-Tiempo-
III. Futuro
Nunca un «será mejor que no nos veamos más» había sabido tan amargo. Porque la distancia que Jean había puesto con Mikasa hacía ya siete años era lo más necesario para la reconstrucción de sus almas hechas pedazos por el rechazo, el desamparo y la guerra, pero sentía una especie de vacío de dimensiones inenarrables cuando pensaba en esas malditas palabras.
El asentimiento de la chica le había confirmado que eso estaba bien, que era lo que debía ser. Sin embargo, a pesar de que sabía que era lo correcto, deseaba con todas sus fuerzas que ella lo hubiese detenido, que le hubiese dicho que estaba dispuesta a intentar sanar su alma y amar de nuevo.
Por eso, cuando Connie le dijo que había recibido una carta de Armin para que todos los exmiembros del Escuadrón de Exploración que vivían aún se reunieran, no lo podía creer. ¿Significaba eso que ya tenía una oportunidad con Mikasa? Claro que no, pero al menos la vería. Volvería a observar su rostro, su cabello y sus manos directamente, sin tener que recurrir a sus recuerdos para visualizarla.
Los que una vez fueron soldados de la isla de Paradis ya ni siquiera vivían allí. Todos se había desperdigado por el mundo, haciendo nuevas vidas, intentando renacer, aunque era para la mayoría imposible que las noches no estuvieran plagadas de pesadillas en las que titanes, seres humanos, demonios, lo llenaban todo.
Jean no sabía del destino de los demás, ni dónde estaban ni con quién. Se había mudado con Connie lejos, muy lejos de las tierras que le recordaban tiempos pasados mucho peores que los actuales y que le daban remembranzas de la pseudo-relación que tuvo con Mikasa.
No se encontrarían en Paradis; no de momento. La última vez que se vieron todos fue allí para visitar la tumba de Eren. Habían pasado cuatro años desde entonces y Jean no podía olvidar la mirada hueca de Mikasa mientras sus ojos observaban la tumba de Eren con desesperanza y se aferraba con las manos a su bufanda roja. El desagarro de su alma se acrecentó de manera estrepitosa al ver la escena, porque le recordaba que estaban más lejos que nunca el uno del otro, a pesar de que sus cuerpos de forma física se encontraban a solo unos metros.
Sorprendentemente, en esa ocasión quedarían en una parte remota del continente donde algunos de ellos vivían y cuyo nombre Jean ya ni siquiera recordaba. Qué más daba el lugar; lo importante eran las personas que se encontrarían allí. Seguramente, todos parecerían algo más maduros, algo más mayores y desgastados, pero Jean estaba ansioso por verlos.
—¿Nos vamos ya? —le preguntó Connie con una sonrisa en los labios.
—Deberíamos o se nos hará tarde.
Connie sonrió y le apretó el hombro en un gesto fraternal que hizo que aquella mueca de felicidad se contagiara también al gesto de su amigo.
El viaje fue algo pesado, pero la compañía lo mitigaba. El tren no era el medio de transporte más rápido, pero sí el único que llegaba al lugar acordado.
Jean se quedó mirando el paisaje por el cristal. Suspiró con algo de hastío mientras su amigo lo miraba de forma incesante. Tal vez no debería preguntarle lo que se le estaba pasando por la cabeza porque era algo imprudente, pero las palabras le quemaban en los labios y finalmente, no pudo reprimirse y se escaparon de su boca.
—¿Tienes ganas de ver a Mikasa?
Jean se giró de forma instantánea a mirar el rostro de su amigo. Sonrió tenuemente y Connie pudo observar que la sonrisa era algo melancólica y triste.
—Muchas —soltó sinceramente. Después, se arrepintió de aquel arranque de franqueza porque la sonrisa ladina de su interlocutor no tardó en aparecer—. Bueno, como a todos.
—Ya, como a todos…
El silencio se presentó entre ambos de nuevo. Connie carraspeó de forma algo incómoda. Tal vez ahora Jean se sentía mal al recordar todo lo que había vivido con la chica. No tenía muchos detalles de lo que había ocurrido, en realidad. Solo sabía que había pasado algo entre ellos y que después de la muerte de Eren todo se fracturó. Y era lógico, pues Mikasa se había pasado toda la vida tan ensimismada con el chico que era inevitable que no pudiera amar libremente una vez que él ya no estaba.
—Estoy seguro de que Mikasa estará mejor.
—Eso espero.
—Deberías intentar acercarte a ella. Podríais…
—No —cortó Jean de forma repentina—. No voy con esas intenciones. La última vez que estuvimos a solas, casi me aproveché de su debilidad y no voy a cometer ese error de nuevo. No es justo para ella, pero tampoco para mí. No me quiero hacer ilusiones en vano.
Connie entrecruzó sus dedos de forma algo nerviosa y miró hacia el suelo del tren.
—¿Y si… y si fuera Mikasa quien quisiera acercarse a ti? ¿Y si ya está preparada para vivir otra vez?
Jean abrió los ojos con sorpresa. Después, sonrió con algo de ironía. Eso no era demasiado probable, pero si fuera Mikasa la que quisiera algo más de él que la amistad usual o la relación de sexo esporádico que habían tenido en otros tiempos, lo tomaría sin pensárselo dos veces. Sin embargo, se reafirmó internamente: no quería ilusionarse con espejismos de un futuro junto a ella y que después todo se destruyese y se desmoronase ante sus ojos, así que lo mejor sería ir con la mentalidad de que iba a reencontrarse con viejos amigos. Nada más. Así era mejor.
Connie, en cambio, sabía que Jean anhelaba con ahínco toda esa situación hipotética que le había propuesto. Y también, que su amigo era el único capaz de hacer que Mikasa Ackerman volviese a sonreír.
Antes de ir al lugar en el que Armin los había citado, Jean y Connie pasaron por una posada en la que se hospedarían durante la estancia de dos días que pasarían en aquel lugar. Tras acomodar sus pertenencias, se dirigieron al parque que aparecía en la carta. Era un lugar muy bonito, lleno de cerezos en flor y con el atardecer colándose por las hojas rosáceas de los árboles y adornando el horizonte.
Cuando llegaron, los antiguos miembros del ejercito marleyano que habían contribuido a salvar el mundo de forma inesperada, ya estaban allí. También Levi, de quien no se separaban Gabi y Falco ni un segundo. Era curioso como el hombre había encontrado aquellos hijos adoptivos para así no volver a estar solo jamás. Además, aquellos chicos que fueron enemigos ya no eran niños. Ahora eran personas adultas y llamaba poderosamente la atención la forma en la que el chico miraba a Gabi, con una luz y pureza en los ojos que a Jean le enterneció. En el fondo, le recordaba un poco a cómo él mismo miraba a Mikasa en su más tierna juventud.
Solo faltaban por llegar Armin, Annie y Mikasa, y Jean, aunque estaba disfrutando de la charla con sus antiguos compañeros, se sentía un poco nervioso e inquieto. Aunque quisiera negárselo a sí mismo, tenía muchas ganas de verla, de saber que estaba mucho mejor que en la última ocasión que se habían encontrado.
Después de algunos minutos, la chica por fin llegó. Jean se quedó escudriñándola intensamente con la mirada. Llevaba el pelo largo, suelto y sonreía; tenuemente, pero con genuinidad. Al mirar su cuello, se sorprendió de forma más que notable: no llevaba la bufanda de Eren puesta. El corazón le dio una especie de vuelco extraño, pero lo quiso enterrar en las profundidades de su mente de forma inmediata.
Mikasa siempre había sido una persona muy reservada y que no solía dar muestras de cariño, por eso les extrañó mucho verla abrazando a todos y cada uno, aunque con algo de timidez.
Jean fue el último en recibir su abrazo y este claramente no fue como los demás. Mikasa abrazó al chico con anhelo y durante muchos más segundos que a los demás. Él, por supuesto, le correspondió con emoción. No se esperaba por nada del mundo un gesto así, pero fue la sorpresa más agradable y cálida de su vida.
Al separarse, Mikasa miró a Jean a los ojos. Le resplandecían, le brillaban; había vida, deseos y esperanzas en ellos. Había voluntad de seguir avanzando y eso era lo único que le importaba y tranquilizaba a Jean.
—¿Cómo estás? —le preguntó en un tono de voz algo bajo. Jean parpadeó algo perplejo. Parecía que estaban solos, a pesar de que a su alrededor, los demás hablaban tranquilamente entre ellos y sin prestarles, en apariencia, demasiada atención.
—Bien, ¿y tú?
—Bien también. Ahora… estoy bien.
Jean le sonrió. Sabía que la elección de esas palabras no era arbitraria. Que Mikasa, con aquella escueta frase, le estaba diciendo que probablemente había pasado los años más oscuros de su vida, pero que ya estaba comenzando a sanar. Y eso le produjo mucha calma. Porque simplemente que ella fuera feliz hacía que mereciera la pena absolutamente todo.
Era consciente de que Mikasa lo había pasado mal, pero él no se quedaba atrás. Separarse de quien consideraba el amor de su vida fue difícil. Y saber que no podía hacer nada para que estuviera bien le resquebrajaba el alma, pero todo ese sufrimiento e incertidumbre había valido la pena; la había valido porque le había permitido llegar a donde estaba, a ver la sonrisa suave y real de Mikasa adornado sus propios labios y dándole luz a su rostro por completo.
A lo lejos, aparecieron las dos personas que faltaban: Armin y Annie. Jean no los podía visualizar muy bien por la distancia, pero Annie se veía un tanto extraña. Miró a su alrededor. Todos parecían estar haciendo lo mismo, observando a la chica atentamente porque al parecer todos se habían dado cuenta de aquel detalle.
Al estar prácticamente al lado, fueron capaces de vislumbrarlo por completo; Annie estaba embarazada y por eso su cuerpo no era el mismo. Jean abrió los ojos con incredulidad, pensando en aquel niño que tantas veces había visto en sus sueños y a quien sostenía Mikasa. Entonces, la miró. Sabía lo importante que ese embarazo era para la chica y no por Annie —después de todo, nunca se habían llevado demasiado bien—, sino porque aquel bebé era la descendencia de Armin; uno de sus amigos incondicionales de la infancia. Tenía lágrimas recorriéndole todo el rostro mientras miraba a la chica rubia.
—Hola chicos. ¿Cómo estáis? —saludó Armin con alegría.
Nadie pudo contestarle. Probablemente los había citado para darles la noticia y llegaba como si nada, saludando tan amablemente como siempre, sin leer el ambiente atónito que se respiraba. Lo que nadie imaginaba era que Mikasa se arrodillaría para abrazarse al vientre de Annie con anhelo mientras le susurraba palabras de bienvenida al ser que cobijaba en su interior.
La chica, algo incómoda por el repentino actuar, desvió la mirada. Tras unos minutos, la sujetó por los hombros para separarla de su cuerpo.
—Ya vale, ¿no?
Mikasa se levantó entonces. Abrazó a Armin durante un buen rato y cuando se separaron, los demás felicitaron a la joven y primeriza pareja. Eso sí que no se lo esperaban, pero era realmente una alegría, un signo de que esos chicos que durante el pasado habían sido soldados, ahora también tenían derecho a vivir, a sentir, a llevar una existencia normal y mundana.
Pasaron el resto del final de la tarde juntos y después fueron a cenar. Se pusieron al día sobre mil cosas, rememorando los buenos tiempos en los que estuvieron juntos y con el recuerdo de Eren pululando en el ambiente de forma insistente, pero no cargante.
Al despedirse en la puerta del restaurante, Mikasa se acercó a Jean y le susurró al oído que si quería ir con ella a dar un paseo. Él no se lo pensó dos veces y aceptó sin titubear. Anduvieron unos cinco minutos y se detuvieron en un parque para sentarse en uno de los bancos. Soplaba una ligera brisa, aunque la noche no estaba demasiado fría.
—Tenía ganas de verte —dijo Mikasa directa.
El bombeo del corazón de Jean se acrecentó. Las señales eran más que claras, pero aun así no estaba preparado para permitirse ilusionarse porque si sus expectativas fallaban, la caída sería mucho más estrepitosa.
—Yo también. A todos, en realidad.
Jean chistó. Esa frase había sonado muy estúpida una vez que abandonó sus labios. No podía negar que había echado de menos a todos, pero la primera persona de aquel grupo en sus pensamientos era y sería para siempre Mikasa sin duda alguna.
—¿Sabes? La última vez que nos vimos me quedé con ganas de decirte que pareces mayor con ese peinado.
El chico, que se estaba mirando las manos entrelazadas, volteó el rostro ligeramente para verla con sorpresa. No recordaba que en su anterior encuentro hubiese posado siquiera su vista en él, pero Mikasa era una persona extremadamente cautelosa y atenta, así que no le extrañaba. Era cierto; desde hacía algunos años se peinaba hacia atrás en un vano intento de aparentar ser un poco más maduro.
—Bueno, es que… supongo que ya soy mayor. En cambio, tú te ves preciosa con el pelo largo.
En cuanto las palabras abandonaron su boca, de nuevo se arrepintió. No quería hacerle cumplidos porque tal vez ella se podría sentir presionada o incómoda, pero, al contrario de lo que pensaba, Mikasa lo miró a los ojos y le sonrió.
—Gracias. Recuerdo que siempre te gustó. Solía cortarlo porque, de ese modo, era más cómodo para luchar.
Jean suspiró entonces. Ya que la situación era tan distendida y parecía que Mikasa estaba mucho más habladora que de costumbre, se decidiría a preguntarle una duda que le había asaltado la mente en cuanto la había visto.
—Mikasa, tú… ¿ya no sueles llevar la bufanda de Eren?
La sonrisa de la chica pasó a ser de nostalgia, pero no dejó de mirar a Jean ni por un solo instante.
—La tengo guardada. Me la pongo sobre todo cuando voy a visitar su tumba —Mikasa se quedó un momento en silencio, reunió fuerzas, y continuó hablando. Sabía que para avanzar de forma completa debía dejar atrás el pasado y superar sus sentimientos—. Eren me amaba. Y yo también a él. Y no te voy a decir que me arrepiento de lo que hice porque sé que era mi destino y lo que él quería, pero siempre he pensado que fue algo injusto cómo sucedieron las cosas entre nosotros. Lo he pasado muy mal, Jean. Pero con el tiempo he comprendido que no tiene sentido que me aferre a alguien que ya no está. No quiero que mi existencia se resuma en un recuerdo.
Jean se incorporó un poco en el banco. Ahí estaba lo que necesitaba Mikasa; liberarse de las cadenas que la ataban a alguien a quien había amado con una intensidad arrolladora, pero que ya nunca iba a volver. Se sentía muy feliz y liberado y aunque ella ahora quisiera estar sola, lo dejaba muy tranquilo el hecho de que no viviera atada a un fantasma nunca más.
—De verdad, no sabes cuánto me alegra que estés bien.
—Sí que lo sé —Mikasa se acercó un poco hacia Jean y posó su mano fría en su mejilla mientras se miraban—. Jean, ¿te importaría que, tan solo por una vez, fuera un poco egoísta?
Jean se estremeció por completo. Justo eso era lo que él le había dicho cuando más destrozada y triste estaba; que tenía que ser egoísta, que tenía que pensar en ella misma y en su propio bienestar. Y la caricia de su mano delgada contra su rostro hacía que sintiese el cuerpo ligero, flotando, como si fuera su alma quien estuviera siendo acariciada por Mikasa y no las células de su cuerpo. Era la sensación más extraña que había experimentado jamás, pero también la más real y pura.
—Me encantaría que lo fueras…
Mikasa asintió tímidamente y después se fue acercando hacia su rostro mientras cerraba los ojos. Jean la imitó. Segundos después, pudo sentir los labios cálidos de la chica aferrándose a los suyos. Aquel beso era completamente diferente a los demás. Todos los anteriores que habían compartido habían estado plagados de tristeza, lujuria desorbitada, frustración y soledad. Sin embargo, en aquel que se estaba produciendo en ese preciso instante había esperanza y libertad. Había una explosión de sentimientos positivos sin igual. Había un resquicio de la ilusión de un futuro compartido.
Jean puso su mano en el cuello de Mikasa y profundizó un poco el beso. Antes de realizar ese viaje no tenía ni una sola esperanza de que algo así ocurriera y toda la situación parecía producto de su imaginación, pero no lo era. Era la realidad, estaba sucediendo de verdad y no quería que acabara jamás.
Sin embargo, todo tiene un principio y un final, pero no importó demasiado porque cuando se separaron, exhaustos por la duración del beso, Mikasa seguía acariciando su mejilla y mirándolo directamente a los ojos.
Tras algunos segundos, la chica se levantó. Jean hizo lo mismo y se pusieron a caminar juntos a la vez.
—¿Me acompañas a la posada donde me estoy quedando?
—Claro que sí —afirmó Jean sin dudar un segundo.
El camino fue silencioso y largo. Pero también tranquilo y cómodo. Mikasa no era alguien que hablara demasiado y Jean lo sabía y estaba conforme con eso. Siempre lo había sabido, lo había aceptado también, pero sí que era cierto que sentía que ese era el primer silencio entre los dos que no le producía una sensación de vacío en el estómago.
Cuando llegaron, se detuvieron los dos, uno enfrente del otro.
—Bueno, es tarde, será mejor que…
—Jean —susurró la chica, cortando así el habla de su acompañante—, ¿te gustaría entrar un rato?
Asintió inmediatamente, casi sin pensarlo. Después, cayó en la cuenta de lo que Mikasa le había dicho. Tal vez estaba siendo demasiado precipitado, pero le daba exactamente igual, porque llevaba demasiado tiempo reprimiendo lo que sentía y de no haberlo sacado en ese momento, tal vez le hubiese explotado en las manos.
Quería estar con ella, quería acariciar su desnudez, sentir que podían ser uno solo juntos. Quería que Mikasa lo mirara, ahora, solo a él. Y podría ser injusto, egoísta, mezquino. Sí, podía ser todo eso y más, pero no le importaba porque lo único que quería era volver a sentir. Que su pecho se acelerara de alegría mientras estaba con la mujer que amaba. Volver a poner su vida en marcha, en definitiva.
Aquella noche, Mikasa y Jean, por primera vez, hicieron el amor. Entre caricias tímidas, gemidos reprimidos y sinceros y besos pasionales y cargados de expresividad, sintieron que la unión era más de sus almas que de sus cuerpos.
Cuando todo terminó, la chica se quedó tumbada de espaldas a Jean. Él sintió que debía irse para no agobiarla, pero ella, presintiendo la idea que podría tener, le sujetó la mano y la posó sobre su cintura desnuda, haciendo que las yemas de los dedos masculinos se fundieran con la blancura de su piel.
—Quédate a dormir conmigo esta noche.
Jean, como respuesta, le besó el cuello y asintió.
—Te huele muy bien el pelo —le susurró como un pensamiento dicho en voz alta.
Mikasa se dio la vuelta para volver a mirarlo, pero sin deshacerse de su abrazo. Se quedó clavándole los ojos de forma muy seria y Jean solo pudo tragar saliva. ¿Tan pronto la estaba fastidiando?
—Jean, eres muy cursi.
El chico, avergonzado, le retiró la mirada con un movimiento ligero de su cabeza.
—Lo siento…
Después, escuchó unas carcajadas tenues saliendo de la boca de Mikasa. Le sujetó la barbilla y movió su cabeza. Lo besó de nuevo y después se acurrucó contra su pecho, haciendo que Jean la abrazara más fuerte de forma instintiva.
—Gracias… —musitó la chica con verdad.
Jean le besó la frente y al poco rato notó que se había quedado dormida.
Al final, resultó que era verdad. Que el tiempo transcurre de forma irremediable, borra huellas, crea nuevos lazos y los seres humanos solo podemos sentarnos a ver cómo pasa por delante nuestra, muchas veces, sin poder cambiar el destino que trae consigo.
Pero Jean se juró a sí mismo algo mientras escuchaba la respiración pausada de la chica contra su pecho. Daba igual cuánto tiempo pasara; jamás volvería a permitir que Mikasa se sintiera sola de nuevo.
FIN
Córdoba (España), 15 de mayo de 2021.
Esta nota contendrá spoilers de los leaks de las páginas adicionales del último tomo recopilatorio del manga. Si no quieres conocerlos, te aconsejo que no la leas.
Nota de la autora:
Según parece, este fic es una especie de premonición (?). Si los leaks que circulan por internet son ciertos, el jeankasa es canon. Y lo es porque en esas páginas que Isayama está preparando para su último tomo del manga, Mikasa va a visitar la tumba de Eren con sus hijos y con su esposo, que parece ser que es Jean. Me alegra por los dos. Porque Jean siempre ha querido estar con Mikasa y ella se merecía sobreponerse de todo y ser feliz. Ambos querían muchísimo a Eren, pero deben avanzar. Y que sea juntos me hace muy, pero que muy feliz. Es un final justo para ambos personajes.
Y nada más, solo me queda decir muchas gracias por leer, poner en favoritos, seguir y especialmente, a las dos personas que se han animado a comentar. Estoy segura de que en el futuro escribiré algo más de Mikasa y Jean o de Armin y Annie, que también me gustan, porque ha sido una experiencia realmente muy bonita.
¡Hasta la próxima!
