— Me quiero morir. No, mejor dicho, me quiero matar.

— No te vas a morir y mucho menos vas a tener el coraje de matarte, así que…

— Gracias, eres de mucha ayuda.

— De nada.

Yuuji jadeó por quinta vez aquella mañana durante el desayuno. La noche anterior se había acostado bastante tarde y de casualidad se había despertado aquella mañana justo para desayunar y correr hacia su primera clase de ese día, Transformaciones. Entre la pelea de su hermano y la suerte que había tenido con Geto la noche anterior, su mente se había olvidado por completo del pequeño detalle de que...bueno, de que no había hecho los deberes. No era una materia que le desagradara pero tenía que admitir que, a diferencia de Nobara, se le dificultaba un poquito. Quizás era por eso que siempre dejaba los deberes para último momento, no podía ser que le estuviese sucediendo aquello…

— ¿Seguro que revisaste bien entre los libros? Sueles usar cualquier cosa de marcador, Yuuji.

La pregunta de Nobara, aún desayunando a su lado lo llevó a su triste realidad nuevamente, haciéndole recordar que no sólo se había olvidado de los deberes de Transformaciones - y probablemente de alguna otra asignatura más, no quería siquiera pensarlo - sino que de paso también había perdido la credencial de pase de la biblioteca.

— Me preocupa más la tarea que la credencial justo ahora.— Nobara entrecerró los ojos en señal de amenaza.— ¿Qué?

— Si te la paso y llegas a copiarlo en forma textual y la profesora se…

— ¡Juro que no se parecerán en nada, lo prometo!

— Más te vale, porque…no me terminaste de contar por qué discutiste ayer con el idiota de tu hermano.

La amenaza quedó suspendida en el aire porque las palabras no eran necesarias; mientras Yuuji veía la salvación ante sus ojos en forma de pergamino y se disponía a copiar, comenzó a contarle a grandes rasgos lo que había sucedido la noche anterior, pelea y todo incluida.

— Lamento tener que ser yo la que te lo diga, pero Ryomen siempre fue así, Yuuji.

— ¿Así de estúpido? Sí, pero hay algo diferente. Es...no sé, es su actitud. Está raro.

— Quizás está enamorado.

La mirada de advertencia ahora era de Yuuji hacia Nobara mientras ésta le sonreía burlonamente.

— No lo digas ni de broma. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.

— ¿Y a ti, Yuuji? ¿No te gusta nadie? .— preguntó Nobara, desviando el tema.

— ¿Y a ti?

Ambos bufaron, esquivando sus miradas. Yuuji sabía que…

No, allí no.

¿O sí?

De nuevo, Yuuji se vio a sí mismo sentado con unos diez años menos en la mesa larga y amplia del gran salón. ¿Cuántos años tendría? Unos quince, dieciséis tal vez. Con cierta nostalgia, se vio nervioso transcribiendo un pergamino de Nobara mientras ésta volvía a desviar el tema por tercera vez aquella mañana. ¡La credencial! ¡De eso hablaban, la credencial de la biblioteca que Yuuji había "perdido"! Y claro, si el recuerdo que había visto de Satoru y que le había llamado la atención tenía conexión con eso...

Sonrió al recordar aquel suceso tan tonto, tan inocente...y al hacerlo sus ojos se empañaron en lágrimas.

¿Por qué no podía volver el tiempo atrás, volver a ser ingenuo e ignorante de lo que sucedía a su alrededor?

Había oído la conversación breve entre Nobara y él. Recrear las cosas de aquella manera le servía para ver todo desde otra perspectiva y realmente funcionaba; ahora, recién ahora comprendía que había tenido razón al intuir que a Ryomen le sucedía algo en aquella época. Alfa estúpido, orgulloso, imbécil…

¿Por qué no se lo había dicho?¿Por qué había desconfiado de él, su propio gemelo?

La risa de Nobara llamó su atención. Yuuji también sonreía mientras le devolvía el pergamino, seguro de que su tarea no se parecía en nada a la de su compañera de casa...cuando había transcrito exactamente lo mismo.

Podía engañar al profesor de Transformaciones, pero…¿cómo iba a poder engañarlo a él?

El recuerdo volvió a desdibujarse. Las mesas, los alumnos y las paredes se volvieron humo líquido de diferentes colores mientras Yuuji comprendía que todo lo que había tenido consecuencias en el futuro había comenzado incluso antes de aquel recuerdo, de aquel momento.

Aún así y pese a que estaba escarbando en su memoria y en las que Satoru había dejado abandonadas tras su desaparición en busca de respuestas, le fue imposible seleccionar una más que nada tenía que ver con aquello.

Su corazón dio un brinco y sus latidos se volvieron más rápidos, más fuertes y salvajes al igual que su respiración.

Era sólo un recuerdo, pero...era tan real, había sido tan real…

Reteniendo la respiración, Yuuji vio las columnas de humo líquido tomando forma y la ansiedad lo dominó pese a que ya sabía dónde se encontraba ahora, con quién y qué sucedería. Sintiéndose como un tonto, se vio a sí mismo sentado en un pupitre de aquella aula amplia y en esos momentos vacía, la cabeza agachada y los nervios a flor de piel.

Pese a que sabía lo que estaba ocurriendo y lo mal que su yo del pasado se estaba sintiendo, Yuuji no pudo evitar verlo y sonreír.

Sí, allí había empezado todo.

Pero no el inicio de sus problemas, sino de su felicidad.

— ¿Cómo vamos a resolver éste problema, ah...Yuuji?

Sentado en el pupitre luego de que aquel sujeto hubiese prácticamente expulsado a Nobara de su lado, Yuuji deseó morir. O en su defecto, lograr desaparecer, que la tierra o el mismo aire lo tragaran y lo salvaran de aquella situación lamentable en la que él mismo se había metido por despistado y olvidadizo.

Realmente quiso responder a aquella pregunta retórica pero los nervios se lo impidieron. Con los ojos aún clavados sin ver en el pergamino que hacía un par de horas le había copiado a Nobara, convencido de que así saldría airoso de la tarea que no había hecho, oyó pasos acercándose a su banco hasta que por el rabillo del ojo distinguió la silueta ajena, los pantalones oscuros envolviendo aquellas piernas esbeltas y largas, demasiado largas.

Y el aroma. Pese a la ansiedad, Yuuji no pudo evitar inspirar profundamente cuando sus fosas nasales captaron aquel aroma suave pero fuerte al mismo tiempo que se intensificaba conforme el aire a su alrededor se impregnaba en él. Sabía muy bien que provenía del Alfa de pie a su lado y lejos de amedrentarse, su cuerpo se relajó demasiado al percibir el olor característico del café recién tostado.

— ¿Por qué sonríes? ¿Te causa gracia la situación?

— ¡N-No! Lo...lo siento, yo...no me estoy riendo, es…

— ¿No?

Yuuji levantó el rostro sólo para darse cuenta de que aquel muchacho que tan solo tenía un par de años más que él se había agachado y sus rostros estaban prácticamente a la misma altura, apenas separados por unos centímetros; como Yuuji no había sabido aquello, su rostro se elevó y sus ojos se encontraron de frente y sin preparación con la mirada ajena, un jadeo escapándose de su garganta.

¿Era posible que una mirada así existiera? Y no era sólo por el color de sus iris, tan celestes, tan transparentes enmarcados por aquellas pestañas imposiblemente blancas, los párpados sin moverse de su sitio...era...era el sentimiento intenso y atrayente, casi intimidante al mismo tiempo que expresaba el brillo de sus ojos lo que impedía que Yuuji pudiese desviar su mirada incluso cuando sabía que semejante acercamiento podía llegar a verse como mala educación, era…

Y el chico sonrió. Yuuji lo supo no porque sus ojos hubiesen visto sus labios sino porque la diversión le llegó a la mirada cristalina, sus párpados entrecerrándose y sus cejas arqueándose sutilmente. Pese a la situación desventajosa en la que se hallaba y sabiendo que quizás aquel muchacho mayor que él se estaba riendo de él, Yuuji no pudo evitar secundarlo y sonreír, contagiado de la alegría ajena.

— Doy risa, ¿verdad?

La sonrisa de Yuuji se expandió un poquito más al oír el tono suave y cadente, risueño, tan distinto a la voz anterior. Precisamente risa no era lo que Gojo Satoru solía provocarle. Fastidio solía ser la palabra más cercana, pero era un sentimiento un tanto parecido al que despertaba su hermano gemelo en él. Gojo era un estudiante de séptimo año de la casa Slytherin que, de no haber sido por las recurrentes faltas a las normas del colegio e incluso un par de suspensiones por peleas con otros estudiantes habría ganado el puesto de Premio Anual; Yuuji nunca había tenido con el muchacho ningún enfrentamiento directo pero a veces le fastidiaban las actitudes altaneras y un poco infantiles que tenía, sobre todo después de que lo hubiesen nombrado capitán del equipo de Quidditch.

¿Quién quería ser Premio Anual si era capitán del equipo de Quidditch de Slytherin? Por Merlín, no...era insoportable. Se pavoneaba como un tonto y cada vez que Yuuji o alguno de sus compañeros de grupo detectaban sus cabellos blancos a la distancia - cuestión para nada difícil, porque aquel sujeto medía unos dos metros de alto y hablaba tan fuerte que lo oían incluso a través de las paredes sin necesidad de ningún artilugio mágico - solían esquivar su camino por el bien de su salud mental. Y porque era Slytherin. Todos, incluido Yuuji - con más razón que ninguno - sabía que la gente que integraba esa casa era como mínimo...personas de respeto, por no usar otros términos más desagradables.

De esquivarlo con bastante éxito desde su primer año, Yuuji no sólo había pasado de verlo más seguido en los corredores sino que encima tenía que soportar su presencia en las clases de Transformaciones desde que la profesora lo había nombrado su ayudante, pero…¡esa mujer estaba loca, loca de atar!

Bueno, tan loca tampoco. Lo único que había impedido que Gojo fuese un alumno académicamente ejemplar había sido su mal comportamiento y su pésimo temperamento, casi compitiendo con el de Ryomen, por lo que dejando de lado aquella cuestión agresiva que parecía ser un sello distintivo de los Alfas más idiotas y hormonales...estaba...bien. Bueno, tenía lo suyo y aunque Yuuji no lo reconociese abiertamente no era ciego y veía a Gojo atractivo, quizás demasiado.

Lo que tenía de atractivo lo tenía de insoportable, así que estaban en las mismas que…

— No le diré lo de los deberes a la profesora.

— ¿De...de verdad?

— Ajá. A cambio, te pediré algo más.

Ya sabía que no podía confiarse en un Slytherin. Gojo se irguió cuan alto era sin que la sonrisa abandonara su rostro, la burla bailando en su mirada. Yuuji lo observó receloso sin saber qué esperar y si podía cumplir lo que sea que el otro quisiera, fuera lo que fuese.

— ¿Qué es?

Gojo sonrió aún más si eso era posible; sorpresivamente, Yuuji se percató de que aquel sujeto realmente no esperaba que accediera tan rápidamente y aquello parecía emocionarlo, situación que angustió un poco más a Yuuji porque realmente no había dudado en preguntar.

— ¿Me enseñarías el hechizo que probaste en la clase de Duelo?

La pregunta descolocó tanto a Yuuji que ni siquiera fue capaz de recordar de qué estaban hablando. Varios segundos de tenso silencio siguieron a su pedido mientras Gojo aguardaba una respuesta y Yuuji intentaba que las neuronas le volvieran a funcionar otra vez. ¿Duelo, clase de Duelo...qué hechizo, de qué…?

— Ah. Ya recuerdo. Me...me quitaron puntos por hacer ese hechizo.

— Lo sé. ¿Dónde lo aprendiste? No es algo que se enseñe ni que esté en los libros a los que los estudiantes accedan habitualmente.

Repentinamente, Yuuji volvió a ponerse nervioso. El hechizo del que Gojo hablaba era el Fiendfyre, las llamas que no podían ser consumidas por el agua. No era un hechizo imperdonable pero para un estudiante de quinto año era...bueno, quizás demasiado avanzado. Yuuji ni siquiera lo había pensado y lo había utilizado en una clase en medio de un combate de práctica, si podía ser estúpido…¿de dónde lo había aprendido? De Ryomen, por supuesto. No había hechizo explosivo y destructivo que su hermano no conociese y él había aprendido al menos, la mitad de ellos.

— Es...es una larga historia.

— ¿Me lo enseñarás, Yuuji?

¿Enseñar un hechizo a cambio de que no lo descubrieran en una falta? Parecía demasiado sencillo para ser real...incluso alguien despistado como Yuuji se daba cuenta de eso…¿era posible que alguien como Gojo, que siempre había gozado de las mejores calificaciones...no conociera ese hechizo? Y si en verdad no lo hacía…¿era buena idea enseñarselo?

Sin embargo, luego de que la pregunta nuevamente quedó flotando en el aire...Yuuji se dedicó a observarlo. No detectaba malas intenciones en su ansiedad, en la sonrisa expectante que le regalaba dentro de aquel salón solitario. Por un momento, no parecía ser aquel tonto pavoneándose por los corredores ni el capitán altanero del equipo de Quidditch, parecía...un chico normal, común y corriente como él.

— Claro.

La sonrisa de Gojo se ensanchó al igual que la de Yuuji. El Alfa juntó ambas manos, sus palmas chocando entre ellas y produciendo un sonido seco, repentino.

— Excelente, Yuuji. Será nuestro primer gran secreto.

Yuuji parpadeó mientras Gojo le guiñaba el ojo, sin dejar de sonreír. Desde una distancia prudencial pese a que el recuerdo no podía detectarlo, el Yuuji del presente observó toda la escena como si nunca la hubiese rememorado en su corazón. Había sido tan ingenuo en creer que no conocía el hechizo cuando Satoru se sabía todos y cada uno de los hechizos que su hermano le había enseñado a él...porque Satoru se los había enseñado primero a Ryomen. Lo había sospechado, pero aún así había accedido al no percibir malas intenciones en su pedido.

Y no las había, de hecho. Yuuji había tardado meses en darse cuenta de que aquellas reuniones fortuitas fundamentadas en un interés falso eran solo para estar en su compañía. A Satoru no le importaba si Yuuji intentaba enseñarle cosas que ya sabía o si le contaba alguna tontería que lo había frustrado durante el día, no. Él siempre lo había oído con el mismo interés, la misma devoción y el mismo brillo en la mirada como si Yuuji le estuviese revelando los misterios del universo.

Una mano tocó su hombro y Yuuji, el real, se sobresaltó. De nuevo, todo a su alrededor giró y perdió estabilidad cuando el recuerdo del que no quería salir aún se difuminaba, se disolvía y desaparecía ante sus ojos.

Al volver al presente, chasqueó la lengua y apartó la mano de un solo movimiento. Estaba ofuscado, triste, ansioso, frustrado.

— No era necesario que me sacaras así, Nanamin.

— Estabas llorando.

Yuuji no se animó a voltear hacia Nanami. No podía verlo, pero sabía que el hombre se encontraba recostado en la ventana detrás suyo. La lluvia aún caía copiosamente y Yuuji incluso ya había perdido la noción del tiempo. Aún de espaldas, limpió su rostro porque sabía que Nanami no mentía; sus mejillas empapadas le dieron, quizás un atisbo de lo que Satoru había sentido en su momento para decidir eliminar ciertos recuerdos de su mente.

Algunos recuerdos eran preciosos, pero dolían...sobre todo cuando pertenecían sólo al pasado, el presente que pudo haber sido a partir de ellos roto en mil pedazos. Ahora que Satoru ya no estaba, para Yuuji verlo en sus recuerdos significaba amor y sufrimiento a partes iguales y quizás eso mismo había experimentado en su momento cuando Suguru había desaparecido también de sus vidas.

Instintivamente tocó su vientre abultado. Estaba de siete, ocho meses de embarazo y el futuro que se avecinaba para ese niño era tan o más oscuro que el presente que vivía Yuuji en esos momentos. Carraspeando e incorporándose, se dirigió al mueble donde se encontraban guardados los demás frascos. Con dedos temblorosos y sin saber si elegirlos en orden era una buena opción, Yuuji tomó el segundo frasco del estante, el segundo recuerdo que Satoru había decidido apartar.

Con el pulso más firme que sus propias convicciones, Yuuji destapó el frasco y vertió el contenido en el Pensadero, la nube gris del recuerdo tornándose oscura y siniestra a medida que se solidificaba.