Descargo de responsabilidad: No soy dueña de los personajes y la trama original de Percy Jackson, así como todo el Riordanverso, todo le pertenece al tío Rick.
Cuando la batalla del Laberinto terminó quemaron un sudario para Lee. El sudario era hermoso, sus hermanos pusieron todo de ellos para hacerlo así, de un reluciente dorado con los símbolos de Apolo en el y oliendo al extraño perfume que Lee siempre usaba. A Kayla, la ceremonia le pareció durar mucho más de lo que realmente lo hizo, el nombre su hermano fue recitado entre muchos otros y luego el fuego ardió por horas.
Recibió todos los honores que podían prestarle en el campamento, al igual que muchos otros semidioses que habían caído peleando ese día. Pero nada de eso a Kayla podía parecerle suficiente, Lee merecía más, era un semidiós fuerte, un gran arquero, excelente líder de cabaña y un hermano con el que cada miembro de la cabaña siete siempre podía contar, sin importar la situación. Él merecía vivir. Eso era en lo único que podía pensar cada vez que pensaba en su hermano.
Todo se sentía irreal e incorrecto, como una pesadilla realmente vivida de la que no logras despertar por más que lo quieras. Pero era real y ella lo sabía.
Esa noche, la cabaña de Apolo dejó de parecer tan brillante, cálida y ruidosa como solía. Solo una litera estaba libre, pero el lugar se sentía vacío por primera vez desde que Kayla fue reclamada por Apolo un año antes. Y también ella se sentía vacía. Cuando Kayla miró a la cama de Lee, con todas sus cosas allí ordenadas, tal y como él las había dejado esa mañana, por un momento volvió a creer que su hermano entraría por la puerta en cualquier momento, con una sonrisa algo cansado después de un largo día en la enfermería, le daría las buenas noches a ella y tal vez cantaría por un rato con Austin, hasta que el sueño venciera a uno de los dos… pero eso ya no volvería a pasar.
Desde que le habían dado la noticia de la muerte de su hermano mayor, Kayla no había llorado ni dicho nada que no fuera sí o no. ¿Estás bien? Si… ¿Necesitas ir a la enfermería? No… ¿Ayudaras a hacer el sudario? Si… ¿Quieres hablar? No... Lo único que quería, al único que necesitaba en ese momento, era a Lee. Desde que había llegado al campamento mestizo fue Lee quien estuvo con ella en cada momento difícil, y ella había confiado en que siempre sería así. Pero él ya no estaba.
Antes de llegar al campamento mestizo había crecido como hija única, y aunque al principio la idea de tener tantos hermanos la abrumó un poco, fue adaptándose a ello, encariñándose con todos hasta tal punto que llegó amarlos más de lo que nunca antes habría imaginado que era posible. Eran su familia y la hacían sentir querida, feliz y completa. Perder a cualquiera de ellos era algo en lo que ni siquiera se había permitido pensar hasta ese día, y ahora la lastimaba más que cualquier herida física que pudiera recibir.
Seguía mirando fijamente la cama de Lee cuando unos brazos la rodearon con fuerza, era Austin. Kayla terminó escondiendo su rostro en el pecho de su hermano. Quería llorar y gritar, sacar todo el dolor que sentía y dejar que sus hermanos la consolaran, pero no lo hizo. No podía. Solo se quedó allí, en silencio, cerrando los ojos con fuerza y buscando en vano la tranquilidad que sus hermanos solían ser capaces de trasmitirle con su simple presencia.
Esa semana Kayla no durmió casi nada, al igual que muchos de sus hermanos. Por las noches eran los últimos en abandonar la fogata, pero ya no la dirigían con el entusiasmo de siempre. La fogata dejó de ser el momento favorito del día para todos. Y al llegar a la cabaña cada uno iba a su cama en un silencio tan poco normal en ellos, que si cerraban los ojos el tiempo suficiente, era fácil olvidar que seguían en el campamento.
El silencio, lejos de ayudarlos a dormir, parecía alargar hasta lo imposible las noches en vela. Y ni siquiera Austin, el mejor músico de todos, era capaz de conseguir notas alegres, o por lo menos tranquilas, que los ayudara a dormir. Su melancolía y dolor se reflejaba en cada sonido que producía en las horas diarias que pasaba en la sala de música, y su saxofón yacía olvidado en la cabaña el resto del tiempo.
En los días siguientes, Kayla pasó poco tiempo en el campo de tiro y más en la enfermería, ayudando en todo lo posible. Ella no era exactamente la mejor sanando, y también estaba herida y cansada, pero eso no importaba, atender a los heridos era algo necesario, y estar ocupada en compañía de sus hermanos era exactamente lo que ella necesitaba. Todos necesitaban tiempo para sanar y ninguno quería pasarlo solo. Después de esos días, Kayla se volvió aún más apegada a sus hermanos.
Cuando escribí por primera vez sobre la relación de hermanos entre Kayla y Lee me inspiré en alguien que ya no está conmigo, así que me pareció justo dedicar un capítulo más a Lee y como Kayla se sintió tras su muerte, simplemente sentía que necesitaba escribirlo.
