partiera al encuentro de su esposa y reina, él quería darle la noticia personalmente para así consolarla en su dolor, para que nadie la viera sufrir, ella merecía guardar su dignidad hasta el final, como reina que era. Si bien era hombre y tendía a ocultar sus sentimientos, pensando en lo mejor para el reino la mayor parte del tiempo, Pein podía hacerse una idea de que es lo que estaba sintiendo su esposa en ese momento, ambos habían sufrido mucho y se habían esforzado por tener un hijo varón que un día uniera los reinos de las Españas, la causa de ambos…y ese sueño había muerto, ya nada sería igual, Sai había sido su único hijo varón y como tal la perdida y el vacío que dejaría en sus vidas jamás podría ser llenado. Inmóvil, incapaz de emitir palabra, la reina Seina simplemente se dejó envolver por los brazos de su esposo en un cálido abrazo, que pronto le dejo claras las cosas, no era su imaginación, no era un sueño ni mucho menos una pesadilla, su adorado Sai había muerto y ella como madre no había podido llegar a tiempo para despedirse y escuchar sus últimas palabra, sino que ahora Pein se las transmitía, dejando en su corazón un dolor como no podía existir sobre la tierra, el dolor de no haber llegado a tiempo. En medio del abrazo y pese a sentir las lágrimas en sus ojos, la reina Seina contuvo sus emociones, se negó a llorar en ese momento, no habiendo siquiera visto el cuerpo de su hijo.
—Quiero ver a mi hijo— pidió la reina en voz baja, con la mirada desenfocada.
Ver el cuerpo de su hijo sería muy doloroso, ya lo era para Pein que había ordenado que comenzaran a prepararlo para el funeral, mas él no objeto en lo absoluto, rompiendo el abrazo y sosteniendo una de sus manos para guiarla hacia los aposentos de su hijo, que aún yacía recostado sobre la cama en que había muerto, pero ataviado con ropa limpia y su cuerpo había sido lavado y perfumado para los ceremoniales, con una expresión de paz en su pálido rostro. En la habitación habían varios nobles presentes, orando en voz baja por el alma del tan amado príncipe, todos ellos cercanos a la reina, al rey y a la familia real, pero de entre todos destacaban—muy cerca de la cama—la archiduquesa Ino con el rostro cubierto por un largo velo negro, al igual que las infantas Sakura y Mirai, y que solo advirtieron la presencia de la reina al azar la mirada. Acercándose a la cama, observando a su amado hijo que parecía dormir profundamente, la reina pensaba en aquel caluroso día sevillano, cuando su Sai había nacido, recordaba la exaltada sensación de euforia que la había invadido al cogerlo en brazos, su hijo varón, el heredero de Castilla y Aragón…y ahora no podía creer que hubiera muerto, no debería haber ocurrido, eran los padres quienes debían de morir antes que los hijos, pero Dios había decretado lo contrario, y en su dolor ella no podía sino aceptarlo. He perdido a mi hijo, he perdido a mi ángel, nadie ocupara jamás su lugar, comprendió mientras le acariciaba amorosamente el rostro.
—Dios me lo dio; Dios me lo quito— declaró la reina, intentando aceptar lo sucedido.
Eso era lo único que la reina podía decir, intentaba comprender porque Dios había decidido esto, porque quitárselo ahora era su decisión si es que siempre la había sido, y trato de entender porque se lo había dado solo para este momento, pero, ¿quién era ella para ir en contra de la voluntad de Dios? La reina pasó largos momentos junto al cuerpo de su hijo, hasta que todos y cada uno de los nobles se hubieron retirado, dejando a la familia a solas, hasta que tras largas horas la reina finalmente abandonó la estancia y se recluyó en sus aposentos, para todos mostrando el temple y la conducta apropiada y digna de una reina, pero ya a solas dejo salir su dolor y gritó con todas sus fuerzas, porque su amado ángel había muerto y para ella la vida había dejado de tener sentido, ¿de qué servían sus esfuerzos?, ¿de qué había servido su entrega por Castilla?, sin su adorado Sai ya nada importaba. El rey Pein envolvió sus brazos alrededor de su esposa y la consoló lo mejor posible en su dolor, porque en presencia del resto del mundo eran reyes, pero a solas eran padres que habían perdido a un hijo, y que lloraban y sufrían por ello…
En uno de los lujosos salones del palacio de Salamanca tenía lugar el luctuoso y funesto funeral, con todos los nobles reunidos en torno al cuerpo del príncipe Sai, que yacía sobre una improvisada cama de sedas y oro, ataviado en usares de aspecto clerical y religioso, como lucía cada noble que fallecía y deseaba consagrarse a una orden religiosa, pero también vestía un manto con los emblemas de Castilla y Aragón, y sobre él un toldo gris oscuro y negro. La primera persona en acercarse al príncipe y arrodillarse a su lado fue la archiduquesa Ino, habitualmente alegre y que ahora lucía los luctuosos usares del luto, un sencillo vestido de corpiño gris oscuro, de escote cuadrado y falso escote inferior en V, sobre este una capa superior de seda negra que se cerraba bajo el busto y cubría holgadamente su cuerpo debido a su embarazo, con mangas abullonadas y que se tornaban acampanadas sobre unas inferiores mangas ceñidas con encaje en los bordes, sobre su largo cabello rubio portaba un tocado flamenco con velo negro, y alrededor de su cuello un crucifijo de oro. Era doloroso y trágico que una mujer tan joven como ella se convirtiera en viuda, más con un hijo en el vientre pero que, Dios mediante, un día uniría a los reinos de las Españas en uno solo, lo que su fallecido padre el príncipe Sai debería haber logrado. Los oficiales encargados de custodiar la seguridad de todos en palacio se mostraban más estoicos y serios que nunca, sosteniendo sus lanzas sobres sus hombros y ataviado en los estandartes de Castilla en honor al fallecido príncipe.
Los soberanos de Castilla no se encontraban sentados en sus tronos, sobre los que yacía un toldo con el lema Tanto Monta, sino que lentamente se acercaron a su fallecido hijo. La reina Seina portaba un austero vestido gris oscuro de escote alto y cerrado, de mangas ceñidas a las muñecas con ligeros holanes de encaje, sobre este una chaqueta superior de tafetán negro, de escote en V que se anudaba al frente del corpiño y ceñido bajo el busto, con mangas holgadas que se abrían como lienzos desde los hombros, y falda de una sola capa, con aquella religiosa cofia ahora de color gris claro enmarcando su rostro debajo de un largo velo negro que cubría su rostro mientras se dejaba guiar por su esposo el rey Pein hacia la mortaja de su hijo, casi sin fuerzas a causa del dolor y pesar en su corazón. Tras los reyes de Castilla y Aragón se encontraban sus hijas menores, las infantas Sakura y Mirai, igualmente ataviadas en los usares de luto y casi pareciendo gemelas una al lado de la otra—Sakura destacando al ser la más alta—, con aquellos sombríos velos cubriéndoles el rostro y en completo silencio. Todos comenzaron a orar por el alma del fallecido y muy amado príncipe, pero con su sereno rostro oculto por el largo velo de su tocado y que cubría su rostro, de acuerdo al ceremonial castellano, Ino llenó su cabeza de preguntas mientras acariciaba su vientre por sobre el vestido…se esperaba tanto de su pequeño por nacer, tanto como se había esperado de su amado Sai, ¿estaría a la altura de esas expectativas?, ¿ella estaría a la altura y sería una buena madre?
Solo el tiempo lo diría.
Seis meses después, 2 de Abril de 1498
Los meses pasaban en una sucesión de días que parecían eternos, pero que para Ino ya no tenían sentido, la corte castellana le parecía asfixiante, sombría y luctuosa, muy diferente de la alegre y despreocupada corte francesa y flamenca en que había crecido y vivido hasta hace menos de un año, claro que se había acostumbrado a esta corte, tenía que hacerlo, primero como esposa de su muy amado Sai que había muerto y ahora como viuda y madre en espera, con un hijo en el vientre que quizás un día fuera rey de Castilla y Aragón, lo quisiera o no ahora este era su hogar. Recostada sobre la cama, la archiduquesa apoyó mejor su cabeza sobre la almohada, con sus largos cabellos cayendo sobre sus hombros y tras su espalda, ataviada en un sencillo camisón blanco, agradeciendo la preocupación de sus dulces cuñadas y amigas, que siempre le dedicaban su tiempo e intentaban alegrarla, pero día con día se hacía más difícil. De pie junto a la cama se encontraba la infanta Mirai que portaba un bello vestido de seda gris perla, de escote alto y cuadrado, con falsa lisa y mangas holgadas que se volvían ceñidas a la altura de los codos hasta las muñecas, con un broche cobrizo que replicaba plumas en el centro de su escote como adorno, y sus largos rizos negros caían sobre sus hombros y tras su espalda, peinados por una diadema de seda cobriza adornada por diamantes y cuentas doradas, toda una belleza a sus casi trece años.
—¿Estáis bien a si, Ino?— consultó Mirai, alisando las colchas de la cama.
—Sí, Mirai— contestó la melancólica archiduquesa en voz baja, pero perfectamente audible.
—Estáis muy pálida, ¿no habéis dormido esta noche?— preguntó Sakura, estudiando a su cuñada.
—Apenas unas horas— musitó Ino en idéntico tono, carente de ánimo.
Al lado de Mirai, muy cerca de Ino como siempre—con casi dieciséis años cumplidos—, se encontraba la infanta Sakura ataviada en un sencillo vestido de seda roja con bordados ocre en forma de rombo, con mangas ceñidas a las muñecas y falda lisa, con el centro del corpiño hecho de seda azul con detalles negros en vertical y rombos ocre, con su largo cabello castaño rojizo cayendo sobre su hombro derecho y tras su espalda, con un par de finos rizos enmarcando su rostro y casi ocultando unos pendientes de oro en forma de corazón decorados con lágrimas de perlas. Más seria que su hermana menor, Sakura frunció el ceño pensativamente mientras observaba a su amable y encantadora cuñada, que hasta ahora la había ayudado a consolidarse respecto a la dignidad que se esperaba de una joven y futura soberana, y le dolía en el alma ver cómo sin importar cuantos meses pasaran, Ino no hacía sino apagarse desde la muerte de Sai, ya no sonreía ni tenía motivos para salir de la habitación, su madre la reina Seina estaba muy ocupada como para enfocar en ella toda su atención, pero Mirai y Sakura visitaban a Ino e intentaban animarla sin falta cada día, la alentaban a recordar sus días en la corte de Francia o los lujos de la corte de Flandes, preguntándole por su hermana Hinata de quien no sabían nada desde que había partido para casarse, pero eso y si bien había servido al principio, ya no tenía caso, Ino se hundía más y más, la vida había perdido sentido para ella.
—Si el reposo no basta, tendremos que buscar otros remedios— consideró Sakura, volviendo la mirada hacia su hermana.
—No hay remedio que alivie el peso de mi corazón— negó Ino, sin ver más allá de su tristeza.
—Ino, sois como una hija para nuestros padres, y una hermana para nosotras— recordó Mirai, reprobatoriamente. —Compartimos vuestro dolor, pero vuestro hijo ha de ser lo más preciado para vos, como lo es para nosotros— debía pensar en su bebé que la necesitaba.
—Ojala pudiera apartar la tristeza de mi corazón...— sollozó la archiduquesa, observándolas a ambas, —pero no puedo— no encontraba razón para vivir.
—Recemos juntas, busquemos consuelo en Dios— sugirió la menor de las infantas, infundiéndose ánimos.
Las palabras parecían pobres sin importar que fueran dichas con amor y afecto sincero, Sakura y Mirai podían intentar llenar el lugar que su fallecido y amado hermano Sai había dejado, intentando alivianar la carga de Ino, prometiendo estar ahí para ella en todo momento, pero era difícil, debido a su embarazo Ino estaba cada vez más sensible y siendo una viuda tan joven era esperable que cayera en la melancolía, más ellas como amigas debían intentar sacarla de su dolor, porque con certeza su fallecido hermano no desearía verla en semejante estado. Habiendo crecido en Francia y vivido en Flandes hasta hace menos de un año, Ino estaba acostumbrada a la laxa etiqueta francesa, todos los rituales religiosos de la corte castellana y sus formas seguían siéndole curiosos y extraños, pero había logrado acostumbrarse a lo imperiosa que era la religión en estos reinos, ella se consideraba creyente, y viendo a sus jóvenes cuñadas realizar la señal de cruzar y juntar las manos para orar, pronto se encontró imitándolas. Cuando Ino realizaba la señal de cruz para comenzar a rezar junto a sus cuñadas, que siempre conseguían sacar lo mejor de ella sin importar el ánimo que tuviera, sintió una dolorosa y aguda punzada recorrerle el vientre, haciendo que casi saltara a causa de la sorpresa y dolor, sentándose sobre la cama, situando ambas manos sobre su vientre y jadeando por lo bajo.
—¡Ino!— jadeó Mirai, acercándose a ella con preocupación, —¿qué ocurre?— preguntó, viendo como la archiduquesa masajeaba su vientre.
—Corred, avisad a la partera— instruyó Sakura simplemente, a lo que Mirai asintió de inmediato, acercándose a las puertas para ordenárselo a sus doncellas. —Tranquila, tranquila...— sosegó a Ino, sentándose a su lado.
Recordándose respirar, Ino no dejo de masajear su vientre, sintiendo otra punzada idéntica recorrerla en cuestión de segundos, haciéndole saber que aquello no era ninguna falsa alarma, era su bebé, quería nacer, pero era demasiado pronto y sintiendo como parte del interior de sus muslos se empapaba no hizo más que ponerla todavía más nerviosa, alargando una de sus manos para tantear el terreno, alzando la mano y viendo que aquel liquido era sangre. Susurrándole palabras suaves y conciliadoras con su dulce voz, Sakura simplemente intentó tranquilizar a su cuñada, alzando distraídamente la mirada hacia su hermana Mirai que permaneció paralizada en las puertas de la habitación, igual de preocupada que ella al no saber si esto era un parto prematuro o bien un aborto espontaneo. Es el niño, pensó Sakura de inmediato al encontrar su mirada con la de su hermana, pero es demasiado pronto, consideró Mirai con preocupación…
La escena que tenía lugar en los aposentos de la archiduquesa Ino era simplemente devastadora; la joven viuda y futura madre yacía recostada sobre la cama, con su fino camisón empapado de sudor debido a las extenuantes labores de parto, y las inmediaciones de sus piernas y de su camisón estaban machados de sangre, el parto se presentaba complicado, no solo porque fuera prematuro sino porque parecía imposible diferenciar si era un parto prematuro o un aborto espontaneo, y está sola incertidumbre hizo que Ino temblara y negara para si cuando una de sus doncellas se acercó para secarle el sudor de la frente. El altísimo le había arrebatado a su esposo Sai tras solo un par de meses de casados, ¿es que ahora también quería arrebatarle a su bebé?, ¿ni siquiera tendría el consuelo de estrecharlo entre sus brazos? El dolor era espantoso, Ino sentía que se estaba muriendo, era como si algo la desgarrara desde adentro, era indescriptible, no se comparaba con nada que hubiera sentido antes, y lo peor es que—olvidando el atroz miedo que sentía de perder a su hijo—no importa cuánto pujara, no sentía que el bebé tuviera intención de salir de su vientre. Una de las parteras se alejó brevemente de ella, para lavarse las manos en un pequeño recipiente con agua que se tinturó de color rojo por la sangre, en tanto los gritos de la archiduquesa inundaban la habitación.
—Respirad hondo, Alteza— alentó una de las parteras, apartando la mirada de entre sus piernas.
—Me muero...— jadeó Ino, apretando entre sus manos las sabanas de la cama.
—Vamos, Ino, empujad— animó la infanta Mirai con una sonrisa.
Manteniendo aquella ligera sonrisa en su rostro, intentando alentar lo mejor posible a su cuñada, que emitió otro grito mientras continuaba pujando con todas sus fuerzas, esforzándose por alumbrar al bebé en su vientre, Mirai lentamente se alejó de la cama, sujetándose la falda del vestido para no tropezar. De pie en el centro de la habitación, a un par de pasos de la cama, Sakura se apretó nerviosamente las manos, orando para si en silencio, con su hermana Mirai paseándose de su lado al de las parteras para saber cómo procedía todo, haciendo las preguntas que Sakura no se atrevía a formular, ninguna de las dos había jamás estado presente en un parto, Sakura ya tenía la edad para desposarse y ser madre según los estándares de la época, pero apenas y estaba formada sobre lo que pasaba en la intimidad entre un hombre y una mujer, no más. Solo tenía claro que, así como ella casi había cobrado la vida de su madre al momento de nacer, Ino podía morir en el parto. Abrazándose a sí misma en silencio, temblando aunque su rostro se mantuviera estoico y reservado, más que con el ceño fruncido en señal de angustia, Sakura observó a su hermana Mirai que finalmente volvió a situarse a su lado y desvaneció su fingida sonrisa, reemplazándola por una expresión de total pavor, porque ella había visto lo que Sakura no, y sabía que es lo que estaba impidiendo que el bebé llegara al mundo.
—Asoma la cabecita y luego vuelve a entrar— informó Mirai con voz acongojada y muy preocupada.
No importa que tanto empeño pusiera Ino en pujar, era evidente que estaba asustada, siempre era peligroso que un bebé naciera antes de tiempo, incluso que naciera en la fecha prevista, dado que no se sabía si sobreviviría o no, pero el miedo no podía paralizarla, no existía la certeza de que sobreviviera al parto, pero no podía dejarse amedrentar por eso. Siempre era peligroso que un bebé tardara tiempo en nacer, cada segundo perdido implicaba que pudiera morir en el vientre de su madre, por lo que incapaz de quedarse inmóvil por más tiempo, joven e inexperta como era—tanto como su diligente y amable hermana Mirai—, Sakura recorrió con la mirada una de las mesas en que las parteras habían desplegado su arsenal médico, enfocando su mirada en uno de los pequeños cuchillos y que apresuró en tomar, sujetándose la falda del vestido con una mano mientras subía a la cama bajo la atónita mirada de las parteras, reemplazándolas ante las piernas de Ino, alzando el pequeño cuchillo en su mano derecha. Entre la bruma de los dolores de parto y el cansancio provocado por este, Ino abrió los ojos como platos y retrocedió de miedo ante la sola visión de su joven y siempre serena cuñada Sakura armada con aquel cuchillo, ¿es que planeaba matarla?, ¿había perdido el juicio? Siguiendo a su hermana y sujetándose la falda para subir a la cama tras ella, Mirai intentó retener la muñeca de Sakura para detenerla de cometer una locura.
—No, ¡no!— intentó frenar Mirai, halando de la mano en que su hermana empuñaba el cuchillo.
—¡Soltadme!— protestó Sakura, zafándose de su agarre y propinando un fino corte a Ino en el interior del muslo, haciéndola gritar de dolor y sorpresa. —Puja— ordenó entonces, dándole un incentivo con aquella herida. —¡Puja!— gritó, instándola a concentrarse.
¿Qué pensabais que haría?, ¿partir al bebé en dos?, preguntó Sakura volviendo la mirada hacia su hermana Mirai, recibiendo silencio como respuesta, claro que nunca había estado en un parto, pero había que tener falta de ceso para no ver que Ino no era capaz de pujar con más fuerza, y mejor si ese incentivo era la herida—no muy profunda—que ella le había propinado. Acatando las ordenes de Sakura, que incluso mantuvo la cabeza más fría que las parteras, Ino pujó con todas sus fuerzas entre gritos cada vez más desgarradores, pero entre los que finalmente su bebé abandonó su interior, siendo recibido por su tía la infanta Sakura, que—ayudada por las parteras que procedieron a cortar el cordón umbilical que lo unía a su madre—lo envolvió cuidadosamente con una pequeña manta. Todos desearon que la sensación de alegría predominara en sus vidas, era una niña, una pequeña infanta y princesa de Asturias…pero pronto la alegría se transformó en angustia; la bebé no respiraba, no se movía ni emitía sonido alguno, inmóvil en brazos de su tía. Una de las parteras tomó delicadamente a la bebé de brazos de la infanta Sakura y procedió a examinarla, abofeteando ligeramente sus pequeñas mejillas, masajeándole el pecho y la tráquea, instándola a respirar, pero no había señal de vida. Entre sollozos desconsolados, Ino pidió que le entregaran a su hija, para cargarla en brazos aunque estuviera muerta, con las lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras la acunaba contra su pecho.
Nacimiento y muerte en un mismo día.
Por tu inmensa piedad, te ruego que no nos abandones, oró la reina Seina a solas en sus aposentos, sobre su reclinatorio y contemplando la imagen del cristo crucificado sobre el altar de su espacio privado de oración, no olvidare mis promesas, ni mudare lo que ha salido de mis labios, te lo suplico santísima Virgen María, no permitas que otra desgracia caiga sobre nosotros, mira que en la culpa ya nací; pecadora me concibió mi madre, mas si te he ofendido, libra a los míos del mal, y caiga sobre mí tu castigo. Cuando le habían informado a que su joven nuera había entrado en labores de parto, había sentido como si su corazón saltara dentro de su pecho, y no de alegría, sabía que cualquier nacimiento prematuro era motivo de preocupación, por lo que se reservó a permanecer de rodillas en su reclinatorio, orando porque Dios fuera misericordioso, porque el bebé naciera con salud y porque la querida Ino no corriera peligro. Al contrario que ella, su esposo Pein se paseaba como león enjaulado, no tenía la templanza de su esposa para arrodillarse y rezar en ese momento, sino que tenía la mente volcada a pensar en todas las posibilidades, su reino pagaría el precio si el bebé que nacía no era varón, o si en el peor de los casos nacía muerto o tenía salud frágil, ya habían experimentado eso ultimo con su fallecido hijo Sai. Irrumpiendo en el silencio de la estancia, las puertas de la estancia se abrieron, haciendo que la reina se levantara de su reclinatorio y el rey volviera la mirada hacia estas.
—Altezas— reverenció lady Miso, mejor amiga de la reina, —la archiduquesa…— intentó hablar, usando las palabras adecuadas.
—¿Vive?— interrumpió la reina Seina, necesitando conocer la respuesta de inmediato.
—Sí— contestó ella sin demora, —pero la criatura nació muerta— concluyó, bajando la mirada.
Quien tuvo la primera reacción fue el rey Pein, dejando libre un profundo suspiro…ahí estaban todos los esfuerzos de su padre el rey Yahiko por casarlo con Seina siendo tan joven, y ahí estaban todos sus esfuerzos, luchando año tras año por consolidar el poder de su piadosa esposa y el propio como soberanos de Castilla y Aragón, ¿qué pasaría ahora? Aragón se regía por la ley sálica, las mujeres no gobernaban, solo los hombres, y Pein tenía cuatro hijas como únicas herederas; Takara, Hinata, Sakura y Mirai, y de las cuatro Takara era la inmediata sucesora como primogénita, ahora ella era princesa de Asturias y su esposo el rey Sasuke habría de ser su consorte…si las cortes de Aragón lo aprobaban, nunca había gobernado una mujer. Mucho más emocional, como mujer y madre, la reina Seina dejo libre un suspiro y enterró el rostro entre sus manos, imaginándose cuan devastada debía encontrarse la pobre Ino, volviéndose hacia su esposo a quien abrazó con todas sus fuerzas, porque está perdida era mutua y las consecuencias también lo serían, Seina ya había previsto de antemano que el mundo no volvería a ser el mismo cuando su amado hijo Sai muriera, el dolor aún le devoraba el corazón día a día, pero ahora no había hecho sino acrecentarse y eso bien lo sabía su querida amiga lady Miso, que permaneció en silencio, observando como su señora y soberana era abrazada y consolada por el rey de Aragón, pues pronto vendrían tiempos peores…
Aunque se le hubiera rotó aún más el corazón en el proceso, la reina Seina había visitado a su nuera la archiduquesa Ino para brindarle su apoyo tras el trágico nacimiento y muerte de su bebé, que sería enterrada junto a su padre Sai tanto por deseo de los reyes Católicos como por deseo de Ino. En su juventud—no es que se considerara vieja, pero ciertamente era mayor—, la reina Seina había sufrido un aborto que hasta hoy confundía con un alumbramiento de un niño que había nacido muerto, justo como Ino, entonces su esposo Pein había estado en Aragón y ella había superado aquella perdida sola, una perdida que aún llevaba en el corazón, y como mujer sabía que Ino nunca la olvidaría…ojala y Dios le concediera un futuro feliz junto a otro hombre, y una familia con que olvidar está perdida. Ahora y siendo casi de noche, la reina regresó a sus aposentos acompañada por su esposo el rey Pein, y su leal amigo Hidan a quien habían llamado con motivo de enviar una misiva al reino de Portugal, a su hija Takara que ahora se había convertido en la Princesa de Asturias y heredera de ambos reinos. Exhausta y abatida, la reina se dejó caer ante su escritorio sobre el cual apoyo sus manos, con su esposo Pein de pie a su lado y lord Hidan ante ellos, después de todo la ambición de su yerno el rey Sasuke había tenido fundamento, pues ahora existía la posibilidad de unir los reinos de las Españas y el reino de Portugal, algo que beneficiaría a todos, pese al dolor que había traído la razón.
—Esta carta ha de salir a la mayor brevedad— tendió el rey Pein, en nombre de su esposa, —los reyes de Portugal; mi hija y su esposo, han de venir con urgencia a Castilla— aclaró, señalando el contenido de la misiva.
—¿Estáis pensando en la sucesión, Alteza?— más bien afirmó el Akatsuki, sorprendido por la premura.
—Así es— afirmó él por su angustiada y abatida esposa, —han de ser nombrados herederos de nuestros reinos, sin tardanza— ya habían quienes querían reclamar el titulo sin tener derecho a ello.
En silencio, como madre que era, la reina Seina nunca había deseado adjudicar aquella carga a su primogénita, pero Takara había sido heredera de ambos reinos hasta el nacimiento de Sai cuando casi había sido una adolescente, por ende estaba preparada para gobernar desde la cuna, ahora la hija a quien meses atrás había despedido para entregarla en matrimonio a Portugal habría de regresar a Castilla, para un día convertirse en reina, además le había llegado la buena nueva que se encontraba embarazada, una felicidad que deseaba compartir en persona cuanto antes. Como amigo y mentor, que había estado junto a la reina de Castilla desde sus primeros días, Hidan había visto a Seina en sus mejores y peores momentos, había visto a la joven y encantadora reina convertirse en una mujer fuerte y digna de la admiración de todos, hasta hoy le había servido sin dudarlo y seguiría haciéndolo hasta que uno de los dos muriera, era una promesa, pero nunca antes había visto a su reina como ahora, pálida, tambaleante y muy melancólica, como si su corazón se hubiera partido en dos y su razón para vivir se estuviera evaporando, y no era para menos, sin el príncipe Sai todos sus esfuerzos de unir las Españas parecían fútiles, ¿quién reinaría después de ella? la respuesta era tan incierta como hace más de quince años, cuando había luchado por mantener el reino en paz.
—Parecéis exhausta, mi señora— comentó el Akatsuki con gran preocupación.
—Apuraos, Hidan— alentó la reina rompiendo con su silencio, alzando la mirada para encontrarla con la suya. —Castilla y Aragón han de mostrar a Naruto cuan erradas son sus pretensiones— intentó animarse por aquella causa, necesitaba hacerlo.
—Descuidad, así habrá de entenderlo— sosegó Hidan, con renovados ánimos por ella.
Dicho esto y reverenciando a sus soberanos por igual—siempre con especial afecto y respeto por su reina—, Hidan procedió a abandonar la habitación, dejando a solas a la pareja de reyes que volvió a sumirse en la melancolía y la introspección. Tras la muerte de su muy amado hijo, el príncipe Sai, su yerno el archiduque Naruto—esposo de su hija Hinata—había manifestado su deseo de ser nombrado heredero de Castilla y Aragón, autoproclamándose Príncipe de Asturias, el título que en Castilla estaba reservado para el heredero al trono, pero no era la adjudicación de este título lo que escandalizaba y enfurecía a los reyes sino que Naruto se considerara heredero cuando su propia hermana Ino se había encontrado embrazada, y cuando quien seguía en la línea sucesoria era su hija Takara como primogénita, y solo detrás de ella estaba Hinata. Seina y Pein se habían enfrentado a una guerra civil durante su contienda contra Demiya la Beltraneja, y no permitirían que hubiera otro enfrentamiento por la sucesión, el pueblo de Castilla merecía y necesitaba paz, ellos la necesitaban. Tan pronto como las puertas se cerraron y se encontraron a solas, el rey Pein se arrodillo ante su esposa, envolviendo sus brazos a su alrededor y consolándola en ese dolor que la reina Seina no podía demostrar con nadie más, apoyando su cabeza contra el hombro de su esposo y abrazándolo con todas sus fuerzas, dejando salir sus lágrimas e intentando animarse en pro del futuro de su reino.
Ojala y ya no hubiera más lutos.
PD: Saludos, mis amores, prometí que actualizaría esta semana y lo cumplo, agradeciendo su apoyo y deseando como siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 Me temo que quizás desde ahora solo pueda actualizar una historia por semana, ya que volví a estudiar y mi tiempo será escaso, pero no dejare inconclusa ninguna de mis historias, tienen mi palabra :3 la próxima semana actualizaré nuevamente "Kóraka: La Sombra del Cuervo", luego "Más que Nada en el Mundo" y por último "Queen: The Show Must Go On", lo prometo, por lo que deséenme suerte :3 esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (agradeciendo su asesoría y aprobación, dedicándole particularmente esta historia como buena española), a mi querida amiga y lectora DULCECITO311 (a quien dedico y dedicare todas mis historias por seguirme tan devotamente y apoyarme en todo), y a todos que siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besitos, abrazos y hasta la próxima.
Personajes:
-Sakura Haruno como María de Aragón -Sasuke Uchiha como Manuel de Portugal
-Takara Uchiha como Isabel de Aragón -Mikoto Uchiha como Beatriz de Portugal
-Seina Uchiha como Isabel I de Castilla -Pein Haruno como Fernando II de Aragón
-Hinata Hyuga como Juana I de Castilla -Naruto Uzumaki como Felipe de Habsburgo
-Sai Yamanaka como Juan de Aragón -Ino Yamanaka como Margarita de Austria
-Utakata como James IV de Escocia -Miso Uzumaki como Margarita de York
-Mirai Sarutobi como Catalina de Aragón -Hidan Akatsuki como Gonzalo Chacón
Interpretaciones & Realidad: la muerte del príncipe Juan es un hecho real de la historia española, y cembro un precedente, ya que se especulo que había muerto por haberse entregado en exceso a las artes amatorias, algo que se creyó durante siglos, incluso uno de los hijos de su hermana Juana I de Castilla, el Emperador Carlos V, aconsejo en su noche de bodas a su hijo el futuro rey Felipe II, no gastar sus energías en disfrutar en el lecho conyugal, porque podía ser peligroso, y hay documentos de monarcas de la época que confirman que esta creencia, pero aún no se tiene claro porque murió el príncipe. La esposa de este, la archiduquesa Margarita, alumbro meses después a una niña que nació muerta en un parto prematuro, y que se suele confundir como un aborto espontaneo, de hecho, en la serie Isabel se represento como un aborto, y no se sabe si fue un parto o una perdida, pero decidí representar el hecho como un parto, inspirándome en una escena de la serie "The Spanish Princess", con Sakura ayudando en el parto, ya que en la historia real María de Aragón nació durante un parto problemático que casi cobra la vida a su madre. En el próximo capitulo, Takara y Sasuke llegaran a Castilla para ser jurados herederos, y Sakura por fin podrá ver al hombre que podría haber sido su esposo, pero él no la vera a ella todavía.
También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "Avatar: Guerra de Bandos" (una adaptación de la película "Avatar" de James Cameron y que pretendo iniciar pronto), "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer), "El Siglo Magnifico; Indra & El Imperio Uchiha" (narrando la formación del Imperio a manos de Indra Otsutsuki en una adaptación de la serie "Diriliş Ertuğrul") :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva saga llamada "El Imperio de Cristal"-por muy infantil que suene-basada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, como adaptación :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3
