No puedo decir que la espera me haya resultado fácil. Tres meses tuvieron que pasar para que la noche más oscura llegara y la ansiedad dentro de mí era tan constante que hasta pensé que me daría un infarto en algún momento cuando mi corazón latía con exceso de fuerza.
En ese tiempo me dediqué a surtir la lista que Ahsoka me había dejado, que incluían velas, ciertas hierbas, sales y minerales que servirían para el ritual. También pedía un objeto que hubiera estado con él en el momento de su muerte.
Una noche abrí el viejo baúl y saqué un paquete envuelto en cuero y al abrirlo me reveló su preciado contenido, el jubón que Ben llevaba el día de su muerte, lo único que pude conservar de él. La abracé fuerte a mi pecho y me recosté en la cama con él. No supe cuánto tiempo estuve llorando antes de quedarme dormida, pero sí recuerdo que al día siguiente, al despertar al alba, en la misma posición, tomé la decisión de que no seguiría en este mundo si el plan fallaba. Si Ben no volvía y Ahsoka tenía que matar al demonio con figura de Kylo Ren, yo misma me quitaría la vida en ese momento, pues cualquier esperanza para continuar terminaría ahí.
Empecé a poner todas las cosas en orden por si tenía que llevar a cabo el plan B. La herencia que me había dejado la Princesa Leia estaba prácticamente intacta y dejé un escrito en el que declaraba como mi voluntad que, si yo fallecía, una parte fuera otorgada a los sirvientes más antiguos y leales y el resto sirviera para la reconstrucción del reino y apoyo a los huérfanos que la guerra había dejado.
Unas semanas antes visité a mis amigos, Sir Poe Dameron, duque de Corellia, y a Sir Finn de la Gare, ambos los grandes héroes de la Batalla de Exegol. Dentro de mi sabía que esto era una despedida, pues aunque lograra traer de vuelta a Ben, ellos jamás lo reconocerían como Príncipe de Alderaan, por lo que tendríamos que vivir, probablemente, en el exilio.
Lady Rose Tico, mi querida amiga, también estuvo ahí. Ella era la única que sabía, a grandes rasgos, sobre la redención de Ben Solo, siendo el único consuelo que recibí en algún momento, pero no me atreví a darle detalles ni de su muerte, el lazo que nos unía o lo que estaba haciendo para que volviera del más allá.
Fueron días muy agradables, donde encontré un poco de paz en medio de la tormenta que vivía constantemente. Pero cuando regresé a Chandrila, ya no dejé que nada me distrajera de lo que iba a suceder.
Tres días antes del regreso programado de Ahsoka, llamé al Sr. Tripp al despacho del castillo y le di instrucciones de pagar por adelantado a la servidumbre dos meses de sueldo para que pudieran tomar dos semanas de vacaciones. No pidió una explicación, sólo llevó a cabo mis instrucciones y a la mañana siguiente, nada más quedaba él en el palacio.
—La instrucción iba también para usted, señor Tripp. — le dije sentada en la silla que solía ocupar Leia antes de mí.
—Con todo respeto, mi Señora, debo rechazar la oferta. — me dijo solemnemente, como siempre acostumbraba a hablar.
—Tripp, necesito que deje el castillo por unos días. Es una orden. — traté de sonar lo más severa que pude, aunque no resultó.
—Lady Rey, ¿sabe cuántos años he servido a la familia?— la pregunta me sorprendió, en parte porque no lo esperaba y en parte porque ya no quedaba nadie con vida de la familia. Sabía que era había sido mayordomo toda la vida, pero nunca me había puesto a pensar cuánto tiempo significaba eso. Ante mi silencio, continuó. —He servido a los Skywalker durante más de sesenta años, miladi. Crecí junto a Anakin Skywalker, lo conocí siendo esclavo y lo vi convertirse en un hombre de Dios y después en guerrero. Serví a la que sería su esposa, la Reina Padme Amidala. Fui testigo de su amor, el único presente en su boda. Estuve ahí cuando tomó otro rumbo su destino y se unió a las filas del emperador Palpatine. Estuve presente el día del nacimiento de los gemelos y me prometí que mientras tuviera vida, los protegería y serviría. Vi crecer a la Princesa Leia y la quería como si fuera mi hija. Guardé el secreto de su procedencia para poder estar cerca de ella en la Casa Real Organa. La observé convertirse en una mujer fuerte y valiente, como lo fuera su madre. La consolé el día que Alderaan fue reducido a cenizas. Lloré de alegría el día que supo que el Amo Luke era su hermano. Estuve ahí cuando aceptó la propuesta de matrimonio de Sir Han Solo y, aunque no era del todo de mi agrado, me regocijé por su alegría. Oí el primer llanto del Príncipe Ben al nacer y supe que era el día más feliz de mi vida. Lloré de rabia cuando él se alejó de su hogar y siguió los pasos de su abuelo y sentí que las fuerzas se me iban el día que me enteré que todos habían muerto en la batalla.
Escuché todo lo que me dijo y no pude evitar el nudo que se formó en mi garganta.
—He sido testigo de muchas cosas a lo largo de estos años. — prosiguió. —Cosas que mi razón no puede explicar, pero que jamás me hicieron cuestionar mi lealtad hacía la familia. Es por eso, que debo quedarme aquí, mi señora, pues mi lealtad es para usted y debo ayudarla ahora que encontró la forma de traer al Príncipe de regreso.— en ningún momento perdió la tranquilidad, a diferencia de mí, que casi me explota la cabeza al sentirme descubierta ¿¡cómo lo supo!?
Un escalofrío me recorrió y abrí la boca para contestar, pero me fue imposible decir nada. Estaba en shock.
—Tranquila, Ama. Es mi deber como mayordomo saber lo que ocurre entre estas paredes. Le aseguro que nadie más lo sabe y jamás lo sabrá. Ahora si me disculpa, iré a servir la cena.
Se retiró y yo me quedé un poco más tranquila. Yo no era nadie para cuestionar su compromiso y podría sernos útil un par de manos más.
Ahsoka apareció por la tarde, medio día antes de la tan esperada fecha. Esta vez llegó en una carreta de madera, jalada por un caballo y entró por la puerta principal. Cuando el Sr. Tripp abrió la puerta, yo me apresuré a explicarle pero ella solo respondió que no esperaba menos del viejo, sonriéndole en complicidad, como si se tratara de un viejo amigo. Por lo visto, había muchas cosas que yo no sabía aún.
Entre las dos bajamos varias cajas y canastas que contenían lo que nos serviría para la ceremonia y lo llevamos a la recámara principal del castillo. El Sr. Tripp había quitado las alfombras y hecho a un lado el mobiliario para que tuviéramos suficiente espacio. Ahsoka colocó varios frascos, Ramos de hierbas y flores, esencias y otras parafernalias sobre una mesa de servicio.
Por mi parte, me dediqué a dibujar un círculo de sal en el suelo y colocar las velas en el lugar exacto en que debían estar. Esto lo había aprendido con el Padre Luke y era la base para empezar a convocar a La Fuerza, el pilar de la Antigua Creencia.
—Rey, aún hay tiempo antes de comenzar. Deberías descansar un poco. — me dijo con tono preocupado. —Puedo ver que no has dormido bien y necesitarás todos tus sentidos alertas para el conjuro. —
—No creo que pueda dormir ni una hora, Ahsoka, estoy demasiado nerviosa. — y no le estaba mintiendo, pero tenía razón, esto me pasaría pronto factura y no podía arriesgarme a que fuera precisamente ese día.
—Esto te ayudará. — Me dio un brebaje que había preparado en unos minutos. — Podrás dormir por lo menos unas cinco horas y despertar a tiempo. —
Lo tomé de un solo trago y a los pocos minutos sentí que se me cerraban los ojos, por lo que me recosté en la gran cama con dosel en donde solía dormir la Princesa Leia. Cerré los ojos y de inmediato, me dormí.
Aún recuerdo perfectamente el sueño que tuve, el más tranquilo y hermoso que hubiera tenido en meses, sino en años. Leia cepillaba mi cabello, al calor de la chimenea y me platicaba los mejores recuerdos que tenía de Ben. La recordé claramente, con la bondad y la sabiduría reflejada en su rostro, con la elegancia que la caracterizaba a cada hora y ese olor a lilas que tanto extrañaba. Ella había sido como una madre para mí en el corto tiempo que había estado bajo su tutela.
Terminó lo que estaba haciendo y le volteó hacia ella.
—Lo vas a lograr, querida niña, tienes a La Fuerza dentro de ti.— fue lo único que dijo y me sentí renovada, con más energía que nunca y lista para entrar a ese portal y traer a mi príncipe de regreso a mí.
Desperté con una sonrisa. Ahsoka y el Sr. Tripp preparaban los últimos detalles. Estábamos cerca del momento.
— ¡Justo a tiempo, Rey!— pude ver que había cambiado su ropa de viaje por un vestido completamente negro.
— ¡Gracias, Ahsoka! Hace mucho que no descansaba así. — le dije con entusiasmo.
Ella me sonrió mientras me invitaba a colocarme del lado contrario a ella, por fuera del borde del círculo. Pude ver que había pintado con ceniza diferentes glifos de la lengua antigua y un círculo pequeño dentro del grande de sal, justo en medio de este.
—Rey, coloca tu cristal Kyber dentro de tu círculo pequeño. — me ordenó. Saqué del bolsillo de mi falda el cristal que siempre me acompañaba, que en un futuro planeaba incorporar a la espada que fuera forjada para mí, justo como lo marcaba la Antigua Creencia para sus guardianes.
Ella por su parte, desenfundó su propia espada y el cristal Kyber engarzado en el pomo refulgió por la luz de las velas, en un brillante tono azul, se hincó en una rodilla, sosteniéndose de la espada, fuera del círculo, de lado contrario al mío.
Yo por mi parte me concentré para empezar con el ritual. Mi corazón latía como caballos desbocados corriendo hacia casa. El momento había llegado. El reloj de péndulo marcaba cinco minutos antes de la media noche cuando la hechicera y yo empezamos a conjurar a La Fuerza.
—Rwy'n galw ac yn crio am y llu, y Credo Hynafol. Dewch atom ni, eich gweision ffyddlon, gwarcheidwaid eich hanfod, cludwyr eich pŵer. — (Llamo y clamo por La Fuerza, la Antigua Creencia. Ven a nosotras, tus fieles servidoras, guardianes de tu esencia, portadoras de tu poder). Comenzó Ahsoka a invocar en un perfecto Gaélico, la lengua de la Antigua Creencia e inmediatamente el fuego de las velas comenzó crepitar y a crecer en intensidad.
—Yn wir i'ch dysgeidiaeth, gofynnwn ichi ddangos y ffordd. Agorwch y rhwystrau sy'n gwahanu ein bydoedd. Gwnewch ni'n deilwng i wthio'r terfynau. — (Fieles a tu enseñanza, te pedimos muestres el camino. Abre las barreras que separan nuestros mundos. Haznos dignas de traspasar los límites). La seguí yo recitando de memoria el texto sagrado y conforme pronunciaba las palabras, mi cristal Kyber empezó a brillar en un hermoso color dorado, contagiando a la sal con la que se formaba el círculo en el suelo.
—Dim ond grym sy'n olau a thywyllwch, mae'n ddydd ac mae'n nos, mae'n ofn a dewrder, mae'n heddwch ac mae'n boen. Popeth sydd o'n cwmpas, bywyd sy'n dod â gobaith a marwolaeth sy'n rhagori— (Sólo la fuerza es luz y oscuridad, es día y es noche, es miedo y valor, es paz y es dolor. Es todo lo que nos rodea, la vida que trae esperanza y la muerte que trasciende). Dijimos ambas al unísono y el portal se comenzó a abrir en el redondel. Una luz cálida envolviendo las frías tinieblas se manifestó ante nosotros. No sé cómo más explicarlo, pero la ambivalencia de La Fuerza se presentó en todo su esplendor.
Ahsoka se puso de pie mientras la hoja de su espada brillaba del mismo color de su cristal.
—Es hora, Rey. Entra al portal del Mundo entre Mundos, busca y trae de regreso al Príncipe Ben. Pero recuerda, si su alma no ha sido redimida, traerás contigo a lo peor de su esencia. — Me dijo la mujer, recordándome implícitamente nuestro trato.
—Estoy segura que no será así.— No supe en que momento el Sr. Tripp se había acercado a mí y me entregó la espada que había sido forjada para mi difunta maestra, la Princesa Leia. Apenas la tuve en mis manos, el cristal que contenía resplandeció en azul.
—Tienes hasta que termine el primer minuto de la primera hora para que regresen. Después el portal se cerrará y podrían quedar atrapados. Tu cristal Kyber anclado al centro te guiará de regreso, sólo tienes que sentir su poder llamándote. — Escuché la instrucción y di un paso al frente, en el círculo.
Un segundo después, traspasé los límites del umbral, entrando a un lugar desconocido para mí.
El Mundo entre Mundos.
