Capítulo 3 Con los archivos
—¿Acaso es una broma tuya? —Preguntó John con una risa nerviosa. La mirada de Sherlock conservaba un impecable asombro—. No es broma tuya...
John colocó sus manos sobre su rostro y vio a Sherlock sin poder creer lo que acababa de pasar en esa cocina. Ambos se quedaron ahí, de pie en los escalones, sorprendidos. En ello escucharon que tocaron a la puerta principal y los dos movieron sus miradas para descubrir a Lestrade.
—¿Interrumpo algo? —preguntó extrañado.
—¡Oh, Greg! —Exclamó John—. Pasa, pasa.
—La puerta, la dejaron abierta —comentó mientras se acercaba a ellos—. Sherlock tengo una parte de lo que me pediste, lo demás lo traerá Donovan en un... —paró de hablar al notar a Sherlock quien, con una mirada perdida y, al parecer, se veía más pálido de lo normal—. Sherlock, ¿estás bien? —inquirió preocupado.
Él movió sus ojos y observó al inspector.
—Si —respondió con mucha seriedad, dio la media vuelta y subió las escaleras.
Lestrade contempló extrañado aquella escena y, hasta que Sherlock se perdió en los escalones, volteó a ver a John con una gran interrogante en su rostro.
—¿Qué pasa? ¿Tiene algo que ver con lo de Moriarty?
—No —contestó seco John—, no realmente.
El inspector no comprendió lo que pasaba y en esos momentos apareció la señora Hudson con una cara bañada en nervios.
—¡John! —exclamó, casi alterada.
—¿Qué sucede señora Hudson? —solicitó preocupado.
—¡Oh, John!, Bell...
—¿Bell? —interrumpió Lestrade extrañado, pero le ignoraron.
—Tranquila señora Hudson... La pequeña, ¿hizo algo?
—¿Pequeña...? ¿Qué diablos pasa aquí?
Watson y la señora Hudson voltearon a verle y lo único que hicieron fue hacerle una seña de que los siguiera. Lestrade comenzó a seguir sus inquietos pasos hasta que llegaron a la puerta de la cocina y, a través del pequeño cristal que había, los tres se asomaron y el inspector descubrió a una pequeña niña.
—¿Quién es ella? —cuestionó extrañado. Ambos voltearon a mirarle.
—Llegó esta mañana buscando a Sherlock —respondió la señora Hudson.
—Sí, su nombre es Isabelle —continuó John—, pero el punto de esto es que... —en ello la niña movió sus ojos y avistó a los tres conglomerados en aquella ventana. Rápidamente se quitaron de ahí.
John y la señora Hudson se pegaron en la pared y sus caras mostraban más alteradas, en cambio, Lestrade seguía sin comprender lo que pasaba. La puerta de la cocina se abrió y apareció Bell, quien seguía analizando todo a su alrededor. Al voltear y ver a los tres adultos en la pared, posó la vista en Lestrade y este también miró a la pequeña, sin saber que hacer o decir.
—Scotland Yard, esposa distante, rosquillas y café americano cada día —soltó como si nada, se dio la media vuelta y caminó hacia los escalones.
Boquiabierto ante lo que la pequeña le dijo, volteó a mirar a ambos. John alzó ambas cejas y apretaba sus labios mientras cabeceaba y la señora Hudson tenía sus manos en su pecho y se miraba petrificada.
—Acaso...—hablo sin creerlo— ¿Le hablaron de mí?
—Nop —contestó John mientras se cruzaba de brazos.
—Entonces esa niña acaba de hacer lo que...
—Sherlock hace —continuó John por él y Lestrade se quedó inmóvil.
Bell había llegado al living room y apreció a Sherlock sentado en un sofá individual, tenía sus manos sobre su barbilla y la mirada perdida. Ella se quedó parada bajo el dintel.
—¿Qué tanto deduces? —preguntó sin mirarle. La pequeña se extrañó.
Al no oír respuesta Sherlock movió sus ojos hacía ella, quien, rápidamente desvío la vista hacía toda la habitación. Ella se adentró y comenzó a caminar por entre todos los montones de periódicos que ya hacían regados por el living room. Sherlock la seguía con su mirada, se mostraba curioso ante lo que la pequeña estaba haciendo. Bell seguía mirando todo con fascinación, a pesar del desastre que era la habitación. Ella observó cada pequeño detalle con una suave sonrisa.
—¿Qué es lo que has deducido? —insistió.
Al retomar su vista al frente, Bell volteó a mirarle y se quedó pensativa unos momentos. Al no oír palabra de su boca, Sherlock arqueó su ceja y no quiso mirarle más. Ella comenzó a caminar hasta llegar al enorme sofá; lo miró con mucho detalle y el detective pudo ver como la niña se recostaba en el piso. Bell miró debajo del sofá y con un brillo en sus ojos, estiró su brazo para sacar algo que estaba debajo del mueble. Al encontrar lo que quería, se alzó y se acercó a Sherlock, quedando frente a frente. Los ojos verdes grisáceos del detective se cruzaron con los ojos marrones de la niña. Ambos se analizaban. Sherlock empezó a ver más detalles en la niña, muchos de los cuales omitió en su primera deducción:
"Es ambidiestra, dibuja constantemente; sabe tocar el piano; es insegura; tiene ojeras, nunca duerme bien, posiblemente sonámbula; es algo consentida, ama el chocolate..."
Entre más se analizaban, Sherlock percibió algo familiar en ella, sin embargo, su mente no lograba conectar aquella familiaridad. Se maldijo por dentro y agachó la mirada. Al verle así Bell estiró su mano y abrió su palma para enseñarle a Sherlock lo que había encontrado debajo del sofá. Él alzo su mirada y observó con sorpresa lo que tenía, la jeringa que había utilizado anoche para drogarse.
—Malo —soltó—. Esto es malo.
Ante ello, Sherlock observó impactado. En esos instantes, a lo lejos, pudo escuchar varias pisadas, sabía que todos estaban a punto de entrar al living room y con cierto miedo le arrebató la jeringa a la niña escondiéndole en el bolsillo de su saco. John y Lestrade llegaron y miraron la escena en el cual Sherlock veía con aquella misma extrañeza y palidez que tenía a Bell y ella no dejaba de mirar al detective con el ceño fruncido.
—Sherlock —habló John, pero este le ignoró. El detective no dejaba de mirar a la niña. Era como si a través de sus ojos le pedía que no dijera nada con respecto a la jeringa—. ¿Sherlock? —cuestionó un tanto molesto.
—John —respondió, sin dejar de observarla.
—¿Qué pasa aquí?
Bell cambió su ceño para sonreírle al detective. Lo había comprendido. Ella volteó con esa sonrisa y miró al Doctor Watson, quien estaba extrañado por la situación.
—¿Está todo bien? —preguntó Lestrade. Al oír su voz Sherlock volteó a mirarlo, un poco confundido.
—¡Oh, Greyson! —exclamó.
—Es Greg —dijo molesto.
—¿En serio? —Preguntó curioso y en ello se alzó del sofá—. No importa —y acomodó su saco—, ¿tienes lo que te pedí?
—Aquí —dijo mientras alzaba un folio amarillo—, tengo una parte.
—¿Y el resto?
—Donovan lo traerá en un rato más.
—Pues espero que no se tardé. Nos urgen datos de este caso.
Sherlock ponía sus manos detrás de él, en ello Bell se sentó en el sofá que era de John y sin disimular mostró una mirada furiosa.
—¡Ese es el sillón de John! —reclamó. La niña alzó una aterrorizada mirada.
—Sherlock —habló veloz John—, no empieces.
—Me gusta aquí —respondió la niña un tanto sería, pero a la vez nerviosa.
—Necesito que esté en su lugar —continuó mientras le miraba con exasperación.
—Sherlock, no pasa nada si estoy en otro lugar; no es el fin del mundo —John tomó la famosa silla para los clientes y la puso en medio de los dos sillones—. ¿Vez? No hay nada de malo.
Casi humeando por sus orejas, Sherlock retomó la vista a John, el cual ya estaba sentado en la silla, y continuó con Lestrade. Se acercó a él y extendió su mano pidiendo el folio. El inspector suspiró amargamente y obedeciendo le dio el folio a Sherlock. Este se lo arrebató y retornó a su sagrado sillón.
Al estar frente a la niña, lanzó una mirada llena en rabia. Bell la ignoró y subió sus piernas al descansa brazos, las dejo ahí colgando y se recargó en el sillón, sin dejar de mirar a Sherlock. El detective sentía la mirada de la pequeña y en el fondo comenzaba a incomodarle.
—Sería bueno —aun molesto habló— que comenzarás a contar que fue lo que le pasó a tu madre. Así nos será más fácil identificarlo en los archivos.
—Sherlock —replicó John a modo de advertencia.
—¿Qué es lo que pasa exactamente? —Cuestionó Lestrade—. Necesito saber en qué me estoy metiendo.
—Isabelle —mencionó John y la niña le lanzó una mirada molesta, tan poderosa fue esa ira que él se quedó sorprendido—. Digo, Bell, ella llegó esta madrugada pidiendo ayuda a Sherlock. Al parecer asesinaron a su madre.
—¿Y fue testigo del asesinato? —preguntó Lestrade y Sherlock rodó los ojos.
—Creo que es algo obvio inspector, si no, no estuviera aquí —sonó un tanto sarcástico. Lestrade le miró seriamente.
—Bell —continuó John, dejando a relucir una dulzura paternal, y la pequeña movió sus ojos con él—. Sé que esto es difícil para ti, la señora Hudson me dijo que estabas en estado de shock cuando llegaste —y pudo escuchar como Sherlock lanzó una leve carcajada. Él le vio molesto—. Pero necesitamos que nos digas que fue lo que pasó, exactamente, para poderte ayudar.
Los ojos marrones de la pequeña se comenzaron a cristalizar y empezó a respirar muy lento. John como Lestrade le miraban preocupados, en cambio, Sherlock leía los casos sobre Northampton.
—Mamá —dijo con una voz entrecortada y en ello cerró los ojos. A su mente llegaron todos esos recuerdos de aquella noche—. Mamá... hombre malo... boom.
—¿Boom? —preguntó Lestrade. Sherlock alzó la mirada al oír esa palabra.
—Boom —repitió curioso—. Un arma —y como loco comenzó a buscar en los archivos casos que involucraran muertes por armas.
John y Lestrade miraron curiosos a Sherlock, luego retornaron con Bell quien seguía perdida en sus recuerdos. Un minuto pasó y Bell no había pronunciado palabra alguna y el doctor y el inspector comenzaban a preocuparse ante el repentino silencio de la niña. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué tanto había en su cabeza?
Sherlock continuaba en lo suyo, buscando como loco. Ambos hombres ya no sabían cómo actuar, hasta que vieron que, a través de las mejillas de la niña comenzaban a resbalarse unas cuantas lágrimas.
—¿Bell? —Cuestionó John preocupado y Sherlock alzó la mirada hacia con ella—. Bell, ¿estás bien?
La niña se había desconectado de la realidad, estaba sumisa ante sus recuerdos y Sherlock, atónito, supo perfectamente en el estado que ella estaba.
—¿Isabelle? —llamó alterado John, con la esperanza que la niña le hiciera caso. Sherlock alzó su mano a su cara para callarle y este se extrañó—. ¿Qué? —cuestionó molesto.
—¿Es que acaso no lo vez, John? —preguntó sorprendido.
—¿Ver qué? —cuestionó extrañado y Lestrade se sentía perdido ante todo esto.
Sherlock bajó su mano y se alzó levemente del sillón, dejando caer varios documentos al suelo, se acercó a la niña y, al estar frente a ella, se arrodilló para observarle mejor.
—Ella está... —se detuvo nervioso— Ella está en su palacio mental.
John abrió los ojos de par en par y Lestrade arqueó una ceja reluciendo más su extrañez. Bell estaba perdida en su palacio mental. ¿Qué era lo que había en la cabeza de esta pequeña? ¿Qué tanto almacenaba? ¿Habría información de valor en ella? Mientras más incógnitas llovían en la cabeza del detective, él sentía que una parte de su mente se quebraba lentamente.
—Esa niña, es un pequeño clon tuyo —soltó impactado Lestrade.
Al oír tal revelación, Sherlock reaccionó, se alzó del suelo y miró al inspector con un coraje y sorpresa en su expresión.
—¡Esto es imposible! —exclamó en furia, habiendo explotado. Los dos le miraron extrañados.
—¡¿A qué te refieres, Sherlock?! —preguntó confuso John.
—¡No es posible! —Continuó gritando—. ¡Nadie, ninguna persona de esta tierra es capaz de comprender la ciencia de la deducción! ¡Nadie a la perfección! ¡Nadie puede tener un palacio mental...! ¡Nadie!
Lestrade y Watson se miraron y luego retomaron con Sherlock.
—¿Y qué hay de Magnussen?
—¡Él...! ¡Él no viene a este caso!... Él no era una persona —Dijo lo último muy serio—. Mi punto es, que esa pequeña —y le apuntó—, esa niña no puede hacer lo mismo que yo.
Ambos se miraron con interrogantes en su rostro, ¿a qué se debía el repentino estallido del detective? ¿Nadie comprendía la ciencia de la deducción? ¿Nadie podía tener un palacio mental? Y mientras más pensaban, los dos se miraron con cierta picardía. Ambos creyeron comprender el comportamiento tan alterado del detective.
—Sherlock —habló John—. Acaso... ¿Estás celoso?
Ante aquellas palabras, la mirada de furia que tenía el detective cambió a una asombrada como un tanto apenada. Al verle su reacción, el inspector Lestrade no evitó dejar escapar una leve carcajada. Sherlock Holmes, el gran detective consultor, le tiene envidia a una pequeña que posee sus mismas habilidades. Esto era de no creerse.
—¿Estas celoso? —repitió John con una suave sonrisa.
—No —respondió seriamente y sus mejillas se pintaron un poco en rojo.
—Sí, lo estás —continuó Lestrade tratando de no volver a lanzar aquella risa.
—Lestrade, cállate —dijo molesto.
—Sherlock —llamó John y este volteó a mirarlo—. Tranquilo, ¿sí? Veamos, Bell pose tus mismas cualidades, en sí no están tan desarrolladas, pero entiende tu ciencia de la deducción.
—¿En serio tienes que recordarlo John? Qué redundante eres, me sorprendes.
—Sherlock... —habló seriamente.
—John, no logro entender a qué quieres llegar, pero déjame decirte que no, no estoy celoso que está pequeña posee mis mismas cualidades—dijo mientras hacía comillas con sus manos—, lo que sí puedo yo decir es que, si ella sabe utilizar la deducción, que ella resuelva el asesinato y yo pueda concentrarme en... —pausó y realizó una mueca en su rostro, como si le doliera lo que quería pronunciar. Simplemente, no podía—. Tú sabes a lo que me refiero, John —continuó con seriedad.
Volviendo a mirarse Lestrade y John cambiaron aquellas burlas a seriedad y en la habitación reinó el silencio. Era extraño que eso pasará aquí en 221B de Baker Street, pero esto se había convertido en una incomodidad. Los minutos se hicieron siglos y los segundos en milenios. Sherlock se alejó de John, se sentó en su sofá y pudo ver que Bell abría sus ojos, de los cuáles el resto de sus lágrimas cayeron. Parecía que la pequeña estaba en shock y, sin más que poder hacer, se soltó en llanto. John y Lestrade ya no podían estar más sorprendidos. El doctor se acercó a la pequeña y trató de tranquilizarla, pero era imposible.
Bell no paraba de llorar y pedía casi a gritos a su madre. Sherlock miró aquella escena sin ningún tipo de expresión y John recargó a Bell en su pecho tratando de calmarla como si fuera un bebé. Lestrade había sentido que su corazón se quebraba en pedazos, en definitiva, era muy sensible con los infantes. Bell se refugió en John y continuó derramando sus lágrimas en la camisa del doctor mientras Sherlock fruncía su ceño ante lo que presenciaba.
—¿Aún estas seguro que ella pueda resolver esto sola? —preguntó Lestrade molesto a
Sherlock, quien volteó a mirarle sorprendido.
—Sherlock —continuó John molesto—, Bell nos necesita.
Una presión inundó la cabeza del detective al estar siendo devorado por las miradas de estos dos hombres. Su única acción fue alzarse del sillón, ajustar los botones de su saco y mirarlos con seriedad.
—De acuerdo —respondió molesto y se fue a encerrar a su habitación.
John tardó un poco en controlar a Bell, pero la pequeña se había calmado.
—Creo que lo mejor es que este con la señora Hudson, hasta que Sherlock deje de hacer berrinches —dijo Lestrade y John volteó a mirarle.
—Es verdad—mencionó mientras cruzaba sus brazos—. Esto es increíble.
—¿De qué hace lo mismo que Sherlock?
—Siempre creí que Sherlock era único, por hacer lo que hace. Y ahora aparece Bell y me hace pensar en tantas cosas —dijo con una media sonrisa. Lestrade miró extrañado, pero, John solo se entendió porque dijo eso y volteó a ver al rostro pensativo de Lestrade—. Sin embargo, Bell se equivocó en una cosa respecto a mí —Lestrade más confundido de lo que ya estaba vio a John con una ceja arqueada—. Ella me dijo que tengo un hermano cuando en realidad es una hermana. Hizo el mismo error de Sherlock.
John río para sí, le dio unas suaves palmadas en el hombro a Lestrade y se retiró. Al salir del edificio, John observó curioso un enorme vehículo en color negro aparcado frente al 221B y, recargada en una de las puertas, estaba una hermosa chica texteando sin parar. Lo único que pudo hacer fue suspirar con desgana y acercarse.
—Hola —dijo algo nervioso.
La chica alzó la mirada y le sonrió, se hizo a un lado y abrió la puerta para que John entrará. Sin más que hacer John obedeció y se adentró en ese vehículo de gran clase. Al estar adentro miró a su compañera de viaje, sin parar de textaear, hasta que volteó a mirar a John y este le sonrió.
—Hola. Otra vez —mencionó para animar el ambiente.
Ella sonrió y regresó a su teléfono. Con su sonrisa y una mirada un tanto extrañada, John supo que de nada serviría y volteó a contemplar el panorama. Varios minutos después, el doctor Watson miró al lugar que había llegado: El Club Diógenes. Otro suspiro desganado se hizo presente y salió del vehículo, despidiéndose de la chica textos quien sólo le sonrió. Al entrar al lugar fue recibido por el mayordomo quien le condujo hacia donde John ya se lo esperaba: La oficina de Mycroft Holmes.
Al llegar a dicho lugar John entró y, sentado detrás de aquel escritorio, estaba el mayor de los hermanos Holmes.
—¡Ah, Doctor Watson! —exclamó al verle—. Por favor, tome asiento —Curioso John obedeció y miró como Mycroft se acercaba a él con dos tazas—. ¿Té? —cuestionó con una sonrisa falsa.
—Gracias —Dijo John mientras tomaba la taza—. Dime, Mycroft, ¿en qué puedo ayudarte?
—¡Oh, Doctor Watson! —Exclamó mientras tomaba asiento frente a él—. Me ofende que piense que sólo lo buscó por ayuda.
—Bueno, mi intuición dice que es algo relacionado con Sherlock —en eso rio con algo de nerviosismo y tomó de su té.
—Pues su intuición está en lo correcto, Doctor Watson. Vayamos al punto, ¿quién es la niña?
John casi escupe su té al oír la tan directa pregunta de Mycroft. En eso puso la taza en la mesita y tomó la servilleta para limpiarse sus labios.
—¿Perdón? —preguntó sorprendido.
—Me oyó perfectamente, Doctor Watson. ¿Quién es la niña que llegó al 221B?
—Pues... Yo, ah... Llegó pidiendo ayuda para un caso...
—¿Cómo se llama? —John le miró con unos enormes ojos—. La niña, ¿Cómo se llama?
—Isa... Isabelle —contestó nervioso.
—¡Oh, Isabelle! —Exclamó con una sonrisa—. Como nuestra reina.
—Si... —dijo John curioso.
—Isabelle, es un nombre hermoso —y tomó de su té con fina elegancia.
Sin saber que hacer John alzó sus cejas y agachó su cabeza para evitar contacto visual con Mycroft.
Él hermano mayor Holmes puso su taza de té en el platito y miró a Watson.
—¿Y por qué buscó a mi hermano?
—Pues, yo, la verdad, no lo sé. Mycroft, Bell...
—¿Bell? —Interrumpió con una media sonrisa—. ¿Ya tan pronto con diminutivos?
—Es que a ella no le gusta que le llamen Isabelle.
—¡Oh qué pena! Con tan hermoso nombre y lo detesta, que mal. De acuerdo, ¿qué tipo de caso tiene para buscar la ayuda de Sherlock?
—Lo único que sabemos es que mataron a su madre, pero no habla mucho, ella... —en ello John cerró su boca para ya no informar de nada más al mayor de los Holmes.
Mycroft alzó su ceja y le observó. John seguía pensativo y buscaba las palabras adecuadas para decirle sobre la niña.
—¿Qué pasa con Isabelle? —John miró a Mycroft—. ¿Qué tiene de especial?
John suspiró, jamás engañaría a Mycroft Holmes, a ningún Holmes en realidad.
—Ella hace lo mismo que Sherlock. La deducción.
Mycroft entre cerró sus ojos, frunciendo el ceño muy fuerte y contempló la cara de John Watson, en la cual se notaba la admiración y la sorpresa.
—Doctor Watson, no venga con estos juegos, la deducción sólo la conocemos Sherlock y yo.
—Y Magnussen —dijo en voz baja.
—¿Perdón? —preguntó molesto.
—Nada... Pero es cierto lo que le digo, Mycroft, esa pequeña tiene esa capacidad. No la ha sabido explotar como ustedes, pero, la tiene.
Mycroft alzó más su ceja, nada convencido ante las palabras de John Watson. Colocó su taza de té en la mesita, cruzó su pierna derecha por encima de la izquierda y se acomodó en el sofá.
—Doctor Watson —habló seriamente—, ¿acaso está niña llegó pidiendo tutoría a mi hermano para expandir sus conocimientos de la deducción? ¿O usted lo ha propuesto?
—No... ¡No! —Exclamó molesto—. Mataron a su madre y quiere que le ayudemos, ella está desesperada, nos necesita...
—No como Inglaterra necesita a Sherlock Holmes —interrumpió—. Sabe perfectamente las condiciones por las cuales Sherlock está aún libre, andado por nuestra bella Inglaterra. Necesita estar totalmente concentrado en James Moriarty.
—Mycroft, lo sé créeme que lo sé, mejor que nadie, pero...
—No Doctor Watson, usted no lo sabe —en ello se alzó de su sofá y miró a John—. Le ayudaré a resolver este caso, para que Sherlock quedé libre lo más pronto posible. Solo dígame qué más sabe sobre eso.
—Ah... Pues, creo que la niña llegó de Northampton y...
—Con eso es suficiente —interrumpió molesto y salió de aquel lugar dejando a John completamente sorprendido y molesto.
Estando completamente solo, John escuchó su celular y miró que había llegado un mensaje:
"No le hables sobre la niña."
SH.
John captó que el mensaje lo había enviado hace más de veinte minutos. ¿Por qué hasta ahora lo recibió? Sencillo. Cuando iba en el vehículo, con la chica textos, entraron a un túnel en el cual perdió señal, y al llegar al club también la señal no era muy buena. Se maldijo por dentro y posó su mano sobre su frente, a modo de llamarse así mismo un inútil. Unos momentos pasaron y Mycroft apareció con una carpeta. John alzó su mirada y descubrió como este le entregaba un folio, lo tomó y miro el título:
"Jones, Samara."
—¿Qué es esto? —preguntó sorprendido.
—Su caso, Doctor Watson —dijo con un tono déspota.
N/A:
Muchas Gracias por leer. Se agradecerán sus comentarios, criticas que me ayuden a mejorar, opiniones y/o sugerencias :3
