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TEMARI
SASUKE ME DEJÓ en casa y yo entré.
Obito estaba en la cocina, cuidando de lo que tenía al fuego mientras el vapor subía hacia el extractor. Llevaba una camiseta y unos vaqueros negros, y tenía justo el aspecto que me imaginaba que tendría un criminal... aunque sin todas las cicatrices.
―¿Qué es esto? ―Obito y yo no nos habíamos acostado desde nuestra vuelta de Carolina del Sur. Yo había estado demasiado emotiva para el sexo y Obito debió de darse cuenta, porque no hizo ningún avance.
Era afortunada de que le importara siquiera.
Obito bajó el fuego al mínimo y después se secó las manos con un trapo.
―La cena.
―¿Has cocinado?
―Ahora que eres una mujer trabajadora, tenía que estar a la altura. ―Esgrimía una sonrisa juguetona al mirarme, asegurándome que no pasaba nada porque yo estuviera todo el día fuera mientras él estaba trabajando.
–Qué sorpresa tan agradable.
Lo sirvió todo en dos platos y dejó los cacharros en el fregadero. Nos sentamos en el comedor, frente al enorme ventanal de secuoya que miraba los viñedos a lo lejos. El sol casi se había puesto y los pájaros piaban fuera. Nos bebimos una botella de vino Uchiha con la comida.
Obito estuvo prácticamente todo el tiempo mirándome, masticando lentamente con los ojos pegados a mí. Se había afeitado aquella mañana, por lo que no tenía vello en la barbilla. Me gustaba el aspecto afeitado, pero también cuando le estaba saliendo la barba. Conseguía resultar atractivo de cualquier modo.
―¿Qué tal en las bodegas?
―Bien. Ayudé a Sakura con las degustaciones.
―¿Entra mucha gente?
―Muchísima. Casi todo son turistas.
―No creo que sean demasiado aficionados al vino. Me parece que simplemente les encanta la finca.
―Es preciosa. ―Hice girar la copa que tenía en la mano―. Pero creo que el vino es delicioso.
―Supongo que simplemente ya estoy acostumbrado.
―No. Lo que pasa es que te encanta meterte con tu hermano en cuanto puedes. ―Le sonreí, indicándole que estaba tomándole el pelo.
Él se encogió de hombros y siguió comiendo.
―Hoy pareces estar de buen humor.
Yo no había hablado demasiado desde que habíamos vuelto a Italia. Necesitaba algunas noches de sueño antes de poder volver a un estado de calma. Ver a mis padres me había vuelto más emocional de lo que podía soportar.
–Ha sido agradable salir de casa.
–¿Sakura te hace compañía?
―Sí, pero ella y Sasuke están peleados ahora mismo.
Cuando Obito no respondió a mis preguntas al respecto, di por sentado que quería decir que ya estaba enterado del asunto.
―¿Te ha dicho que ha hablado con Tristan?
Él asintió y continuó comiendo.
―No puedo creer que hiciera una cosa semejante.
―Se comportó como una imbécil. No te lo voy a negar.
―Tampoco la llamaría imbécil...
―Es una chica dura, pero se cree más fuerte de lo que realmente es. Su exceso de ego casi ha conseguido que la maten unas cuantas veces. No culpo a Sasuke por enfadarse. Yo me sentiría igual si mi mujer hiciera algo tan temerario.
Imaginármelo con esposa me puso triste de repente. Si sentaba la cabeza y se casaba algún día, yo ya estaría muerta y olvidada... probablemente hacía años. Él la amaría, tendría hijos con ella, y los dos envejecerían en aquella enorme y preciosa casa.
Era el tipo de futuro que yo nunca tendría. Me iba a perder tantas cosas, cosas que nunca había tenido la oportunidad de experimentar. Se me quitó el apetito, pero continué comiendo para que no se notara que aquella afirmación me había dolido. No estaba celosa de que fuera a estar con otra mujer. Sólo me entristecía que él fuese a continuar con su vida... y yo fuese a morir en aquella celda con una pastilla de cianuro en el estómago.
―¿Va todo bien?
A lo mejor no disimulaba tan bien como había pensado.
―Sólo que espero que los dos lo solucionen.
―Por eso no te preocupes. Sakura puede hacer cualquier cosa, y Sasuke se lo perdonará. No porque sea un pusilánime, sino por lo enamorado que está de ella. No lo dice demasiado, pero resulta jodidamente evidente siempre que están juntos en una habitación.
–Qué bonito...
―Yo supe que la amaba incluso antes que él mismo. –Obito dejó el plato limpio, comiéndose hasta el último bocado como si no hubiera desayunado ni comido.
Yo comí algunos bocados más, pero fue todo lo que mi estómago consiguió aceptar.
Obito miró mi plato, todavía medio lleno.
–¿Ya no quieres comer más?
Yo sabía que él estaba intentando engordarme a propósito. En cuanto volviera con Tristan, pasaría hambre a todas horas. A Tristan no le gustaría verme con más kilos, así que probablemente me mataría de hambre a conciencia.
―Estoy bastante llena.
Obito no me presionó.
―Te lo guardaré. ―Tomó ambos platos y metió mis sobras en un envase de plástico.
Yo me acerqué al fregadero y lavé los platos.
―¿Qué estás haciendo?
Lo miré por encima del hombro, viendo su gesto severo.
―Sólo estoy intentando ayudar.
―Las doncellas se ocuparán de ello por la mañana. No te preocupes por eso.
―¿Tienes doncellas? Pensaba que mi trabajo era cocinar y limpiar.
―Bueno, pues has sido ascendida. ―Se acercó a mí y cerró el grifo del fregadero―. Ahora sólo tienes un trabajo en esta casa, y no es ni cocinar ni limpiar.
.
.
ESTABA SENTADO A MI LADO EN EL SOFÁ, DISFRUTANDO DE SU WHISKY MIENTRAS VEÍA LAS NOTICIAS italianas. Me rodeaba los hombros con un brazo y tenía las rodillas completamente separadas. A través de los vaqueros se percibían los músculos de sus muslos. Dio un sorbo de whisky, me miró de reojo, y después volvió a mirar la televisión.
–¿Qué te gustaría ver mañana?
―¿Que qué me gustaría ver?
―¿Cualquier otra parte de Italia?
―Obito, no es necesario que continúes faltando al trabajo por mí. ―Ya había hecho suficiente―. Me gusta ir a las bodegas con Sasuke y Sakura.
―No me importa. Llevo mucho tiempo sin tomarme vacaciones. Así que dime.
―Em... Siempre he querido ver Siena.
―Entonces iremos mañana.
―Bueno, pues... gracias. A lo mejor Sasuke y Sakura también podrían venir.
―No. Si yo no estoy, Sasuke tiene que estar disponible para hacer frente a cualquier posible desastre.
―¿A qué tipo de desastres os enfrentáis? ―pregunté.
Él dio un largo trago a su whisky.
―Personas que piensan que pueden derrumbar los precios o meterse en nuestro terreno. Cosas así.
Yo asentí, aunque no lo entendí del todo.
―¿A qué hora quieres que nos vayamos?
―A primera hora de la mañana. Quiero llegar antes que los turistas. ―Cogió el mando a distancia y apagó la televisión―. Vámonos a la cama.
Lo seguí al piso superior y entramos en el dormitorio. Era una noche fresca, por lo que Obito se arrodilló ante la chimenea y empezó a encender un fuego. En su dormitorio no tenía televisión, pero sí que había una en la mayoría de las otras habitaciones. Todas mis cosas estaban guardadas en mi dormitorio al otro lado del pasillo, pero había dado por hecho que me quería junto a él. No lo habíamos hecho en las últimas noches, pero él esperaba que durmiéramos juntos.
Yo me cambié de ropa y saqué una de sus camisetas de algodón del cajón. Probablemente me la iba a quitar de todas maneras, pero al menos ya la tenía a mano. Abrí la cama y me acosté.
Obito se lavó las manos en el cuarto de baño antes de volver. Apagó todas las luces, para que el fuego crepitante fuera la única iluminación del cuarto. El calor fue llenando lentamente la estancia, alcanzando los cuatro rincones y ahuyentando el frío.
Él se desnudó del todo, dejando caer al suelo los bóxers junto con todo lo demás, y después se metió en la cama. La luz de las llamas le lamía la piel, resaltando la definición de sus brazos y sus hombros.
Se puso cómodo a mi lado, pero no me agobió con su afecto masculino. Sus potentes brazos no formaron una jaula de acero en torno a mi cuerpo. No calentó mi lado de la cama con su sistema de calefacción personal.
Yo lo contemplé con las sábanas hasta los hombros, preguntándome qué estaría pensando. Su mandíbula cincelada estaba firmemente encajada y sus ojos negros no revelaban nada. Me miraba sin pestañear, y su pelo cambió de forma al poner la cabeza en la almohada.
No parecía estar cansado, a juzgar por la aguda mirada que me dirigía, pero tampoco empezó una conversación, ni me tocó. Se limitó a quedarse quieto y mirarme.
Yo sabía que todo aquello tenía que ver con nuestro viaje a Carolina del Sur. Él había dado por sentado que yo no estaba preparada, que mis emociones estaban demasiado desbordadas como para sentir un anhelo entre las piernas. Su contención revelaba su amabilidad. Yo podría estar sangrando y Tristan no se preocuparía por mis sentimientos. Tomaba lo que quería como si toda mi vida le perteneciera. Pero Obito me dio poder en cuanto estuve en sus manos. Podía hacer lo que quisiera... y los dos lo sabíamos. Ni siquiera tenía que acostarme con él, y no me enviaría de vuelta.
Era una mujer con mucha suerte.
Obito vendía armamento ilegal a sus clientes y tenía un poder secreto sobre toda Italia. Él y su hermano se codeaban con los personajes más desquiciados, hombres tan malvados que ni siquiera la policía era rival para ellos. Yo había visto aquel tipo de crueldad salvaje, había caído víctima de ella personalmente. Ahora que sabía el aspecto que tenía la maldad, no la encontré en Obito.
En absoluto.
Era mi amigo, mi confidente. Era mi lugar seguro. Sabía que pensaría en él cuando las manos de Tristan se cerraran alrededor de mi cuello. Cuando las cosas se pusieran realmente duras, pensaría en cómo me miraba Obito... justo igual que ahora.
Y cuando me tomara aquellas pastillas, pensaría en él hasta que la oscuridad viniera a por mí.
Al pensar en el futuro, me hundía como si fuese un lastre atado a mi tobillo. Aún me quedaban algunos días antes de tener que pensar en aquel horror, así que expulsé el pensamiento de mi mente. Ahora mismo, estaba metida en una cómoda cama con un fuego ardiendo alegremente... y un hombre guapísimo me estaba mirando fijamente.
Un hombre guapísimo que me deseaba.
Me acurruqué más cerca de él bajo las sábanas, dándole un ligero beso. En cuanto nuestros labios se tocaron, sentí escalofríos por todo el cuerpo. Tenía los labios suaves y carnosos, y el vello que rodeaba su boca me rascaba la piel suavemente. Me gustaba sentirlo contra la piel, sentir la masculina barba reciente que conquistaba su rostro cada mañana.
Mi mano se deslizó hasta su pecho, explorando su musculatura, sintiendo cómo se combinaba cada músculo con el siguiente. Tenía la piel suave, pero bajo aquella suavidad había cemento. Las puntas de mis dedos disfrutaban de su fuerza porque me hacía sentir segura. Obito era mi cancela, mi protección personal contra cualquier cosa que pudiera herirme. Durante los próximos días, hasta el último pelo de mi cabeza estaba a salvo. Nadie podía tocarme, vencer a aquel hombre poderoso.
En cuanto sintió mi beso, me rodeó la cintura con un brazo y acarició la suave piel de mi espalda. Exploró la pronunciada curva que se formaba entre mis omoplatos. A veces me acariciaba el pelo al descender por mi espalda.
Sus besos se hicieron más profundos, más intensos. A veces utilizaba la lengua, y otras se introducía mi labio inferior en la boca. Me estrechaba, se aferraba a mí, me devoraba. Cuando se le acabó la paciencia, me hizo rodar hasta ponerme de espaldas y permitió que su peso descansara sobre mí.
–¿Estás lista?
Lo dejaba todo en mis manos, sin molestarse en ocultarlo. Me permitía tomar las decisiones, tener la capacidad de oponerme a sus deseos. Si no quería hacer aquello, lo único que tenía que hacer era decirlo. Aquella clase de libertad era adictiva, y cuanta más me daba, más lo deseaba.
Más lo adoraba.
―Sí... Te deseo. ―Enrosqué las piernas alrededor de su cintura y entrelacé los tobillos. Lo atraje firmemente contra mí, sintiendo su erección presionarse contra mis pliegues. Yo ya estaba húmeda para él, con el cuerpo preparándose para aceptar su impresionante miembro.
Habló dentro de mi boca, insuflándome su cálido aliento.
― Bellissima... ―Giró las caderas y me penetró, deslizándose lentamente en mi interior mientras su sexo quedaba recubierto en mi deseo. Respiró más intensamente al sentirme, tensando el cuerpo de placer. Se introdujo cada vez más hasta hundirse en lo más profundo de mi ser, nuestros cuerpos conectados.
Yo respiré hondo al sentirlo entero en mi interior.
―Obito...
Sostuvo su peso con los brazos y me miró con ardor, haciéndome el amor con los ojos tanto como con el cuerpo. Se balanceaba despacio, acostumbrándose a mí como si llevara semanas en vez de días sin tenerme.
Yo me movía con él, imitando su ritmo lento y tirando de sus caderas hacia mí. Apenas nos movíamos, nuestros avances lentos y medidos, pero resultaba más placentero que nunca. Nuestros ojos no se apartaban de los del otro, y yo sentí que mi cuerpo empezaba a traicionarme.
―Joder... ―Se detuvo cuando estuvo totalmente en mi interior, haciendo una pausa con los ojos cerrados.
―Yo también me voy a correr.
Suspiró otra vez.
―¿Cómo se me ha podido olvidar el placer que me das? ―Empezó otra vez a moverse, esta vez más rápido que antes. Levantaba las caderas al final de cada empujón, frotándose contra mi clítoris mientras intentaba llevarme al orgasmo.
―Justo así...
Empezó a empujar con más fuerza, mientras su pecho se agitaba al respirar.
―Sí... ―Mis manos se agarraron a sus caderas, tirando de él con más fuerza hacia mí―. Dios... –Me corrí alrededor de su sexo, mi cuerpo tensándose y estrechándose en torno a él. Cerré los ojos y me esforcé por respirar, porque mi cuerpo sólo deseaba gritar.
―Dios mío... ―Obito me penetraba con más fuerza, aumentando la intensidad de mi orgasmo mientras él llegaba al suyo. Su miembro se engrosó en mi interior al liberar su semilla, llenándome con oleadas de ella. Sus empujones empezaron a disminuir de velocidad al terminar, disfrutando de su subidón mientras el mío terminaba.
Era la vez que más rápidamente había llegado al orgasmo. Sólo habían pasado tres días desde la última vez que nos habíamos acostado, pero al parecer, mi cuerpo ya se había acostumbrado a hacerlo de forma regular. Cuando dejamos de hacerlo, mi cuerpo no supo cómo enfrentarse a ello.
Él permaneció en lo más profundo de mí, evidentemente sin intención de apartarse pronto.
―¿Cómo esperas que dure si haces eso?
―¿Hacer qué? ―No tenía control sobre mi cuerpo cuando estábamos juntos. Cuando me besaba, me tocaba, me follaba, me convertía en un torbellino de hormonas. Lo único que podía hacer era sentir, desde luego no pensar.
Él me besó mientras me introducía más su miembro cada vez menos firme.
―Lo que estás haciendo ahora. ―Me frotó la nariz con la suya mientras continuaba en mi interior―. Ser preciosa.
