Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Toei Animation.


Dos meses más, dos meses llenos de visitas, trabajo escolar, cenas con los Heinstein, conociendo al resto de pobladores y Hilda.

Hilda, Hilda, Hilda.

Ella llenaba sus días con miradas, sonrisas y flores. Su trabajo era importante para él, enseñarle a los niños había sido la misión de su vida, pero Hilda le daba un sentido diferente; recordaba cuando sus amigos hablaban de sus amores pasajeros, o los permanentes, como Balder y Helena, quienes planeaban casarse en el próximo invierno a petición de la chica.

Se iluminaba como una bombilla cuando ella lo visitaba después de clases. Primero cada tres días, acompañada de su hermana, y después ella comenzó a aparecer sola, siempre diciendo que Freya tenía niños que cuidar. Solían sentarse en la parte trasera de la escuela, la que estaba lejos del camino en caso de que alguien llegara a verlos e inventara horribles rumores sobre ella.

Eso era lo que más había escuchado; Pandora no había vuelto a hablar de la joven, no sin recibir una mirada de advertencia de su marido, pero el resto del pueblo no le tenía el mismo respeto marital a Aiacos. El pueblo hablaba, siempre hablaba, siempre comentando algo sobre Hilda.

Andreas identificó esos comentarios como los que sólo eran algo de pasada, como cuando alguien menciona algo porque lo recordó y luego lleva la conversación a otro lado, comentarios sueltos, cortos, que podrían pasar casi por inadvertidos; pero también estaban los cizañosos, ponzoñosos comentarios difundidos sólo contra la inocente Hilda, esos eran lanzados por algunas chicas del pueblo y algunas mujeres casadas de su edad, justo como Pandora. No era que pensara mal de la esposa del jefe de la comunidad, Pandora parecía del tipo que cree cualquier cosa que se le dijera, pensaba mal de las mujeres que no tenían nada mejor que hacer más que lanzar comentarios ácidos contra una de las chicas más buenas del lugar.

Andreas, siempre amable y simpático, comenzó a despreciar a esas mujeres.

Pero aunque se mantuviera alejado de las jovencitas que sólo buscaban un enlace con el profesor citadino, no podía hacerlo con el párroco del pueblo. Shion parecía un hombre verdaderamente derecho, entregado a su fe pero dispuesto a escuchar las opiniones científicas que tenía Andreas sobre cualquier tema que estuvieran discutiendo en ese momento; tal vez por eso no supo cómo reaccionar cuando Shion mencionó a Hilda.

— He notado que usted guarda un estrecha relación con la mayor de los Polaris — comentó el hombre, ambos estaba sentado en las últimas filas de los asientos de la iglesia.

— Sólo hemos charlado poco, ella a veces le provee a la escuela flores.

— Por supuesto, no tiene por qué justificarse conmigo señor — Shion no le creía, era evidente en su mirada — sólo déjeme decirle joven Rize, a veces las apariencias engañan.

Andreas no contestó, y a pesar de que disfrutaba charlar con Shion, sus visitas disminuyeron; no culpaba a ese incidente, en parte las responsabilidades crecían con los días y prefería pasar su tiempo libre con la peliplateada que dialogando sobre los problemas del mundo moderno.

Hilda comenzó a consumir su tiempo como una llama consumiendo una vela; invadía sus pensamientos y su sentir. Ella con sus insinuantes flores, el ligero maquillaje y su piel.

Andreas no tardó en darse cuenta que la piel de Hilda era su perdición.

Blanca y pura; suave, igual que el pétalo de una flor.

Había tenido dos oportunidades de tocarla, la primera fue cuando Hilda se arremangó las mangas de su camisa, estaba explicándole a Andreas como diseña su jardín, su rostro estaba serio, pero llegaba a sonreír cuando imaginaba cómo se vería el lugar con sus respectivas flores; sentado desde su lugar en la pequeña banca al lado de la puerta del edificio, Andreas pensó que Hilda nunca se había visto más hermosa, con los brazos descubiertos, lentamente se levantó de su lugar y camino hacia ella, tenía el impulso de abrazarla, de pedirle que se quedará para siempre en sus brazos, viviendo de su amor, pero se detuvo, demasiado pronto, no estaba seguro si una declaración así sería correspondida o lo arrastraría al fango del corazón roto. Optó por estirar la mano y rozarle el codo, apenas unos segundos de contacto, segundos que habían hecho que toda su mano ardiera, en fuego, en amor abrasivo que lo quemaba por dentro y ahora también en el exterior.

La segunda vez fue varios días después. Había llovido el día anterior y el patio estaba lodoso, Andreas incluso le había prohibido a los niños dirigirse al lugar, prefirío que se quedaran en el salón a comer sus almuerzos, los que traían, los demás, como Frodi, regresaban a casa; a ella no podía prohibirle nada, por el contrario le daría cualquier cosa que ella quisiera, y así lo hizo.

Hilda se quitó los zapatos y caminó por el patio lodoso mientras le contaba al profesor su última pelea con su hermana. Al parecer la menor de los Polaris había conocido a un chico ruso, Hilda ni siquiera estaba segura de cuando había ocurrido el encuentro. Mientras la mayor limpiaba la habitación que ambas compartían había encontrado una tabla suelta en el suelo y al quitarla por completo encontró, con sorpresa, toda una colección de obsenas cartas de parte del misterioso chico.

— En una de ellas le prometía que vendría por ella profesor, por mi pobre hermana, sólo tiene diecisiete y quién sabe cuántos tendrá ese muchacho — la chica se dejó caer en el banco, muy cerca de Andreas, lo suficiente como para poner su cabeza en el hombro del pelirrojo si quisiera, levantó un poco su larga falda, de manera que quedan descubiertos sus pies, manchado por el lodo — podría ser un anciano que sólo busca pervertir a las jovencitas ingenuas como Freya, traté de advertirle le juro que lo hice, pero ella no quiso escucharme, dice que está enamorada, ¿puede creerlo profesor?

— A veces el amor puede cegarnos señorita Polaris, pero ella es joven, el amor joven siempre muere joven, se le pasará, tal vez el muchacho la olvide o ella pierda el interés en cuanto descubra al desagradable anciano, lo olvidará, el amor familiar es más fuerte, usted podrá hacerla entrar en razón.

— Pero su corazón, ¿eso no romperá su corazón profesor? — preguntó la chica mirándolo, el miedo en su mirada por su hermana conmovió a Andreas, lo hizo temblar y caer aún más profundo en las garras de su amor por ella.

— No si no es real, sólo le dolerá un poco, pero lo olvidará, esos amores siempre se olvidan, y tal vez en el futuro ella encuentre algo real, tal vez aquí, cerca de los suyos — Andreas le dio una suave palmada en las manos, para tranquilizarla.

— ¿Alguna vez ha tenido un amor real, profesor?

Andreas suspiró, quiso decirle que sí, declararse, prometerle su amor, amor real, leal, honesto, pero las palabras escaparon de su mente, fueron borradas dejando sólo un cúmulo de sentimientos sin nombre. Con lentitud se levantó de la banca y se arrodilló frente a ella, del interior de su chaqueta sacó un pañuelo y comenzó a limpiar su pie derecho, con suavidad y devoción, expresando en acciones todo lo que las palabras se habían llevado en su huida.

No levantó la cabeza, no soportaría el dolor del rechazo, se dedicó a mirar sus pies, a tratar de limpiarlos. De repente Andreas sintió una mano peinando su cabello hacia atrás; levantó la vista para encontrarse con los bellos ojos de Hilda, quien le sostuvo la mirada antes de sonreír.

— ¿Puedo llamarlo Andreas, profesor?

Él le devolvió la sonrisa, sonrió abiertamente, mostrando todos los dientes, sintiendo que la espina del rechazo era imaginaria, producto de sus miedos.

Ese día él fue feliz. Fue feliz al menos hasta la cena.

Cena con los Heinstein. Tardía y acompañada por el doctor del lugar, Fafner Nidhogg. Al parecer había ocurrido un accidente en la casa de los Polaris, el padre de la familia había llegado con el médico cargando a una de sus hijas envuelta en una manta manchada de sangre, al igual que él. Aiacos no se encontraba en casa para cuándo Andreas llegó al lugar, Pandora sólo sabía lo esencial, ni siquiera pudo decir cuál hermana.

Andreas se preocupó, su corazón saltaba asustado ante la idea de que la accidentada fuera Hilda. No le importaba que Pandora notara su miedo o su amor, a esas alturas no tenía importancia; la mujer lo notó, pero sólo pudo morderse el labio inferior y abrazar a su hijo, niño ajeno los pensamientos del pelirrojo, llenos de angustia y amor, o los de su madre, llenos de inquietud hacia el profesor.

Más tarde ambos hombres llegaron, Pandora había cenado con su hijo que en esos momentos dormía en sus brazos, así que sólo saludó al nuevo invitado y besó a su marido antes de internarse en las habitaciones privadas. Andreas los había esperado, sintiendo que no volvería a comer hasta asegurarse de que Hilda estuviera bien, aún quería correr a ella, pero ni siquiera sabía con exactitud donde vivía.

Ella estaba bien. En la cena tardía Fafner le había comentado que fue un accidente; aunque aún no lo tenían claro, Freya había tenido un accidente que había terminado con las pequeñas tijeras que usaban para cortar las rosas en su ojo izquierdo. Andreas respiró tranquilo, triste por el accidente con la rubia, pero tranquilo, al menos hasta que Aiacos señaló que la única testigo había sido la hermana mayor.

Sospecha e intriga. Ambos académicos vieron eso en el líder de la comunidad; Andreas apretó un poco más su cuchara, molesto por la idea que indirectamente había lanzado Aiacos, quien lo notó y optó por cerrar el tema señalando que Hilda y Shion pasarían la noche con la chica, orando por su pronta recuperación.

— Lo hará — había señalado Fafner — las tijeras no se clavaron por completo, pero es muy probable que pierda la vista.

Andreas miró su plato de sopa; amor y peligro, amor y miedo, amor y muerte, a eso le supo la cena.