Capítulo 3

El chófer de la limusina que me esperaba en la puerta del hotel me miró con el entrecejo fruncido, haciendo flaquear un poco la seguridad con la que había salido de la habitación y que había sido alimentada con las miradas apreciativas de un par de hombres con los que me había cruzado.

—Perdone, ¿es esta la limusina de Contact One? —pregunté, dudosa. El chófer asintió, extrañado.

—Hola, soy Shion.

El hombre me miró de arriba abajo con cierta sorpresa y luego sus ojos se velaron, ocultando cualquier pensamiento, en una mirada de lo más profesional.

—Encantado, señorita Shion —saludó con una inclinación de cabeza que debió de ser respetuosa pero se me antojó burlona—. Mi nombre es Shikamaru Nara. Voy a ser su chófer durante el fin de semana.

Una cosa tuve que admitir: el señor Nara era un hombre espectacular.

Más que de chófer tenía pinta de modelo, con unas facciones muy atractivas. Tendría más o menos mi edad, alto, con el cabello café oscuro y los ojos castaño oscuro. El uniforme negro parecía esconder un cuerpazo de espaldas anchas y músculos duros. Abrió la puerta de la limusina, invitándome a entrar con un gesto, y fue como si se abriera para mí un nuevo mundo. Un mundo de ostentación y decadencia en el que me sumergí con un suspiro de satisfacción.

El lujoso interior olía a dinero. Dos filas de asientos se disponían enfrentadas entre sí, y en uno de los lados se veía una pequeña pantalla plana y lo que parecía un minibar. Mientras la limusina se ponía en marcha con un suave ronroneo, acaricié con reverencia la fina piel de los asientos, de un color beis claro, y exploré los mil y un recovecos y accesorios que ofrecía aquel espacio.

—¿Es la primera vez que sube en una?

La voz del chófer me sorprendió justo cuando estaba curioseando en el interior del minibar. Enfrenté sus ojos a través del espejo retrovisor, con una mirada que intentaba mostrar mi censura por el hecho de que me espiara por el espejo.

—Por supuesto que no —mentí con gesto altivo, cruzando las piernas con elegancia.

La sonrisilla divertida del chófer me hizo fruncir el ceño.

Me lo tomé como un toque de atención. Debía de dar un aspecto sofisticado ante tono lo que me rodeaba. No podía dar la sensación de que era una paleta que no había pisado una limusina en la vida, por muy acertada que fuera aquella descripción. Ino era una persona sofisticada que provenía de una familia con mucho dinero. Seguro que a ella las limusinas no le eran ajenas, y yo debía de proyectar su imagen mundana. Anoté mentalmente que debía intentar controlar mis reacciones durante el resto del fin de semana.

—¿No le han dicho nunca que no es correcto espiar por el espejo retrovisor? — espeté, incómoda por su atención.

—¿No le han dicho nunca que es ilegal hacerse pasar por otra persona?

Touché.

Lo miré con los ojos desorbitados.

—¿Cómo lo has sabido?

—Shion y yo hemos coincidido antes en otros trabajos —afirmó, encogiéndose de hombros—. Así que, ¿quién eres?

—Soy una amiga suya —aclaré, pues no tenía sentido desmentir la verdad—. Ella me pidió que la sustituyera, tuvo un accidente y…

—¿Un accidente? —preguntó Shikamaru, girándose hacia mí con urgencia.

—Pero hombre, mira hacia adelante —apremié nerviosa, cuando vi que la limusina se desviaba peligrosamente hacia un lado.

—¿Está bien? ¿Qué le ha ocurrido?

Su voz destiló tanta preocupación que tuve que contener una sonrisa.

«Vaya, vaya. Así que Ino tiene un admirador», pensé.

—Solo es un esguince, pero le han escayolado la pierna. Aunque también parece haber cogido algún virus estomacal —añadí, recordando nuestra última conversación telefónica—. Como no quería quedar mal con la empresa me pidió que la sustituyera este fin de semana. ¿Me vas a delatar? —pregunté insegura.

Él tardó unos segundos en contestar, como sopesando su respuesta.

—No, no quiero que Shion se meta en problemas —admitió con desgana—. ¿Cómo te llamas?

—Sin.

La mirada de sorpresa del chófer me estudió a través del espejo. Lo malo de llamarse Sinclair es que el diminutivo que todo el mundo utilizaba para mi nombre, y que yo misma había adoptado, era Sin. En español no tenía nada de malo, pero en inglés…

—¿Sin? ¿Cómo «pecado»?

—Sin de Sinclair —expliqué, como tantas otras veces lo había hecho en el pasado—. Me llamo Sinclair.

—¿Conoces a Shion desde hace mucho? —preguntó Shikamaru con curiosidad.

—Unos cuatro años. Nos conocemos de la universidad.

—Ah, ¿sí? ¿Qué universidad?

Lo preguntó con un estudiado desinterés que me hizo sospechar.

—¿Y por qué no se lo preguntas a ella?

—Porque no me respondería —admitió Shikamaru con una mueca divertida—. Esa chica es muy reservada en lo referente a su vida personal. Dime una cosa, ¿cómo te ha convencido para que estés aquí en su lugar?

—Es mi mejor amiga. Bueno, y por dinero —admití con un suspiro.

—El dinero es muy convincente —murmuró el chófer—. Solo hay una cosa que se le resiste.

—¿Y qué es?

—El amor —contestó Shikamaru con voz reflexiva—. El verdadero amor no tiene precio, o al menos no debería tenerlo. Aunque hay muchas personas que no se dan cuenta de ello —añadió con un gruñido, y no sé por qué, entendí que se refería a Ino.

Unos minutos después la limusina se detuvo en la Terminal Corporativa de Barcelona, una terminal del aeropuerto de Barcelona - El Prat que daba servicio a los jets privados. Cómo no, mi cliente VIP viajaba en el jet privado de su empresa.

Había imaginado la escena partiendo de lo que había visto en algunas películas. El VIP salía del avión, y descendía por una escalerilla hasta acabar pisando una larga alfombra que le llevaba hasta la limusina —bueno, en las películas que yo había visto también habían bandas de música, banderitas y creo recordar que algunas seguidoras histéricas—. Pero esto era la realidad. Yo le estaría esperando al pie de la escalerilla para saludarle con mi mejor sonrisa y le entregaría unas flores de bienvenida que…

«Mierda, había olvidado las flores».

—Shikamaru, ¿no tienes ningún ramo de flores?

—¿Flores? No. Céntrate chica —me amonestó Shikamaru frunciendo el ceño mientras toqueteaba su móvil—. Tenemos un problema. Una de las coordinadoras de Contact One, acaba de enviarme un mensaje. Parece ser que hubo una confusión de horarios y el jet aterrizó hace unos veinte minutos. El cliente aguarda en una de las salas VIP —informó, preocupado—. Escúchame. Tú y yo somos un equipo en este trabajo. Debemos hacer que ese hombre se sienta bien tratado si queremos recibir una buena propina, y no sé tú, pero yo necesito la pasta; así que toma esta acreditación para entrar, ve a buscarlo y deshazte en disculpas por hacerlo esperar, lo que sea, pero quiero que cuando suba a la limusina luzca una sonrisa de oreja a oreja.

—Eso está hecho. Puedo ser encantadora cuando me lo propongo —aseguré, tomando la acreditación, con una sonrisa incentivada por la buena propina, y salí de la limusina dispuesta a utilizar todas mis armas para camelarme al señor Uchira.

Entré en la terminal con una confianza en mí misma que realmente no sentía, pero dispuesta a que no se notara. Pregunté dónde esperaba el pasajero del jet de G&G Corporation, y me dirigí hacia la sala VIP que me indicaron repitiendo en mi cabeza, como un mantra, que debía mostrarme profesional, fría y educada.

Aquel fin de semana la terminal era un torbellino de actividad, con una afluencia incesante de jets privados, todos transportando a los altos ejecutivos y comerciales de las empresas que iban a participar en el congreso. Los pasillos de la terminal eran una pasarela de trajes de chaqueta de las mejores firmas. Agradecí mentalmente a Ino el haberme prestado uno de sus trajes.

Entré en la sala con mi mejor sonrisa… Y la encontré vacía.

Me adentré, guiada por la curiosidad, atraída por la opulencia de aquel mundo solo accesible a unos pocos ojos, y no pude evitar soñar cómo sería vivir como los ricos, lejos de las colas de espera que se sucedían en el mundo de la gente corriente como yo.

Oí el sonido del agua corriendo detrás de una puerta y me imaginé que había pillado al hombre en el baño, así que retrocedí y esperé con formalidad al lado de la puerta de entrada a la sala.

Después de un minuto la puerta del baño se abrió y no pude evitar dar un respingo ante la visión que apareció ante mí. Era un hombre, solo un hombre, pero su mera presencia inundó cada centímetro del espacio que había a mi alrededor. Era impresionante, una mezcla equilibrada entre Jake Gyllenhaal y Matt Bomer, lo que para mí equivalía a la perfección masculina.

Emanaba masculinidad y testosterona por cada poro de su metro noventa de altura. Tenía un denso cabello oscuro, de un rico tono negro, y lo llevaba ligeramente largo y despeinado, de forma que un rebelde mechón le caía sobre la frente. Me morí de ganas por acariciar ese mechón, por acercarme a aquel hombre y descubrir si olía tan bien como aparentaba.

Pero lo más impactante de él, además de él mismo, era que, entre aquel mar de trajes elegantes con los que me había cruzado en aquella terminal, iba con unos vaqueros gastados… y nada más.

Me quedé mirando aquel impresionante torso desnudo, ligeramente velludo, plagado de músculos.

Un impresionante torso desnudo, ligeramente velludo, plagado de músculos dorados por el sol…

«Reacciona, mujer», me recriminé a mí misma, haciendo un esfuerzo sobrehumano por dejar de babear y apartar los ojos de aquellos pectorales que parecían haber sido esculpidos por el mismísimo Miguel Ángel, y los desvié hacia su cara en un intento por recuperar la cordura.

Fue un intento inútil. Cuando nuestras miradas se encontraron, mis rodillas temblaron por la impresión. Tenía unos impactantes ojos de un color negro, tan oscuro como un cielo nocturno, que contrastaban vívidamente con el tono bronceado de su piel.

El hombre me miró con sorpresa en un primer momento, sin duda extrañado de encontrarme allí. Sus ojos abandonaron los míos, recorriendo mi cuerpo de arriba abajo en un descarado examen que me aceleró el pulso a mi pesar, y cuando nuestras miradas se volvieron a encontrar, tuve que contener un jadeo. Su mirada tenía una intensidad subyugante. Una mirada que me hizo sentir desnuda, despeinada y sin maquillaje. Una simple mirada y… no. Aquella mirada no tenía nada de simple. Era una mirada que prometía horas interminables de placer y sexo caliente.

—Perdón, creo que… me he equivocado de sala —balbucí con voz ahogada, girándome en redondo hacia la puerta, no sin antes ver que algo parecido a la desilusión brillaba en los ojos del hombre.

Salí a toda prisa de allí y me quedé parada en el pasillo de la terminal, intentando recuperar el aliento. Tenía el pulso acelerado y la respiración agitada. Me sentí una tonta porque la mera visión de un hombre me afectara de aquella manera. ¡Pero qué hombre!

Justo cuando iba a moverme para buscar un punto de atención al cliente que me pudiera informar de dónde se había metido mi VIP, algo me hizo continuar parada en mi sitio. Un esquivo aroma inundó mis fosas nasales y me erizó la piel. Lo reconocí al instante. Opium de Yves Saint Laurent. Era mi perfume favorito, el que usaba siempre que mi economía lo permitía, pero con la distinción de que lo que ahora olía era la versión masculina, más profunda e intensa.

Sentí una presencia a mi espalda, un escalofrío me recorrió la columna vertebral de arriba abajo, haciéndome estremecer, y entonces lo supe: tenía a don Perfecto justo detrás de mí.

—¿Qué puedo hacer para convencerte de que vuelvas a entrar?