—3—. DE RUBORES Y NEGACIONES.
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Ginny estaba intrigada. Por qué precisamente Draco se había quedado con Hermione en el pasillo era todo un misterio. En otro tiempo, él hubiera pasado de largo aunque miles de Hermiones se le cruzaran por el frente, ni la alzaría a ver, más que para insultarla, por lo que no podía sacar de su mente que ellos tenían una actitud algo cohibida, como si estuvieran a punto de confesarse algo pero que habían sido descubiertos antes de tiempo.
—Sólo nos sonreímos a modo de saludo —le había dicho Hermione cuando se quedaron a solas.
—Y… ¿desde cuándo te sonríes con ese hurón? Que yo recuerde, él no se sonríe con frecuencia y menos con gente como tú… sabes bien a lo que me refiero, no me pongas esa cara.
—Ginny, en serio. No fue nada. Coincidimos. Si ya no hay motivo para llevarnos mal, no veo por qué no deba responder a una sonrisa —Hermione se había sonrojado levemente e inmediatamente cambió de tema.
Por estar distraída, Ginny se había perdido un poco del discurso de la directora McGonagall dando la bienvenida, mencionando algo sobre héroes de guerra y escuchar esa frase la hizo aterrizar y volverle a poner sal a la herida, pues volvió a quejarse internamente sobre lo que significaba volver al colegio con la ausencia de sus amigos más cercanos; vio a su amiga y al parecer, Hermione tampoco se lo estaba tomando bien.
—Al menos nos tenemos la una a la otra —le susurró a su amiga abrazándola. No estaba tan perdida en lo que Hermione estaba pensando pues le devolvió el abrazo con efusividad.
La directora mencionó la importancia de la tolerancia, sobre todo hacia cierto grupo de Slytherin. Eso fue seguido por abucheos de parte de unos pocos que inmediatamente fueron amenazados con puntos menos y expulsión. Minerva McGonagall era implacable y no iba a permitir ese tipo de actitud.
A la mañana siguiente durante el desayuno, la llegada del correo matutino sorprendió a Ginny y Hermione, a quienes les llegaron cartas de varios de sus amigos, deseándoles un buen inicio de año escolar. Incluso Ron se lamentaba por no haber podido siquiera acompañarlas a la estación, pues su entrenamiento no permitía pedir permiso para ausentarse. A Harry también le hubiera gustado pero el ser los salvadores del mundo mágico no les había servido de nada para al menos tener una hora libre aquel martes.
El año empezó con algunos cambios. Quienes habían cursado el séptimo nivel ahora debían repetirlo en lo que se llamó octavo curso y recibirían clases todas las casas en conjunto puesto que eran sólo veinte alumnos. Ginny no recibiría clases con su mejor amiga pero tenían el resto del tiempo para estar juntas, incluso eran compañeras de dormitorio ante la ausencia de Lavender Brown.
El otro premio anual había sido Ernie Macmillan. Draco Malfoy y Pansy Parkinson, mantenían su puesto como prefectos de Slytherin, algo en lo que Ginny no estaba de acuerdo. Consideraba que no era un buen ejemplo para los menores que dos abiertamente defensores de la causa anti muggles mantuvieran la insignia pero ella no era quién para cuestionar las decisiones de la nueva directora del colegio. En todo caso, alguien tenía que hacerlo y eran pocos los alumnos de esa casa que habían regresado.
Las semanas pasaron y las nuevas rutinas iban dando paso a complicadas tareas, muchos libros por leer y poco tiempo para pensar en lo sucedido en la Batalla de Hogwarts. En realidad, en el castillo no había quedado ningún vestigio que recordara lo sucedido, más que un mural cerca del Lago Negro con los nombres de los fallecidos, a un lado de la tumba de Dumbledore.
Los domingos, Harry y Ron le escribían a Hermione una carta deseándole una buena semana y comentando sus progresos en la formación como auror. Hermione se las enseñaba a Ginny, quien podía imaginar la alegría de Harry al describir el entrenamiento y el esfuerzo que hacía por dar lo mejor de sí mismo y se alegraba por él. Lo extrañaba, no sabía si al novio o al amigo, pero en todo caso, había alguien que estaba poco a poco abriéndose paso entre sus pensamientos.
Ginny se había vuelto a encontrar a solas con Blaise en la lechucería días después de llegados a Hogwarts. Ella había ido a enviar una carta a Honeydukes encargando algunas golosinas y un pastel para sorprender a Hermione en su cumpleaños. El joven mago había intentado provocarla con sus típicos comentarios hirientes que ella fingió no escuchar, cosa que al parecer no le había hecho gracia al joven y la había detenido por el brazo en un arranque por que ella al menos lo viera.
—Conozco otra forma más placentera de mantenerte callada, Weasley. Con mis labios sobre los tuyos —le susurró al oído con un tono seductor—. Háblame o no respondo de mis actos.
Ginny se tensó pero con una fuerte sacudida, se soltó del agarre.
—¡Aléjate de mí! ¡Hueles a tabaco!
—Puedo dejarlo cuando quiera, Ginevra, pero sería mejor si me convences con un beso —le dijo nuevamente tan cerca de su piel provocando que un escalofrío recorriera sus cervicales.
Aún así, Ginny le dirigió una filosa mirada para luego seguir con su camino. Iba con los nervios de punta. Siempre había preferido el diminutivo de su nombre, pero escuchar su nombre completo con aquella voz tan masculina le había movido cada fibra de su cuerpo. Cuando se encontró fuera de la vista del mago, empezó a correr hasta que llegó a la protección que le daba su sala común. Blaise no la iba a intimidar. Estaba acostumbrada al trato de sus hermanos quienes la veían como su igual. Ella no era una tierna y delicada florecita que había que cuidar. Ella se había enfrentado a mortífagos a la escasa edad de catorce años; sabía lo que era estar poseída por un mago tenebroso. Blaise Zabini no era más que un arrogante insoportable que lo único que tenía en su vida era dinero en abundancia, pero por supuesto eso a ella no la impresionaba. Sabía que era un mujeriego y no iba a caer en su juego, o al menos eso iba a tratar de evitar.
El problema era que, después del encuentro en la lechucería, Blaise insistía en saludarla con picardía cada vez que se la encontraba, aún si iba acompañada y eso había llamado la atención de Hermione.
—¿Qué sucede con Zabini? —le preguntó una noche mientras se cambiaban para dormir.
—¿Por qué tiene que suceder algo con él? —respondió Ginny tratando de mostrar indiferencia.
—Mmm… ¿te saluda? Pero no devuelves sus saludos…
—No los merece. Es un imbécil, además de un mujeriego.
—Y te gusta…
Silencio. No sabía qué responder porque ni ella misma lo sabía. Aún así, optó por lo más fácil.
—No.
Sabía que no la había convencido pero no daría el brazo a torcer. Ginny no quería aceptar que cada día esperaba con ansia aquel saludo acompañado de una pícara sonrisa, y aunque ella también se negaba a sonreírle, le alegraba la jornada. Sólo en una ocasión la había encontrado sola, cuando se dirigía a la clase de pociones, y él salía de un aula. Blaise la había detenido suavemente por la muñeca cuando ella fingió no verlo y acercándose demasiado, intentó robarle un beso. Gracias a Merlín, Slughorn apareció y la llamó con aquella efusividad que le caracterizaba y él había tenido que desaparecer antes de verse atrapado por los abrazos del profesor.
—Hoy Malfoy se acercó a mí en la biblioteca —dijo Hermione cambiando de tema luego de unos minutos de incómodo silencio—. Quería agradecer mi testimonio en el juicio… ya sabes, que hablé en su favor por no habernos delatado en su casa.
—Le llevó más de cuatro meses buscarte para agradecerte. El juicio fue en junio.
—Sus padres estaban con él ese día, y ya sabes… no se acercó por ese motivo. Y acá en el colegio… en las reuniones con los prefectos, él y Parkinson siempre se mantienen aislados, tampoco nos ha tocado patrullar juntos. No ha sido fácil para ellos integrarse; era Hogwarts o Azkaban.
—Ya… y como se acercó a ti y se disculpó, supongo que ahora debemos perdonarle todo lo que hizo años atrás y ser sus amigos.
—Desde pequeño le enseñaron a odiar: a los traidores de la sangre, a los nacidos de muggles o a los muggles en general… y ahora el odiado es él por haber sido un mortífago. Irónico, si me lo preguntas, y no puedo ser parte de eso. Le he dicho que tiene mi apoyo, como también lo tuvo en el juicio contra su familia.
—Pues, si eso te hace sentir bien, no soy yo quien va a oponerse… pero para mí no es tan fácil olvidar… En todo caso, se ve diferente, ¿cierto? Me refiero a que, siempre ha sido un hombre atractivo, pero su antigua actitud de matón le quitaba encanto.
—No sé… no me había percatado de eso.
A Ginny le pareció ver un ligero rubor en las mejillas de su amiga y parecía nerviosa. Esa actitud la intrigó y quiso poner a prueba a su amiga.
—¡Claro! Es casi tan alto como Ron. Su cuerpo, no es el de Krum pero tampoco está nada mal. Se ha recuperado mucho estos meses. Cuando empiecen los entrenamientos de Quidditch imagino que mejorará aún más. Tendremos buena vista durante los partidos.
—Bien sabes que no me interesa el Quidditch, Ginny.
—Pero irás a verme cuando juegue, ¿o no?
—¡Por supuesto!
—Y el primer partido es Gryffindor contra Slytherin…
Ginny sonrió. Hermione parecía cohibida ante sus comentarios e internamente Ginny se propuso estar más atenta de las reacciones de su amiga con respecto a él.
Días después, caminaban hacia el Gran Comedor para almorzar cuando divisó a Draco unos metros más adelante en compañía de sus amigos. Ginny supo que era la oportunidad perfecta para seguir poniendo a prueba a Hermione.
—Debiera ser prohibido que Malfoy luzca así de perfecto en el uniforme de Hogwarts.
—¿Mal… Malfoy? —¿eso había sido un titubeo?
—Se ve extremadamente apetecible... Me da envidia Parkinson.
—Qué estupideces dices, Ginny —carraspeó Hermione nuevamente ruborizándose y aún más tensa que segundos atrás. Ginny sonrió con picardía.
—No puedes negar que es un hombre muy guapo, y aunque no es precisamente de mi gusto para algo serio, no me molestaría comprobar si de verdad besa tan bien como dicen.
Ver a su amiga azorada provocó las carcajadas en la menor de los Weasley. Hermione no sólo era su mejor amiga; extraoficialmente también era su cuñada. En todo caso, hacía mucho no veía a la bruja ponerse tan nerviosa o sonrojarse por un chico. Con frecuencia hablaban de Ron, pero pensándolo bien, tal vez su relación era más fraternal que romántica.
Ginny sospechaba que Hermione quizá estaba mudando de interés amoroso.
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~ oOo ~
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Blaise había estado analizando muy bien su situación de los últimos tres meses y había llegado a la conclusión de que, a pesar de que una vez había declarado que jamás podría siquiera tocar a la chica Weasley por ser una traidora a la sangre, contrario a lo que le pasaba con otras mujeres, ella realmente le gustaba y ya no podía seguir negándolo. Su blanca piel plagada de pecas, ese hermoso y largo cabello rojo llameante, que lucía tan sedoso que invitaba a acariciarlo, los brillantes ojos castaños que por lo general lo miraban desafiante lo provocaban cada vez más a tocarla, y aquellos labios que en las últimas semanas lo incitaban a querer besarla. Él nunca se había enamorado, pero probablemente así era como se sentía. Sabía que ella estaba con Potter, y eso lo empeoraba: estar consciente de que nunca podría tener una oportunidad con ella. Jamás podría competir con Harry -el niño que siempre le sale todo bien-Potter.
Eso sí, de algo estaba seguro. Él no le era indiferente. Aunque ella no devolvía sus saludos, y se negaba a sonreírle, sentía como poco a poco se había ido ganando a la muchacha. La había visto incluso sonrojarse en varias ocasiones. Por ese motivo, estaba planeando pedirle algo así como una cita en la siguiente salida a Hogsmeade.
No obstante, había algo que tenía nervioso a Blaise y era la actitud de Draco con Hermione. Desde el episodio en el tren lo había sorprendido mirándola varias veces y su intriga había llegado al máximo cuando una mañana, en el Gran Comedor, Theo, viendo descaradamente hacia la mesa de Gryffindor, comentó:
—Granger está de muy buen ver, ¿no creen? En sexto no se lucía así. El cabello está más arreglado, su cuerpo tiene hermosas curvas; además, es muy inteligente. Casi se podría decir que es de las más bonitas de octavo año.
Blaise se asombró; Theo por lo general era muy callado y nunca hacía ese tipo de comentarios, mucho menos si la chica en cuestión era de Gryffindor. Volvió su mirada hacia Draco, esperando que respondiera con un insulto referido a la bruja, pero, curiosamente estaba muy entretenido con las tostadas del desayuno. Sin embargo, algo en su cara le hizo sospechar pues se había… ¿sonrojado? Eso lo llevó a querer empujar algo más la situación.
—¿Granger? No me hagas reír, Theo, es una impura —había evitado decir sangre sucia por si había algún profesor cerca—. Tu padre debe estar revolcándose en la tumba, ¿cierto, Draco? —el aludido al escuchar su nombre de repente se puso de pie.
—Tengo que ir por unos libros a la sala común —evidentemente era una mentira pues él jamás dejaba nada en ninguna parte—. Los veré en pociones —y ambos vieron a Draco salir con parsimonia del Gran Comedor.
—Y a este qué le pasó… ni siquiera terminó de comer —dijo Theo sonriendo maliciosamente tomando una de las uvas que habían quedado en el plato de Draco.
—Y qué te pasa a ti haciendo ese tipo de comentarios…
—Draco no despegaba sus ojos de Granger —dijo Theo levantando los hombros con indiferencia. Así que él también lo había notado—. Nada más quería confirmar algo —sonrió con picardía—. Si eso no son celos, me dejo de llamar Theodore Nott.
Esa mañana, en las clases con Slughorn, Blaise descubrió a Draco viéndola en al menos seis ocasiones. Ya no tenía dudas. Su amigo estaba, no sabía si enamorado, pero sí interesado en la mujer que años atrás tanto había humillado y odiado. No lo culpaba. Theo había dicho la verdad, Pansy era hermosa y Daphne no se quedaba atrás, pero Hermione tenía una belleza natural que encantaba y por lo visto, no estaba pasando desapercibida para su purista amigo, quien supuso, debía estar teniendo un enjambre emocional con la situación y eso le preocupaba. Muy lindo lo de hacer amistades y llevarse bien con todo el mundo, sangre puras, mestizos o hijos de muggles, pero la realidad era muy distinta y quería que él lo entendiera antes de que fuera demasiado tarde.
—Te gusta Granger —le dijo pocos días después cuando, en la biblioteca, Draco estaba más pendiente de la mesa donde la chica en cuestión estaba con las gemelas Patil y Hannah Abbott que del pergamino donde hacía varios minutos no escribía nada. Se carcajeó en su interior; ellos jamás estudiaban en ese lugar y ahora entendía por qué su amigo lo había propuesto.
—¡Estás loco!
—No dejas de mirarla, Draco: en clases, en el comedor, ahora acá… Theo también lo ha notado. Pero déjame darte un consejo. Lo que sea que pienses, lo mejor es no alimentarlo, y lo sabes. Tus padres jamás lo aceptarían.
—¡No insistas, Blaise. No pasa nada de lo que dices!
—No es a mí a quien debes convencer… repítelo hasta que te lo creas tú mismo. Y no me veas con esa cara de fastidio que no te la cree ni el mismísimo Merlín. A mí no me amedrentas con esa actitud. Hazme caso, Draco. Ese camino sólo te traerá problemas.
—No hay ningún camino, no entiendo a qué viene esta perorata. Guárdate esos consejos para ti. No creas que no he visto cómo babeas por la Weasley a pesar de que ella está con Potter. Tú sí que no tienes futuro ahí.
Blaise agradeció a Merlín que el color de su piel disimulaba el rubor que en ese momento se había agolpado en sus mejillas, no sabía si por haber sido descubierto o por la rabia de que Draco hubiera volteado la conversación en su contra, dejándolo en esta ocasión, sin saber qué decir. Se levantó con furia de su asiento, y recogiendo sus libros, buscó un lugar dónde fumar sin que lo molestaran. ¡Condenado vicio! Pero ocupaba un cigarrillo en ese momento.
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