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3: Control poblacional

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Una de las cosas buenas de tener una casa y un vehículo todo en uno, era la libertad.

Sniper, una vez terminada la semana de batalla, podía irse a algún lugar cercano y pasarse dos días con sus noches en el medio de la nada, en paz y silencio, sin nadie a su alrededor. La naturaleza lo rodeaba, y podía dormir en el horario más cómodo, en vez de tomar tantas siestas durante el día de semana. Su equipo era cordial y trabajaba bien, pero a veces el ruido era demasiado.

Más para su oído sensible.

Ese viernes era el último del mes. Su equipo lo despidió con algo de alegría extra, sabiendo cuál era la rutina. Sniper, antes que nada, era un cazador, y el diversificar sus objetivos mantenía sus habilidades afiladas. Como un profesional. Salió a la ruta y enfiló hacia su destino preferido en ese día, dentro de los límites de su contrato. Los beneficios eran para todas las partes.

Nunca usaba balas.

Para estas ocasiones, ni siquiera usaba su cuchillo, o su arco y flecha. Dejaba estacionado su vehículo en un sitio seguro, esperaba hasta la hora adecuada, y se internaba en la espesura. Con cada paso que daba, dejaba algo de su máscara atrás, hasta que saltaba a los árboles, sin mover ni una hoja, asechando a sus presas. Mordisqueando el césped, allá abajo, levantando la cabeza y moviendo las orejas, a veces con cornamenta, a veces no. Era un bonito detalle, pero no el definitivo.

Años atrás, habían traído ciervos a ese bosque, como coto de caza, para un par de personas con demasiado tiempo y dinero. No era una especie autóctona y, como no había depredadores que les hicieran frente, se reprodujeron como conejos. Estaba empezando a ser un problema ambiental, pero como ahora la zona era propiedad de BLU, nadie se molestaba en hacer algo.

Nadie, excepto él.

Una cierva hermosa entró en el claro, iluminada por la luz de un sol poniente, como si brillase con un suave resplandor, apenas tocándola. Sniper escuchó más de un corazón en ese cuerpo, quizás un mes más y daría a luz. Bella, pero no adecuada. Un macho de gran cornamenta entró, cojeando de una pata, y Sniper fijó sus ojos en él. Grande, sano excepto por la pata, y lleno de vida. Se movió hacia abajo, sin hacer notoria su presencia, hasta que estuvo en la posición adecuada. La cierva se había ido a otro sitio, lo que lo hacía todo más fácil. Su puntería era una de las cosas que más orgullo le daban, y esta vez no fue la excepción.

Saltó hacia esa carne tierna, esa sangre cálida.

Un segundo después, le hincaba los colmillos, dejando que la sangre llenase su boca mientras el ciervo, aún sin saber lo que había pasado, se encontraba en una llave que no le permitía libertad de acción. Cuando entendió que estaba en peligro, no tenía fuerzas como para moverse, y Sniper retiró sus colmillos, sonriendo. Lamió la zona hasta que las heridas cerraron, y entonces decidió darse otra vuelta por la zona.

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Los humanos no venían al bosque.

Los ciervos habían crecido tan aislados que no temían a los humanos, pero detectaban cuándo había un depredador cerca. Estaban bien alimentados, eran fuertes, sanos y al borde de ser una plaga. Sniper calculaba unos quinientos kilos por presa, uno sobre cada hombro, cornamenta incluida de uno de ellos. Ciervos rojos. Recién alimentado, Sniper se sentía mucho más fuerte. No tanto como con sangre humana, pero de momento esto bastaba. Ató las presas al portaequipajes, envolviéndolas con cuidado, y luego de lavarse en un arroyo cercano cualquier mancha de sangre delatora, subió a su vehículo.

Le tomaría apenas media hora llegar de nuevo a su base. Suspiró y se decidió a volver al sonido humano, a las rutinas de su equipo, saboreando los últimos minutos de silencio y tranquilidad. A medio camino vio un auto de un modelo de una década atrás, manejado por una mujer de mediana edad con aire cansado. Había dos niños en el asiento de atrás, cantando una canción infantil. El sonido era atronador a sus oídos sensibles. Por estas cosas no había tenido, no había querido hacer, hijos.

Regresó cuando el sol apenas empezaba a ponerse. Era una maravilla, cómo evolucionaba la tecnología en un par de siglos. Vidrios polarizados, ropa anti rayos ultravioleta, bloqueadores de sol. Si su Maestra lo viera ahora. Una pena que no hubiera sobrevivido el último encuentro con esa panda de cazadores en Australia, pero los dos sabían a lo que se exponían. Una existencia peligrosa. Y lo habían aceptado hacía mucho.

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-¡Snipes!- Scout fue el primero en recibirlo, viendo con una sonrisa de oreja a oreja los dos animales sobre su hogar -¡Son unas bellezas!

-Y son para comer, Scout, no para otras cosas.

-¡Ey! ¡No soy de esos!- respondió el muchacho, con falsa ofensa, sin dejar de sonreír -Pero si ves a alguna ninfa del bosque...

-Están en otro bosque, Scout.

-Ni modo. ¡Vengan esas entonces! Pyro estaba tostando especias hace unas horas, ya se puede respirar, le puso pimienta blanca y pimienta negra y dijo que es algo chino, por si te va eso. Ahora está juntando leña para la fogata, y Demoman recibió una encomienda con muchas botellas interesantes. Medic está todavía en su enfermería con lo que queda del caballo ese, pero ya saldrá, ya sabes cómo es con la carne de ciervo. Y Heavy parece que quiere probar algo de carne en conserva, como un jamón o algo así. ¿Cuán frescos son?

-Hace unas horas estaban saltando en el prado.

-¿También hay en el prado?

-En los claros del bosque. Me entiendes.

-Yo poder ayudar- llegó la voz de Heavy.

-Genial- sonrió Sniper, y señaló el más grande -Toma ese, Scout y yo llevaremos el otro.

-¿Qué?

-Vamos, vamos, que las piernas las tienes muy bien pero los brazos y la espalda pueden mejorar. ¿O quieres ser siempre, cómo decías, Heavy?

-Pequeño bebé- dijo el ruso, poniéndose al hombro la presa de caza.

-Exacto. Así que vamos, muchacho, Gánate el venado.

-¿No eran ciervos?

-Gánatelo igual.

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Medic podía ser algo laxo en la higiene de su enfermería, pero con la comida no se jugaba, decía él. Por eso, cuando salió de su oficina, con una ropa que olía a jabón de lavar y que aún no había absorbido la transpiración y la colonia de siempre, no se sorprendió para nada al verlo cargar con unos cuchillos que no usaba para operar, y una lona impermeable. Asintió, con aprobación, al ver al ciervo con cornamenta que llevaban Scout y Sniper hacia el comedor. Y se apuró al ver a Heavy.

Unos segundos después, cuando llegaron con la segunda pieza de caza, el plástico ya estaba sobre el suelo, los muebles a un lado, las ventanas cerradas y un par de ganchos colgando del techo. Scout dejó el animal con un gemido, y luego se frotó los hombros. Heavy tomó un gancho y colgó al ciervo por debajo de la mandíbula. Scout fue a buscar algunas cosas a la cocina, y cuando volvió, le alcanzó unos cuchillos a Sniper y Heavy, sonriendo.

-¿Qué tan distinto a un oso es?- le había preguntado Medic en una ocasión, mientras les sacaban la piel y las vísceras.

-Menos grasa- dijo el ruso -Más delgado. Más músculo. Patas largas.

Sniper trabajaba con el cuchillo, sintiendo el aroma de la sangre como un perfume delicioso. Sólo que él ya había comido por esa jornada, aunque no se negaría a una porción de lo que fuese que Pyro pensaba cocinar esa noche. Terminó con la piel, dejándola a un lado, y clavó el cuchillo en la parte blanda que no tenía costillas. El interior dejó salir un vapor tenue, aún caliente, y pronto las vísceras comenzaron a caer, con cortes precisos, en una de las conservadoras que Medic tenía para transportar órganos.

Cambió de cuchillo.

-¿Presa entera, media res, o en trozos?- preguntó.

-Esta entera- dijo Heavy, desenganchando la presa, esquivando las pieles y la cornamenta.

-Bien.

Para cuando Medic volvió de su enfermería, sonriendo de oreja a oreja, Sniper terminaba de colocar las presas en varias conservadoras, listas para ser llevadas al congelador. Por más que les gustase la carne, no iban a consumir en una sola comida quinientos kilogramos de carne, o algo menos, descontando la piel, pezuñas y cornamenta. Puede que comiesen por toda la semana con lo que sobrase de esa noche, y nadie se negaba a las recetas de aprovechamiento. Menos trabajo para cocinar, y era carne segura. Hacían un bien. Mantenían la población de ciervos rojos bajo control. Todas las partes ganaban.

El congelador estaba en el subsuelo.

Antes que llegase el actual Engie, le había dicho Medic, las instalaciones eran un desastre. Engie se había pasado un mes hasta arreglar la electricidad y la plomería, y como tomó impulso empezó con los electrodomésticos. Un congelador de primer nivel estaba allí abajo, armado con piezas de distintos aparatos y funcionando mejor que ninguno. Una vez la carne estuvo bien guardada, Sniper rotó los hombros.

-¿Cansado, Herr Sniper?

-Nah, sólo satisfecho por un buen trabajo- dio unas palmaditas a la puerta del congelador -Esto nos va a durar un mes, quizás más.

-Que sobre nunca es un problema- sonrió el médico.

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El agua le recorría la cara y le bajaba por el cuerpo, llevándose el aroma a bosque, a ciervo, a sangre, a vida animal. Los olores del jabón, champú y desodorantes que usaba su equipo ganaron la pulseada, y Sniper suspiró. Sus músculos se relajaron, y se resignó a volver al ambiente lleno de sensaciones causadas por humanos. Ruidos, aromas, texturas, sabores y vistas. Podía cerrar los ojos y saber, sólo con su oído, dónde estaba cada uno, incluso con el agua cayendo sobre los azulejos.

Pyro, diciendo algo muy feliz, y luego el chasquido inconfundible de su lanzallamas portable.

Engie riendo, y el girador de presas comenzando a funcionar.

Demoman revolviendo algo en un recipiente metálico.

Soldier hablando sobre los platos estadounidenses que podrían preparar con lo que sobrase.

Scout moviéndose de la cocina al patio de la hoguera, llevando cosas.

Heavy sentado, tranquilo, relajado, cerca del fuego.

Medic cerca del ruso, en un estado similar.

Spy... a la puerta de las duchas.

Eran unas duchas individuales, gracias al impulso renovador de Engie, con puertas opacas y paredes que llegaban al techo. Sniper dejó que el jabón cayese, llevado por el agua tibia, con la cara bajo la lluvia. Luego de un minuto, cerró la ducha, tomó su toalla y salió a la zona común, enrollándola en su cintura.

Spy estaba dentro del baño.

Sniper se rascó arriba del ombligo y fue a por su ropa.

Spy tenía el pulso algo acelerado, como listo para saltar.

Era el Spy de BLU, eso era seguro. El de RED caminaba distinto porque era más alto, y usaba un tipo diferente de zapatos. Se movía despacio, como rodeándolo. Sniper terminó de secarse, dejó caer la toalla y se puso la ropa interior, la musculosa, la camisa, medias, pantalones, zapatos y cinturón. Dejó el resto en su casillero, tomó la toalla y la dejó caer por el conducto hacia la lavandería. Apagó la luz al irse, y fue hacia los aromas a carne que empezaba a asarse, con una salsa que salía de un recipiente de metal.

Spy caminó hacia su casillero.

¿Qué esperaba encontrar? Sólo había ropa allí, y nada que no tuviera un mercenario, al menos nada que no resistiese la humedad de las duchas. Si quería dejarle un dispositivo de seguimiento, lo seguiría hasta el bosque, quizás hasta Teufort. Esta era el área de caza de Sniper, y el resto de los de su especie lo sabían. Al menos hasta que el contrato cambiase, pero eso ya no estaba en su poder.

Salió a la noche y lo recibieron voces alegres.

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-Viejo, no sabes la suerte que tenemos que estés en BLU- le dijo Scout, luego de darle el primer mordisco a la carne de venado asada que llegó a su plato y derretirse por el sabor.

Sniper se rió por lo bajo.

-Ya he trabajado con otros Sniper, pero tú, tú eres el mejor. Y el que mejor hace esto del equipo y todo eso. Y esto también- señaló el venado, algo menos entero, todavía girando sobre el fuego.

Pyro comía, de cara a las llamas, pasando pedacitos muy finos por una abertura de su máscara. Cada tanto, aplaudía cuando caía algo de grasa o salsa y el chisporroteo sumaba al aire de la noche algo de aroma.

-¡Y tus especias son la hostia!- dijo Scout hacia su colega, con la boca medio llena.

Gritito de alegría de Pyro, brazos al aire, sonidos de asentimiento.

Sniper esperó.

Spy, luego de salir de las duchas, había ido a un depósito de cosas viejas y rotas que nadie usaba, y después había enfilado a reunirse con el resto. Su ritmo cardíaco se relajó al estar afuera, y había traído algo de vino para beber con Medic, que por una vez no se unió a la cerveza. Scout bebía cerveza con Engie y Soldier, Pyro gaseosa de colores, Demoman su scrumpy, Heavy prefería vodka y Sniper algo con hierbas.

-A veces me dan lástima, esos pobres tipos- dijo Demoman -Con un equipo como nosotros en BLU, no tienen oportunidad de ganar.

Risas en toda la ronda.

-Buena técnica de guerra psicológica, soldado. No crea que no me di cuenta- dijo Soldier, sonriendo de oreja a oreja mientras compartía algo de su porción con uno de sus mapaches.

-Bien- dijo Scout, sonriendo más que nadie, y de repente todos en el grupo supieron lo que seguía -Esta vez me toca preguntar a mí...

-Que no sea algo sobre sexo, Scout. O te aguantas las respuestas sin protestar- dijo Demoman, señalándolo con un dedo y mostrando sus dientes blancos.

-Sí, sí, ya aprendí- le respondió el aludido, y después tomó aire -Vamos con una igual de picante.

-Scout...

-Nada de sexo, ya sé. ¿Cuál fue el primer tipo al que mataron?

El fuego crujía en la noche.

-Empiezo yo- dijo el experto en explosivos -Ya estaba acostumbrado a que me dijesen cosas, sabes, por lo del ojo, mi nacionalidad y por el color de mi piel. Pero había este grupo de idiotas que no dejaban de atormentarnos al grupo de cuatro o cinco escoceses negros del orfanato, y un día agarraron a la única niña del grupo. Terminaron matándola, y no había sido la primera, pero la policía no podía hacer nada, porque eran huérfanas, claro- tomó un trago de scrumpy -Eran mayores, más fuertes que yo y nadie les ponía límites, así que un día me vieron y decidieron hacerme daño. Corrí y corrí hasta que llegamos a una vieja fábrica donde había una caldera que iba a explotar en cualquier momento, y bueno, tuvo la decencia de explotar cuando esa panda de basuras estaban cerca. Ni el diablo quiso llevárselo al jefe, porque él, que esa el más feo y malo de todos, no murió. Como ya no podía jugar a los deportes, ni pegarle a la gente, ni presumir, le dejaron de tener miedo y se le cayó el pedestal encima. Tenía... trece años, creo. Una panda menos de mierdas racistas en el mundo.

Pyro sólo miraba el fuego.

-Bien, soldado. Esos muchachos eran una vergüenza. Si hubieran nacido aquí, yo los hubiera disciplinado hasta hacerlos algo que sus madres pudieran mirar con orgullo. En batalla y fuera de ella, porque siempre hay de esos que se creen que pueden hacer lo que quieran por tener un rango militar, más a las mujeres y peor aún con las niñas. Un palazo a la cabeza y se les van esas ideas. O varios. Hasta que se les sale la cabeza. Porque alguien tiene que hacerlo. Fue a mis veinte.

Cuando se hizo evidente que no iba a seguir con el relato, Engie tomó la palabra.

-Hay drama en todas partes- suspiró -aunque esperas que entre gente con cierta formación dejen esas bajezas atrás, siempre hay alguien que disfruta de causar discordia, poner trabas a sus colegas y robarse el crédito. Y estaba este ingeniero, que trabajaba conmigo en Aperture, en el mismo laboratorio, que tenía las manos muy pegajosas y la boca demasiado floja. La gente no duraba a su alrededor porque siempre les robaba algo importante, y era el hijo de alguien del consejo administrativo que no lo quería tener cerca y el laboratorio era su lugar favorito para hacer fechorías- tomó algo de cerveza -Un día, me acusa de robarle un prototipo. Pruebo que no es así. Otro día, me acusa de haberme... propasado con una de las becarias en un congreso. No había ido a ese congreso y él sí. Lo pillé saboteando uno de mis proyectos. Toda esa sección empezó a retrasarse, el personal lo esquivaba, y un día presentó un plan basándome en mi tesis. Le dije que qué buen gusto en elegirme como base de su estudio, y les presenté a la mesa examinadora mi tesis. Dijo que él lo había escrito y le hicieron algunas preguntas. Se puso en evidencia. Y entonces empezaron a haber accidentes en el laboratorio.

Hizo una pausa.

-Accidentes que sólo me pasaban a mí, claro, cuando nadie miraba, que se volvían cada vez más peligrosos. Cámaras apagadas. Sin testigos. Me decía que iba a matarme y nadie creería que había sido él. Se pensaba muy listo. Que era inmune a los accidentes. Una pena que le tuve que hacer ver que era mortal. Y si hubiera sido algo más profesional, su invento no habría fallado, no le habría disparado, y no habría terminado esparcido en siete sitios distintos, pero así es la tecnología de tele transportación: requiere atención y delicadeza, cosas que ese muchacho no tenía. Decía que las medidas de seguridad eran para idiotas, y alguien tenía que demostrarle que por algo era mejor revisar tus inventos antes de probarlos. Lo que sí tenía era un aluvión de denuncias que su padre había ocultado. Aperture tuvo que salir a pedir disculpas y su padre dejó de formar parte del consejo administrativo. Yo tenía veinticinco entonces.

Sonrió, con dulzura.

-Lo mío fue más por no saber medir mi fuerza. ¡En serio!- dijo Scout -Como soy el menor, siempre iba con mis hermanos a algún lado, y teníamos algo que nos hacía caer en el lado malo de la gente mala. Y estaba la regla no escrita que las peleas de la calle se arreglaban en la calle, pero estos... estos nos siguieron a casa. Y esperaron. Mis hermanos mayores se habían ido, estábamos mamá y yo, y entraron con cuchillos a casa. Y nunca usábamos cuchillos ni armas de fuego, eso también era una regla no escrita, y amenazaron con marcarle la cara a mamá y cosas peores. Así que agarré mi bate y les pegué para que la dejasen en paz, pero tenían cuchillos y entonces tuve que pegarles hasta que dejaron de moverse. Me dejaron cicatrices pero a ellos les dejé huesos rotos, algunas cabezas también. Volvieron mis hermanos, uno trabajaba en una de esas fábricas donde usan ácidos fuertes. No hubo otro intento de arreglar cuentas en las casas del barrio. Tenía... quince, creo.

Medic se tomó lo que quedaba de vino en su vaso.

-Me había adelantado en la escuela de medicina- comenzó -y ejercía a los veinte años cuando otros empezaban años después. En ese entonces me valoraban más en la ciudad que en el campo de batalla. No les gustaba que un judío fuese tan bueno salvándoles la vida, o que fuera el único que tenían disponible. Así que cuando yo fui el único al que podían lastimar, me "equivoqué" en la dosis de un alto mando nazi. A la mañana siguiente yo estaba fuera del país, y él ya no estaba en este mundo.

Spy tomó la palabra.

-Había tropas en París. Los soldados eran tan amables como Medic sabe que eran- el doctor gruñó, asintiendo -No era raro intentasen abusar de su poder, más con la excusa de cazar judíos, polcaos, homosexuales y gitanos. No tenía edad para alistarme en el ejército, pero eso no me detuvo- Soldier le sonrió con aprobación, mostrando los dientes -Un grupo de chicos del barrio encontrábamos caminos, entregábamos mensajes, y cada tanto poníamos alguna clase de... inconveniente. No como una caldera que explota, no, de esas no había, pero pozos mal tapados, animales muertos que caían sobre sus cabezas, el agua que tomaban los enfermaba. París no los quería y se lo hicimos saber.

Hizo una pausa.

-Un día, entraron a una panadería y acusaron a la familia de ser judía. Decían que un pan que vendían era pan ácimo, y que eso era prueba suficiente. Mientras uno "confiscaba" el dinero del negocio, otros iban con canastas, llevándose todo lo que les daba la gana. Uno abrió la puerta del horno y tiró toda la leña y carbón que encontró, dejando que cayese sobre el suelo y los alrededores una lluvia de chispas, y luego arrojó todos los libros que encontró. El hermano de la esposa del dueño enseñaba a leer a niños con problemas de aprendizaje, otro tipo de "indeseables": los que querían gente inteligente, y los que se atrevían a nacer con algunas peculiaridades genéticas.

Hizo girar el vino en el vaso.

-Estábamos en la vereda del frente, del otro lado de la calle, y yo quería ir allá. Golpearlos con uno de los palos que teníamos escondidos, como si fuera leña. Otro de los chicos nos dijo que nos escondiésemos, que tenía un plan. Por allí cerca había uno de sus escondrijos, y nos entregó guantes, parecidos a estos- levantó la mano -Luego preguntó quiénes habían disparado un arma, y nos dio un revólver a cada uno. Escuchamos disparos, y a gente corriendo. Cuando nos asomamos por una ventana, vimos que había una niña en el suelo, con la cabeza ensangrentada, y un hombre se agarraba el abdomen, intentando ir hacia su hija. Uno de los soldados caminó hacia él con esa sonrisa de un abusón borracho de poder, y le disparó en la nuca. Dos veces.

Se tomó un trago.

-Había seis soldados, y seis éramos los que teníamos armas. Pedí al asesino de ese hombre. Mientras arrastraban a la familia de su panadería a la vereda y les obligaban a acostarse sobre el suelo, pateándoles el torso hasta que se quedaban abajo, apuntamos a sus cabezas descubiertas. Se habían sacado los cascos, así de seguros estaban de su poder. A la señal de nuestro cabecilla, disparamos, casi a la vez. El abusón cayó con un disparo en el cuello, dos con una bala en la cabeza, otros dos con heridas en las piernas y sólo uno había quedado ileso. Le disparé en el pecho y tardó en morir, gritando furioso y asustado. Los otros dos también cayeron, después de un par de disparos de mis compañeros. Cuando nadie más vino, fuimos corriendo hacia la familia y los ayudamos a irse. Y esa es la historia.

-Hombre- dijo Scout, con la boca abierta -Eso fue genial.

-Hacíamos lo que podíamos- se encogió de hombros Spy -Y después hubo represalias, pero al final los nazis perdieron la batalla.

-Bebés abusones- Heavy gruñó -Creerse fuertes con armas. En grupo. Pateando gente caída. En gulag había esos. Querían hacer daño a familia. No aprendieron hasta que aplasté la cabeza de su jefe.

-Hiciste bien, grandote- dijo Scout -La familia es importante- asintió.

-La familia es importante- lo imitó el ruso, asintiendo a su vez.

-Quedo yo, entonces- dijo Sniper -No fue nada heroico. Estaba en una competencia de tiro y había un italiano, uno de esos que abogaban por la pureza de la sangre y esas tonterías, que estaba acostumbrado a que le hicieran la corte y a que no le mostrasen lo que era la competencia de verdad. Esperaba ganar fácil. Yo no iba a deshonrar a la gente compitiendo para hacerle creer que él era bueno, y al parecer se ofendió. Le ofendió que yo jugase limpio y justo, usando mis habilidades, y decidió que iba a darme una lección.

El resto del equipo lo escuchaba con atención.

-Decidió que iba a cazarme y a darme el tiro de gracia en persona, a corta distancia, con sus amiguitos agarrándome para que no me escapase. Pues bueno, ya sospechaba de sus intenciones pero me las confirmaron, así que empezaron a tener problemas. Viajaban en tres vehículos, dos con su séquito y el tercero con el gran muchachito en persona y dos de sus secuaces. El vehículo de atrás pinchó una rueda y tuvo que detenerse. Luego el otro resultó que tenía un agujero en el tanque de combustible y se quedó atrás. Cuando el señorito llegó, sacó su arma y apuntó a la casa de mis padres. Y eso no se hace, así que le disparé a la mano, luego a un pie, y mientras los dos escoltas se iban, dejándolo solo y chillando que regresasen, avancé hacia él.

Hizo una pausa.

-Pude ver el momento en el que se dio cuenta que eso era real, que lo habían dejado solo, que el plan le había salido mal en serio, y empezó a gimotear, a maldecir, a decirme que no podía hacerle esto. Mis padres no estaban en casa esa noche: les había pagado una cena en un restaurante, ya que no habían podido celebrar su aniversario y era hora de darles algo bonito, les dije. Así que no tuvieron que escuchar al patético llorón hasta el final.

Bebió de su vaso y continuó.

-Al resto de su equipo los encontré esa misma noche, y les "expliqué" que el señorito se había ido ya, que ahí no había pasado nada, y que si mantenían la boca cerrada no les enviaba al fantasma de la familia australiana tras sus patéticos traseros.

Scout lo miró, con los ojos muy grandes.

-No hay tal espíritu, claro- risas por la ronda -Pero se lo creyeron, y después vinieron casos similares de gente similar, pero en menor escala. Y de ahí en adelante. Yo tenía... dieciséis, creo.

-Wow.

-Así que ya ves, muchacho, hay de todo en la viña del Señor.

-Todo menos vino- dijo Spy, sirviéndose lo último de la botella -Pero la cena compensa.

La historia no encajaba del todo con lo que sabía.

No se "convencía" a gente como esa, más cuando eran de otro país y a ese otro país se iban. Allí había algo extraño, algo que iba a terminar averiguando tarde o temprano. El australiano no mentía, peor no decía toda la verdad. Y eso, para Spy, era algo que no iba a tolerar.