Disclaimer: No me pertenece nada. Dreamworks y Disney son los dueños de los universos aludidos.

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Promesa de Invierno

Capítulo 2

Adler hizo una reverencia hacia las dos autoridades que se hallaban allí, antes de retirarse. Apenas sonó la puerta, Elsa suspiró pesadamente y Anna se desparramó en una de las suaves sillas de la habitación. El despacho de la reina no era muy amplio, pero era suficiente para causar una sensación agradable de acogida. Los colores de las paredes eran relajantes, oponiéndose totalmente a lo que descansaba en el escritorio. Lo único que veía Anna cada vez que se asomaba, era la montaña de papeles que su hermana tenía que firmar.

Sin embargo, esta vez el asunto no se trataba de papeleo, sino de algo de mayor magnitud.

— Al menos ellas están bien.

Con las palabras de Anna, Elsa dejó escapar el aire que tenía en sus pulmones, mientras también se dejaba caer en su silla. Adler había ido a informarle del estado de salud de Astrid y Mérida. La primera, solo tenía signos de haber luchado, y de una fuerte caída. Según lo que Adler les había contado, en la aldea de Berk vivía una manada de dragones, por lo que Astrid estaba montada en su criatura cuando la atraparon. Elsa y Anna no lo creyeron en un comienzo, pero, luego de pensar en todo lo que habían presenciado ese día, decidieron considerarlo. En cuanto a las heridas de la chica, Adler dijo que tenía una contractura en la espalda, y una torcedura en el pie izquierdo. Al parecer, la habían amarrado y tirado al barco, mientras intentaba escapar con todas sus fuerzas. Por otro lado, Mérida presentaba moretones en el cuerpo. No se había fracturado nada, pero la pelirroja había contado que aquellos hombres la habían sacado de su caballo y, cuando ella intentó luchar, la habían golpeado para atraparla.

Ambas habían sido peleas duras. Además, estar encadenadas y amordazadas por un período largo, les había causado mucho dolor en las muñecas. Adler había hecho un informe de ambas, y se lo había entregado a la reina. En cuanto a abuso sexual, las pacientes habían dicho que no había ocurrido, pues las instrucciones de su secuestro incluían que aquello estaba prohibido.

Elsa, ante eso, había sentido un escalofrío por la espalda, seguido de un alivio.

— ¿Vas a hablar con ellas, Elsa? — Quiso saber Anna. Elsa suspiró.

— Por supuesto. Odio tener que hacerlo en el estado en que se encuentran, pero necesito saber toda la información que tengan — Respondió la reina. Anna suspiró — Además, según Kristoff y los soldados, los prisioneros se están negando a cooperar.

— ¿Los barcos ya fueron registrados? — Preguntó la menor de las dos. Elsa asintió y colocó sus dedos en el puente de su nariz, como cada vez que tenía una jaqueca.

— No encontraron nada que ayudara a la investigación — Aclaró Elsa. Anna se cruzó de brazos, intentando pensar. — Mandé un cuervo a las Islas del Sur, para saber de Hans, solo por si acaso.

— ¿Crees que él tenga algo que ver? — Se aventuró a preguntar la princesa. Fue entonces cuando copos de nieve comenzaron a caer por el despacho de la reina, y Anna, al darse cuenta, colocó una de sus manos sobre la de su hermana. Elsa levantó la vista, percatándose de su nevada en el acto. Apenas se dio cuenta, terminó. — Elsa…

— Si ese malnacido tiene que ver con esto, Anna, me arrepentiré de no haberlo llevado a la horca cuando pude — Declaró la reina. Anna la miró con preocupación como respuesta y Elsa suspiró pesadamente, sabiendo que lo que acababa de decir podía ser totalmente cuestionado. Sin embargo, Anna suavizó su mirada y le tomó la mano.

— No te sientas mal por pensarlo. Si estuviera en tu lugar, creo que tendría la misma reacción — Le dijo la pelirroja, sonriéndole levemente. Elsa la miró y le correspondió el gesto. Quizás fueron pocas palabras, pero habían bastado para calmarla. La princesa hizo una pausa antes de seguir hablando — Lo que no entiendo es qué papel juegan las naciones de Berk y DunBroch en todo esto. Jamás había escuchado de ellas, a pesar de que estén relativamente cerca, según lo que dijo Adler.

— Son naciones vikingas, por lo que pude encontrar en la biblioteca — Respondió la rubia, pensativa. — Vamos a tener que preguntarles a Astrid y a la princesa Mérida para saber más.

— ¿Te acompaño? — Ofreció Anna. Elsa la miró preocupada, y su hermana sonrió — Elsa, estoy bien… Solo fue un golpe.

— Anna, esas personas no eran gente de bien — Dijo la rubia. Ambas se levantaron, y Elsa tomó las manos de su hermana entre las suyas, mirándola a los ojos — Cuando pienso en lo que te pudo haber pasado, no puedo dejar de preocuparme.

— Mientras no causes un invierno eterno otra vez — Intentó bromear Anna. Elsa no cambió su expresión y la castaña rojiza apretó los labios antes de hablar — Elsa, también tengo miedo, no creas lo contrario, pero tenemos que concentrarnos en escuchar lo que Astrid y la princesa Mérida tienen para decir.

— Ambas son mujeres muy fuertes — Comentó la rubia, separándose de su hermana. Anna asintió sonriendo — Incluso fueron capaces de luchar en el barco.

— Sangre vikinga, tal vez.

Con la leve sonrisa de Elsa, ambas hermanas salieron del despacho. Primero, se encaminaron a la puerta de Astrid, pero la sirvienta les comunicó que estaba durmiendo. La reina dictaminó que era mejor dejarla descansar, pues probablemente, si la despertaban, querría devolverse con urgencia a Berk. Anna recordó que Adler les había comentado que la rubia vikinga era esposa del jefe de la aldea, por lo que debían estar buscándola con suma urgencia. Si Kristoff desapareciera, por ejemplo, ella no dudaría en montar su mejor caballo para ir a buscarlo por sí misma, como lo había hecho con Elsa hace un año.

Las chicas llegaron a la puerta de la princesa Mérida y tocaron. Al escuchar la voz escocesa de la pelirroja, entraron. La princesa estaba usando su vestido verde ya limpio, y parecía prepararse para partir. A pesar de su brusco primer encuentro, Mérida le dedicó una sonrisa a ambas hermanas, que calmó el ambiente.

— Siento mucho mi comportamiento con usted antes, reina Elsa — Se disculpó la pelirroja. Elsa sonrió, en respuesta a sus palabras.

— No hay problema — Se apresuró a decir Elsa. Mérida asintió con suavidad — La situación es difícil, princesa Mérida. No es algo menor.

— Por favor, solo dígame Mérida — Pidió la chica. La reina la miró extrañada y Mérida sonrió — Lo siento, es que no suelen llamarme con tanta formalidad. De hecho, para ser honesta, no me gusta mucho.

— Entonces, tú llámame Elsa — Declaró la rubia. Esta vez, la pelirroja rulienta pareció sorprendida y Elsa sonrió levemente — No pareces muy distante a mi edad. Solo usa mi título en público.

— También funciona para mí — Dijo Anna con energía, señalándose. Mérida la miró y la menor de las hermanas rio — No soy para nada formal, tampoco.

— Entonces Elsa y Anna serán — Afirmó la escocesa. Hubo un leve silencio, hasta que la reina tomó la palabra.

— Mérida, lamento importunarte cuando estás por ir con la escolta que te preparé, pero debo preguntarte algunas cosas antes de que te vayas.

— A tu servicio, dime — Dijo la chica, sentándose en la cama. Elsa suspiró antes de hablar.

— Quería saber si hay alguna información que puedas darme de esos hombres que te secuestraron — Pidió la rubia, en el tono más atenuado posible. La pelirroja se acomodó cruzando los brazos, teniendo un semblante pensativo y disgustado.

— Solo recuerdo algo vago, antes de quedar inconsciente — Dijo la pelirroja. Elsa y Anna se tensaron ante eso, pues, para haber quedado inconsciente, tuvieron que haberle dado una buena paliza. Mérida apretó los labios antes de hablar — Esos hombres estaban hablando con un aldeano y, después de tirarle una bolsa de monedas, le dijeron que, ante cualquier pregunta, los soldados de Corona me habían secuestrado. — Al revelar aquel nombre, ambas hermanas abrieron sus azules ojos de par en par. Mérida las miró — Después de eso, me desmayé y amanecí en el calabozo del barco.

— ¿Estás segura de que escuchaste Corona? — Preguntó Anna. Mérida asintió.

— Tan segura como que me llamo Mérida — Dijo la pelirroja. Elsa y Anna intercambiaron una mirada y Mérida alzó una ceja — ¿Por qué?

— Ese es el reino de nuestros tíos — Respondió Elsa. Mérida la miró con confusión — Son un reino pacífico y, por lo que entiendo, tienen buenas relaciones exteriores.

— De hecho, es de los pocos aliados que tenemos — Complementó Anna. Ante esas palabras, Elsa la miró y Mérida pareció confundirse aún más.

— ¿Por qué ustedes tendrían pocos aliados? — Inquirió la chica. Elsa bajó la mirada y Anna suspiró — ¿Tuvieron conflictos o algo así?

— Algo así — Aclaró Elsa. Anna la miró — Contarte toda la historia sería muy largo y no tenemos mucho tiempo, pero, en resumen, mis poderes resultan amenazantes para los demás — Explicó la rubia. Mérida le dio una mirada conciliadora, al darse cuenta del destello de tristeza en sus ojos. Elsa suspiró — A pesar de que el incidente ocurrió hace un año, nuestras relaciones con las demás naciones no han mejorado mucho. Incluso, algunas han optado por cerrar rutas comerciales que involucren a Arendelle.

— Es tan injusto — Comentó Mérida. Elsa y Anna la miraron con sorpresa, percatándose de la expresión molesta de la princesa — ¿Solo porque eres diferente te tienen miedo? No parece algo muy sensato…

— Por ese motivo, el secuestro de Anna fue notificado a tiempo — Dijo Elsa. Anna apretó sus facciones al recordar el episodio y la rubia continuó hablando — Hemos aumentado la seguridad, por lo que un vigía se dio cuenta de lo que ocurría, cuando esos hombres salieron del pueblo.

— Por eso es tan extraño que su único aliado esté metido en esto, ¿no? — Complementó Mérida. Ambas hermanas asintieron y la pelirroja se puso de pie — Bien. Debo ir a DunBroch a aclarar todo este asunto, pero primero debo asegurarme de que Corona no está involucrado. — Ante las miradas que recibió, la princesa sonrió, intentando calmar a ambas mujeres frente a ella — Tranquilas, confío en ustedes, sobre todo porque me rescataron. Solo quiero presentarles una prueba a mis padres antes de partir, sino no habrá manera de convencerlos.

— Enviaré un cuervo dando aviso a Corona de todo esto — Declaró Anna. Antes de que cualquiera pudiera decir algo, la castaña rojiza salió de la habitación. Elsa se volteó a Mérida.

— ¿De verdad confías así en nosotras? — Preguntó Elsa. Mérida sonrió levemente y asintió.

— Créeme, conozco a muchos tipos de personas — Explicó la pelirroja. Elsa le sostuvo la mirada en todo minuto — Y, con solo mirarlas a ustedes, sé que no son de los paños sucios. Reconozco a un mentiroso o a un maleante cuando lo veo.

— Quisiera tener tu don — Dijo Elsa. Mérida sonrió.

— Se desarrolla con el tiempo — Comentó la pelirroja, encogiéndose de hombros — Además, si fueras una mala reina, tus soldados o sirvientes no hablarían cosas buenas de ti — Ante eso, Elsa alzó una ceja y Mérida rio levemente — Por ejemplo, Adler me comentó que, gracias a ti, pudo ser el médico del ejército.

— Vino a pedírmelo con tanta súplica, que no pude negarme — Admitió la reina, sonriendo ante esa memoria. Adler, apenas se abrieron las puertas al público, se había presentado como un soldado que quería ser médico con toda su alma. — Pero no hice gran cosa. Él ya tenía los conocimientos y las técnicas, solo le faltaba un mentor que lo acreditara.

— Aunque suene como un gesto pequeño, es una gran acción para él — Opinó la chica. Elsa sonrió, y Mérida también. — A todo esto, ¿Hay algún área de entrenamiento por aquí? — La reina alzó una ceja al escuchar eso y la pelirroja se encogió de hombros — Practico arco y flecha, necesito conseguirme unos nuevos.

— Aquí se usan ballestas, pero pídele al herrero que te consiga un arco con flechas si así lo prefieres — Dijo la rubia. Mérida asintió. — El área de entrenamiento de los soldados está en la parte de atrás del castillo. Puedes practicar ahí antes de marcharte.

Sin nada más que agregar, y con un agradecimiento por parte de la pelirroja, ambas salieron de la habitación. Mérida tomó el rumbo que la reina le indicó y desapareció de su vista. Entonces, cuando Elsa volvió a su despacho para intentar armar el rompecabezas de lo que estaba ocurriendo, Kai llamó a su puerta. El hombre pasó, con su aspecto impecable de siempre.

— Reina Elsa, hay un grupo de… — Kai dudó en cómo catalogar a los individuos que había atendido, y Elsa supo de inmediato de quiénes se trataba. — …personas, reclamando que tienen una audiencia con usted.

— Gracias, Kai, hazlos pasar — Dijo la chica. Kai asintió, desapareciendo de su vista.

Luego de unos momentos, la reina Elsa se colocó frente a su escritorio y recibió a sus visitantes. Allí, se presentaron ante ella nada más ni nada menos que los cinco seres que habían llamado su atención hace unas horas. Elsa notó que los que estaban más incómodos, por algún motivo, eran el conejo antropomorfo, aquel hombrecito que brillaba y el hada de varios colores. La reina se dedicó a observarlos a cada uno rápidamente y, con sorpresa, notó que el muchacho que la había salvado hace unas horas, se veía bastante tranquilo. Se fijó que su herida en la cabeza estaba tratada y, con algo de tensión, recordó aquel episodio. Ella había visto a lo lejos cómo uno de los hombres lo había aturdido. Siendo sincera, pensaba que era increíble que no estuviera muerto.

— Buenas tardes, Su Majestad — Saludó el hombre alto y grueso. Al parecer, él era el líder del grupo.

— Buenas tardes para ustedes también — Respondió la reina cordialmente. El ambiente era diferente que el de la conversación con Mérida. Este no era familiar ni de confianza. De hecho, parecía tenso e incómodo. Elsa juntó sus manos antes de hablar — Bien, seré muy clara. Quisiera saber quiénes son y qué están haciendo en el reino de Arendelle.

— Creo que hizo las preguntas más difíciles — Susurró el chico de cabello platino. El hada le pegó un codazo suavemente, y Elsa levantó una ceja.

— Discúlpelo, es un idiota — Dijo el conejo, con voz grave y sin inmutarse. Elsa notó que el chico fulminó con la mirada a su compañero.

— Su Majestad — La reina miró al hada, quien le había hablado con una voz cálida y tranquila — Lo que Jack quiere decir, es que nuestras identidades son un poco difíciles de explicar.

— ¿Sabían que es totalmente sospechoso que no quieran dar a conocer sus identidades cuando se presentan en un territorio ajeno? — Todos los presentes la miraron con tensión. Elsa, por su parte, se mantuvo en su porte serio e inquebrantable. Sin embargo, a pesar de la apariencia que la joven reina intentaba mostrar, Jack pensaba que parecía exhausta.

— Creo que no es tan sospechoso si hemos accedido en venir a su audiencia — Dijo aquel conejo gris, con seriedad. Elsa lo miró y el hombre barbudo a su lado dio un paso al frente, con calma.

— Reina Elsa, sabemos que los eventos de hoy no han sido de su agrado y que, probablemente, ha tenido una mañana muy agitada — Dijo él. Elsa suavizó levemente su expresión, pues, la verdad, aquel hombre no parecía estar fingiendo ni tampoco haciendo un intento por agradarle. Recordó su conversación con Mérida y examinó a cada miembro de aquel extraño grupo en unos segundos. Todos la veían directamente a los ojos y no parecían precisamente malas personas. El hombre de cabello blanco volvió a tomar la palabra — Le pedimos que solo nos crea, cuando le decimos que tenemos cierta información que no podemos revelar. Quizás podamos decírselo más adelante, pero, en estos momentos, no es necesario.

Elsa se quedó pensativa unos instantes, con la tentación de masajear sus sienes para calmar la jaqueca que se avecinaba. Sabía que el protocolo correcto, cuando se llegaba a una nación ajena, era presentarse para evitar malentendidos. Si estas personas se negaban a ello, podía suponer un problema.

Sin embargo, al recordar que habían salvado a Anna y cómo aquel joven de cabello platino había sido brutalmente golpeado, la hizo considerar aquello. Incluso, él no solo había traído a su hermana a tierra firme, sino que también la había salvado a ella de una muerte segura. Su sangre se heló al recordar el disparo de los cañones, y cómo el tiempo había parecido detenerse cuando, a unos metros del impacto, se había elevado por los aires.

Sin poder evitarlo, sus azules ojos se clavaron en su salvador. El chico parecía de su misma edad, o quizás un poco menos. Sus rasgos eran muy marcados y su mirada azulina estaba seria y puesta en ella. Por lo que había observado anteriormente y el comentario reprochador que le había lanzado su compañero en su despacho, parecía ser un poco rebelde.

Luego de unos segundos de mantenerle la mirada a aquel chico, la reina suspiró y cerró sus ojos, para luego abrirlos.

— Con sus nombres bastará — Dijo la chica, manteniendo la formalidad en su presencia. Nuevamente, sus ojos buscaron al chico de antes — Por ejemplo, tú eres Jack, ¿no?

— Así es. Jack Frost, para ser más exacto — Dijo él, con una sonrisa ladeada. Elsa, por algún motivo, sintió un revoltijo en su interior ante esa expresión, pero solo asintió, concentrándose en mantenerse en una postura adecuada.

— Soy Nicholas North — Se presentó el hombre de barba, sacándola de sus pensamientos. Elsa, por segunda vez, asintió, y sus ojos viajaron al conejo antropomorfo.

— Llámeme Conejo — Dijo él. Estaba todo con aire solemne, pero un comentario de Jack interrumpió el ambiente.

— Aunque parece más un canguro — Acotó el chico. A pesar de que la reina no se rio, una leve sonrisa amenazó por esbozarse. Cielos, Jack Frost tenía razón, y había sido gracioso. Conejo lo fulminó con la mirada, mientras que sus compañeros rodaron sus ojos, exceptuando a Norte, quien lanzó una leve carcajada. Luego de ese intervalo, Elsa fijó sus ojos en el hada.

— Soy Toothiana, pero puedes decirme Tooth o Hada — Dijo ella. Elsa asintió, y, al ver que Tooth le sonreía, ella también lo hizo por primera vez en esa audiencia. Entonces, sonaron unas campanas, y la reina notó, con sorpresa, que ese sonido parecía ser la voz del hombrecito dorado. El hada sonrió — Oh, y él es Sandman, o Sandy. — Elsa lo miró y él, con su arena, hizo un sombrero para sacárselo, como muestra de respeto. La reina asintió con suavidad, agradeciendo el gesto.

— Bien — Dijo ella. Todos la miraron — Entonces, ¿Puedes decirme qué asuntos tienen con Arendelle?

— Estamos aquí por una investigación, Su Alteza — Dijo Norte. Elsa pareció confundida ante la respuesta.

— ¿Investigación? — Repitió ella, recibiendo el asentimiento de todos. — ¿Qué clase de investigación es esa?

— Se trata de estudiar los distintos comportamientos mágicos — Explicó Norte. Elsa cruzó sus menudos brazos y el hombre la miró con seriedad — No podemos revelar demasiado, pues, como le dijimos, venimos de un lugar muy diferente y lejano a este, pero solo necesitamos observar.

— ¿Y esta misión guarda algún tipo de relación con el secuestro frustrado de mi hermana, la princesa Anna? — Cuestionó la reina, con igual seriedad que Norte. Los guardianes parecieron confundidos ante la pregunta, sobre todo por el tono acusador utilizado en ella. Elsa siguió cruzada de brazos mientras hablaba. — Si están investigando comportamientos mágicos, ¿Por qué se expusieron de esa forma para rescatar a mi hermana? ¿Ganan algo con ello?

— Eso pregúnteselo al mocoso de allá — Dijo Conejo, señalando a Jack con la cabeza. — Él fue quien saltó a ayudarla, cuando sacaron los cañones.

— ¿Y es eso malo? — Preguntó Elsa. Los individuos frente a ella, nuevamente, se miraron entre sí. Esto provocó que la reina levantara una ceja, en espera de una respuesta convincente.

— Por algo que no podemos explicarle, reina Elsa, no estamos autorizados para entrometernos en los asuntos de los humanos — Contestó Toothiana, en el tono más suave y seguro que pudo. La rubia la miró, y pareció aún más confundida.

— Entonces… ¿Ustedes no son humanos? — Interrogó ella. Conejo sonrió resoplando y la chica rodó los ojos — No, por supuesto que que Toothiana, Sandman y tú no lo son, pero Nicholas y Jack sí lo parecen — Explicó ella. Jack se apoyó en su bastón y lo rodeó con los brazos.

— No, no lo somos — Admitió el chico. Elsa lo miró, y él sonrió — Es decir, lo fuimos alguna vez, pero ahora no.

— De hecho, de dónde venimos, somos conocidos como guardianes — Reveló Nicholas. Elsa asintió y se cruzó de brazos nuevamente, intentando procesar todo lo que estaba escuchando. Incluso, la joven reina retrocedió y se apoyó en su escritorio, rompiendo la postura adecuada que mantenía una reina normalmente. — Reina Elsa, sé que nuestra súbita aparición parece sospechosa, pero puedo asegurarle, jurarle si así lo desea, que no buscamos ningún mal para su reino.

Elsa iba a contestar, pero un estruendoso golpe la interrumpió. Todos se voltearon a la puerta, donde se hallaban Kristoff, Mérida y Anna, con una señal de alerta manifestada en todo su rostro. Elsa y los guardianes se tensaron de inmediato, y, antes de que alguien pudiera decir algo, un graznido lejano se escuchó con fuerza. La rubia, sin perder el tiempo, se acercó a uno de los ventanales, y, con gran asombro, notó que dragones se acercaban en el cielo, con una formación muy particular.

De hecho, no se veían para nada amigables.

— Elsa, de seguro son de Berk — Dijo Anna, rompiendo el silencio.

— ¿Habrán dado con el barco? — Preguntó Mérida. Elsa la miró de inmediato y negó con la cabeza.

— No. Si hubieran rastreado el barco, te aseguro que ellos las hubieran rescatado — Respondió la reina. Ante su tono serio y de alerta, todos los presentes en la habitación se tensaron. Elsa miró a Anna — Anna, debes despertar a Astrid ahora. — La chica asintió y, sin decir ninguna palabra, desapareció por el pasillo. Luego, la reina fijó sus azules ojos en Kristoff — Kristoff, ve y dile a los soldados que no levanten fuego. Ellos no son enemigos. Dile al general Bernard que alerte a la gente del pueblo también. Que se encierren en sus hogares y no cunda el pánico — Dictaminó ella. Al escuchar sus instrucciones, el rubio no esperó para correr. Todos fijaron sus ojos en Elsa, quien apretó los puños — Esta gente… Si ellos están aquí, significa que creen que nosotros secuestramos a Astrid.

— ¿Y si simplemente están preguntando por información acerca de ella? — Cuestionó Jack, colocándose a un lado de la reina para dar un vistazo hacia afuera. Elsa lo miró y negó con la cabeza.

— No. Arendelle no tenía idea de la existencia de Berk, y supongo, ellos tampoco de nosotros. De hecho, los libros de nuestra biblioteca hablan de esa nación como si fuese un mito, como si leyeras un cuento de vikingos que luchan contra los dragones.

Entonces, como si un ser gigante se hubiese apoyado en la torre del castillo, hubo un fuerte temblor. Jack, como reflejo, fijó su bastón en el suelo y rodeó la cintura de Elsa con un brazo, para evitar que cayera. Ella, por su parte, se afirmó de sus hombros también como un reflejo. Mérida se sostuvo de la mesa y los demás mantuvieron el equilibrio, mirando con alerta su alrededor. La reina se dio cuenta de la posición extraña con el joven. A pesar de que quiso soltarse, Jack la agarró con aún más fuerza y, con una ráfaga provocada por su magia, se alejó con agilidad de la ventana, llegando a un rincón de la habitación.

Y fue con justa razón, pues, de un minuto a otro, vikingos habían irrumpido en el despacho de la reina, haciendo añicos todos los ventanales.

— ¡No ataquen! — Gritó Elsa, cuando notó que Mérida se ponía en guardia, al igual que Conejo. Jack, a su lado, ya tenía su bastón en alto.

Todos se quedaron inmóviles, obedeciendo a la joven reina. Los vikingos, entonces, sacaron sus armas, apuntando a Conejo, Sandy, Tooth y Norte. Los rodearon seis vikingos, dejándolos contra la pared. Muchos estaban impresionados con los seres frente a ellos, pero, como fieles guerreros, sus expresiones eran de una dureza inquebrantable. Mérida fue agarrada por los brazos, y un hacha descansaba cerca de su garganta. Elsa, por otra parte, fue alejada de Jack, siendo llevada al centro de la habitación por dos hombres. El chico de cabello plateado, por su parte, fue agarrado por una mujer de cabello castaño y facciones marcadas, que no dudó en llevar el filo de su arma a su cuello. Frente a Elsa, se posicionó una persona con el rostro cubierto por un casco, de contextura delgada y con una pierna de metal.

— Reina Elsa de Arendelle, supongo — Dijo la persona, demostrando ser un hombre. Antes de que Elsa pudiera siquiera decir algo, el vikingo sacó un artefacto de su cinturón. Abrió su sable y prendió fuego en él. Los azules ojos de la reina se abrieron desmesuradamente y no pudo evitar tensarse al ver cómo el chico la apuntaba con su arma.

— Espera, no es lo que crees… — Quiso decir Mérida, pero el hombre de cabello negro que la tenía afianzó más su agarre, provocando que se callara. Elsa fijó sus ojos en la pelirroja con preocupación, al escuchar su expresión de dolor. Luego, se volteó a su atacante, tratando de mostrarse serena.

— Escúcheme bien lo que preguntaré, reina Elsa — Dijo el joven. Acto seguido, se llevó la mano libre que tenía para sacarse el casco. Cuando lo hizo, la pieza de metal colisionó con fuerza en el piso, siendo el único ruido que se escuchó en la habitación, además de las respiraciones nerviosas de los guardianes y Mérida. Elsa observó al chico, el cual resultó ser un joven de su edad, de pelo castaño y ojos verdes. Su rostro hubiera parecido amigable, si sus ojos no transmitieran una furia desbordante. — Si no responde de inmediato, esta cara será lo último que verá.

— Eres Hipo, el jefe de Berk, ¿verdad? — Dijo Elsa, intentando ignorar su amenaza y recordando el nombre que Adler le había revelado hace una hora. Hipo apretó su expresión, aun apuntándola con el arma.

— Yo soy quien hace las preguntas aquí — Zanjó él. La reina lo miró, intentando estar tranquila. Sin embargo, esa espada de fuego no estaba ayudando para nada.

— Hipo de Berk, Astrid está en el castillo — Dijo la reina. Hipo apretó con mayor fuerza el mango de su espada, acción que no pasó desapercibida para la chica. Mirándolo a los ojos, podía ver que su ira no era todo lo que había en él. Por algún motivo, sentía que el joven estaba odiando hacer esto. — No es lo cree, nosotros no la secuestramos…

— Creeré eso cuando la vea y ella me lo diga — Dijo él, en el tono más helado que pudo articular. Acto seguido, acercó su espada flameante a centímetros de la cara de la reina, provocando exclamaciones por parte de los guardianes y la princesa de Dunbroch. Elsa apretó los dientes, sintiendo el calor del fuego. Sin embargo, pudo notar otra vez, que la voz gélida y amenazante era una antítesis de la mirada del joven vikingo. — Acabemos con esto. Exijo saber dónde está mi esposa — Demandó Hipo. Jack sintió cómo la mujer que lo tenía aprisionado se tensó.

— ¡HIPO, NO!

Una rubia vikinga, de ojos cansados, pelo suelto y desarreglado, se acercó caminando con dificultad en dirección al chico. Antes de que Hipo pudiera reaccionar, Astrid tomó su muñeca e hizo que bajara el arma. Elsa relajó su expresión y soltó todo el aire acumulado en sus pulmones, al sentir ese abrasador calor lejos de su cara. Notó que Anna estaba ubicada en el umbral de la puerta y le dedicó una mirada tranquilizadora que la mantuvo en su lugar. Se percibió un relajo general en la habitación, por la aparición de la esposa del jefe. Astrid estaba ahí, con una bata para cubrir el camisón que le habían entregado los sirvientes de Arendelle y estaba descalza. Hipo pestañeó un par de veces, sin despegar sus verdes ojos de ella, quien lo miraba con reproche.

— Astrid… — Susurró él. Acto seguido, guardó su espada, sin dejar de contemplarla. Astrid seguía con sus cejas juntas y con una expresión que era una mezcla entre molestia y preocupación.

— ¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Por el fantasma de Odín! ¡No puedes simplemente irrumpir en un castillo y apuntar a las personas con-!

Entonces, antes de que pudiera decir algo más, Hipo envolvió a Astrid en un abrazo desesperado. La rubia iba a seguir protestando, pero, apenas escuchó su suspiro de alivio y sintió su calidez, su semblante cambió completamente. Mientras envolvía la cintura de él con sus menudos brazos, Hipo tomó su rostro con ambas manos y la miró, acariciando sus mejillas y su rubio cabello, como si quisiera comprobar que, efectivamente, era ella. Astrid, como todos los años que llevaban juntos, se perdió en sus verdes ojos, y solo atinó a sonreírle con tranquilidad. Aquellos ojos guardaban millones de preguntas, y podía notar que, en cualquier minuto, lágrimas podían asomarse.

Sí, definitivamente, él había estado tan asustado como ella.

— Tranquilo, Hipo… — Susurró ella, colocando una de sus manos en la mejilla de él. — Estoy aquí, estoy bien…

— Gracias a Odín… — Pronunció él, en un susurro que solo los más cercanos pudieron escuchar.

Acto seguido, sin siquiera importarle que estuvieran frente a muchos desconocidos, Hipo le dio un corto beso a Astrid. Todos los presentes sonrieron, mostrando su empatía y conmoción por la reunión entre ambos jóvenes. Elsa sintió cómo el agarre de sus captores se suavizó y observó que ambos hombres estaban sonriendo con calidez. Mérida sonrió también, sabiendo lo mucho que la rubia había pensado en su esposo. Durante la noche y el día que estuvieron prisioneras, Astrid incluso decía el nombre del joven en sueños. De hecho, fue de esa forma que comenzaron a hablar de él en primer lugar.

Cuando se separaron, Hipo descansó su frente en la de ella, teniendo ambos sus ojos cerrados.

— No tienes idea lo preocupados que estábamos todos… — Le dijo él. Astrid abrió sus azules ojos y él también — Por un momento, creí que…

— Lo sé — Interrumpió ella, con un hilo de voz. Hipo la miró y ella lo besó en la nariz — Pero no pasó. No me iré a ninguna parte.

— Pero… No lo entiendo… ¿No estás secuestrada?

— Podríamos explicarte eso si nos soltaran — Protestó Mérida. Hipo volvió a la realidad y observó el panorama. Al notar que sus hombres esperaban sus órdenes, los miró y asintió con la cabeza, intentando reanudar su seria postura. De inmediato, los vikingos liberaron a todos. — Genial, ahora SÍ puedo respirar como un ser humano normal…

— Lo mismo digo — Opinó Jack, estirándose. Cielos, hasta el agarre de los yetis era más suave que el de la valkiria que le tocó. Esta se quitó la máscara que llevaba y le dirigió una mirada, con algo parecido a una disculpa revelado en sus ojos. Acto seguido, ató su alargada arma en su espalda.

— Hipo, la reina Elsa me salvó, junto a todas las personas de esta habitación — Explicó Astrid, contestando la pregunta de su esposo. El castaño abrió sus ojos sorprendido, y luego miró a la reina, incrédulo. Elsa estaba calmada, y lo observaba con empatía, a pesar de que aún estaba recuperando el aliento. — Me atacaron hace cuatro días, cuando estaba buscando lo que me pediste. Luego, me cambiaron de barco y conocí a Mérida, princesa de DunBroch — Narró la chica, señalando a la pelirroja esta vez, quien estaba soltando sus muñecas y le sonrió levemente, a modo de presentación. — Luego, los mismos tipos intentaron secuestrar a la princesa Anna, la hermana de la reina Elsa.

— Oh, diablos… — Maldijo Hipo por lo bajo, para luego mirar a Elsa. Esta vez, la llamada princesa estaba a su lado, abandonando su lugar en el umbral de la puerta. Por su parte, Sandy juntó los labios y miró al techo, expresando con su rostro lo muy avergonzado que el jefe de Berk debía estar en esos momentos.

— Y es allí donde también entran estas personas — Completó la chica, señalando a los guardianes. El joven vikingo los miró con curiosidad, y los aludidos solo saludaron con un gesto. — El canguro que ves allí-

— Conejo — Corrigió el ser antropomorfo. Astrid sonrió como disculpa y Jack se rio por lo bajo, no aburriéndose de su broma.

— Lo siento, el conejo de allí, nos sacó a Mérida y a mí al ver que también éramos rehenes — Explicó Astrid. Hipo asintió con la cabeza, y la chica suspiró, bajando la vista — Quería ir de inmediato a verte, pero la reina Elsa me dijo que descansara. Me iba a enviar con una escolta a Berk, luego de despertar.

— ¿Estás herida? — Preguntó el castaño, preocupado. Astrid negó con la cabeza.

— Solo lo de siempre, una torcedura de tobillo y un par de rasguños — Explicó la rubia, encogiéndose de hombros. Hipo asintió, pero la inquietud no abandonó su rostro. — Pero no te preocupes, también recibí atención médica de la reina.

— Y yo, el muy tarado, la acabo de amenazar con una espada de fuego — Comentó Hipo, rascándose la nuca. Anna lanzó una leve risa y Elsa lo miró con compasión, sonriendo levemente. El castaño suspiró, para luego mirar a sus guerreros — Bien vikingos, debemos hablar arreglar unos asuntos aquí. Monten a sus dragones y llévenlos a las afueras del pueblo. Esperen hasta recibir nuevas instrucciones.

Tal como los vikingos irrumpieron en la sala, salieron de ella. Elsa vio cómo las personas de Berk le enviaron miradas amistosas a Astrid para luego salir por las ventanas y montar a sus dragones. Algunos, al ver que las criaturas no seguían allí, lanzaron chiflidos o alguna señal para que los vinieran a buscar. Jack vio a la mujer que lo había atrapado, y notó que se asintió mutuamente con Hipo. Al parecer, era su madre. Antes de irse, pasó una mano por la mejilla de Astrid y le sonrió, mostrando su alivio. La rubia le sonrió de vuelta con calidez.

Cuando los vikingos abandonaron el despacho de Elsa, todos se miraron entre sí. Hipo estuvo a punto de esconderse en su caso otra vez, al ver el desastre gratuito que le había dejado a la reina en su oficina. Los ventanales estaban totalmente quebrados, los muebles fuera de su lugar, y muchos papeles adornaban el piso. Los guardianes se sentían extraños y ajenos al asunto, pero, por algún motivo, sintieron que tenían que quedarse. Incluso la gente de Berk podía verlos, por lo que este universo sí podía ser alterno después de todo. Anna, además de mirar expectante a Elsa, no podía dejar de estudiar al joven frente a ella. Si bien se imaginó que el esposo de Astrid fuese joven, nunca se esperó que se tratara de un vikingo tan enclenque.

— Entonces — La voz escocesa de Mérida rompió el brutal silencio. Todos la miraron y ella suspiró, colocándose las manos en la cintura, y dirigiéndose a Hipo — ¿Cómo llegaste aquí? ¿Algún aldeano te dijo que a Astrid la habían secuestrado los de esta nación o algo así?

— No — Negó de inmediato el castaño. Elsa iba a preguntar, pero el chico sacó un pedazo de tela de su bolsillo, para luego abrirlo. La bandera de Arendelle fue revelada ante todos — Tormenta, el dragón de Astrid, tenía esto consigo. — Explicó él. En ese minuto, Elsa comprendió todo, y no pudo evitar que un sonoro resoplido se escapara entre sus labios, demostrando su frustración y molestia. Hipo apretó los labios — Uno de mis hombres lo reconoció como la bandera de Arendelle y, viendo el estado en el que se encontraba Tormenta, supusimos que se habían llevado a Astrid a la fuerza.

— Cualquiera lo hubiera pensado — Dijo Elsa, al reconocer el tono avergonzado del chico. Hipo la miró y ella lo miró con seriedad — Créeme que más de un monarca, si tuviera dragones como ustedes y se le presentara esta situación, hubiese quemado Arendelle sin querer preguntar ni dialogar nada — Astrid tomó la mano del castaño, y Elsa fijó sus ojos en él, intentando tranquilizarlo.

— Lamento lo ocurrido anteriormente, reina Elsa — Se disculpó Hipo. Elsa notó que los verdes ojos del vikingo se fijaron en Astrid por unos segundos, antes de dirigirse otra vez a ella — Gracias por salvar a Astrid y cuidarla. Berk está en deuda con Arendelle.

— Me alegra que estén juntos otra vez — Respondió la rubia con sinceridad. Hipo asintió. Unos segundos más tarde, el semblante de la reina cambió a uno totalmente serio y preocupado — Por otro lado, el asunto es grave — Dijo ella, fijando su vista en Hipo y luego en Mérida — Alguien está tratando de enfrentarnos. Mérida escuchó que sus secuestradores le pagaron a un hombre para que diera información falsa de su secuestro.

— ¿Quieren que digan que usted la secuestró? — Preguntó Astrid. Elsa negó con la cabeza.

— No, quieren inculpar a Corona, el reino de mis tíos y nuestro aliado — Dijo Elsa. Todos se miraron entre sí, estudiando sus semblantes.

— Si así es el asunto, entonces lo más probable es que quieran debilitarnos — Dijo Hipo. Todos lo miraron con interés. El vikingo se quedó pensando unos momentos y luego miró a la reina — Por casualidad ¿Arendelle ha enfrentado algún conflicto con anterioridad?

— Si a conflicto llamas a que intentaron robarle el trono a mi hermana, sí, ocurrió — Contestó Anna. Elsa suspiró con pesadez y todos parecieron preocupados. La castaña rojiza continuó, al notar que su hermana no la detenía en revelar los hechos — Hans, príncipe de las Islas del Sur, intentó casarse conmigo para luego asesinar a Elsa. — Explicó la chica. Todos los presentes, además de estar sorprendidos, notaron que la princesa narraba eso con rabia, por lo que no quisieron interrumpirla. Anna fijó sus ojos en Hipo, quien se encontraba frente a ella y había formulado la pregunta — Ocurrieron varios eventos en la fiesta de coronación de Elsa. En resumen, Hans me creyó muerta y fue directo a asesinarla. Por fortuna, eso no alcanzó a ocurrir.

— Maldito desgraciado… — Susurró Astrid. Anna asintió, y luego miró a Elsa. Mérida dijo una frase en escocés y todos los guardianes la miraron boquiabiertos.

— Vaya, así que una princesa dice esas palabras — Comentó Jack, pensando en voz alta. Mérida lo fulminó con la mirada y él levantó las manos en señal de paz.

— Si esto tiene que ver con conflictos políticos, estoy segura de que puede tratarse de una de sus artimañas — Opinó la princesa de Arendelle, con seguridad. Mérida se cruzó de brazos, pensativa.

— DunBroch no tiene enemigos hace mucho tiempo — Dijo la pelirroja — De hecho, hace décadas no se enfrenta a una guerra.

— Berk tuvo de enemigos a los dragones, siendo su antagonista histórico — Contó Hipo, sintiendo varias miradas cuestionadoras sobre él. El castaño se cruzó de brazos — Eso cambió luego de un tiempo, pero hace un año, un mercenario llamado Drago Mano Dura quiso quedarse con nuestros dragones, para formar un ejército de ellos. Logramos derrotarlo, pero nunca encontramos su cadáver o algo así.

— ¿Crees que, de alguna forma, este tal Hans y Drago estén trabajando juntos? — Interrogó Astrid, intentando unir lo que cada persona de la habitación contaba. Hipo suspiró.

— Puede ser una posibilidad, ¿A quién más le beneficiaría que Arendelle y Berk se enfrentaran? — Dijo el vikingo. Elsa apretó los labios, sintiendo que, nuevamente, el dolor de cabeza volvía.

Fue entonces cuando en el despacho se puso a nevar de forma tenue. Jack, ante eso, abrió sus azules ojos para luego fijarlos en Elsa. La reina estaba con la vista baja, y hasta había cruzado los brazos, mostrando su descontento. Hipo, Astrid y Mérida miraron su entorno con extrañeza, y hasta sintieron escalofríos por la baja temperatura. Jack estudió la expresión de la chica, y notó que, además de pensativa, parecía incómoda y tensa, como si sus emociones la estuvieran a punto de traicionar.

Todos los guardianes pensaron lo mismo al verla, y ataron cabos de inmediato.

La reina Elsa tenía miedo.

— Elsa… — La reina volvió a la realidad cuando Anna tomó su brazo, dándose cuenta de que su despacho estaba helado y tenía un par de copos de nieve. Elsa, con un movimiento de muñeca, detuvo su magia.

— ¿Estás bien? — La voz de Jack llamó la atención de todos. Elsa lo miró, un poco confundida por su intervención. No pasó desapercibido que no se estaba dirigiendo apropiadamente hacia ella como una autoridad. Sin embargo, algo en los ojos azules del forastero hicieron olvidar aquello y, con un movimiento suave, asintió.

— Sí, lo siento, solo me ocurre eso cuando estoy muy preocupada — Explicó la muchacha. Mérida y Astrid la miraron con preocupación e Hipo, ignorante de los poderes de la reina, estudió la habitación con curiosidad, dándose cuenta de que la temperatura se había normalizado. Elsa sonrió levemente, intentando mostrarse serena por enésima vez en la última media hora — En fin, creo que está todo claro. Esto es un asunto que nos convoca a las cuatro naciones.

— Exacto — Afirmó Mérida. Elsa la miró y la pelirroja le dedicó una expresión de seriedad y determinación — Elsa, debo ir a advertirles a mis padres esto. Si tengo algo de suerte, aún no han partido de DunBroch.

— ¿Cómo estás tan segura? — Cuestionó Astrid. Mérida la miró.

— Es razón para declarar una guerra cuando secuestran o dañan a una autoridad en DunBroch — Dijo Mérida. — Si mi padre quiere atacar, no solo necesita a nuestros guerreros, sino a sus aliados.

— ¿Qué tipo de aliados? — Quiso saber Elsa. La pelirroja notó la intranquilidad en sus azules ojos, advirtiendo que, lo más probable, es que estuviera pensando en sus familiares.

— DunBroch tiene tres pueblos aliados. A estas alturas, deben estar preparándose para partir hacia Corona con una estrategia de ataque — Dijo la princesa. Elsa y Anna se miraron con preocupación, y Mérida continuó hablando con seriedad — Debo partir cuanto antes. Si tengo suerte, los detendré.

— Puedo enviarte con algunos de mis hombres — Ofreció Hipo. Todos fijaron sus ojos en él, y el joven vikingo miró a la princesa pelirroja con seguridad — Llegarás más rápido volando que navegando en un barco, eso te lo aseguro.

— Enviaré representantes también de Arendelle — Dijo Elsa. Hipo y Mérida la miraron y ella sonrió con suavidad — Adler, a quien ya conoces y Kristoff, el prometido de mi hermana, si no es mucha molestia.

— No, es mejor si se presentan hombres de Arendelle. A mi madre le encantará, con lo estirada que es — Respondió la pelirroja, entre risas. Elsa asintió, y luego fijó su vista en Hipo.

— También debemos enviar un grupo a Corona — Dijo la reina. Hipo y Astrid asintieron, captando el mensaje y la petición implícita en él — Al parecer, los objetivos de nuestro enemigo no son los monarcas en sí, así que estoy más que segura que mi prima, la princesa Rapunzel, corre peligro.

— Iré yo — Se ofreció Anna. No pasó desapercibida la mirada de alerta que le dedicó su hermana, a la cual ella respondió con una expresión seria — Es mejor si voy yo, soy tu familiar más directo. Estoy segura de que nuestros tíos enloquecerían al ver a los dragones.

— Aun así, eras el objetivo de esos hombres, Anna…

— Estará en buenas manos — Dijo Hipo, llamando la atención de ambas. Al ver al joven vikingo con aquella sonrisa de compañerismo y seguridad, sintieron que se calmaban de forma instantánea. — Iré yo mismo con ella. Le juro que la princesa Anna volverá sin ningún rasguño, reina Elsa.

Hipo estiró su delgado brazo, dando a entender que su juramento iba en serio. Elsa fijó sus ojos azules en los verdes del vikingo, y se encontró con una expresión que transmitía confianza y lealtad. A pesar de que la experiencia con Hans había sembrado la duda en ella por varios meses, algo en su interior le gritaba que Hipo no era para nada como él.

Entonces, la reina estrechó su antebrazo con decisión, dando a entender que Arendelle y Berk, desde ahora, serían aliados. Fue eso lo que la empujó a pronunciar las siguientes palabras, mientras mantenía aquel gesto de compañerismo.

— Solo Elsa — Corrigió la chica. Hipo y Astrid la miraron con sorpresa, y ella sonrió — El título déjalo para el público. Sé que volverás con mi hermana a salvo, Hipo.

Hipo asintió con decisión y sonrió, al igual que todos los demás en la habitación, al escuchar las palabras de confianza de la reina Elsa. Sin nada más que agregar, ambos líderes se soltaron. Astrid miró a su esposo y, luego de avanzar unos pasos hacia la ventana, lo tomó por el brazo, volteándolo.

— Iré contigo — Le dijo la rubia, apenas sus miradas se encontraron. Hipo negó con la cabeza, recogiendo su casco del suelo.

— Te necesito aquí — Respondió el castaño. Astrid iba a protestar, pero él le tomó la mano con ternura. Costaba trabajo creer que el mismo joven había estado en una postura dura y amenazante hace solo un par de minutos — Aún tienes tu torcedura de tobillo, y, aunque eres una de mis guerreras más fuertes, necesitas descansar. Tu mejor lugar es aquí, protegiendo a Elsa.

— Prométeme que no vas a dejarme al margen solo porque fui secuestrada — Le dijo Astrid, con seriedad. Hipo la miró y le dio un beso en la mejilla, para luego clavar sus ojos en los suyos.

— Los dos sabemos que, aunque lo intentara, no podría hacer eso — Dijo él. Astrid sonrió y le dio un corto beso en los labios que hizo sonreír a su esposo — Te amo, Astrid.

— Yo también.

— Van a hacer que me derrita de ternura — Susurró Tooth, no pudiendo controlar el chillido de su voz. Ambos vikingos se voltearon hacia ella y el hada sonrió, lanzando una risita nerviosa — ¡Lo siento! Sigan en lo suyo, solo estaba pensando en voz alta… — Hipo avanzó hacia el extraño grupo, examinándolos uno a uno, recordando lo que Astrid le había contado. Los guardianes lo miraron curiosos, y el joven sonrió.

— Gracias por ayudar a mi esposa — Dijo Hipo, luego de unos segundos del silencio. Los guardianes le correspondieron la sonrisa — No sabría explicar lo importante que ella es para mí, así que gracias.

— Siendo honesto, ella me salvó el trasero a mí, así que no hay mucho que agradecer — Comentó Jack. Astrid sonrió ante el comentario e Hipo los miró con curiosidad — Ni siquiera se notaba que tenía una torcedura de tobillo cuando derribó a uno de esos hombres sin problemas ¿sabes?

— No sería ella sino… — Respondió el castaño, sonriendo y encogiéndose de hombros. Astrid lanzó una breve risa e Hipo fijó sus verdes ojos en los guardianes. — Sé que se puede defender perfectamente bien sola, pero si algo sucede, espero que puedan volver a echarle una mano.

— Por supuesto — Respondió Norte, sonriendo. Hipo notó que los cinco tenían una expresión similar, adhiriéndose a las palabras de aquel hombre.

Con un asentimiento de cabeza, Hipo se encaminó a la ventana, donde lanzó un chiflido prepotente. En cosa de segundos, un dragón oscuro se presentó en la ventana de la torre del castillo. Al parecer, aquella criatura no había dejado el tejado, pues hubo un movimiento brusco antes de que se vislumbrara. Sin embargo, aquello no fue suficiente para que perdieran el equilibrio. Astrid estiró su brazo para acariciarlo con entusiasmo y ternura, mientras el jefe de Berk se volteó a Elsa, Anna y Mérida.

— Voy a organizar a mis hombres para ir a DunBroch y Corona — Avisó él. Las tres chicas asintieron — Lo más probable es que tú, Mérida, viajes con mi madre, Valka. Bajen a la entrada del castillo, las recogeremos allí en unos minutos. Necesitaré un mapa también.

— De acuerdo — Respondieron Anna y Mérida, al unísono. Hipo asintió y se dirigió al marco de la ventana.

Hipo le dio un beso en la mejilla a Astrid. Ella le sonrió, transmitiéndole confianza, y él se colocó el casco, antes de montar su dragón. Hubo un largo silencio hasta que Anna lo quebró.

— Vaya, eso fue… Intenso — Comentó la chica, para luego suspirar.

— Sin embargo, ya está dicho — Las personas de la habitación miraron a Astrid, quien se encontraba con una expresión determinada y grave. — Esto es guerra.

Elsa asintió con el mismo semblante, para luego mirar a Anna y Mérida. Ambas chicas manifestaban tenacidad y audacia en su rostro, al igual que preocupación. Se venía algo grande, algo que Arendelle estaba intentando evitar al enviar al príncipe Hans lejos y cerrar toda comunicación con el duque de Weselton.

La reina observó al grupo denominado como guardianes. Los cinco miembros la miraron de vuelta, y, aunque había misterio en sus rostros y acciones, tampoco los creía despiadados o manipuladores. Ninguno parecía fingir al protegerla de los vikingos o de los secuestradores de Anna.

Sin embargo, no podía evitar preguntarse…

¿Qué lugar tomarían ellos en todo esto?

o.O.o.O.o.O.o.O.o

¡Buenas! ¿Cómo están?

Quisiera hacer algunas aclaraciones respecto a la historia de este fanfic. De partida, este comenzó a escribirse cuando solo estaba Cómo entrenar a tu dragón II, por lo que inventé que Hipo y Astrid se habían casado sin que los dragones partieran. O sea, los eventos de la tercera película no tienen lugar en este fanfic, ni tampoco los de Frozen II (sino tendríamos a Anna de reina de Arendelle, en primer lugar).

Por otro lado, quiero agradecer los reviews que me llegaron. La verdad es que aún sigo trabajando en este fanfic, pero planeo actualizar cada una o dos semanas. Ténganme paciencia, que a veces me cuesta que llegue la inspiración.

Abrazos y espero que lo hayan disfrutado,

Aglae.