Hola! Me comentaron algo de AO3, donde al parecer habría una comunidad más numerosa de JonSa. Me acabo de crear la cuenta, pero todavía no voy a subir nada porque primero tendría que ver cómo funciona y eso.
De cualquier manera, espero que disfruten el capítulo. A mí me importa poco si me leen muchos o no. Sólo tengo que disfrutarlo, el resto viene solo.
Besos!
CAPITULO 3: Lobos
A medida que se aproximaban a las montañas el viento parecía azotar con la fuerza de un tornado. El clima se tornaba cada vez más seco y frío, haciendo la travesía más complicada y peligrosa que antes. Las montañas estaban allí, listas para ser cruzadas. Pero Sansa imaginaba los pensamientos de Gendry mucho antes que éste abriera la boca para decirlos:
—Deberemos cruzarlas a pie. Los caballos no podrán cruzar con nosotros a cuestas, es demasiado rocoso.
—Y rodearlas nos llevará días —continuó Sansa, contemplando la larga cantidad de montañas unidas en hilera por kilómetros.
—El viento solo empeora ahí arriba —le comentó él, con una mueca de inquietud.
—Podré soportarlo —lo tranquilizó ella—. No es eso lo que me preocupa. Estas montañas son conocidas por ser el refugio de muchos animales salvajes, como los lobos huargos. No podremos defendernos de una manada completa. Si la noche nos toma por sorpresa, no podremos refugiarnos en ninguna cueva. Están infectadas de bestias.
—Muy bien. Entonces será rodearlas —asumió él, perfectamente decidido ante tan atemorizantes predicciones.
—No. Es demasiado tiempo —sentenció ella, decidida a lo contrario y con la mirada fija en las temibles montañas.
Él la miro con una desaprobación evidente.
—No puedo ponerte en peligro. Si lo que dices es verdad...
—Lo es, lo estudié cuando era una niña —le afirmó, mirándolo con fijeza, y con una calma que inquietaba al consejero de sobremanera.
Gendry había servido a su Reina el tiempo suficiente para conocerla bien. Sansa no doblegaba su mirada y no cambiaba de opinión. Él confiaba en ella, porque la experiencia le había enseñado que nunca se equivocaba cuando tomaba una determinación. En esta ocasión no parecía tener intención alguna de cambiar de parecer respecto de cruzar las montañas. Sin embargo, esta vez no era un simple asunto político el que fijaba la determinación de Sansa. No se trataba de la construcción de un edificio o el cambio de cultivos de una temporada. En ésta ocasión era su propia vida la que corría peligro. Gendry era un hombre de sentimientos básicos pero honrosos. No necesitaba pensar demasiado las cosas para saber cuándo iban a funcionar o no, y esa era una de las principales razones por las que su puesto como consejero encargado de las construcciones todavía le era propio; él era instintivo y rápido.
La más mínima posibilidad de peligro para Sansa era el equivalente a la pérdida de un reinado entero del cual ella era la cabeza y principal líder. Sin ella, pereciendo de un momento al otro, también podían perecer miles de familias. No era solo la vida de Sansa. Eran todas las personas que se escudaban tras su liderazgo.
—No podemos ir por ahí —la voz de Gendry parecía endurecerse con el viento cortante, haciendo eco entre las montañas.
Ella lo miró con la fiereza de un lobo, pero él no se inmutó.
—¿Creiste que te lo estaba preguntando? Te recuerdo que no te traje aquí para que me des órdenes, sino para que me asistas sólo si es necesario.
—No me importa —Gendry sentía que el corazón le latía fuerte, pero no podía mostrarse endeble a sus órdenes. Con una sola mirada ella podía intimidar al hombre más fuerte. Sansa simplemente arqueó su ceja mientras lo observaba con una calma amenazante y engañosa.
—¿No te importa lo que diga tu Reina?
Él tragó saliva. Arya siempre le había parecido la Stark más complicada y dura, pero ahora, estando cara a cara con Sansa se daba cuenta lo equivocado que estaba y la verdadera razón por la cual ella era tan buena para ocupar el lugar que tenía.
—Es más importante la vida de la Reina que su orden —replico, corriendo los ojos unos segundos. Sentía que si no lo hacía ella iba a travesarlos desde donde estaba. Ni siquiera la veía parpadear.
La joven camino los pocos metros que los separaban sin temblar su semblante. Él la observaba paralizado. Se colocó frente a frente con él y elevó un poco su cabeza para mirarle fijamente los ojos desde su propia altura.
—¿Y sino, qué pasará? —lo desafió, dándose la vuelta y yendo directo a las majestuosas e imponentes montañas, que se erigían a su derecha.
En un impulso de último recurso Gendry la tomó de la muñeca. Ella paró su marcha y volteó a mirarlo lentamente. Sabía que sus intenciones eran buenas, pero no soportaba que pusieran sus decisiones en duda.
Sólo con observar su expresión Gendry se doblegó a su voluntad. La soltó inmediatamente y la dejó continuar su camino en silencio. Por supuesto, siguió su marcha tras suyo, rezándole a todos los dioses nuevos y los viejos que esa no fuera la última travesía que tuviera por delante.
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Sansa sabía en su raciocinio más básico que lo que estaba haciendo era una locura. Era arriesgado e ilógico, iba contra sus instintos más básicos de supervivencia. Sin embargo, su corazón, desde lo más adentro de su ser, le imploraba que las cruzara lo antes posible. Era para ella más imperioso decirle a Jon todo lo que necesitaba y, principalmente, protegerlo. Sansa se sentía, por primera vez en muchos años, abrumada e incapaz de dar con una solución sola a todo lo que se avecinaba. No sabía cómo iba a afrontar todo con Bran tan al Sur y Arya en esas condiciones. Necesitaba a su familia. Lo necesitaba a él. Pero más importante, necesitaba advertirle. La ansiedad se hacía protagonista en su estómago, quemándolo, mientras pensaba en la posibilidad de perder al único hombre que quería tener a su lado en ese momento.
Sintió pena por Gendry y por hablarle de esa manera, pero no iba a permitir que se pusiera en el camino más rápido a encontrarse con el último Targaryen vivo. Sentía el pesar y la preocupación de él a su espalda a medida que atravesaban aquellos caminos sinuosos y llenos de nieve. Los caballos eran imposibles de ser montados, debían arrastrarlos a pie.
Sansa se preguntaba de dónde había salido aquel egoísmo repentino que la abrumaba y en razón del cual estaba poniendo en peligro la vida de uno de sus más fieles consejeros. Suspiraba y tragaba saliva, aguantando las ganas de darle la razón y seguirlo en el rodeo de las montañas. Simplemente no podía esperar.
—Sansa —irrumpió él en medio de aquel silencio sepulcral en el cual habían estado sumidos la última media hora. Ella volteó hacia él inmediatamente. Estaba apuntando hacia el suelo, un hundimiento a su lado.
Ella se acercó lo más rápido que la nieve se lo permitió. La superficie se tornaba más compleja a medida que avanzaban y los pies se le hundían hasta el tobillo. La nariz la tenía rojiza y los ojos cada vez más vidriosos. Las bestias que habitaban la montaña iban a ser nada comparado al clima que los azotaría en la noche si no se apuraban.
Cuando Sansa llegó al lugar que Gendry apuntaba, tragó saliva con nosotros preocupación. No lo pudo disimular.
—Son heces de lobo huargo. Están frescas —remarco él con obviedad. Sansa sabía lo que eso significaba.
—Hay una manada cerca. Debemos apurarnos.
—Exacto. En marcha —contesto él con sequedad. Sansa sintió su notorio descontento con toda la situación y cerro sus ojos por breves segundos antes de seguirlo.
La marcha intensificó su velocidad, pero no dejaba de ser lenta. Los caballos no podían caminar adecuadamente entre tanta nieve y para ellos también era difícil.
La oscuridad se acercaba lentamente y con ella todos sus peligros. Sansa iba caminando un poco más atrás que Gendry, concentrada en sus pasos, cuando él paró en seco.
—No te muevas —le ordenó con sigilo, tan despacio que su voz se mezclaba con el viento.
Sansa desvío sus ojos más allá, donde él tenía dirigida su atención. A lo lejos se observaba un lobo huargo gris, que los miraba con recelo. Les gruñía, estático desde donde se encontraba, varios metros hacia delante.
Duraron varios segundos así, hasta que el lobo comenzó a marchar hacia ellos.
—Gendry... —pronunció Sansa, temerosa.
—No te muevas —repitió el, a punto de sacarse el hacha que tenía colgada en la espalda desde que dejaron Winterfell.
El animal comenzó a correr a una velocidad inconcebible, de un momento al otro. Gendry sacó el hacha con rapidez y la arrojó sobre el animal, que torpemente intentó esquivar pero no lo hizo a tiempo. Gendry sonrió con su victoria, pero Sansa dirigió su mirada hacia la izquierda, desde donde otro animal se estaba aproximando. El aliento se le entrecorto ante el peligro inminente y lo empujó, corriéndolo de un ataque apremiante. Gendry cayó al suelo confundido.
El lobo consiguió presionar la larga extensión del abrigo de Sansa y la tiró al suelo, golpeándose la cabeza con una rama que se encontraba allí. Se desorientó, quedando tendida sobre el suelo sin conocimiento. Gendry reaccionó rápidamente y ésta vez saco un cuchillo que contenía en su cintura, llevado más para cortar comida que para defenderse de bestias.
El lobo había despedazado por completo el abrigo de Sansa; se lo había arrancado antes de que se cayera.
Gendry se abalanzó hacía él aprovechando su descuido. El animal estaba por arremeter contra Sansa cuando el joven se tiró sobre su lomo y le clavo el filo cortante del cuchillo en el cuello. El lobo cayó rendido, tiñendo del rojo más carmesí la nieve.
—¡Sansa! —gritó, arrodillándose a su lado, acariciándole el rostro e intentado hacerla reaccionar.
Ella abrió los ojos de golpe, asustada. Él colocó su mano sobre su hombro, calmándola.
—Tranquila —le dijo, sonriéndole mientras examinaba su cabeza y no veía nada de qué preocuparse—. Están muertos —le señalo.
Sansa se reincorporó con lentitud, todavía un poco turbada. Luego miró a Gendry. No pudo evitar escapar una lágrima.
—Lo siento, Gendry —le pidió—. Te puse en un enorme peligro. Debí escucharte cuando me lo dijiste.
Él le sonrió y sacudió la cabeza. A pesar de todo, seguía siendo tan amable y gentil como siempre. Se puso de pie y la ayudó a hacer lo mismo. Se dirigió al lobo que contenía su hacha y la sacó de una sola vez. La gentileza y fuerza bruta de Gendry se complementaban de una forma muy extraña pero armoniosa.
—No debemos pensar en eso ahora. Si tú consideras que debemos llegar a Jon lo antes posible, entonces haremos eso —sentenció con una amabilidad que hacía sentir más culpable a Sansa—. Pero debemos tener cuidado. Eran lobos jóvenes, no muy grandes. Bastante torpes, porque de ser adultos no hubiera sido tan fácil matarlos. Deben haberse separado de la manada para cazar.
—Eso significa que el resto debe estar cerca —concluyó Sansa, mirando a su alrededor con el corazón galopante.
Los nervios la invadían. Podían ser presa fácil en cualquier momento. Apenas faltaban dos horas para la noche completa.
—Debemos seguir —le dijo ella, caminando a él. Luego se detuvo y presionó su sien, sintiendo un fuerte mareo y jaqueca.
—No creo que puedas continuar en ese estado —observó él, visiblemente preocupado.
—Entonces ayúdame. No podemos permanecer aquí, ni muchos menos volver después de todo lo avanzado —le pidió ella, consciente de su estado. Sentía que iba a perder el conocimiento en cualquier momento.
Él se acercó a ella con el ceño fruncido, realmente preocupado por su estado. Se quitó su propio abrigo y lo puso sobre sus hombros al percatarse que el animal le había despedazado el suyo. La abrigó y luego paso su brazo por abajo de su cintura. Ella coloco su brazo por arriba de su hombro sin decir otra palabra. No tenían tiempo para formalidades. Si no se apuraban estarían en grave peligro.
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Había pasado una hora y el sol prácticamente estaba en su último punto luminoso. Gendry no sólo llevaba a Sansa, que cada vez se sentía más mareada, sino también a los caballos unidos por una cuerda, con su mano libre. Tenían suerte de tenerlos con vida todavía, pues los lobos no se habían percatado de ellos. Sin embargo, las cosas podían cambiar con una manada completa.
Gendry miró hacia tras por un segundo y se percató de todos los kilómetros que llevaban recorridos. Era increíble lo mucho que habían avanzado en pocas horas, a pesar del estado de la joven. Se dio cuenta de su fortaleza, ya que no le había pedido descansar ni un segundo desde que habían enfrentado a los lobos. Él sabía que ella estaba mareada y adolorida, porque la veía cerrar los ojos con fuerza cada tanto y hacer muecas de dolor, pero nunca la escuchó quejarse. No le cabían dudas de que Sansa era una mujer excepcional.
Estaban llegando a una zona alta, pero que les permitiría cruzar al otro lado con más facilidad, cuando unos rugidos por detrás les llamaron la atención. Gendry volteó lentamente su cabeza y vio a cinco lobos huargos detrás suyo. En menos de un segundo había otros tres por delante. Ninguno de los dos pudo moverse un centímetro. Sentían que el corazón se les había paralizado. Los caballos, por otro lado, no paraban de quejarse y querían escaparse. Gendry los soltó con el miedo de provocar a los lobos más de lo que ya estaban.
Uno de los caballos logro escurrirse entre los lobos y desapareció en el camino al otro lado de la montaña. El otro no corrió con esa suerte. Dos lobos lo despedazaron antes de que pudiera hacer diez metros seguidos.
Otro de los lobos comenzó a aproximarse a una velocidad alarmante. El primer instinto de Gendry fue cubrir a Sansa con su propio cuerpo, aunque sabía que no serviría de nada. Los dos estaban muertos desde que habían pasado esa montaña.
Sansa cayó al suelo con el peso de Gendry y todo se oscureció para ella. Pensó que eso era todo, que era su final. Las lágrimas se le escaparon mientras pensaba en Bran, en Arya y por último, en Jon, que nunca llegaría a ser advertido de lo que estaba pasando con Drogon y de las peligrosas palabras de Arya. Mucha gente iba a morir porque ella no había sido capaz de superar esa travesía. Un fuerte dolor se apoderó de su corazón, pensando en que jamás volvería a ver a nadie de los que amaba, y que quizás Jon no se enteraría de su muerte hasta mucho tiempo después. Sería enterrada en la nieve y, seguramente, olvidada. Winterfell perecería en poco tiempo.
De pronto, un ruido volvió a Sansa a la realidad. El alarido desconsolado de un lobo la despertó, abriendo los ojos de par en par mientras observaba una flecha que había atravesado el cuello del que los estaba por atacar primero.
—¡Gendry, mira! —lo llamó, y él también volvió a la realidad.
Un hombre pelirrojo, enorme y de rostro reconocible para Sansa estaba a lo lejos, atacando a flechazos a otros dos lobos.
—¡Tormund! —sonrió exaltada. Nunca había estado tan feliz de ver a ese hombre.
Otro de los lobos que estaba rodeándolos iba a atacarlos, pero un lobo que había salido de la nada misma y tan blanco como la nieve, lo interceptó de pronto y le destrozó la mandíbula en menos de un santiamén. Sansa frunció el ceño al observar el actuar de dicho lobo, que parecía estar protegiéndolos.
—¿Acaso ese es...? —susurró Sansa, con el corazón a punto de salírsele.
—¡Sansa!
Los ojos de la Reina se abrieron como dos esferas enormes; vidriosas y esmeraldas, buscando los suyos. Volteó su cabeza en dirección a su voz y lo encontró.
Cabalgando un caballo negro, tan oscuro como sus ojos. Su cabello, más largo que nunca, pasando sus hombros, ondeaba con el viento con una furia encantadora. Su rostro, tan pálido y joven como siempre. Parecía no haber envejecido ni dos días siquiera.
Seguía siendo un caballero imponente y fuerte, tan noble como siempre.
—Jon...
El susurro con el nombre del Targaryen se esfumó en el viento. Sus ojos se encontraron en el medio de la nada. El paisaje parecía haberse desnudado intempestivamente. Los sonidos se habían apagado, solo escuchaba su respiración. Ella nunca imaginó la impresión que él le iba provocar al verlo después de tanto tiempo. No esperaba encontrarlo allí, de esa manera.
Vio el asombro entremezclado con una desconcertante preocupación en sus ojos, pero también pudo observar cómo una sutil sonrisa se dibujaba en sus labios.
Él también la había extrañado.
Cuánto la había extrañado.
