El ambiente en el Gran Comedor era tenso. Los supervivientes de la batalla miraban a todas partes al entrar, como esperando ver de nuevo los cuerpos en el suelo o a Potter luchando por última vez con Voldemort.

Los que no habían vivido la batalla, entraron igualmente buscando un rastro de lo que allí había ocurrido. No vieron nada. Los profesores y el consejo escolar habían trabajado en borrar todo rastro de la batalla, esperando hacer así las cosas más fáciles a los alumnos. Solamente una placa en el vestíbulo, con los nombres de los alumnos y profesores caídos, delataba lo ocurrido.

El silencio era opresivo cuando entraron los de primero caminando en fila tras el nuevo subdirector, Flitwick. Era extraña la combinación de estaturas, porque ese año, dentro de toda su excepcionalidad, se había contactado con hijos de muggles y mestizos que el año anterior no habían querido o podido empezar la escuela.

Como cabía esperar, la casa de Slytherin fue la que menos niños recibió.

Al terminar el sorteo de casas, la comida apareció y comenzó el banquete, esta vez sin discurso previo. En la mesa de profesores, la directora McGonagall observaba el silencioso comedor con una mezcla de pena y preocupación. El nuevo curso iba a ser un reto. Cuando planificaba los días previos en su despacho, se había sentido arropada por los retratos de sus predecesores, especialmente de los dos últimos. Pero allí, viendo a sus alumnos dejar huecos vacíos en las mesas en recuerdo de los que faltaban, se sintió flaquear.

Finalmente, cuando aparecieron los postres, se puso en pie y llamó la atención de todos tocando brevemente el borde de la copa con la cucharilla.

El silencio fue estremecedor. Miró a sus lados a los jefes de casa, cuyos gestos eran también serios y preocupados, y revisó de nuevo las cuatro mesas, observando los rostros que la miraban expectantes.

— Buenas noches a todos. Permitidme, en primer lugar, que os dé la bienvenida a un nuevo curso en mi nombre y en el del resto del claustro. Estamos especialmente felices de veros, tanto a los que acabáis de ser seleccionados como a los alumnos veteranos.

Paró a beber un sorbo de agua antes de continuar. El silencio seguía siendo total.

— Sabemos que es un momento difícil para la mayoría de nosotros. Queremos haceros saber que los profesores estamos a vuestra entera disposición, para lo que necesitéis. Como directora, mi despacho está siempre abierto. Por favor, prefectos de cada casa, poneos en pie para que los alumnos os vayan identificando.

En cada casa, dos alumnos de quinto y dos de sexto se pusieron de pie.

— Recordad que el trabajo de los prefectos es ayudar a los alumnos y servirles de enlace con los profesores. Son personas seleccionadas por su capacidad de trabajo y empatía. Este año, como medida excepcional, hemos tomado la decisión de nombrar además ocho premios anuales. Van a ser dos alumnos por casa, uno de séptimo y otro de octavo. Al igual que los prefectos, estos alumnos están para ayudaros, acudid a ellos con cualquier problema.

Como esperaba, hubo murmullos de sorpresa entre los alumnos. Debido a la implicación de los alumnos de los cursos superiores en la batalla y otros desagradables eventos del curso anterior, habían tomado la decisión de no comunicarlo por carta, sino en persona, en ese momento, como muestra de apoyo a los alumnos de Slytherin en concreto. Tomó aire antes de tomar el pergamino y comenzar a leer.

— Poneos en pie cuando os nombre, por favor. Hufflepuff, Hannah Abbott y Luca Carusso. Ravenclaw, Sally Smith y Terry Boot. Gryffindor, Neville Longbottom y Ginebra Weasley. Slytherin, Astoria Greengrass y Theodore Nott.

Al escuchar su nombre, Astoria no pudo evitar dar un respingo de sorpresa. Unos asientos más allá, los amigos de su hermana se miraron entre ellos antes de que Nott se pusiera de pie. Mientras lo hacía, le echó una mirada que le recordó que ella también debía levantarse. El comedor era un hervidero de murmullos. Allí, de pie, se sintió expuesta. Sus amigas de Ravenclaw le mandaban gestos de ánimo, pero a su alrededor, en su mesa, lo que escuchaba era, como en el tren, hostilidad. Observó a las otras personas en pie. En la mesa de Gryffindor había algo de animación, podía ver a Thomas y Finnegan riéndose de algo que había dicho Ginny a su hermano. Junto a Weasley, Granger se inclinaba hacia Potter y le decía algo en el oído mientras le apoyaba la mano en el hombro. Tenía casi tan mala cara como Malfoy en el carruaje.

Su primera tarea era escoltar a los alumnos a la sala común tras la cena. Los prefectos se colocaron delante, para guiar a los de primero, y a mitad de grupo para que no se dispersaran. Los premios anuales se colocaron al final, asegurándose de que no quedaban rezagados.

Astoria caminaba en silencio, con los ojos fijos en las espaldas del grupo de su hermana, que habían sido los últimos en salir. A su lado, Nott carraspeó brevemente.

— ¿Greengrass?

Le miró de reojo con una expresión neutra.

— ¿Se te ha olvidado mi nombre? —respondió un poco molesta.

Los Nott eran sus vecinos. Daphne y ella habían crecido con Theodore, aunque cuando estaban en el colegio solía ignorarla completamente.

— Tori —contestó con un suspiro.

— Dime Theo —le dijo con una media sonrisa sin dejar de caminar, vigilando la tensa espalda de su hermana.

— Vamos a tener que trabajar juntos.

— Lo dices que si yo fuera a dar problemas.

La falta de respuesta fue terriblemente afirmativa. Respiró hondo antes de seguir hablando.

— ¿Por qué crees que han hecho esto?

— Habrá más percances, por eso ha aumentado el número de alumnos responsables. Y en nuestro caso, McGonagall sabe que no tenemos un jefe de casa fuerte, con Snape habría sido distinto.

— ¿Tú crees? —preguntó preocupada, mirándolo de reojo.

— Seguro. A ti te han dado autoridad para protegerte, a mi para proteger a mis amigos

Sentado en el suelo, con solamente una capa sobre el pijama, Draco Malfoy observaba la placa con los nombres de los caídos. Estaban todos los alumnos y profesores caídos antes y durante la batalla, comenzando por Cedric Diggory. Los nombres de Dumbledore, Snape y Crabbe le torturaban. Sintió una mano posarse en su hombro y, por el olor de su colonia, supo que era Theo.

— Te vas a resfriar, Draco. Deberías volver a la cama.

Draco se limitó a mover la cabeza negativamente. Theo lo entendía, sabía que en realidad lo que ocurría era que no quería irse a dormir. A pesar de insonorizar su cama, las vibraciones de su magia, alterada por las pesadillas, les despertaban a él y a Blaise casa noche. Por más que quisieran acercarse, ayudarlo a calmarse y cuidarlo, él mantenía una barrera mágica junto al hechizo de silencio, nadie podía acercarse a la cama.

Theo era el mayor del grupo de supervivientes de octavo de Slytherin. Por edad y por temperamento, se sentía responsable de sus amigos. No lo hacía abiertamente, claro. Pero era una presencia constante y tranquilizadora para los demás. Salvo para Draco, que no dejaba a nadie acercarse.

Con un suspiro, se puso de pie y le envolvió en un hechizo calefactor antes de volver al lugar donde Astoria le esperaba.

— Imagino que no has conseguido que se vaya a dormir.

Theo levantó la mirada del suelo para dirigirla a su compañera de patrulla.

— No.

Siguieron caminando unos minutos más, sus pasos apenas sonando en el suelo de piedra.

— ¿Qué podemos hacer?

Theo volvió a mirarla, esta vez sorprendido. Estaba acostumbrándose a estar al cargo. Slughorn era un jefe de casa cuestionable, que había dejado totalmente de lado a los hijos de mortifagos y a los alumnos que se habían posicionado en el bando de Voldemort durante la batalla. Para él, Draco no existía, le daba igual que fuera o no a clase. O que le dieran una paliza cuando caminaba por los pasillos, cosa que ya había pasado dos veces en menos de dos semanas de curso.

— Ahí solo, por las noches, es un blanco fácil. No se está defendiendo, Theo. Si no os llevara a vosotros todo el día de guardaespaldas, estaría de fijo durmiendo en la enfermería.

Tenía razón. Ellos cuatro, Blaise, Pansy, Daphne y él, se estaban turnando para acompañarlo a todas partes, pero era agotador. La tensión continua de estar siempre de guardia, vigilando, les estaba pasando factura. Y el curso acababa de comenzar.

— Quiero creer que va a volver a ser él mismo en algún momento. Pero sí, es un blanco fácil.

— Hablemos con los prefectos. Entre seis algo podremos hacer por las noches. No podemos esperar que el resto de las casas haga algo.

Pasó su primera noche de vigilancia, bajo un hechizo de invisibilidad y uno de calor, sentada a apenas diez metros de Malfoy. Esta vez no era el vestíbulo, con sus corrientes de aire, sino el pasillo del séptimo piso. Ella sabía lo que había estado allí el curso pasado, había ayudado a ocultar a alumnos en la sala de los menesteres.

Malfoy estaba quieto, la espalda contra el muro, la vista fija en la pared donde en el pasado se abría la puerta. Temblaba levemente, supuso que por el frío. De nuevo, solo llevaba la capa sobre el pijama, ni un hechizo calentador.

Cuando por fin se levantó, muy pasada la hora de fin de su guardia, lo siguió para asegurarse de que iba a su habitación. Ella se dirigió a la suya propia, que compartía con otras dos chicas.

Una de las cosas buenas de ser premio anual era poder llamar a un elfo para pedir comida. Se daba por hecho que sus obligaciones podían impedirle ir al Gran Comedor, y los elfos estaban encantados de servirles a cualquier hora. Cerró y silenció sus cortinas antes de llamar.

La elfina se apareció con mucho sigilo. Era la misma que aparecía noche tras noche. Astoria le sonrió.

— Buenas noches, Winky. ¿Puedo tener un vaso de leche caliente con miel, por favor?

La elfina hizo una reverencia, temblando de emoción por la amabilidad de la señorita Greengrass. Con un chasquido de dedos, una gran taza humeante apareció sobre su mesilla.

— ¿Necesita la señorita algo más esta noche? ¿Quizá unas galletas o un trozo de tarta?

Astoria negó con la cabeza, pero entonces tuvo una inspiración.

— Sí. ¿Puedes ponerle a Draco Malfoy una igual en su mesilla?

La elfina hizo otra reverencia antes de marcharse a cumplir el pedido con un ligerísimo plop.

Al día siguiente no pudo evitar observar a Malfoy para intentar adivinar si su remedio casero le había ayudado a dormir. Intrigada, le preguntó a la elfina por la reacción de su "paciente" ante la bebida.

— La miró con desconfianza y la desapareció, señorita. Winky no sabía si podía decirle que era leche con miel y la mandaba usted, así que me fui.

Astoria se sintió decepcionada por el pequeño fracaso, pero al menos se dio cuenta de que Draco vigilaba como mínimo que nadie le fuera a envenenar.

— Puedes decirle lo que es, pero no que te mando yo, ¿de acuerdo Winky?

La elfina asintió, satisfecha de haber hecho las cosas correctamente.

— Si la señorita quiere, Winky se asegurará cada noche de servirles a usted y al señorito Malfoy una taza de leche caliente con miel, no hace falta que se tome la molestia de llamar.

Astoria sonrió agradecida.

— Sería maravilloso si eso no trastorna tus otras obligaciones.

Una noche especialmente fría, llegó a su torre con ganas de darse una ducha caliente y acostarse rápidamente. Por fortuna, no le tocaba guardia, no se sentía con ánimo para pasar varias horas de nuevo vigilando a Malfoy.

Al entrar en la sala común ya vacía, el toque de queda acababa de comenzar, se encontró precisamente con Malfoy. Sentado junto a la chimenea, envuelto en su capa sobre el pijama, estaba claro que lo había pillado a punto de salir. Fue a decirle algo, para intentar convencerle de que no saliera, cuando se percató de dos cosas: temblaba como una hoja y tenía los ojos brillantes y la nariz enrojecida.

Sin mediar palabra, se acercó y le lanzó un hechizo medidor de temperatura. Al sentir el movimiento junto a él, levantó los ojos e intentó mirarla con el ceño fruncido.

— Tienes 39 de fiebre, Malfoy —le dijo con voz suave—. Necesitas meterte en la cama y tomar poción pimentónica.

El rubio negó débilmente con la cabeza.

— No es una sugerencia. Si quieres puedo llamar a Parkinson o a Theo para que te lleven a la enfermería.

Intentó negar con más fuerza todavía. La cabeza le dio vueltas y tuvo que apoyarse en el respaldo del sillón para sonarse la nariz por enésima vez.

— Te acompañaré a tu cuarto, vamos. Seguro que Zabini o Theo están ahí y pueden ayudarte a meterte en la cama.

Le tendió la mano y esperó. Renuente, la mano de Malfoy salió de debajo de la capa y tomó la suya, permitiéndole ayudarle a levantarse. A paso lento, recorrieron el corto trayecto hasta las habitaciones de los chicos. Golpeó antes de entrar, pero la habitación estaba vacía.

— Parece que tendrás que conformarte con mi ayuda. Vamos, entra al baño mientras pido la poción.

Justo al entrar al baño, Winky se apareció ante ella.

— ¿La señorita Astoria desea que le sirva su taza de leche aquí también?

Astoria negó, mirando a la puerta del baño.

— Malfoy necesita poción pimentónica, ¿puedes conseguir?

Con un chasquido de dedos, un vial de poción se apareció ante ella.

— ¡Estupendo! Eres una buena elfina, Winky.

La elfina se ruborizó levemente antes de desaparecer.

Malfoy salió del baño arrastrando los pies. Se mantuvo alejada, comprobando que podía quitarse la bata solo y meterse en la cama.

— Toma.

Malfoy la miró con cara de ir a negarse, pero alargó la mano para coger la poción abierta y tomarla.

— ¿Necesitas algo más? ¿Quieres que busque a Theo? —ofreció, suponiendo que Blaise andaba con alguien.

Malfoy negó con la cabeza y luego miró a la mesilla, sobre la que acababa de materializarse una taza de leche caliente con miel.

— ¿Te importa acercármela? —habló por primera vez, con voz bastante nasal.

— Claro que no. Espera que te ayudo a recostarte —Hinchó con un hechizo la almohada para ayudarle a estar más erguido

Le acercó la taza y lo observó dar pequeños soplidos para enfriarla.

— La leche caliente con miel es buena para el resfriado, seguro que te ayuda a dormir.

— ¿Cómo sabes lo que es? —El ceño fruncido había vuelto.

AStoria se dió cuenta de que se había descubierto. En un momento tuvo que tomar la decisión de mentir o ser sincera.

— Yo tomo lo mismo cada noche. Pensé que te ayudaría a dormir —Optó por la verdad a medias y no revelarle que le vigilaban por las noches y pasaban frío con él.

La cara de Malfoy era una máscara en blanco, no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Con un suspiro, se levantó para marcharse.

— Gracias, Greengrass. Sí que ayuda.

No pudo evitar sonreírle.

— Me alegra. Buenas noches, Malfoy.

— Buenas noches, Greengrass.


Capítulo un poco largo, ya lo sé, pero hacía falta. El detalle de la leche con miel no es mío, es de mi consejera número uno, mi hija Paula, que me escucha y da ideas cada vez que me atasco con algo.

Esta Astoria tiene carácter, le va a meter caña a Draco. Ya me diréis como lo veis vosotres, ¡nos vemos el viernes!