Epílogo.
Milán, Italia.
Cinco años después.
El avión de Alitalia procedente de Madrid aterrizó sin problemas en el Aeropuerto de Linate, en Milán. Tras un larguísimo viaje de más de 17 horas, que inició en la Ciudad de México, Erika Shanks al fin pisaba suelo italiano. En esos momentos ella era presa de una mezcla de emociones: por una parte, todavía estaba de luto por la pérdida de Elliot, pero por otra también se sentía emocionada por la perspectiva de iniciar una nueva vida, una que la haría volver a su verdadero amor.
– Bienvenida a Milán –le dijo una sonriente empleada de Alitalia–. Gracias por viajar con nosotros, esperamos que su visita sea placentera.
– Gracias a ustedes –le contestó Erika–. Yo también lo espero.
"Aunque esto no es una simple visita".
Tras tomar su equipaje y terminar con los trámites correspondientes, Erika echó a andar hacia la salida del aeropuerto, sin más compañía que ella misma. Sus padres y sus hermanos habían insistido en ir con ella hasta Milán, pero Erika rechazó incluso a su gemelo a pesar de que solían hacerlo todo juntos (por lo menos hasta antes de ese viaje), ya que deseaba iniciar sola esa nueva etapa de su vida; a lo más, ella había permitido que Marcel la acompañara hasta Madrid, pero de ahí en adelante continuó con el viaje por su cuenta. La joven estaba consciente de que su familia estaba preocupada por el hecho de que ella recorriera sin compañía el último trecho del trayecto, pues la muerte de Elliot todavía estaba reciente y era obvio que el estado anímico de Erika era delicado, al igual que el del resto de los Shanks, pero la muchacha había jurado ante la tumba de Elliot que no se dejaría vencer por la depresión y sintió que la mejor manera de hacerlo era empezar a recorrer su propio camino.
Seis meses antes, Elliot falleció en un accidente que tuvo mientras Leo y él viajaban en sus motocicletas por una concurrida avenida de la Ciudad de México. El conductor de un camión de volteo les cerró el paso sin avisar y, si bien Leo fue capaz de esquivar el vehículo a tiempo, Elliot no tuvo tanta suerte y fue arrollado por el camión. El joven llegó moribundo a la sala de urgencias, en donde falleció a causa de las múltiples heridas internas que sufrió, a pesar de los intentos de los médicos por salvarlo. Erika jamás olvidaría la tristeza y el terrible dolor que experimentó cuando su padre le dijo que Elliot había muerto, la angustiante oscuridad que la acompañó durante los días posteriores y que amenazaba con no dejarla nunca. ¿Cómo sobrevivir a un sufrimiento tan grande? Pero para su alivio y sorpresa, una luz brilló en medio de la oscuridad, una luz que la ayudó a escapar y le dio la esperanza de que, en algún futuro, las cosas mejorarían.
Y esa luz se llamaba Gino Hernández.
Tras hablarlo detenidamente, Rémy y Susan decidieron que usarían sus influencias diplomáticas para trasladar los restos de Elliot a Francia y así poder enterrarlo en el mausoleo familiar de los Shanks, ubicado en uno de los mejores cementerios de París y en donde ya reposaban las cenizas de sus padres biológicos. No tenía caso hacer un funeral en México dado que el cuerpo no sería enterrado ahí, de manera que la ceremonia tuvo lugar en París, a la cual obviamente no pudieron acudir los amigos mexicanos de Elliot, aunque sí lo hicieron casi todos los que él hizo en Francia. A Erika le sorprendió muchísimo ver a Nico Di Angelis y a Gino Hernández entre los presentes, aunque después se dijo que era de esperar que Gino quisiera estar ahí, dado que Elliot había sido uno de sus amigos más cercanos durante el tiempo en el que vivió en París.
Durante la ceremonia, Gino tuvo muchos deseos de ir hacia Erika para abrazarla y consolarla, pues comprendía bien el dolor que ella debía estar experimentando en esos momentos. En los cinco años transcurridos desde que el señor Di Angelis y su nieto vivieron en Francia, éste y Erika se hicieron novios y terminaron en un par de ocasiones, y aunque en ese instante ellos no eran pareja, Gino la seguía amando y probablemente lo seguiría haciendo hasta el último día de su vida, de manera que deseaba ir con ella para darle su apoyo y para compartir su dolor. Después de todo, él también estaba destrozado por la muerte de Elliot, nunca olvidaría que el muchacho fue un apoyo muy importante en los meses posteriores a la muerte de sus padres y su partida dejaba otro vacío importante en su vida, aunque no podía compararse al hueco que había dejado en la de Erika. Sin embargo, Gino era demasiado educado como para cometer la imprudencia de molestar a los dolientes durante el funeral, así que aguardó con paciencia junto a su abuelo a que la ceremonia terminara, pero no dejó de mirar a Erika de manera furtiva. A Hernández le asombró mucho encontrar a Karl Heinz Schneider ahí, a quien saludó con un movimiento de cabeza; Gino se preguntaba qué relación había tenido el alemán con el fallecido, hasta que lo vio abrazar a Elieth y supo entonces que Schneider estaba ahí por ella, no por Elliot como tal.
– ¿Quién lo diría? –murmuró Gino en italiano.
Además, entre los presentes se encontraba también Genzo Wakabayashi; Gino tampoco esperaba verlo ahí, pero su presencia le asombró menos que la de Schneider porque el italiano sabía que Wakabayashi era muy cercano a los Shanks y por tanto era lógico que acudiera al funeral de Elliot. Cuando el sacerdote dio por concluido el ritual y los dolientes empezaron a presentar sus respetos a la familia del difunto, Nico se dirigió hacia los señores Shanks, quienes trataban de mantenerse estoicos. Gino caminó con timidez detrás de su abuelo, sin decidirse a ir hacia Erika.
– Rémy, Susan, lamento muchísimo su pérdida –les comentó Nico a los Shanks–. Conozco bien el dolor de perder a un hijo, así que sé cómo se sienten en este momento y también estoy consciente de que las palabras sobran, pues no existe ninguna que pueda calmar el dolor de haber perdido a alguien a quien amabas como a tu propia vida.
– Gracias, Nico –respondió Susan, tras lo cual lo abrazó con fuerza–. ¡Es tan triste que tengamos que pasar por esto, ningún padre debería de enterrar a su hijo!
– Lo sé, Susan, lo sé –musitó Nico, al tiempo en que Rémy se limpiaba las lágrimas con un pañuelo.
Erika en ese momento vio que Gino estaba cerca de ella y sin dudarlo se echó a correr hacia él. Gino abrió los brazos para recibirla; no se habían visto en más de dos años y en ese momento ellos sólo eran amigos, pero aun así Erika no necesitó de palabras para saber que podía refugiarse en él.
– Lo siento tanto, Riky –susurró Gino a su oído, mientras acariciaba su rizado cabello–. Me duele tanto como a ti que él se haya ido.
– Parece una pesadilla –respondió ella, con el rostro enterrado en la chaqueta de él–. Quisiera despertar en mi cama y darme cuenta de que esto no es más que un terrible sueño, pero una y otra vez tengo que aceptar que ésta es la terrible realidad.
– Entiendo bien ese sentimiento –suspiró Gino–. Y sé por experiencia que no puedes alejarlo de ti por más que lo desees, que tienes que lidiar con él hasta éste que decida dejarte en paz, pero también sé que en situaciones así, es el amor de la gente que se quedó aquí la que te ayudará a salir.
El olor de Gino, su voz y su calor le dieron a Erika un punto de sujeción al cual agarrarse para salir del pozo oscuro del que tanto había hablado Elliot y al cual había caído también. Era irónico y cruel que se hubiesen invertido los papeles y que ahora ella necesitara tanto de Gino.
– ¡Gracias! –exclamó Erika, mientras se echaba a llorar–. ¡De verdad que agradezco tanto que estés aquí!
– Tenía que venir, por Elliot, por tus padres, por tus hermanos y por ti –aseguró Gino–. Ustedes me apoyaron tras la muerte de mis padres y debido a eso pude superar esa pérdida, sobre todo gracias a la ayuda que me dieron Elliot y tú, así que ahora seré yo quien te apoye y te ayude a superar su muerte. No te voy a dejar sola, Riky, voy a estar aquí para ti. Sé que en estos momentos te costará trabajo creerlo, pero volverás a ser feliz un día, sólo tienes que dejar que fluya el tiempo.
– Cuesta creer que yo te dije esa frase tan cursi –comentó ella, quien a pesar de todo no pudo evitar sonreír a medias.
– Cursi, quizás, pero cierta –replicó él–. Tuviste razón cuando me la dijiste hace tantos años y yo sé que tengo razón ahora que te la repito. Sé que en el fondo tú lo sabes también, sólo necesitas que alguien te lo recuerde.
Cuando al fin el grupo de dolientes se dispuso a abandonar el cementerio, Gino le anunció a Erika que había pedido permiso en su club, el Inter de Milán (en donde ya jugaba de manera profesional), para quedarse en París durante varios días, un poco menos de lo que los Shanks permanecerían ahí para después regresar a México a tramitar su cambio de residencia. No aclaró si lo había hecho por ella y Erika no se lo quiso preguntar, pero para Gino la respuesta parecía más que evidente. Durante esos días, Hernández fue un apoyo incondicional no sólo para Erika sino también para Leo y para Elieth, demostrando cuánto había madurado y lo fuerte que se había vuelto. Quedaba claro también que los papeles se habían invertido y ahora era Gino quien se adelantaba a los deseos y necesidades de Erika, los cuales se esforzaba en cumplir aun antes de que la misma Erika los expresara en voz alta. Ella no podía estar más agradecida por tenerlo a su lado, aunque en el fondo temía el momento en el que él tuviera que regresar a Milán y la dejara sola de nuevo.
Sin embargo, Gino tenía reservada una última sorpresa para ella. En el último de los días de permiso que él tenía, el italiano le comentó a Erika que quería hablar con ella a solas y sin miramientos le preguntó qué pensaba hacer a partir de ese momento. No se refería a su manera de sobrellevar el duelo, sino a su vida en general. Erika estaba consciente de que quería estudiar la universidad, pero todavía no decidía en dónde residiría; Elieth y Leo querían irse a Alemania (él primero, ella un año después), mientras que sus padres ya tenían planeado el volver a Francia, pero Erika no estaba segura aun de cuál de las dos vías tomaría o si optaría por una tercera opción y así se lo hizo saber a Gino.
– En ese caso, yo te tengo una oferta: ven conmigo a Italia –le propuso Gino–. Ven a Milán, tenemos ahí una de las mejores universidades de Europa y podrás estudiar la carrera que desees.
Erika enmudeció a causa de la sorpresa. Estaría mintiendo si asegurara que nunca se le pasó por la mente la idea de estudiar en Italia, ¡pero jamás pensó que sería Gino quien se lo propusiera!
– Sé que es algo muy atrevido de mi parte el hacerte una sugerencia así –continuó Gino, al ver su desconcierto–, pero de verdad que quiero tenerte más cerca de mí, estar a tu lado y apoyarte en cualquier cosa que necesites. Que quede claro que no es mi intención que cambies por mí cualquier meta que tengas en estos momentos, por eso he preguntado antes qué planeabas hacer, pero por lo mismo que ya me has dicho que todavía no te has decidido es que me atreví a sugerir que te fueras a Italia. Cualquier cosa que tengas como meta la puedes realizar allá tan bien o tal vez hasta mejor que como la harías en Alemania o en Francia. Discúlpame si me he pasado de la raya, pero de verdad quisiera que consideraras el estudiar en Milán como otra de tus opciones.
– ¡Oh, Gino! –Erika lo abrazó inesperadamente–. La verdad es que yo misma ya había contemplado esa posibilidad, pero pensar que tú también lo deseas era soñar demasiado.
– ¿Por qué? –Gino la abrazó de buena gana–. Sabes muy bien que eres muy importante para mí, Riky.
– Sin embargo, no voy a decirte que sí justo en este momento porque no quiero tomar una decisión precipitada en base a mi dolor –anunció Erika, tras soltarlo–. Necesito pensarlo bien antes de darte una respuesta, considerar todos los factores para poder tomar una elección de la que no me arrepienta después.
– Lo cual es bastante comprensible –asintió Gino–. Sería muy desconsiderado de mi parte el exigirte que decidas ahora mismo, así que no te preocupes.
– En cuanto tenga una respuesta, te la haré saber –aseguró ella.
Gino volvió al día siguiente a Milán. Tras unas cuantas semanas más de duelo y de recuperación mental, Erika se puso a pensar al fin en sus opciones. Lo más lógico sería que ella se marchara a Alemania junto con Leo, ya que además Elieth también tenía planeado irse para allá en cuanto concluyera la escuela preparatoria, de manera que los tres estarían juntos y podrían apoyarse entre ellos, pero Erika sentía que su camino iba por un rumbo diferente. Sí, era cierto que los cuatro (incluyendo a Elliot), habían sido muy unidos de niños, sólo así sobrevivieron a tantas mudanzas y cambios de país, pero la muerte de Elliot les hizo ver a los otros tres que la vida era demasiado corta y que era momento de que cada uno de ellos viera hacia dónde quería empezar a correr y a Erika su corazón le decía que su lugar podría estar en Italia. Además, el separarse de Leo y de Elieth no haría que Erika los quisiera menos, ese amor fraternal estaría siempre presente entre ellos sin importar en dónde se encontrara cada uno.
– Mamá, papá, tengo algo importante que decirles –soltó Erika, una noche en la que cenaba en compañía de su familia–: Quiero irme a estudiar la universidad a Milán. Sé que quizás es una locura, pero deseo empezar de nuevo allá.
– ¡Oh! –exclamó Rémy, con asombro–. Estaba seguro de que te irías a Múnich con Leo.
– Yo no –terció Susan, con una sonrisa cómplice–. Ya le había dicho a tu padre que no te veía en Alemania ni tampoco en París, pero no me quiso creer.
– Ya hablaremos después de eso, querida. –Rémy le sonrió a su esposa y después a su hija mayor–. Bien, dinos qué tienes pensado hacer, Erika. Te apoyaremos en cualquier elección que hayas tomado.
Y fue así como Erika Shanks acabó en Italia, sin saber qué le deparaba el futuro pero dispuesta a enfrentarlo. Le había avisado a Gino que había decidido irse a Milán, pero no hablaron sobre qué sucedería con ellos y ella pensó que era mejor así, pues tendrían mucho tiempo para hablar sobre eso. Erika obviamente seguía enamorada de Gino, eso no había cambiado, y la oferta que él le propuso de mudarse le hizo sentir que también la seguía amando, pero éstos eran menesteres que no podían resolverse por teléfono o por chat, así que habría que esperar a que Erika estuviese instalada en Milán para tratarlos. De esta manera, aunque le dijo a Gino en qué vuelo llegaría y a qué hora lo haría, ella no le pidió que fuera a recogerla al aeropuerto así que no esperaba encontrarlo ahí.
El bullicio del Aeropuerto de Linate resultaba estimulante a pesar de todo. A su alrededor había muchas personas que se reencontraban emocionadas: padres recibiendo a sus hijos, esposos a sus mujeres, hijos a sus progenitores, amigos a otros amigos. Erika creía que un aeropuerto era un buen sitio para comenzar una historia o una nueva vida y así se lo confirmaban las personas que se reunían ahí. Quizás por esto fue que no se sorprendió demasiado cuando vio que Gino la estaba esperando, parado en un punto muy cercano a la puerta por la cual ella estaba planeando salir.
– Ciao, bella! (¡Hola, hermosa!) –saludó Gino, alegremente–. ¡Bienvenida a Italia!
– ¿Cómo supiste que iba a pasar justamente por aquí? –preguntó Erika–. ¡Este sitio tiene muchas salidas!
– Creo que fue un mero golpe de suerte, o tal vez conveniencias del guion –rio Gino–. No tenía manera de saberlo, sólo me dejé llevar por mi instinto.
– ¿Y qué hubieras hecho si no hubieras tenido suerte y no me hubieses encontrado? –quiso saber ella.
– Eso no iba a pasar –negó él, enfático–. Porque creo firmemente, al igual que tú, que estamos destinados a estar juntos y por lo mismo no había más opción que encontrarnos.
Erika se puso colorada y se echó a reír, entre emocionada y feliz; entonces, Gino abrió los brazos y ella se refugió en ellos sin vacilar ni un instante. Después de unos minutos, Erika alzó el rostro y Gino la besó, sin dudas ni contemplaciones, como si ambos lo hubiesen estado esperando desde el mismo instante en el que se volvieron a ver. Y con ese beso, ambos sintieron que todo en el mundo estaba en su sitio otra vez.
Notas:
– En el idioma italiano, la palabra "ciao" se usa tanto para "hola" como para "adiós", aunque en el español se utiliza más como despedida.
– La historia de Elliot Tapia es invención de Lily de Wakabayashi, sólo fue adaptada a la idea que Elieth Schneider tiene para Gino Hernández y sus OCs.
– Me alegra muchísimo que esta historia haya sido de tu agrado, mi Gatita hermosa, ¡la hice con mucho amor para ti!
