Obito ya no vivía en el distrito Uchiha.
Vivía en un hotel.
Uno en el centro de Konoha, bastante barato y triste, justo como él se sentía.
No pudo decirle aquello a Shisui a pesar de que realmente quería, no, necesitaba. De alguna manera, él sentía que debía soltar todo lo que lo estaba consumiendo por dentro y gritar por ayuda.
Porque en serio la necesitaba.
No estaba bien y aun así, fingía, en el día, que sí.
Odiaba en lo que se había convertido desde que Kakashi ya no estaba en su vida y…
No.
Mentía.
Obito odiaba lo que él era, desde el principio de los tiempos, hasta ese preciso momento.
Y es que, no era normal la cantidad de tragedias que cargaba en su espalda y los numerosos momentos destacables y tristes que había tenido que enfrentar. Ahora que los recordaba, un sólo pensamiento se instaló en su cabeza.
Había algo malo con él.
No es como si jamás lo hubiese pensado antes, o como si hubiese llegado a una revelación momentánea. No. Ese pensamiento ya había rondado su cabeza múltiples veces a lo largo de su vida.
La cosa era que él antes, por algún motivo —motivo que ahora sentía ajeno—, intentaba mantener una mentalidad positiva.
Bueno, una mentalidad forzosamente positiva. Porque admitía que siempre pensaba en lo peor, para luego regañarse mentalmente y buscar un ángulo más brillante.
Ahora… ahora ni siquiera se esforzaba por detener el tren de pensamientos negativos que se precipitaban en su mente.
Es más, se sumergía cada vez más en ellos cuando observaba la pared derruida del hotel en el que se quedaba y escuchaba la música lejana del bar de al lado.
Definitivamente había algo malo con él.
Algo como para que las personas nunca permanecieran a su lado. Como para que todos a su alrededor le odiaran o se cansaran de él.
Tal y como Kakashi.
Tal y como su familia.
Quizás ese había sido el principio de todo.
Sus padres lo habían abandonado cuando él tenía sólo cinco años, yéndose de la aldea sin decir nada, dejándolo atrás. Se llevaron todas las cosas de la casa; su hermano mayor; y su gato.
En ese entonces él tuvo a su abuela, quien le ayudó a no sentirse realmente abandonado. Aun así, él siempre indagaba, incluso sin quererlo, del por qué sus padres habían hecho eso. Su abuela siempre lo callaba y le decía que no valía la pena pensar en quiénes decidieron marcharse.
Ella siempre decía que las personas se pierden a sí mismas, de alguna forma u otra.
Y él ahora se sentía realmente perdido.
Su abuela murió cuando tenía nueve años.
Desde entonces, el resto de su familia le había dado la espalda. Obito nunca supo por qué los Uchiha no querían tener nada qué ver con él, a pesar de que les preguntó insistentemente a los líderes que le explicaran su odio hacia alguien de su mismo clan. Recibió respuestas frías que lo rompían cada vez más.
Respuestas como:
«Tendrás el apellido Uchiha, pero no eres uno de nosotros.»
Luego, entró al equipo siete y conoció a Rin, Kakashi y Minato.
Al principio fue difícil para él adaptarse e, incluso, abrirse a ellos por el miedo de, al final, terminar perdiéndolos.
Irónico como, al final, sí lo hizo.
Había dejado de hablar con Rin luego de que ambos se convirtieran en Jōnin a los catorce. Cada uno relativamente ocupado como para mantener su amistad intacta. Y con su sensei…, él era el Hokage, y Obito era ANBU, recibía órdenes directas de él y eso era todo. Ni siquiera conocía a su hijo, Naruto. Sí, los había visto juntos a lo lejos, pero nada más.
Y Kakashi… bueno.
Este le había prometido, hace mucho tiempo, que siempre estarían juntos.
¿Ahora por qué no estás aquí, cuando juraste estarlo?
Obito ríe, sardónicamente. La cama del hotel es dura e incómoda, justo como ese recuerdo.
Él había estado ahí por Kakashi cuando este más lo necesitaba; cuando su padre se había suicidado.
Él estuvo ahí, cuando nadie más lo hizo.
Ahora Kakashi no estaba, se había ido de su lado, y él se había quedado allí, de pie, observando como el mundo a su alrededor seguía su curso y él era el único que se quedaba estancado.
¿Por qué todos, cada vez, se alejaban más de él?, ¿de su alcance?, ¿por qué sólo su mundo se detenía?
¿Por qué él era el único que parecía desaparecer?
—Quizás nunca debí de haber confiado en ti —Obito no puede evitar sollozar levemente.
Si tan sólo nunca se hubiese dejado enceguecer por esas promesas vacías de compañía y su propia carencia de amor propio, ahora no estaría en esa situación.
Pero él era estúpido, al parecer.
Había vuelto a abrir su corazón a las personas, sólo para que estas se fueran y dejaran un vacío enorme en él.
Le dolía.
Y demasiado.
Tanto, que no sabía cómo sobrellevarlo. No sabía cómo manejar tanta angustia y lo único que podía hacer, era dejarse sumergir cada vez más en la miseria, ahogándose con ella y esperar a que esta no lo matara.
¿Qué será lo malo que hay en mí?, piensa. No lo entiendo, no comprendo por qué…
Obito piensa que, definitivamente, es alguien que no vale la pena conocer.
Eso tiene sentido.
No vale la pena ni recordarlo.
Él, simplemente, no vale la pena.
