Presten atención a las noticias del día.
El sol se mantuvo en lo alto del cielo, marcando la hora del mediodía en Londres. Horario en el cual la mayoría de los ingleses se detenía por unos minutos para almorzar luego de una ardua jornada de trabajo, así mismo con los turistas que se amontonaban en restaurantes, y puestos de comida exótica.
Sin embargo, esto no era lo mismo para cierto samurái desempleado y perezoso que apenas recién abría sus ojos a la realidad y tomaba consciencia de su entorno: una habitación pequeña y húmeda, con tan sólo una cama antigua de hospital y un cuarto de baño (Se entiende baño como un balde o cubeta con agua, no inodoro), el cual no pensaba utilizar de ninguna manera. Era un sitio barato que había podido regatear por un par de días, con el dinero robado de sus atacantes en el episodio anterior, por lo menos sirvieron para su propósito.
La habitación en estos casos, sólo la usaba en caso de un mal clima y bajas temperaturas. De lo contrario era preferible dormir en algún rincón del bosque, encima de un árbol o meterse en un vagón de tren, aunque eran lugares muy lejos para llegar a pie. En mejores noches podía esconderse en algún sótano, o terraza no concurrida.
Arrastrándose fuera de la cama, comenzó a vestirse, usando su ropa normal japonesa pero con guantes y un gorro de lana que había podido obtener por caridad de la gente, una bufanda desgastada y finalmente la espada de madera colgando en su cintura. Mantenía todos los objetos utiles de supervivencia siempre consigo, como un mapa de la ciudad.
Más tarde, luego de despedirse del casero, comenzó hacer sus rondas por la ciudad y zonas de comercio, preguntando en negocios y en bares por un nuevo trabajo, o si alguien había preguntado por el Yorozuya... Era difícil conseguir clientes cuando no tenías una forma de contacto más práctico, pero quien era astuto y estaba dispuesto a encontrarlo, siempre iría a consultar al negocio más cercano donde residía el folleto del Yorozuya, y en donde dejarían sus direcciones para Gintoki. De esa forma se podía crear toda una red de contactos entre las personas.
Sin embargo, hoy no parecía tener tanta suerte. Las personas parecían evitarlo más de lo normal, y una extraña atmosfera de desconfianza parecía ceñirse sobre los habitantes, pero Gintoki no estaba tan interesado en averiguar las razones.
- Sir Sakata... ¿Usted de nuevo? ¿Aún no ha podido regresar a su país?- Preguntó un vendedor al verlo llegar a su tienda de dulces y juguetes, aunque todo era demasiado costoso en ese lugar como para poder comprar algo.
Gintoki hizo una mueca de molestia al escucharlo, ya se sentía bastante mal por haber dormido en un nido de ratas.
- ¡Si, gracias por mencionarlo!- Dijo con sarcasmo, para luego sentarse en uno de los asientos ofrecidos para los niños. - No es tan fácil como agarrar un bote y remar hasta llegar... Debe ser un bote capaz de volar por el universo y traspasar dimensiones. Pero noo, no existen de esas cosas aquí...- Comenzó a parlotear miserablemente, aplastando el pequeño asiento de madera que apenas aguantaba su peso.
- ¡Kintoli! ¡Te advertí de no usar los asientos para niños! ¡Ahuyentas a mis clientes y destrozas mi negocio!- Lo regañó con molestia, asegurándose que no hubo daños en el objeto, pero se volvió a enojar cuando se volteó a verlo nuevamente. - Oh, god! ¿podrías comportarte como un adulto normal?- Dijo con irritación tras ver que Gintoki se comía algunos caramelos ante su descuido.
- ¡Mi nombre es Gintoki!- Le corrigió igualmente enojado, y siendo lo único en importarle. - ¿Y bien? ¿No vino nadie preguntando por mi? - Cambió de tema mientras se acercaba con disimulo a uno de los dulces hechos de chocolate, deseando probar otros más por su adicción a lo dulce. La marca de la empresa Phantom escrito por todos lados, pero el viejo le dio un manotazo evitando que se vuelva a salir con la suya.
- No. Y no creo que en estas circunstancias actuales la gente se arriesgue a tratar contigo.-
- ¿Circunstancias actuales?- Cuestionó sin interés, distrayéndose por tanto chocolate a su alrededor. Su propia boca se le hacía agua mientras imaginaba cálido chocolate derretirse sobre su lengua y paladar.
- ¿Acaso no lo sabes? Toda la gente ha estado alterada y asustada, ¡Todo estuvo en primera plana del periódico! Usted más que nadie debe tener cuidado de no andar tan solo por las noches.-
- ¿Periódico? Debe ser exageración. Ahí no hay más que títulos llamativos para atraer al público, siempre engañan. Y si se trata de noticias, sólo puedo creer en el pronóstico del tiempo de la hermosa Ketsuno Ana...- Sonrió entusiasmado tras recordarla, irritando al señor vendedor por no creer ni escuchar su advertencia.
- Tal vez tengas razón y sólo sean mentiras. Pero por favor, cuídese, no quisiera ver su rostro en las noticias como una de esas víctimas. Pues aunque no te conozca mucho, sé que eres buen tipo... a pesar de que estés muy loco.-
No quería admitirlo pero la confesión del vendedor había calentado su corazón, o tal vez fue sólo el chocolate. Aún así, ¿tan desesperado estaba por un poco de compañía, que permitía a un extraño preocuparse por él?
Luego de salir de la tienda y haber convencido al viejo para darle unos pocos dulces, fue cuando la situación real comenzó hacerse más evidente para él... Mucho más evidente cada vez que un ciudadano pasaba murmurando.
- Dicen que tiene ojos rojos y una espada.
- ¡Totalmente blanco!
- ¿Capaz de saltar y trepar muros?
- Más de cuarenta victimas y contando.
- El Demonio Blanco.-
Lentamente su caminar se detuvo, su rostro quedó completamente inexpresivo resaltando sus ojeras oscuras y sintió como si todo un peso de mil toneladas se asentara en su espalda. Y entonces, lo recordó, las tantas veces que utilizó su espada, las veces que se defendió contra criminales y se involucró en peleas callejeras, ¡las ventas ilegales que destruyó!
Un sudor frío comenzó a formarse en su frente cuando la realización llegó a él, cuando supo lo que en verdad estaba sucediendo.
¿Cómo había pasado de ser un simple vagabundo sin nombre, a un criminal buscando por todo Londres?
Acostumbrado hacer todo lo que quisiera en Kabukicho sabiendo que los Shinsengumi (Policía de Edo) eran unos inútiles, nunca se preocupó ni se imaginó las consecuencias que traerían sus actos en este nuevo mundo con nuevas reglas.
Y ahora más que nunca sabía que lo perseguirían sin descanso hasta matarlo.
- Kagura... Shinpachi... Un gusto haberlos conocido.-
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