LET IT BE.

CAPÍTULO PRIMERO.

"¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!"

Venecia gruñó mientras se removía entre su colchón. Su tía llamó otra vez a la puerta y fue entonces cuando se dio cuenta que Harry, su gemelo, estaba de pie y se había dado un golpe en la cabeza. Intentó reprimir el bufido de diversión que iba a escapársele y en su lugar, recompuesta y mirándolo con la cara más seria que podía, le preguntó:

"¿Vas a algún sitio?" Harry no le contestó, solo la miró entrecerrando los ojos imaginando formas de asesinarla mientras dormía.

"¡Arriba!" Chilló de nuevo su tía, y esta vez, fue el turno de Venecia de dar un salto donde estaba. Harry, aun sobándose donde se había pegado el golpe, sonrió de lado, a lo que Venecia respondió inmediatamente sacándole la lengua.

Ambos escucharon los pasos de su tía en dirección a la cocina y después el roce de la sartén contra el fogón. Venecia gruñó de nuevo mientras presionaba la cara contra la almohada y Harry intentó recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente. Pero antes de que pudiera recordar ninguna imagen claramente, su tía volvió a la puerta.

"¿Ya estáis levantados?" Quiso saber. Venecia rodó los ojos mientras Harry la miraba divertido y respondía:

"Casi"

"Bueno, daos prisa, quiero que alguno de los dos vigile el bacon, y no os atreváis a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy." Venecia volvió a gruñir. Si no supiera mejor, Harry habría confundido a su hermana por un perro en ese momento. "¿Qué habéis dicho?" Gritó con ira su tía desde el otro lado de la puerta. Venecia rápidamente se puso en pie junto a su hermano y empezó a hablar.

"Nada, nada… El cumpleaños de Dudley… ¡yay!" Venecia echó una rápida mirada a su hermano, que de repente estaba más blanco que la tiza de las pizarras del colegio. Venecia no tuvo que pensar mucho para darse cuenta que su gemelo probablemente había olvidado el cumpleaños de Dudley. La verdad es que no le sorprendía, al fin y al cabo, no era la primera vez que la fecha se le escapaba al alguno de los dos, pero, honestamente, Dudley llevaba toda la semana presumiendo y molestando a los hermanos por la cantidad de regalos que recibiría ese día, ¿cómo había podido olvidarlo?

A veces, Venecia se sorprendía de lo empanado que estaba su hermano

Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Venecia le entregó un par que había encontrado debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, Harry le dio a Venecia unos que había detrás de la aspiradora. Harry y Venecia estaban acostumbrados a las arañas y demás insectos, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellos, y allí era donde dormían.

Cuando Harry terminó de vestirse salió al recibidor para darle espacio a Venecia para cambiarse. Teniendo en cuenta lo pequeño que era el armario y lo torpe que era la chica, los hermanos habían seguido ese orden desde hace años.

Cuando Venecia entró en la cocina, se encontró con la mesa casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley y a su hermano ocupándose del bacon en la sartén. Se apoyó en uno de los pilares de la cocina con las manos detrás de la espalda mientras se fijaba más en detalle en lo que consistía la pila de regalos de Dudley ese año.

Lo primero que llamó su atención era el ordenador de primera generación del que llevaba hablando meses, después sus ojos viajaron hacia donde había un televisor y una bicicleta de carreras, Venecia resopló en disgusto mientras se acercaba a su hermano para ayudarle a poner los cubiertos.

La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Venecia, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry, pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.

Aunque Venecia intentaba muchas veces defender a su hermano, los casi 100 kilos de su primo eran demasiado para ella y la mayoría de veces que había intervenido entre los dos, Harry acababa peor de lo normal, así que, si la cosa no era muy seria, se dedicaba a esperar hasta que la luz se fuera o los muebles se movieran para que su primo dejara en paz a su hermano.

Harry y Venecia tenían un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde esmeralda. Harry llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz, mientras que Venecia, tenía la suerte de haber heredado buena vista.

Lo único que a los gemelos les gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago, aunque a Venecia le diera repelús que hasta en eso fueran iguales. Las tenían desde que podían acordarse, y lo primero que recordaban haber preguntado a su tía Petunia era cómo se las habían hecho.

"En el accidente de coche donde vuestros padres murieron" Había dicho. "Y no hagáis preguntas."

'No hagáis preguntas': ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley. Sino, Venecia, habría preguntado hacía milenios como es que era que, por un accidente de coche, Harry y ella compartían una cicatriz.

Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.

"¡Péinate!" Bramó como saludo matinal. "¡Y tú también!" Dijo cuando sus pequeños ojos de cerdo se enfocaron en Venecia. Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo, y luego, como quien no quiere la cosa, recordaba a Venecia la existencia de los cepillos y peines. A Venecia le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados, al igual que a Harry, aunque ella lo tenía a la altura de los hombros.

Harry le había pasado el turno con la sartén a Venecia que estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre.

Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito. Harry decía a menudo a Venecia que Dudley parecía un cerdo con peluca.

Venecia puso sobre la mesa los platos con huevos y bacon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.

"Treinta y seis" Dijo, Harry y Venecia se miraron y ambos tuvieron que reprimir la urgencia de rodar los ojos. "Dos menos que el año pasado."

"Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá" Venecia volvió a resistir, esta vez las ganas de vomitar cuando escuchó a su tía hablar en un tono tan dulce a Dudley, como si tuviera la edad cerebral de un caracol. Aunque ahora que lo pensaba, probablemente estaba en lo correcto.

"Muy bien, treinta y siete entonces" Dijo Dudley, poniéndose rojo. Harry, que podía ver venir un berrinche de Dudley a tres kilómetros de distancia, comenzó a comerse el bacon lo más rápido posible y cuando Venecia notó esto se sentó rápido y cogió una tostada en su mano para untarle mantequilla, por si Dudley volcaba la mesa. Tía Petunia también sintió el peligro a la misma vez que los gemelos, porque dijo rápidamente:

"Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito?" (Arcada de Venecia, sonrisa de Harry) "Dos regalos más. ¿Está todo bien?" Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente:

"Entonces tendré treinta y.. treinta y.."

"Treinta y nueve, dulzura" Dijo tía Petunia al retrasado de su hijo.

"Oh" Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano. "Entonces está bien." Tío Vernon rió entre dientes.

"El pequeño tunante quiere que le den lo que vale igual que su padre. ¡Bravo, Dudley!" Dijo Vernon y revolvió el pelo de su hijo.

Cuando Venecia pasó por al lado de Harry para recoger lo suyo y lo de su hermano en el fregadero (hoy le tocaba a ella fregar los platos), Venecia le recordó a Harry en un susurro que según lo que sabían, nadie nunca le había regalado estiércol de vaca a tío Vernon.

Al final, Harry y Venecia tuvieron que acompañar a sus tíos, a Dudley y a su asqueroso mejor amigo Piers al zoo, que era donde los Dursley pensaban celebrar el cumpleaños de su hijo.

Aparentemente, los gemelos Potter no tenían donde caerse muertos tras la llamada de la Señora Figg, una vecina muy amable que se quedaba con ellos cada vez que los Dursley salían de casa y querían ignorar una vez más la existencia de Harry y Venecia.

Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas; Harry, el ayuntamiento, Venecia, el banco y Harry y Venecia eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los motoristas.

"...Haciendo ruido como posesos esos gamberros" Dijo mientras una moto los adelantaba.

"Tuve un sueño sobre una moto..." Dijo Harry recordando de pronto. Venecia abrió mucho los ojos de repente.

"Una moto que estaba volando" Dijeron a la vez los gemelos, Harry mirando a su hermana que asentía varias veces. Dudley y Piers se miraron como si los hermanos tuvieran lepra y se echaron un poco más hacia la otra ventana.

Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry y a Venecia:

"¡LAS MOTOS NO VUELAN!" Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes. Dudley y Piers se rieron disimuladamente.

"Ya sabemos que no lo hacen" Dijo Harry, Venecia continuó con impaciencia.

"Sería sólo un sueño raro o algo." Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry y/o Venecia hacían, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.

Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Venecia qué quería antes de que pudieran alejarse. Le compraron un polo de limón, que era más barato. Aquello tampoco estaba mal, pensó Venecia, chupándolo mientras su hermano intentaba convencerla de que lo compartieran.

Fue la mejor mañana que Venecia y Harry habían pasado en mucho tiempo. Tuvieron cuidado de andar un poco alejados de los Dursley, para que Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a pegar a Harry y a burlarse de Venecia. Comieron en un restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminarse el primero, mientras Venecia lo miraba con cara de asco. Más tarde, los gemelos Potter, coincidieron en que debían haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.

Después de comer, fueron a ver los reptiles. Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y troncos. Dudley y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida. Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de su piel.

"Haz que se mueva" Le exigió a su padre. Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió. "Hazlo de nuevo" Ordenó Dudley. Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió durmiendo. "Esto es aburrido" Se quejó Dudley.

Se alejó arrastrando los pies. Harry y Venecia se movieron frente al vidrio arrastrando los pies y miraron intensamente a la serpiente, después se miraron el uno al otro. Ellos sabían que si hubieran sido ellos quienes estaban allí dentro, sin duda se habrían muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para despertarlos: al menos, ellos podían recorrer el resto de la casa y jugar con una baraja de cartas olvidadas de tío Vernon cuando los Dursleys se iban a la cama.

De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de los gemelos. Guiñó un ojo. Harry y Venecia la miraron fijamente. Luego Venecia echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien los observaba. Nadie les prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también les guiñó un ojo. La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Venecia y a Harry una mirada que decía claramente:

"Me pasa esto constantemente."

"Lo sabemos." Murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaban seguros de que la serpiente pudiera oírlo.

"Debe de ser realmente molesto." Dijo Venecia, y la serpiente asintió vigorosamente.

"A propósito, ¿de dónde vienes?" Preguntó Harry, Venecia rodó los ojos a inconsciencia de su hermano, pero antes de que la chica le diera un cogotazo y señalara la tarjeta de información, la serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio. Harry miró con curiosidad. 'Boa Constrictor, Brasil.'

"¿Era bonito aquello?" Venecia no esperó a que el reptil hiciera nada, ahora si le dio el tortazo. Su hermano se giró hacia ella molesto antes de volverse de nuevo hacia la serpiente, que educada como ella sola y para nada molesta con Harry como estaba su hermana ante la falta de tacto, Harry leyó entonces en la tarjetita que hacía horas que su hermana trataba que leyera: 'Este espécimen fue criado en el zoológico'.

"Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?"

"Que genio, Sherlock" Dijo Venecia mientras se cruzaba de brazos contra el cristal y miraba a la serpiente, quien si no supiera mejor, creería que le estaba sonriendo.

Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.

"¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!" Dudley se acercó contoneándose lo más rápido que pudo.

"Quita de en medio" Dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry se tambaleó y chocó con su hermana que también perdió el equilibrio y al final ambos acabaron cayendo al suelo de cemento.

Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror. Harry se incorporó y ayudó a Venecia que había caído bajo él a levantarse, después, ambos se quedaron boquiabiertos: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas. Mientras la serpiente se deslizaba ante ellos, los gemelos habrían podido jurar que una voz baja y sibilante decía: "Brasil, allá voy... Gracias, amigos."

El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.

"Pero... ¿y el vidrio?" Repetía. "¿Adónde ha ido el vidrio?"

El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry y Venecia habían visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de Tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había intentado estrangularlo. Pero lo peor, para los Potter al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:

"Harry y Venecia le estaban hablando. ¿Verdad, Harry? ¿Venecia?"

Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse a los gemelos. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.

"Id... alacena... quedaos... no hay comida" Pudo decir, antes de desplomarse en una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy. Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando tener un reloj para salir a comer, mientras Venecia se sentaba a los pies del colchón y repasaba los eventos del día con el entrecejo fruncido.

Habían vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podían acordarse, desde que eran unos meros bebés y sus padres habían muerto en un accidente de coche. No podían recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaban su memoria durante las largas horas en su alacena, alguno de los dos, o los dos incluso a la vez, tenían una extraña visión, unos relámpagos cegadores de luz verde y un dolor como el de una quemadura en sus frentes. Aquello debía de ser el choque, llegaron a suponer, aunque no podían imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podían recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenían prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa. Cuando eran más pequeños, los gemelos soñaban una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevarlos, pero eso nunca sucedió: los Dursley eran su única familia. Pero a veces pensaban (tal vez era más bien que lo deseaban) que había personas desconocidas que se comportaban como si los conocieran. Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un sombrero violeta los había saludado, cuando estaban de compras con tía Petunia y Dudley, después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también los habían saludado alegremente en un autobús cuando iban de camino a la escuela. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, les había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry o Venecia trataban de acercarse. En el colegio, Harry no tenía amigos y Venecia solo tenía alguna que otra compañera que no era del todo insoportable, pero por lo general, se solía quedar pegada a su hermano como con superglue. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry y Venecia Potter, con sus ropas viejas y holgadas y, en caso de Harry, sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.