Existen dos tipos de Norte, Alina. El Norte Cardinal, que es el que te guía en esa dirección – señaló un punto en el horizonte – y el Norte Verdadero.

- ¿Y ese a dónde te lleva?

- A casa.

Me habían besado antes, él mismo ya me había besado una vez. Antes de aquel beso en el lago solo había experimentado errores incómodos de la ebriedad. Esto no se comparaba en nada a eso. Era seguro, poderoso, mi cuerpo entero se sentía como si despertara de un largo letargo, mi corazón latía más fuerte, sentía la presión de la seda negra contra mi piel, la fuerza de sus brazos a mi alrededor, una mano enterrada profundamente en mi cabello y la otra en mi espalda, acercándome. Podía sentir la conexión mientas nuestros labios chocaban, su poder circulando por mi cuerpo, había necesidad, intensión… pero podía sentir algo más, algo que se sentía como ira.

- Tú… - me aparté, sobresaltada – no quieres estar haciendo esto.

- Esta es la única cosa que quiero estar haciendo – gruñó en respuesta, pude sentir la amargura y el deseo mezclados en su voz repentinamente más ronca que antes.

- Y odias eso – adiviné.

Él suspiró, se apoyó un poco más en mí y me aparto el cabello del cuello.

- Puede que sí lo odie, pero no es lo que crees – murmuró, sus labios rozando mi clavícula.

Me estremecí, quería que continuara, tomar su cabello y acercarlo aún más, pero necesitaba tener una respuesta antes de hacerlo.

- ¿Entonces por qué?

- Alina – sus labios rozaban mi piel mientras sus dedos subieron acercándose a las cintas de mi escote - ¿sabes qué me dijo Ivan antes de que subiéramos al escenario? Esta noche, los exploradores que enviamos a buscar al ciervo han descubierto la manada de Morozova. La llave para el Abismo está finalmente aquí, a nuestro alcance. Debería estar ahora mismo en la sala de guerra, escuchando su reporte y planificando nuestro viaje al norte. Pero estoy aquí, ¿cierto?

Mordisqueó mi cuello mientras yo procesaba la información, ahora me tenía contra la puerta, sus caderas presionando las mías – El problema con el deseo – murmuró acercando la boca a mis labios – es que nos hace débiles.

Cerró esa declaración con otro beso, uno mucho más apasionado en esta ocasión, aún podía sentir la ira dentro de él, pero esta vez no me importó. No me importó que se hubiera marchado, que me hubiese confundido y tampoco me importaron las vagas advertencias de Genya. Él había encontrado al ciervo para mí, había buscado en el norte por eso.

Su mano se deslizó hasta mi cadera, sentí un poco de pánico mientras veía como mi falda se deslizaba más arriba y sus dedos encontraban mi muslo desnudo, pero no lo alejé, lo acerqué más.

Antes de que la situación pudiese ir más allá, oímos un fuerte clamor de voces en el pasillo, probablemente un grupo de ebrios por el ruido que hacían, alguien chocó pesadamente contra la puerta, agitando la manilla. Nos congelamos. El Darkling se acomodo dejando que su hombro empujara la puerta de modo que no pudiesen abrirla, el grupo siguió adelante, gritando y riendo.

Hubo un silencio. Nos miramos el uno al otro, recuperando el aire, calmando el corazón. Entonces suspiró y bajó las manos, mi falda de seda cayó en su lugar sin hacer ruido.

- Debería irme, Ivan está esperando con los exploradores – murmuró y me pareció verlo por primera vez algo turbado.

Asentí y se alejó de mí, me moví para que pudiera abrir la puerta, lo hizo y se asomó para asegurarse de que el pasillo estuviese vacío.

- No regresaré a la fiesta – dijo entonces volviendo a la salita – pero tal vez tú deberías hacerlo por un rato.

Asentí, sintiéndome de pronto muy consciente de lo que habíamos estado haciendo en esa habitación oscura, consciente de que hace apenas un momento el General de los Grisha me había subido la falda casi hasta la cintura. Me ruboricé sin poder evitarlo.

- Alina – su rostro hacía que pareciera que estaba luchando consigo mismo - ¿puedo ir a tu habitación esta noche?

Vacilé. Sabía que, si aceptaba, no habría vuelta atrás, mi piel seguía ardiendo por su toque, pero poco a poco estaba volviendo a mis sentidos, y ya no estaba segura de nada. Esperé demasiado tiempo y unas voces se aproximaron por el pasillo, el Darkling se apresuró a cerrar la puerta, pero antes de que pudiera hacerlo del todo lo detuve.

- Sí.

Lo dije y empujé para cerrar la puerta, queriendo perderme adrede la expresión de su rostro al oír la confirmación. Escuché sus pasos alejarse y un momento después oí como las demás voces desaparecían, solté un suspiro largo. Tenía que volver a la fiesta ahora, él podía desaparecer, pero yo no podía darme ese lujo.

Me asomé al pasillo y me apresuré a regresar al salón del baile, deteniéndome para revisar mi apariencia en uno de los espejos dorados. No lucía tan mal, mejillas rojas, labios magullados, me alisé el cabello como pude y enderecé mi kefta, intenté poner mi mejor expresión de serenidad y volví a la fiesta.

Casi al instante de entrar me encontré con una oleada de nobles esperando conocerme y felicitarme por la demostración. Sergei corrió hacia mí con otros guardias Cardios, murmurando disculpas por perderme entre la multitud, intenté decirle que lo dejara pasar, pero insistió en permanecer a mi lado el resto de la noche, al ver la segunda oleada de nobles acercarse casi lo agradecí.

Hice lo mejor que pude para ser educada y responder las preguntas de los invitados, una de las mujeres incluso me pidió que la bendijera, no tenía idea de como ayudarla así que pase mi mano por su frente en un gesto que esperé que fuera suficiente. La emoción estaba mareándome y el champán no estaba ayudando.

- Tal vez debería dejar de beber, aunque sea una descortesía – le murmuré a Sergei que me tendía una nueva copa para brindar con los nobles.

- ¿Prefieres que te consiga algo de agua? – preguntó retirando la copa.

- Por favor.

Mientras Sergei le murmuraba algo al resto de mi guardia, en el siguiente grupo de invitados reconocí el largo rostro melancólico del Corporalki que había viajado conmigo y con Ivan en el viaje hacia aquí, el que me había protegido en la emboscada de los Fjerdanos. Intenté recordar su nombre en vano.

- Feydor Kaminsky – me ayudó haciendo una profunda reverencia.

- Perdóname – me excusé con una sonrisa de disculpa – ha sido una noche muy larga.

- Puedo imaginármelo.

- Parece que el Darkling no se equivocaba después de todo – dijo con una sonrisa.

- ¿Disculpa? – tenía los nervios un poco alterados ante su mención.

- Estabas muy segura de que no podías ser una Grisha.

- Ah bueno, intento hacer un hábito es estar completamente equivocada.

Justo en ese momento Sergei se adelantó con mi vaso de agua fría, le agradecí y los tres charlamos un poco sobre la nueva misión de Fedyor cerca de la frontera sur, pero en cosa de un rato fue alejado por otra oleada de invitados impacientes, no había alcanzado a agradecerle por proteger mi vida ese día en el valle.

Me las arreglé para hablar y sonreír por otra hora, pero tan pronto como tuve un momento libre me entremezclé entre mis guardias intentado ocultar el color de mi kefta, les dije que quería irme y nos dirigimos directamente hacia las puertas.

El frío me sentó de maravilla, las estrellas brillaban en el cielo, respiré profundamente sintiéndome mareada y exhausta, mis pensamientos parecían saltar entre la emoción, la ansiedad y viceversa. El Darkling vendría a mi habitación esta noche, la idea de ser suya envió una sacudida a través de mí. Pero no pensaba que estuviera enamorado de mí, me deseaba, sí, ¿sería eso suficiente? Entendí la ira del Darkling, sus hombres habían encontrado al ciervo, yo también debería estar pensando en el futuro, en el poder y la responsabilidad que eso implicaría, y aún así solo podía pensar en sus manos en mis caderas y la sensación de su cuerpo sosteniéndome en la oscuridad.

No estaba siendo razonable.

Cuando llegamos al Pequeño Palacio, Sergei y el resto de la guardia me dejaron para regresar al baile, el salón estaba silencioso, las luces bajas. Justo cuando estaba a punto de pasar por la puerta de la escalera principal, las puertas talladas detrás de la mesa del Darkling se abrieron, me escondí detrás de una columna, no sabía si estaba lista para verlo. Mi nerviosismo se disipó cuando noté que era sólo un grupo de soldados de camino a la salida, cuando la luz cayó en el último soldado del grupo sentí mi corazón detenerse.

- ¡¿Mal?!

Cuando volteó, pensé que podría finalmente sentir la felicidad al completo al ver su rostro familiar, sin embargo, registré su expresión sombría, esperaba que fuera cosa de la luz. Corrí a través del pasillo y arrojé mis brazos a su alrededor, recuperó el equilibrio del empujón que le di al hacerlo y deshizo rápidamente mi agarre, mirando a los otros soldados.

- Continúen – les dijo – los alcanzaré.

Se alzaron unas cuantas cejas, pero los soldados hicieron caso siguiendo su camino hacia la puerta principal. No sabía por dónde empezar así que pregunté lo primero que se me vino a la mente.

- ¿Qué estás haciendo aquí?

- Tenía que hacerle un reporte a tu señor – dijo Mal, el cansancio en su voz me sorprendió.

- Mi… ah – entonces la realidad me golpeó - ¡Tú encontraste la manada! Debí haberlo sabido.

No me devolvió la sonrisa, ni siquiera me miró a los ojos, apartó la vista de mí, adrede.

- Debería irme.

Mi alegría pasó a incredulidad, así que yo había tenido razón después de todo, Mal había terminado su amistad conmigo. Todo el enojo y vergüenza de los últimos meses golpeó sobre mí como un saco de plomo.

- Lo lamento. No quería hacerte perder el tiempo – respondí tan fríamente como fui capaz.

- No dije eso.

- No, lo entiendo. Ni siquiera te molestaste en responder mis cartas, ¿por qué hablar conmigo cuando tus amigos te esperan?

- Mi unidad apenas está en contacto con el regimiento. No recibí ninguna carta.

Más cansancio aún en su voz. Lo miré atentamente, buscando los cambios que me habían sido invisibles a primera vista. Había grandes sombras debajo de sus ojos azules, una larga e irregular cicatriz se extendía por su mandíbula. Seguía siendo Mal, pero había algo frío y duro en él, ya no se sentía familiar.

- ¿No recibiste mis cartas? ¿Ninguna?

Negó con la cabeza, manteniendo la expresión distante. Vacilé un poco, porque él nunca me había mentido antes.

- ¿No puedes quedarte un rato? No puedes imaginarte lo que ha sido estar aquí.

Soltó una carcajada ronca y sin humor, lo desconocí, y me asustó.

- No necesito imaginarlo, vi tu demostración en el salón de baile. Muy impresionante.

- ¿Me viste?

- Sí – dijo duramente – ¿Sabes cuán preocupado estaba por ti? No había forma de comunicarme contigo, había rumores de todo tipo en el ejército, hasta de que te torturaban. Y aquí estás, sana y salva. Bailando y coqueteando como una princesa mimada.

- No suenes tan decepcionado – le espeté, sentía el dolor de la decepción en mí – estoy segura de que si se lo pides el General puede organizar un encierro con algunas brasas si eso te hiciera sentir mejor.

Mal se apartó de mí frunciendo el ceño, las lágrimas de frustración pinchaban mis ojos, pero no las dejé salir.

- Yo no pedí todo esto, Mal – me miró un momento, pero volvió a desviar la mirada.

- Sé que no lo hiciste.

Otra vez la dureza en su voz, intenté acercarme para tocarlo, cuando no noté que se movería toqué su cara, mi mano encontrando su cicatriz.

- ¿Qué fue lo que te hicieron Mal?

- No puedo decirlo – cerró los ojos.

- Genya podría arreglar esto, ella puede…

Sus ojos se abrieron, quitó mi mano de su cara con fuera y comprendí que esas palabras habían sido un error. Siempre había tenido problemas con los Grisha.

- No necesito reparación.

- No es lo que quise decir…

- ¿Eres feliz aquí Alina? – sus ojos me buscaron, fríos.

- Yo… no lo sé, a veces.

- ¿Y eres feliz con él?

No tuve que preguntar a quién se refería, abrí mi boca para responder, pero no tenía idea de qué decir.

- Estás usando su símbolo – señaló, su mirada volviéndose al pequeño pendiente de oro colgando en mi cuello – su símbolo y su color.

- Es sólo ropa – me devolvió una sonrisa cínica.

- En realidad no creer eso. Las ropas, las joyas, incluso el como luces. Está en toda tú.

Las palabras parecían ser una bofetada, me golpearon como una. En la oscuridad del vestíbulo, sentí un desagradable rubor arrastrarse a mis mejillas. Ahora yo me aparté, cruzándome de brazos.

- Vi cómo te miraba – dijo él.

- ¡Me gusta cómo me mira! – prácticamente grité.

Sacudió su cabeza, quise quitarle la sonrisa de una bofetada.

- Sólo admítelo – se burló – le perteneces.

- Tú también le perteneces, Mal – le respondí de vuelta, saboreando las palabras amargas – todos le pertenecemos.

Su sonrisa cínica desapareció.

- Yo no. Nunca.

- ¿En serio? ¿No tienes que estar en algún lugar ahora, Mal? ¿No tienes órdenes que seguir?

Mal se enderezó, su expresión fría.

- Sí – dijo, y se dio vuelta bruscamente para salir por la puerta.

Me quedé ahí un momento, sintiendo como ardía de ira, la parte vieja de mí, esa que aún pertenecía a la pequeña huérfana excluida quería correr tras él y retirar lo que había dicho. Pero esa ya no era yo, así que me paré en silencio, y lo dejé ir.