Me alegra muchísimo ver cómo a ustedes les está gustando tanto la historia, me divierto demasiado escribiendo ❤❤❤❤

Muchas gracias a mi beta Ren por revisar el fic


Adicto a las Malas Decisiones

Fue hasta la tercera semana que miró por primera vez a los habitantes del dormitorio de al lado.

Eran las ocho de la mañana, había regresado de su ejercicio diario matutino y veloz por el pacífico campus de la universidad. Estaba emocionado porque hacía uso de su última adquisición completamente necesaria, un par de audífonos inalámbricos, indispensables para trotar en las mañanas. Era la primera vez que salía con ellos, tocando a todo volumen su música preferida, descartó su ropa al ritmo del bajo, abriendo el grifo de la ducha.

Y cuando estuvo por saltar en ella, la puerta que conducía al dormitorio de al lado, conectado por el baño se abrió de golpe.

Por culpa de los audífonos y la música a todo volumen, no tuvo idea qué grito salió de su laringe; pero realmente esperaba que hubiera sido un grito ronco y masculino.

El chico que lo interrumpió lo miró sin sorpresa, tal vez sólo con un leve movimiento de una ceja, enarcándola; pero no se inmutó. Itadori sujetó la blanca cortina contra su porción baja, intentando cubrirse; sacó un audífono —un poco agradecido a ser interrumpido, de otra manera habría arruinado sus nuevos y geniales aparatos con el agua de la ducha— y demandó saber:

—¡Oye, ¿qué diablos?! ¿No te enseñaron a tocar?

El polizón de duchas ajenas parpadeó tres veces —mirando a su rostro solamente— perezosamente antes de contestar.

—¿No te enseñaron a cerrar las puertas con llave cuando necesitas privacidad?

Mierda, en eso tenía un punto.

—De acuerdo, en eso tienes un punto —aceptó un poco molesto todavía, demonios, pensaba que suficientes personas lo habían visto desnudo ya; habiendo estado hundido en sus melodías, olvidó poner el pasador.

El otro chico miró tranquilamente a otro lado, allí Yūji notó las profundas sombras que rodeaban un par de ojos que parecían cansados detrás de un flequillo peinado hacia un lado; sin esperar más se retiró, dejándolo con los pelos en punta del sobresalto que había experimentado.

Con pasos tan gráciles tal ciervo recién nacido, caminó semidesnudo con su toga/cortina improvisada hasta la puerta, asegurándose tres veces de pasarle la llave antes de abrir el grifo la ducha.

La segunda vez que lo vio fue en medio de una hora libre, recién terminaba su clase de morfo fisiología I —quién iba a decir que realmente iba a tener que estudiar para graduarse de jugador profesional de béisbol—, estaba tumbado sobre una manta de picnic que Nobara había proporcionado para descansar sobre el césped recién cortado del campus. Ella hablaba ávidamente con una nueva amiga con la que compartía habitación.

—Hay un nuevo lugar que recién abrió cerca de la universidad —opinó, mientras veía un anuncio en su móvil—, dice aquí que la especialidad de la casa es té de boba de matcha.

—¿De verdad? —devolvió una chica serena de coleta alta y anteojos.

—Sí, Maki, dice aquí que han ganado campeonatos locales.

—¿Eh? —se metió Itadori—. ¿Y qué hay de los nacionales? Esos deben ser mejor.

—Deberías decir eso hasta que tú ganes un partido nacional —Nobara sacó su lengua en burla.

Yūji se levantó de inmediato, con su corazón y orgullo herido.

—Espera a verme jugar en el torneo de esta temporada —reclamó, pocas cosas realmente tocaban una fibra sensible; el béisbol era una de ellas.

—¿Te dejarán jugar, Itadori? —la de anteojos cuestionó.

Aun no le habían dado la noticia oficialmente, sin embargo, había sobresalido en todas las prácticas; recibiendo incluso efusivos elogios del jugador estrella y estudiante de último año Aoi Todou.

—E… ese el plan —dijo, aunque quiso sonar un poco más seguro.

La temporada de torneos daba inicio dentro de un par de semanas y a diferencia de antes, ahora debía esforzarse por destacar. Era claro que se trataban de ligas completamente diferentes a su secundaria, sus compañeros ya eran jugadores expertos, no podía darse el lujo de holgazanear como antes. Afortunadamente, parecía que, al menos, le caía bien al jugador estrella.

Ahí lo notó otra vez, el intruso de su ducha; mejor conocido como el vecino de su dormitorio.

—Okkotsu, ahí estás —saludó Maki—, ¿qué, Utahime finalmente los dejó ir a tiempo?

—Mi tesis acerca del nihilismo y su crecimiento en el siglo XXI como producto del golpe en la economía moderna la dejó en qué pensar —se rio—, creo que le agradó.

—Me esperaría de ti y tu curiosa manera de ver el mundo, Okkotsu —la chica de anteojos sonreía, desafiante.

El chico de mirada cansada sonrió amablemente, levantando sus dedos en un signo de «paz»; muy diferente a su primer encuentro en la ducha, pero Itadori supuso que ver a un hombre desnudo desconocido en las primeras horas del día, no debía ser razón para poner a alguien de buen humor —a menos claro que ese desconocido fuera un tal profesor de ojos como nébulas, pero estaba divagando—. Luego miró a los chicos al lado de Maki.

—Ah, es cierto —la de anteojos recordó, con una mano en su barbilla—, Okkotsu, ellos son Nobara Kugisaki y Yūji Itadori; chicos, Okkotsu Yūta, estudiante de tercer año en psicología.

—Gusto en conocerte —saludó Nobara.

—¡Ya nos conocemos! —interrumpió Itadori, y de inmediato se calló, sintiendo sus mejillas acalorarse, quizás la historia de cómo el tipo lo interrumpió en la ducha no era necesario ser compartida con todos.

—¿En serio? —quiso saber Maki.

—Eh… quiero decir… no es importante… sabes qué… mejor olvi…

—Lo vi desnudo en la ducha —informó Yūta quizás demasiado tranquilo para su gusto.

Kugisaki fue la primera en echarse a reír.

—¡Olvidé poner llave, ¿de acuerdo?!

El cacareo de Nobara solo tomó más fuerza al escuchar su patética justificación; la chica de cabello naranja se arrojó hacia atrás, sosteniendo su estómago, incapaz de controlar sus carcajadas.

—No puedo…. —se seguía riendo—… no puedo decir que me sorprenda viniendo de ti —siguió.

Yūji solo pudo cubrir su vergüenza con las manos en su rostro, ¿podría pasar un día —solo pedía un día— sin avergonzarse? Al menos Okkotsu se veía divertido con todo el asunto, mientras que Maki podía disimular la sonrisa que espolvoreaba sus labios. Yūta se sentó en la manta de picnic improvisada; al igual que los reunidos, tenía un par de horas libre.

Media hora después los acompañó Fushiguro.

—¿Entonces estudias psicología, Okkotsu? —quiso saber Itadori.

—Tercer año —asintió el pelinegro—, soy de Kioto, me transferí de otra universidad por equivalencias.

—Ya veo —se asombró.

—Maki también —continuó—. Jujutsu pertenece al top tres de las mejores universidades de todo Japón.

Itadori iba a señalar lo inspirador que eso sonaba, y que quizás debía estar más agradecido por la oportunidad que se le había otorgado. No obstante, eso lo ponía más nervioso, el deseo de mantener la beca sin ningún inconveniente era lo único que debería estar en su mente; por ese hecho solamente debía dejar de codiciar lascivamente a Gojo.

Sabía que eso solo le traería problemas, decidió en ese momento dejar todo ese juego morir ahí mismo. Antes de terminar la promesa para sí mismo, sin embargo, fue interrumpido por la ruidosa voz de un estudiante que lo notó a metros.

—¡Itadori! —gritó el jugador estrella del equipo de béisbol, agitando un grueso brazo en su dirección— ¡Hermano!

—¿Hermano? —repitió Fushiguro, con una sonrisa burlona; Yūji se encorvó, la vergüenza rápidamente comenzando a notarse en las mejillas.

—Hola, Todou —Yūji bajó la mirada, siempre tendía a sentirse un poco incómodo con la efusividad genuina del chico corpulento.

—Verte fuera del campo siempre es como un respiro de aire fresco, hermano.

—Sí, sí —regresó un poco inseguro—. Lo mismo contigo, Todou.

Sin comentar más, Aoi dejó caer su pesado cuerpo al lado de Itadori, uniéndose a ellos en su descanso entre clases. Afortunadamente, ni Yūta, ni Maki se quejaron, aunque ellos jamás le parecieron el tipo de chicos que lo harían; al contrario, al menos Okkotsu sonreía amablemente, y quizás con un poco de empatía.

—Ustedes deberían ver a mi hermano ahí afuera en el campo —Todou compartía con los reunidos, era el tipo de persona que destilaba tanta confianza que rápidamente podía sentirse cómodo con cualquiera—, puede planear cinco movidas antes que la pelota sea arrojada en su dirección. ¡Realmente asombroso!

Yūji jamás se había acostumbrado a ser halagado de esa manera, así que solo podía sonreír y ver hacia otro lado.

—Aunque —Aoi prosiguió, sereno, dando un giro de ciento ochenta grados—, aún debe mejorar muchísimo su bateo contra bolas curvas.

—Lo sé, lo sé —aceptó—, práctico todos los días, pero son difíciles de prever la dirección en la que saldrán una vez bateo —se quejó.

—Lo lograrás, hermano, estoy seguro —prometió, bendiciéndolo con un pulgar hacia arriba—. Mientras tanto, aun no es oficial, pero estoy seguro de que la otra semana anunciarán la alineación oficial de jugadores para el inicio de la temporada y tú, hermano mío, serás el único de primer año dentro.

—¡Espera, ¿hablas en serio?! —exclamó— ¡Todou!

Aoi se cruzó de brazos, esbozando una sonrisa de autosatisfacción y orgullo de tener a Itadori como polluelo bajo su ala. Yūji solo podía ver estrellas en sus ojos, la emoción rápidamente cautivando todas sus fantasías; quería salir a batear y lucirse frente a todos. Que supieran quién era la prometedora estrella en ascenso de primer año.

—Felicidades, Itadori —Fushiguro le dio un par de quedas palmadas en su espalda.

—No es oficial —volvió a advertir—. Pero yo, Aoi Todou, atestigüé que, por mi hermano, tendríamos la victoria esta temporada —se rio—. ¡Así que tienes que quedar a la altura!

—¡Lo prometo!

—¡Eso me gusta! Ahora, debemos hacer algo para consagrar este momento —se quedó pensando.

—¿Consagrar? —Maki enarcaba una delgada ceja.

—¡Una celebración! —se decidió Aoi—. Debemos celebrar esta magnífica noticia, hermano.

—¿Una fiesta? —aclaró Yūta.

—Invitaré a todos los del equipo —Aoi comenzó a hacer los preparativos antes que pudiera aceptar—. Será en la cocina comunal de los dormitorios; de todas maneras, es tradición que los chicos de primer año preparen un festín para los demás.

—¿Lo es? —quiso saber Nobara, leyendo entre líneas; miró a Maki.

La de anteojos se encogió de hombros.

—Fui transferida, así que nunca lo hice —Okkotsu a su lado solo asintió.

—Qué suerte —opinó Fushiguro.

—Está decidido, prepararás una fiesta en tu honor —decidió Todou.

Itadori solo pensaba en lo patético que era hacer una fiesta para celebrar su propio logro; pero no podía ir en contra de lo que Todou pidiera de él, su palabra tenía peso en el equipo de béisbol, y si su padrino quería una fiesta, una fiesta sería lo que tendría. Aún tenía un poco del dinero que Sukuna le enviaba para el mes, sopesaba, si era sólo el equipo de béisbol y quizás sus nuevos amigos: Maki y Yūta no necesitaría más de cuatro pizzas gigantes ¿no?

—Le diré a todos los chicos que vayan —decidió Todou—, además de los del equipo, necesitas conocer a mis amigos de otras carreras —se echó a reír—. Te amarán como yo.

—¿De cuántas personas estamos hablando? —demandó saber Megumi, la responsabilidad de la fiesta cayendo pesadamente en sus hombros por igual.

Aoi lo pensó un poco.

—Cuarenta —ofreció—…quizás cincuenta personas.

—¿Eh?

—Soy muy popular —se auto-halagó—, y quiero que todos conozcan a mi hermano.

Itadori no pudo evitar pensar que esto parecía su baile de debutante.


No esperó verlo tan pronto.

Megumi bajó las gradas de su dormitorio, su clase empezaría dentro de cuarenta y cinco minutos, sí, pero él siempre prefería llegar y tomar el asiento que más le pareciera. De todas maneras, después debía seguir con los preparativos de su… reunión para los de segundo año y hacia arriba; ahora debía mantener en mente el dinero que debía gastar para acomodarlos, comida, bebida y cosas de esa índole.

Aun así, sabía que era de suma importancia entablar buenas relaciones con los de años superiores, las conexiones lo eran todo en la vida profesional; los mejores trabajos siempre se pasaban de un: «Tengo un amigo perfecto para ese puesto…» a un «Nadie es mejor para eso que…» Aunque siempre, al final de todo, a lo que se reducía era a la aptitud y habilidad de realizar un trabajo; ¿de qué servía ser el mejor en algo, si nadie más lo sabía?

Podía forjar amistades profesionales de esa manera, por su cuenta y sin depender de la reputación de su otro apellido.

Eran los pensamientos que se pasaban por su cabeza cuando salió de los dormitorios al campus; no estaba listo para el agarre que sintió en su espalda, su mundo dio vueltas hasta que sintió la pared de la estructura a su espalda y el rostro del hermano de Itadori frente él.

—Tú… —rezongó al verlo, todo su buen humor yéndose al caño—. ¿Qué haces aquí?

—Hola para ti también —regresó el otro arqueando una ceja.

—¿Vienes a secuestrarme otra vez? —cuestionó, al menos quería que le diera un tiempo de gracia para informarle a su profesor que se ausentaría de la clase ese día.

—Suenas demasiado tranquilo —opinó Sukuna.

—Me he preparado para esto —informó, decidió preguntarle el único pensamiento que no había salido de su mente desde su último encuentro: —. De todas maneras, ¿cómo sabías que era un Zen'in? No es información que ellos desclasifiquen a cualquiera.

¿Cualquiera? —gruñó, sonreía con altanería, pero su voz bajó algunas octavas—. Elige bien tus siguientes palabras, por menores cosas he causado mucho dolor a personas.

—Tú mismo lo dijiste, ¿no? Soy un Zen'in —Megumi intentaba mantener su voz neutra, se repetía que seguía en el campus universitario y estaban a plena luz del día; Sukuna no podía hacerle daño—. ¿Cómo sabes que no me están custodiando en este momento y tú te encuentras en la mira de un francotirador?

—Porque, señorito —explicó con sorna—, si hubieras hecho eso; si realmente les hubieras avisado de tu intento de secuestro, entonces yo no estaría vivo, tampoco el mocoso de mi hermano.

Megumi chasqueó la lengua; Sukuna continuó hablando:

—Así que ahora mi pregunta —el hombre de los tatuajes se acercó más a él, intimidándolo con su sola presencia, posicionando un brazo a cada lado de su rostro; obstaculizando cualquier escape que pudiera tener—: ¿Por qué no le has dicho nada a tu familia?

Debatió si decirle que la razón por no haberlo hecho era porque quería proteger a Yūji pero sabía que Ryomen no se tragaría el cuento.

—Lo contestaré después que tú respondas la mía: ¿cómo supiste que era un Zen'in?

Sukuna rizó sus labios en un gruñido gutural, no obstante, contestó:

—Uno de mis hombres te vio salir de la mansión de los Zen'in y te siguió hasta esta universidad.

Maldita sea, incluso su casi-secuestro del día anterior fue debido a su estúpida familia. Era exactamente la razón por la que Toji siempre lo mantuvo alejado de esa propiedad, porque los Zen'in tenían tantos enemigos a su nombre como riquezas y crímenes.

—No soy uno de ellos, ¿de acuerdo? —aceptó, tal vez de esa manera Sukuna entendería que ir por él era una causa perdida—. No me reconocen como uno y mi apellido ni siquiera es Zen'in.

Ryomen se alejó de él, dándole un poco de espacio para respirar.

—Y, sin embargo, hice que te buscaran —informó el otro—. Puede que legalmente no seas Zen'in, pero tu padre si lo fue.

—Cortó lazos con la familia hace mucho.

—Y por eso lo mataron —fue más una declaración que una pregunta.

—Sí —aceptó Fushiguro.

—Fuiste a su terreno, tienes acceso a él.

—No me consideran amenaza suficiente —le hizo entender.

—Y eso es exactamente lo que necesito —Ryomen sonrió torcidamente.

—¿Eh?

—Te diré algo, puedo ofrecerte la manera perfecta de vengar a tu padre.

—¿Vengarlo? —Fushiguro jamás había pensado en ello.

—Los odias —otra declaración.

—Sí, pero-

—Quiero que me ayudes a acabar con ellos, tú serás mi acceso a esa maldita caja de seguridad.

—Debes estar bromeando —ahora Megumi se estaba asustando, la idea era ridícula—. ¿Le quieres declarar la guerra? ¡¿A los Zen'in?! Realmente estás loco.

—¿No quieres tú acabar con ellos también?

Ahí lo pensó un rato, si bien era cierto que con los Zen'in fuera del cuadro, su vida sería bordeando a lo perfecta; se acabarían los días de mirar sobre su hombro, o de la latente idea que algún día sería asesinado mientras dormía; o se eliminaría la idea que en cualquier momento detectives o policías lo llamarían a cuestionarlo para responder preguntas que jamás sabría las respuestas.

Aun así… la idea era demasiado imprudente, si llegasen a darse cuenta…

—Sólo necesito que me des acceso a ellos —explicó Sukuna—, yo haré lo demás —luego agregó—. Tampoco te delataré.

—No… no lo sé…

Si lo pensaba más, todo su cuerpo se entumecía de lo frío que se sentía, la familia Zen'in era la más peligrosa de todos los peces gordos del bajo mundo; había una razón por la que se habían mantenido al tope durante todos esos años. ¿Y quién era Sukuna Ryomen para compararse a ellos? El hermano de Itadori se miraba violento y peligroso, sí; pero eso no era suficiente para hacerle frente a la familia entera.

—Escucha, mocoso, no tengo tiempo para esto —se le había acabado la paciencia—. Piénsalo esta noche, estaré aquí mismo mañana a la misma hora, si te decides por tener las bolas de salir de las faldas de tu madre muerta entonces vendrás conmigo y me lo dirás.

Fushiguro no pudo responder; Sukuna no esperó por nada más y se giró, marchándose de la misma manera que había venido. Sin aviso, sin esperar por nadie. Dejándolo a él con un torbellino en su mente: tenía miles de miles de razones para rechazar su propuesta suicida y cuestionable, pero tenía una para aceptar.

Miró la hora en su celular y reanudó un trote para llegar a su siguiente clase, con un cansado resoplo sabía que le sería imposible poner atención a la lección; y aun debía ser el anfitrión de esa ridícula reunión con Yūji, que ahora se sentía como el problema más minúsculo de toda su vida.


Yuuji pensó que sería buena idea continuar con el juego —completamente ignorando su casi-promesa de abandonar este problemático juego— cuando notó a Gojo salir de un salón de clases; no reparó en lo irresponsable que eso parecía porque, demonios, pensar nunca había sido su fuerte; y si era completamente honesto —al menos dentro de su propio cráneo podía serlo— era que su entrepierna era quien tomaba todas sus decisiones o, al menos, el ochenta por ciento de ellas.

Salía de su clase de Filosofía de la Educación Física y Deporte, eran las cinco de la tarde y aun debía regresar a su habitación y estudiar pues debía presentar un examen corto al siguiente día de Psicología General; pero ver a Gojo en su hábitat natural era difícil de interceptar, su profesor de Historia del Arte era tan escurridizo que Yūji se terminaba preguntando si tenía otros cursos además del suyo.

Pero aparentemente sí lo tenía, porque caminaba detrás de un grupo de estudiantes por los pasillos del edificio de Arquitectura y Construcción; su clase había sido movida de su edificio hacia el otro lado del campus, cosa que Itadori agradeció, sabía que Gojo no hacía mucho en la facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte.

Sabía que casi no conocía al hombre de cabello blanco, supuso que tener sexo con alguien no era realmente «conocerlo». Había vivido lo suficiente para saber que intimidad no era lo mismo que coger; y Satoru era realmente amigable, feliz, despreocupado e inclusive bromista en algunas ocasiones; y aun así había algo que se entrometía cada vez que hablaba con él, una pared invisible pero notoria. Gojo usaba una máscara, era evidente.

A Yūji no le importaba, Satoru era sumamente interesante; y uno de sus defectos, a diferencia de su hermano, era el de no poner paredes cuando hablaba con personas nuevas y más cuando estás robaban su interés.

Así que no pensó cuando dio un salto a las espaldas de su profesor, cubriendo los ojos de Satoru y levantando sus anteojos en el camino. El albino era indiscutiblemente más alto que él así que su espalda se dobló en un ángulo incómodo cuando Yūji cayó atrás de él.

Gojo se quedó en el lugar, al estar a su espalda, Yūji no podía distinguir su expresión.

—Adivine quién —canturreó, su sonrisa se escuchaba en su voz.

—Señor Itadori —contestó.

El chico de cabello como chicle lo soltó; y con un rápido movimiento ligero, Gojo se giró para verlo, le sonreía amablemente; aunque, como siempre, no llegaba hasta sus ojos.

—¿Lo asusté?

—Te escuché venir a cinco metros —respondió riéndose.

—¿Eh? No es posible, ¿cómo?

—Tengo ojos en mi espalda —Satoru respondió tan rápido que no dejó lugar a dudas.

—¡Eso es mentira! —exclamó, como si de hecho podía ser cierto.

—¿Qué haces tan lejos de tu facultad, Yūji? —preguntó haciendo memoria que su facultad de deportes estaba lejos de la de arquitectura, este pequeño detalle no escapó de su mente. Gojo había memorizado la carrera en la que estaba—. ¿Has venido a buscarme?

Itadori supuso que eso sonaba más interesante que decir que solo se había tratado de una mera coincidencia que recibiera su clase ahí.

—Es solo que lo vi temprano mientras corría y se veía tan apuesto que debía saludarlo —se encogió de hombros, las mentirillas blancas no eran malas cuando le ayudaban a coquetear.

—Los halagos no le llevaran a ninguna parte, señor Itadori —regresó, sin embargo, esbozaba su misma sonrisa juguetona—; y tampoco a pasar mi clase.

—¿Y qué tal si realizo algunos créditos extra? —Yūji mordió su labio, sintiéndose intrépido.

Gojo no pasó por alto el doble sentido, su sonrisa se extendió el doble.

—No vas reprobando mi asignatura, Yūji —arqueó una blanca ceja, entretenido con todo el intercambio.

—Lo sé, pero nunca está de más un poco de trabajo extra, ¿verdad, profe?

—Realmente eres un chiquillo descarado —aceptó.

Itadori se comenzó a reír; mientras que Gojo miraba a todos lados, cerciorándose que los pasillos del edificio estuvieran completamente vacíos.

Su corazón comenzó a palpitar violentamente cuando sintió la mano de Gojo enrollarse en su muñeca. El albino de ojos celestes comenzó a caminar, sujetando a Yūji cerca, lo llevó hasta que atravesaron una puerta; no era un aula, pues había largas mesas metálicas por doquier, máquinas que jamás había visto antes y hornos demasiados complicados para ser de cocina.

—Guau, ¿este es el laboratorio de mecatrónica? —se preguntó en voz alta, no obstante, Gojo soltó su muñeca, inseguro de saber el porqué de sus acciones.

Itadori lo tomó como que la batuta estaba en su campo ahora; así que tomó lo primero que tocó de Satoru, en esa ocasión su corbata —al diablo si era carísima—. Saltó a la mesa de metal, sentándose de una, trajo a Gojo de la correa improvisada hasta que se parase en medio de sus rodillas.

—Yūji —llamó, su voz mucho más queda que antes: una advertencia.

—Profe Gojo —devolvió.

—Deberíamos parar esto, estamos en la facultad.

—No hay nadie aquí —aseguró.

Satoru tomó su mano y lo hizo deshacer su agarre en su corbata.

Aun al estar sentado sobre la mesa de gran tamaño, Gojo seguía siendo más alto que él; lo seguía viendo a través de esas persianas oscuras. Una pared más.

—No lo había pensado antes, pero ¿usa los anteojos aun cuando imparte clases?

—¿Qué?

—¿No es poco profesional?

—Tengo fotosensibilidad en mis ojos, la luz solar e incluso algunas luces ultravioletas dañan mis retinas.

—¿Es por eso que sus ojos son así de hermosos? —cuestionó con cruda curiosidad.

Aun así, Gojo se echó a reír.

—¡¿Dije algo malo?! —devolvió Itadori, sintiendo como sus mejillas se acaloraban con vergüenza.

—Eres impredecible, Yūji —aceptó.

—¿Es eso bueno?

Satoru asintió, llevando el dorso de su mano hasta sus labios en un esfuerzo por cubrir sus carcajadas melódicas.

—Me mantienes en las puntillas de mis pies —aceptó su profesor.

—Mucho mejor que todos esos chicos que ha recogido antes en bares, ¿no?

—Sigues siendo un bastardo —las risas de Gojo se tornaron más fuertes.

—¡Vamos! ¿Puede culparme?

—Te dije que era la primera vez que lo hacía.

—Puede ser que tenga esta cara de bebé, pero no nací ayer, profe.

—Primero que nada, auch, eres cruel Yūji. Segundo: No suelo recoger estudiantes nuevos en bares.

Itadori hizo un puchero, nada convencido por la explicación de su profesor.

—Ni siquiera tomo alcohol —confesó Satoru.

—¿Qué hacía ahí entonces?

Esa vez pareció pensarlo un poco más, las bromas ingeniosas dejadas atrás; Satoru lo estaba pensando seriamente. Su tersa piel se arrugaba en su entrecejo y los labios rosas se fruncían en concentración; Itadori había comenzado a balancear sus pies hacia delante y atrás, la mesa era tan alta que se encontraban colgados.

—Quería una tarde para despejar mi mente, cambiar de aires por una noche sin pensar en nada y me terminé topando con el chico más lindo que he visto.

Podía ser que el chico de cabello rosa no fuera un genio, pero sabía que las palabras de Gojo no eran completamente honestas; Yūji era apuesto, él mismo lo sabía -no importaba cuanto Sukuna lo ridiculizara con sus estúpidos sobrenombres- sin embargo, que ¿Satoru hubiera estado en ese bar justamente para caer rendido a sus pies? No era tan inocente como para creer que el amor a primera vista existía.

—¿Debería creerle?

—¿Me viste tomar algo toda esa noche?

En realidad, Itadori no lo había hecho, pero de nuevo, no había estado completamente en sus cabales por la velada. Aun así, algo en sus palabras le hacía confiar en él, y si era honesto, era un poco reconfortante pensar que Gojo no se acostaba con un estudiante por año como una especie de ritual de inicio de curso.

—Pues mala suerte, porque yo sí estaba buscando un profesor para acostarme y así pasar una asignatura con honores y subir mi promedio.

Satoru se carcajeó nuevamente, Yūji se encontraba cada vez más disfrutando esa armonía.

—Mala suerte —devolvió—, te encontraste meramente con el de una asignatura optativa.

—¿Mala suerte? ¿Se ha visto en un espejo?

—No voy a contestar eso —decidió.

—Se me ocurre una manera para callarme, profe —Yūji volvió a tomar la corbata del mayor y la haló, trayendo el enorme cuerpo de Gojo, inclinándolo para acercarlo a sus labios.

Satoru se detuvo a medio camino, riéndose entre dientes tomó su mano en la suya nuevamente, deshaciendo el insistente agarre del chico con cabello de algodón de azúcar.

—Y esa es la razón por la que debemos parar esto, Yūji.

—¡Oh, vamos! ¡Usted inició esto! —el arrebato fue inmediato e Itadori no lo pudo controlar, pero demonios, nada era más insoportable que quedarse con bolas azules.

—Fue un lapso de juicio —se justificó.

—Podría tener otro aquí —ofreció cruzando sus piernas detrás de Gojo, encerrándolo con su agarre—, un lapso de juicio, quiero decir.

Esa vez el albino no se alejó y Yūji sintió el tamborilear de su pecho hasta sus orejas; así que por tercera vez tomó la corbata de Satoru y comenzó a tironearla, halando su cuello, forzándolo a inclinarse, acercando más su rostro hasta el de Itadori. Ahí el chico tuvo una traviesa idea, con un movimiento rápido tomó los anteojos de Gojo en sus manos, dejando una vía libre entre sus ojos y las piedras preciosas de su profesor.

Satoru fue sorprendido en el camino, el chico solo se regocijó con sorpresa al descubrir que su profesor había bajado al menos una porción de la pared que mantenía a su alrededor.

Se miraron a los ojos, un hechizo se posaba entre ambos, sus cuerpos caían en el mismo baile que poco a poco ambos se iban memorizando sin intentarlo.

—Yūji —segunda llamada de atención, su voz mucho más ronca que antes, mezclada con algo que hacía sus entrañas tiritar.

Satoru olía igual de exquisito que siempre, realmente, su profesor era un deleite para todos sus sentidos: vista, oído, tacto, gusto y olfato.

—Satoru —se atrevió a llamarlo por su nombre, tirando un poco más de él, disfrutaba como Gojo no oponía fuerza.

Llegó a sentir el dulce aliento en su rostro, centímetros sobre sus labios por un efímero momento; hasta que de golpe su profesor se alejó de él. Retrocedió dos pasos, que con sus enormes piernas se traducía a metro y medio; Yūji abrió su boca, decepcionado y un poco indignado, pensó que sus coqueteos estaban teniendo éxito ahí.

Antes que la primera queja saliera escuchó pasos venir de la entrada, y menos de un segundo después el cabello como carbón de Megumi se asomó por la puerta.

Gojo lo había escuchado.

—¿Profesor Gojo? —entró, mirando a todos lados.

—¡Fushiguro! —exclamó, esperaba que su amigo tomara su sobresalto como sólo un saludo, pero lo cierto era que Itadori agradecía estar sentado sobre la mesa, sus rodillas no paraban de tiritar.

—¿Yū…? —su amigo estaba perplejo al verlo—. ¿Itadori, qué haces aquí?

—Estaba… estaba hablando con el profe Gojo, ¿Qué haces aquí?

Se mortificó en su mente, esa era la facultad de su amigo, era evidente la razón por la que él estaba ahí; ¿Qué excusa podía tener Itadori?

No obstante, su amigo contestó.

—Me dijeron que el profesor Gojo debía estar en una de estas aulas, lo llevo buscando media hora.

—¿Me necesitas para algo, Fushiguro? —preguntó el hombre alto, Itadori se sorprendió al ver su corbata en perfecto estado, ni siquiera tenía idea cuándo Gojo la había arreglado.

—Sí —si su amigo había visto algo extraño entre ellos no hizo ningún comentario, para Itadori eso sólo era para lo mejor y para lo peor al mismo tiempo—. Profesor Gojo, necesito comunicarle que Itadori y yo —pausó, intentando encontrar las mejores palabras para decirlo—… organizaremos una pequeña reunión en el comedor comunal de nuestro edificio. Usted es el profesor supervisor de los dormitorios masculinos por el mes, así que debo informarlo y pedir su aprobación.

—¡Fushiguro, eso era lo que yo estaba haciendo! —miró con urgencia a su profesor.

—Sí —Gojo siguió su juego—, Itadori estaba diciéndome de esa pequeña fiesta.

—Exacto, los chicos de primero siempre son los elegidos para organizar una fiesta para sus mayores.

—¿En serio? —Megumi parpadeó un par de veces.

—Sí, sabía que el profe Gojo era el supervisor —explicó, era la mejor excusa que podría haber pedido, y mataría dos pájaros de un solo tiro—; y estaba a punto de decirme que sí, ¿no, profe?

Si quería que ambos estudiantes se largaran de ahí inmediatamente no tenía más remedio que aceptar la salida fácil que Yūji magnánimamente había abierto para él. Además, el chico de cabello rosa también quería acabar con esa incómoda posición cuánto antes.

—Sí —aceptó Gojo, sus labios se contorsionaban en una sonrisa forzada pero sus ojos lanzaban una roja advertencia en su dirección; el chico le devolvió el gesto lo más inocente que pudo—. Eso era lo que estaba hablando con, Itadori, las reglas básicas para que lleven a cabo dicha «reunión»: Dentro del campus universitario están completamente prohibidos alcohol y drogas, ¿de acuerdo? Y deben mantenerlo con bajo volumen, es de mala educación mantener despiertos a los demás habitantes del dormitorio que no quieran ser parte.

—No se preocupe, profesor —aseguró el pelinegro—, lo realizaremos el viernes.

—Hay algunas clases el sábado por la mañana —amonestó.

—¡Entendido! ¡Capisci! —exclamó, lanzándose de la mesa y cayendo de golpe al piso—. No elevaremos el volumen, terminaremos temprano —contó con sus dedos todas las reglas impuestas mientras se dirigía a la salida, tomando la manga larga de Megumi en el camino para llevárselo—, nada de alcohol y drogas —Fushiguro se dejó llevar y cuando estaban fuera de la habitación exclamó—. ¡Nos vemos, profe Gojo!

Cuando llegaron a salir del edificio y la fresca brisa del campus chocó con sus acaloradas mejillas pensó en que no había alcanzado a ver la expresión en él; aunque, ya no importaba. Sin embargo, una parte de Itadori quiso haber presenciado el visaje de Satoru al notar que —sin haberlo querido y por completo accidente— Yūji se había quedado con los anteojos de su profesor.


Su trabajo como anfitrión no consistió en más que en comprar una docena de pizzas y de conseguir algún equipo de sonido —que tomó prestado del apartamento de Sukuna, pero él no tenía por qué enterarse—, suficientemente sencillo; el alcohol había sido terminantemente prohibido, pero cuando tomó un poco del vaso plástico que le ofrecieron pudo saborear el veinte por ciento de una bebida carbonatada el otro ochenta de ron.

No preguntó nada, solamente dio otro sorbo, si algo había aprendido de su hermano, era que, si no sabías nada, entonces no estabas cometiendo perjurio en un interrogatorio.

—Hermano, hermano, ven acá —llamó su pariente postizo Todou—, quiero que conozcas a algunos amigos.

Sí, definitivamente era su baile de debutante.

—Ellas son Mai, Kasumi y Momo —señaló a tres chicas paradas lado a lado.

Kasumi tenía una cascada de cabello liso y flequillo cortado diagonalmente; Momo era la de menor tamaño, aunque sus dos coletas rubias la hacían parecer más alta de lo que en realidad era. Mai, tenía cabello corto y una mirada que se le hacía muy familiar.

—¿Él es quién según tú será la estrella del equipo cuando te vayas? —Momo cuestionó con tono escéptico—. No parece la gran cosa.

Yūji sonrió un poco nervioso, no solía presumir de sus proezas o sus fuerzas; así que solo se rascó la cabeza y se encogió de hombros. Si había un momento para hablar, ese era cuando se encontrara en el campo, con un bate en sus manos; su abuelo siempre lo dijo: manda al diablo a los demás con tus acciones.

Su hermano había sobreentendido que con acciones se había referido a sus «puños».

—¿Eh? No seas mala, Momo —intervino Kasumi, aunque luego se disculpó por haber sonado «cruel»—. A… apuesto que es muy bueno, si Todou responde por él.

—O caerá desde el alto pedestal que lo ha puesto —opinó Mai, riéndose.

Itadori se rio con ella, porque no sabía que más hacer.

—Oigan, oigan, arpías; excepto tú Miwa —se disculpó rápidamente el grandote—, tengan mucho cuidado con mi hermano, estoy seguro de que él será mi sucesor cuando yo —pausó un momento y una reluciente lágrima bajó por su ojo derecho, hasta el ángulo de su mandíbula—… no me encuentre con ustedes.

—Solo te vas a graduar, Todou, deja de ser tan dramático —se quejó Momo.

La risa burbujeó como un mecanismo de defensa, tan falsa como la carne de la pizza que tenía en su mano, en la misma que sostenía el vaso con su inocente bebida casi no alcohólica.

—Si me disculpan, debo buscar a mi compañero de cuarto —dijo, inclinando su cabeza, un minuto más y combustionaría.

—Hermano, espera, aún debo presentarte a mis amigos del equipo de básquetbol —la voz fue en decrescendo, a medida Itadori aceleraba su paso para alejarse de los cuatro.

Se acabó la pizza de un mordisco, y le dio otro sorbo a su ron con Coca-Cola;la música no era lo suficiente fuerte como para ahogar el zumbido de las voces en la fiesta y no había realmente nadie bailando; Yūji pensó que era una tarde amena, y si así sería toda su vida en Jujutsu, no estaba para nada mal.

Sintió una presión momentánea en su antebrazo y fue tirado hacia un lado; estaba por protestar hasta que advirtió el rostro agrio de Fushiguro, sus ojos le estaban gritando mientras que un tipo hablaba plácidamente sin parar.

—Sí, bueno, mira —interrumpió su amigo al otro tipo—; quiero presentarte a Itadori, es mi compañero de habitación. Yūji, él es Noritoshi Kamo —se acercó a su oído y susurró entre dientes apretados—: Saluda y sácame de aquí.

—¡Hola, Noritoshi! —saludó, intentando mantener templanza para no estallar en carcajadas—. Soy Yūji Itadori, tengo una beca deportiva.

—Ah —musitó, Itadori intentó no ofenderse a la evidente decepción del chico con ojos rasgados y cabello negro—, gusto en conocerte Itadori. Le estaba comentando a Fushiguro aquí, que me encuentro en mi cuarto año de Negocios Internacionales, verás, mi meta es asumir el control de los negocios de mi familia ya que…

Miraba los labios de Noritoshi moverse sin parar, y, sin embargo, no podía animarse a ponerle atención a sus palabras; no era capaz, su cerebro ya estaba frito por un día completo de clases, y lo que sea que había sido ese encuentro con su profesor de historia del arte.

No tenía idea qué expresión usaba, pero sabía que tenía que ser similar a la de Megumi.

—Noritoshi, deja de atormentar a los chicos de primero —intervino una firme voz, cuando Yūji giró su rostro se encontró con Maki y a su lado Nobara—. No les interesa saber de los Kamo como a ti, créeme.

—Para tu información, es una de las familias más antiguas de Japón, los Kamo fueron los principales comerciantes de plata por sedas china en el...

—Siglo XV —terminó la chica de anteojos—, ya nos contaste la historia —sonreía desafiante—; ahora si me permites, me llevo a estos pichones.

Dio gracias a cualquier deidad que estuviera escuchando cuando, al mismo tiempo, un chico de cabello negro y coleta alta llamó por Kamo y se disculpó fuera de la conversación, no sin antes dedicarle una última mirada a Maki, fastidio mezclado con repugnancia.

Cuando quedaron a solas con su compañero de habitación, Fushiguro dejó caer la máscara estoica, usaba una expresión positivamente exhausta.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Yūji.

—Siento que he corrido un triatlón —confesó—. No soy bueno para conocer personas nuevas.

—Es de esperarse —opinó Maki—, algunos chicos son insufribles.

—¿Es cierto lo que decía de su familia? —quiso saber Itadori—. ¿De los Kamo?

—Sí —respondió la de anteojos—, pero te aconsejaría apartarte de él, por lo que he aprendido: entre más vieja es una familia, es más peligrosa.

—Guau —se maravilló el chico de cabello rosa—, ¿como en las películas?

Maki se rio entre dientes.

—Sí, Yūji —Nobara puso sus ojos en blanco, burlona—, como en las películas.

—¡Oye! —regresó—. No aprecio tu tono en este momento.

Megumi resopló.

Kugisaki y Maki los llevaron a un sillón en la esquina, en donde reconoció a Yūta, Panda y Miwa.

—Oh, Yūji, Megumi —saludó el enorme chico—. Me preguntaba cuando se acordarían de nosotros.

—Lo sentimos, Panda —Itadori se rascó el cuero cabelludo—, ¡no tenía idea que habría tantas personas! Aun no conozco ni siquiera a la mitad y la otra que Todou me presentó, ya no los recuerdo. ¡Ah! Excepto a ti Miwa —aclaró.

Ella se rio, sus largos listones de cabello meciéndose con el compás.

—Todou es muy popular —dijo Kasumi como cuestión de hecho—, pero tiene un gran corazón; aunque Mai diga que eso lo haga ingenuo.

—No —musitó un chico al lado de ella que Itadori no había notado antes, usaba una bufanda que cubría la mitad de su rostro, su cabello era tan rubio que bordeaba a lo platinado y tenía profundos ojos púrpura—; fuerte.

—Inumaki tiene razón —opinó Yūta—, ser bueno no es sinónimo de ingenuo, en todo caso, exponerte de esa manera y abrirte con las personas, sin miedo a ser lastimado, te hace muy fuerte.

—¿Entendiste eso con solo esa palabra? —cuestionó Kugisaki.

Yūta se rio, las esquinas de sus ojos arrugándose.

—Somos compañeros de habitación, nos conocemos muy bien —informó—, él es Toge Inumaki —presentó—. Toge, ellos son Megumi, Nobara y Yūji.

—¿Eh? ¡Eso significa que eres nuestro vecino también! —Itadori conectó los puntos—. ¡Gusto en conocerte!

Toge lo señaló sin previo aviso, mirando de reojo a Okkotsu.

—Sí —se rio Yūta, entendiéndolo—, él es el señor exhibicionista de al lado —se rio.

Itadori se cubrió el rostro, atormentado; jamás superaría esa vergüenza, ¿verdad? Al lado de Toge, Miwa se veía completamente mortificada, sintiendo cada fibra de la pena ajena hacia Yūji. Ni un segundo después, su salvador y verdugo: Todou, llegó para halarlo del brazo y llevárselo lejos otra vez.

Después de lo que tuvo que ser cerca de veinte presentaciones de Aoi a extraños, el reloj marcaba las «2:30am». El chico de cabello de algodón de azúcar se encontraba exhausto, sentado en el sillón de la esquina, la multitud se había afinado y parecía que marcaban los últimos minutos de la fiesta. Él se encontraba al lado de Miwa, Yūta, Maki y Toge.

—¡Qué emocionante! —se maravillaba Itadori—. Estudias artes interdisciplinarias.

Kasumi se rio, un poco tímida.

—Sí, con una especialidad en artes plásticas. Es mi tercer semestre, así que aún tengo mucho que aprender —comenzó a juguetear con un mechón de su cabello, sus mejillas se difuminaron con un rosa pastel, como quien tiene un secreto guardado, pero está emocionado por decirlo—: Este inicio de curso tenemos un nuevo profesor, es muy apasionado con lo que hace, así que estoy emocionada por estudiar bajo su tutela.

—¿En serio?

—Sí, Historia del Arte.

—¡¿Eh?! —la boca de Yūji se movió más rápido que su cerebro—. ¿El profe Gojo?

Miwa se llevó sus delicadas manos a su boca, una mariposa descubierta; sus mejillas profundizaron su carmín.

—Qui… quiero decir que… eh… es un docente muy interesante y- y sabe muchas cosas… ah…

—Uh, tienes razón, el profe Gojo es muy inteligente —concordó el de cabello rosa.

—Debes estar bromeando —interrumpió Maki.

—¡Muy inteligente! —exclamó Miwa, dejando su timidez atrás, a su lado; Yūji vio de reojo como la de anteojos bufaba, Yūta solo se dedicaba a sonreír—. ¿Lo conoces?

—Eh… Sí, recibo Historia del Arte como optativa, es mi primer semestre; por eso no somos compañeros.

Itadori supuso que era mejor guardar el secreto de qué tanto conocía a Satoru.

—¡Oh! Es muy interesante, ¿verdad?

—¡Interesantísimo! —exclamó el de cabello rosa.

—Mátame —susurró Maki.

—¡Debes saberlo! El profesor Gojo está organizando un proyecto en el museo de Tokio, serán calificados como horas sociales.

La idea sonaba apeteciblemente encantadora, de esa manera podría subir su promedio en las materias fuera del deporte, avanzaría con cumplir las trescientas horas sociales que le eran requeridas al terminar su carrera y tendría más tiempo ameno —no para comérselo con los ojos— con el profe Gojo.

—Kasumi, ¿hablas en serio?

—¡Será en el museo de Arte Metropolitano de Tokio, empieza la otra semana, puedes inscribirte mañana!

Miwa resplandecía de la emoción, parecía que su pasión sí eran las artes plásticas o su profesor de Historia del Arte.

No importaba, debía anotar mentalmente dirigirse al edificio de administración el siguiente día —es decir ese mismo día— a primera hora y asegurarse de conseguir un cupo en la actividad de Satoru. Después de todo, pensó con una sonrisa, es lo que un buen estudiante haría ¿no? Iría en ese mismo instante, tenía tanto alcohol en su sistema que si supiera donde Gojo vivía, iría ahí e intentaría besarlo.

Marcadas las «4:30am» ya era oficialmente sábado en la mañana, y finalmente todos parecían marcharse; dejando a su paso cajas vacías de pizza, vasos de cartón arrojados y varias bolsas de frituras vacías que Yūji no tenía idea de dónde habían salido. No se fijó en qué punto de la fiesta había rellenado su vaso de ron, pero todo el mundo se movía de lado a lado —y definitivamente no era él quién se mecía—.

En un punto de la alborada sabía que se había despedido de la mayoría de sus nuevos amigos; Kugisaki había «cerrado sus ojos solo por un momento» en el sofá. Maki la había querido convencer de que debían retirarse a sus dormitorios, pero Nobara clamó que ella podía controlar su alcohol. Yūji se acercó a zarandearla quizás un poco más fuerte de lo que una chica debía ser tratada.

—Ya te dije que saqué al perro… —murmuró, mitad en el más allá de los sueños, mitad con Itadori.

No se necesitaba ser un genio para saber que la chica de cabello naranja no estaba en condición de caminar hasta su dormitorio; así que hizo lo que cualquier príncipe azul borracho haría: se lanzó a Nobara al hombro y salió del comedor comunal. Supuso que, si tuviese problemas por meter a una chica a su dormitorio, Gojo era su testigo; él tenía más que suficientes pruebas que alegarían que Yūji tenía preferencia por los chicos.

Llegó hasta el segundo piso —tambaleando por diez minutos en las escaleras, alguien debía reparar ese ascensor cuanto antes, demonios—; Kugisaki babeaba plácidamente en su hombro. Megumi caminaba bastante sobrio detrás de él.

—Fushiguro —llamó, elevando su voz para oírlo sobre el zumbido de su cerebro, articulando cada sílaba para ignorar que su boca se sentía llena de algodón—, dormiremos… dormiremos en la misma cama, ¿de acuerdo?

—Lo que digas, Itadori —avisó—, ah, mierda, olvidé mi móvil en la mesa… ahora regreso. Intenta… intenta no matar a Kugisaki lo que resta del camino, ¿de acuerdo?

—¿De acuerdo? —arrastró las palabras como alfombra polvorienta—. ¿De acuerdo? ¡Soy un… caballero, Fushiguro! —su lengua estaba tan pesada que se negaba a moverse—. ¡Un caballero!

El pelinegro se había marchado sin ponerle atención.

—Un caballero, lo juro —siguió repitiendo su soliloquio intoxicado.

—Oye, caballero —Kugisaki llamó su atención, sus palabras se tropezaban con sus labios—, ¡intenta no gritar en mi oído!

—¡Bah! Deberías agradecerme, Nobara, incluso te dejaré dormir en mi cama, ¡sabes lo mucho que se me dificultó convencer a Megumi de compartir la cama con él!

—¡No te pedí nada!

Ambos borrachos comenzaron a argüir, cuando Itadori terminaba su parte del debate, ya había olvidado lo que había dicho. Así que cuando metió la llave en la puerta, discutían sobre qué sabía mejor el mochi o el dorayaki.

Se sobresaltó cuando la puerta fue abierta sin tocar la cerradura; en su estupor alcoholizado, sus ojos se sentían particularmente pesados; y sólo alcanzó a ver dos pares de zapatos que salían de su dormitorio y un saludo.

—¡Gran fiesta, nos vemos Itadori! —se despidieron los extraños.

Yūji no identificó su voz, y en ese momento seguirlos con la mirada sonaba tan innecesario como dormir con zapatos puestos. Se encogió de hombros y entró, arrojando a Kugisaki de golpe a la cama y luego él hacia la otra vacía. Si ese par había tenido sexo en su habitación, Itadori al menos prefería que hubiesen utilizado la cama de Megumi.

Las alarmas en su cerebro no sonaron y antes que su compañero de habitación llegara, se hundió en sueños.


Eran las nueve de la mañana cuando su despertador comenzó a cantar; la estridente música avisándole que debía volver a la vida y ser un estudiante responsable. Fushiguro se apretó las cuencas de sus ojos con los talones de sus manos, intentando despertar su cerebro. Se congeló cuando sintió un cuerpo revolverse a su lado; entre la neblina de sueños se giró para ver una maraña de cabellos rosas; y se relajó al recordar todos los sucesos de la noche pasada y cómo Itadori había terminado ahí.

Hizo una mueca al sentir el aroma etílico viniendo de su amigo inconsciente; no podía decirse que estaba sorprendido, era evidente que Yūji no se ponía límites lógicos aun si su vida dependiera de ello. Tampoco podía culparlo, si el chico de cabello rosa tenía libre todo el día, podía darse el lujo de quedarse desmayado en su cama. Y aunque Megumi no había probado una gota de alcohol en toda la fiesta, no se distinguía por ser una persona madrugadora, tardándose más de veinte minutos una vez despierto para reunir todas sus neuronas y hacerlas funcionar.

—No… no… dile que yo lo consigo —murmuró Itadori en la almohada que le había robado a Fushiguro en el pasar de la noche—, el… profe Gojo tendrá que aceptar la pintura…

Megumi lo miró con extrañez, pero decidió que era mejor ignorarlo. Si tenía que cuestionar cada palabra, decisión o acto de Yūji jamás terminaría teniendo tiempo libre. En la cama de al lado Nobara seguía dormida como un tronco.

El azabache se desesperezó, su clase comenzaba en una hora, le daba suficiente tiempo para darse una ducha y caminar hasta la facultad; pasaría por la cafetería cerca de su dormitorio por algún emparedado para comer. Habían conseguido un minibar para su cuarto, pero sin importar cuanto Kugisaki les rezongaba que se consiguieran algo de comida, el aparato permanecía vacío la mayoría del tiempo, a veces, con pizza a medio comer o comida china del día anterior.

Así que cuando salió del baño, sus cabellos rebeldes apelmazados en su rostro y las gotas cayendo, volviendo su piso una pista de patinaje derretida; abrió la puerta de la pequeña nevera —más por reflejo que por esperanza de encontrar algo para desayunar— y se sorprendió al ver que, de hecho, no estaba completamente vacía.

Alguien había dejado una caja de pastelillos de chocolate.

Anotó mentalmente que debía preguntarle a Yūji si había prestado su llave en algún punto de la noche. No obstante, no era un asunto urgente; Megumi decidió que, para mala suerte del anónimo que dejó su comida en su dormitorio, ahora, por derecho, les pertenecía a Itadori y él.

Tomó uno y salió de su habitación.

Los dulces no eran particularmente su comida por elección, pero disfrutó del sabor aterciopelado y suave del chocolate. Se lo terminó de comer en tres mordidas, justo antes de entrar a su clase sabatina.

Cuando la lección había avanzado una hora se sintió somnoliento, no recordaba la última vez que se sintió relajado de esa manera. Como si todos los pensamientos contrarios sobre todo y a la vez nada finalmente se pusieran de acuerdo en solo poner atención en clase.

En un punto entre la hora y media y dos horas se encontró teniendo dificultades en ver al frente.

Parpadeaba una, dos, tres, cuatro veces, como si eso lo hiciese enfocarse; sin embargo, el pajarillo fuera de la ventana estaba recogiendo ramilletes; quizás para un nido, quizás para enamorar a su pareja. Los colores en su plumaje eran tan vivos que Fushiguro pensaba que solo tendría que estirar su mano y lo tocaría.

Poniendo a prueba su teoría, alargó su brazo, solo para ser detenido por el vidrio; aun así, siguió intentando, sus dedos chocando con la ventana con suavidad. Sin embargo y para su confusión, el cristal no desaparecía. Recordando que estaba todavía en clase, dirigió su mirada al frente, el profesor hablaba en otro idioma, Megumi pensó que parecía árabe.

Qué extraño, debieron haber informado que la clase sería en otra lengua.

Y hablando de lengua, sentía la suya como algodón.

Perdió la noción del tiempo, pero supo que había terminado al ver a todos sus compañeros pararse y guardar sus pertenencias. Arqueó una ceja y se frotó un ojo cuando uno de ellos guardó una flor que cambiaba con los colores del arcoíris en su bolso.

Al lado de la ventana voló un cóndor con una cola semejante a la de un pavo real.

De acuerdo, algo muy extraño estaba pasando.

Salió con prisa fuera del aula, y de inmediato un fuerte olor a grama recién cortada se apoderó de su nariz. El cantar de los pájaros era tan ruidoso que no le permitía escuchar nada más. No era que le asustara, no sentía miedo ni pánico; y de hecho, nunca se había sentido tan despreocupado.

Aun cuando un elefante rosa con tatuajes tribales lo seguía de cerca.

El sesenta y tres por ciento de su cerebro le decía que eso debía ser algún espejismo, pero el otro treinta y siete por ciento no podía importarle una mierda. Una hoja que caía de una rama muerta lo cautivó por completo, sus ojos hicieron vals hasta que tocó el suelo; una gruesa bota negra terminó pateándola, Megumi sintió una punzada en su pecho, por esos cortos segundos se había apegado a esa hoja marchita.

Las botas terminaron parándose frente a él y Fushiguro subió sus ojos hasta el pantalón negro, luego a la camisa vino de mangas largas y finalmente la expresión amarga de…

—El hermano de Itadori —saludó el azabache.

—Sukuna —corrigió el hombre delincuente.

—Sukuna, hermano de Itadori —repitió—, ¿siempre has tenido cuatro ojos?

—¿Uh? —se burló—. Cómo sea, no tengo tiempo para esto, ¿vienes o eres un cobarde?

Megumi cerró sus ojos, tomando su barbilla con su puño, meditando las palabras del otro, intentando recordar a qué se refería; sin embargo, su mano le robó su completa atención: nunca había notado qué tantas arrugas y líneas tenía cada falange en donde se flexionaba.

—Oye, pequeño idio… —comenzó Sukuna, pero antes que terminara su insulto Megumi había tomado su rostro en sus manos, al pelinegro le había parecido como mármol y quería descubrir si la piel era dura, fría y lisa como la piedra.

Tocó la piel con su dedo hasta sentir el pómulo debajo, Sukuna sólo lo miraba como si finalmente se había vuelto loco.

Se miraron a los ojos por un segundo.

Hasta que el hermano de Itadori interrumpió en carcajadas, alejándose de su agarre; Fushiguro quedó estático, con las manos estiradas como si siguiera tocando a un maniquí invisible.

—Chico, estás drogado —seguía estallando en risas burlonas.

—¿Qué? No.

—Tus ojos están tan rojos como la mierda.

—Pero no he fumado nada.

Las risas de Sukuna se tornaron más ruidosas.

—Espero que esto haya sido obra del mocoso —se burló—, drogando a su compañero de habitación, ¿por qué no fue así de divertido en el apartamento?

—¡El pastel! —Fushiguro finalmente pudo conectar los puntos, alguien había dejado esos brownies especiales en su refrigerador y ahora podía meterse en muchos problemas si algún compañero o docente sabía de su estado—. Mierda… necesito, necesito sentarme.

Se dispuso a sentarse en el suelo, pero el otro tomó un puñado de su camisa, forzándolo a permanecer de pie.

—Escúchame, mocoso de mierda, mi tiempo es oro; solo vine para cumplir mi palabra, ¿me ayudarás o no?

Sonaba como una perfecta vía de escape, no quería regresar a su habitación y ser atrapado por Yūji, Nobara, o peor alguien más en su camino; lo único que sabía debía hacer era salir de inmediato del campus universitario. Si era descubierto por algún catedrático, lo obligarían a tomar un examen de orina, lo que llevaría a su suspensión o peor: verificación de antecedentes y todos sabrían que tenía lazos con los Zen'in.

—Solo vámonos —ordenó al hombre más alto que él, comenzando a caminar, pidiendo en su mente ir en la dirección correcta de donde Sukuna venía.

Lo que no planeó, fue caminar sobre arenas movedizas, o eso le gritaba su mente; el hombre de cabello rosa terminó alcanzándolo. Fushiguro terminó por tropezarse con una piedra, perdiendo su equilibrio hacia adelante.

Su caída fue detenida por un brazo frente a él; Sukuna lucía más molesto con los segundos. Aun así, siguió caminando, adelantándose y maldiciendo bajo su aliento.

—Hombre, no tengo tiempo de ser la niñera de un crío, muévete antes que Yūji termine por asomarse.

Cuando terminó finalmente por encontrar el automóvil de Sukuna, quizás el pensamiento más lógico desde que se comió el pastelillo vino a su mente; sacó su teléfono celular y después de olvidar cinco veces su contraseña —y esperar a que el aparato se desbloquease—, le mandó un mensaje a Itadori, escribiendo completamente en mayúsculas:

«NO TOQUES LOS BROWNIES.»


¿De qué me sirve tener un fic con la palabra "Cocaína" si no puedo hacer a Megumi comerse un brownie especial? xd

Espero que les haya gustado~

Me divierto demasiado escribiendo esta historia ❤

Intentaré tener el siguiente capítulo pronto!

Nos leemos luego~