Capítulo 2
Siglo XXI
Tres semanas atrás. Ministry of Sound. Londres
«¡Por Morgana! ¿Es que ni siquiera en un día como ese podía pasárselo bien?», pensó Sakura mientras se agachaba para esquivar el cuerpo de un humano que volaba por los aires hasta chocar contra la pared que había a sus espaldas.
Aquella noche estaban celebrando la unión de Homura y Koharu, su enlace, su pedida en matrimonio. El líder berserker se había mostrado ante todos como un hombre enamorado, y en el Dogstar, un local muy conocido londinense, le había pedido a Koharu que se casara con él. Koharu había resultado ser una sacerdotisa, como Temari, a excepción de que esta última no sólo era una sacerdotisa. Su amiga de pelo rubio y ojos oliváceos era, además, la mítica Cazadora de Almas. ¡Menuda sorpresa la de estas dos!
Y menudo alboroto habían levantado con su actuación de hacía unos minutos atrás, cantando a dúo el Shook me all night long. Todos los hombres y mujeres de ese famoso local querían tirarse literalmente encima de Temari, sobre todo Obito, que estaba ahora protegiéndola, subido al pódium con ella, defendiéndola de cualquier persona que quisera herirla. Obito y Temari... ¿Quién lo iba a decir?
Allí, en aquel local musical tan popular, donde la música y la alegría no tenían fin, estaban siendo asediados por humanos poseídos y por vampiros. En «La noche del amor» del Ministry of Sound, todos luchaban contra todos, y se defendían como mejor podían. Al parecer, Murasame, un poderoso lobezno con aspiraciones chamánicas, había preparado una buena emboscada.
Sakura quería asegurarse de que Naruto estaba bien. Él era humano, no un guerrero inmortal como los demás, y no podía evitar preocuparse mucho por su amigo. «El principito», así lo apodaban en el clan. Pero para ella no era un principito, era todo un caballero. Alguien que le había brindado su amistad y le había arrancado más de una sonrisa, de las que ella creía ya oxidadas. Gracias a Naru se había dado cuenta de que no estaba oxidada, estaba viva. Cuando lo buscó entre la multitud, comprobó más tranquila que Kakashi, el berserker que parecía un tigre de bengala, se llevaba a Koharu y a Naru y los sacaba del local. Ellos dos eran los más débiles en esas situaciones, no tenían ni poderes ni dones con los que luchar.
Dos tíos enormes fueron a por ella, y Sakura les esperó. A la vaniria le encantaba pelear. Le encantaba descargar todo lo que tenía dentro en una buena pelea. En ese momento no tenía que comportarse como nadie especial, simplemente se limitaba a repartir leña, a permitir que la frustración recorriera sus extremidades y golpeara a quien se pusiera por delante con toda su furia. Ahí se liberaba. Podía gritar, podía chillar y dejar de fingir que estaba bien, que era fría y elegante, que siempre mantenía la pose. En esos momentos, toda aquella necesaria y protectora hipocresía dejaba de importar, y sólo quedaban ella y su dolor. Ella y sus emociones. Ella y su corazón destrozado. A su hermano Deidara no le gustaba que ella se viera envuelta en reyertas de ningún tipo, pero Sakura siempre lo hacía callar con su valía y sus aptitudes. Era absurdo protegerla por la profecía que la señalaba como alguien importante en los clanes. Ella consideraba que, si todavía no se había manifestado su don, lo mejor que podía hacer era servir de ayuda en la guerra contra Loki y los jotuns, luchando contra ellos, codo con codo con vanirios y berserkers. Karin, la híbrida, era una auténtica killer luchando, y además, era la pareja de su hermano, así que si Karin luchaba, ella lo haría a su lado. Las mujeres deberían apoyarse siempre.
Cogió a uno de los tíos y le dio un rodillazo en los testículos. Al otro le hizo una llave de judo, agarrándole del brazo y haciendo palanca con su espalda hasta lanzarlo contra la pared del otro extremo de la sala, despedido como un mísil. No. Ella no era fuerte por dentro, por mucho que los demás quisieran creer lo contrario, pero sí que era fuerte físicamente. Los hombres la miraban y la juzgaban por su cuerpo, por su aspecto, de hecho ya se había acostumbrado a ello. Incluso las mujeres la miraban, pero hacía tiempo que esos halagos le habían dejado de importar. ¿De qué servía ser bella y fuerte si no podía tener lo que quería?
Sin esperarlo, chocó contra alguien y se giró para darle un puñetazo, pero fue Itachi esta vez quien detuvo el golpe.
Itachi Uchiha, el hombre que la torturaba día a día, que no dejaba que cicatrizaran sus heridas. El hombre que le había enseñado una vez lo que era el amor, la fidelidad y la protección, para luego arrebatárselo todo de golpe. Vestía todo de negro, llevaba botas de motorista y una sudadera con capucha. Era muy grande y muy alto y llamaba demasiado la atención, sobre todo con ese pelo negro azabache que siempre llevaba recogido hacia atrás con una cinta.
El vanirio cerró los dedos sobre su puño y lo apresó ahí, sosteniendo a Sakura, manteniéndola cerca de él aunque fuera sólo a la fuerza. Nada le importaba ya, ¿qué más daba si la raptaba y la anudaba a él? ¿Se dejaría ella? No, ni hablar. Sakura nunca cedería ante él. Jamás. Pero tampoco le importaba lo que ella pensara o lo que ella quisiera, el egoísmo del vampiro estaba calando en él y ya casi no tenía remordimientos. Ella intentó liberarse, pero él no la dejó. Joder, qué mujer más bonita. La veía todos los días desde hacía dos mil años y, cada vergonzoso día, lo dejaba noqueado. Tenía el cuerpo envuelto en un vestido negro corto que se ajustaba como un guante a sus formas, y Sakura tenía muchas, elegantes y felinas, como su cara.
La vaniria lo miró fijamente y él dejó que viera en lo que se estaba convirtiendo. Itachi presentaba cambios patentes, puede que no todos se dieran cuenta, pero ella sí. Su cara estaba algo pálida y ojerosa, sus ojos eran un infierno carbón, su aliento olía a whisky y a... A sangre. La recorrió un escalofrío. Itachi bebía sangre y su rostro perdía expresión a pasos agigantados.
—Me apuesto lo que quieras, princesa, a que te hubiera gustado darme en la cara, ¿verdad? —preguntó impasible.
Sakura respiró agitada y miró su boca. Tenía los colmillos manchados de sangre. Un vanirio podía morder, ya que los colmillos podían ser tan funcionales como los de un animal. Desgarraban músculos del mismo modo que extirpaban miembros, pero Itachi no sólo apestaba a sangre y a alcohol, sus ojos negros, antaño llenos de tormento, melancolía y calor, ahora eran dos glaciares claros, casi como los ojos de un invidente, y se asemejaban peligrosamente a los ojos sin alma de un vampiro. Un puto vampiro.
—¿Qué estás haciendo, Itachi? —preguntó ella asustada.
—No te importa.
Sakura intentó liberarse, hasta que Itachi la soltó y ella trastabilló hacia atrás. Pisó un vaso de tubo de cristal con el tacón de sus botas blancas, las cuales le llegaban hasta las rodillas, y éste reventó bajo su peso. Se frotó la muñeca y lo miró con desconfianza. Sus ojos verdes claros llenos de odio lo atravesaron.
—¿Estás bebiendo sangre? —preguntó horrorizada. Como si la sola palabra le diera asco—. ¿Te estás dejando llevar?
Itachi se giró, cogió a un vampiro del pescuezo y, con gran agilidad y rabia, le golpeó entre los ojos con el codo y luego le echó el cuello hacia atrás hasta clavarle los colmillos en la tráquea. Con un movimiento de cabeza, se la extirpó de la garganta y, finalmente, hundió el puño en el pecho del nosferatum hasta machacar su asqueroso y negro corazón. Cuando acabó con él, encaró a Sakura de nuevo. Se limpió la sangre en sus pantalones negros y se encogió de hombros, divertido.
—Ha sido sin querer —confesó con falsa inocencia.
Sakura apretó los puños, enfrentándose a él.
—Te lo repito: ¿Estás bebiendo sangre, Itachi? ¿Qué crees que estás haciendo? Sabes que si sigues así puedes...
Itachi la agarró por la melena rosácea, harto de tanta diatriba, y le echó la cabeza hacia atrás, en un gesto claramente desquiciado y dominante. Sakura abrió los ojos sorprendida.
—Te has vuelto una mal hablada. ¿Por qué finges que te importa? —le enseñó los colmillos—. Deja de hacerlo. Tú y yo sabemos que te da igual lo que haga o deje de hacer. Me pediste que te dejara en paz, déjame en paz tú a mí.
Sakura gruñó e intentó liberarse, pero Itachi la tenía bien cogida.
—¿Cómo no? —se burló ella—. Hazte ahora el mártir, como siempre. —Le miró desafiante—. ¿Sabes qué? No me das ninguna pena. Si quieres destruirte, allá tú, pero hazlo lejos de nosotros.
Las pupilas de Itachi se dilataron, parecía hambriento. La música de Black Eyed Peas, I gotta feeling, sonaba muy alto, tanto que el suelo temblaba bajo sus pies, pero Sakura y él estaban tan concentrados el uno en el otro que hasta podían escuchar sus propias respiraciones.
Él chasqueó la lengua.
—No entiendo cómo me has podido engañar durante tanto tiempo, princesita inalcanzable. Pareces alguien cariñosa y comprensiva, puede que un poco estirada y prepotente, pero siempre te consideré alguien dulce. Una persona... Misericordiosa. —Se inclinó sobre su cuello e inhaló. El aroma de Sakura lo volvió loco. Hacía siglos que su olor le abrumaba, siglos de espera, de rechazo y de frustración, y lo dejaba siempre deseoso de morderla. Ella era tan intocable y tan nociva como el sol. Era su crip-tonita.
—¡No! —gritó Sakura empujándolo con todas sus fuerzas hasta lanzarlo contra una de las columnas del Ministry.
Lo último que ella deseaba era luchar físicamente contra Itachi. ¿Qué más harían antes de destruirse por completo? ¿Se podían hacer más daño del que se habían hecho ya? Sakura deseaba con todas sus fuerzas devolverle la jugada, la afrenta, pero con sus mismas artimañas, las que una vez había utilizado contra ella. Itachi debía conocer cómo dolía la traición. Pero aquél no era el momento adecuado.
El vanirio golpeó el hormigón con la espalda, cayó de pie y se agazapó como un león. Alzó los ojos y clavó su mirada en ella, una mirada que prometía de todo menos caricias. Se impulsó con los talones y voló hacia ella, muy enfadado.
—¿Tanto asco te daría que yo te mordiera? —preguntó furioso y lleno de veneno—. Maldita seas, Elegida.
Sakura apretó la mandíbula y reculó. Se le distendieron los orificios de la nariz. Alzó la barbilla y le dijo:
—¿Asco? —replicó valorando la respuesta—. Sí. Me das asco, Itachi. Eres una vergüenza para nosotros. Después de todo este tiempo, te has dado por vencido. Loki ha visto por fin que eres un mentiroso y ha ido a por ti. Lo que me sorprende es que haya tardado tanto. Nunca supiste controlar tus impulsos.
Itachi se detuvo abruptamente justo antes de alcanzarla.
—¿Por vencido, dices? ¡Estoy así por tu puta culpa! —gritó echándose a reír como loco—. Tú eres la culpable de mi estado, y en cambio, ¿vas a hacer algo para remediarlo? —La tomó de la nuca y la acercó a él—. No. La princesita de hielo, la Elegida, es demasiado buena para dar segundas oportunidades, ¿verdad? Ella nunca se equivoca. Es perfecta.
—¡No lo soy! —gritó con los ojos verdes llenos de lágrimas. ¿Por qué Itachi todavía tenía el poder de afectarla?—. ¡Pero al menos cumplo mis promesas! Lárgate, Itachi, ¡y no vuelvas! No nos sirves así. Te dije que te fueras de mi vida, dijiste que me dejarías en paz.—Le tembló el labio inferior.
—Claro, dejarte en paz. —Sonrió él con indiferencia—. Qué fácil... —Añadió irónico—. ¿Ya no sirvo, Sakura? No te sirvo a ti, ¿verdad? Todo eres tú. Tú eres el centro de tu mundo, estás..., —abrió los brazos abarcando lo que le rodeaba— ¡encantada de conocerte!
—¡Cállate!
—Mujer egocéntrica que no ve más allá de su ombligo, esa eres tú. Pero incluso tú eres una decepción. —Las palabras zumbaban como cuchillos lanzados al vuelo—. Dime, Elegida , ¿cuándo se supone que se cumplirá tu profecía? Te conozco desde hace más de dos mil años y nunca has hecho nada fuera de lo común, nunca hiciste nada que demostrara que eras especial. ¿Dónde está tu don? Me engañaste —aseguró, acusándola con dureza—. ¿Nos estás engañando? ¿Piensas despertar cuando ya sea demasiado tarde? Eres un fraude —escupió disgustado.
—¡Y tú un mierda! —Los ojos de Sakura brillaron de ira y humillación. No le gustaba decir tacos y aunque Itachi estaba lejos de despertar su don, sí que estimulaba y despertaba su lado más barriobajero, uno que una mujer de su posición no debería tener.
—Sin embargo, ya da igual todo esto. —El vanirio se alejó de ella, sintiéndose el amo y controlador de la situación—. A ti no te importo, y tú a mí... Bueno, dejémoslo en que ya no me gusta cómo hueles.
Sakura sintió un mazazo en el corazón y se quedó pálida. ¿Por qué le ofendía tanto ese comentario? ¿Por qué le importaba que a Itachi ya no le gustara su olor?
—¿Así que ya no huelo como antes? Genial, entonces ya sabes dónde no tienes que meter tus narices —le temblaba la voz y las lágrimas se le atragantaron. Se hizo la fuerte echando los hombros hacia atrás—. ¿Y se puede saber a qué huelo? —Itachi nunca le había dicho cómo olía su piel. Tampoco es que quisiera saberlo, pero...
El pelinegro amenazador le dio la espalda, dispuesto a alejarse de ella, pero entonces le contestó sin ni siquiera mirarla:
—Apestas a humano, guapa. Apestas a Naruto, a debilidad. Claro que ya no me gustas, ¿qué esperabas?
Y después de eso, Itachi se limitó a luchar con más agresividad que antes, ignorándola por completo, sin protegerla ni interesarse por ella como había hecho muchas otras veces. Como había hecho cada día durante más de dos mil años.
