Pareja: Hao&Marion | UA
Prompt: Pet Play
Tiempos difíciles
El primer día del año despiertas en un mundo diferente. Nada tiene que ver con el inicio de otra década o por lo que brindaste horas atrás. Tampoco está relacionado con la moda de subir fotografías a las redes despidiendo los primeros años del milenio. Aquellas cosas banales y las doce uvas son cosas de niños. En esta ocasión, la transición ha sido mayúscula y ni siquiera estás consiente porque has bebido toda la reserva de tu familia.
El éxtasis de una nueva vida.
La historia en realidad comenzó con la mudanza en noviembre, semanas después de la boda. Al principio, Hao se entusiasmó por la aventura de dirigir el negocio familiar de tu tío. Italia era tu patria, pero te mudaste a Japón por él, luego de un chispeante primer encuentro en el aeropuerto.
No fue amor a primera vista, como sucedió con su hermano, pero el click fue intenso. Trabajabas como azafata, así que el destino los juntó en doce viajes a lo largo del año. Un coqueteo se convirtió en una invitación en el bar. No eres de lo más elocuente y él tenía un mundo de mujeres más terrenales para elegir.
—Me gusta lo difícil—susurró a tu oído.
No te bajaste de los aviones. Al contrario, te conquistó su modo de recibirte cada vez que tocabas puerto en Tokio. Al cabo de unos meses decidiste establecerte en el mismo sitio. Fuiste la chica intermitente, pero Hao también era un oficinista muy ocupado. Una relación de ambivalencias. Pese a su fama de galán, jamás te dio motivos para desconfiar de él, hasta ese fin de semana en que te propuso matrimonio.
La argolla en tu dedo te recuerda la sencilla boda en una elegante campiña de Italia. Fue ahí donde surgió la propuesta.
—Necesitamos a alguien como tú—le dijo tu tío—Ya estoy muy viejo y mis hijos no tienen interés en la empresa. Sería un desafío, pero tienes la experiencia necesaria.
Fueron las palabras precisas que necesitó para tomar la decisión. Semanas después, estaban instalados en un pequeño departamento, cerca de la empresa. Tu tío le prometió el puesto mayor. Al final, fue tu primo quien asumió el lugar.
—Sin rencillas—aseguró él.
Elegiste creerle.
Quedó matriculado como el segundo al mando.
No hubo mayores conflictos, la paga era buena y él parecía a gusto viviendo en Lombardía. Seguiste viajando por el mundo, siendo recibida con gran júbilo al regreso a casa. Sin hijos, ni pretensiones de tenerlos, esta relación daba buen augurio.
Hasta ese primero de Enero, en que el dolor de cabeza no te dejó razonar más allá. Preparaste café para lidiar con la molesta migraña. Encendiste el televisor, más por costumbre que por sintonizar algo. En el noticiario hablaban sobre una nueva enfermedad en China, que ha puesto a los científicos en alerta. No podría preocuparte menos. Preparas el almuerzo mientras Hao termina de arreglarse.
También odias que tu primo sea un inútil y requiera tanto de sus habilidades.
—Diario descubren cientos de virus nuevos—pronunció Hao—No veo cuál es la novedad.
Ni siquiera te molestaste en hacer un comentario.
—Nos vemos más tarde.
Tampoco sabes porque el alarde. Semanas después, se convirtió en el tema central de toda Italia. Fuiste una de las chicas que mandaron a descansar después de estar en contacto con una persona enferma. Entonces las noticias más allá de ser Internacionales, se convirtieron en locales. Aún sigues sin explicarte cómo sucedió tan rápido.
Tus pruebas son negativas, pero con la suspensión de vuelos, no te quedó otra que permanecer en casa.
—Nos veremos más seguido—dijo Hao—Ni en tres que llevamos juntos estaremos tan pegados.
—Es injusto, Marion ni siquiera está enferma.
—Toda Europa está parada, no es como si fuera algo… personal.
Él tenía razón, no eras la única en esta situación.
El contagio comunitario aumentó y el aislamiento fue peor. Muchos negocios tuvieron que cerrar tres semanas, incluida la empresa de tu tío. Él también se tuvo que adaptar a trabajar en casa cuando los números comenzaron a escalar en forma estrepitosa. .
—La único positivo es que tendremos muchísimo sexo—te susurra—Tú, yo. Encerrados en nuestro departamento un par de semanas, es como una segunda luna de miel.
—Si lo dices así, no suena tan mal.
—Marion, haré que se sienta mejor.
Él siempre fue un hombre de palabra. No te quedó la más mínima duda de que así sería, porque así fue. En el día, en la tarde, en la ducha, la cantidad de sexo que tenías con él parecía ser una fuente inagotable.
—¿Cómo puedes durar tanto?
—Estoy hecho para el sexo—presumió besándola, aumentando la potencia de sus penetraciones.
No albergas la menor duda. Afuera los cánticos de personas en sus balcones creaba un ambiente que recordaba tiempos de guerra. Pero dentro de este pequeño apartamento, lo que vivías era ajeno a ese mundo, parecía más el paraíso del cual fuiste arrebatada y en el que por fin, habías aterrizado.
—Esto es lo único bueno del encierro—dices a tu esposo desnudo—Tu y yo, desnudos todo el tiempo.
—Como Adán y Eva.
Pero ellos también vieron mermado su oasis personal. Siempre le dijiste: no se puede permanecer todo el tiempo en el aire, en algún momento el avión también debe descender. Fue lo que sucedió. De pronto, aquellos jugueteos y toqueteos en la cocina dejaron de existir. El coqueteo y los desafíos sobre la mesa del comedor también. Como si la desnudez ya careciera de algún significado.
En tres años juntos, jamás te imaginaste que llegarías a desear estar vestida en la misma cama con él. No es algo usual, porque acostumbran dormir desnudos. Pero al paso de los días, los encuentros han disminuido. Se ven, sin ánimo de jugar, mientras el televisor sigue dando las estadísticas en aumento.
—Te he dicho que no—lo escuchas hablando por teléfono—Los números están cayendo.
El estrés está matándolo. Ni siquiera presta atención al té que le has dejado sobre su escritorio. En uno de esos manotazos, mandó a volar la taza. La furia en sus ojos se disemina a ti, que no puedes más que recoger los trozos de cerámica en el suelo y limpiar el desastre que ha hecho.
Quiere culparte.
—Solo trató de ayudarte—le dices, en el tono más seco que tienes en tu arsenal—Te dije que era un relajante.
—Con la empresa de tu tío casi en quiebra y al inútil de tu primo, necesito más que un calmante.
Entiendes lo difícil de la situación. Así que aplacas tu furia y decides sentarte en sus piernas a fin de sosegar el mal momento. Consigues por breves instantes que él sonría, pero sientes que ese gesto es más una fachada.
En semanas posteriores, el ambiente no ha mejorado. El toque de queda y el aislamiento total siguen pasando factura. Quién pensaría que un pequeño departamento bohemio se convertiría en una jaula imposible de soportar. Los únicos momentos en que consigues aire, son cuando realizas las compras y eso podría decirse que es figurativo, porque no puedes respirar con libertad.
A pesar de la situación, tratas de nadar contracorriente, cocinando tus mejores platos para animarlo.
—Esto es asqueroso—describió él.
—Mari la prepara siempre igual—enfatizas al hombre que parece jugar con todo lo que has preparado.
Si Hao fuera un hombre con barba, la tendría en abundancia. Porque su aspecto ha dejado de ser pulcro. Está a un paso de la locura, lo puedes percibir cuando mira la computadora por horas y hace el trabajo de tres o cuatro personas que ya no laboran en la planta.
—Pues hoy no tiene ni sabor—dijo vertiendo la sopa de tomate en el fregadero—Voy a trabajar.
Aquellos encuentros cariñosos ya no existen. Las peleas van en aumento por pequeños detalles que antes eran insignificantes y que ahora irritan a los dos.
—Sí, está bien.
Estás harta de seguir discutiendo, así que prefieres dejarlo pasar. Él ha bajado de peso por lo mismo. Parece tan envuelto en su frustración, que no se da cuenta de todo lo que sucede a su alrededor. Hay noches que se queda a dormir con los papeles en mano en el sillón. El televisor encendido parece ser la única compañía que necesita. Prefieres pensar que es como en los viejos tiempos, donde viajas a Seúl y luego partes a Japón. Son días en que sabes que no lo verás, pero pasado ese tiempo, él volverá a recibirte con los brazos abiertos.
Sueñas con eso.
Hasta que un día, regresas de las compras. El departamento está en silencio, así que escuchas con claridad su conversación en el baño. Por el tono que usa, deduces que está a un instante que quebrarse.
—Ya no lo soporto. No lo soporto. Es un asco esta vida.
Sacas las cosas de las bolsas, desinfectando hasta el más mínimo artículo. Él piensa que es el único en esta situación, pero si saliera, vería que el mundo entero está igual. No es personal, como dijo él en un principio.
—Estoy harto, hasta de verla.
A pesar de que esas simples palabras son una puñalada al corazón y tus labios tiemblan, te mantienes tranquila.
—Jamás habíamos convivido tanto y yo… no sé lo que me pasa, Anna.
Maniobras para que la lata no se resbale de tu mano. Porque eso no solo te ha dado una puñalada, sino una patada en la cara. Esperabas escuchar el nombre de su hermano, porque es con quien comparte todos sus secretos. ¿Pero por qué ella?
—Odio vivir aquí, odio mi trabajo, odio este micro sitio donde no se puede ni respirar. Odio que su comida siempre sabe igual, no usa suficiente sal. Odio sentirme como un prisionero aquí.
Nadie lo obliga a estar sentado en su silla las veinticuatro horas.
—Odio está vida de casado.
Terminas de cerrar los gabinetes. Ahora más que nunca necesitas el aire que este lugar pequeño no provee. Ni proveerá nunca. Siempre pensaste que el sueño de vivir juntos en otro país era romántico. Iniciaste esta vida con las expectativas más altas y es duro saber que nada de esto es de su agrado.
No escuchas lo que ella dice; pero apuestas tu vida, que si Anna estuviera en tu lugar, él no tendría esa clase de dificultades. Siempre quiso salir con ella, nunca fue posible. Entiendes que no estaban tan acostumbrados uno al otro y que está clase de problemas los han rebasado, pero vincularla a ella es una traición difícil de resistir.
En los siguientes días, experimentas toda clase de sentimientos negativos hacia él. No importa que la atmósfera sea más tranquila ahora, eso te vale un sorbete. No puedes dejar de verlo como si fuera tu peor enemigo.
—Haré las compras.
Ni siquiera despegas la vista de la película que finges ver. Odias tanto al mundo que estás dispuesta a lanzar el aceite hirviendo en la cara, cuando se coloca el delantal para cocinar. Está más sereno desde ese día. Pero lo conoces tan bien, que a la menor fisura volverá a caer en la locura. Lo peor es que ninguno de los dos está cuerdo. Después de tantas semanas en esa rutina, comprendes porque nos pájaros desfallecen a los años encerrados entre cuatro barrotes y por qué los divorcios siguen a la alza.
—¡Marion!
Olvidaste comprar pasta dental la última vez y el toque de queda te limita a estar en el departamento hasta el día siguiente. Cualquiera puede tolerar un día así, cualquiera que no manifieste todo el estrés del que ustedes hacen eco.
—¡Eres una idiota!
—¡Tú eres un imbécil!
Las palabras se quedan cortas frente a la furia que los recorre, porque a pesar de los gritos y las exaltaciones, sientes que no es suficiente. Que nada aplacara esta ira hasta que uno de los dos se desangre en el suelo.
—¡Maldigo el día en que te conocí! —le gritas, amenazándolo con un cuchillo.
Él toma su distancia, porque conoce que en tu estado no es bueno provocarte más de la cuenta, en especial si sostienes un arma punzocortante.
—Yo maldigo el día en que dejé que me arrastraras contigo a esta miseria.
La claridad de sus palabras no hace más que clavarte un puñal, en forma metafórica. Sabes bien que lo pensaba, pero escucharlo es peor que el frío de mil agujas se hundieran en tu piel. Estás dispuesta a sacrificar libertad por un vaso lleno de sangre, que incluso beberías siendo sádica y aun así sientes que ni eso sería suficiente para satisfacer esa sed de venganza que se acumula en ti.
Gritas toda clase de improperios y te lanzas nuevo contra él. Para finiquitar su miserable existencia que no hace más que robarte aire en ese espacio tan reducido. Sostienes el cuchillo en todo lo alto, con los ojos inundados de lágrimas y entonces caes en cuenta que a pesar de odiarlo con el alma, no eres capaz de herir ni uno solo de sus cabellos tan lustrosos.
Eres débil ante su presencia tan única.
Dejas que el filo de la navaja caiga al suelo y corres a la recámara, lejos de aquellos ojos inundados de sentimientos tan contrariados.
La primera idea que cruza por tu cabeza es empacar todo y largarte, aventarle el anillo que te obsequió, junto con todas sus promesas vacías. Pero el ruido del viento, agresivo, en la ventana ahoga tus planes. No puedes correr lejos, menos en esta situación. Nadie te recibiría, porque muchos lo culpan del mal manejo de las finanzas en la empresa. Es un caos afuera, igual o peor del infierno en el que vives.
Las lágrimas comienzan a fluir en forma natural. En realidad estás tan sola como él. La diferencia es que siempre lo estuviste, no tendrías por qué añorar algo más. Pero lo haces, lo extrañas a él. Y te abrazas, tratando de reconfortarte, como la niña pequeña que no eres.
Tus piernas fungen como refugio de todos los males. Es el lugar donde reposa tu cabeza y donde los sollozos se mantienen fuera del alcance de él. Como si eso fuera suficiente, porque el muy cínico ha librado todas las barreras físicas y entró sin tu autorización.
—Lo siento.
Quisieras que eso bastara. Se sienta a tu lado, percibes su calor, pero te rehúsas a caer en la desdicha.
—Estoy muy estresado—sigue, como si necesitaras de sus palabras, cuando lo que necesitas es silencio—He tratado de mantenerme como si nada, pero esta situación es insostenible.
Esperas aquella frase que lleva taladrando tu mente varios días. No llega. Aun con los ojos inundados, te atreves a dirigirle una mirada de odio. Porque el silencio comunica más que mil palabras.
—La sigues amando.
—Me casé contigo.
Entonces te quitas el anillo y lo pones en su mano, mientras te levantas decidida a no dejarte pisotear por otra rubia que no está ni siquiera en esa habitación. Él te mira tranquilo, mas su mirada también comunica más que las palabras que no salen.
—No voy a ser la segundona en esta relación.
Él sonríe de lado, empuñando aquella argolla. La amargura trasluce con facilidad en la faz de su rostro.
—Éste es el anillo de la familia—pronuncia con una voz temblorosa—Es la joya que ha pasado de generación en generación. Yo se la solicité al abuelo hace unos meses. Él me la concedió sin objeciones. A diferencia de Yoh, a quien le dijo que si quería pedirle matrimonio a Anna, comprara su propia argolla. No es…. De ningún modo, la joya de una segundona.
No sabes qué decir, así que prefieres callar y mirar hacia otro punto de la habitación.
—Ojalá todos los cuentos románticos tuvieran un tinte de realidad, no tendríamos tan alto las expectativas—completó, levantándose también—Dije cosas enojado y desesperado, sé que no debí decirlo. Soy humano y también me desespero, estoy harto del encierro y que todo salga tan mal. Nada de lo que está pasando es normal. Sabes…. Que yo jamás te hablaría de ese modo.
—Tal vez jamás habíamos convivido tanto.
Es una voz tan baja que araña tu garganta cuando sale. Desearías ocultarlo, porque no quieres traer un drama innecesario.
—Tal vez….
Pero en la vida hay cosas que son inevitables. Camina hacia ti y extiende tu mano para dejarte la argolla de compromiso. No eres capaz de sostenerla, así que la dejas caer al suelo. Sin palabras, él interpreta lo que tu silencio y tus acciones delatan.
—Bien.
Él recoge la joya del piso, sin añadir más drama a la separación.
Si alguien pensaba que el enojo se disiparía con el pasar de los días, está en un error. La situación no mejora, incluso empeora con el asfixiante silencio. Pero el estado de humor de él se derrumba al saber que la empresa debe liquidar sus activos. Lo escuchas hablar por teléfono con tu primo, casi a gritos. Y aunque no la comunicación es nula, sientes pesar por él.
Tratas de ignorarlo, mas con el pasar de otra semana, sabes que esto va más allá de una simple falla numérica. Es como un puntapié en la espinilla. No sólo es una batalla sino una guerra perdida contra su propia estima. Ha fallado y duele verlo tan abatido. Pero aun en esas condiciones, te rehúsas a ceder, sientes que no lo merece. Debes ser la esposa más nefasta del mundo, porque los días siguen transcurriendo y lo has dejado a su merced en ese mar de desolación.
Él ya ni siquiera enciende el televisor, ni te mira cuando comen en la misma mesa.
Los únicos sonidos que escuchas en el departamento son las teclas de la computadora o del viento rozando los cristales, fuera de ahí, todo está muerto. La tristeza inunda ese lugar y ambos parecen ahogados en su propia miseria.
Sería tan fácil hablarlo, pero el orgullo frena las palabras.
Una vez más, te refugias en la alcoba, como si fuera el único lugar libre del maleficio de su presencia. Mas con el pasar de los minutos compruebas, de nuevo, que todo está impregnado del recuerdo y que por más que te encojas en tu sitio no puedes sacar por completo ese hoyo negro en tu pecho.
Fastidiada, vacías el cajón de tu mueble. No puedes, ni quieres pasar un segundo más aquí. Estás tan desesperada que ni siquiera ordenas en la maleta todo lo que has cogido. Tu mano solo entra para tomar lo que esté al alcance. Es tanta tu locura que algo te atraviesa, provocando un dolor agudo que frena toda actividad. Es una punzada intensa, que te hiere hasta dejar una marca roja sobre tu palma.
Tus ojos se nublan, mas no por el dolor sino por el recuerdo cuando exploras el origen de tu malestar. Sacas los encajes y la bolsa de cascabeles. Es bastante burdo, porque ni siquiera tiene forma, pero sabes lo que es. Está incompleto, igual que esta parte en tu interior que clama por respuestas. El agua brota como cascada por tus ojos, retrocediendo el tiempo en tu mente a esos momentos de complicidad que se han marchitado con los días. Tus manos tiemblan, pero no es impedimento para que comiences a hilvanar la tela, decidida a terminar lo que empezaste.
La concentración es tan absoluta que terminas la labor en menos de una hora. No es nada extraño, porque nadie te interrumpe.
Parada frente al espejo dejas caer todas tus prendas. Vuelves a mirarte, esta vez tomando la lencería que has confeccionado para la ocasión. El conjunto es blanco, las medias transparentes también lo son, al igual que el liguero que une ambas piezas. Es una bella imagen, solo completas el trabajo con un pequeño cascabel atado en el cuello y el cabello recogido en dos coletas largas.
Puede parecer ridículo, también lo pensaste cuando la idea cruzó por tu mente. Pero al mismo tiempo piensas que necesitas que termine de romperte el corazón para no albergar más ideas tontas en tu cabeza. Necesitas un final para esta historia de amor que empezó por casualidad.
Quieres su rechazo y esperas que lo haga, es solo que cuando sube la mirada y contempla el atuendo celestial que llevas puesto, existe todo, menos desagrado. Está tan desconectado de la realidad que piensa que eres una mera ilusión. Debes serlo, porque tampoco das crédito a lo que haces. Es como si tu cuerpo se moviera por voluntad propia hacia él.
—¿Marion?
Sus labios se encuentran, sin mayor contacto que el puro roce. Él no comprende, hasta que maúllas suave. Sigue entender, hasta que te sientas en su regazo y una mínima porción de tu lengua de asoma para lamer su rostro con delicadeza.
Siempre te dijo que era aficionado a los gatos, querías cumplirle un capricho.
El toque es apenas minúsculo, pero lo suficiente como para que cierre sus ojos y disfrute del continuo contacto. El cascabel suena desde tu cuello, mientras sus manos te toman de la cintura y delinean tu figura. Hao ríe, sin poder creerlo. Sus mejillas se rozan en forma continua, tratando de secar las lágrimas que ambos van dejando a su paso.
Nunca fuiste de pedir perdón y él tampoco.
Es más fácil terminar y decir que ambos fueron un fracaso, porque lo fueron. Pero cuando sus manos acarician tu espalda y sus ojos se reencuentran, sabes que has perdido la batalla. Eres incapaz de defenderte del hombre que te enamoró sin siquiera pretenderlo.
—Ven, mi gatita—dijo cargándote con cuidado—Te haré ronronear un rato.
No tienes idea de qué manera terminará este desastre mundial, lo único de lo que tienes certeza es necesitas el calor humano de este hombre y que él necesita de tus ronroneos al oído para sentirse en paz.
Fin
N/a: ¡Hola a todos! Esta vez no quiero pedir disculpas por lo largo, creo que ya es algo tan común ver eso en mis notas de autor que ya aburren, en serio trato de hacerlos más breves. Sobre el fic, es una referencia a lo que fue el problema y lo que es el problema que nos acecha estos días, si alguien se siente ofendido por el tema o por alguna razón siente que he sido irrespetuosa de alguna manera, le pido una disculpa de antemano.
Otra vez le di un poco más de prioridad al ambiente, pero el tema sigue presente aunque no sea tan explícito. Gracias por todos sus comentarios, el anterior tema también toco fibras nerviosas, es bueno saber que les agradara ambas cosas, la trama y el sexo.
Agradecimientos especiales: Guest, Rozanji, NiniCere, Alebredi, Iris N. y DjPuma13g.
Muchas gracias a todos por leer, parece que el mes de octubre me acompaña hasta el otro octubre.
¡Nos leemos pronto!
