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Una vida junto a sus vecinos
de Richmond upon Thames.
Los primeros que conoció ese día fueron Draco y Lucius Malfoy, la familia de Narcissa. Lucius era un hombre alto, de rasgos rectos y gesto presumido, pero a pesar de eso, tenía una sonrisa carismática y caía muy bien. Un buen anfitrión, que iba conversando un poco con todos, aunque no parecía tener interés en acercarse a ninguno en profundidad. Su hijo Draco era más silencioso y retraído, sin embargo, no daba la impresión de ser inseguro o tímido. Tenía dieciséis años, y ya era más alto que su madre, tan grande como su padre, pero con hombros más pequeños y brazos más delgados. Ambos hombres tenían el pelo similar, corto y peinado hacia atrás, con cabelleras rubias que eran menos platinadas que las de Narcissa. Draco no se parecía mucho a su madre, más allá de su nariz.
—Y luego de eso, agregamos varias cámaras de seguridad más en la zona del restaurante —explicó Rosmerta.
Hermione bebió un sorbo de limonada. Por alguna extraña razón, casi como si el clima quisiera obedecer a los Malfoy, hacía más calor hoy y resultaba agradable estar en el patio.
Rosmerta, con quien estaba hablando Hermione ahora, era una mujer muy parlanchina. No le interesaba mucho que le respondieran, sino contar todas las anécdotas que había vivido. Para desgracia de Hermione, por no ser tan conversadora, muchas veces terminaba aislándose y en consecuencia Rosmerta aprovechaba para volver a insistirle a su oído.
Ella conocía a la mujer de antemano y nunca imaginó que ambas estaban tan cerca la una de la otra, tanto como para ser vecinas y coincidir en la parrillada. Rosmerta trabajaba y era dueña de un negocio bastante grande, que se dividía en sectores para comer, beber, bailar, e incluso tenían un sector para juegos, tales como el billar. De ahí la conocía, porque ese era uno de los lugares favoritos de Harry y Ginny para salir. A veces, allí, ellos iban a bailar juntos un rato, y Hermione aprovechaba para respirar un poco y beber... hasta que Rosmerta se acercaba y le hablaba en la barra, posiblemente pensando que al igual que ella, no le gustaría estar cinco minutos sin entablar una conversación.
Vio de reojo que Draco hablaba con una chica que parecía de su edad. Por su aspecto asumió que debía ser hija de los señores Parkinson, que trabajaban en un banco y eran bastante serios de personalidad; no sabía mucho más de ellos. Buscó otra cabellera rubia, queriendo encontrar a Narcissa, pero volvió a toparse con Lucius, en cambio. Él estaba en la parrilla, hablando con Albus Dumbledore, Tom Ryddle y Gellert Grindelwald mientras cocinaba.
Albus y Gellert eran los mayores de ese grupo, teniendo cabellos ya canosos. Ambos eran directores de dos escuelas diferentes del barrio. Albus de una pública y Gellert una privada, y solían discutir todo el tiempo sobre política. Tom, por otro lado, trabajaba en un orfanato, y era un hombre muy silencioso. No le gustó mucho hablar con esos tres a Hermione, ya que la hicieron sentir como si le estuvieran ocultando cosas, o como si fuera muy joven para entenderlo todo. Y más bien, lo que pensaba Hermione, era que solo se trataba de unos presumidos. Posiblemente corruptos, además, sus números no le cuadraban en lo absoluto. ¿Quizá por eso se estaban llevando bien con Lucius? Se llevó de nuevo la limonada a la boca, ahogando una risa.
—¿Estás sola? ¿No te estarás aburriendo? —le preguntaron, y Hermione se giró.
Narcissa estaba hoy muy bien maquillada. Sus labios le resultaban por eso más atractivos y sus ojos más impactantes.
—Rosmerta me estaba hablando. No me di cuenta cuándo se fue.
—¿Se pierde mucho en sus pensamientos, señorita Granger?
Soltó una risa nerviosa, recordando el día anterior, cuando se había perdido observando el rostro de Narcissa con vehemencia y olvidó cómo hacer que sus oídos funcionaran.
—¿Y tú? ¿Te diviertes? —preguntó Hermione.
—Bueno —suspiró—, Lucius invitó a la mayoría de los vecinos.
—¿No te agradan?
—No creo que sea bueno como anfitriona decir esto, pero no, no demasiado.
—No me sorprende. Sin ofender, pero la mayoría de las personas con dinero son un asco.
—Bueno... ¿Pero no eres tú alguien con bastante dinero?
—Quiero pensar que no estoy incluida en el grupo que da asco —bromeó—. Ni usted, por supuesto. Tampoco es que seamos aquí ricos, pero ya sabes... no estamos rodeadas de humildad.
—¿En qué trabajas? —curioseó.
—Departamento de finanzas, en Jaguar Cars —respondió—. Estoy en un puesto alto porque mi abuelo es uno de los Directores ejecutivos. Hago bien mi trabajo así que no pienso que no me lo merezca, pero ciertamente no tenía la experiencia para escalar tan alto y tan rápido.
—No te imaginé como alguien de números.
—¿Por los libros? Supongo que sigo el dicho: no hay que mezclar placer con trabajo.
Narcissa se rió en respuesta y bebió la bebida que tenía en su mano.
—Me gusta mucho la economía, en realidad. Disfruto de mi empleo.
—Qué bueno.
—¿Siempre quiso ser madre? —preguntó ella ahora.
—Trabajé antes de tener a Draco, pero luego preferí centrarme en la maternidad. Es algo hermoso.
Hermione asintió, así como siempre lo hizo con Ginny. No podía entenderlo, pero sí fingir hacerlo.
—Claro que no es para todos —siguió Narcissa.
—¿No? —se desconcertó.
—¿Piensa lo contrario? —la ceja de Narcissa se arqueó.
—Yo... Nunca escuché a alguien que haya sido madre decir eso.
—¿Supongo que todo el mundo te dice que deberías tener hijos?
—Exactamente. Mi madre, mis amigas...
—Algunos están bien solo con pareja. O sin siquiera eso, prefiriendo estar solos.
Hermione frunció el ceño.
—¿Ese «solos», lo agregó por mí, señora Malfoy?
—Ayer lo dijiste, que prefieres la soledad.
—¿Entonces te parece bien que esté soltera y sin hijos para toda la vida?
—Depende de lo que tú quieras, no lo que me parezca bien a mí.
Hermione bajó los ojos a su vaso, bebió un sorbo.
—Si no encuentras otros vecinos que te agraden —comenzó a decir, lento y con un tono bajo, pero que sonaba seguro—. ¿Quizá podríamos ir a tomar un café algún día? O cualquier otra cosa.
El rostro de Narcissa mostró su sorpresa por la idea.
—Sí, podríamos —consiguió reaccionar.
Hermione no miró a Narcissa, pero sentía que la escudriñaban de arriba abajo, como si fuera una cosa extraña e inentendible.
No se arrepentía por su impulso, que además, le salió bien. Era agradable conversar con Narcissa, quizá por su edad o simplemente por su forma de ser; no era alguien que se impusiera. Estaba tan acostumbrada a que ver a otras personas incluyera en consecuencia momentos en que le exigieran cómo comportarse y pensar, que ahora mismo se sentía demasiado fresca y renovada.
. . .
—¿Estás segura, Hermione? —preguntó por tercera vez Ginny.
Hermione movió el teléfono, apretándolo entre su oreja y su hombro para poder sacar una caja de uno de sus muebles.
—Que sí.
—No sé cuándo volveré a poder dejar a Albus y James con su abuela —advirtió, y el teléfono también captó la voz de Harry al fondo, que dijo: «Ya déjala, no quiere».
—Hice otros planes antes —repitió.
—Oh sí. ¿Algún chico que quizá pronto se una a nosotros?
Hermione negó con la cabeza para sí misma exasperada, aprovechando que Ginny no podía verla. Pero no corrigió su suposición, era más fácil decir que tuvo un par de citas con un chico que luego le dejó de gustar, que decir que prefería estar con su nueva vecina antes que con sus mejores amigos.
—¿Pero vendrás a la boda, no? —insistió Ginny.
—Sí, lo haré. Iré a la boda de Ron. Falta mucho para eso, de todas formas.
—Dos meses pasan volando.
Cuando se despidieron y colgaron la llamada, Hermione sacó de la caja una cafetera italiana que su madre le había regalado al mudarse.
Al final, Narcissa sugirió juntarse en su casa a beber un café en lugar de ir a un local. Tenía una cafetera eléctrica en su cocina, que era práctica y mantenía la bebida caliente mientras se duchaba en las mañanas, pero Narcissa había dicho que el café sabía mejor en estas cafeteras más rudimentarias y... bueno, no era ningún problema usar esta si a ella le gustaba más. Era fabuloso poder quitarle el polvo para variar.
El timbre sonó y Hermione esta vez sonrió: al fin no llamaban a su puerta de imprevisto.
—Señora Malfoy, entre —la invitó—. Iré un segundo a preparar el café y vuelvo. Ponte cómoda.
Hermione se metió a la cocina, y mientras vertía agua en la cafetera, le hablaron:
—Puedes decirme Narcissa.
—¿Segura? —exhaló; una mezcla de sorpresa por la voz a sus espaldas y alegría se filtró en su pregunta.
—Tengo el presentimiento de que podríamos ser buenas amigas.
—Pienso igual, Narcissa.
—Entonces, Hermione —dijo, una vez se sirvieron las tazas de café y se sentaron en el sillón—. A diferencia de mí, ¿tienes muchos amigos?
—No creo que sean muchos, pero sí son buenos amigos.
—Me sorprende que no te vea salir más —admitió—. La gente a no ser que tenga hijos y pareja, suele pasar poco tiempo en su propia casa.
Hermione resopló luego de beber un poco de café.
—La mayoría viven en el otro extremo del barrio, o en un lugar diferente. Solo mis amigos Harry y Ginny están cerca. Y son padres, están ocupados, al igual que los que viven más lejos.
También podría haber dicho algo sobre Luna, que vivía demasiado cerca. Pero ninguna buscaba la compañía de la otra, así que sería una información sin sentido.
Narcissa se llevó su taza a los labios, parecía estar pensando.
—Y disfruta la soledad —agregó, con un tono que rozaba lo burlón.
—Tengo vida social —se defendió—, aunque quizá este último año la reduje significativamente.
—¿Hm? ¿Y eso por qué?
—Yo me... emm —balbuceó—. Me aburrí un poco de tener citas y esas cosas.
La ceja de Narcissa se arqueó, junto con uno de los bordes de sus labios. Hermione consideró que era un gesto bastante depredador, aunque no sabía si debía verlo como si fuera la curiosidad de un zorro o la amenaza de un lobo.
—¿Te han roto el corazón?
—No —murmuró, con un tono bajo de decepción.
¿Por no haber sentido nunca un corazón roto? ¿O porque esperaba que Narcissa no fuera otra amiga más, enamorada y con una familia feliz, que piensa y se preocupa mucho por esas cosas? Tomó un poco más de café.
—¿No deberías alegrarte?
—¿Puedo contarte un pequeño secreto? —preguntó, ignorando lo que la otra le había dicho.
Quizá no era la mejor idea decirle esto a su vecina que apenas conocía, ya que bien podría contarles a todos en el barrio lo que Hermione dijera en este cuarto. Incluso, que resultara que Narcissa no tuviera el brillo vivaz que creyó intuir en la parrillada por sus palabras. Pero no tener una relación profunda con esta mujer hacía que también fuera la oportunidad perfecta para hablar...
—No saldrán de esta casa tus palabras.
—Nunca me enamoré, nunca amé a nadie.
Narcissa no contestó enseguida, se tomó su tiempo para saborear el café y sus palabras.
—¿Y eso fue lo que te desanimó?
—No, fue el tema. Al igual que tener hijos, se supone que debería de tener a alguien a quien amar con todo mi corazón.
—¿Y al igual que la maternidad, no te interesa?
Hermione asintió, y apresuró lo que quedaba de café en su taza.
—¿Te preocupa lo que los demás piensan de ti?
Un escalofrío la recorrió, Narcissa era aguda. Ella sabía que debía tener un novio, no ser promiscua. Había una lucha constante en su mente, entre lo que deseaba y lo que debía. Sin ir más lejos, desear a Narcissa pero no deber hacerlo porque se trataba de una mujer casada, resultaba un buen ejemplo.
—¿Alguna vez viviste en la centro? —preguntó Narcissa.
—No. Donde vivía con mis padres era aún más tranquilo y pequeño que aquí. Para mí Richmond está ya abarrotado de civilización.
—Oh, Hermione —dijo, seguido de una risita—. Allí todo es mucho más variable e intrépido...
Entrecerró los ojos ante las palabras, pero Narcissa no lo notó, ya que tardó unos segundos en regresar de sus recuerdos.
—Conocí a mucha gente. La mayoría como nuestros vecinos. Pero algunos otros, unos pocos, aunque bastante ocultos y pasando desapercibidos, eran más especiales... Diferentes, como tú.
—Quizá solo me estás subestimando —desestimó Hermione, mirando su taza de café vacía—. Soy solo otra vecina común y corriente más.
