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Capítulo 3.
—D-dijiste —ahogó un gemido potente cuando su amante la embistió y le mordió el lóbulo de la oreja— que veníamos —hizo a un lado la cara, evitando el beso y dejando que descienda por el cuello— a… estudiar.
—Antes… —se dedicó a embestirla con fuerza al sentir ya su cuerpo pedir ser liberado de una vez— nos relajamos un poco.
Siempre era así. Siempre.
Ella juraba por todos los cielos que sí había querido ir a estudiar. Cuando su tutor le dijo que le había surgido un problema personal y que le ayudaría «tal vez» el lunes, ella frunció el ceño con fuerza y quiso mandarlo al diablo. Se tomó por los cabellos de su fleco y deseó arrancarlos; justo en ese momento, le volvió a llegar un WhatsApp y era de su amigo, el que ahora tenía encima, corriéndose —en un preservativo— dentro de ella. Admitía que el acto era bueno y liberaba mucho estrés que hacía semanas no había podido. Y, pues, como era de esperarse y él era bueno en matemáticas, le ofreció dinero por que le ayude con sus ejercicios y él le dijo que sería gratis.
En su casa.
En su habitación.
En su cama.
—No me duermo porque mi cuerpo está lleno de adrenalina —se recogió el cabello con la liga que cargaba anteriormente y que había sido mandada a la mierda minutos antes— tu madre debe sospechar, por la música alta, que no estamos estudiando matemáticas —su cuerpo estaba caliente y sudado, así que se dio aire con las manos.
—No te preocupes, ella estaría gustosa de que fueras mi novia —lo oyó decir desde su baño.
Kagome sintió una corriente recorrerla entera y no supo cómo responder ante eso.
—Mierda… —susurró, poniéndose la falda y blusa ligera de tirantes que había llevado puestas. Otra vez Hōjō y sus proposiciones de noviazgo. Si estaban bien así, sin compromisos estúpidos—. ¿No follamos ya muy bien? —dejó escapar aire— no quiero una relación y lo sabes.
Lo vio poner una expresión cabizbaja y se sintió peor… Presentía que no estaba siendo una mujer muy buena en esos momentos. Hōjō era un excelente chico: atento, caballeroso, se preocupaba siempre de su salud y era un amante maravilloso, pero… ella no quería tener una relación con él. Ni con nadie, en realidad.
—Supongo que estos ocho meses han estado bien para ambos, ¿no? —Se encogió de hombros, intentado restarle importancia y colocándose también la ropa que yacía en el piso. La vio asentir y dibujar una sonrisa de sincero alivio.
La muchacha se levantó despacio y caminó hacia él, tomándole el rostro sonrojado y tierno… Hōjō era demasiado buen niño para ella.
—Fue asombroso, como siempre —le acarició los labios, tortuosa, entreabriendo la boca ante los placenteros recuerdos que le invadieron por lo que esos mismos le habían provocado minutos antes. Únicamente los delineó y se quedó ahí, porque ella no acostumbraba a besarlo. Nunca lo había hecho, en realidad: los mordía, los lamía, los acariciaba, pero jamás los besaba. Desde hacía más de un par de años que había tomado la decisión de no besar a hombres que no quisiera.
Y él lo sabía.
—¿Seguimos estudiando? —Fingió una sonrisa, tratando de evitar las descargas eléctricas que los delicados dedos de Kagome le provocaban con solo un roce en su boca.
Ella sonrió, tan pícara como siempre.
—Sí, el ejercicio ocho es el más difícil…
«¿Tanto me conoce?»
Frunció el ceño mientras lo veía avanzar.
El tipo no le había dejado negarse, ni patalear, ni gritarle una sarta de improperios que, bien merecidos, sí que los tenía. Para ser sincera, ni siquiera le dejó poner mala cara ante su estoica orden de «—Sígueme, Kikyō», sin una explicación, sin detenerse a preguntarle si quería o no. Naraku no hacía más que lo que a él le daba la gana, pero, por millonésima vez en la vida: hacía lo que se le daba la gana con ella. Alzó el mentón, intentando verse digna ante la mirada de cuatro hombres armados y Kagura, que la observaba curiosa, con una ceja alzada; todos estaban a la espera de que ella le hiciera caso al Big Boss de sus negocios turbios.
Ella no quería, no-quería.
Lo vio casi perderse de su vista hacia una caseta enorme con aire lúgubre que la recibía y con el más sincero miedo, pero el rostro impasible, procedió a seguir el rastro que su ex había dejado. A lo lejos, pudo escuchar las burlas bajitas de los demás, confundidas por el resonar de sus tacones, que hacían eco sobre el cemento.
La estructura de vistas arruinadas se alzaba sobre ella como un monstruo y, por un momento, se sintió más pequeña, más frágil y delgada. Negó imperceptiblemente con la cabeza y a la entrada se encontró a un par de personajes ya conocidos. Los miró con desprecio.
—Kikyō-sama —dijeron al unísono, agachando la cabeza en señal de respeto.
La aludida dio un respingo, asustada por el repentino formalismo y decidió seguir de largo. Bankotsu y Renkotsu… ambos mejores amigos del desgraciado Naraku. Lucían apagados y rígidos, no como los viejos guerreros molestos y alegres que ella había conocido.
Avanzó hasta encontrar la figura de su verdugo entrar a un pequeño cuarto escondido por un estrecho pasillo a mano derecha. Le dio escalofríos saber que estaba entrando al mismísimo infierno de la mano del mismísimo diablo. Tragó duro y no perdió la compostura, no lo haría nunca. O, por lo menos, no dentro de los próximos minutos. Observó a su alrededor, deleitándose del ambiente soberbio, los colores negros, grises, café oscuro y demás; las pinturas de arte abstracto y una colección de armas tras una vitrina alumbradas por una pequeña lámpara, con información sobre su calibre, su año y su procedencia… Naraku había pasado de verse como un galán de barrio adicto a los cigarrillos a un millonario magnate que lavaba dinero.
Cerró la puerta tras de sí y lo vio rodear el escritorio y sentarse ahí, como un rey, tan arrogante como siempre. Se preguntó por un momento por qué, ¿por qué pasaba todo eso? ¿Por qué Naraku le había mentido acerca de sus orígenes? ¿Por qué no pudo ser capaz de cambiarlo? ¿Por qué su amor tan religioso por él nunca fue suficientemente bueno para sanarlo?
Sanarlo.
Sonrió, sintiéndose tonta. Él no estaba enfermo. Quizás ella sí que lo estaba, ¿qué hacía ahí?
—Porque este soy yo, Kikyō —le dijo por fin, sacándola de su ensueño con mucho asombro, ¿acaso podía leerle los pensamientos? No pudo moverse de la puerta—. Siéntate —le hizo un ademán—, ¿no quieres una explicación? ¿No quieres saber por qué me fui y ahora estoy aquí?
Kikyō negó lentamente, cerrando los ojos.
—No quiero nada de ti. —Sentía su corazón herido. Se sentía cansada, quería tirarse a una cama y dormir por mucho tiempo—. Tú solo sabes darme malos ratos, Naraku.
—Estás aquí ahora mismo —le dijo, alzando una ceja—. ¿No me has extrañado?
Ella no pudo creer que fuera tan cínico y tan ególatra. Un imbécil con profesión.
—Cállate, no sabes decir más que estupideces —tomó aire con violencia, respirando rápido—. Dime de una vez qué es lo que quieres… —lo miró directamente y con expresión fiera.
—Siéntate, los negocios se hablan con calma.
—¿Negocios? —No lo podía creer. Negó lentamente. Después de unos segundos de silencio, accedió a caminar hasta la silla y hacer uso de ella—. Habla ya, terminemos con esto.
Naraku se levantó y se sirvió un trago, extendiendo el silencio a propósito, consumiéndola como un cigarro. Sonrió, acabándose el líquido de un trago. Se sirvió otro y caminó hacia ella, casi sintiendo su corazón acelerado. Eso le hizo hervir la sangre, que parecía empezar a quemarlo por dentro.
—Quiero que vuelvas a ser mía —se agachó, golpeando su aliento alcohólico contra el níveo cuello femenino— aunque siempre lo has sido —hizo que su sonrisa altanera se escuche en alta resolución.
Kikyō dejó de respirar, intentando no mover ni un músculo. No, no, por qué demonios hacia eso, ¿por qué justo a ella?
—No… —jadeaba como si hubiera corrido una maratón. Tragó fuerte.
—Pero… —prosiguió y pasó su enorme mano por la garganta, rodeándola y colocando los dedos cerca de la quijada. Esa caricia quemó cada centímetro de la piel de Kikyō, que se atragantó con sus propios nervios— que se note que me perteneces.
—¡Qué dices, no seas insolente! —Perdió la paciencia, rompió la tensión sexual y le quitó las manos de encima, como si quemara.
Porque lo hacía.
Naraku la miró seriamente, exasperado por aquella actitud tan alterada.
—¿No crees que ocho meses ya han sido suficientes para que me reemplaces por ese tal… —hizo una pausa a propósito, para disfrutar de aquel rostro lleno de angustia— InuYasha?
—¡No te metas con InuYasha! —Se levantó de inmediato y la silla de madera cayó con un golpe seco. Kikyō le sostuvo la mirada, esta vez, parecía llena de valentía y mucho coraje. Con InuYasha no, ya bastante daño le estaba haciendo—. Con él no, Naraku. —Negó firme, con la cabeza.
Aunque al gran Naraku Tatewaki, eso le sonó a súplica. La conocía lo suficiente.
—Cálmate, tonta —frunció el ceño y en ningún momento se dejó amedrentar por aquel desafío de miradas—. Únicamente quiero que lo dejes, ya está.
Kikyō agachó la cabeza lentamente, pestañeando varias veces… bien, eso era algo que ya había contemplado de camino ahí. Tenía que. InuYasha no podía seguir con una mujer que, efectivamente, no era suya y jamás lo fue, en realidad. Se calmó, dándose cuenta de que no corría peligro. De todos modos, no sabía con qué cosas le saldría el maleante y no quería poner a su familia en peligro dando más negativas.
Desde su ángulo, lo vio acercarse y tomarla del mentón; ella se dejó hacer, volviendo a sentir su tonto corazón latiendo como un loco, queriéndosele salir del pecho. Respiró hondo, como ahogándose. Advirtió sensaciones extrañas en el vientre y no pudo cuando Naraku la obligó a mirarlo directamente.
»—Así me gusta… —le susurró tan cerca, que ella pudo sentir su aliento hediondo a wiskhey en toda la cara. Pero no quiso alejarse, no podía hacerlo—. Que seas tan obediente —su voz se tornó ronca.
Sabía que era demasiado pronto para intentar tomarla, pero su cuerpo pedía a gritos hundirse en ella, como antaño. Le daría un par de días mientras arreglaba sus cosas con el mequetrefe de ojos dorados. Tenía muchas cosas preparadas para Higurashi. Tomó los labios entre los dedos pulgar y meñique, arrugando su expresión y llevando lentamente el resto de alcohol que tenía en el vaso a la pequeña boca de Kikyō.
—¿Q-qué…? —se oyó estúpida, con los labios vueltos un garabato y el sensual rol dominante que estaba ejerciendo el maldito frente a ella, colocando el filo del vaso ahí y obligándola a tomar el último trago.
Ella iba a volverse loca.
—No temas perder la cordura, Kikyō —achicó los ojos y sonrió cuando vio el líquido caer por las comisuras y viajar por el cuello hasta perderse en el pecho. Le quitó el cristal y no dejó de mirarla directamente.
Ella tampoco lo hizo.
—No la perderé, arrogante.
Por la mañana se levantó temprano, aunque no había dormido sino un par de horas. Con la inquietud que Kikyō le había dejado en el corazón, se dedicó a aprovechar el insomnio y preparar las clases de matemáticas para sus cursos correspondientes. Aunque fuera profesor de matemáticas en primeros y segundos semestres en la universidad, debía admitir que el trabajo era duro… los jóvenes de ambas carreras solían ser algo difíciles de convencer en cuanto a métodos de estudio, así que constantemente debía estar innovando y probando nuevas técnicas para hacer su clase lo más amena posible. Quién diría que su pasión era, en realidad, el diseño gráfico. Habría querido estudiarla pero en ese tiempo no podía costearla, así que siguió en lo que también era bueno: los números. En esos momentos, quería solo la motivación.
Se dio un baño y no quiso probar bocado, tenía un vacío en el estómago por los nervios que poco a poco iban a floreciendo, así que optó por darse una vuelta por su laptop y comprobar el trabajo que había hecho en la madrugada, con la mente más «fresca» por la reciente ducha.
Mientras tecleaba algunos datos, el celular vibró. Cerró los ojos antes de tomar el aparato móvil y no quiso saber si era Kikyō terminándole por WhatsApp, Kagome pidiéndole ayuda antes de tiempo o Ayame, con sus mensajes diarios en la mañana. Con un suspiro largo abrió la notificación y era su prima.
Se sintió aliviado, de alguna manera.
"Hola, Ayame. ¿Todo bien?"
"¿Cómo estás, primo? Oye, mamá te extraña por acá"
Sonrió. Hacía tanto que no visitaba a su tía Kaede… ella, que se había convertido en una madre para él luego del accidente de sus papás en el que los perdió. Se sintió, a la vez, un poco ingrato.
"Tienes tanta razón… lo siento mucho, he estado algo ocupado"
"¡Ya lo sé! Pero, por eso mismo, tengo preparada una invitación que no podrás rechazar para que dejes de ser un ingrato con mamá, lol"
InuYasha negó con la cabeza, alzando una ceja y curvando apenas los labios. Uh, no, no, ya conocía muy bien las mañas de Ayame para llevarlo de paseo cada que quería. Y adivinaba que también iría su buen amigo Kōga.
"No lo sé"
Envío el mensaje con inseguridad y al segundo, su prima ya estaba «escribiendo…».
"Seguro que no sabes. Tú nunca sabes nada, InuYasha"
Le envió más emojis de caras riendo. Ella era así, demasiado directa para el gusto de cualquier persona con sentido común.
"¿Llevarás ahí a tus padres y también a tu noviecillo? Yo seguramente quedaré ahí, sobrando"
Sabía que lo decía por la reciente soltería que se aproximaba. Él lo presentía, lo tenía casi claro. Soltó un suspiro, volviendo a sentirse una mierda.
"Ven, perro tonto. Estoy junto a Ayame, leyendo lo que le dices. Aunque Kikyō no te acompañe, debes distraerte un rato. Hace meses que no sales. Vamos a Yokohama"
El mensaje venía desde el número de Kōga, que realmente parecía querer subirle los ánimos. Ellos no tenían idea de lo que estaba pasando, asumían que Kikyō no iría por trabajo o porque simplemente no acostumbra a ir a lugares como la playa, sino a sitios más tranquilos como las montañas, haciendas o templos para hacer yoga. No, no, ella, por supuesto que no iría con él, si es que ya no serían nada para el siguiente fin de semana.
"¿Crees que iré simplemente porque un pobre lobo como tú, me lo dice?"
Agregó emojis con caras riendo al mensaje y lo envió rápidamente. Kōga Wolf había sido uno de sus mejores amigos junto con Miroku desde que recordaba haber llegado a esa ciudad con sus padres.
"Imbécil. Espero verte allá"
El mensaje de respuesta tenía el mismo tono burlón. InuYasha negó nuevamente. Ellos eran tercos como nadie en el mundo.
"¿Y? ¿Mi novio te convenció?"
Ayame volvía a pedirle atención en WhatsApp.
"No… tú me convenciste, lol"
Envió aquel texto e inmediatamente después, hubo una fiesta en el chat. Ayame había enviado un montón de emojis y más mensajes que expresaban lo feliz que estaba por haberlo convencido.
Él se despidió con otro par de buenas respuestas y volvió un momento más a su trabajo, ansioso por la espera de un nuevo mensaje de Kikyō. Tecleó varios minutos, monitoreó el avance, envió un par de correos y poco tiempo después, aproximadamente a las 09:00 am, llegó a su WhatsApp personal otro mensaje y supo automáticamente que era ella. El día anterior había configurado el tono de vibración más larga para sus notificaciones, así que cuando aquel característico sonido llegó a sus oídos, sintió su corazón casi detenerse. Respiró hondo y cerró los ojos, dudando en si tomar o no el aparato móvil, con los dedos entumidos todavía sobre el teclado de su pc. Después de otros segundos de indecisión y sin recibir ningún otro texto, abrió el mensaje y cuando lo leyó, su mundo pareció caerse a pedazos.
Había pedido un par de bebidas: un té helado para ella y una gaseosa para él. Lo estaba esperando con los nervios de punta y la ansiedad a flor de piel. A su alrededor, la gente en el café hablaba y reía amenamente, como si fueran ajenos al torbellino que se estaba ocasionando dentro. Suspiró y dejó su vaso de plástico sobre la mesa, después de darle un sorbo con su pajilla. Puso las manos sobre las piernas y no supo si jugar con sus dedos, pero eran, aparentemente, muy interesantes ese día.
Escuchó ruidos muy cerca de ella y cuando alzó la mirada, era él. Lo vio serio y pálido, con unas ojeras algo pronunciadas y se maldijo por imaginar que el insomnio tenía su nombre y apellido tatuados. Tragó duro, cuando el severo semblante de InuYasha la encaró, como escudriñándola. No pudo evitar sentirse muy pequeña y miserable. Tomó aire y entreabrió la boca para saludarlo.
—Vine aquí solo por respuestas —la interrumpió inmediatamente, dejándola callada de nuevo—. Sé que me citaste para romper esta relación, Kikyō y quiero ahorrarte el malestar —miró hacia abajo y notó las bebidas que había ordenado. Negó con la cabeza—. Ni siquiera es la marca de gaseosas que me gustan —agregó e hizo sentir a Kikyō estúpida.
Ella se echó para atrás y miró hacia el enorme ventanal que daba vista a la calle, en donde cientos de personas iban a y venían, aparentemente tranquilos. Su corazón estaba a punto de salirse por su boca. Sabía que InuYasha jamás entendería lo que estaba pasando y ella tampoco se lo iba a explicar. Cerró los ojos despacio y tomó aire de nuevo, esperando no ser interrumpida.
—Lo lamento por lo mal que me he portado estos días —no lo miraba, no podía. InuYasha no quitaba su expresión agria—, por mis desplantes y mis frialdades, sé que no he sido correcta contigo, InuYasha —retuvo la primera lágrima porque no lloraría delante de nadie. Le estaba doliendo, pero era necesario.
Las palabras de Naraku y sus manos sobre su quijada aún le quemaban intensamente. Estaba tan confundida y llena de sentimientos que no sabía cómo abordar los temas sin perder la compostura.
—No importa —susurró el, agachando la cabeza, sintiendo la verdadera derrota— ya está hecho. Solo quiero saber por qué. —Buscó sus ojos y no los encontró—. ¿Acaso hice mal? ¿Fui un intenso con esto de casarnos? —Se mordió los labios, evitando preguntar si acaso la había hartado o es que, quizás, no era suficiente para ella.
—No, no, no, InuYasha —esta vez, sí que lo encaró, con el rostro expresando angustia… no podía escucharlo decir todo eso— no es eso, no se trata de ti.
—Ah… —se echó también hacia atrás, riendo sarcástico—. No me digas… «No eres tú, soy yo». La típica.
—Ya no me gustas como antes —soltó de pronto, volviendo a componer su rostro, evitando que las sensaciones dolorosas la apaguen. InuYasha se quedó de piedra, sin creerlo. Eso ni siquiera tenía sentido para él— y no creo que lo que siento ahora sea suficiente ya para mantener una relación en la que tú —le apuntó con el dedo índice, sabiendo lo muy maldita que estaba siendo— tienes planes de casarte.
—Bien… —miró para otro lado, sonriendo, incrédulo: jamás la creyó tan frívola—, supongo que tienes razón, no puedo casarme con una mujer que no sabe ni qué gaseosa es mi favorita.
Kikyō asintió, siguiéndole el juego. Para sus adentros, pensó que Taishō tenía razón… se cuestionó qué tanto lo conocía y, en una revisión rápida, no llegó ni a 6/10.
—Perfecto —respondió, como resuelta— no somos el uno para el otro —le miró directamente, alzando las cejas—. Hay razones de sobra para no seguir con esto.
—Espera. —Respiró hondo. No le estaba creyendo nada de ese teatro que había montado, no tenía ni pies ni cabeza su explicación tonta. O, bueno, quizás y sí, pero no le estaba dando el porqué de su reciente «no gusto» hacia él—. Hay otra persona, ¿no es así? —Kikyō dio un pequeño respingo, con su espina dorsal casi electrizada. La vio tragar duro y supo que tenía razón—. Lo sabía…
Ella no era suya.
—Hay algo más que quiero saber antes de irme, InuYasha —ignoró por completo la bomba que él acababa de soltarle en toda la cara, viendo a cualquier lado para disipar su reciente nerviosismo en la voz—. ¿Vas a seguir dándole clases a mi hermana?
Oh.
Eso era algo que no se lo esperó, que ni siquiera había recordado, que no le interesaba en lo más mínimo en ese momento. Una nueva ola de malos sentimientos lo golpeó… Kagome, ¿qué diablos pintaba Kagome en todo eso? Frunció el ceño, volviendo a buscar respuestas en un baúl cerrado, que era en lo que se habían convertido los ojos de Kikyō.
—¿Qué mierda me preguntas?
—Esto es un negocio. —Dijo y esperó no haber sonado muy Naraku—. Fuiste contratado —se le secó la garganta— y solo quiero saber en qué grado pueden afectar tus situaciones personales con las laborales. —Alzó el mentón, en señal de orgullo y arrogancia—. Nuestros horarios pueden no coincidir, así que no tendrás que verme la cara, realmente.
InuYasha negó. No, no, esa Kikyō que estaba viendo era otra. ¡¿En dónde estaba la Kikyō que él había conocido?!
—Vaya mierda. —Pensó en voz alta. No era una respuesta.
—Sí, así es —asintió—. Bien, si el miércoles te encuentro en casa, terminando las clases de Kagome, sabré que lo has pensado y todo está en orden —le dijo e InuYasha pensó que no se podía ser tan cínico en la vida—, de lo contrario, asumiré que renunciaste, así que les diré a mis padres que hablen contigo y se cumplan las clausulas del contrato. —Sacó dinero de su hermosa billetera de colores negro y fucsia y lo puso sobre la mesa, la guardó y la metió en su bolsa, ante la insistente incrédula mirada de su ex—. Nos vemos —se levantó de inmediato, dando por terminada la peor reunión de su vida— y… lo siento. —Agregó, sinceramente apenada.
InuYasha se quedó mudo, sin procesar muy bien nada de lo que había pasado ahí. Tomó la servilleta y la arrugó con fuerza entre sus manos. La escuchó alejarse con sus tacones hasta que se perdió entre el ruido de las demás personas, que seguían charlando y riendo amenamente, como si no tuvieran problemas, como ajenos a la ira que se estaba acrecentado en su interior.
—Maldita sea…
Continuará…
¡Al fin hemos llegado al capítulo tres! Estoy tan contenta de poder conectar tanto con mi nuevo proyecto, de ir teniendo más claras las escenas y el desarrollo de los hechos. Agradezco mucho a cada persona que ha venido a dejarme un review y me pone muy feliz de que les esté gustando esta loca historia. Es un honor para mí, en serio, muchísimas gracias.
Únicamente pretendo darles un buen rato de lectura, sé que esta historia es algo rara, pero qué puedo decir… me gusta.
Abrazos a: Neko2101998, Gabriela Cordón, Laurita Herrera, GabyO, Dubbhe, Lis-Sama, LaWeaAzul, Iseul, Chechy14. ¡Gracias por acompañarme en esta locura, diosas!
