3 - DRACO DORMIENS NUNQUAM TITILLANDUS
Podía ver a través de las ventanillas del compartimento trece como dejaban atrás los edificios colindantes a King´s Cross a medida que la locomotora iba cogiendo velocidad. Había dejado a sus orgullosos y lacrimosos padres en el andén 9 ¾ minutos atrás, sin percatarse desde que ese momento estaba sola... y que tenía que enfrentarse a un nuevo mundo del que hasta hace apenas unas pocas semanas no conocía ni su existencia.
Una mujer mucho mayor que sus padres se había presentado en su casa semanas atrás, de improvisto y vistiendo ropas más dignas de una fiesta de disfraces o de alguna feria medieval: Una larga túnica verde escarlata y un sombrero puntiagudo negro bajo el que escondía un cabello castaño oscuro recogido en un apretado moño. Se presentó como Minerva McGonagall, y debía de tener poco más de 50 años: era alta y delgada, con unas facciones muy marcadas y unos ojos verdes claros ocultos tras unas pequeñas y bien cuidadas gafas cuadradas.
Había cruzado el umbral de su casa con una carta a su nombre, o más bien una segunda oportunidad de volver a empezar… Atrás quedarían los años marginada por sus compañeros de colegio por el simple hecho de que disfrutaba con las clases, el temario y las tareas escolares. No, estaba convencida de que en esta ocasión tendría amigos con los que compartir la nueva experiencia mágica que estaba por comenzar.
El continuo traqueteo de la locomotora sobre los raíles ya había roto el estado de felicidad absoluto en el que se había encontrado desde el momento en que la profesora McGonagall abandonó su hogar. Todo había sido perfecto desde aquel preciso momento: el abarrotado Callejón Diagón; el olor a pergamino nuevo de Flourish & Botts; el amable señor Ollivander y su acogedora tienda de varitas. Todas esas emociones habían desaparecido como la anestesia local que utilizaban sus padres en su trabajo como dentistas al cabo de las horas.
El ulular de la blanca lechuza de su compañero, situada en la repisa de los baúles, la devolvió al silencio del compartimento, se trataba de un joven más alto que ella, con el pelo castaño claro y unos enormes ojos verdes escondidos detrás de unas viejas gafas redondas envueltas en esparadrapo. No parecía un psicópata, al contrario, parecía ser un candidato ideal para ser el primero de muchos amigos, pero para ello debía romper el perpetuo silencio que se había instaurado en el compartimento desde el momento en que el tren se había puesto en marcha... debía conseguir que su compañero de viaje levantara la cabeza de la lectura en el que estaba sumergido, pasando las hojas en silencio, el mismo libro que ella también había comprado en el librería del Callejón Diagón junto a sus materiales de escritura y que ya había releído hasta la saciedad.
- Ese libro… -se atrevió a comenzar cuando la puerta del compartimento se abrió de repente.
- Perdonad. ¿Os importa? -dos chicos se habían quedado de pie en el umbral que separaba el vagón que ocupaban del pasillo. Uno de ellos, el que había hablado, era el más alto de los dos, más incluso que su compañero sentado, era pelirrojo, delgado, y las pecas le cubrían todo el rostro, que poco a poco iba adquiriendo el mismo tono que su llameante pelo por la vergüenza del momento y por fijar sus ojos en ella. – Es que está todo lleno.
Su, hasta ahora, único compañero de viaje se limitó a echarles un vistazo rápido, volviendo a su lectura sin decir palabra alguna, igual que había hecho primero con ella después de que el expreso se pusiera en marcha.
- Cla… claro -contestó ella tímidamente ante el silencio de su acompañante. Aflojar la lengua había supuesto un enorme esfuerzo, pero gracias a Dios lo había conseguido.
- Mu… muchas gracias -dijo el otro chico, todavía en la puerta y sujetando las pertenencias de ambos. Tenía el pelo en parte rubio y en parte castaño, era un poco más bajo que su amigo y algo más grueso, y al igual que ella tenía los incisivos delanteros un poco más largos de lo habitual. – Me llamo Neville Longbottom, y este es Ron Weasley -añadió señalando al chico que adecuaba sus equipajes todavía rojo como un tomate maduro.
- Yo soy Hermione Granger -comentó dibujando una sonrisa. Parecía un comienzo prometedor. – Y este es… -¿cómo iba a presentar a su compañero si no había abierto la boca en todo el trayecto?
- …Evans, James Evans -dijo finalmente ante la atenta mirada de los tres expectantes jóvenes.
El resto de sus acompañantes no se percataron de ello, pero a Hermione le pareció curioso que su nombre no coincidiera con las iniciales del baúl que tenían sobre sus cabezas, y este parecía demasiado nuevo como para ser heredado o de segunda mano. Pero lo dejó estar al comprobar que el paisaje que se pintaba en la ventana del compartimento empezaba a ser ya más agreste: Se habían sustituido los mundanales edificios de la ciudad por campos cultivados, por bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde claro. Estaba inmersa en aquella naturaleza, capaz de sentir el tacto del viento y el aroma de las flores aún con la ventana cerrada... cuando la puerta del vagón volvió a abrirse minutos después.
Un joven delgado y pelirrojo se quedó parado en el marco de la puerta sin llegar a entrar. Se parecía mucho a Ron, pero era mayor, más alto y llevaba unas gafas de montura cuadrada que ayudaban, al contrario que su hermano pequeño, a disimular las pecas de su rostro. Llevaba ya puesto el uniforme negro del colegio con el el emblema de Ravenclaw justo debajo de una insignia que lo acreditaba como prefecto de Hogwarts, por lo que debía de estar en sexto o séptimo.
- Ronald, vengo a informarte de que no podré hacerte compañía durante el trayecto. Tengo que hacer mis rondas en los pasillos y cumplir con el resto de mis nuevas obligaciones como prefecto.
- Ni siquiera te estaba esperando, Percy -contestó secamente Ron. Al parecer algo molesto por la actitud de su hermano mayor.
- Le prometí a mamá que te echaría un ojo y…
- ¿Haciendo promesas que no puedes cumplir, Percy? Como mamá se entere se llevará una terrible decepción. ¿Seguro que estás capacitado para el puesto? ¿No se habrán equivocado al darte esa reluciente chapa? -terminó por preguntar de forma irónica y exagerando una mueca de sorpresa. Obviamente su único objetivo era molestarlo, cosa que a Hermione no le hizo mucha gracia.
- Como sea. Te recomiendo que te pongas pronto el uniforme... y lo mismo va para tus amigos, cada vez estamos más cerca del colegio -contestó el prefecto. - Y ten mucho cuidado con Scabbers, no la he estado cuidando todos estos años para que la pierdas ahora -finalizó Percy mientras cerraba la puerta y se perdía por el pasillo.
- ¿Scabbers? -preguntó Hermione confundida, sin saber a qué hacían referencia.
- Es mi rata -contestó Ron al tiempo que conducía su mano al bolsillo de su chaqueta y sacaba del mismo un enorme, viejo y horrible roedor. Hermione se inclinó hacia atrás por la repulsión, intentando alejarse lo más posible de aquel asqueroso animal portador de infecciones y muerte. – Ahora que a mi hermano le han regalado una lechuza me toca a mí cuidar de ella. Podría estar muerta y no notarías la diferencia. Mi hermano George sabe un hechizo para volverla amarilla.
- ¿¡Quién ha nombrado al TODOPODEROSO GEORGE!? -preguntó otro joven a gritos mientras entraba de repente en el compartimento con la túnica colgada al cuello cual superhéroe muggle.
- Tú no eres George. ¡YO SOY GEORGE! -replicó otro joven exactamente idéntico mientras entraba en el compartimento sin toda la parafernalia de su hermano gemelo.
- Estos son Fred y George, por si no lo han dicho suficientemente alto -aclaró Ron sin prestarles mucha atención al espectáculo que montaban sus hermanos, que contaban con una estatura corta y rechoncha, al contrario que Percy o el propio Ron. – Tienen 13 años y deberían estar empezando tercero, pero se perdieron un año entero porque estaban muy enfermos e internados en San Mungo cuando empezó el curso.
- ¡Eh! ¡Un momento! ¡No lo digas así! ¡Sabes perfectamente que no fue culpa nuestra! -empezó uno de ellos a justificarse. - ¡SÍ! ¡FUE POR LA CIENCIA! -aclaró el otro. – Queríamos sorprender a nuestro padre con algo muggle y tecnológico por su cumpleaños. Pero no salió como esperábamos -continuó diciendo el primero de ellos. Se les notaba perfectamente sincronizados. – En cualquier caso, hemos venido a traerte una sorpresa Ron -añadieron al unísono escalofriadamente.
- ¿Una sorpresa? -preguntó Ronald, recalcando y desconfiando de las palabras de sus hermanos mayores.
- Así es... una sorpresa para nuestro queridísimo y favorito hermano pequeño -comentó el que se había autonombrado George primero. - Nos lo ha prestado Lee Jordan, sólo para ti -añadió el otro acercando sus manos cerradas a la cara de su hermano pequeño, escondiendo algo entre las mismas.
De repente las separó lo suficiente, y de ellas surgió una enorme tarántula negra y peluda que hizo sobresaltar a todos los allí sentados. Hermione comprobó como Ron se había protegido detrás de Neville de un salto, completamente blanco y dispuesto a vomitar si era necesario.
- ¡LARGO! ¡FUERA! ¡LLEVAOS A ESE BICHO DE AQUI! -gritó infundido en terror, escondido detrás de su amigo.
Los gemelos salieron del compartimento con la araña de nuevo en sus manos y cerraron la puerta, más sus carcajadas en el pasillo todavía se escuchaban, parecían retumbar por todo el tren.
- Odio las arañas -dijo finalmente Ron cuando recuperando la compostura y parte de su color habitual.
- ¿Cuántos hermanos tienes? -preguntó finalmente Hermione, curiosa, en cuanto los gemelos salieron del vagón y su respiración recobraba su ritmo habitual.
- Seis -contestó el chico medio deprimido. – Yo soy el sexto que va a asistir a Hogwarts. Bill y Charlie ya han terminado. Percy, el petulante que ha venido primero, está en sexto y lo acaban de nombrar Prefecto. Tres años después nacieron los gemelos, a continuación voy yo, y por último está Ginny, que se ha quedado en casa llorando con mis padres porque todavía le falta un año para empezar la escuela.
- Que suerte -contestó ella de inmediato. Como hija única, siempre había deseado un hermano o hermana con la que jugar y compartir experiencias.
- Sí bueno… -el chico no parecía compartir aquella opinión. – Todos esperan que me vaya igual de bien que a los demás, pero si lo hago tampoco será gran cosa porque ellos ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo con cinco hermanos mayores, todo es de segunda mano, heredado y desgastado…La túnica pertenecía a mi hermano Bill, y la varita era de Charlie.
Era más que obvio que el chico no estaba a gusto con su situación familiar, ni con que sus hermanos terminarán cediéndole lo que ya no les servía por uso o tamaño. También parecía cansado de que le opacaron en todo, y parecía buscar desesperadamente algo en lo que destacar por sí mismo. Pero no apreciaba la suerte que tenía de haberse criado en una casa con seis hermanos, y más en una familia de magos.
Neville, que también escondía un animal en el bolsillo (un sapo), le contó, tímidamente, que era hijo único, igual que ella, y que vivía en una pequeña casa a las afueras de Devon, cerca de la residencia de los Weasley junto a su abuela, y que la proximidad entre sus hogares les había convertido en amigos desde que tenían uso de razón. Entre charlas, risas, y anécdotas de sus "hazañas" aprovecharon para ir al baño por turnos para ponerse el uniforme del colegio como había sugerido el hermano mayor de Ron.
- ¿Tú sabes cómo se las arreglarán para seleccionarnos? -le preguntó Neville ya cambiado, cuando entró de nuevo en el compartimento. Debía de sentirse nervioso o preocupado con el tema, pues parecía haber sudado ya su nueva vestimenta.
- Ya te lo dije -intervino Ron ofuscado mientras ocupaba de nuevo su anterior asiento. – Fred me comentó que es una especie de prueba académica… Aunque sinceramente, espero que se tratase de otra de sus bromas.
- No puede ser eso -añadió Hermione. – Todavía no nos han enseñado nada, y no podemos haber practicado fuera de la escuela -quería sonar convencida, pero había empezado a repasar mentalmente todos los hechizos que se había aprendido de memoria durante aquellas intensas pero maravillosas semanas, preguntándose cuál de ellos necesitaría.
- Bueno, yo sólo espero que me toque en Gryffindor, todos mis hermanos han ido allí -empezó Ron bajo la atenta mirada de Neville. Seguro que era algo que ya habían hablado entre ellos. - Salvo Percy, que está en Ravenclaw, pero él siempre ha sido el rarito de la familia -puntualizó el pelirrojo desviando la mirada hacía los demás. - Incluso mis padres han ido allí. Imagina lo que dirán de mi si no entro. Pero tú tranquilo Neville -comentó pasando su brazo por la espalda de su amigo, que parecía a punto de desmayarse. - Es imposible que no te cojan para una casa.
- Algunos de mis tíos no estaban seguros de que viniese -aclaró Neville ante la confusa mirada de Hermione al escuchar las palabras de Ron. - Cuando era pequeño se pensaban que era un squib, no fue hasta que me tiraron por la ventana y reboté de milagro que se convencieron. Aun así, se sorprendieron mucho cuando llegó mi carta...incluso entonces dudaban de si debía aceptar o no mi plaza.
Después de hablar con ellos durante el trayecto, a Hermione le pareció que Neville tenía graves problemas de confianza, pero parecía haber reunido el valor para asistir a Hogwarts a pesar de la opinión de algunos de sus familiares directos. Ron por otra parte, parecía alguien lleno de prejuicios sobre el que dirán los demás; no se sentía cómodo con su precariedad económica ni con el talento de sus hermanos. Sin duda el segundo tenía más problemas por resolver que el primero, pero se estaba esforzando mucho por hacer sentir cómodo a su mejor amigo.
- No creo que importe mucho estar en una casa u otra -comentó James casi en un susurro sorprendiendo a todos a la par que cerraba su libro. Era la primera vez que abría la boca en todo lo que llevaban de trayecto. Habían tardado más de la mitad del camino en descubrir que no era mudo, que conocía más palabras más allá de su propio nombre... por lo que sí quería participar, algo interesante tendría que decir. – Al final no es más que una manera de separarnos para las clases y hacernos competir entre nosotros.
- Ya claro -replicó Ron cuando la sorpresa se desvaneció de su rostro. – Dile eso a los de Slytherin. La mayoría de los magos perversos salieron de allí. No estaría en su casa ni por mil galeones. En serio, si me mandan allí tomo el tren de vuelta directamente a la Madriguera.
- ¿Esa es la casa en la que Voldemort estaba? -volvió a intervenir el joven.
Los tres chicos restantes soltaron un grito ahogado en cuanto James pronunció aquel nombre. Intercambiaron miradas horrorizadas entre ellos al mismo tiempo que observaban preocupados al joven, ¿Qué pretendía? ¿hacerse valiente? ¿o simplemente estaba loco? Antes de que cualquiera de ellos se atreviera a contestar el tren aminoró la marcha hasta detenerse del todo. Tan absorta había estado hablando con sus compañeros que ni se había percatado de que el cielo ya estaba oscurecido del todo.
Dejaron los equipajes y animales en el vagón, pues así lo ordenó una eléctrica voz que retumbó por todo el expreso escarlata, y juntos salieron al oscuro y pequeño andén. Hermione, helada por el frío aire de la noche, vislumbró un espeso bosque y una cadena de montañas bajo un profundo purpura que coloreaba el cielo salpicado de estrellas, simplemente maravilloso.
- ¡LOS DE PRIMERO POR AQUÍ! -gritó una portentosa y varonil voz.
Hermione se giró bruscamente buscando su origen, encontrándose de lleno con un hombre gigantesco. Era bastante más alto que un hombre promedio normal, y al menos tres veces más ancho. Su rostro estaba prácticamente oculto por una larga melena y barba desaliñadas, ambas negras y revueltas, pero podían verse sus ojos, que brillaban como escarabajos negros por la tenue luz del farol que portaba en su mano, que eran del mismo tamaño que tupperwares familiares.
- Mi nombre es Rubeus Hagrid -dijo ya en un tono más comedido. – Soy el guardián de las llaves y terrenos del castillo. También ayudo al profesor Kettleburn en la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas. ¡Vamos! ¡Seguidme! -ordenó el gigante llamando a todos los alumnos de primero con el brazo.
Resbalando y a tientas, siguieron al guardabosques por lo que parecía un estrecho sendero. Debían de tener miles de árboles a su alrededor, pues era incapaz de ver más allá de un par de metros enfrente suya, y sólo se escuchaba el crujir de las ramas y hojas pisadas que cubrían el camino junto al ulular de los pájaros ocultos en sus ramas. El camino resultaba sinuoso como una serpiente, trazaba curvas y más curvas, se enredaba con otros senderos secundarios, y en ocasiones parecía esfumarse por completo para reaparecer media milla más adelante, justo cuando ya estaba convencida de que se habían perdido.
- En un segundo tendréis vuestra primera visión de Hogwarts... justo al doblar aquella esquina -exclamó el guardabosques lo bastante alto como para que pudieran escucharle los alumnos más rezagados. – Dejad de miraros los pies por miedo a tropezar... pues será un primer vistazo que jamás olvidaréis.
Hermione aguantó la respiración después de aquellas palabras y contempló el paisaje más bonito que había visto en toda su vida. Cuánta razón tenía aquel semigigante. Ante ella se abría un gran lago negro bajo la atenta mirada de un acantilado que coronaba el valle. En la cúspide de este se hallaba un impresionante castillo iluminado por la luz que desprendían todas y cada una de sus ventanas y torres, que apuntaban al cielo como los dedos de gigante intentando acariciar las estrellas.
- ¡No más de cuatro por barca! -gritó de nuevo Hagrid mientras señalaba una flota de botes alineados sobre un muelle en la orilla del lago. – De lo contrario terminareis como alimento para el Gran Calamar. Creerme, no seríais los primeros alumnos a los que devora -Hermione estaba convencida de que el guardabosques sólo trataba de asustarles, de reírse un rato a su costa e inocencia, pero se aferró tan fuerte a Ron que por poco vuelcan en las aguas negras. El intenso color granate que tenía el joven cuando se conocieron volvió a colorear su rostro. - ¡CUIDADO! ¡Tú, conmigo! -añadió finalmente señalando a James, si bien había botes de sobra que aún no se habían completado del todo.
¿Por qué quería tener al joven vigilado? Quizás fuera por la poca luz que reflejaba la luna, pero Hermione juraría que, su pelo, mucho más oscuro que antes, recobraba su color natural justo cuando el semigigante golpeaba su cabeza con un enorme paraguas de color rosado. Más interrogantes surgían alrededor de ese chico silencioso.
Cuando todos los jóvenes ocuparon sus sitios, la pequeña flota empezó a navegar, no había remos, pero cortaron rápidamente el cristalino lago hasta llegar a un pequeño muelle de madera en el que únicamente había una pequeña choza del mismo material y cristaleras. Empezaron a subir unos escalones de piedras iluminados por antorchas a los lados hasta alcanzar un pequeño patio con suelos de granito, una enorme estatua rodeada por arcos en medio del mismo, el inolvidable olor a césped húmedo recién cortado... y allí esperaron ante una gigantesca puerta que el guardabosques golpeó hasta en tres ocasiones.
- Muchas gracias, Hagrid -dijo la mujer que abrió la puerta, y que Hermione reconoció de inmediato. Se trataba de la profesora McGonagall, y llevaba puesta la misma túnica verde esmeralda con la que se había presentado en su casa para decirle que era una bruja y explicar los extraños acontecimientos que la habían rodeado toda su infancia. – Yo los llevaré desde aquí. Únete al resto de profesores por favor.
Hermione observó como el semigigante cruzaba las puertas, avanzaba unos cuantos metros a través de varios arcos dobles y giraba a la izquierda. Debía de tratarse del Gran Comedor, pues una intensa luz, acompañada por el murmullo de cientos de voces juntas, hizo presencia a la vez que Hagrid desaparecía de su vista y era engullido por la luz.
- Bienvenidos a Hogwarts -dijo la profesora McGonagall llamando su atención. – A continuación, vamos a llevar a cabo la Selección, una ceremonia muy importante en la que se os designará casa -se escuchó el sonido de varias gargantas tragando saliva a la vez por los nervios del momento. – Esta será como vuestra familia en este castillo, os proveerá de dormitorio, protección y descanso.
Los ojos de la profesora se iban deteniendo en todos y cada uno de los alumnos primerizos, pero Hermione estaba convencida de que pararon en James en más de una ocasión. Otra vez él, sin duda ocurría algo con su compañero de vagón, y le repateaba no saber la respuesta.
- Las cuatro casas son Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw, y Slytherin -explicó la profesora, aunque ella ya lo sabía por su ejemplar sobre el colegio. – Cada una de ellas tiene su propia y noble historia, y mientras estéis aquí, vuestros triunfos aumentarán su leyenda, mientras que vuestros infortunios perjudicarán su imagen. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada. Espero que honréis el privilegio que os están brindando. ¿Alguna pregunta? -añadió con un tono amenazador por el cual nadie se atrevió a replicar. – Comencemos entonces -finalizó conduciéndolos por donde segundos antes había desaparecido el guardabosques.
Iluminadas por miles de velas que flotaban en el aire, cuatro largas mesas se extendían hacia el horizonte. En ellas, el resto de los alumnos de otros cursos, ya sentados, les examinaban minuciosamente bajo el cielo estrellado, fruto de un hechizo tal y como había leído en "Hogwarts, una Historia". La profesora McGonagall les condujo hasta el fondo de la sala, enfrente de la mesa de los profesores, que presidía el Gran Comedor. Puso delante de ellos un sombrero viejo de mago, remendando y muy sucio encima de un taburete de cuatro patas. En cuanto sus costuras tocaron el asiento, se abrió una obertura cerca del borde, y de ella una voz rasgada les brindó una melodiosa canción sobre el compañerismo y la amistad a modo de bienvenida.
Todo el comedor estalló en aplausos dirigidos al sombrero en cuanto este terminó de cantar, hasta que un simple movimiento de mano del hombre que ocupaba el centro de la mesa de los profesores pareció silenciarles. Se trataba sin duda alguna de Albus Dumbledore, director del colegio, y uno de los magos más grandes de la historia de acuerdo con todos los libros que había devorado aquellas semanas.
- Cuando diga vuestro nombre, deberéis sentaros en el taburete, y yo colocaré el sombrero sobre vuestras cabezas -comenzó la profesora McGonagall recobrando la atención de todos. – Él será el encargado de designaros una casa u otra. Tras lo cual os sentaréis en ella y permaneceréis en silencio junto a vuestros nuevos compañeros hasta que finalice la selección.
- Entonces sólo hay que probarse un sombrero viejo -les susurró indignado Ron tanto a Neville como a ella. – Pienso matar a Fred en cuanto termine todo esto. Y a George también... por si acaso dicen que me equivocó.
Uno a uno, y sin criterio alfabético alguno, los alumnos de primero fueron avanzando hacia el sombrero bajo la atenta mirada de todo el comedor. Los murmullos y aplausos se intensificaban mientras el alumno seleccionado se dirigía a su mesa correspondiente, hasta silenciarse con cada nuevo nombre que decía la profesora McGonagall. Sólo quedaban unos siete de ellos, incluyendo a todos los que habían hecho el trayecto en el expreso de Hogwarts junto a ella, cuando una bomba informativa cayó sobre el Gran Comedor.
- ¡Potter, Harry! -exclamó de pronto la profesora McGonagall, extirpando de golpe los nervios ante los que estaba sucumbiendo Hermione por la espera.
Los murmullos se extendieron súbitamente como fuegos artificiales por toda la sala. La mayoría de los alumnos se había puesto en pie para poder ver mejor. ¿Había dicho Harry Potter? ¿Desde cuándo estaba Harry Potter entre ellos? ¿Cómo era posible que se enterarán ahora? De repente sintió como un brazo la apartaba levemente para poder pasar y respondía a todas sus preguntas recientes. Era James, que avanzaba decidido hacia el sombrero mientras su cabello, castaño hace apenas unos instantes, iba adquiriendo tonos más oscuros para la sorpresa y murmullos de todo el comedor. Para cuando el chico llegó a la altura de la profesora McGonagall ya era completamente de color negro azabache. Debían de haber utilizado algún hechizo para cambiar su apariencia y así evitarle miradas curiosas. ¡Claro!, por eso el guardabosques le había golpeado con aquel paraguas, se había limitado a renovar el hechizo óptico...según tenía entendido no duraban demasiado. También explicaba las iniciales H.P en el baúl que había oscilado sobre sus cabezas durante todo el trayecto en el expreso de Hogwarts. Antes de que el sombrero tapara sus ojos, consiguió apreciar su famosa cicatriz en forma de rayo, esa de la que todo el mundo hablaba y que aparecía por primera vez entre los mechones de su pelo.
- ¡SLYTHERIN! -gritó el Sombrero Seleccionador después de un tiempo, mucho más del que había estado con el resto de primerizos.
Un silencio sepulcral enmudeció el Gran Comedor mientras James, o más bien Harry, avanzaba hacia la mesa decorada con estandartes verdes y plateados situada en uno de los extremos de la sala.
- Ya sabemos porque no le importaba en qué casa fuera seleccionado -escuchó como le comentaba Ron a Neville en susurros, pero no lo suficientemente bajo como para no llamar su atención.
- ¡No digas esas cosas! -le regañó Hermione entre susurros. – No todos los alumnos de Slytherin son malvados. Mira a Merlín, el mago más…
- ¿Entonces por qué "Quien tú sabes" intentó matarlo de pequeño? -contestó Ron interrumpiéndola. – Es obvio, seguro que no quería que otro mago tenebroso ocupara su lugar. Quería liquidar a la competencia antes de que fuera demasiado tarde -añadió mientras se llevaba las manos a su cuello simulando un estrangulamiento.
- ¡Weasley, Ronald! -gritó de nuevo la profesora reiniciando la selección antes de que pudiera replicar una respuesta a su compañero, que ya se encaminaba nervioso hacía el Sombrero Seleccionador.
- ¡HUFFLEPUFF! -exclamó el gorro, tardando mucho menos que con su anterior ocupante.
Ron se bajó del taburete claramente decepcionado, avanzando lentamente, como si las piernas le pesarán más de la cuenta, hacía el otro extremo del comedor. El chico había pedido claramente estar en Gryffindor junto a sus hermanos durante el trayecto en el expreso, pero el Sombrero no había estado dispuesto a concederle tal deseo.
- Lo superará -le dijo Neville mientras observaban como llegaba a su mesa. Ellos dos eran los últimos en ser seleccionados. – Solo dale un par de días que se recupere del bajón. Siempre está dispuesto a todo y con buena cara. Siempre está ayudándome… probablemente no estaría aquí de no ser por él. Es mi mejor amigo.
Hermione llegó a emocionarse con las palabras de Neville, convencida de que tendría algún día una relación de amistad como la que ambos chicos parecían haber forjado a lo largo de los años.
- ¡Longbottom, Neville! -llamó la profesora, dejándola como la última alumna a seleccionar.
- ¡GRYFFINDOR! -bramó el sombrero, haciendo que un sorprendido Neville saliera corriendo todavía con el gorro puesto hacia la mesa escarlata y dorada, provocando la risa de todo el comedor.
- ¡Granger, Hermione! -llamó por última vez aquella noche la subdirectora, echándole una mirada cómplice, si bien ella había empezado a andar antes si quiera de que la nombrara. Lo último que vio antes de que el interior del sombrero tapara sus ojos fue el comedor repleto de ojos ansiosos, esperando impacientes.
- Mmmmm… -susurró una voz en su mente. – Es normal tener miedo a la soledad joven, pero no por ello voy a ponerte en una casa a la que claramente no perteneces -sin lugar a dudas aquel sombrero viejo estaba leyendo sus pensamientos. - Entiendo que esperaras tener la oportunidad de cimentar tu amistad con los dos chicos habladores del compartimento trece, pero todas tus cualidades encajan perfectamente en otra de las casas, como bien deberías saber con tu nivel de deducción y ganas de aprender… mmmm… Además, estar en casas distintas no implica necesariamente no poder relacionarte con ellos.
En realidad, lo había sabido desde la primera lectura de "Hogwarts, una Historia", cuando describían a los cuatro fundadores del colegio y lo que esperaba cada uno de ellos sobre los integrantes de sus casas.
- ¡RAVENCLAW! -exclamó por última vez aquella noche la vieja prenda de vestir.
Hermione bajó del taburete y se dirigió a otra de las mesas que ocupaba el centro del salón, donde todos los primerizos de su nueva casa le daban la bienvenida al club de las águilas y se presentaban bajo un clamoroso aplauso. En cuanto ocupó su asiento y la profesora McGonagall regresó a la mesa de los profesores, Albus Dumbledore se puso en pie, mirando con expresión radiante a los alumnos, con los brazos extendidos, como si pretendiera abrazarlos a todos a la vez con gusto por verlos allí reunidos.
- ¡Bienvenidos! -dijo con voz jubilosa. - ¡Bienvenidos un año más a Hogwarts! -repitió. – Antes de comenzar nuestro delicioso banquete me gustaría recordaros, e informaros a los nuevos, que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Tampoco se os está permitido deambular por el castillo durante las horas de descanso nocturno -a Hermione le pareció que el anciano director se estaba dirigiendo en concreto a los hermanos gemelos de Ron al matizar aquellas palabras. – Vuestros jefes de casa, así como el resto de los profesores están a vuestra entera disposición para resolver cualquier duda que podáis tener. No os dejéis influir por el color de vuestros uniformes a la hora de preguntar y confraternizar. ¡Ahora, disfrutad del banquete! Que seguro que tenéis tanta hambre como yo después de un día tan largo.
Cientos de jarras y bandejas repletas de bebida y comida llenaron las hasta entonces vacías mesas de la estancia. Todo tipo de carnes, pastas, pescados y verduras de cualquier rincón del mundo, Hermione ni siquiera había oído hablar de muchas de ellas, y de otras no se atrevía a probar por sus "anormales" ingredientes. Si bien todos los platos tenían una pinta deliciosa.
Decidió echar una última mirada a sus excompañeros de vagón mientras llenaba su plato: Neville ya no parecía tan asustado e incómodo como cuando se había sentado en la mesa de Gryffindor. Se le notaba mucho más tranquilo y animado, comiendo y charlando con sus nuevos compañeros y los gemelos Weasley. Quizás había encontrado el valor por el que el Sombrero Seleccionador había decidido mandarle a la casa del león.
Ronald era un caso aparte. Se encontraba parado, sin gesticular ni probar bocado, su plato seguía vacío, y su mirada buscaba desesperadamente a los dos pelirrojos que compartían mesa con su mejor amigo. Sintió un poco de lástima por él, debía de sentirse hundido, aunque era obvio que sus hermanos no iban a tratarle de manera diferente sólo por el mero hecho de no compartir colores. Además, por lo que había dicho en el tren, era el primer Hufflepluff de su familia. Se trataba de la oportunidad perfecta para destacar sin la absurda necesidad de compararse con sus hermanos mayores, de recorrer un camino que nadie en su familia había pisado jamás. Seguramente, como había mencionado Neville, terminaría descubriendo con el paso del tiempo que se encontraba ante la oportunidad que tanto parecía ansiar.
Su mirada se dirigió por último a Harry. Este no parecía el mismo joven silencioso del tren que pasaba una hoja tras otra sin levantar apenas la cabeza, se le veía muy cambiado, realmente cómodo siendo el centro de atención de la mesa de Slytherin, y también del resto de mesas para que mentir. Se había sentado junto a Draco Malfoy, un muchacho de tez pálida un poco más alto que él, delgado, con un elegante pelo rubio peinado hacia atrás, y unos ojos grises y fríos, y con el que parecía haber congeniado fácilmente. Casi todas las miradas se centraban en él, y de casualidad sus ojos verdes se encontraron con los suyos. Le devolvió un gesto de complicidad asintiendo la cabeza y volvió a la conversación que mantenía con sus nuevos "amigos".
En cuanto terminó el banquete, el director se despidió de los alumnos con unas amables palabras, momento en el cual el hermano mayor de Ron aprovechó para acercarse al extremo donde se habían sentado todos los de primero.
- Tú estabas en el vagón del tren junto a mi hermano Ronald ¿no? -preguntó Percy Weasley.
- Sí -contestó ella tímidamente, sin poder apartar la vista de la deslumbrante y plateada "P" que lucía en su túnica y de la que había estado alardeando todo el verano según las palabras de Ron.
- Bien, entonces acompáñame junto con el resto, os indicaré el trayecto más corto hacia nuestra Sala Común -añadió con amabilidad.
Los alumnos de primero de Ravenclaw siguieron a Percy a través de los bulliciosos grupos que se amontonaban a las puertas del Gran Comedor, y se dirigieron hacia el lado oeste del castillo. Empezaron a subir por las escaleras de mármol un piso tras otro y con sumo cuidado, pues estas giraban con voluntad propia, hasta el séptimo. El prefecto les hizo pasar por dos puertas ocultas detrás de paneles corredizos y tapices marrones que colgaban de las pareces hasta llegar a una escalera de caracol.
- Muy bien chicos. Escuchadme por favor -pidió Percy. - ¡Silencio! -terminó exigiendo al comprobar que los alumnos no paraban de comentar hasta el mínimo detalle de todo lo que había acontecido durante el trayecto, la selección y la cena. – Al final de esta escalera se encuentra nuestra Sala Común. El pomo de la puerta con forma de cuervo os formulará una adivinanza a la que debéis responder… Podéis decir una respuesta diferente a la suya y entrar igualmente siempre y cuando apliquéis la lógica de una manera que convenza al pomo -añadió mientras se señalaba el animal del escudo de su túnica.
Hermione se percató en ese momento que, tanto sus ropajes, como los de sus nuevos compañeros, ya no eran del negro básico con los que habían entrado al Gran Comedor. Los bordes de sus suéteres y corbatas se habían tintado con el bronce y azul característicos de Ravenclaw, al igual que el forro interior de sus túnicas. Si bien la novedad más importante era el blasón con el emblema del águila que había aparecido bordada en la izquierda de su pecho. El mismo escudo que se había señalado Percy Weasley y que ella no podía dejar de acariciar con la yema de sus dedos.
- Bien -continuó el prefecto interrumpiendo sus pensamientos. – Esta vez seré yo quien conteste la adivinanza, pero a partir de mañana deberéis hacer gala de las cualidades por la que os han seleccionado en esta casa. No os confiéis, pues la pregunta puede cambiar en cualquier momento, y puede que pasen horas hasta que algún otro miembro salga u os ayude con la respuesta si no sois capaces de convencerle.
- ¿Qué fue primero? ¿El fénix, o la llama? -preguntó una poderosa voz que surgía del cuervo que hacía de picaporte.
- Un círculo no tiene principio -susurró Hermione, más para sí misma que para el resto de sus compañeros.
- Un círculo no tiene principio -contestó finalmente Percy.
La puerta se abrió y poco a poco fueron entrando en una amplia sala circular con una enorme alfombra azul medianoche. La sala común estaba equipada con muchas mesas, sillas y estanterías repletas de más libros de los que Hermione podía contar. Un techo abovedado pintado con algunas constelaciones gobernaba la habitación. Las ventanas de arco, adornadas con suave seda azul y bronce parecían dar a los terrenos de la escuela, incluyendo el Lago Negro por el que habían navegado, el Bosque Prohibido, el campo de Quidditch, los jardines y el invernadero, las montañas circundantes… Aquellas vistas debían ser todavía más espléndidas bajo la luz del amanecer.
Hermione se detuvo un momento para observar la figura de mármol blanco de Rowena Ravenclaw coronada con una diadema en forma de águila, antes de subir por la escalera que daba a los dormitorios y que custodiaba dicha estatua. Su baúl ya estaba en la habitación, arriba de una de las camas, junto al resto de sus pertenencias. Había tantas camas como compañeras habían sido seleccionadas junto a ella, pero sólo recordaba el nombre de una, Padma Patil, una chica de rasgos hindúes de su estatura con el cabello y los ojos negros, cuya gemela había sido seleccionada para Gryffindor.
El sonido del viento silbando alrededor de las ventanas ayudó a que Hermione se durmiera aquella noche después de comentar con sus nuevas compañeras hasta el más mínimo detalle, con una amplia sonrisa que le llegaba hasta las orejas. No recordaba haber sido tan feliz en toda su vida.
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