Los personajes de She-ra y las princesas del poder no son de mi propiedad.
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Quisiera negarlo, pero sería en suma estúpido.
Vivir con Adora, en contra de todas mis predicciones, era bastante agradable y ligero. Sí, era consciente de que teníamos cosas pendientes de las cuales hablar, que a veces nos sumíamos en un silencio extraño que ella se forzaba en romper preguntándome cualquier bobada y que yo evadía anunciando que tenía muchos pendientes o que estaba muy cansada.
No obstante, la mayor parte del tiempo era divertido.
Ella seguía siendo la persona que conocía, solo que un poco más centrada. Tenía una rutina bastante marcada lo que hacía predecible sus movimientos y a mí me facilitaba el salir de mi habitación en momentos en los que me encontraba a solas en el departamento. No porque la estuviera evitando, sino porque quería hurgar en su vida sin que ella lo supiera.
Así, los días en los que salía trotar, porque había ocasiones en las que entrenaba en el departamento, yo me dedicaba a pasear por el lugar evitando siempre husmear en su cuarto. Había inspeccionado el baño, viendo los jabones, la pasta de dientes, el champú y el acondicionador que ocupaba, la secadora y todos aquellos productos de higiene y belleza que nunca creí que alguien como Adora pudiera usar. Quizá se debía a que la tenía considerada como un ser perfecto que no necesitaba ninguno de aquellos artilugios; no obstante, sabía que su perfección era una simple fachada.
También había entrado a su cuarto en el que entrenaba, ahí guardaba pesas, ligas, un tapete que suponía utilizaba para hacer ejercicios en el suelo y un par de máquinas que, seguramente, si intentaba usarlas me terminarían lastimando algún nervio. El lugar no olía a sudor, estaba bien ventilado y puesto siempre en constante limpieza y mantenimiento. Un aspecto muy singular en Adora, era su pasión por el orden y la limpieza, aquello no me sorprendió.
En la sala, además de los sillones, puesta en una mesita se veía la foto de su madre, Elin Solberg, abrazada a un hombre que yo sabía era su verdadero padre. En la pared estaba puesta una televisión considerablemente grande que acumulaba polvo y a su alrededor había estanterías donde había libros y toda clase de adornos.
Evidentemente, aquel reconocimiento no lo hacía diario, en parte porque estaba buscando trabajo y por otro lado porque había iniciado en la universidad.
Pudiera pensarse que las primeras semanas al iniciar una nueva etapa escolar siempre son relajadas, pero era consciente de que el ritmo en Grayskull sería totalmente distinto. No me equivoqué. No hubo presentaciones ni nada parecido, en el par de semanas que llevaba yendo a la escuela, ya tenía varios proyectos encima y lo que más me había costado hasta el momento era organizar mis tiempos.
Pese a haber estado viviendo por mi cuenta más de un año, nunca había pensado en las responsabilidades que conlleva tener un espacio propio. Mas allá de lavar la ropa constantemente y encargarme de algunos deberes del hogar, nunca me había preocupado por algo tan básico como el prepararme de desayunar o de comer, porque antes de que mi madre me dejara de contemplar entre sus planes, ella preparaba la comida, algo parca e insípida, pero tenía alimento con el que apaciguar el hambre. Posteriormente, el lugar en el que solía trabajar tenía un comedor para los empleados, para todos y cada uno de ellos.
Trabajé para una franquicia de tiendas de autoservicio, mi idea principal había sido poder entrar en el departamento de tecnología, que era el mejor pagado, pero me terminaron mandando al área de comidas y las razones que me dieron fueron bastante estúpidas: necesitaban hombres para el otro departamento por el acomodo del almacén que se realizaba cada semana. Ahí fue donde conocí a mi primera novia, pero eso no importa ahorita.
El punto era que vivir con Adora parecía en suma fácil, pero por dentro, cada noche, al dormir en una cama cobijada por un par de mantas que olían limpio y que se sentían suaves en mi piel, algo me oprimía el pecho. Era el recordar las promesas que cuando éramos más niñas nos hicimos y que al contar todas las que se habían roto daban testimonio de una amistad marchita.
Para mí, la excusa perfecta había sido el que Adora había roto la promesa más importante, la que estaba por encima de todas las demás: permanecer juntas. En el fondo yo sabía y era totalmente consciente de que aquello era imposible. Aun así, me aferré a aquella idea. Y cuando ella se fue, me sirvió para justificar todas las pequeñas promesas que después rompería deliberadamente.
Juramos hornear un pastel juntas, probar el alcohol juntas, festejar nuestros cumpleaños con pijamadas y desvelarnos viendo alguna de las series policíacas que tanto nos gustaban, hacer un maratón de nuestras películas favoritas, comer helado hasta indigestarnos, ser las primeras en saber sobre nuestras experiencias en el amor… Bueno, quizá la última no la hubiera roto, pero tampoco podía contarle que desde pequeña me enamoré de ella.
Todo lo demás lo había hecho en soledad. Alguna vez tuve que hornear algo en el trabajo, no salió como esperaba. Probé el alcohol, me gustó la sensación de enajenación y somnolencia, me emborraché múltiples veces y por ello estuve a punto de ser despedida. Festejé mi decimoctavo cumpleaños en soledad, con el último pago de pensión que había dejado mi padre antes de morir me regalé un bote de helado y la suscripción a un servicio de streaming en el que me vi todas las temporadas de Bones y Criminal Minds.
Aquel cumpleaños lo recuerdo con mucho coraje porque mi madre me había mandado a la mierda.
Porque después de 10 llamadas perdidas de Adora decidí apagar mi móvil.
Porque lloré y me sentí miserable.
Sin embargo, aquello no era lo que realmente me pesaba. Era chocante ver que Adora, pese a seguir siendo miss perfección, había roto otro par de promesas que nos habíamos hecho. Y la evidencia estaba en el día a día. Aprender a cocinar juntas, aprender otro idioma juntas, conocer la playa juntas… en su refrigerador había una foto pegada con un pequeño imán con el logotipo de Grayskull. En ella posaban varias personas, en su mayoría desconocidas para mí. Reconocía al Niño Arco, a Brillitos y, por su puesto, a Adora. De fondo se veía el atardecer y el sol siendo engullido por el horizonte marítimo, en la blanca arena se leía un "Salineas" dibujado torpemente con un palo que estaba tirado cerca de la última S.
Ella sonreía.
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En cuanto la maestra dio por terminada la clase, apresuré mis cosas a la mochila con la intención de salir rápidamente de mi salón. Aquel día tenía que verme con Brillitos en el estacionamiento, ya que me ayudaría a entrar a trabajar en algún negocio de su familia. Al principio no quise aceptar la oferta y Adora respetó mi decisión, pero fueron pasando los días y no conseguía un trabajo que fuera lo suficientemente permisivo para encontrar un balance entre aquello y mis deberes universitarios. Al final, cuando ella me lo volvió a plantear, le dije que le daría una oportunidad a su dichosa amiga.
Después de eso, ella me había agregado a un chat grupal con las siglas BFS, del cual el significado no quise preguntar, pero en él estaban sus amigos Bow y Glimmer. Realmente no era activa en aquel chat, pero por lo que pude notar, ahí se ponían de acuerdo para verse en la escuela y los fines de semana. Evidentemente, lo del empleo lo discutí con Brillitos fuera del grupo.
– Señorita Selvaggio –aquel era mi apellido. Me detuve en la puerta y al girar la vista, vi que la maestra me estaba mirando–, necesito hablar con usted.
Regresé sobre mis pasos, esquivando a mis compañeros, escuché algunas risas y murmullos.
– Sí, Maestra Weaver –tomé el asa de mi maletín y lo volví a acomodar en mis hombros.
Aquella profesora me causaba desasosiego, eran los ojos verdes que se parecían tanto a los de mi madre y su profunda voz. Yo conocía la trayectoria de aquella mujer, en cierta forma, la admiraba. Solía ser una antigua profesional en su área que había encontrado la ruina por ambicionar demasiado, sin embargo, su trabajo fue revolucionario. Entre los alumnos corría el rumor de que ahora se dedicaba a torturar a sus alumnos a modo de venganza.
La mujer se quedó sentada en su silla, de uno de los cajones del escritorio sacó mi más reciente entrega, un trabajo de búsqueda de información que había dejado. Levantando el rostro para verme a los ojos, continuó.
–Esto, señorita Selvaggio, es una porquería –hizo una pausa–. No sé de qué institución viene, pero aquí no puede ser insolente con sus maestros –levantó el bonche de hojas que conformaban mi trabajo y procedió a romperlo por la mitad frente a mis ojos, después procedió a tirarlo al cesto de basura–. Tiene hasta la siguiente clase para volverlo a hacer. Esta vez, lo quiero impecable.
Escuché algunos murmullos a mi alrededor, uno parecido a "ya tiene nueva víctima" y varias risas, sentía algunas miradas encima. Sin saber muy bien cómo reaccionar ante aquel comportamiento, asentí con expresión neutral y salí con paso estoico del aula sin mirar a nadie.
En mi bolsillo del pantalón vibró mi celular, vi la notificación de un mensaje de Adora y descubrí que iba considerablemente tarde a mi reunión con Brillitos.
Dirigiéndome a toda prisa al estacionamiento, vislumbre la para nada llamativa camioneta de Glimmer estacionada bastante cerca de las áreas verdes. Me acerqué a ella y vi que la chica ya estaba adentro, mirando ensimismada la pantalla de su móvil. Le di suaves golpes a su ventana, temiendo maltratar su costoso vehículo. Brillitos dio un brinco en su asiento y girando el rostro con el ceño fruncido, procedió a abrir los seguros para dejarme entrar.
Me subí al asiento del copiloto y en cuestión de segundos ella encendió el motor de la camioneta. Se trató de un ronroneo suave, casi imperceptible, tan delicado como la fuerza con la que se movía, primero en reversa y luego hacia adelante.
– Tardaste bastante en llegar –se quejó la chica
– No sabía que mi última clase terminaba media hora después de lo acordado –agregué abrochándome el cinturón de seguridad.
–Lo sé, Adora me lo dijo –la vi mover con maestría el volante al dar una vuelta en u.
– Todavía no me aprendo los horarios –me encogí de hombros en mi asiento.
Extrañamente, eso pareció animarla pues soltó una risa burlona.
– En todos mis años de vida escolar, nunca me he aprendido un horario. No te culpo.
Nos quedamos en silencio por un instante. Lo único que escuchaba era una estación de radio a bajo volumen en la que ponía los hits pop del momento. Siguió manejando sin yo saber exactamente hacia donde se dirigía. En un semáforo rojo, volteó a verme.
– Trabajabas en una tienda de autoservicio, ¿cierto? –asentí en silencio–. ¿Quieres algo similar?
– No.
Al parecer aquella respuesta no era la que esperaba, porque frunció ligeramente el ceño e hizo un mohín con los labios.
– ¿Entonces tienes algo en mente?
– No...
En ese momento, la chica estacionó de golpe la camioneta.
– Muy bien, si me vas a hacer perder el tiempo, quiero que al menos me lo repongas al responderme algunas preguntas.
Adora me había advertido que su amiga era una persona muy curiosa, por no llamarla entrometida, y que me preguntaría cosas. Aunque nunca quiso decirme qué clase de cosas. Además, me pidió que procurara no ser hosca al momento de contestarle o pedirle que me dejara de interrogar. Le dije que lo tomaría en cuenta.
Lo medité momentáneamente, seguramente me preguntaría algo relacionado con Adora, era lo más evidente. Bien podía equivocarme y para sacar provecho de la situación, podíamos llegar a una clase de acuerdo.
– Hagamos un trato –agregué, sabiendo que no tenía escapatoria si su familia me iba a dar trabajo y ella un transporte, además, estaba en un lugar totalmente desconocido para mí–. Información por información, una sola pregunta.
Ella me miró a los ojos, su respiración era tranquila, pero algo en sus ojos brillaba con anormal intensidad.
– Acepto.
– Vale –asentí y señalándola con ambas manos, agregué–. Empieza.
– ¿Por qué le pediste a Adora que te dejara de hablar?
Lo había soltado de golpe, como si aquella pregunta hubiera estado instalada en su cabeza por bastante tiempo. Sonreí con cierta ironía, era demasiado predecible. Ella alzó una ceja y yo suspiré.
– Por mentirosa –contesté.
– ¿Adora…?
– Obviamente no.
La expresión de Glimmer viajó de la confusión a la reflexión. Y volviendo sus ojos a los míos, inquirió:
– ¿A qué te refieres con mentirosa?
– No, ya contesté tu primera pregunta.
– ¡De qué hablas! No me dijiste nada.
– Mentiras, Brillitos, no es la gran ciencia.
La vi entrecerrar los ojos y apretando el volante, espetó:
– Bien… tu turno.
– ¿Qué negocios posee tu familia?
– Pero qué… –el desconcierto adornó su rostro y dedicándome una mirada asesina, suspiró–. Para no hacerlo tedioso, los Hoteles Mystacor, los súper Moon-mart y una tienda de música que queda lejos de aquí.
– ¿Una tienda de música? –pregunté movida por la curiosidad, pero enseguida me arrepentí porque la vi sonreír con malicia.
– Esa una segunda pregunta, Catra, si quieres saber la historia de esa tienda de música, tendrás que contestar otra de mis preguntas –su voz sonaba melosa.
– Creo que puedo vivir sin esa información –me reí y eso pareció hacerla enojar.
La chica volvió a encender la camioneta y antes de arrancar, volteó a verme.
– Eres astuta –me dijo en tono seco, luego volvió su vista al frente y sonrió–. Eso me agrada.
– Un placer, Brillitos.
La vi rodar los ojos y volví a reírme. Nunca una persona me había generado una extraña y burlona simpatía.
– ¿Entonces, quieres trabajar Mystacor o en Moon-mart?
Aquello no tenía que pensarlo siquiera.
– ¿Puede ser la tienda de música?
– Esa cosa te quedará a una hora o más en transporte público.
Sonaba a advertencia, pero no me importaba, me había incitado la curiosidad.
– Me da igual.
– Ten presente que no siempre podré llevarte. Además, está escondida y necesitarás caminar entre calles porque ningún transporte pasa directamente por allí.
– No importa, Brillitos…
– Como quieras –se encogió de hombros y cambió de dirección.
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Nos perdimos. Incluso con el GPS sirviéndonos de guía, no pudimos encontrar el establecimiento. Glimmer se vio en la necesidad de marcar a su padre para preguntarle la dirección de la tienda y claras indicaciones para llegar a ella. Después de eso fue absurdamente fácil llegar, el problema radicaba en que el letrero del establecimiento no tenía indicado que era una tienda de música. En la fachada solo había unas letras luminosas, como las de las cafeterías, en la que se leía "Angie".
El recinto era manejado por un hombre bastante triste y apagado que al escuchar que la campanilla de la puerta de la tienda, ver a quienes habían entrado y reconocer a la pelirrosa, volvió su vista al monitor.
Yo inspeccioné el lugar, era como cualquier otra tienda de música, pero sin muchos artilugios, salvo unos cuantos posters de bandas y artistas viejos. Noté con cierto asombro que en su mayoría vendían instrumentos acústicos y discos de vinilo, todos acomodados en estanterías de madera. En la vitrina tras la cual estaba el hombre, se veían otros artículos. En los parlantes sonaba una enérgica melodía de blues.
De repente una mujer muy alta de cabello blanco salió corriendo de una habitación que se encontraba en un extremo del recinto, la descubrí porque desde adentro saludó con un sonoro:
– Bienvenidos a Angie, lugar donde los ángeles hacen músi… –el lema de la tienda murió en sus labios en cuanto vio a la pelirrosa, de repente se puso pálida–. Oh, señorita Moonstone, no esperábamos una visita de su familia, le juramos que el inventario está en orden. Entrapta no ha…
– ¡Scorpia, el monitor acaba de ponerse azul y está llenándose de números! –una risa emocionada salió de la misma habitación por donde había llegado la chica de cabello blanco– ¡Maravilloso, la computadora trata de comunicarse conmigo!
Me le quedé mirando a Glimmer y la vi llevarse una palma a la frente. Volvió su vista al hombre del mostrador y este dio señales de vida.
– Le dije a la chica que dejara la computadora, que era lenta por vieja, dijo que podía optimizarla…
– No me importa lo que haya sucedido, mientras los instrumentos sigan intactos.
– ¡Oh! –la mujer alta pareció recobrar el ánimo–. Los instrumentos SÍ que están intactos.
– Bien. Ahora aleja a Entrapta de la computadora y…
Un ruido ensordecedor se coló por las bocinas y todos los presentes nos tapamos los oídos con las manos.
– Oh, oh… –silencio–. Día 79 en Angie, ha muerto la segunda computadora.
Todos seguimos silentes, mirándonos unos a otros, como entrando en luto por el aparato recién caído. Brillitos no parecía abrumada por la reciente pérdida, se le veía fastidiada. Suspiró resignada y giró su cuerpo para preguntarme con neutra voz:
– ¿Estás segura de que quieres trabajar aquí?
Volví a ver el espacio, las estanterías de madera, la variedad de instrumentos que estaban por el local, los vinilos en la estantería, la chica anormalmente alta que me miraba con curiosidad, el mediocre hombre absorto en el monitor y la mujer que acababa de salir del cuarto del fondo. Dirigí mis ojos a los de Glimmer.
– Sí –contesté.
– ¡¿En serio?! –preguntaron incrédulos el hombre y Glimmer al unísono.
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Algo tan burdo como hacer el mandado, era algo a lo que no estaba ni un poco familiarizada. Gracias a que mi antigua área de trabajo en la tienda de autoservicio estaba casi en la entrada del complejo, pude ver múltiples veces a familias enteras entrar con los carritos vacíos y salir con ellos hasta el tope de bolsas. No sabía que era lo que había en cada una de ellas, tampoco el modus operandi en que viajaban por el local para ir disponiendo lo que era menester.
Sin embargo, yo nunca había realizado tal cosa. Solía pasarme que compraba lo que necesitaba en una tienda de abarrotes que estaba cerca de la casa, fuera jabón para la ropa, champú, pasta de dientes, o cualquier otra cosa que hiciera falta en mi día a día. Pero nunca había tenido un "día para hacer la despensa".
Evidentemente, con Adora todo iba a ser distinto. Acostumbrada a buscar controlar sus tiempos, tenía un día marcado para hacer las compras, según ella me había argumentado, era más práctico que ir comprando espaciadamente lo que hacía falta. Y, evidentemente, tenía que acompañarla para comprar lo que necesitábamos.
Sí, así en plural.
Entonces con un mismo carro para las dos, Adora fue echando ordenadamente lo que había apuntado en una hoja de papel un día antes. Yo no sabía que podía necesitar porque ni siquiera era consciente de lo que tenía o no en el departamento. Al menos, en cuanto a lo básico, no tuve problemas en el par de semanas que ya habíamos convivido juntas.
Sin embargo, la experiencia de ir de compras fue nueva, fresca y gratificante. En parte porque cuando renuncié me habían dado un pequeño finiquito que me había servido para financiarme estas compras, y por otro lado porque nunca había puesto real atención a lo que se vende en las tiendas de autoservicio, ni tampoco había pensado en la utilidad de verificar los precios y los productos.
Según Adora, lo más recomendable era comprar cosas que fueran de buena calidad, pero accesibles. En cuanto a comida, ella decía que siempre debía comprarse lo mejor, aunque saliera un poco más caro. Lo único malo de aquello fue el regreso, puesto que tuvimos que pagar un taxi del sitio, que nos cobró exageradamente caro por dejarnos a unas calles del lugar donde vivíamos.
Así que aquella noche iba con bolsas en las manos, una extraña sensación de paz envolvía mi existencia, sobre todo al escuchar el sonido de los grillos y los pasos de Adora unos centímetros más a delante que yo.
Cuando era más pequeña, entendía el mundo a base de sonidos. Por eso, cuando conocí a Adora, lo primero que me apropié y escondí recelosa en mi cabeza fue el sonido de su caminar. Lo hacía con fuerza y decisión, con toda la energía que siempre ha acumulado en su cuerpo, pero con una sutileza que me arrullaba.
Aquella noche no fue la excepción. El viento soplaba de manera muy sutil y lo que más llegaba a mis oídos era el sonido de sus pasos. El rumor que hacían unas cuantas piedritas que rodaban a su paso. El contacto del plástico de sus zapatillas deportivas en el suelo. No importaban los grillos ni el ruido de las bolsas.
Mire sus pies subir y bajar, con un ritmo bastante marcado y hasta divertido. Solía alzar las puntas de sus pies como cuando era más pequeña, pensé que la vería con las manos en la nuca, pero vi sus brazos abajo por el peso de las bolsas. Luego observé su espalda.
Ella volteó a verme, consciente de que la miraba y me sonrió cuando mis ojos se encontraron con los suyos. Bajó la vista momentáneamente y deteniéndose de golpe, dejó las bolsas en el suelo y se acercó a mí. Yo me detuve cuando la vi agacharse frente a mí y posarse en una rodilla. Bajó el torso y la contemplé desde arriba.
Ella abrochó las agujetas de uno de mis tenis gastados.
– Listo –ella me sonrió desde abajo.
La vi levantarse, tomar las bolsas y continuar como si nada.
Yo me quedé unos segundos estática, fue un momento tortuoso en el que me di cuenta de que todo, en ese simple, gentil y tonto acto, había regresado a mí como una ola incontrolable. La presa se había roto ante la inmensidad que contenía, fue una simple fuga la que bastó para derribarla. Estaba casi segura de que me había sonrojado violentamente y agradecía que me estuviera dando la espalda. Superados la vergüenza, el coraje y la desazón, la seguí.
Esta vez, no me ahogaría entre la incalculable cantidad de agua.
Me obligaría a nadar, aunque tuviera que ser a contracorriente.
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N/A:
Regresé con esta historia de nuevo, es que ya la tengo avanzada T-T
No tengo mucho que agregar, así que pueden dejar sus dudas o ideas de lo que va a suceder en el siguiente capítulo con Adora uwu
¡Gracias por tomarse el tiempo de leerla y comentarla!
Hasta la próxima.
